jueves, 25 de febrero de 2021

RESEÑA: Casas vacías.

 CASAS VACÍAS


Título: Casas vacías. 


Autora: Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982) es socióloga y economista feminista por la Universidad Nacional Autónoma de México. Realizó un máster de Estudios de Género, Mujeres y Ciudadanía por la Universidad de Barcelona. Ha sido redactora, guionista, reportera y editora. Ha trabajado en diversas ONG relacionadas con derechos humanos. Es fundadora del #EnjambreLiterario, un proyecto editorial enfocado en publicar obras escritas por mujeres. Casas vacías es su primera novela. 


Editorial: Sexto Piso. 

Idioma original: español. 

Sinopsis: La maternidad, que casi siempre asociamos con la felicidad, también puede ser una pesadilla: la de una mujer cuyo hijo desaparece en el parque donde estaba jugando, y la de aquella otra mujer que se lo lleva para criarlo como propio. Ubicada en un contexto de profunda precariedad física y emocional, la historia de estas dos mujeres, madres del mismo niño - un niño que primero se llama Daniel y que después será rebautizado como Leonel - y madres, además, de un mismo vacío, nos confronta con las ideas preconcebidas que tenemos de la intimidad, las violencias familiares, la desigualdad social, la soledad, el acompañamiento, el cuidado, la culpa y el amor. 

Su lectura me ha parecido: devastadora, estremecedora, con multitud de lecturas, cuidadosa en su estructura, rica, audaz, enmudecedora... El aquel lunes invernal de 1993 nací con los ojos completamente abiertos - o al menos eso es lo que siempre me han contado esbozando nostálgicas sonrisas - lo cual he acabado asociando a una primigenia pasión por la observación y la curiosidad. Las cuales siempre me han acompañado allí donde la belleza se antoja desconocida. Otra anécdota vivida - que no recordada - fueron las mantas con las que mis dos abuelas me cubrieron tras salir del paritorio. Parecía un garbancito rosa embutido entre felpa y amor desmedido. El médico - o la médica, no recuerdo bien su sexo - tuvo que llamarles la atención ya que con tanta capa me iban a ahogar. Sin embargo, otro acontecimiento no tan entrañable tuvo lugar días después. Una monja (sí, vine al mundo en un hospital universitario católico) le espetó a mi madre una frase que, a día de hoy, sigue resonando en el interior de su cerebro: "Si no eres capaz de tomarte un jarabe por tu hija, mala madre serás". Incapaz de ingerir cualquier tipo de medicina en estado líquido desde bien pequeña, mi madre simplemente, ante el apremio de la monja para que se lo bebiera, preguntó si cabía la posibilidad de que se lo diesen en pastilla o por vía intravenosa. Unas vitaminas recetadas por la ginecóloga desencadenaron dicha condena que, como cabía de esperar, cayó como una losa sobre la conciencia de mi madre. A veces, cuando esta historia vuelve a cobrar presencia, me la imagino acercarse, salir de la penumbra, frunciendo el entrecejo, severa, mientras sostiene con unos dedos extremadamente largos el vaso de denso y asqueroso contenido. No deja de resultar paradójico el hecho de que fuera una sierva del señor - cínica y perversa como ella misma - la que pronunciase aquellas palabras ya que si alguien ha inculcado el sentimiento de culpa en nuestra sociedad ha sido precisamente la iglesia católica. La cual expiamos o bien en el confesionario o bien enmendando los supuestos errores que nos han conducido a ella. Se ha convertido en algo tan intrínseco del ser humano que nos sentimos incapaces de prescindir de ella. Ésta nos acompaña, a cada paso, expectante, aguardando el momento oportuno, su irrupción en forma de dolor estomacal o de lágrimas acariciando mejillas. Aún así, si bien todas y todos la hemos experimentado en mayor o en menor medida, es en las mujeres donde ésta ha conseguido echar raíces más profundas. Todo ello gracias a eternas comeduras de tarro con regusto patriarcal desde la mismísima cuna. Cuanto más culpable se sienta la mujer, más terreno cedido y, por tanto, más oportunidades para que los hombres lo ocupen. En la novela que hoy tengo el inmenso placer de reseñar no hay medicinas, ni camas de hospital, ni monjas chungas con la palabra "reprobación" tatuada en los labios. Pero sí culpa, mucha culpa, relacionada, como no puede ser de otra forma, con esa otra palabra tan deconstruida y redefinida en los últimos años: maternidad. Sin embargo, ésta es solo la punta del iceberg. Casas vacías: el lacerante dolor de la ausencia. 


El día que estuve a punto de leer Casas vacías acababa de iniciarse el conocido como "verano de la pandemia". Tres meses de insoportable calor a los que tuvimos que añadirle la sudorosa mascarilla, la reglamentaria distancia social, el pringoso gel de manos, así como una serie de precauciones de obligado cumplimiento que, sin embargo, quedaban a merced de la responsabilidad individual. Salí de un confinamiento difícil - en todos los sentidos - para meterme en una de las estaciones que, en aquellas circunstancias, se me hacía raro disfrutar al menos de lo poco que nos dejaban hacer. Las fronteras se abrieron, aunque en general fuimos más precavidos al no irnos demasiado lejos y ver en el pueblo de toda la vida esa mota de oasis en medio de tanta mala noticia. De hecho, salvo por la presencia de las mascarillas - mejor o peor puesta - la ausencia de verbenas y las limitaciones de aforo en el típico bar de la plaza o en la tienda de toda la vida, el aroma que se respiraba recordaba ligeramente al de aquel añorado 2019. Un año de mierda que al final conseguimos entre todos revestirlo de una compacta pero jugosa masa de fondant. En mi maleta, cuatro libros - ¿o eran cinco? - entre ellos Casas vacías, la opera prima de la escritora mexicana Brenda Navarro. Novela perteneciente a la malograda cosecha del 2020, aquella cuya puesta de largo tuvo lugar en febrero, a las puertas de la hecatombe que vendría después. Texto que, como tantos otros, tuvo la gran suerte de redescubrirse con la desescalada, llegando a formar parte de las listas de lo mejorcito del turbulento año. Sin embargo, y a pesar del privilegio que supone siempre adentrarse en un texto de gran repercusión, lo dejé pasar. La dureza de su sinopsis podía convertir el incipiente dolor de tripa en una semana de apatía y tristeza que no estaba dispuesta a asumir de nuevo. Casas vacías reposó durante meses hasta que otra autora mexicana llamada Guadalupe Nettel oxigenó mis pulmones para lo que estaba por llegar. El golpe fue tremendo por dos motivos. El primero, por haber conseguido armar una novela de tal calibre a pesar de que su grosor, de unas escasas 161 páginas, pudiese indicar impaciencia o una narración abrupta sólo apta para los escritores más mediocres. Brenda Navarro construye dos monólogos bien diferenciados - aquí el trabajo sobre los recursos lingüísticos es impecable - que nos presentan, a su vez, dos realidades y formas de ver el mundo casi antagónicas pero unidas por el cordón umbilical de la maternidad, sus propias tragedias personales y la presencia o ausencia de Daniel o Leonel, dependiendo de en que monologo nos encontremos. La primera es la madre biológica de Daniel, un niño con autismo que desaparece mientras juega en el parque, una mujer aquejada por la culpa de no haberlo vigilado mejor así como la de no quererlo lo suficiente al no ser un embarazo deseado al tiempo que, como si de un pesado saco de patatas se tratase, le cae la maternidad no elegida de su sobrina Nagore, cuya madre ha muerto a manos de su marido. La segunda es la raptora, la que elige a Daniel, la que se lo queda y la que le cambia el nombre - ahora es Leonel - la que comete el delito en aras de mejorar la convivencia con un marido maltratador pensando que un hijo lo arreglaría todo aunque, en realidad, la maternidad y sobre todo el niño escogido no son lo que ella esperaba. Dos experiencias profundas que se enriquecen de una serie de personajes secundarios de gran riqueza (Nagore, Fran, Rafael, las respectivas suegras, Amara) y de un pulso narrativo simétrico - a lo Kubrick pero en literatura - que oscila entre el pellizco, el quejido y el desgarro. Asaeteadas por la culpa (la de la pérdida, la de no poder engendrar hijos, la de haberse casado con el hombre equivocado, la de no querer la propia maternidad...) al final de la lectura una no sabe bien como reaccionar ante la inexistencia de bandos pues, al fin y al cabo, ambas podríamos ser o haber sido todas nosotras. 


El segundo golpe, y tal vez el más duro, vino no sólo por esa envidia sana hacia aquellas autoras/es cuya primera novela resulta a todas luces magistral, también y más importante por una crucial decisión de estilo. Como todos sabemos, México es el país de los desaparecidos, lugar del que en muchas ocasiones nos llegan noticias de secuestros, tiroteos o fosas comunes halladas en medio del bosque. A la vez, en una macabra ironía, México también es el país del culto a los muertos, del recuerdo de los que ya no están, de los altares atestados de fotos y de flores, de las reuniones, comidas y vigilias familiares a los pies de la tumba. Ejemplo de ello lo encontramos en su cada vez más internacional Día de muertos. Consciente de ello, Brenda Navarro no quiso conformarse simplemente con escribir la historia de estas dos mujeres cuya forma de vivir la maternidad está en las antípodas de lo socialmente aceptado. Navarro, a sabiendas, construye la narración sobre un tiempo y unas formas completamente ajenas a cualquier época que el lector pudiese reconocer con facilidad. Aquí el contexto es remoto - de hecho la novela está narrada en pasado - como si hubiese pasado hace años, pero con la sensación de no encuadrarse en un marco temporal concreto, un momento donde no existen costuras, etéreo, en el que los personajes parecen levitar sobre una realidad que les pertenece y asusta al mismo tiempo. La clave de todo esto la encontramos en la que tal vez sea la mejor fase del libro: "¿Por qué los llaman desaparecidos y no se atreven a llamarlos muertos? Porque los muertos somos los que buscamos, ellos siempre, siempre seguirán vivos." ¿Y si en realidad las dos protagonistas están muertas? O peor aún ¿Vagan, como fantasmas plañideros, arrastrando la cadena de la culpa? Esta representación cercana a lo fantasmagórico entronca, por supuesto, no sólo con la invisibilidad a la que se la condenado a la mujer a lo largo de la historia, también con todas aquellos espíritus de mujeres que ingresan en el reino de los muertos tras haber sufrido violencia machista, o como Brenda Navarro subraya en la novela, feminicidio. Esta abstracta idea cobra forma en el personaje de Amara, la madre de Nagore, quien muere a manos de su pareja y tras años de vejaciones y palizas. Una presencia sobrenatural que, como la Rebecca de Daphne du Maurier, sobrevuela la rutina de su cuñada de forma asfixiante. En última instancia, una alegoría a las que no están y que constantemente recuerdan el poder que el patriarcado sigue teniendo sobre nuestra sociedad y la delgada línea que separa la vida de la muerte. Fantasmas o no, lo cierto es que Casas vacías no sólo es un magistral ejercicio de creación literaria, también de abstracción perturbadora llevada a sus últimas consecuencias. Haciéndonos dudar en todo momento si en realidad nos están hablando dos personas de carne y hueso o más bien sus voces de ultratumba, desde los albores del tiempo. 

Casas vacías: una historia de silencios, testimonio, muertos en vida, maternidades fuera de la norma, culpas que se clavan como puñales... Una novela que no deja indiferente a nadie. 

Frases o párrafos favoritos: 

"¿Por qué los llaman desaparecidos y no se atreven a llamarlos muertos? Porque los muertos somos los que buscamos, ellos siempre, siempre seguirán vivos."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Sexto Piso

miércoles, 17 de febrero de 2021

RESEÑA: Clima.

 CLIMA


Título: Clima. 

Autora: Jenny Offill (Massachusetts, Estados Unidos, 1968) es autora de las novelas Last Things (1999) y Departamento de especulaciones (2014; Libros del Asteroide, 2016), que fue finalista de los premios Pen Faulkner, International Dublín y Folio y está considerada por la crítica estadounidense como una de las mejores novelas de la última década. Clima (2020) es su muy esperada tercera novela. Actualmente vive en el norte del estado de Nueva York y es profesora de escritura en la Universidad de Syracuse y en la Universidad de Queens. 


Editorial: Libros del Asteroide. 

Idioma original: inglés. 

Traductor: Eduardo Jordá. 

Sinopsis: Lizzie Benson es bibliotecaria en Brooklyn. Divide sus atenciones entre su hijo Eli, su marido Ben y su hermano Henry, que se está recuperando de su adicción a la droga. Además, ayuda a una antigua profesora con el abundante correo que recibe por su exitoso podcast sobre el cambio climático, un tema que atrae a extremistas de todo tipo: desde aquellos que se preparan para el fin del mundo hasta los que afirman que la civilización cristiana está en peligro. Y aunque Lizzie intenta ser positiva, ni las clases de meditación ni los consejos que extrae de los estantes de la biblioteca consiguen calmar su inquietud por la situación de su hermano y por la furia que percibe en su entorno. 

Su lectura me ha parecido: breve, sintomática, retratista, ágil, irónica, algo desesperada, híbrida, sarcástica, mucho mejor que su anterior trabajo... El seis de enero de este mismo año asistimos atónitos a las imágenes de hombres armados hasta los dientes y vistiendo, como si de un chungo ritual chamánico se tratara, pieles y cuernos de bisonte asaltando el Capitolio de los Estados Unidos. Uno de los símbolos, en teoría, de la democracia norteamericana. Al principio nos reímos, sobre todo de Jake Angeli, cuya vestimenta sacada de las mismísimas pinturas de Altamira y su rostro pintado con los colores de la bandera nacional dio para más de un meme o video paródico. Pero a las pocas horas nos quedamos mudos. Las banderas del QAnon - el mayor hervidero de teorías conspirativas - ondeaban junto a las confederadas. Las mismas que a mediados de siglo XIX presidían las instituciones y los balcones de algunas de las mansiones de los terratenientes más ricos de los estados del sur. Miradores desde los que, a pocos quilómetros, podía observarse el campo de algodón. Un manto blanco manchado por el sudor y la sangre de los esclavos negros que lo recolectaban con la amenazante sombra del látigo impactando sobre su espalda. Ahora nos escandalizamos pero, la realidad es que siempre estuvieron ahí, agazapados, escondidos, esperando a que alguien abonara el terreno. Que lo llenara de mierda para, una vez abierta la veda, seguir expandiéndola. Su fétido olor ha llegado a todas partes. Inundando de porquería y de surrealismo el raciocinio de quien menos te lo esperas. La última, durante la histórica nevada que dejó Filomena en gran parte de nuestro país, mujeres y hombres al grito de "Esto es una mierda que nos mandan. Esto es puro plástico y nos siguen engañando con todo" trataron de argumentar, quemando con un mechero bolas de nieve, la inexistencia de ésta. De la nieve, de la violencia de género, del Coronavirus, de la represión franquista, del Holocausto, del matrimonio igualitario, del VIH, de la teoría de la evolución, del terrorismo, del agua, de las vacunas, del cambio climático, de la esfericidad de la tierra, de la democracia, de Australia, del alunizaje, de las patatas fritas, de los osos polares, las camisas con hombreras, del calor en verano... Hay tantos negacionismos como juguetes en el Kinder Sorpresa. Sólo hacía falta políticos igual de irresponsables adscritos a la conspiración (absolutos generadores de escepticismo e intolerancia) y un lugar - o varios - en internet donde amplificar sus locuras para darles (y nunca mejor dicho) alas para volar. El mundo está loco. Enfermo de ignorancia. E incluso da la sensación de que éste gira cada vez más rápido, a la velocidad con la que vuelan los videos de Youtube, las fotos publicadas en Instagram o los titulares - que no noticias - que brotan de la bandeja de Facebook. Todo esto, de alguna manera, lo tenía que reflejar la literatura. Y así ha sido, al menos Offill ha conseguido que nos olvidemos de Departamento de especulaciones para, por fin, mostrarnos de lo que de verdad es capaz. Clima: la inquietud y Twitter a las puertas de un apocalipsis climático. 


Las y los que tenéis más memoria ya sabréis que Jenny Offill - la autora de la novela que hoy reseñamos - lo "petó" bastante con su trabajo anterior titulado Departamento de especulaciones. Un libro que, si recordáis, narraba la historia del derrumbamiento de un matrimonio y los intentos por parte de la protagonista de buscar en el pasado ese elemento, la causa de que todo se esté desmoronando. Dicha premisa le valió a su escritora innumerables premios internacionales, todos ellos de gran prestigio literario. Un reconocimiento que, sin embargo, no entendí, ya que la novela en sí no me acabó de convencer del todo. Si bien es cierto que tenía elementos que la hacían sobresalir, como un particular estilo que en la presente novela ha acabado explotando para bien, pero en general los lugares comunes en los que ésta incurría hacían que perdiera todo ese potencial apreciado. Algo que, afortunadamente, no ocurre en Clima donde Offill, en un ejercicio de madurez interesante, ha sabido conjugar un contenido de rabiosa actualidad con una forma igual o más moderna si cabe, muy a corde con el sistema que nos rodea y las nuevas formas que el ser humano tiene para comunicarse en pleno siglo XXI. Todo ello con una cercanía y una deliciosa ironía (de la cual hablaré más adelante) para hacer aún más accesible sus preocupaciones como autora. La sinopsis puede parecer algo simplona. Tenemos a Lizzie Benson, una bibliotecaria en Brooklyn a caballo entre su vida familiar - marido y un hijo - y la de su hermano Henry - en plena recuperación de su adicción a las drogas -. Así como en su trabajo ayudando a una antigua profesora - al frente de un exitoso Podcast sobre el cambio climático - con su abundante correspondencia. Como ya he dicho, la trama carecería de interés u originalidad de no haber sido por la innata curiosidad que el tema despierta en Lizzie. Una inquietud que evoluciona de los razonamientos más simples a preguntas más complejas a medida que avanza en su conocimiento acerca de los efectos del calentamiento global y que le hace replantearse, no solo su papel en el debate existente, sino su propia relación con las personas con las que convive a diario. De nuevo, lo personal elevado a lo político. Así mismo no debemos obviar el contexto en el que aparece Clima. Una época donde la realidad dominada por las tres "c" - caótica, cambiante y contradictora -  en la que, a la vez que somos conscientes de que nuestro planeta está en serio peligro de sufrir las consecuencias de todos los gases que hemos ido vertiendo a la atmósfera durante siglos, existe una deriva política (la puya al expresidente Trump es más que evidente) cuyo reaccionarismo está agravando más el problema. Ensanchando el, cada vez más frágil, agujero en la capa de ozono. Todo eso está en la novela de Offill, incluyendo esos pellizcos de humor - que alargada es la sombra de Jane Austen en este aspecto -  cuando son los conspiranoicos de toda índole los que toman papel y boli para exponer sus loquísimos y siempre terroríficos argumentos. 


Además de, como ya he apuntado en el anterior párrafo, proporcionarnos un retrato de la sociedad contemporánea actual. Offill lleva más allá su acercamiento a este movido siglo XXI mediante las formas, en otras palabras, a través del estilo empleado y que, en mi humilde opinión, es el mayor acierto de Clima. Su estructura narrativa a golpe de frases cortas, separadas, como si de pequeños textos independientes se tratasen. Una buscada fragmentación que no sólo pisa el acelerador en lo que a la lectura se refiere, sino que además intenta trasladarnos un potente reflexión, muy al hilo de lo que impera en nuestro día a día. Y es que las redes sociales - ese extenso universo escondido tras coloridos logos que lucen apabullantes tras las pantallas de nuestros dispositivos digitales - hoy por hoy son el pan nuestro de cada día. Lugar de comunicación entre personas a millones de kilómetros de distancia, espacio de debates, tertulias, encuentros, donde uno puede fundar grupos de conversación sobre un tema en concreto - clubs de lectura, videojuegos, cocina... - marco en el que poder difundir ideas, noticias, así como llamamientos a la protesta ciudadana - no son pocas las manifestaciones, concentraciones y demás actos similares cuya génesis ha tenido lugar en los muros de Facebook o Twitter -. Un amplio paraje en el que, por qué no, buscamos todo tipo de información u opinión respecto a cualquier cosa que se nos pueda ocurrir. No obstante, las redes sociales también pueden convertirse en una ciénaga, un barrizal en el que tiene lugar el acoso, el insulto, el chantaje, el bullying, el sexting, el racismo, la homofobia, la transfobia, así como la amplificación de noticias falsas, bulos o mensajes de odio de toda clase. No es de extrañar, siguiendo con esto último, que grupos de cariz reaccionario hayan visto en estas plataformas el altavoz extra que necesitaban para llegar a un público más amplio, ese que divide su tiempo entre la televisión, el ordenador y el móvil, ese que prefiere ver telebasura - o cualquier serie de Netflix - en lugar de estar informado de lo que pasa en su país, en definitiva, el miso que un día decidió cambiar el libro por el smartphone. Un público más inculto, menos leído, polarizado, y por tanto, más susceptible de creerse toda fake new o mensaje de intolerancia que se le presente, por muy fascista, machista o loco que suene. Está claro que Clima llega en un momento muy particular a estos niveles, en el que parece haberse instaurado una pereza lectora sin precedentes, en el que parece que poco a poco se está perdiendo esa curiosidad innata por como funciona este mundo, y por supuesto, en el que se le da más credibilidad a las palabras del tertuliano/influencer/famoso de turno que a la que sale por boca de expertos en X materia. Ese estilo twittero, de pocos caracteres, fugaz, es el que emplea, de forma crítica, la novela de Offill. Un libro en el que, paradójicamente, la protagonista del libro deposita la respuesta al porqué de las cosas en la información que obtiene a través de internet. Dejando claro desde el primer momento que los seres humanos no moriremos por una apocalíptica crisis climática, sino por no poder vivir sin Internet. Vamos, que de esta tampoco salimos bien paradas/os. 

Clima: una historia de opiniones polarizadas, emisiones de efecto invernadero, dramas familiares, correspondencias masivas, tweets, teorías de la conspiración, curiosidad, luz, espíritu crítico... Ahora sí, Jenny Offill ha vuelto. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Vete a dormir, solía decirte. Ya te despertaré cuando lleguemos a algún sitio."

"En las películas de catástrofes, si alguien descubre un objeto perteneciente a la época anterior al desastre - un cargador de teléfono, por ejemplo, o la Estatua de la Libertad - de repente se echa a llorar."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Libros del Asteroide

miércoles, 10 de febrero de 2021

RESEÑA: Transirak

 TRANSIRAK


Título: Transirak. 

Autor: David Pasual Huertas "Mr. Perfumme" (Valencia, 1981) es escritor, guionista y dibujante. Ha publicado los libros El Satélite Ruso (Ediciones Encendidas). Eso fue lo que pasó (Malatesta), Una pequeña llama en mitad de un terrible incendio  y Saber Matar (Chebooks/Contrabando). También ha participado en los libros colectivos La isla revisitada (Flechas desde Atalanta) y Zukerberg, una biografía no oficial (Chebooks/Contrabando). Además fue guionista en el largometraje Pobre Diablo y el documental The Mystery of the pink flamingos y recibió una beca Graners de Creació colaborando con el colectivo teatral Miss Panamá. Así mismo, es profesor del Taller de experimentación narrativa de Lapiscifactoria Laboratorio de Creación. En marzo de este 2021 publicará nueva novela con el sello Temas de Hoy titulada Gordo de Porcelana


Editorial: niños gratis*. 

Idioma: español. 

Sinopsis: A Sadam Husseín le diagnosticaron el sida entre 1995 y 1997. Desde el año 93, cuando puso en marcha La Campaña de la Fe, con la que instrumentalizó el Islam para sus propios intereses, en Irak hubo una época de relativa calma. Hasta el 96 no se crearon los primeros fármacos antirretrovirales que lograron convertir el virus en una enfermedad con la que se podía convivir de una manera mínimamente digna. Para cuando Sadam pudo tener acceso a estos tratamientos, su salud ya estaba deteriorada, aunque solo pocos hombres de su círculo más íntimo lo sabían. 

Su lectura me ha parecido: extraña, loquísima, inesperada, desconcertante, arriesgada, desternillante, dramática, sesuda, marciana (metafórica y literalmente), deliciosamente extravagante... En honor a la cinematográfica cita con la que el lector se topa nada más abrir el presente libro - de la cual hablaré más adelante - permitidme que haga mía otra gran frase cinéfila cuya correcta pronunciación es vital tanto para dar yuyu como para perturbar un poco el ambiente: "Ya están aquí". Y es que es cierto, ya están aquí, por fin, las y los autores valencianos. En las librerías de barrio, en las de los centros comerciales, en el Corte Inglés, en el quiosco de la esquina, y por supuesto, en nuestras estanterías más personales. Esas que cuidamos como si fueran un miembro más de la familia y que, en ocasiones, nos cuesta desmembrar por miedo a que queden incompletas o se rompa alguna de sus robustas páginas. Sí, lo sé, llevamos siglos rodeados de escritoras y escritores de la terreta. Si no fueran por las machaconas y benditas clases de valenciano en las que, si a la profesora o profesor de turno se enrollaba un poco, dedicaba parte del temario a ahondar en la literatura de nuestro amado como odiado territorio, ninguno de estos nombres nos sonaría, ni siquiera cuando deambulamos por el intrincado callejero. Desde los versos del cetrero real Ausias March - cuyo "veles e vents" lo tengo incrustado en la memoria - a Joanot Martorell - considerado por muchos el padre de la novela moderna y el antecedente más directo del Quijote de Cervantes - sin olvidarnos del misógino Jaume Roig, de las justas poéticas de Calatá de Valeriola o de los textos místicos de sor Isabel de Villena entre otros. Con Vicente Blasco Ibáñez - al que, a pesar de sus rancios gustos, muchos de los que nos dedicamos a la escritura deberíamos rendir pleitesía - cruzamos el charco, nos volvimos internacionales y comenzamos a mirar a la Albufera con una nueva lente. Con Rafael Chirbes - otro al que admirar por los siglos de los siglos - redescubrimos la podredumbre que habita bajo el milagro valenciano, o dicho de otra forma, en los cimientos de los enormes rascacielos de Benidorm. Con Joan Fuster nos sentimos más valencianos que la propia paella. Con Vicent Andrés Estellés aprendimos que la poesía podía emocionarnos más allá del idioma o las formas empleadas. Con Enric Valor me aprendí de cabo a rabo la rondalla del "Mig Pollastre" a la cual le tengo especial cariño. Con Isabel Clara-Simó accedimos a un universo literario plagado de personajes femeninos de gran envergadura en clave juvenil (muchos de los libros que me mandaban leer en el instituto eran precisamente de ella). Y, por supuesto, con Laura Gallego nos convencimos de que no teníamos porque que ser J.K. Rowlling o vivir en Escocia para atrevernos a escribir fantasía made in Valencia. La lista no acaba ahí, de hecho, no ha hecho más que aumentar: Manuel Vicent, Santiago Posteguillo, Elia Barceló, Alberto Torres Blandina, Elisabeth Benavent, Joan Francesc Mira, Bárbara Grau o Elisa Ferrer (ambas merecedoras del prestigioso premio Tusquets de Novela es sus dos últimas ediciones). ¡Casi nada! A esta tira de nombres debemos añadir el de David Pascual Huertas, más conocido por su pseudónimo Mr Perfumme. Un autor que, a pesar de pertenecer a la misma hornada de nuevos talentos valencianos, se revela como el menos ortodoxo en las formas, capaz de explotar la cabeza del lector con propuestas que te obligan a mudarte de la zona de confort o en las que directamente se pasa por el forro las normas no escritas acerca de lo que es o no considerado objeto literario. Ejemplo de lo que os comento es Transirak: la genial rayada monumental protagonizada por dos hermanas, el doble de Sadam Husseín y la Virgen del Casquete. 


Antes de meternos de lleno a comentar lo más llamativo de la novela de Mr Perfumme, en esta ocasión debemos detenernos unas líneas (o el párrafo entero si es necesario) en adentrarnos un poco en la editorial que ha hecho posible Transirak, así como en su peculiar edición, la cual acaba jugando un papel fundamental tanto en la lectura como en la comprensión de la obra en cuestión. Es la primera vez en los años que llevo administrando este blog que le dedico este espacio a hablar de una editorial en concreto, y es posible que lo que os vaya a contar o ya lo sepáis o no os interese para nada, pero es que de verdad, es importante, porque este caso es extraordinariamente singular. De buenas a primeras sorprende el nombre escogido - niños gratis* - por no hablar de su carta de presentación que cito textualmente: "niños gratis* es una editorial. Hacemos libros todavía. Todos buenos. Aunque ya no sean más que una extravagancia, aún nos apetece disfrutar de ellos. Hacerlos, leerlos y hablarlos." Una filosofía que, si lo analizamos desde su ironía y su buscada parquedad, tiene todo el sentido del mundo. Sobre todo si tenemos en cuenta la cantidad de personas, por llamarlas de alguna manera, asocian que asocian "lujo superfluo" con el libro y el simple acto de leer. Sí, niños gratis* sigue haciendo libros, muy pocos en comparación con otras editoriales, pero los hace, como si eso significase un acto suicida o algo por el estilo. Algo que, en tiempos pandémicos, no es descabellado pensarlo. Más allá de su sentido del humor, niños gratis* arriesga tanto en sus títulos como en la forma de presentarlos al lector. Para empezar encontramos un catálogo de lo más variopinto. Donde lo costumbrista, lo queer, lo experimental o lo más contemporáneo en cuanto a temáticas y debates se dan la mano. Desconozco si todos los libros que publican, como afirman, son buenos. Pero a juzgar por lo que he podido ir descubriendo, lo cierto es que el factor sorpresa parece entrar entre sus prioridades. Ya sea por la vía del contenido como por sus formas. No obstante, lo que de verdad sorprende y que me ha llevado a dedicarles toda esta segunda parte es su envoltorio. El pequeño formato - estos sí son libros de bolsillo, de los que te caben en cualquier lado - y por supuesto el poster desplegable en el que se convierte su sobre cubierta. El cual, a través de sus distintos elementos, el lector se puede hacer una idea de por donde van los tiros respecto a la novela que está a punto de leer. Eso o enmarcarlo para colgarlo en la pared, pues en el caso de Transirak (diseñado por los Hnos Paadín) es digno de un marco. Así se presenta niños gratis* en un valiente como novedoso equilibrio entre los beneficios de la palabra escrita y la belleza del lenguaje visual. 


Tras el pseudónimo Mr Perfumme se esconde el escritor valenciano David Pasual. Un autor con varios libros en su haber - algunos de ellos colectivos - y cuyas inquietudes artísticas, más allá del ámbito literario, han transitado hacia disciplinas tan distintas como el guion, el teatro (escribiendo y codirigiendo), el dibujo o la música. Este polifacético carácter se traslada de una forma muy personal a sus novelas, o al menos a Transirak, donde la fluidez de géneros, temas, personajes, situaciones - cada cual más loquísima que la anterior - tonos y emociones provocadas mantiene al lector en una continua sorpresa. En Transirak, aplicando un surrealismo ilógico pero racional en su disposición, todo es una locura. Ya la cita de Robocop 2 al principio de la novela es chocante. Nada de Oscar Wilde, James Joyce, o Dante Alighieri por nombrar a los más socorridos, no, Robocob 2, para que el lector alucine o se parta de risa nada más empezar. A continuación, como si de un viaje alucinógeno se tratase, Mr Perfumme nos sumerge en dos historias que transcurren en una misma y loca línea argumental. En primer lugar, tenemos la historia de Paula y Candela, dos hermanas en una situación crítica, ya que una de ellas - Candela en concreto - se está muriendo de cáncer. El autor sitúa la acción en la sala de espera del hospital y es a través de los pensamientos de Paula como conocemos la terrible realidad que está teniendo lugar a su alrededor así como los demonios familiares que pueblan sus recuerdos. Al mismo tiempo, y a medida que vamos teniendo más información sobre la difícil vida de las hermanas, esta historia se entrelaza con la de Sadam Husseín - recordemos, dictador iraquí al que Estados Unidos se encargó de demonizar y culpabilizar falsamente tras los atentados del 11S - muerto de sida en los años 90 y sustituido por un doble llamado Mohamed. Una deliciosa y desternillante alteración de la historia para ofrecernos una imposible pero efectiva conexión entre ambos relatos. Casar tramas totalmente diferentes y en las antípodas parece ser la especialidad de Mr Perfumme, eso y su asombrosa capacidad para negarse cualquier tipo de autocensura en lo que a ideas se refiere. Que si la Virgen en realidad es un extraterrestre, que si todos tenemos cáncer y sólo hay que esperar a que se active por medio de los chemtrails (algo que en tiempos de negacionismo y teorías conspirativas no me pudo parecer más acertado), que si Sadam Husseín tuvo más de doce dobles, que si Irak llegó a desarrollar un programa tan descabellado llamado Fuego Devastador... En el universo literario de David Pascual todo vale, por muy loco que resulte, todo acaba encontrando su coherencia dentro del caos. ¿Cuál es entonces la conexión? ¿Lo que hace de esta pequeña novela algo más que un festival surrealista? La respuesta la encontramos en el retrato de lo monstruoso, o las distintas formas en las que éste se manifiesta. El cáncer o el Sida son son, la invisible mano de la muerte que se posa de forma arbitraria sobre los hombros desconocidos, pero también los propios seres humanos que pueblan el libro, las criaturas creadas artificialmente para aterrar o los inminentemente cotidianos que, a través de inofensivas acciones, se están cargando el planeta y envenenando nuestras sociedades (a esos los llamamos ignorancia u odio). Pienso en CharlieBeta Jr., el mono en cuyo interior se creó sin querer el virus del Sida, pero también en ese murciélago - al menos son las sospechas que se tienen por el momento - sin nombre que pasó la enfermedad del Coronavirus al hombre, el primero de todos, el que jamás se imaginaría la que liaría en el ya cancelado 2020. De nuevo el monstruo de la enfermedad arrasando todo a su paso. 

Transirak: una historia de vírgenes, hermanas, dictadores iraquíes, dobles, marcianos, teorías de la conspiración, muerte, rezos, robots... Un huracán renovador a punto de extenderse más allá de las fronteras territoriales y mentales. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Nadie lo ve. No ha pasado. Magia. Mi hermana se queda sin habla. Imagino como le tiembla la barbilla y los ojos, imagino el cubo de sangre de Carrie cayéndole sobre los hombros y la cabeza, pero nada de eso ocurre. El cura le hace un gesto con los ojos indicándole que salga de la fila y mi hermana obedece. Un gesto sutil en el que nadie repara. Tachán. Conmigo repite la misma acción paso por paso. Algo que no entendemos nos deja una herida profunda que nos acompañará para siempre."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Niños Gratis

viernes, 5 de febrero de 2021

RESEÑA: Testamento de juventud.

 TESTAMENTO DE JUVENTUD


Título: Testamento de juventud. 

Autora: Vera Brittain (Newcastle-under-Lyme, 1893-Wimbeldon, 1970) fue una de las escritoras británicas más singulares del siglo XX, conocida también por sus ideas pacifistas y feministas. Estudió en la Universidad de Oxford, aunque se vio obligada a retrasar su formación para trabajar como enfermera voluntaria durante la mayor parte de la Primer Guerra Mundial. En 1923 publicó su primera novela (ya era conocida en algunos círculos, como poeta), The Dark Tide, pero el reconocimiento público le llegó diez años después con Testamento de juventud, fue todo un éxito de crítica y ventas y se convirtió en uno de los libros más comentados de su época. 


Editorial: Errata Naturae. 

Idioma original: inglés. 

Traductora: Regina López Muñoz. 

Sinopsis: Vera Brittain dedicó casi veinte años a escribir esta obra portentosa, en la que debía haber espacio "para los seres queridos y también para aquellos a quienes no conoceremos nunca, pero que, no cabe duda, son nuestros iguales". Pocas veces se ha contado la vida de aquella juventud, la que sufrió la Primera Guerra Mundial y la posguerra, con tanta profundidad, elegancia y exactitud. Se combinan aquí las peripecias (siempre verdaderas) de la hija del propietario de una fábrica de papel de provincias que luchaba por emanciparse con las de la joven estudiante en Oxford y con el sufrimiento que esta misma joven, convertida en enfermera, encuentra en el frente durante la guerra; su pasión por el estudio y la literatura con el afecto por muchos de los que la rodearon de adolescente... Todos sus amigos lucharán en las trincheras, y todos sus amigos vivirán el fin de una época mejor en la que todo parecía más puro e ingenuo. "Si la guerra me perdona la vida", escribió Vera Brittain a su hermano, "mi único objetivo será inmortalizar en un libro nuestra historia, la de nuestros amigos". Aquel deseo, casi una promesa, se convirtió en uno de los libros de memorias más famosos y conmovedores del siglo XX. A pesar de su interés por ajustarse al marco histórico de lo sucedido y a los datos reales, Vera Brittain, cuando escribe, siempre lo hace en los alrededores de la poesía y de los sentimientos, respaldados por una inteligencia viva y sus fervientes creencias pacifistas y feministas. 

Su lectura me ha parecido: inquieta, emotiva, feminista, heroica, enorme (en todos los sentidos), pacifista, veraz, crudo en ocasiones, de grandísimo valor testimonial... Cada día, a las ocho de la tarde, entre los meses de marzo y abril del aciago 2020 se producía uno de los pocos fenómenos de unión vecinal, social, nacional - hasta patriótica me atrevería a decir - más emocionantes de cuantos he presenciado a lo largo de mi corta vida. De pronto, las calles, plazas, avenidas y demás lugares se llenaban de atronadores aplausos. Enérgicas palmadas acompañadas por el Resistiré, convertido por aquellos días en nuestro particular himno en medio del horror y la muerte. Un atisbo de esperanza y de reconocimiento rutinario a todas aquellas personas que, fuera de sus casas, y por tanto, con más posibilidades de sufrir las consecuencias del maldito virus, se jugaban (y se la siguen jugando, a pesar de la amnesia colectiva persistente) la vida por todas y todos nosotros, por nuestra salud y porque siguiésemos protegidos contra las consecuencias de la Covid-19. Dicho acto de empatía se vivía con mayor intensidad si cabía a la puerta de los hospitales y centros de salud, por aquel entonces sumidos en lo que posteriormente se conocería como "primera ola". Sus rostros compungidos, cansados y plagados de cicatrices físicas y emocionales devolvían el aplauso, así como lágrimas de agotamiento y tristeza. Poco importaban las horas trabajadas, la falta de sueño o las interminables guardias en urgencias; su deber estaba allí, con los enfermos, con los más leves y con los de la UCI, los entubados, los que peleaban (e insisto, siguen peleando) por cada bocanada de aire en sus pulmones. Muchos osaron, en su momento pensé que sin mucho atino, compararlo con todas aquellas y aquellos profesionales (voluntarios en su mayoría) que curaron y salvaron del putrefacto barro de las infinitas trincheras de Verdún o Somme a miles de soldados durante la Primera Guerra Mundial. Podríamos extenderlo a otros conflictos armados de gran calibre - como la Segunda Guerra Mundial por ejemplo - pero en realidad fue la conocida como "Gran Guerra" la que puso en valor, por primera vez en la historia, el trabajo de estas mujeres y hombres amparados por organizaciones, a día de hoy importantísimas, como Cruz Roja. Sabían que iban al frente, a primera línea, pero jamás se imaginaron las secuelas físicas y psicológicas que aquello les provocaría a lo largo de los sucesivos años marcando, de forma indeleble, a toda una generación. Aún es pronto para afirmarlo pero, es cierto que el Coronavirus está socavando la entereza de las y los que día a día se enfrentan al virus, llegando a hablarse incluso del desarrollo de estrés postraumático en algunos casos. Justo lo que en su momento padecieron hace más de cien años entre sangre y fuego cruzado. ¿La diferencia? que en la Primera Guerra Mundial la gente se desplomaba tras una explosión o un certero balazo en un espacio geográfico muy concreto, mientras que en la actualidad la muerte, con su icónica guadaña, pulula a nuestro al rededor. Sé que hacía tiempo que tendría que haber escrito la reseña del presente libro mucho antes, pero ha sido ahora y no antes cuando he encontrado el paralelismo, el puente entre dos contextos históricos tan diferentes, que no es otro que las manos que sanan, las palabras que consuelan y, sobre todo, las personas que hay tras ellas. Testamento de juventud: el recuerdo a los caídos o la herencia de lo vivido. 


Vera Brittain, nacida a finales de siglo XIX en el seno de una familia adinerada que, como siempre sucedía, pretendía hacer de ella una mujer florero. Intentando escapar de aquel terrible sino y en aras de alcanzar la ansiada emancipación, Brittain decide cursar estudios universitarios en una de las instituciones más importantes de Reino Unido (la Universidad de Oxford). Formación que decidió suspender temporalmente cuando tomó la decisión de trabajar como enfermera voluntaria durante la mayor parte de la Primera Guerra Mundial. A su vuelta - y tras conocer la noticia de que su hermano, su novio y algunos amigos de la infancia habían perecido en la contienda - le fue difícil insertarse en la sociedad de postguerra. Hasta que conoció a la también escritora Winifred Holtby a la que le unió una inquebrantable amistad hasta la muerte de ésta en los años 30, así como una aspiración compartida: la de asentarse en la escena literaria londinense de su tiempo. A partir de entonces fue habitual ver a Brittain en tertulias intelectuales, como oradora en la Sociedad de Naciones, participando en mítines del Partido Laborista o en manifestaciones a favor de los derechos de las mujeres, destacando por su defensa a ultranza del pacifismo en un mundo a punto de explotar de nuevo. Fue tal su grado de implicación en dicha causa que el Partido Nazi incluyó su nombre en el Libro Negro. Un texto que contenía una lista de más de 2.000 personas que debían ser arrestadas después de la invasión de Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial. No obstante, si por algo es recordada Brittain - más allá del mundo anglosajón - es por su productiva carrera literaria, especialmente tras publicarse en el año 1940 el que es considerado su libro más importante y trascendente: Testamento de juventud. El que es considerado por muchos como el libro de memorias definitivo de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, sería muy injusto atenernos a opiniones tan reduccionistas. Es obvio que el grueso del libro - de unas 846 páginas - comprende los años en los que Vera Brittain trabajó como enfermera en el frente, pero no debemos olvidarnos de las importantes páginas que la autora dedica tanto a su vida anterior al enfrentamiento bélico (donde asistimos a las breves andanzas de una joven estudiante en Oxford), así como a esa parte final en la que se nos expone, desde un subjetivismo abrumador, sus opiniones y descripciones acerca de lo devastada que ha quedado su generación tras el fin de la guerra. De este modo tenemos, en primer lugar, una introducción donde su autora nos cuenta lo que suponía en aquellos años que una mujer accediera a la educación superior (con una fuerte impronta feminista), en segundo lugar, y a modo casi de diario personal, las experiencias vividas en la guerra sin ocultar la crudeza y sin descuidar cada detalle del relato (seguimos con esa reivindicación del papel de las mujeres, en este caso durante la contienda) para, en tercer y último lugar, hacer un ejercicio de memoria (con la perspectiva que ofrece el tiempo) que sirva de reflexión, ya no sólo para el lector de su tiempo, también para las futuras generaciones. Es ahí donde da rienda suelta a sus ideas pacifistas, pro feministas (sobre todo en lo que a libertad y emancipación se refería) y de un llamamiento a no repetir los errores del pasado. Algo, que, visto el panorama, no parece que hayamos entendido mucho.


Respecto al contenido de estas voluminosas memorias, lo primero que hay que aclarar es precisamente eso, su extenso número de páginas, capaces de disuadir a más de un lector. Y es que en los tiempos que corren parece que nos hemos acostumbrado a lecturas poco exigentes, amenas y a ser posible que no rebasen las 200 páginas (aunque en ocasiones también nos parezcan una barbaridad). Aunque, como ya digo, su voluminosidad tire para atrás, merece la pena adentrarse en esas 846 páginas para sumergirnos, no sólo en una época muy concreta de nuestro pasado - que aunque hayan pasado más de cien años, en términos históricos, queda relativamente cerca del presente - sino en la cabeza y en las experiencias de una de sus testigos más privilegiadas. Sin obviar esa primera, pero brevísima, parte en donde nos ponemos en sus zapatos y en las dificultades de lo que significaba ser mujer en una de las universidades más importantes, lo cierto es que el gran reclamo es el grueso del libro, en otras palabras, todas las páginas que le dedica a cuando trabajó como enfermera (voluntaria, no lo olvidemos) durante la Primera Guerra Mundial. Lejos de ser un texto nostálgico respecto a la contienda - en el peor de los sentidos - Testamento de Juventud se erige como un testimonio único desde el punto de vista historiográfico. Ya no sólo por ese equilibrio entre lo novelado y lo autobiográfico - aunque en este caso la balanza se incline más hacia lo segundo a pesar de que su autora emplee recursos narrativos para llegar a un público más amplio - también por la voz que nos cuenta estas experiencias. La de una joven que, desde la valentía y un sentimiento de solidaridad que roza la más pura inocencia, decide por voluntad propia viajar a los lugares más peligrosos, aquellos donde las trincheras recorren campos y bosques, aquellos en los que miles de hombres mueren, vomitan, lloran de dolor, de impotencia, acompañados de ratas... En definitiva, donde malviven en aras de una guerra cada vez más absurda y a la que acudieron cegados por un exacerbado heroísmo. La propia Vera Brittain sufrió aquel shock al comprobar como aquellos ideales sobre lo que significaba combatir o ayudar en el frente que tanto se habían inculcado desde las escuelas, universidades o las propias familias chocaban con una realidad más sangrienta y cruda. De ahí su indignación, su rabia, su impotencia de verse como un engranaje más  de un peligroso y falso patriotismo. Su retrato del cuerpo de enfermeras, aquellas que desde una mirada machista se les llamó "ángeles blancos", es abrumador, metódico, sin escaparse ningún detalle. Destacando el legado de Florece Nightingale - la considerada como pionera de la enfermería - vital desde un punto de vista inspiracional. No obstante, entre tanto horror, hubo hueco para la reinserción y la esperanza, ya que, en palabras de la propia autora, lo que la salvó de la desesperación - y de las profundas heridas psicológicas - fue el rodearse de mujeres. Tanto de heroínas de carne y hueso (como su amiga Holtby o sus profesoras del Somerville College), como pertenecientes al mundo de la literatura (entre las que destaca la novelista Olive Schrenier, cuya influencia fue vital para Brittain). Un universo femenino que cimentó aún más sus ideas feministas y su compromiso con la libertad de las mujeres trabajadoras. Como anécdota final - de esas que me gustan especialmente - contaros que la mismísima Virginia Woolf se pasó noches en vela leyendo el presente libro y alabándolo allá donde iba. De hecho, la escritora británica (en un acto de lucidez visionaria) se refirió a él como un relato insertado en un nuevo género, profundamente angustiante, propio de la juventud del momento y que ella no se atrevería nunca a escribir. Pensad por un momento en la cantidad de memorias y diarios que se han redactado en las sucesivas décadas. Y no es para menos, el contexto - encaminado a descubrir la cara más terrorífica del totalitarismo - lo pidió a gritos. No sé si en un futuro más o menos cercano tendremos en nuestras manos la autobiografía de una enfermera que vivió en primera persona la crisis del Covid-19 (lo más probable es que así sea), pero de lo que sí estoy segura es que, si se parece al inolvidable texto de Vera Brittain lo estudiaremos, lo apreciaremos, lo debatiremos, lo analizaremos... Para aprender, comprender, y sobre todo, para no olvidar. 

Testamento de juventud: una historia de guerra, tragedia, valentía, solidaridad, amistad, aprendizaje, secuelas, memoria, homenaje, reconocimiento, superación... La generación que la contienda sesgó a través de los ojos de quien los vio perecer. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Mientras dura la guerra, el heroísmo que da lugar supera con mucho al embrutecimiento. Entre 1914 y 1919, hombres y mujeres jóvenes, desastrosamente puros de corazón y ajenos al egoísmo y a la cínica explotación de los mayores, se consagraron una y otra vez a un fin que creían, intentaron seguir creyendo, que era noble e idealista (...) sin duda, este estado mental era, como decían los propagandísticas antibélicos, "exaltación histérica", pero dio resultados concretos en forma de una paciencia formidable, una resistencia sobrehumana y una reafirmación constante de un valor inconcebible."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Errata Naturae