lunes, 28 de mayo de 2018

RESEÑA: El espectro del abad.

EL ESPECTRO DEL ABAD

Título: El espectro del abad.

Autora: Louisa May Alcott (Germantown, Pensylvania 1832- Boston 1888) hija del reformista pedagogo Amos Bronston Alcott, su infancia y adolescencia transcurrió en los círculos trascendentalistas de Boston y de Concord (Massachusetts), siendo alumna de Emerson y de Thoreau, cuyas enseñanzas humanistas ejercieron una gran influencia en su pensamiento y en sus obras literarias. Tras el fracaso de su padre en la fundación de una comunidad utópica en Harvard, Louisa se vio obligada a impartir clases y a trabajar como costurera y asistenta. Sin embargo, éstas circunstancias no le impidieron desarrollar una carrera literaria que abarca más de trescientas obras, entre las que destacan. Mujercitas es su obra más conocida, y la que le permitió saldar las deudas de la familia, pero también destacan Estado de Ánimo, Hombrecitos, Los muchachos de Jo, Un moderno Mistófeles, Un susurro en la Oscuridad o Flower fables (publicado en 1854 y que la convirtió en pionera del cuento de hadas americano). Desde 1868 a 1870 dirigió la revista infantil Merry´s Museum. (Fuente: Pulpture).

Editorial: Pulpture.

Idioma: inglés.

Traductor: Oscar Mariscal.

Sinopsis: reunirse en Navidad es el pretexto que congrega a un grupo de personajes en la antigua abadía, ahora convertida en mansión. Cada uno tiene que lidiar con los problemas propios de su posición: una herencia, un compromiso...Todo queda relegado para juntarse en torno al hogar y contar historias de fantasmas. Pero lo que empieza como un mero entretenimiento, acabará en tragedia...(Fuente: Pulpture).

Su lectura me ha parecido: breve, bien resuelta aunque con un importante cabo suelto, de inspiración victoriana, sencilla, envolvente, clásica, sencilla de leer...Queridas lectoras y lectores, si habéis leído las anteriores reseñas habréis comprobado que últimamente en Jimena de la Almena me he vuelto especialmente monotemática. Y no es para menos, dado el abundante número de libros de terror que inundan las librerías desde hace unos cuantos meses, éste hecho no podía pasar desapercibido en este espacio de crítica y debate. La moda (porque en realidad eso es lo que es, una moda literaria) ha hecho posible dos cosas: la primera, que nuevas escritoras y escritores se estén dando a conocer internacionalmente gracias a novelas o bien de inspiración gótico-victoriana o directamente tratando de emular al mismísimo Charles Dickens. Y la segunda, que muchas editoriales se hayan puesto manos a la obra en la titánica labor de recuperación de textos publicados durante el siglo XIX, de traducción de los mismos y de difusión a través de las redes sociales. Algo que, como no podía ser de otra forma, se ha traducido en éxitos editoriales casi inmediatos. En tiempos de reflexión y en los que la auto ficción y el ensayo copan por primera vez en mucho tiempo el interés de los lectores, parece curioso como un volumen de relatos como Damas oscuras, editado por Impedimenta, haya arrasado en ventas durante las pasadas navidades. Es evidente que como sociedad necesitamos evasión, y este hecho lo demuestra, o tal vez los fantasmas se hayan vuelto a convertir en la metáfora de nuestros errores y mayores temores como sociedad imbuida en la era del ultrasónico progreso. Aunque por otro lado, seguramente haya sido Frankenstein (que este año cumple 200 años) lo que haya impulsado toda esta fiebre por la literatura de terror, algo de lo que su autora Mary Shelley, esté donde esté, estará observando con enorme satisfacción. El libro que hoy tengo el placer de presentaros proviene, al igual que otros textos que he reseñado últimamente, de este trabajo de recuperación, y a diferencia de los anteriores, aunque de inspiración británica, lo escribió una autora norteamericana muy importante. El espectro del abad: un thriller gótico de inspiración dickensiana.


La historia de como El espectro del abad llegó a mis manos es bien sencilla. Sin embargo, debemos remontarnos unos años atrás, al momento en el que mi opinión sobre los libros de Louisa May Alcott era totalmente diferente a la que hoy tengo. Simple, edulcorada, poco profunda, una ñoñada...Todo eso y más me pareció en su momento la película Mujercitas, estrenada en 1994 y la cual no concebimos sin el rostro de la actriz estrella de los 90 Winona Ryder. Esto y el abuso de los anuncios publicitarios por parte de la cadena en cuestión contribuyeron a que ni siquiera consiguiese verla entera. Desde entonces, e invadida por una serie de prejuicios injustificados, pensé casi en el acto que si la película me había resultado especialmente soporífera y cursi, el libro iba a ser tres cuartos de lo mismo. Y así seguí durante unos cuantos años, sosteniendo la certeza de que Mujerecitas era un libro que por sus características no iba conmigo ni con mis gustos lectores de por aquel entonces. Sin embargo, el paso del tiempo puso a cada cual en su lugar, y a mi en concreto en el del arrepentimiento y la vergüenza. Algo que sucedió en el momento en el que me enteré, gracias a Hermida Editores, de que Louisa May Alcott había escrito más cosas que Mujercitas, en concreto una amplia colección de novelas y relatos de terror. Un susurro en la oscuridad fue el primer libro que me leí de esta autora norteamericana, en parte debido a ese shock que me había producido el saber que Louisa May Alcott no era autora de una sola novela. El resultado de aquella lectura, además de su correspondiente reseña que podéis encontrar si indagáis un poco en el blog, me dejó bastante impactada. No sólo su lectura no me había resultado ñoña sino que además había descubierto a una Alcott que no conocía y que distaba mucho de la idea que me había hecho de ella en la cabeza. Una infancia que transcurre en los círculos intelectuales más alternativos de la época, alumna de nada más y nada menos que de Emerson y Thoreau, directora de una revista infantil de gran éxito, autora de más de trescientas obras, miembro del movimiento feminista en los Estados Unidos, una de las pocas escritoras que puede presumir de haber conseguido éxito en vida gracias a Mujercitas y otros libros como Hombrecitos o Los muchachos de Jo, que tristemente escribió gran parte de su obra bajo el pseudónimo A.M. Barnard e incluso fue pionera del cuento de hadas norteamericano. Además, durante esta pequeña investigación descubrí que Mujercitas precisamente, ese libro que tanto me he negado a leer, reivindica el papel de la mujer en la sociedad del XIX. Así que tras aquel primer contacto con su faceta de autora de terror y tras desmontar esa pirámide de prejuicios que permanecía firme en mi cabeza, decidí que no iba a dejar pasar la oportunidad de conocer mejor a Louisa May Alcott. Por lo que, cuando a finales del año pasado descubrí que la joven e interesante editorial Pulpture había publicado El espectro del abad, no me pude contener. Ya solo con su portada, en la que se aprecia un detalle del cuadro Autum Monring, de John Atkinson Grimshaw, uno de mis pintores británicos favoritos, me habían conquistado. Ahora faltaba saber si el interior, la historia, estaba a la altura de mis expectativas. Reconozco que tardé un tiempo en animarme con su lectura, pero en cuanto lo hice, el resultado no pudo ser más interesante.


Adentrándonos en el apartado puramente crítico comenzaremos diciendo que El espectro del abad presenta una lectura amena, sencilla y en la que no abundan barroquismos de ningún tipo. Algo que sorprende, dada la época en la que fue escrito este libro pero que sin duda nos da dos claves: la primera, que la autora precisamente buscó de forma intencionada un estilo menos enrevesado para atraer a un espectro más amplio de lectores, y la segunda, que aunque estadounidense, Alcott no pudo evitar rendirse ante el atractivo que por aquel entonces suscitaba la literatura victoriana. Es evidente que, si leemos el breve resumen de la contraportada, toda esa influencia de lo que se estaba cociendo literariamente al otro lado del charco, ese reconocible sello, está en cada detalle del libro, en cada página, en cada personaje, incluso en la atmosfera escogida. Sin duda, con todos estas características, El espectro del abad podría calificarse como una burda copia, pero su autora es Louisa May Alcott, por lo que el lector puede esperar algo más allá de los tópicos del género. No hace falta ser muy espabilada/o para no darse cuenta de que tanto el escenario (una antigua abadía reconvertida en mansión en la que habita el fantasma de un abad) y la época (la Navidad) fueron usados en exceso por las escritoras y escritores del XIX. Pero Alcott logra envolverlos en la tensión propia o más bien cercana al thriller, marca de la casa de la literatura estadounidense. Al combinar ambas cosas, las influencias anglosajonas con un estilo cercano y capaz de confeccionar absorbentes tramas de misterio, consigue que este libro no pase desapercibido y mantener constante pulso con los lectores, similar, aunque con clamorosas diferencias, al típico best seller de nuestros días. ¿Qué cuenta El espectro del abad? Algo muy simple.  Los Treherne, una acomodada familia americana que tiene a Jasper Treherne como heredero de la millonaria fortuna, invitan a unos cuantos amigos a pasar las Navidades alojados en su mansión, una mansión que en antaño fue una abadía y que, según la leyenda y las habladurías, está encantada y custodiada por el espíritu de un abad que vaga por los pasillos. Dos de estos parientes, Frank Annon y Maurice Treherne, se disputan el amor de Olivia Treherne. El primero es el mejor amigo de Jasper, hijo de los anfitriones, y el segundo es primo de la propia Olivia. A todo esto se le añade Olivia detesta a Annon y aunque siente cierta predilección por Maurice, ésta acaba haciendo caso a su madre y acepta darle una oportunidad a Annon. La cosa se embrolla más cuando hace acto de presencia el general Snowdon y su jovencísima esposa Edith, la cual se casa con el general por despecho hacia sus dos antiguos pretendientes, Jasper y Maurice, quienes se disputaron su amor en el pasado. Y por si fuera poco, aparece y toma mucha fuerza el drama por excelencia de este tipo de novelas, que no es otro que los problemas de la herencia y las luchas de poder internas para conseguir ser el beneficiado. Y si a todo eso le añadimos la presencia sobrenatural del misterioso abad, tenemos la novela prácticamente resuelta y presentada. De hecho, con esta trama y estos personajes parece que estemos ante una comedia de enredo que ante una novela de misterio y terror, que es lo que en realidad es. No me gustaría contar nada más al respecto, ni lo que sucede ni la importancia del espectro, pues la finalidad de una reseña no es destriparos la historia sino animar o desaconsejar su lectura. Eso si, en lo que a personajes se refiere, si que os diré que sólo Edith me ha resultado ligeramente interesante, el resto no me han dicho nada. No es que no me hayan gustado, de hecho hay que reconocerle a Alcott el trabajo de construcción psicológica de cada uno de ellos y, simplemente que no he logrado conectar con ellos. Por mucho que me hayan gustado los tejemanejes que se producen entre ellos, no han sido especialmente unos personajes dignos de recuerdo. Sin embargo, rompo una lanza en favor de Alcott al encontrarme a lo largo de la lectura con algo muy importante, y es que la presencia femenina a lo largo de la novela es abundante. Una serie de mujeres con fuerte personalidad que simbolizan y demuestran que los personajes femeninos pueden ser igual de potentes que los masculinos. Tampoco podemos olvidarnos del soberbio tratamiento de los escenarios. Esa abadía soberbia y tétrica, ese fuego que invita a los personajes a desnudarse emocionalmente a través de los cuentos de fantasmas, ese espíritu navideño que se traslada a todos los rincones del lugar, esos pasillos interminables por los que el abad pasea perturbado por la presencia de desconocidos en sus dominios...Por último, antes de finalizar este párrafo, me gustaría felicitar a Pulpture, por su valentía a la hora de editar un libro como éste, pero sobre todo, por la espectacular edición, que más allá de la preciosa portada, esconde otras muchas sorpresas en su interior.


En este último párrafo, dedicado a suscitar debate y reflexión entre los lectores, me gustaría dedicarlo en esta ocasión a responder a una serie de preguntas que llevo haciéndome desde que hace unos meses inicié mi aprendizaje intelectual a través de la literatura del siglo XIX, en especial la de tradición anglosajona. ¿Por qué a las escritoras y los escritores británicos de la época victoriana les fascinaba la Navidad? ¿Qué tiene de especial? ¿Por qué es tan importante literariamente? Y lo más curioso ¿Por qué se utiliza como ambientación temporal para las historias de fantasmas? Sé que no estamos ni en las fechas ni en el contexto oportuno, pues el verano como quien dice está a la vuelta de la esquina. Sin embargo, estas preguntas han rondado mi cabeza desde el primer texto puramente victoriano que tuve entre mis manos, que no fue otro que Canción de Navidad de Charles Dickens, probablemente el relato fundador y que inspiró a todos los demás. Tras aquella lectura, incluida en un impresionante volumen junto con otros relatos de temática navideña escritos por Charles Dickens, no paré de darle vueltas a la cuestión, y la verdad, resulta muy complejo. Por un lado, si pensamos en la festividad, todos la asociamos con felicidad, regalos, comida en cantidades ingentes, reuniones familiares, la risa de los niños, la nieve, el árbol, en algunos países el belén, el muérdago, los villancicos, las uvas, los brindis, las felicitaciones, los dulces típicos...Pero también asociamos a la navidad con la meditación, con el poner los pies en polvorosa, con el detenerse a reflexionar y hacerlo en relación con lo vivido durante todo el año. Pensar en nuestros logros, en los errores cometido, en las cosas que quisimos decir y nos callamos, en el aprendizaje adquirido y recordar a las personas que ya no están. Tal vez por eso la navidad sea una fiesta mágica, en la que todo puede pasar y en la que tiene cabida la presencia de elementos sobrenaturales, como por ejemplo, la presencia de espíritus. No debemos olvidar que en Canción de Navidad, al egoísta y desagradable protagonista, el señor Scrooge, se le aparecen una serie de fantasmas en representación del pasado, del presente y del futuro, los cuales le hacen ver al protagonista del cuento lo equivocado que estaba, traduciéndose finalmente en un cambio de actitud para mejor. Los fantasmas, hacen acto de presencia cuando menos nos lo imaginamos, algo que sucede incluso en el mundo real, trascendiendo de lo puramente fantástico. ¿A quién no le ha sucedido que de pronto, y sin venir a cuento, un recuerdo del pasado asalte tus pensamientos y te deje en shock? ¿Quién no ha experimentado la sensación de haber liberado la caja de Pandora tras haber rememorado un acontecimiento vivido? No es casualidad que popularmente se refiera a esos momentos como "fantasmas del pasado", pues aunque aparecen y desaparecen, la sensación que perdura dentro de uno mismo es similar a cuando, en el mundo de la literatura, un personaje se ve sorprendido por un fantasma. Por eso, tampoco es baladí que la Navidad, en donde la fantasía y el recuerdo están más vivos que nunca, sea la ambientación perfecta para que todos esos malos actos y remordimientos se materialicen en fantasmas. No se si me he logrado explicar correctamente, pero, en resumidas cuentas lo que vengo a decir es que los fantasmas existen, no en forma de seres que deambulan por edificios antiguos como el espíritu de El espectro del abad, pero si en nuestra cabeza, capaces de asaltar nuestros pensamientos y detener el transcurso de la vida unos míseros segundos, y no necesariamente en fechas cercanas a la Navidad. El espectro del abad: una historia de enredo, familia, dinero, amor, ambición, fantasía, presencias sobrenaturales, misterio...Una novela que merece la pena redescubrir en pleno siglo XXI.

Frases o párrafos favoritos:

"Las mentes humanas atesoran más misterios que cualquier obra escrita, y son más mudables que las formas de las nubes en el claro cielo de abril."

Película/Canción: al no existir noticias de una posible adaptación cinematográfica, he optado por adjuntar la pieza de BSO  que me ha acompañado durante la redacción de esta reseña. Espero que os guste y que os dejéis llevar por los oscuros matices de ésta:


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Pulpture

martes, 22 de mayo de 2018

RESEÑA: Los sauces.

LOS SAUCES

Título: Los sauces.

Autor: Algernon Henry Blackwood (Londres, 1869 - 1951) era hijo de un empleado administrativo del servicio postal del Reino Unido. A lo largo de su vida residió en Inglaterra, Alemania, Rusia, Canadá y Estados Unidos, desempeñando diversas ocupaciones. Hacia 1905 se estableció en Inglaterra, donde empezó a cultivar la literatura espectral. La bibliografía del autor ofrece una lista de catorce novelas y ciento setenta y siete cuentos de género fantástico y afines. Sólo en vida de Blackwood aparecieron veintiuna colecciones de sus relatos: la primera de ellas, La casa vacía, en 1906. Desde 1900 fue miembro de la organización ocultista Hermeric Order of the Golden Dawn (Orden hermética del Alba Dorada), adoptando el lema mágico Umbram Fugat Veritas (La verdad hace huir a las sombras). Es por ello que el ocultismo, como tema, está muy presente en gran parte de su producción literaria, al igual que la apelación romántica a los tradicionales espíritus elementales de la naturaleza. (Fuente: Hermida Editores).


Editorial: Hermida Editores.

Idioma: inglés.

Traductor: Oscar Mariscal.

Sinopsis: publicado por primera vez de forma independiente en castellano, Los sauces es considerado por la crítica el mejor libro de Blackwood. También lo fue para Lovecraft, quien dijo del autor que nadie se había acercado "a la habilidad, seriedad y minuciosa fidelidad con la que registra las insinuaciones de anormalidad en ciertos objetos y experiencias ordinarios, detalle a detalle, las sensaciones y percepciones completas experimentadas en el tránsito de la realidad a la vivencia o la visión preternaturales." Algunos comentaristas sostienen que el meollo de la obra de ficción de Blackwood es la confrontación del hombre moderno de la época postracidicionalista con aterradoras fuerzas naturales o sobrenaturales. (Fuente: Hermida Editores).

Su lectura me ha parecido: sencilla, intensa, breve, perturbadora, con una trama y un tema para nada originales, con una intencionalidad novedosa, aterradora en ciertos pasajes, escalofriante con forme vas llegando al final...Hay libros que no necesitan presentación. Así de claro. Ni sinopsis, ni resumen, ni notas del autor, ni prólogo, ni epílogo, ni citas de la crítica especializada...Nada, absolutamente nada. Esto no ocurre con todos los libros, pues, en la mayoría de los casos el factor sorpresa desmerecería a una narración que ya de por si no lo exige dada su simplicidad o previsible trama. Con esos libros si que es necesario que los editores se afanen por difundir sinopsis, confiar ejemplares a los expertos o incluso montar toda una campaña de marqueting en la que inevitablemente se revelan algunos aspectos del libro en cuestión. Todo por los lectores, todo por los beneficios. El guardián entre el centeno, escrito por el norteamericano J. D. Salinger y publicado en el año 1951 fue un caso excepcional, un libro que se distribuyó y vendió sin una sinopsis por deseo expreso del propio autor.  ¿El resultado? Uno de los libros más famosos, polémicos y leídos de la historia. Y parte de ese éxito no sólo se debe al talento del escritor que lo plasmó sobre el papel, también al desconocimiento previo de la historia. Quien se adentra en El guardián entre el centeno lo hace sin una red que frene su caída, zambulléndose en aguas desconocidas. Su sola fama y el boca a boca bastaron, eso si, ningún lector se atreverá a revelaros de que trata la novela de Salinger, pues además de compleja, resulta imposible determinar una síntesis de la historia protagonizada por Holden Caulfield. El libro que hoy tengo el placer de reseñar, al igual que El guardián entre el centeno, no necesita ser destripado por una sinopsis en la contraportada, ni por la opinión de periodistas culturales, ni por un constante bombardeo publicitario a través de las redes sociales. Sólo basta con varias citas de uno de los grandes del terror, las de Lovecraft, para adentrarnos en su lectura sin orientación alguna, salvo la de que estamos, según el autor de Mitos de Cthulhu, ante uno de los mejores relatos de terror preternatural. Los sauces: el viaje del héroe más siniestro a través de los peligros de la naturaleza.

Los sauces han estado presentes en ciertos momentos cruciales de mi vida. El primer recuerdo que tengo relacionado con un sauce es siendo una niña jugando en el patio interior de la conocida como Finca Roja. Mi madre trabajaba allí y muchas tardes la esperaba acompañada de algún adulto (en mi memoria sólo están mis abuelos maternos). Unas veces estaba yo sola, pero otras, una de mis primas se venía y juntas jugábamos sin parar. En ese jardín, justo en una de sus partes más visibles, había un gran sauce llorón, cuyas ramas y hojas me sirvieron en más de una ocasión como escondite perfecto durante los juegos de la infancia. Conseguía perderme en su inmensidad y me inventaba todo tipo de historias relacionadas con ese árbol. Mi imaginación por aquellos años estaba en plena ebullición y siempre que volvía a la Finca Roja tenía que refugiarme en su envolvente copa para dejarme llevar. Por la misma época, los fines de semana, mis padres me llevaban a un parque en el que había columpios, un minigolf, una pista de patinaje, otra de skateboard y un lago artificial lleno de renacuajos. En dicho lago había pequeñas islitas con sauces a las cuales se podía acceder a través de piedras clavadas en el suelo que servían de puente. Más de una vez acabé con los pies mojados, pero no dudaba en cruzar y en contemplar como sus ramas caían en el agua por la fuerza de la gravedad. Me parecía en aquellos momentos de inocencia una imagen tan hermosa como hipnótica. Tanto es así que dicho recuerdo todavía persiste en la retina y en mi selecta memoria. Muchos años después, ya en el instituto, los sauces se convirtieron en el paisaje de mi adolescencia. Frente a la puerta del centro, varios de estos árboles se alzaban sobre los estudiantes, imponentes, testigos de muchos nervios, inseguridades, descubrimientos y conversaciones antes de entrar a clase. En más de una ocasión he de confesar que he deseado esconderme tras ellos, sobre todo en los días que había exámenes, incluso me he sorprendido jugueteando con alguna de sus hojas. Como habéis podido comprobar, los sauces han sido protagonistas de algunos de mis mejores (y peores también) recuerdos, y no es de extrañar que con el paso del tiempo haya aprendido a apreciarlos, hasta el punto de que a día de hoy considero al sauce mi árbol favorito. Así que, en cierto sentido, estaba de algún modo predestinada a acabar leyendo Los sauces. Un libro que no llegó a mis manos por mi especial relación con dichos árboles, sino como consecuencia de la lectura de El terror en la literatura de H.P. Lovecraft. Su entusiasmo por el texto y la crítica que en este fundamental ensayo realiza consiguieron que me picase la curiosidad. Una curiosidad que más pronto que tarde se materializó en la edición de Hermida Editores que a día de hoy contempla el comedor desde una de las estanterías de mi adorada librería. ¿Me gustó? ¿Qué sentí durante su lectura? ¿Me hizo temblar de miedo? ¿Suscitó alguna importante reflexión? La respuesta a estas y otras preguntas, en el siguiente párrafo.


En lo que respecta a la crítica propiamente dicha, comenzaremos apuntando que Los sauces, aunque en Hermida Editores lo hayan publicado como un libro independiente, en realidad se podría definir más bien como cuento o relato, dado el breve número de páginas que presenta. Una vez aclarado este tema tan importante, iniciaremos nuestra reseña diciendo que Los sauces presenta una lectura muy fácil, sencilla, amena pero en la que, como en todo relato de terror, el autor parece detener su narración, pausarla, para que el lector tenga unos segundos para interiorizar lo que ha leído y sentirse parte de la historia. Esto ya lo hacían con anterioridad las maestras y maestros del género, sin embargo, con Blackwood, encontramos, además de estos momentos de reposo típicos del terror, una fuerza narrativa muy intensa que te toca, te roza, te acaricia con la punta de los dedos. Y cuando eso sucede, cuando sientes el contacto de un ente extraño sobre tu piel, entonces empieza en algunos casos el verdadero miedo o el inicio de las reflexiones internas. En mi caso, y os tengo que ser sincera, me provocó más meditación que miedo. Sin embargo, no os voy a negar que en ciertos momentos de la historia me he sentido ligeramente identificada con ese tipo de horror del que Blackwood nos habla en este relato. La trama que se narra en Los sauces no puede ser más típica, de ahí que haya comentado en el primer párrafo que no me parece la trama más original del mundo. Blackwood narra la expedición en canoa de dos amigos, los cuales nunca sabremos su nombre (el protagonista y su compañero, del que sólo se revela que es sueco) por el Danubio, desde su nacimiento en la Sevla Negra hasta su desembocadura. El río fluye imparable en su descenso, poblado de pequeñas islas fluviales plagadas de Sauces, en una de las cuales, los protagonistas hacen noche. Es en aquel lugar donde ambos experimentarán un terror nunca antes vivido y que tiene mucho que ver con la soledad y con los peligros que entraña la naturaleza en toda su expresión. Esta trama, queridas lectoras y lectores, ya la usaron infinidad de autores mucho antes del nacimiento de Blackwood. La odisea de Homero sin ir más lejos narra un viaje, durante el cual, el protagonista deberá enfrentarse a mil aventuras y peligros para conseguir llegar sano y salvo a su hogar junto a su adorada esposa Penélope y su hijo Telémaco. Pero tal vez el texto que más se le parezca a Los sauces, al menos en cuanto a intencionalidad, es El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, pues, al igual que Blackwood, Conrad utilizó la idea del viaje (a lo largo de un río además) para explicar el lado oscuro del hombre y los límites de la maldad. En cuanto a estilo Los sauces es diferente, pero me atrevería a asegurar que el escritor inglés parece haber tomado como inspiración directa la obra más importante de Conrad. Si en lo que respecta a la trama carece de originalidad, ésta la hallamos en el momento en el que el lector se da cuenta de que no está ante El corazón de las tinieblas. ¿Y como lo consigue? gracias a que Blackwood  está especializado en el género del terror y a la intención que se esconde detrás del relato, la cual suscita una reflexión con la que podemos sentirnos más o menos identificados y que dista mucho de la que Conrad expone en su novela. Por último, no debemos pasar por alto la capacidad sensorial que Los sauces transmite, algo que el autor logra por medio de una ambientación tan embaucadora como perturbadora. Con pocas palabras Blackwood consigue que formes parte de la expedición, que huelas a tierra mojada, que puedas humedecer los dedos en las aguas del Danubio, que sientas el viento en tu cara, que tus pies se llenen de barro o que te asustes  ante el mínimo ruido procedente de los sauces. En definitiva y por ir finalizando la redacción de este párrafo, diremos que Los sauces es un relato de terror que narra un viaje fluvial por tierras extrañas para los protagonistas, un viaje que, al igual que el Danubio, transcurre con rapidez hasta desembocar en un final tan extraño como aterrador.


Reflexionando detenidamente tras la lectura de Los sauces me he dado cuenta de una cosa, y es que es posible que en este relato escrito a principios de siglo XX tenga cabida una interpretación para nada descabellada en relación con lo que se narra, pero sobre todo, con el contexto en el que éste ve la luz. Los sauces se publicó en el año 1907, una fecha sin duda importante, pues 1907 cronológicamente se podría incluir fuera del periodo victoriano (pues la Reina Victoria I de Inglaterra murió en el año 1901) y por tanto en las décadas de crisis de la era imperialista, pero al mismo tiempo, 1907 todavía queda ligeramente lejos de los principales acontecimientos que protagonizarían el siglo XX y que tendrían lugar tan sólo unas décadas después. Por tanto, Los sauces aparece en un limbo cronológico entre el esplendor del reinado de Victoria I (revolución industrial, expansión imperialista, descubrimientos científicos, edad de plata de las letras inglesas...) y el terremoto que el mundo experimentaría en pocos años (I Guerra Mundial, Crack del 29, II Guerra Mundial, Guerra Fría...). Un limbo que no es baladí y que a Blackwood, según mi humilde opinión, le sirvió para atemorizar con sus relatos y para plantear una obviedad: que el mundo está cambiando y que el esplendor del pasado ya era historia. En la biografía que hemos adjuntado del autor, Lovecraft se refiere a Los sauces como "el mejor relato de terror preternatural", un término que sin duda a muchos nos suena a chino, pero que tiene su explicación. Con "preternatural", Lovecraft se refiere a todo aquello que está afuera o más allá de lo natural. Comúnmente solemos usar este término de otra forma y referirnos a algo como "sobrenatural" en lugar de "preternatural". Los ángeles por ejemplo son "preternaturales", al igual que los vampiros, los hombres lobo o incluso los zombies. Todas y cada una de estas criaturas están dotados de poderes "preternaturales", es decir, que exceden lo natural, la razón, lo que cada uno de nosotros concebimos como racional. En Los sauces, este elemento "preternatural" aparece en forma de árboles, de insectos, de animales, de río, de grutas, de caminos.. En definitiva, en forma de territorio virgen nunca antes perturbado por la presencia del hombre. Y es en ese hecho tan crucial, el de dotar a la naturaleza de poderes preternaturales, donde encontramos el quid de la cuestión y la posible interpretación del relato. Cuando los afables excursionistas se adentran en ese lugar en el que salvo ellos no ha estado antes, las fuerzas de la naturaleza actúan en consecuencia, provocando una sensación de angustia y desasosiego tremendos, tanto en los protagonistas como en el lector. Aquí no hay fantasmas, ni monstruos, ni criaturas fantásticas de ningún tipo. Es la propia naturaleza en su estado más puro la que acaba determinando la historia y esa sensación de sentirse sola o solo en el mundo y ante lo desconocido. Con estos elementos ¿podría Los sauces ser una crítica al imperialismo? ¿Podría Blackwood estar diciendo que ese tiempo ha pasado y que todo ese afán expansionista se está volviendo en contra de quienes en su momento apostaron por invadir territorios, abolir culturas propias e instaurar su modelo de nación (europea y blanca) sobre países enteros? No se si he acertado o si mis conclusiones han acabado yéndose por otros derroteros, pero yo lo dejo ahí, pues es gracias a estas reflexiones donde reside el poder de un buen libro. Los sauces: una historia de soledad, paisajes fluviales, miedo, incertidumbre, perturbación de la paz...Un relato perfecto para los amantes del género, capaces de apreciar el intrincado mecanismo de la literatura de terror.

Frases o párrafos favoritos:

"La soledad de aquel lugar de acampada en medio del Danubio...¿podré olvidarla algún día? ¡La sensación de hallarme completamente solo en un planeta vacío!"

Película/Canción: ante la ausencia de la primera, he optado por adjuntar la siguiente pieza épica que me ha acompañado durante la redacción de esta reseña:


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Hermida Editores

viernes, 18 de mayo de 2018

RESEÑA: Damas oscuras.

DAMAS OSCURAS

Título: Damas oscuras. Cuentos de fantasmas de escritoras victorianas eminentes.

Autoras: Charlotte Brontë (1816-1855), Elizabeth Gaskell (1810-1865), Dinah Mulock,Mrs Craik (1826-1887), Catherine Crowe (1803-1876), Mary Elizabeth Branddon (1835-1915), Rosa Mulholland (1841-1921), Amelia B. Edwards (1831-1892), Rhoda Broughton (1840-1920), Mrs Henry Wood (1814-1887), Vernon Lee (1856-1935), Charlotte Riddell (1832-1906), Margaret Oliphant (1828-1897), Lanoe Falconer (1848-1908), Louisa Baldwin (1856-1922), Violet Hunt (1862-1942), Mary Cholmondeley (1859-1925), Ella D´Arcy (1856-1939), Gertrude Athernon (1857-1948), Willa Cather (1873-1947) y Mary E. Wilkins Freeman (1852-1930).

Editorial: Impedimenta.

Idioma: inglés.

Traductoras: Alicia Frieyro, Olalla García, Sara Lekanda, Magdalena Palmer y Consuelo Rubio.

Sinopsis: si hay algo que caracteriza a los victorianos es su maestría a la hora de contar cuentos de fantasmas. Un campo en el que muchas eminentes damas novelistas, conocedoras de lo escalofríante, marcaron tendencia. Las veinte historias incluidas en este volumen abarcan el reinado de Victoria y cuentan con aportaciones de autoras clásicas como Charlotte Brontë, Vernon Lee, Elizabeth Gaskell, Margaret Oliphant o Willa Cather, junto con otras no menos especialistas en lo tenebroso y sobrenatural. Ambientadas en los páramos de Irlanda, en una villa mediterránea o en la tétrica mansión de Londres, estos relatos evidencian la fascinación victoriana por la muerte y por lo que había más allá, con atmósferas sugerentes, ingenio y mucho humor. (Fuente: Impedimenta).

Su historia me ha parecido: extensa, completa, interesante, titánica, enormemente reflexiva, perfectamente presentada, cuyo esfuerzo editorial no aprecias hasta que no te adentras en él...Queridas lectoras y estimados lectores, todos sabemos que mayo es el mes más esperado por muchos. Es el momento en el que comienzan a florecer los jardines y parques que pueblan las ciudades, en el que el sol pasa más tiempo a nuestro lado y e el que, a pesar de que durante ese mes se produce un repunte en las alergias, lo acogemos con los brazos abiertos. En mayo es tiempo de dar largos paseos, de realizar salidas al campo, de organizar algún picnic en la hierba, de quitarnos la primera capa de ropa, de recorrer la ciudad en bicicleta o de cazar insectos. En mayo tienen lugar infinidad de festividades, en su mayoría religiosas, que toman las principales arterias de las ciudades durante unos días. Pero también, en mayo, tiene lugar un curioso fenómeno, el cual sólo experimentan quienes durante ese mes tienen que hincar los codos, y es que no aprendemos, siempre tenemos que dejarlo todo para el último momento. Además de todo eso, las semanas de mayo son tal vez las más reflexivas, pues cada vez queda menos para dar por finalizado un nuevo ciclo, ya sea laboral, social, personal, profesional...Y es durante esas soleadas jornadas cuando uno se detiene, se sienta y es consciente de que el verano está a la vuelta de la esquina y que en algunas ocasiones, el futuro sigue estando en el aire. Todo parece perfecto, bonito, idílico; como esas fotos que todos nos hacemos en actitud festiva y alegre. Sin embargo, tras esos rostros rebosantes de felicidad, tras esos ojos que se iluminan a la luz de los rallos de sol, tras esas amplias sonrisas, la perturbación puede aflorar en el momento menos oportuno, transformando lo que era un día típico de primavera en una jornada tormentosa. Nuestras preocupaciones, miedos e inseguridades, nuestros fantasmas al fin y al cabo, nos asaltan trastocando todo a su paso. De eso precisamente van los cuentos de los que hoy tengo el placer de hablaros y que, reunidos en un extraordinario volumen, constituyen el más amplio testimonio, no sólo de una época, sino de toda una tradición literaria. Damas oscuras: veinte historias de fantasmas, veinte ejemplos de insubordinación intelectual.


La historia de como este volumen de relatos llegó a mis manos es bien sencilla. Aunque para seros sincera comenzó a raíz de un interés intelectual todavía insatisfecho y que tiene mucho que ver con el redescubrimiento del siglo XIX. Durante las clases de historia del instituto, además de la I Guerra Mundial y la II Guerra Mundial, el siglo XIX no me entusiasmaba demasiado. Y aunque si bien es cierto que la historia social de aquel tiempo me provocaba más curiosidad que fascinación, solía pasar los exámenes sobre la Revolución Industrial y la era del Imperialismo con nota. Sin embargo, creo que fue durante el traumático segundo de bachillerato cuando de verdad logré cogerle tirria al siglo XIX, y más concretamente al siglo XIX español. El estrés que todos vivimos durante ese curso, la presión por el examen de selectividad, la extraordinaria complejidad de esta materia en concreto y un profesor de historia que dejaba mucho que desear contribuyeron a que las clases de historia contemporánea de España, en concreto los temas del siglo XIX, se me hiciesen soporíferas. De hecho, la situación llegó hasta el punto de que decidí decantarme por filosofía en lugar de por historia a pocas semanas de realizar el examen más importante de mi vida. Ironías del destino, mi intención era conseguir con mi resultado entrar en la carrera de Historia. En los años siguientes, ya encontrándome sumida entre clases magistrales, apuntes, almuerzos en la cafetería y búsquedas de libros en la biblioteca de humanidades, mi relación con el siglo XIX no es que mejorase, sino que fue a peor. En una carrera como la de Historia lo lógico hubiese sido toparte con profesores apasionados por su trabajo, pero sobre todo, por la época de la que son especialistas y que tienen el honor de explicar ante una abarrotada clase de alumnos ávidos de conocimiento. Pero la realidad fue que quien me tuvo que explicar el siglo XIX en el marco de Historia Universal de segundo curso no lo hizo adecuadamente, es más, parecía que le importaba un pimiento la asignatura y si los alumnos aprendíamos algo. A medida que avanzaban los cursos la cosa mejoró, y a pesar de que en tercero me tocó otra profesora bastante peculiar, por lo menos la segunda mitad del XIX español me quedó bastante clara. Luego en el Master fue otra cosa, no voy a decir que los encargados en impartir la asignatura sobre ese siglo fuesen impecables, pero mejores que aquel profesor de segundo sí. Una vez acabé mi etapa universitaria vino entonces mi acercamiento a esta época histórica a través de la literatura. Es cierto que ya había leído libros escritos en el XIX, de hecho, Madame Bovary y Frankenstein siempre estarán entre mis imprescindibles. Sin embargo, no fue hasta aquel crucial curso de escritura y el reencuentro con una amiga a la que hacía mucho tiempo que no veía los que me empujaron a leer más a fondo estos libros. Y gracias a todo ello, pude dar con la literatura victoriana, a la que durante este mes le estamos dedicando un importante espacio, y especialmente con el relato gótico. Un formato que al principio cuesta amoldarse pero al que poco a poco el lector consigue engancharse. Teniendo en cuenta todos estos antecedentes ¿Cómo no sucumbir ante Damas oscuras? Cuya presencia ya impone y atrae al mismo tiempo. Tardé bastante hacerme con un ejemplar, sin embargo, en cuanto inicié su lectura, y encima coincidiendo con una noche de tormenta, supe al instante que todos esos días de eterna espera habían merecido la pena.


Antes de centrarnos en la reseña propiamente dicha, me gustaría comentar que Damas oscuras tiene el honor de ser el libro de relatos más voluminoso en páginas y en contenido jamás reseñado en Jimena de la Almena. Un total de veinte relatos componen el libro, cada uno escrito por una autora diferente, cuya única conexión entre ellas, además de excepcionales lazos de amistad que unían a algunas de estas autoras, son las fechas de sus respectivos nacimientos (todos comprendidos a lo largo del siglo XIX), su lugar de procedencia (la mayoría nacidas en Gran Bretaña excepto tres de ellas) y el tipo de cuento, que no es otro que el cuento de fantasmas gótico puro y duro. Cada una con su estilo y peculiaridades literarias, pero todas sucumbidas ante el atractivo filón que por aquel entonces tenía escribir sobre lo sobrenatural y la delgada línea que separa la vida de la muerte. La edición que nos presenta Impedimenta no puede estar hecha con más amor, empezando por el cuidadísimo diseño de portada (el cual no puede ser más Dickensiana al combinar lo fantasmagórico con elementos que recuerdan a la Navidad) y acabando por la ordenación y presentación de cada uno de los relatos. Los cuales vienen precedidos de una pequeña biografía de la autora que ha escrito el relato. Tras una útil introducción por parte de los editores apuntando las características básicas del contexto histórico en el que nacieron cada uno de los escritos, el volumen arranca de la forma más potente posible, con un relato de la mismísima Charlotte Brontë. Una decisión que sin duda no ha sido fruto ni del azar ni de la casualidad, pues al iniciar el libro con este relato en particular se lanzan dos mensajes: primero, que el texto de Charlotte Brontë es el más antiguo en comparación al resto, el primero que se escribió. Y segundo, impresionar al lector que se adentre en Damas Oscuras, pues más allá de Jane Eyre y algunas novelas menores, muy pocos son los que saben que la mayor de las hermanas Brontë escribió poesía y no pocos cuentos, algunos de ellos de fantasmas, como el que inaugura este recopilatorio literario. Un relato extraordinariamente breve para la época en el que, sorpresa, pone en evidencia al mismísimo Napoleón Bonaparte de una forma realmente brillante. Tras ella le sigue otra de las grandes, Elizabeth Gaskell con un relato protagonizado por una peculiar niñera que lejos queda de los afables personajes de Norte y Sur. A estas insignes escritoras le siguen otras por desgracia menos conocidas pero igual de interesantes. Tales son los casos de Mary Elizabeth Branddon (fundadora de las revistas literarias Belgravia Magazine y Temple Bar Magazine), Amelia B. Edwards (afamada arqueóloga y Egiptóloga, hasta el punto de fundar la Egypt Exploration Society aún vigente en la actualidad), Rosa Mulholland (a quien el mismísimo Charles Dickens animó y aconsejó en sus inicios como escritora), Rhoda Broughton (a quien la sombra de su tío, Joseph Sheridan Le Fanu, condenó a un segundo puesto), Mrs Henry Wood (Ellen Price, escribió gran parte de su obra sentada en una silla especial debido a unos problemas de espalda que la acompañaron toda su vida) o Vernon Lee (pseudónimo Violet Paget, fue pionera en abordar públicamente su homosexualidad, además de ser la pareja de Amy Levy, primera mujer judía en ser aceptada por la Universidad de Cambridge) entre otras. Así mismo, en Damas oscuras también encontramos presencia norteamericana de la mano de autoras como Gertrude Athernon (en cuya biografía encontramos detalles tan curiosos como que Oscar Wilde le resultaba físicamente repulsivo y sus escritos poco viriles, su anticomunismo o su pertenencia a la League of American Writers a favor de Franco siendo la única mujer), Willa Cather (quien consiguió fama y reconocimiento como escritora en vida al tiempo que rompía esquemas al convivir con su pareja, Edith Lewis, bajo un mismo techo)y Mary E. Wilkins Freeman (primera mujer en recibir la medalla Howells de Ficción por parte de la Academia Americana de las Artes y las Letras) cuyo estilo que mezcla la inspiración victoriana y aspectos de la cultura estadounidense de aquellos años las convierten en escritoras singulares dentro del panorama literario del XIX. La estructura de todos los relatos es muy similar: entorno proclive (castillo, mansión...), con unos personajes extremadamente apasionados y en los que una presencia sobrenatural quebranta la aparente armonía del lugar, afectando de forma decisiva al devenir de cada personaje. El estilo es diferente en cada relato, al igual que la calidad literaria o los puntos de vista desde los que se narra la historia. Sin embargo, en su conjunto podríamos decir que confeccionan un amplio mapa de las posibilidades del terror dentro de una tradición tan específica como la del cuento de fantasmas victoriano. Por ir finalizando este apartado diré que éste no es un libro fácil de leer. Es más, Damas oscuras no permite una lectura seguida de hecho os aconsejo que lo cojáis con tiempo e incluso que lo compaginéis con otra lectura totalmente distinta. Así como el hecho de que si eres un amante de la literatura victoriana, éste libro no puede faltar en tu biblioteca.


El XIX británico fue realmente fascinante. Bajo lo que posteriormente se conocería como "época victoriana" se asocian una serie de acontecimientos clave. Tales como la consolidación de una economía industrializada, el desarrollo y asentamiento de la burguesía como consecuencia de la implantación del sistema fabril, el masivo éxodo rural, la transformación de las grandes ciudades (Londres especialmente), la aparición de otros núcleos urbanos nacidos al calor de la Revolución Industrial (como puede ser el cado de Manchester y Liverpoool), la aparición de nuevos barrios (unos destinados a la burguesía a las afueras de las ciudades y otros a los obreros situados en pleno corazón de éstas) el imparable crecimiento de la población, la expansión imperialista, el nacimiento del movimiento obrero, la consolidación del liberalismo o el surgimiento de las primeras reivindicaciones sufragistas entre otros. Luego, conforme nos vamos aproximando al conocimiento de esta etapa del pasado, vamos añadiendo más aspectos que lo caracterizaron, como por ejemplo los avances científicos (tanto tecnológicos como los concernientes a la biología). No debemos olvidar que es durante el siglo XIX cuando Charles Darwin escribe El origen de las especies, causando un verdadero cataclismo en la sociedad del momento. El XIX británico también fue testigo de los numerosos descubrimientos geográficos que exploradores (y alguna exploradora) llevaron a cabo por las colonias. Como consecuencia de ello, también se produjeron otro tipo de descubrimientos, más relacionados con el campo de la arqueología, especialmente en lugares como Egipto, lugar que en pocos años se convirtió en la meca de muchos entusiastas por la historia y el mundo antiguo. Lástima que todo ese afán de conocimiento acabase derivando en un masivo expolio. Pero sin duda, no se puede hablar de la era victoriana sin mencionar el auge que durante aquel siglo experimentó la cultura, en especial las letras, teniendo a Charles Dickens como su máximo exponente y siendo el que mejor ha descrito dicha época en sus novelas. Sin embargo, y eso Damas oscuras lo demuestra, existieron muchas escritoras, la mayoría británicas y algunas nacidas al otro lado del charco, que no quisieron quedarse atrás ejerciendo el papel de dulce esposa y apostaron por labrarse una carrera literaria a la altura de sus colegas varones. Y fueron los cuentos de fantasmas a través de los cuales algunas de estas autoras lograron fama y reconocimiento. La respuesta al por qué de la popularización de estos relatos la encontramos primero en el creciente interés por lo oculto. Es durante esa época cuando se popularizan las sesiones de espiritismo (sobre todo en las clases más pudientes) y en la que la figura de la o el médium cobra importancia. Y segundo, en algo clave: el surgimiento del Romanticismo como reacción a los dictados de la razón y la ilustración. Es así como el fantasma, como personaje literario, se usan para reivindicar el carácter folclórico de toda sociedad y para perturbar las cuadriculadas vidas de las clases acomodadas. Todo eso en un contexto en el que, a pesar de que se reivindicasen las raíces de los pueblos, éstos hacía mucho tiempo que las habían arrancado en el imparable camino del progreso. Por tanto, el carácter subversivo del fantasma fue la excusa perfecta para que estas escritoras lo usasen para alterar el orden y reivindicarse en un mundo de hombres. Sería hipócrita decir que las autoras no se sentían identificadas con sus fantasmas literarios, pues, esa invisibilidad a la que la sociedad les había condenado (convirtiéndolas en "ángeles del hogar" recluidas en el ámbito doméstico) tenía que ser visibilizada, denunciada, mostrada. ¿Y qué mejor forma de hacerlo que a través de un relato de fantasmas clásico? En definitiva, este libro, plagado de historias (algunas de ellas para no dormir) lanza tres mensajes: uno, que la literatura victoriana aún nos puede dar muchas sorpresas. Dos, que a través de los cuentos se puede conocer las costumbres sociales de una época histórica del pasado. Y tres, que las mujeres también sabemos escribir relatos de terror. Damas oscuras: veinte relatos de desasosiego, perturbación, casas encantadas, villas mediterráneas, parajes inhóspitos, sucesos sobrenaturales, reflexión...Un libro que reivindica y ensalza el papel de la mujer escritora.

Frases o párrafos favoritos:

"Acompañado por el espectro, recorrió las calles desiertas hasta llegar a una mansión que se alzaba a orillas del Sena. Una vez allí, su guía se detuvo, y cuando las puertas se abrieron para recibirlos, entraron en un amplio vestíbulo de mármol que ocultaba parcialmente una cortina, por cuyos pliegues transparentes penetraba una intensa luz de ardía con un brillo cegador. Una hilera de figuras femeninas fastuosamente vestidas y tocadas con guirnaldas de las flores más hermosas, aunque con rostros ocultos por unas espantosas máscaras de calavera, se alineaba ante el cortinaje."

Película/Canción: como no podía ser de otra manera, os adjunto la pieza de música clásica que me ha acompañado durante la redacción de esta reseña. Tan conocida como impactante, consigue que un escalofrío recorra tu cuerpo de arriba abajo.


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Impedimenta

martes, 15 de mayo de 2018

RESEÑA: La señora Fletcher

LA SEÑORA FLETCHER

Título: La señora Fletcher.

Autor: Tom Perrotta (Newark, Nueva Jersey 1961) es escritor y guionista. Ha publicado con gran éxito de público y crítica dos libros de cuentos y ocho novelas que han sido traducidos a múltiples idiomas. Muchas de sus obras han sido llevadas al cine, entre ellas Election (1998), Juegos de niños (2004) - por cuyo guión estuvo nominado al Oscar - y The Leftovers (2011), que se convirtió en una exitosa serie de la cadena HBO. La señora Fletcher (2017) es su última novela. (Fuente: Libros del Asteroide).


Editorial: Libros del Asteroide.

Idioma: inglés.

Traductor: Mauricio Bach.

Sinopsis: Eve Fletcher es una mujer divorciada de poco más de cuarenta años que vive en una tranquila ciudad de Nueva Jersey. Ahora que su hijo se acaba de ir de casa para empezar la universidad piensa que ha llegado el momento de dedicarse un poco más a sí misma, de aprovechar todo el tiempo que tiene a su disposición. Eve se apuntará a un curso universitario sobre "género y sociedad", donde conocerá a gente de lo más variopinta, se obligará a cultivar nuevas amistades, descubrirá la pornografía en internet y las aplicaciones de citas, y hará cosas que meses atrás le hubieran parecido inconcebibles. Mientras, Brendan, su hijo, se dará cuenta de que su idea de lo que sería la peripecia universitaria estaba completamente obsoleta y de que la vida en el campus está muy lejos de los estereotipos que había imaginado. (Fuente: Libros del Asteroide).

Su lectura me ha parecido: interesante, ligeramente divertido, amena, con momentos de verdadera lucidez, contradictoria, desmitificadora, contemporánea...Queridas lectoras y estimados lectores, nos estamos americanizando a la velocidad de la luz. Estas palabras suenan demasiado contundentes, lo se, pero en este mundo tan globalizado el poder económico y cultural que ostenta los Estados Unidos de América es tan grande que todos los países de la orbita, incluyendo el nuestro, intentan amoldarse a todo lo que provenga de él. El concepto de comida rápida, los adosados con jardín, las hamburguesas, el Halloween, las bodas con damas de honor, el cine, el brunch, las tortitas, el kétchup, la música, las primarias, las fiestas universitarias, los bailes de fin de curso, las graduaciones académicas, los muffins, las series de televisión...Son muchos los aspectos que dese Europa copiamos y adaptamos para convertirlos en nuestros. No obstante, y a pesar de la cara oculta de la globalización, y en lo que a libros se refiere, los europeos, y por extensión los españoles, nos apasiona la literatura americana. Raro es el adolescente de éste país que no haya leído, o al menos intentado leer, El guardián entre el centeno de J. D. Salinger, o el adulto aficionado al terror que no haya leído ni a Edgar Allan Poe, ni a H. P. Lovecraft  o a Stephen King. Incluso a día de hoy el pensamiento de Henry David Thoreau, uno de sus norteamericanos más ilustres, está más de actualidad que nunca. Al igual que existen muy pocos amantes de los libros en este mundo que no se rindan ante la calidad y el aura que desprenden los escritores de la llamada Generación Perdida. Por no hablar de la Generación Beat (rescatada editorialmente en nuestro país), de las escritoras norteamericanas del XIX (cuyo feminismo está empezando a conocerse y que va mucho más allá de la Harriet Beecher Stowe) o el inquebrantable como ocasionalmente sobrevalorado Paul Auster. Todos hemos leído algo escrito por una escritora o escritor norteamericano, y seguiremos haciéndolo, porque a pesar de que podamos escapar de algunas de sus costumbres, reconozcámoslo, adoramos su cultura, historia, paisajes o sus problemas sociales a través de la creación literaria. Con el libro que hoy tengo el placer de reseñar ocurre precisamente eso, que el lector acabe sucumbiendo al atractivo de los autores norteamericanos, aunque en esta ocasión, se nos presente una visión algo menos estereotipada. La señora Fletcher: la desmitificación de la clase media americana a golpe de contradicciones y humor inteligente.


La historia de como este libro llegó a mis manos es bien sencilla. Podría empezar la narración desde el momento en el que una mañana, tan ajetreada como decepcionante, el cartero llamó al timbre y me entregó en mano un paquete que contenía un ejemplar de La señora Fletcher. No obstante, y siendo totalmente honestos, deberíamos trasladarnos unos meses atrás, cuando irremediablemente experimenté el llamado "bloqueo lector". La razón por la que durante unas semanas estuve prácticamente sin leer un libro fue sin duda la acumulación de lecturas de clásicos que leía. Todos los que me seguís o me leéis por aquí sabéis de mi predilección hacia todas aquellas lecturas escritas en el pasado y que por un motivo u otro la historia los ha considerado inmortales y atemporales, trascendiendo incluso siglos al momento en el que fueron escritos. Y no lo voy a negar, me encantan, sobre todo porque a través de ellos me adentro en épocas pasadas que me gustan mucho y de las que siempre se puede aprender algo nuevo. Sin embargo, todo tiene su límite, y yo lo rebasé hasta el punto de no querer ni oír hablar de ciertas autoras o autores en mucho tiempo. Mis noches,  las cuales destinaba a leer hasta sucumbir de sueño, me las pasaba mirando al techo. Suena deprimente, lo se, pero no os podéis imaginar las cosas que se hacen cuando uno lo sufre en carne propia. Me costaba dormir, tenía la cabeza en otra parte, hacía de una tontería una montaña de arena, sentía que nadie me entendía, mis pensamientos fueron sustituidos por preocupaciones, casi no hablaba...Tengo que aclarar que, además del bloqueo lector, se juntaron otras cosas de las que no voy a hablar, las cuales agravaron aún más esa sensación de desazón y de estar perdiendo el tiempo constantemente. Necesitaba desesperadamente algo nuevo, algo que me hiciese volver a ser yo misma, a seguir peleando cada día, a no tirar la toalla a la primera de cambio, a no ser tan negativa. ¡Algo! ¡Lo necesitaba! Lo más curioso de toda esta historia es que ese algo que pedía a gritos llegó en forma de libro, justo lo que durante esas semanas había estado evitando. La señora Fletcher se titulaba y su historia me tuvo obnubilada durante el tiempo que duró su lectura. Un tiempo en el que conseguí relajarme, descansar mentalmente y dejarme llevar por el poder de las palabras. En definitiva, lo que necesitaba al fin y al cabo era un libro actual, sin barroquismos, sin extrañas metáforas, simple y rápido de leer. Luego La señora Fletcher me hizo reflexionar, pero eso vino con el tiempo, una vez asenté la lectura en mi cabeza. Ha pasado el tiempo y todavía recuerdo las noches que este libro reposó sobre la mesita, esperando ser leído. Y aunque cada vez que lo nombro la gente suele confundir su título con el inolvidable personaje de Angela Lansbury, me da igual, sólo me importa la certeza de que un libro, de nuevo, me ha salvado del abismo.


En lo que respecta a la reseña propiamente dicha, comenzaremos por algo que ya he comentado en los párrafos anteriores. La señora Fletcher presenta una lectura muy amena, tranquila, apacible, que invita al lector a se relaje en el sofá y se sumerja sin problemas en la historia. Sin embargo, eso no sucede al momento, al menos no en mi caso. Si bien es cierto que a medida que avanzaba entendía mejor porque derroteros iba a transcurrir la trama, lo cierto es que personalmente me costó entrar en ella, pero sobre todo, familiarizarme con sus personajes. Eve Fletcher, la famosa señora Fletcher, me pareció una madre corriente y moliente al principio y el personaje del hijo, por ser clara, un cerdo machista, de esos a los que si existiera en la realidad tendría muy lejos de mi. Sin embargo, con el paso de los días y de las hojas que iba dejando atrás, Eve Fletcher me acabó cayendo bien, bastante bien diría. De hecho se podría decir que es ella, sus acciones y pensamientos el único eje de la novela del que parten la mayoría de las reflexiones que Tom Perrotta manifiesta en ésta. Pocas veces encontramos en la literatura un personaje con el que poder identificarnos más allá de la posición social o la situación sentimental que experimenta en ese momento. Y con respecto a Brendan, el hijo de Eve, me siguió cayendo mal, hasta el punto de cogerle manía. Algo que no me sucedía desde hacía tiempo. Más allá de los personajes, aunque como acabamos de comprobar son bastante importantes en esta novela, La señora Fletcher cuenta dos historias que transcurren en paralelo, la historia de Eve Fletcher por un lado y la de Brendan por otro. Eve es una mujer de unos cuarenta años, directora de un centro de atención a personas mayores y madre divorciada que ante el síndrome del nido vacío decide llenar el espacio que ha dejado libre su hijo para dedicarlo a si misma. De este modo, Eve se apunta a un curso universitario sobre literatura transgénero que le servirá para conocer a todo tipo de gente, cada cual más interesante en sus opciones sexuales, los cuales acabaran dando más de una lección a Eve. En pocas palabras podríamos decir que Eve acaba abriéndose a un atractivo mundo para ella antes desconocido y que le llevará, entre otras cosas, a descubrir el porno, a replantearse su propia sexualidad y a conocerse mejor a si misma. Por otro lado, Brendan, es el típico chico deportista de instituto y juerguista que accede a su primer año de universidad, y por extensión, a su primera experiencia fuera del nido materno. ¿El resultado? Una total decepción. Las razones: que la vida universitaria no responde a los estereotipos que él espera (fiestas, borracheras, ligues...) y su negativa a subir el siguiente escalón en su camino hacia la madurez. Ambas voces se alternan a lo largo de esta novela, dando paso a otros personajes igual de interesantes como Julian Spitzer o Amanda Olney, de los cuales no quiero desvelar mucho, pues de hacerlo estaría destripando gran parte de la historia. Por otro lado, La señora Fletcher se caracteriza por el uso del humor en determinados momentos de la novela y siempre coincidiendo con esas contradicciones en las que los personajes caen una y otra vez. El lector no se ríe a carcajadas con las reflexiones de Eve,sino que sonríe, sin poder evitarlo, ante esas  otras situaciones que se producen. Y sin duda, no podemos pasar por alto el carácter cinematográfico de este libro. Recordemos que su autor, Tom Perrotta es además guionista y creador de Leftovers (una de las series, según los críticos, más infravaloradas del panorama seriefilo actual), por lo que el versado en estas lides intuirá  que existe un proyecto más allá de La señora Fletcher más allá de lo novelístico en la cabeza del escritor. Por último, me gustaría dedicar unas líneas a expresar mi disconformidad con el final de este libro, tan conservador como impredecible, no deja a nadie indiferente. Eso si, tal y como está planteado, es posible que existan personas a las que les guste y aprueben la decisión de Perrotta respecto a sus personajes. Esta dualidad de opiniones no hace sino cargar a La señora Fletcher de personalidad y atrevimiento.


Existen en el mundo ciertos lugares idílicos en los que todos alguna vez en nuestra vida hemos deseado estar. Tumbados en una playa del pacífico, en medio de un profundo bosque, paseando por una gran urbe, cruzando un famoso puente, contemplando un importante monumento, nadando en una piscina cubierta, comiendo en el mejor restaurante del mundo, al borde de un acantilado admirando el paisaje, sobre el pico de alguna montaña o bajo una noche estrellada. Pero también los hay quienes su felicidad se materializa en la estabilidad que produce pertenecer a una clase social determinada, en especial a la conocida como clase media, que en Estados Unidos, se nos ha presentado siempre de forma estupenda. Barrios apartados de las ciudades, adosados con jardín, en algunos casos con piscina, hileras e hileras de calles interminables, los coches siempre aparcados a la entrada, aceras plagadas de buzones, carreras en bicicleta, meriendas en el porche, clubs sociales, niños vendiendo limonada tres calles más allá, el autobús escolar que se detiene frente a las casas, cafeterías, tiendas de ropa, electrodomésticos, enormes supermercados...En definitiva, el leitmotiv de muchas películas americanas que consiguen que desde otras partes del globo terráqueo admiremos ese estilo de vida, o que incluso sintamos envidia de él. Sin embargo, y de nuevo el cine lo muestra, no todo es perfecto. La aparente felicidad que se respira en ese particular ecosistema en ocasiones enturbia la vida de sus habitantes. No son felices, se sienten atrapados en una misma rutina día tras día, quieren escapar de todo ello, aunque dicho atrevimiento tenga como consecuencia romper con todo, incluso con lazos familiares. Esa vida acomodada y conservadora les devora y no están dispuestos a dejarse engullir por las garras del sistema que sus generaciones anteriores han contribuido a construir y asentar. Esa y no otra es la trama de American Beauty, película protagonizada por el malogrado Kevin Spacey y por una siempre fantástica Annette Bening y que a principios de los 2000 se llevó todos los premios cinematográficos habidos y por haber, incluyendo cinco premios Oscar. En ella se abordan las miserias de una familia dentro de la supuestamente idílica vida de la clase media estadounidense y de como su protagonista, Lester Burnham (personaje que le valió a Kevin Spacey su segundo Oscar) trata de revelarse contra ella tirando de ironía y poco a poco satisfaciendo sus propios deseos. Todos recordamos algunos detalles de la película (de hecho el lector más cinéfilo habrá podido adivinar que la anterior imagen corresponde a uno de los fotogramas, a mi juicio, más interesantes del film) aunque ésta haya pasado a la historia básicamente por la famosa escena de los pétalos de rosa cayendo sobre Lester Burnham mientras contempla embobado a Angela Hayes, la mejor amiga de su hija, desnuda y semicubierta de un manto de rosas rojas. Y en el fondo, la trama de La señora Fletcher tiene muchos puntos en común con la película de Sam Mendes. Para empezar también desmitifica el prototipo de familia de clase media americana al plantar ante los ojos del lector a una madre divorciada con un hijo. También apreciamos sus pequeñas miserias, sus contradicciones, su incapacidad para asumir los cambios, sus ansias por escapar de la rutina, del hastío, el abrazar unos estereotipos que no existen en el caso de Brendan o en disfrutar fuera del sistema en el caso de Eve Fletcher. Sin embargo, tanto la novela como la película parecen mandarnos un mensaje tan contundente como preocupante. El de que si te sales de la norma tienes que estar atenta o atento a las consecuencias. Algo que al espectador y al lector no debe dejarnos impasibles, sino que a partir de él, debemos construir en nuestra cabeza la reflexión principal, que no es otra que la de que hasta lo perfecto es imperfecto. Que lo que brilla acaba cegando los ojos. Que el lugar más deseado puede convertirse en nuestra peor pesadilla. La señora Fletcher: una historia de descubrimiento, soledad, aprendizaje, bofetadas de realidad, clases de historia de género, sexo, pornografía cibernética, huida hacia adelante...El American Beauty literario.

Frases o párrafos favoritos:

"La mayoría de ellos parecían no seguir el mismo guion que ella, aunque eso también dijese más sobre las personas importantes en su vida que sobre los grandes días en general."

Película/Canción: a la espera de que tengamos más noticias de la futura adaptación televisiva de esta novela, de la cual sólo se conocen algunos detalles. Os adjunto la pieza de BSO que me ha acompañado durante la redacción de esta reseña. La cual, no podía ser otra que el tema principal de American Beauty. Que la disfrutéis.


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Libros del Asteroide

viernes, 11 de mayo de 2018

RESEÑA: Relatos sombríos.

RELATOS SOMBRÍOS

Título: Relatos sombríos.

Autora: Edith Nesbit (Londres 1858-Dymchurch, Kent 1924). Su padre murió cuando era muy joven y su madre, a pesar de la falta de dinero, fue capaz de darle una educación, primero en Inglaterra y luego en Francia. Era una mujer fuerte e independiente que escribía para mantener a su familia. Conocida principalmente por sus cuentos para niños, sus historias de fantasmas quedaron relegadas al olvido. Se sirvió de estos relatos para plasmar las tensiones matrimoniales que vivía en su propia casa, usando lo sobrenatural como catálisis para provocar una crisis emocional en sus persoanajes. Siempre muy interesada en lo sobrenatural, se quejaba de que en la casa en la que escribió sus más famosas historias para niños estaba embrujada. Murió en el condado de Kent por un cáncer de pulmón a los 66 años. (Fuente: Biblioteca de Carfax).


Editorial: Biblioteca de Carfax.

Idioma: inglés.

Traductor: Gonzalo Gómez Montoro.

Sinopsis: recopilación de nueve relatos victorianos de fantasmas y experiencias sobrenaturales. En ellos el lector explorará los límites del miedo, así como una ácida critica social a la época a través del género del terror. (Fuente: Biblioteca de Carfax).

Su lectura me ha parecido: interesante, amena, perturbadora, inteligente, breve, un maravilloso descubrimiento...Queridas lectoras y estimados lectores, ya es un hecho, el terror está de moda en la literatura. Pero no un terror cualquiera, de este que no dice nada al lector y que su trama descafeinada dura un suspiro en el recuerdo de quien la lee, sino el terror de verdad. Ese terror primitivo que se desarrolló a principios de siglo XIX, el que surgió de la necesidad de romper con lo anterior, que funcionaba como una vía de escape ante los dictámenes de la razón. Ese que nos hace atravesar bosques siniestros, recorrer pasadizos secretos, pasear entre tumbas, admirar las ruinas de tiempos pasados o perdernos entre los muros de una mansión de estilo neogótico. Ese en el que lo sobrenatural está a la orden del día, permitiendo a los personajes estar en permanente contacto con el más allá o con criaturas tan monstruosas como humanas. Ese que nos sobrecoge con su vigencia y atemporalidad, consiguiendo que el lector del siglo XXI se quede impactado ante las poderosas reflexiones que este tipo de terror literario puede ofrecer. Muchos son los que no se atreven a leer este tipo de historias, y lo entiendo, pues durante muchos años yo misma pertenecí a ese grupo, a ese colectivo de lectores que no querían oír hablar de las historias de terror. Sin embargo, en los últimos años me he dado cuenta del potencial que éste género tiene, siendo en mi más sincera opinión, uno de los que mejor expresa las opiniones e ideología de la escritora/or que hay detrás. Algo tremendamente importante si tenemos en cuenta lo difícil que resulta en ocasiones hacernos entender a través de la palabra escrita. El volumen de relatos que hoy reseño se encuadra en ese contexto precisamente, en el del resurgimiento del terror como moda literaria, pero también en el del rescate editorial. Un enorme esfuerzo por parte de las editoriales al que como lectores y hambrientos de saber, debemos estar eternamente agradecidos. Relatos sombríos: nueve joyas terroríficas rescatadas del olvido.


Como he comentado en el anterior párrafo a una servidora no le gustaban los libros de terror. ¿La razón? La de siempre: porque no quería pasarlo mal durante la lectura. Antes de iniciarme en el género, yo concebía la lectura como algo placentero sin más. Ni actividad reflexiva, de enriquecimiento intelectual o humano. Nada de eso. Era de las que me tumbaba en un sitio cómodo (sofá, cama, tumbona...) y me pasaba horas leyendo. Experimentaba todo tipo de emociones, sí, pero no las asumía como posibles objetos de debate o alicientes para hacerme profundas preguntas acerca de lo que acababa de leer. Sin embargo, y aunque el cambio de chip se produjo con una serie de lecturas que nada tienen que ver con el terror y aunque mi primer libro del género fue Misery del gran Stephen King, comencé a darme cuenta del potencial de las historias de miedo cuando, durante un curso de escritura creativa, leímos El corazón delator de Edgar Allan Poe. Había leído la citada Misery y Leyendas de Bécquer (éste último en el instituto y sin sacarle todo el partido que ofrece dicha lectura), pero su recuerdo no fue para nada comparable a lo que sentí ante aquella lectura en voz alta del famoso relato de Poe. Fue en ese preciso instante en el que me di cuenta de que el terror, como género literario, además de producir emociones extremas en el lector podía ser el vehículo más eficaz para transmitir una inquietud, un pensamiento o inquietar con una reflexión tan actual como viva en el tiempo. Todos recuerdan las historias de terror, cualquiera que se haya adentrado en el género lo hace, y si pasan los años y la gente sigue fascinada por el terror será por algo. En mi caso, respecto al El corazón delator, recuerdo primero el agobio que me produjo el relato, una sensación de tensión constante y de desear que la trama se resolviese de una vez para apaciguar esos nervios. Sin embargo, también recuerdo ese mensaje tan oscuro que lanza el relato acerca de la condición humana y de los pensamientos que se nos pueden pasar por la cabeza en circunstancias límite. Una reflexión que podemos encontrar, además de en el cine, también en cientos de sucesos que ocurren a diario sin que seamos conscientes de ello. Por todo ello, y gracias al maestro Edgar Allan Poe, me lancé en los últimos años a descubrir el género. Han sido unos cuantos los autores que han pasado ante mis ojos: Lovecraft, Blackwood, Hope Hodgson... Pero he de decir que si de algo me ha servido esta introducción en el terror ha sido para comprobar que las mujeres también saben asustar con las palabras, que están a la misma altura en unos casos o por encima de los grandes del género en estas lides, que sus mensajes y reivindicaciones son expuestos de una forma muy ingeniosa y que tristemente, muchas de estas historias se han perdido o menospreciado por el hecho de estar firmadas con nombre de mujer. Afortunadamente, gracias a algunas editoriales del panorama literario español, he podido conocer a algunas de ellas, en especial a las de la época victoriana, las cuales han acabado por convertirse en mis favoritas. Y gracias especialmente a La Biblioteca de Carfax, editorial especializada en terror, porque ha logrado descubrirme a Edith Nesbit, una autora que influyó de manera decisiva en escritores como el autor de Las Crónicas de Narnia, C.S. Lewis, P.L Travers, autora de Mary Poppins o J.K. Rowling, autora de la exitosa saga de Harry Potter. En definitiva, Edith Nesbit y sus Relatos sombríos llegaron a mis manos gracias a ese interés por descubrir el mundo de las escritoras victorianas, más allá de las hermanas Brontë o Elizabeth Gaskell, y del que todavía no está todo dicho.


Centrándonos en la crítica de Relatos sombríos, comenzaremos diciendo que éste, en su conjunto, presenta una lectura bastante amena, sencilla, compuesta por relatos no demasiado largos y por unas historias realmente interesantes desde el punto de vista interpretativo. Como consecuencia, el lector que se adentre en estos nueve textos comprobará como las páginas vuelan en sus manos y ante sus ojos. Pero más allá de la extraordinaria agilidad que bien podríamos encontrar también en textos de más reciente publicación, lo que de verdad merece la pena de los relatos de Edith Nesbit es pararse, sosegar la lectura y detenerse en cada uno de ellos para observarlos con una mirada más analítica. De este modo, el lector apreciará pequeños detalles que harán de este volumen una recopilación inolvidable. Según la pequeña biografía que podemos leer en una de las solapas, descubrimos que Edith Nesbit, como autora, fue y es más conocida por sus cuentos infantiles, aunque su producción dentro de la narrativa del terror se encuadra temporalmente dentro de la tradición victoriana, lo que significa que como lectores nos predisponemos ante la lectura de un tipo de historias cargadas de tópicos de sobra explotados. Y sí, en cierto modo los relatos de Nesbit responden a las características básicas de la época y del estilo. Abundan los espíritus, las parejas apasionadas, tétricas iglesias con apariencia ruinosa, secretos llevados literalmente a la tumba o fenómenos paranormales cuya explicación encontramos en las creencias populares del momento. Pero insisto, más allá de los tópicos del género, nos topamos con relatos tan inquietantes como extraordinarios, los cuales pueden perfectamente ser objetos de investigación filológica, pero también histórica. Por destacar algunos de los cuentos que más me han llamado la atención me quedaría con unos cuantos. En primer lugar, el libro se abre con el relato La estatua de mármol, publicado originalmente en prensa y que narra la historia de una pareja de recién casados atrapada en un mundo de superstición digno de estudio y análisis pormenorizado. En segundo lugar, Desde el reino de los muertos, constituye una de las tramas más simples y sobreexplotadas de la literatura (el desengaño amoroso) que acaba por convertirse en todo un tratado sobre los roles de género en la época y sobre los límites de los celos. En tercer lugar, El marco de Ébano, una suerte de El Retrato de Dorian Gray con un planteamiento más escalofriante. O en cuarto lugar el tremendo En la oscuridad, tan inquietante como perturbador, para los más aprensivos recomiendo que procuren leer este relato a plena luz del día. Pero sin duda, han habido dos textos dentro de este libro que sobresalen por encima del resto. El primero de ellos, La tercera sustancia, narra la historia de un científico que trata de hallar una fórmula para conseguir un superhombre. ¿Nos suena no? Es evidente que Nesbit se inspiró en el Frankenstein de la gran Mary Shelley para escribir este relato. A la pregunta de si está a la altura del monstruo más famoso de la literatura, la respuesta es que no, sin embargo, las reflexiones que Nesbit hace sobre los avances científicos y sus consecuencias más inmediatas no tienen desperdicio. Y el segundo, titulado Los cinco sentidos, está protagonizado por un científico que fruto de una investigación consigue cinco fórmulas que potencian la capacidad perceptiva de cada uno de nuestros sentidos. Ya anticipo que, aunque el final de este relato en particular no me ha entusiasmado, si que consigue que el lector se vuelva a interrogar sobre la ciencia y sus límites, además de tener todo el rato la sensación de que estamos a un protagonista muy parecido, de nuevo, al Doctor Víctor Frankenstein. En resumen, Relatos sombríos en sí, como lectura, no da miedo, al menos en mi caso, pero si que suscita importantes reflexiones sobre la ciencia, los roles de género, el matrimonio, el más allá o la superstición entre otros temas, además de evidenciar la abrumadora influencia de Frankenstein. Eso si, si hay algún aspecto al que le podría una pega es al mantra que se repite en casi todos los relatos, el de impedir a toda costa el objetivo del o la protagonista porque que algo malo va a suceder. Visto desde la perspectiva actual nos parecería un verdadero spoiler, aunque es evidente que forma parte del encanto de este tipo de relatos. Marca de la casa.


En el imprescindible ensayo El terror en la literatura, escrito por H.P. Lovecraft, se define al miedo como "la emoción más antigua y poderosa de la humanidad". Antigua por lo evidente. Desde el principio de los tiempos, desde que existen las sociedades, desde que la mujer es mujer y el hombre es hombre hemos tenido miedo. Siempre. No hay en este mundo nadie que no lo haya sentido alguna vez, y no hace falta haber vivido una situación extraordinariamente traumática para sentirlo de cerca. Hasta las acciones más cotidianas del mundo llevan implícito el miedo, y eso es gracias a la superstición, los comportamientos sociales y a las historias que hemos oído desde pequeños. Esa mezcla convierte al fuere en humano, aunque la mayor parte del tiempo éste se oculte tras la máscara de la heroína o héroe impasible, al que todo le resbala y que puede hacer frente a sus peores pesadillas. Y poderosa por lo siguiente: el miedo mueve a las personas. Es un hecho probado y contrastado. Sin ese sentimiento de temor, la prudencia no formaría parte de nuestro vocabulario, al igual que la inseguridad. Sin el miedo, muy importante, no habría control social, algo de lo que egoístamente se aprovechan los gobernantes para tener controladas a grandes masas de población. No hay mejor mecanismo de apaciguamiento que infundir el terror, el enfrentamiento o el peligro sobre la gente para que ésta permanezca en sus casas, se lo piense dos veces antes de decir según que cosas o incluso vote en unas elecciones influida por todo ese miedo arrojado desde el gobierno hacia el resto de partidos políticos. En el terreno literario, se da una paradoja particular. Si en lo social el miedo permite cosas tan peligrosas como el control social o la anulación de cualquier pensamiento que se salga de la norma impuesta, en los libros, especialmente en la novela y en el relato, éste sirve como vía de escape para denunciar una situación, un comportamiento social, una ideología política concreta...En definitiva, el terror anima a las escritoras y escritores a expresar libremente sus opiniones. En el caso de Relatos sombríos, tal y como se detalla en la biografía, Edith Nesbit aprovechaba para lanzar mensajes feministas y críticas en relación a los roles de género a través de sus relatos. Además de plasmar las tensiones matrimoniales que vivía en su propio entorno matrimonial, lo que podría calificarse como un desahogo personal ante una situación que vivían muchas mujeres durante siglo XIX. Sin embargo, y por desgracia, durante muchos años estos relatos de fantasmas victorianos firmados con nombre femenino no interesaron, aunque sus denuncias estuviesen justificadas y a corde con los tiempos. A pesar de que muchas de estas escritoras consiguieron la fama en vida, como el caso de Nesbit gracias sobre todo a sus relatos infantiles, el paso del tiempo y el peso del machismo las sepultó durante siglos. Ni interesaban esas reivindicaciones ni nada que partiese de la imaginación y la pluma de una mujer. Afortunadamente, el tiempo ha puesto a cada uno en su lugar y poco a poco el lector del siglo XXI va descubriendo que las mujeres en el XIX estaban vivas, activas y que peleaban por ver reconocidos sus derechos. En resumidas cuentas, el miedo puede acongojar, paralizar, hacer llorar o volvernos sumisos, pero también puede convertirse en el canal perfecto de difusión de ideas y clamores sociales; que en el caso de las mujeres escritoras fue el de la deconstrucción de los roles de género, el sufragio femenino, el acceso a la educación, la desmitificación de la maternidad y el matrimonio o la igualdad entre ambos géneros. Edtith Nesbit demuestra que si se quiere, se puede, y si de paso asustas con tus historias mejor que mejor. Relatos sombríos: nueve historias de terror, oscuridad, superstición, engaños, espíritus, cementerios, leyendas, profecías terribles...Un ejemplo de que existe reflexión más allá de los tópicos del género.

Frases o párrafos favoritos:

"Me aferré a la sábana aterrorizado. Sabía muy bien que entraría cuando se abriese aquella puerta que yo miraba fijamente."

"Ella no mostraba ninguna señal de trastorno mental, salvo en la persistente creencia de que él estaba mentalmente enfermo."

Película/Canción: a falta de una adaptación de alguno de sus relatos, he optado por la pieza de música épica que me ha acompañado durante la redacción de la novela. Tan mágica como sombría, como los relatos de Nesbit.


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Biblioteca de Carfax