sábado, 19 de febrero de 2022

RESEÑA: Cielos de Córdoba.

CIELOS DE CÓRDOBA


Título: Cielos de Córdoba. 

Autor: Federico Falco (General Cabrera, Argentina 1977). Considerado uno de los escritores con más talento de su generación, sus cuentos han sido celebrados unánimemente por la crítica e incluidos en numerosas antologías. Ha publicado los libros de cuentos 222 patitos, 00 (ambos en 2004), La hora de los monos (2010) y Un cementerio perfecto (2016). También es autor del poemario Made in China (2008), la obra de teatro Diosa de Barrio (2010) y la novela breve Cielos de Córdoba (2011; Las afueras 2020). En 2010 fue seleccionado por la revista Granta como uno de los mejores narradores jóvenes en español. Actualmente reside en Buenos Aires, donde coordina talleres de escritura y codirige el proyecto editorial Cuentos de María Susana. En 2020 su novela Los llanos fue finalista del Premio Herralde de novela. 

Editorial: Las Afueras. 

Idioma: español. 

Sinopsis: Cielos de Córdoba es una novela de iniciación, la de Tino, un preadolescente solitario con una madre gravemente enferma internada en un hospital y un padre obsesionado por los ovnis que regenta un museo dedicado a la ufología. Entre esas figuras ausentes se mueve el protagonista de esta historia, obligado por la vida a madurar y  asumir responsabilidades antes de tiempo, mientras trata de lidiar con el caos y las pulsiones del deseo propias de su edad. 

Su lectura me ha parecido: fluida, breve, curiosa, triste, minimalista, lírica, pequeña, sutil, delicada, sin artificios que entorpezcan, casi silenciosa... Desde pequeña me apasiona observar el cielo, sobre todo de día, ese gran azul infinito que nos acompaña desde que nacemos hasta que morimos. Testigo privilegiado de lo mejor, pero también de lo peor. Obligado a observar besos, abrazos, caricias, cualquier expresión de cariño, felicidad, solidaridad, empatía o amor. Así como a contemplar, sin posibilidad de apartar los ojos, de los actos más terribles que el ser humano pude perpetrar. Yo lo miro, pasiva y activamente, tratando o bien de relajarme o bien de buscar aquello que lo haga especial, prestando mucha atención a los marcos que lo recortan. Cúpulas, terrazas, barandillas, antenas parabólicas, balcones copas de los árboles, montañas, pináculos, agujas góticas, torres, campanarios, formas vanguardistas, un avión que de pronto cruza de lado a lado, una anárquica bandada de estorninos, otra no tan amable que sobrevuela en círculos, nubes amorfas, chorros de estelas químicas dibujando sobre la pizarra azul toda clase de rectas, círculos y figuras que se escapan a lo geométrico. Mi favorito, últimamente el de mi ciudad, tan brillante, epatante, insolente y soberbio que da envidia solo mirarlo. Alzar la mirada al cielo también tiene cierto poder terapéutico, sobre todo cuando lo terrenal, lo que te ancla a la cruda y a veces odiosa realidad te supera. Buscando entre los pliegues de los gigantes blancos ese clic, ese botón que lleva escrita la palabra "evasión" en mayúsculas que todas y todos hemos necesitado pulsar alguna vez en nuestra vida. Pero también hay quien eleva sus fanales, fijando las pupilas en ese efecto óptico o fenómeno extraño que ha percibido de pura casualidad. Con la esperanza de confirmar la existencia de vida extraterrestre, de platillos volantes - o de lo que sea - sobrevolando nuestro planeta, de seres que poco tienen que ver con los que el cine o la televisión ha conseguido incrustar en la cultura popular. Además de una afición o de una rama más dentro de la investigación científica - totalmente respetable por cierto - también podría ser vista como una forma más de evasión, de no pensar, de soltar el nudo, observar los problemas desde una mirada de pájaro, astronauta o marciano sacado del imaginario de Bradbury. De todo esto y más habla la novelita - corta en extensión, grande en su retrato de una cotidianeidad quebrada - que hoy tengo el placer de reseñar. Cielos de Córdoba: un coming of age entre visitas al hospital y ufología. 


Desde una prosa sencilla, íntima y sin muchos sobresaltos Federico Falco - nombre a tener en cuenta dentro de la nueva ola de autoras y autores argentinos que han venido, parafraseando al Señor de los anillos, para dominarnos a todos - nos presenta una novela de iniciación clásica con toques realmente peculiares. Y es que Tino, el protagonista de esta historia, es un preadolescente atrapado en una realidad muy complicada. Por un lado tenemos a su madre, enferma, internada en un hospital a la espera de una mejoría que parece no llegar nunca. Y por otro el padre, aficionado - o más bien obsesionado - a la ufología y quien ha convertido su casa en un museo dedicado a su pasión. Tino transita entre el hospital, los platillos volantes, el instituto y las pequeñas aventuras en las que se ve involucrado en su obligado salto a la madurez. A pesar de su carácter solitario y la serenidad adulta con la que enfrenta cada jornada, fruto sin duda de la delicada situación familiar que atraviesa, Tino se hará amigo de Omar, el chico más popular de la clase. Con él vivirá una suerte de iniciación en temas como la amistad o el sexo en los que Tino, hasta ese momento, desconoce completamente. En el retrato de esta particular relación, Falco parece crecerse, no en elocuencia o en grandes parrafadas que te dejan los ojos secos, más bien todo lo contrario, abrazando un estilo que celebra lo ajustado y simple. De hecho, a Cielos de Córdoba - precioso título en su metáfora evasiva - no le sobra ni le falta ni una sola palabra, ni una coma, ni un punto. Porque con Falco, nos queda claro, que menos siempre es más, algo que en un panorama literario trufado de discursos pretenciosos y grandilocuentes es más que necesario. La humildad como bandera y la intimidad bien entendida - pequeñas historias donde los sentimentalismos y el regodeo en la desgracia quedan relegados a los márgenes del relato - como bastón de mando. Por supuesto, una nouvelle de estas características es imposible sostenerse sin grandes dosis de realismo, de esos pequeños detalles que contribuyen, desde el candor costumbrista, a que el lector no suelte de mano al personaje principal, algo en lo que Falco parece moverse como pez en el agua. Por citar algunos, me quedaría con los tristes y surrealistas momentos que "comparte" con el padre - esa inolvidable escena cocinando huevos fritos - a pesar de que éste permanezca en un constante segundo plano o con su divertida amistad con la anciana Alcira - el otro gran personaje del libro -. Y así, entre tareas del hogar y la abstracción (o creencia) de que tarde o temprano los ovnis harán acto de presencia, Falco teje un micromundo plagado de personajes atrapados en sus propias incertidumbres e incomunicación de la que, para sorpresa del lector, sobresale un protagonista capaz de canalizar el peso del texto a través de sus fugas inquietas. Lo que le hace vivir  y experimentar toda clase de peripecias en un momento de fragilidad familiar. No será la lectura más trascendental del mundo para una servidora, pero sí el ejemplo perfecto de que no hacen falta fuegos artificiales cuando tienes Córdoba, el cielo y la contagiosa curiosidad de un joven aprendiendo, lo mejor que puede, a transitar por las circunstancias que le ha tocado vivir. 

Cielos de Córdoba: una historia de aprendizaje, madurez, amargura, humor, ligero optimismo, amistad, abstracción, enfermedad, naves espaciales, caramelos, libros... La naturalidad de asumir los cambios, las adversidades y lo nuevo que está por llegar.  

Frases o párrafos favoritos: 

"Con los brazos bien abiertos, bien extendidos y los ojos cerrados, Tino escuchaba el sonar submarino de la correntada. El sol le doraba la cara y el río lo mecía. Cruzó las ollas. En las orillas había muchos chicos que hacían ruido y un quiosco de lata donde vendían bebidas y ponían música a todo volumen. Seguramente Omar estaba entre ellos y lo miraba pasar."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Las Afueras

miércoles, 9 de febrero de 2022

RESEÑA: Trío. Dos amigas, un hombre y la peste en Sicilia.

 TRÍO. DOS AMIGAS, UN HOMBRE Y LA PESTE EN SICILIA


Título: Dos amigas, un hombre y la peste en Sicilia. 

Autora: Dacia Maraini (1936) es una de las grandes voces femeninas de la literatura italiana contemporánea. Nacida en Fiesole (Florencia), se trasladó con toda su familia y tan solo dos años de edad a Japón, donde, tras la alianza del país nipón con las fuerzas de Mussolini, vivió la experiencia del campo de concentración. Una vez regresada a Italia, se estableció antes en Sicilia y luego en Roma, donde ligó muy pronto su vida a la literatura y comenzó a publicar sus primeras novelas y obras teatrales. Los años rotos (1963), Isolina (1980), La larga vida de Marianna Ucrìa (1990) y El tren de la última noche (2008) son algunas de sus novelas más importantes. Ganadora de los premios Formentor (1963) Campiello (1990) y Strega (1999), muchas de sus obras se consideran fundamentales en la historia del feminismo italiano y europeo, y han sido adaptadas al cine y traducidas a numerosas lenguas. Trío. Dos amigas, un hombre y la peste en Sicilia, escrito durante el confinamiento del año 2020, es su última novela. 


Editorial: Altamarea. 

Idioma original: italiano. 

Traductora: Raquel Olcoz

Sinopsis: Sicilia, 1743. La peste diezma la población de la ciudad de Messina. Desde el forzoso confinamiento impuesto por la epidemia, dos mujeres - dos amigas - se intercambian cartas. En ellas hablan del tiempo que pasa despacio, del miedo al contagio, de la vida amenazada por una enfermedad ciega e imprevisible y, sobre todo, de amor; del amor que las une al mismo hombre, marido de Agata y amante de Annuzza. En esta intensa novela epistolar - con la que Maraini regresa a la ficción histórica que la consagró como una de las más influyentes autoras del siglo XX - amistad y amor se entrelazan en un delicado equilibrio que ampara de la voraz llama de los celos y de las convenciones sociales la inquebrantable relación que liga a las dos mujeres y no conoce egoísmo ni exclusividad. En esta delicada obra, impregnada de los aromas y de los colores de una Sicilia tan lejana en el tiempo y a la vez tan cercana al presente, Dacia Maraini nos cuenta qué puede salvarnos cuando fuera todo se derrumbaba. 

Su lectura me ha parecido: tierna, cálida, triste, sensible, delicada, sólida, expresionista en sus retratos sobre la peste, clásica en cuanto al formato escogido, con la mirada puesta en el presente más inmediato... En tiempos de confinamiento, cuando una simple vuelta a la manzana se convirtió en nuestro deseo más anhelado, cuando redescubrimos ese lugar al que llamamos casa o cuando aprendimos a valorar los pequeños actos cotidianos, incluyendo esas miradas, saludos o besos al aire entre el pasillo de la fruta y el de los lácteos ya se barruntaba. Y es que, como bien pronosticaron algunos escritores, editores y demás profesionales sobre los que pivota la industria del libro, en pocos meses se sucedió toda una hornada de textos que tenían la pandemia del Coronavirus como telón de fondo. Ya sea desde una perspectiva más ensayística - por el momento, los que más abundan - o ahondando más en el poder de la ficción para retratar lo acontecido durante aquellos meses de encierro. Nada como el diario - sin duda, el formato que parece responder estilísticamente a las exigencias de este tipo de relatos - periodístico o personal, tanto da, para plasmar lo que sucedía cada día, cada hora, cada momento de un acontecimiento histórico global como hacía tiempo que no sucedía. Los Anna Frank, Franz Kafka, Susan Sontag, Marguerite Duras de 2022, salvando muchísimas distancias claro está, pero mismo espíritu creador, cronista o de desahogo, según el caso. En lo único que se equivocaron aquellos que se atrevieron a reflexionar entorno a las relaciones entre Covid y literatura fue en señalar que el esperado aluvión sería inmediato e ingente, algo que a todas luces no se está cumpliendo. Tal vez la herida está demasiado reciente y conviene cicatrizar, reflexionar y encontrar las palabras adecuadas. No es fácil rememorar el torrente de emociones vivido durante aquellos meses. Puede que ni siquiera tengan ganas. Son seres humanos ante todo. No obstante, entre todo lo que sí se ha publicado que gira al rededor de esta nueva normalidad a la que parece que nos hemos acostumbrado demasiado rápido, hay una novela que brilla con luz propia entre las tinieblas de otra epidemia - la de la peste - y que es capaz de emocionar al lector a partir de un ejercicio clásico - o neoclásico, como prefiráis llamarlo - enormemente inteligente. Desde el pasado, desde un formato tristemente en desuso, desde el género histórico (ahora mismo inmerso en una necesaria renovación), pero con un pie en el presente, en el de esa Italia vacía de sus gentes, confinada, sin el eco de los pasos que caminan hacia adelante, sin ningún rumbo concreto, sin esos ojos que se alzan abrumados al cielo, sin esas voces retumbando a la vuelta de la esquina. Solo el silencio, el viento y los ojos tras el cristal. Trío. Dos amigas, un hombre y la peste en Sicilia: narrar el pasado para aprender el presente. 


Dacia Maraini lleva décadas plasmando historias amargas, transversales, universales. Todas ellas atravesadas por la crítica social y un feminismo del que muchas y muchos deberíamos aprender, tanto quienes quieren dedicarse a la escritura como los que simplemente buscan ampliar sus inquietudes políticas y literarias. Por lo que no iba a ser menos en su particular e indirecto retrato de la pandemia del Covid. Y es que son varios los aciertos que podemos destacar de Trío. Dos amigas, un hombre y la peste en Sicilia. El primero de ellos, el que salta la vista nada más iniciar su lectura, su capacidad de dialogar con los lectores de la década del 2020 - y los sucesivos años en los que nos hemos visto obligados a convivir con el virus - desde la Messina de 1743. Como bien nos expone la autora en el necesario prólogo, la idea de escribir el presente texto le vino mientras se documentaba para la escritura de una de sus obras cumbres, La larga vida de Marianna Ucría, al leer sobre lo acontecido durante la peste en dicha ciudad siciliana. En aquel momento, como nos confiesa, no le pareció que aquel acontecimiento tuviese interés para la historia que pretendía escribir y lo desechó. Sin embargo, en cuanto el Covid llegó a tierras italianas, Maraini comenzó a apreciar similitudes entre las crónicas que en su día leyó sobre los métodos para evitar el contagio por peste bubónica y las decisiones que el gobierno italiano estaba tomando al respecto de aquel primer contagiado en Codogno. Todo ello, junto con el bagaje obtenido sobre la historia del siglo XVIII italiano decidió ponerse manos a la obra y escribir la novela que hoy vuelvo a tener en mis manos. Resulta fascinante observar como a los barcos que llegaban a las costas sicilianas se les ponía en cuarentena - palabra que hoy nos es bastante conocida - si existían sospechas de que pudieran portar cualquier tipo de enfermedad o como tras el fallecimiento de un capitán de uno de ellos - cuyo cuerpo estaba lleno de pústulas - las autoridades decidieron poner a la embarcación bajo secuestro. Algo que resultó insuficiente, ya que al poco tiempo la gente de Messina comenzó a enfermar. Al poco tiempo la situación se les había ido de las manos, hasta el punto de que la gente comenzó a escapar al campo y el pánico cundió por toda la isla. ¿Nos suena verdad? Cierto es que durante la epidemia de peste no se conocían los virus, pero los remedios que las autoridades aplicaron sobre la ciudad no distaron mucho de los que aplicaron en los primeros meses de 2020: aislamiento de los enfermos, prohibir eventos multitudinarios y confinamientos preventivos. Si por aquel entonces los culpables eran los pecadores que habían permitido que la ira de Dios cayese sobre los mortales, hoy es el cambio climático, aunque hubo un tiempo en el que se miró con cierto odio a China. Y aunque no quemamos barcos o cadáveres en las playas, sí que hubieron quienes no pudieron ni siquiera despedirse de sus seres queridos. Como muchos de aquellos sicilianos que, recluidos en sus casas, trataban de esquivar la enfermedad. Pasado y presente dialogan, al igual que las emociones - sorprendentemente intactas - las cuales se manifiestan a un lado y al otro de la línea espacio-temporal, algo que Dacia Maraini quiso dejar bien claro en 95 páginas en los que una no puede evitar verse reflejada.


Además de esta acertadísima decisión de fondo, en segundo lugar no podemos menospreciar lo visual, el envoltorio, la forma escogida para transmitirnos, más allá de la psique y forma de ser de las dos protagonistas, aquellas emociones que, como ya he comentado en el anterior párrafo, todas y todos hemos experimentado durante el encierro. Para ello, Maraini escoge el género más olvidado, el epistolar, perfecto si quieres ambientar la novela en el siglo XVIII, crucial para obtener esa empatía espacio-temporal con el lector actual. Y es que, aunque los seres humanos nos hayamos pasado al correo electrónico y aunque a día de hoy existen generaciones que jamás han visto o escrito una carta (lo cual me parece triste), ¿qué mejor soporte donde volcar anécdotas, sentimientos o preocupaciones que una carta escrita con puño y letra? La implicación del lector es total, ya que la naturalidad y lo visceral quedan retratados en su más magistral crudeza. En tercer y último lugar, dentro del clasicismo estilístico, Dacia Maraini apuntala los pilares de una historia de amistad y de amor realmente moderna. Pues, a través de una relación epistolar conocemos la historia de dos mujeres, Agata y Annuzza, obligadas a permanecer separadas por culpa de la epidemia de peste. Mientras la primera trata de protegerse en una villa próxima a Messina, la segunda hace lo propio en un pueblo cercano a Palermo, ciudad en la que están subiendo los contagios de forma alarmante. Ambas, amigas y confidentes, intercambian sensaciones, pareceres, opiniones sobre sus lecturas - de las cuales se desprende cierto laicismo intelectual - sus inquietudes respecto a la enfermedad, sus efectos, los rumores que surgen al rededor de la misma... Pero más allá de eso y, repito, en un contexto de confinamiento, lo que da cuerpo al relato es el amor que ambas mujeres sienten por Girolamo - marido de la primera, amante de la segunda - lo cual hace que ambas sellen un pacto sagrado: el de que esto no interferirá en su amistad. Entendiendo por ambas partes que lo mejor para él es que tenga lo mejor de los dos ambientes, el del calor de una familia y el de las aventuras amorosas fuera del hogar. Dicho de otra forma, "ser libre y permanecer atado" como bien se cita en la novela. Sabemos que el acuerdo es precario, que las probabilidades de que se venga abajo son altísimas, pero una no puede evitar sentir esa punzada en el estómago, ese deseo de que ese frágil y consentido triángulo amoroso perdure y sobreviva al estertor de la muerte. Este bellísimo equilibrio y acuerdo tácito al que llegan estas dos mujeres me parece emocionante, rompedor y, en cierto modo, muy adecuado en un contexto en el que andamos a vueltas con el poliamor u otras formas de vivir el amor - y por extensión las relaciones de pareja - que dejan atrás todo tipo de convencionalismo tradicional. De hecho, la relación de Agata y Annuzza es sólida, inquebrantable, ausente de celos, baluarte de una clara voluntad, la de mantener lo que tienen, aunque el mundo se acabe, aunque la enfermedad pueda llevárselos en cualquier momento, más allá de cualquier adversidad. Sobrevivir, sí, pero juntos, en ese triángulo - o trío - amoroso y de amistad que juntos han construido con las piedras más solidas de la cantera. Dacia Mararini, de nuevo, dándonos sabias lecciones, Liberándonos de prejuicios para abrazar nuevas posibilidades de amar que ya están ahí, latentes, esperando ser exploradas. 

Trío. Dos amigas, un hombre y la peste en Sicilia: una historia de amor, pasión, tristeza, peste, reclusión, confidencias, reflexión, admiración, amistad, deseo, fuerza, comprensión, robustez... De nuevo, una novela histórica marcando el camino a seguir. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Si es de verdad lo que deseas, te ayudaré. ¿Pero qué pasará si Girolamo se entera de que te has enamorado de otro? Temo que nos haría infelices tanto a ti como a mí. Tengo la impresión de ir en contra de toda ley moral diciéndote esto, pero estoy aquí para rogarte que no dejes de amar a mi marido, porque le haría sufrir y entonces él me haría sufrir a mí. Sé que nunca nos haría daño ni a ti, ni a mí, ni a nuestra hija, pero el sufrimiento es en sí un mal que, cuando te alcanza, se difunde también entre las personas que están a tu lado."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Altamarea