jueves, 23 de enero de 2020

RESEÑA: Los felices días del verano.

LOS FELICES DÍAS DEL VERANO

Título: Los felices días del verano.

Autor: Fulco di Verdura (Palermo, 1898 – Londres, 1978), último duque de Verdura, creció en un entorno en el cual desarrolló una vívida imaginación, un salvaje sentido del humor y un gran amor por los animales. Impresionada con su trabajo como creador de joyas, Coco Chanel lo convirtió en diseñador jefe de joyas de su marca. En 1934, Di Verdura dejó Chanel para abrir un salón en la Quinta Avenida de Nueva York, visita indispensable para las estrellas del cine y el teatro del momento, así como para la alta sociedad norteamericana. En 1973, convertido en una celebridad, se retiró a Londres, donde continuó dibujando y pintando. (Fuente: Editorial).


Editorial: Errata Naturae.

Idioma: inglés. h

Traductora: Txaro Santoro.

Sinopsis: Fulco di Verdura es uno de esos elegantes escritores secretos, amado por unos escogidos lectores de todo el mundo, que primero se da a conocer en un mundo ajeno en apariencia a la literatura; en su caso, el de la moda (junto a la gran Coco Chanel). En este libro de memorias, que tiene muchos momentos a la altura de El Gatopardo, pero donde un gran sentido del humor (hasta la risa) baña el relato, Di Verdura describe su idílica infancia en la magnífica Villa Niscemi, centro para él de un mundo y un tiempo inolvidables: la aristocrática Palermo anterior a la Primera Guerra Mundial. En esos felices días sicilianos, las travesuras infantiles conviven con la primera ópera, la muerte de los ancestros queridos con los jardines espectaculares que dora el sol, las lecciones de sus institutrices inglesas con los helados memorables o las fiestas más sorprendentes…Todo ello perdura en el recuerdo del autor, de prodigiosa memoria, décadas después. En este maravilloso libro nos seduce con anécdotas de sus familiares, sus excéntricos vecinos o los animales con los que tanto disfrutaba junto a su hermana, al mismo tiempo que retrata el progresivo desarrollo de su sensibilidad. Pero esa prosa evocadora sabe narrar la «acción» como el mejor novelista, así que estas páginas no son sólo de la estirpe de Proust, sino que también nos hacen pensar en el Stendhal de las Crónicas italianas. (Fuente: Editorial)

Su lectura me ha parecido: ligera, curiosa, interesante, glamorosa, veraniega, con ecos de El Gatopardo, bien escrita, maravillosamente descriptiva, un sorprendente documento histórico... Ahora llueve a cantaros sobre los tejados y terrazas de mi ciudad. Llueve tanto que parece que las gotas agujerean el suelo y los truenos rompen los cristales. Hace días que no salgo de casa, y no es un encierro voluntario, ya que si por mi fuera saldría a pasear por las calles del barrio o habría una visita a alguna de las tiendas del centro. Menos mal que por el momento mi trabajo me permite poder resguardarme de la tormenta cuando ésta ruge sin piedad, otras personas, por desgracia, no tienen la misma suerte. Últimamente, y aunque el sonido del agua caer siempre me ha relajado, cuando acontecen días de oscuridad y humedad pienso en el mar, en la playa y en los aromas que desde la infancia pertenecen a mi memoria particular. Cuando era pequeña me bañaba, me embadurnaba y construía mil y un castillos en la orilla. Siendo una adolescente la empecé a aborrecer, el simple hecho de que mi piel mojada entrase en contacto con la arena me agobiaba. Supongo que me volví más perezosa entonces. Años más tarde volví a ella con fuerza, gracias en parte a las lecturas de temática estival que durante tantos meses había devorado. Comprendí entonces la innata conexión que nos ata a las personas que hemos nacido en la costa con esa azulada línea del horizonte y el microcosmos que rodea al concepto de "vacaciones en el mar" el cual, desde el punto de vista literario, ofrece infinitas posibilidades. Ahora, en medio del aguacero, me apetece escuchar su salada melodía y perderme en el infinito en lugar de observar, día sí y día también, edificios de hormigón. Es esas estoy mientas, a mi izquierda, reposa uno de los libros que han marcado mi verano playero y que, a riesgo de parecer enormemente inoportuno dada la climatología, me ha apetecido rescatar de mi librería y hablaros de él. La urgencia manda, a pesar del tiempo adverso, las bajas temperaturas o el cementerio de paraguas en el que se ha convertido la calle. Los felices días del verano: la infancia de Fulco di Verdura bañada por el sol y la decadencia de la aristocracia siciliana.


   Para poder entender en su conjunto el libro que hoy tengo el placer de reseñar, es importante conocer, aunque sea muy brevemente, algunas pinceladas de la biografía de su autor. Fulco di Verdura nació el 20 de marzo de 1898 en la ciudad de Palermo (Sicilia). Descendiente de aristócratas - los Verdura y los Murata de la Cerda - Fulco se crió en un ambiente privilegiado en el que los juegos en el jardín y las fiestas de alta alcurnia con otros ilustres nobles eran parte de la cotidianeidad de su rango social. Fulco heredó el título de duque al fallecer su padre. Dicha distinción le proporcionó libertad, pero económicamente en la Italia de los años 20 su situación no estaba tan boyante, por lo que se buscó un empleo que se ajustase a su posición y que le proporcionase los ingresos suficientes para llevar la vida de lujos a la que estaba acostumbrado desde niño. De este modo - y tras hacer contactos en exclusivas fiestas - fue como acabó trabajando para la mismísima Coco Chanel en el diseño de las joyas de la futura marca. Esta unión empresarial duró unos largos ocho años, los cuales aprovechó para ensanchar su red de clientes en el otro lado del atlántico, llegando a considerarse como el joyero preferido de las celebrities hollywoodienses del momento. Sus motivos de inspiración floral y su profesionalidad al frente de su propia empresa lo llevaron a colaborar con pintores como Salvador Dalí y con empresarios como Vincent Astor, por lo que se podría decir que Fulco di Verdura supo moverse con bastante soltura entre la élite intelectual y burguesía en tiempos de colapso y retrocesos políticos. Así mismo, y como curiosidad significativa, mencionar que él fue primo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa autor de El Gatopardo, una de las obras cumbre de la literatura italiana del siglo XX. Dicho esto, y siguiendo con lo último que he comentado, podemos asegurar que existe una conexión más allá de los lazos familiares y de clase social entre Verdura y Lampedusa; sino que en el plano literario tanto El Gatopardo como Los felices días del verano hablan prácticamente de lo mismo. Ambos están escritos desde épocas distintas pero no tan alejadas en el tiempo - el primero en 1958 y el segundo en 1976 -. Los dos se mueven en los ambientes círculos aristocráticos, y aunque existen diferencias de estilo y tono, la cronología en la que se ambientan los textos casi se solapa - la historia de El Gatopardo transcurre entre 1860 y 1919 haciendo especial hincapié en la unificación italiana,  mientras que la de Los felices días del verano se acopla a la Italia anterior a la Primera Guerra Mundial -. Y por si fuera poco, los dos escritores no esconden su nostalgia hacia aquellos años, por motivos bien distintos, pero ahí está, latente en cada página. Si la de Lampedusa es de carácter político-social, la de Verdura es más mundana, menos profunda, más terrenal en comparación con la de su ilustre primo. ¿Y cuál es la gran diferencia entre un libro y otro? Que mientras El Gatopardo aborda la decadencia de la nobleza siciliana desde un punto de vista más público, Los felices días del verano se adentra en lo privado, en la cotidianeidad, en lo a priori superfluo y carente de interés para narrarnos los cambios en las élites italianas.


   Lejos de encontrarnos ante un texto carente de personalidad, en Los felices días del verano Fulco di verdura nos introduce desde una perspectiva muy privilegiada - en ambos sentidos de la palabra - y desde la madurez adulta en el retrato de su infancia, y lo más importante, de lo que para él significó ser niño en ese contexto histórico. Fuente inagotable de novelas, ensayos, poesías y obras teatrales, la niñez jamás dejará de regalarnos impresionantes textos, algunos de ellos hoy clásicos de la literatura universal. Así como proporcionar al lector infinidad de aproximaciones desde perspectivas y géneros totalmente opuestos entre sí. En el caso del libro de Verdura, éste nos plantea una estructura clásica dentro del terreno testimonial con, evidentemente, recursos novelescos que contribuyen a hacer de su lectura más atractiva. Como ya podemos intuir, y a pesar de encontrarnos ante un documento histórico de gran valor, Fulco se agarra esa máxima tantas veces escuchada y leída en este tipo de textos de "quizás no ocurrió de este modo, pero así me lo contaron, o así me gusta recordarlo". ¿Esto qué quiere decir? Pues simplemente que el autor hace un pacto no escrito con el lector que, al igual que sucede en la autoficción, en el que se admite las trampas de la memoria y las subjetividades a las que ésta puede conducir. El propio Verdura es honesto al reconocer tal realidad y al asegurar que en ocasiones lo verídico puede confundirse entre algunas licencias que éste usa para hacer más atractivo el libro. De este modo, los lectores, los cuales siempre tienen la última palabra, tienen la libertad de asimilar que es cierto y que es completamente falso; encendiendo la chispa que hace tan atractivas estas peculiares memorias. El texto arranca con un recuerdo, con el de la imponente Villa Niscemi - situada en la populosa ciudad de Palermo - en donde pasa toda su infancia, para después enlazarlo con sendas e interesantes descripciones del paisaje y sus gentes. A través de su divertida y curiosa mirada de niño, Fulco nos guía por cada una de las espectaculares estancias de la mansión, detallando las principales características arquitectónicas y los diversos animales que en ella habitan. A continuación, y sin olvidarnos del despampanante y árido jardín - sin duda las escenas más hermosas del libro - nos describe los habitantes (humanos). Empezando por su hermana mayor, su temperamental abuela, algunos parientes lejanos, el personal del servicio, las niñeras inglesas y por supuesto algunos de sus más ilustres antepasados. Cada personaje y anécdota que Fulco plasma sobre el papel funcionan como fotos de la vida en aquel lugar, y por extensión, el día a día de la alta sociedad. No debemos de pasar por alto que Verdura era - así, sin medias tintas - un niño "pijo" de su época, y por tanto, es muy probable que muchos de sus comentarios nos resulten hipócritas y superfluos. Pero os diré una cosa, en cualquier aproximación histórica hay que leer de todo y a todos, tanto a los que tuvieron una vida muy dura como a los que la tienen solucionada desde la mismísima cuna. Así podremos conseguir una visión más amplia del periodo, en este caso en concreto, de la Italia anterior a la Primera Guerra Mundial.


  Una de las cuestiones que más me ha llamado la atención del libro, además de su cosmopolitismo en las expresiones tanto en francés e italiano que nos topamos a lo largo de su lectura (no debemos olvidar que el presente texto está escrito originariamente en inglés a pesar del origen siciliano del autor), ha sido por supuesto el momento en el que Fulco di Verdura descubre la crueldad infantil. Él mismo se reconoce como un niño caprichoso, un alumno perezoso y fácilmente irritable. Una criatura que llevaba locas a las institutrices y primas con sus trastadas pero que, sin embargo, empieza a comprender a una edad muy temprana la sensibilidad y el valor del arte. Su gran descubrimiento pue sin duda la ópera, así como las representaciones pictóricas y grandes obras de teatro. Espectáculos a los que, debido a su privilegiado estatus social, pudo acceder y disfrutar sin problemas. Siendo conscientes de su posterior trayectoria profesional, es normal que el pequeño Fulco acabase por imbuirse en esa espiral de creatividad, aunque desde una perspectiva insólita y poco predecible. Personalmente, una de las imágenes que también merecen un pequeño espacio en este párrafo es la del terremoto que en el año 1908 tuvo lugar la ciudad de Mesina siendo, junto con la ciudad Regio de Calabria, completamente destruidas. Tras dicho seísmo, un tsunami con olas de hasta 12 metros sacudió la costa calabresa llevándose por delante la vida de entre 75.000 y 200.000 personas. Los temblores llegan hasta la Villa Niscemi, y la inquietud se apodera de sus inquilinos. Sin embargo, lo más interesante de este capítulo es la solidaridad que la propia ciudad de Palermo demuestra ante aquella inesperada tragedia. Casi no vemos el paisaje devastador, sólo lo que Fulco nos cuenta a partir de conversaciones entre los adultos, aún así, el lector no puede evitar estremecerse e ir corriendo a internet para comprobar la devastación y los cadáveres en blanco y negro. Por ir acabando esta reseña, concluiremos diciendo que el libro de Fulco di Verdura se erige como unas memorias muy al uso de las clases altas de la sociedad, en el que la buena literatura se funde con un testimonio único de un acontecimiento que, sin ser del todo llamativo, fue fundamental para entender los cambios de mentalidad y el mundo anterior al primer gran conflicto bélico de la historia universal. El mundo estaba cambiando, lo sabemos desde el presente y lo supieron algunas y algunos de sus protagonistas - tanto ilustres nombres como voces procedentes del anonimato - y estaba dándose en muchos lugares de aquella Europa post siglo XIX. Una Europa que, en lo que a la alta alcurnia se refería, seguía como si la entrada del nuevo siglo no hubiese tenido lugar. Una clase privilegiada que, cegada por su poder, su influencia y su dinero no atisbaba a ver lo que estaba por venir, lo que ya asomaba desde el horizonte, ese hedor a muerte procedente de las futuras trincheras. Esos hechos, esas etapas de transición, son fundamentales para entender los grandes hitos de la historia que, por desgracia, suelen normalmente quedarse en un segundo plano. De ahí que textos como el de Fulco di Verdura sean imprescindibles ya no sólo para comprender un hecho concretísimo, también para poderlos enmarcar dentro de una cronología más amplia en la que podamos comparar desde una actitud crítica. En la literatura, el final del verano es, como ya lo mencionamos en Vozdevieja, símbolo del cierre de una etapa vital - de infancia a adolescencia, de adolescencia a madurez o de madurez a vejez - pero en este testimonio, el ocaso de la estación más calurosa permite el nacimiento de una época más turbulenta, oscura y decisiva.

Los felices días del verano: una historia de nobles, primas, arbolados jardines, barrocas estancias, juegos en la playa, ilustres parientes, abuelas convertidas en matriarcas, travesuras, lujos, fiestas, tardes interminables... El libro que os hará más llevaderas la lluvia, la nieve y los días de encierro involuntario.

Frases o párrafos favoritos:

"Para mí continuará siendo lo que siempre fue: “La Casa”, la única casa que realmente he amado, con ese amor que no conoce reservas y que sólo puede albergar un niño".

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Errata Naturae

viernes, 17 de enero de 2020

RESEÑA: Siempre la misma nieve, y siempre el mismo tío.

SIEMPRE LA MISMA NIEVE, Y SIEMPRE EL MISMO TÍO

Título: Siempre la misma nieve, y siempre el mismo tío.

Autora: Herta Müller (Nitzkydorf 1953), descendiente de suabos emigrados a Rumanía, es uno de los valores más sólidos de la literatura rumana en lengua alemana. Estudió Filología Germánica y Románica en la Universidad de Timisoara y se vio obligada a salir de su país por su relevante papel en defensa de los derechos de la minoría alemana. Desde 1987 vive en Berlín. Herta Müller, Premio Nobel de Literatura 2009, ha sido galardonada también con los premios Aspekte (1984), Ricarda Huch (1987), Roswitha von Gandersheim (1990), Franz Kafka (1999) y Würth (2006), entre otros. En 2015 le concedieron el Premio Heinrich-Böll. Es autora de El hombre es un gran faisán del mundo, En tierras bajas, La piel de zorro, Todo lo que tengo lo llevo conmigo, Hoy hubiera preferido no encontrarme a mi misma, El rey se inclina y mata, La bestia del corazón, Hambre y seda, En la trampa y Mi patria era una semilla de manzana. (Fuente: Editorial).


Editorial: Siruela.

Idioma: alemán.

Traductora: Isabel Díaz Adánez

Sinopsis: El discurso de agradecimiento que dio Herta Müller al recibir el Premio Nobel de 2009 comienza así: «La peripecia de una niña que cuida vacas en un valle hasta llegar aquí, hasta el Ayuntamiento de Estocolmo, es muy extraña». No hay textos que expliquen mejor que sus ensayos ese camino desde la aldea rumana hasta el mundo de la gran literatura. La obra de Herta Müller es una construcción rica y compleja que se nutre de sus experiencias, y como tal refleja la profunda sensibilidad de una autora que se ha posicionado con firmeza para defender sus ideales más allá de la esfera política, como una forma de concebir el mundo. En los textos que componen este libro habla de su niñez y de su juventud, relata la persecución que sufrió por parte de los servicios secretos, reflexiona sobre cuestiones de su propia escritura y comenta las lecturas de autores clave para ella por su faceta literaria o política. Una obra imprescindible y muy personal de una de las autoras más lúcidas e importantes de nuestros días. (Fuente: Editorial).

Su lectura me ha parecido: sorprendente, muy interesante, en donde los elementos autobiográficos se filtran a través de formas pertenecientes a la ficción, lírica, sencilla, un descubrimiento, capital para conocer en profundidad la obra y la biografía de la Premio Nobel de Literatura... Cuando el lector se aproxima a una obra en concreto lo hace movida o movido por mil y un intereses. Es posible que haya dado con ese libro por recomendación de una persona cercana, por el boca a boca de las redes sociales - tan habitual en los tiempos que corren - o simplemente por el mero capricho de disfrutar de un buen texto. Los hay que leen obligados, cansados, por compromiso; pero también por afición, pasión o un particular interés intelectual. También existen los que, selectivamente, eligen sus lecturas en función de los gustos o apetencias que en ese momento saben que deben satisfacer, como quien come porque tiene el estómago vacío. Pueden guiarse a partir de los géneros en los que se sienten como peces en el agua, por esa autora o autor que les mantuvo en vilo hasta las tantas de la madrugada, por el interesante tema que dicho libro aborda críticamente o con precisión, o simplemente porque quieren matar el aburrimiento con una historia que no les haga pensar mucho; por lo que en este caso no todos las novelas o ensayos valen. Y por último, están los que siempre van más allá de las palabras escritas, los que se quedan horas y horas reflexionando sobre lo que acaban de leer, los que leen con un ojo siempre puesto en cuestiones como el contexto histórico, la vida de la escritora/or de turno o la visión que ésta o éste tiene sobre determinados debates y como éstos pueden o no encajar en el mundo que nos rodea. Oscilando entre categorías se halla una servidora. Hay momentos en los que, por A o por B, me apetece adentrarme en historias que abordan temas muy determinados, como de pronto me apetece algo más ligerito en épocas en las que siento que la cabeza me va a explotar. Sin embargo, siempre acabo haciéndome muchas preguntas, demasiadas tal vez, pero ninguna con menos valiosa que la anterior. ¿Qué habrá pensado al escribir esto? ¿En qué lugar suele trabajar? ¿Acompañará sus quebraderos de cabeza con un música de fondo? ¿Con una taza de café tal vez?¿O con algo más fuerte? ¿Cómo se le ocurrió eso? ¿Cuántas veces habrá sufrido el síndrome de la importora/or? ¿Lo habrá soñado? ¿Lo habrá escuchado furtivamente mientras caminaba por la calle o en el transporte público? ¿Cuánto tiempo le llevo la investigación?... Y lo más importante: ¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿En qué medida su vida ha marcado su literatura? Para estos y otros interrogantes del estilo tenemos libros como el que hoy tengo el placer de reseñar. Siempre la misma nieve, y siempre el mismo tío: la escritora tras el Premio Nobel de Literatura 2009.


   Lo reconozco. El título de este libro no puede ser más llamativo. Aún recuerdo la cara de prima que se me quedó la primera vez que vi este libro en una librería. No sabía qué pensar. ¿Era una broma o simplemente la autora tiene un don maravilloso para ponerle nombre a sus criaturas literarias? En cuanto pude, por fin, dedicarle tiempo y días a su lectura descubrí que así también se titula uno de los numerosos textos que componen el volumen, un escrito que, si bien es brillante, resume a la perfección su razón de ser en el panorama literario actual. Autora de importantes novelas, articulista, conferenciante y reconocida con algunos de los premios más importantes - incluyendo el Nobel - Herta Müller es una de las quince mujeres en recibir el máximo galardón de las letras a nivel internacional. Sin embargo, y antes de adentrarnos en la crítica propiamente dicha, debemos en primer lugar ahondar brevemente en la biografía de dicha escritora. Herta Müller nace en el año 1953 en Nitzkydorf, un pequeño pueblo situado al suroeste de Rumanía. Descendiente de inmigrantes suabos, Müller pertenecía a la minoría alemana asentada en la región desde hacía varios siglos. Nieta de un granjero cuyas tierras fueron expropiadas por el régimen comunista e hija de una madre deportada a la Unión Soviética en 1945 donde pasó cinco años en un campo de trabajo y de un padre camionero y exmiembro de las SS que curaba su cargo de conciencia aferrado a una botella de alcohol, Herta creció rodeada de silencios y numerosos tabúes entorno al pasado de su familia. Ya en la universidad, y tras haber aprendido rumano en la escuela, Müller acudía asiduamente a las reuniones de un grupo de escritores rumano-alemanes. Tiempo después, dichos encuentros acabaron conformando lo que se conoce como el círculo literario "Adam Müller-Guttembrunn" en el que Müller era la única mujer. Tras negarse a colaborar con el servicio secreto de la dictadura, Herta fue despedida de la fabrica en la que trabajaba como traductora técnica. Es entonces cuando las amenazas y los interrogatorios de la Securitate se sucedieron. Hasta tal punto llegó la situación que Müller tomó la decisión de exiliarse a Alemania Occidental junto a su marido y su madre. Una vez allí no cesó en su empeño por denunciar las atrocidades que el régimen de Cartaescu estaba cometiendo contra sus ciudadanos, una lucha que se prolongó más allá de la caída del muro de Berlín o la desmantelación de la URSS. En lo que a su carrera literaria se refiere, aunque desde bien pequeña manifestó un especial interés por las lenguas y la escritura, no fue hasta que comenzó a trabajar en la fábrica técnica de Tehnometal cuando empezó a escribir las primeras líneas de una extensa carrera literaria. En cuanto al tema principal de su obra, como no podía ser de otra forma, es la dictadura rumana y las terribles consecuencias en la población civil. La infancia, el desarraigo, el mundo rural, la pobreza, la segunda guerra mundial, la intolerancia, la corrupción o la inmigración son otras de las preocupaciones de Müller como autora. Debido a su activismo contra Cartaescu, y sobre todo a partir de la publicación de Tango opresivo en los años ochenta, se le prohibió publicar en Rumanía a pesar de que sus libros cosechaban gran éxito de público y crítica fuera de sus fronteras. Huelga decir que hasta que el régimen comunista rumano cayó, sus libros estuvieron prohibidos y censurados y que la concesión del Premio Nobel de Literatura en el 2009 provocó que millones de lectores al rededor del mundo se interesasen en aquel oscuro periodo de la historia.


   Una vez investigas un poco sobre su peculiar e interesante vida no puedes evitar a continuación querer conocer a esta autora más en profundidad a través de las diversas novelas que ha publicado. Y eso es precisamente lo que Siempre la misma nieve, y siempre el mismo tío provoca en el lector, la necesidad de seguir leyendo más y más. Tal vez, al no haber leído nada de Herta Müller antes de dar con el presente libro, la inquietud haya alcanzado unos niveles muy altos. Sin embargo, para quienes hayan ahondado en su producción literaria con anterioridad, este libro podrá aportar una mirada más amplia y complementaria. Desde un estilo depurado, sencillo y sin ocultar un lirismo que se podría considerar como su sello de identidad como escritora, Müller va desgranando algunos aspectos de su biografía a través de breves ensayos y artículos que podrían perfectamente pasar por relatos dada la implicación literaria de éstos. En ocasiones ni cuenta te das de que lo novelístico - en cuanto a las formas - invade lo real. Su sincera y osada pluma recorre el pasado nazi del patriarca de la familia, la traumática experiencia de su madre en un campo de trabajo, sus enriquecedoras reuniones en círculos intelectuales, el terror con el que tuvo que convivir al ser consciente de que la inteligencia rumana estaba tras sus pasos, sus dudas y opiniones acerca del noble arte de la escritura, su vida en Berlín, su mirada desde el exilio o algunos episodios concretos de su infancia. En ese sentido, resultan especialmente interesantes textos como "Cada palabra sabe del círculo vicioso" - el primero con el que el lector se topa nada más abrir el libro - o "Mucho cuerpo para tan poco motor" - testimonio único de la complicada relación con su padre -. Sin olvidarnos de sus constantes referencias a los autores que inspiran su obra tales como el filósofo rumano Cioran - exiliado en Francia - el poeta Oskar Pastor - constantemente idolatrado por Müller - o Theodor Kramer - autor judío muy poco conocido por el gran público - entre otros. Y por si fuera poco, Siempre la misma nieve, y siempre el mismo tío contiene tanto el discurso que la autora pronunció durante la ceremonia de entrega del Premio Nobel y las palabras que posteriormente dedicó durante la tradicional cena de los premiados. Ambos testimonios de incalculable valor tanto literario como histórico. Al igual que le sucedió a autores como Jorge Semprún (deportado al campo de concentración de Buchenwald y autor de, entre otros libros, El largo viaje), Primo Levy (también cautivo en el campo de concentración nazi de Monowice y cuyas experiencias plasmó sus memorias Si esto es un hombre y La tregua) o Aleksandr Solzhenitsyn (que tras pasar por varios campos de trabajo de la URSS escribió el voluminoso Archipiélago Gulag), la obra de Herta Müller podría ser apreciada y doblemente valorada. En primer lugar, desde lo puramente literario, y en segundo lugar desde su poderoso carácter testimonial acerca del horror del régimen comunista de Nicolae Ceaușescu en Rumanía. Dicho esto, y por ir concluyendo la presente reseña, podríamos definir a Müller, no sólo como una gran escritora, también como uno de esos personajes inquebrantables, que supo y sigue defendiendo sus ideas contrarias al poder hasta las últimas consecuencias y un ejemplo de la independencia del pensamiento intelectual frente a lo establecido. No sé si a vosotros os habrán entrado ganas de leer El hombre es un gran faisán del mundo o En tierras bajas - dos de sus más aclamadas novelas - tras haber leído esta crítica. Pero en lo que a mi respecta estoy deseando acercarme a la biblioteca de mi barrio para ver que libros tienen de ella. Si lecturas como esta incitan a la incontinencia intelectual, entonces es que Herta Müller ha conseguido su objetivo.

Siempre la misma nieve, y siempre el mismo tío: una historia de denuncia, de injusticia, de desigualdad, de confesiones personales, de discursos institucionales, de prestigio, de exilio, de terror, de literatura... Un libro que, tras su lectura, querréis volver a él.

Frases o párrafos favoritos:

"¿Llevas un pañuelo?, me preguntaba mi madre todas las mañanas en la puerta de casa, antes de salir a la calle. Yo no llevaba. Y, como no llevaba, tenía que volver a mi cuarto a coger un pañuelo. No lo llevaba ningún día, porque cada mañana esperaba la pregunta. El pañuelo era la prueba de que mi madre, por la mañana, me cuidaba. En las horas que seguían y para el resto de cosas del día ya tenía que arreglár­melas sola. La pregunta "¿Llevas un pañuelo?" era una mues­tra indirecta de cariño. Una muestra directa habría resultado embarazosa —eso no es cosa de campesinos—. El amor se disfrazaba de pregunta. Solo así se podía expresar en tono seco, como una orden, como cualquier instrucción sobre el trabajo. En tono hosco, incluso subrayaba la ternura. Todas las mañanas me encontraba delante de la puerta: una vez sin pañuelo y la segunda con pañuelo. Y entonces ya sí salía a la calle, como si llevando el pañuelo también se viniera mi madre conmigo."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Ediciones Siruela

martes, 14 de enero de 2020

RESEÑA: Vozdevieja.

VOZDEVIEJA

Título: Vozdevieja.

Autora: Elisa Victoria (Sevilla, 1985). Por este orden y entre otras cosas, se ha dedicado a coleccionar muñecas Chabel, a vender pizzas y hamburguesas con gorra roja, a estudiar Filosofía y Magisterio Infantil y a escribir compulsivamente desde la pubertad como método eficaz de supervivencia. Ha publicado dos libros. El primero, Porn & Pains, salió en diciembre de 2013 gracias a Esto no es Berlín y fue reeditado en junio de 2017. El segundo, La sombra de los pinos, fue publicado en marzo de 2018 por la misma editorial. Ha colaborado en sitios como Tentaciones, Tribus Ocultas, El Estado Mental, Cáñamo, Vice, Playground, El Butano Popular, Primera Línea, diversos fanzines (Una buena barba, Clift, Orfidal, Yo no soy esa, Diario ultrasecreto de Honey, Fango) y antologías (Hijos de Mary Shelley, Erotismo desviado, La familia, Hijos de Sedna, Frankenstein resuturado, El Moyanito). Le encantan los cómics, los sintetizadores y chupar limones. Es capaz de comunicarse rápida y profundamente con los animales y los niños. Con los humanos adultos no tanto. Vozdevieja es su primera, y muy prometedora, novela. Fuente: Editorial.


Editorial: Blackie Books.

Idioma: español.

Sinopsis: Tiene nueve años. Su nombre es Marina, pero en el cole la llaman Vozdevieja. Este verano en Sevilla, el primero después de la Expo del 92, es tan largo y tan seco que ella no sabe si llorar o reír. Si quiere que todo cambie o que todo siga igual. Porque aún juega con muñecas Chabel pero ya mira revistas para adultos. Porque su madre está enferma y ella ya se imagina en un convento rodeada de huerfanitas. Porque todo el mundo, también su padre, insiste en desaparecer. Porque su mejor amiga es su abuela, quien le guisa, la peina, se deja cortar esas uñas como alacranes, le cuenta su amor por Felipe González, le dice tranquila, le enseña nuevos tacos, le cose vestidos de flores. Luego sale y esos vestidos le molestan tanto como si fueran de lija. Y aun así, Marina siempre tiene hambre: de vida, y de filetes empanados. Una voz única, tierna, lírica y divertidísima. Una primera novela tan inolvidable como la primera vez que te pasa algo importante.

Su lectura me ha parecido: tierna, cercana, fluida, fresca, espontanea, muy alejada del retrato de la infancia blanca tradicional, ocasionalmente perturbadora, castiza, con unos personajes (en especial la protagonista) que consiguen tocarte el corazón, poco concreta en algunos pasajes, nostalgia en estado puro... Antes de meterme de lleno a criticar y a hablaros de la que considero una de las mejores lecturas del año que hace unas semanas hemos dejado atrás, me gustaría comunicaros que, ahora sí que sí, una servidora ha vuelto con todas las ganas del mundo para seguir escribiendo las reseñas literarias de esos libros que me han acompañado y siguen acompañándome allá donde voy. Dicho esto, no sería justo empezar la reseña de esta novela - una de las grandes sorpresas del año - sin comentar que, por primera vez en mucho tiempo, como lectora me he permitido salir un poco de mi área de confort. Esa en la que inconscientemente, y no sé muy bien por qué, ignoraba aquellos libros escritos por autoras y autores jóvenes de nacionalidad española. Durante mucho tiempo mi cabeza estuvo en los clásicos (sobre todo en ciertos clásicos), en determinados géneros (los cuales cualquiera que eche un vistazo por este espacio y las redes sociales sabrá a cuales me estoy refiriendo), en el ensayo (especialmente de temática feminista o histórica) y sobre todo en realizar un rescate de todas esas autoras que, desde mi punto de vista, consideraba que merecen más atención de la que en su momento se les prestó. Y sigo en ello, nunca dejaré de nutrirme de todas estas lecturas ni de seguir ampliando mi conocimiento respecto algunas temáticas y pensamientos. Así como continuar poniendo sobre la mesa la ficción y la no ficción de escritoras olvidadas por la historia. Sin embargo, necesitaba urgentemente escuchar a las voces de mi generación, o al menos a las que hablasen de los problemas, sentimientos y debates varios que tanto nos importan y preocupan. Ese interés despertó a la vez que conseguía, después de mucho tiempo, reilusionarme con la escritura, con la escritura de mis propios textos, que aunque no ocupen más de una hoja, para mi simbolizan un logro, una explosión con la que ansiaba desde hacía años. Desde entonces, y siempre que tuve ocasión, no dudé en hacerme con una buena cantidad de libros escritos por en su inmensa mayoría autoras nacidas en los años 80 y 90 del pasado siglo o que, habiendo nacido en décadas anteriores, no pierden la perspectiva de los tiempos que corren. Y aunque si bien es cierto que el género en el que estoy encajando mis microrelatos se encuentre en las antípodas de estas novelas en lo que a género literario se refiere, si que me han permitido situarme como autora, reflexionar sobre la cronología más acuciante o regresar a infancias y adolescencias con las que de alguna forma pueda, por fin, empatizar con lo que se está narrando. En el caso que hoy nos ocupa una servidora no era consciente de lo que sucedía a su alrededor, ya que la novela que tengo el placer de reseñar transcurre en el año en el que nací, 1993, el año de las niñas de Alcasser, de la reelección de Felipe González, de una de las peores recesiones económicas, de la Macarena y del bajón tras Los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla. Precisamente en el seco verano sevillano de 1993 situamos a Marina, a su madre, a su abuela, y por supuesto, a la autora de la presente novela. Vozdevieja: un tragicómico retrato de niñez a golpe de nostalgia noventera.


   El que Vozdevieja, durante los meses que duró la campaña de promoción editorial, estuviese respaldado e incluso recomendado por Elivira Lindo - una de las autoras más importantes de este país y que precisamente gran parte de su producción literaria tiene su razón de ser en esa aproximación a la infancia desde una perspectiva cercana al público juvenil - no es una mera casualidad, sino un anticipo de lo que el lector se va a encontrar en el interior de Vozdevieja. Y es que la mirada tierna y ocurrente propia de esa etapa vital está muy presente, algo que, por supuesto, recuerda a los personajes más entrañables de la autora gaditana de nacimiento y madrileña de adopción como el inolvidable y siempre inquebrantable Manolito Gafotas. Sin embargo, la gran diferencia entre la saga de Lindo y la novela de Elisa Victoria es que, en esa aparente apacible infancia, la autora incide en la otra cara de la moneda, en esa oscuridad que todo núcleo familiar posee y que bajo el paraguas de la hipocresía se trata de ocultar para que la luz del sol no ose si quiera rozarla. Por supuesto esta no es una historia de secretos familiares, ni de historias terroríficas acontecidas en el ámbito privado. Vozdevieja está planteada como una novela-radiografía en la que, por un lado, Victoria nos cuenta como era la sociedad española de 1993 y por el otro nos adentra, sin morbo o autocompasión, en las imperfecciones de la vida doméstica, en los claroscuros de una familia que, como tantas en este país, tiene disfuncionalidades. Empezando por esto último, comenzaremos hablando de Marina, absoluta y rotunda protagonista de la novela. Una niña sevillana de tan sólo nueve años de edad a la que poco a poco iremos conociendo, hasta el punto de que, a medida que avancemos en la historia, queramos abrazarla, consolarla o participar en alguno de sus juegos y ocurrencias varias. Marina pasa gran parte de su tiempo con su abuela, su madre la tuvo en un momento en el que no se sentía preparada y ahora se encuentra sumida en una depresión, tenemos a un padre ausente, al novio de la madre el cual intenta, sin mucho éxito, reemplazarlo de alguna manera. Y por si fuera poco estamos ante el primer verano antes de que empiece las clases en un nuevo colegio de monjas después de tantas mudanzas.  Es en este entorno de la periferia Sevillana, en esos barrios obreros de ladrillos rojos, en esas plazas ardientes al calor del agosto andaluz, en esos coloridos y carcomidos futbolines y en esas tardes de aburrimiento - sí, en los 90 aún nos aburríamos - mirando lo que ponían en la tele donde situamos a Marina y su cotidianeidad.

   Un aspecto que juega muy a favor de este libro, como ya he comentado antes, es esa aproximación a lo innombrable, a esos "tabúes" pertenecientes al ámbito doméstico sin dramatismos de ningún tipo y desde una mirada curiosa, pícara y deliciosamente tierna. Marina no vive ajena a la realidad de su entorno familiar, sino que ella misma es una espectadora más de las virtudes y las imperfecciones de sus seres queridos. Especialmente memorables son sus conversaciones con su abuela - el otro gran personaje de la novela - mientras la acompaña al baño y observa como hace pis, pero también sus juegos en los que las muñecas se restriegan, las siestas de su madre en bragas, los comics para adultos que Marina lee a escondidas o la violencia que subyace entre los niños del barrio. Lejos de mostrar la imagen de infancia blanca perfecta, Elisa Victoria coge lo impúdico y te lo pone ante los ojos del lector y ante los ojos de una niña de nueve años, a través de los cuales veremos como normal todo ese desorden cotidiano que protagoniza cada uno de los días de aquel largo verano de 1993. A partir de ahí, Elisa Victoria se permite el lujo de introducir temas de reflexión tan necesarios como la curiosidad por el sexo - por el cual Marina se interesa precozmente - la mentira infantil, las historias familiares, la enfermedad, el rechazo, la soledad, la diferencia generacional o el miedo a no encajar. Todo eso desde la perspectiva de una niña con el don innato de la curiosidad, la picardía y la cálida voz de quien desea que le traten como una adulta y no como una niña, de quien teme al fin del verano mientras se baña en la playa de Marbella junto a su abuela, de quien odia que se refieran a ella despectivamente como "vozdevieja".


   Por otro lado, Vozdevieja trasciende más allá de la individualidad de Marina y de su retrato único y desprejuiciado de la infancia, sino que Elisa Victoria eleva a su protagonista a la categoría de doble testigo. Primero de la realidad que la rodea en lo privado y segundo de la sociedad castiza y humilde a la que pertenece. En ese sentido, en lo literario se podría comparar con lo que Miguel Delibes hizo en El príncipe destronado al situar a Moncho - ese niño celoso de su hermana pequeña - entre dos mundos: entre el de la historia que acontece y el del contexto de una familia adinerada en el Madrid de los últimos años de la dictadura franquista. Y en lo audiovisual, Carlitos en Cuéntame es el narrador de su propia historia familiar a lo largo de décadas y décadas de la historia más reciente de España y al mismo tiempo se alza como la voz de toda una generación que, al igual que él, también ha vivido directa o indirectamente los sucesivos acontecimientos históricos que se muestran en la serie. En el caso de Vozdevieja, Elisa Victoria nos conduce por las calles de la periferia sevillana, nos sumerge en el salado aroma del mar Marbellí, en los chiringuitos de playa atestados de gente, en esos balcones llenos de ropa interior, en esos bancos donde antaño la gente quedaba para hablar sin tener un móvil entre las manos, en esos parques en los que los niños se pasaban toda la tarde jugando al pilla-pilla o a la gallinita ciega. Y por supuesto en las mentes de los vecinos, en el socialismo de Felipe González, en la desazón por la crisis económica, en sus mundanas preocupaciones o en el fantasma de la Expo, un eufórico espejismo del que a día de hoy quedan los recuerdos, las infraestructuras y el llamado "cementerio de Curros". De lo particular a lo colectivo. De la anécdota a lo trascendente. Entre esos mundos se mueve Marina - claramente el alter ego de la propia Elisa Victoria - aderezado con infinidad de referencias a la cultura de los años 90. Desde dibujos animados como Bola de Dragón Sailor Moon a series como Los Vigilantes de la playa, Salvados por la campana o Melrose Place pasando por la música de Diana Ross o James Brown, las meriendas cargadas de calorías como el Bollycao y sin olvidarnos de los comentarios hacia Carmen Sevilla presentando el Telecupón. Tal vez sea esta la única pega que le pondría a esta novela en su conjunto, el divagar y recrearse demasiado en todos estos guiños a la época que, por muy simpáticos o efectivos que resulten - no todos los revivals televisivos y novelísticos de décadas como los 80 y 90 del pasado siglo no son siempre buenos o necesarios - a veces corren el riesgo de que la tensión narrativa se rompa, viniéndose abajo la novela entera. Por fortuna, y aunque si que había veces en los que la historia rozaba el límite de la inconcreción, Elisa Victoria sale airosa de su primera incursión en la narrativa con tintes realistas. De hecho, dados sus inicios en géneros más experimentales, es de aplaudir el hecho de que haya sido capaz de escribir un silce of life tan particular, personal, cálido, tragicómico y entrañable. Dicho esto, le auguro una carrera enormemente prometedora y larga a la autora sevillana y por supuesto, cruzo los dedos por una posible adaptación cinematográfica, porque la novela tiene potencial visual y no sería descabellada la idea de guionizarla ahora que los 90 vuelven a provocarnos la lagrimilla de la nostalgia.

   Vozdevieja: una historia de infancia, mentiras, juegos en la calle, conversaciones entre abuela y nieta, enfermedad, despertares precoces, comics, muñecas Chabel, picardía, aprendizaje... Una novela generacional con aspiraciones transversales.

Frases o párrafos favoritos:

"Ella sabe que no he nacido para ser su hija y yo sé que ella no podía sentirse más lejos de estar preparada para ser madre cuando parió. Estamos aquí por casualidad, resistiendo las tentaciones como un favor de la una para la otra. Es muy duro. Mi casa es un escondrijo lleno de fugitivos."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Blackie Books.