jueves, 23 de junio de 2022

RESEÑA: La intimidad.

 LA INTIMIDAD


Título: La intimidad. 

Autora: Rosa Moncayo (Palma de Mallorca, 1993) publicó su primera novela con tan solo veintitrés años. Dog café, que así se titulaba, publicada por Expediciones Polares en 2017, recibió excelentes opiniones de crítica y público que auparon a la escritora como una de las más firmes promesas de su generación en el nuevo boom de literatura por medios como El País o Playground Magazine. Antes de eso, Rosa Moncayo había estudiado Administración de Empresas en la Universidad Carlos III y le concedieron una beca para estudiar en Corea del Sur. La intimidad (2020) es su segunda novela. 


Editorial: Barrett. 

Idioma: español. 

Sinopsis: Una joven pareja en plena espiral de drogas, obsesiones y autodestrucción decide dejar la ciudad y mudarse a una casa de campo para escapar del círculo social tóxico que la rodea. Una novela en la que Rosa Moncayo describe con crudeza poética la intimidad de una relación al borde del colapso. 

Su lectura me ha parecido: lírica, delicada, cruda, alejada de cualquier tipo de sentimentalismo, sosegada, punzante, sensorial, que va más allá de ser una novela millennial... Hay libros que requieren tiempo, calma, dejarse embriagar por sus reflexiones durante días, semanas, meses si hace falta. Novelas que una vez empiezas nunca sabes en qué momento las conseguirás acabar o si acabarán siendo abandonadas en ese estante de la infamia. Textos rápidos, agiles, sí, pero que merecen toda nuestra atención, de todo puede extraerse oro, incluso de aquellos pasajes que en su momento desechaste porque no acaban de cuadrarte en la realidad tangible y emocional que te rodeaba por aquel entonces. Páginas que sobresalen, entre una mediocridad manifiesta, pero que el mercado editorial te insta a saltarlas o leerlas en vertical porque hay libros más nuevos cuya lectura no puede esperar. Palabras que se instalan en tu cerebro, activando ese botón de la creatividad que creías adormecido entre tanta producción libresca a la que hemos convenido a llamar "fast book". Literatura que, en última instancia, acaba injustamente olvidada por culpa de la masificación, el modelo de producción, de promoción, las redes sociales y la fragilidad de la popularidad. Con la novela que hoy tengo el placer de reseñar me ha pasado precisamente eso. No es que la dejara de leer, de hecho me la bebí de un tirón . No es que carezca de talento, que lo tiene en su poética forma de narrar el desmembramiento sentimental. No es que la haya dejado "morir" en favor de otras lecturas más llamativas, puede que en esto un poco sí, Panza de burro de Andrea Abreu - soy de las que les gustó y mucho - tal vez eclipsó el otro gran lanzamiento de Barrett, que no es otro que la presente historia de la que me dispongo a hablaros. Y sí, la dejé en esa balda, leída, durante bastante tiempo, esperando ser digerida y procesada por una servidora hasta que, al fin, decido meterle mano en sus tripas para convenceros de que leáis a Rosa Moncayo. Autora de mi edad, del 93, cuya trayectoria profesional dista mucho de la mía propia a la que decidí darle una oportunidad cuando el mundo parecía derrumbarse tras los cristales de nuestras casas, o jaulas de oro, como queráis llamarlo. A lo que muchos llaman el estante de la infamia, yo lo llamo el estante del reposo sano. Y es que en ocasiones no estamos preparados para hablar de una lectura en concreto. Algo que se percibe extraño o anómalo en la era de la impresión, de la reacción y no de la pausa, de la interiorización o de la reflexión madurada. Que sirva esta reseña como recomendación y autocrítica (yo misma me veo a veces devorada por las novedades y la rapidez de este mundo interconectado). Si con ella consigo que acudáis a vuestra biblioteca privada y cojáis ese libro cuya "vida" parece haberse agotado ante los ojos de todo el mundo, ya me daría por satisfecha. La intimidad: las rupturas amorosas nunca fueron fáciles, tampoco para nuestra generación líquida. 


En un tiempo en el que nuestro propio hogar se convirtió en nuestro mundo o en nuestra peor pesadilla, Rosa Moncayo ya habló de ello un mes antes del confinamiento, de las miradas furtivas entre vecinos que jamás habías visto asomados al balcón, de las numerosas bombas de relojería que se escondían tras los muros de los edificios. En esas casas convertidas, de la noche a la mañana, en búnkeres contra una enfermedad todavía desconocida. Moncayo ya exploró todo eso pero llevándoselo a dos terrenos bien diferenciados que comprenden contenido y forma. Por un lado, la autora mallorquina nos habla del dolor que traviesa el pecho de quien observa como la relación que ha tratado de mantener a flote durante años se va a pique sin que nadie sea capaz de remediarlo. Ni siquiera con un cambio de aires - anticipándose a toda la ornada de novelas sobre el mundo rural que vendrían tras la pandemia - o el abandono de ciertos círculos tóxicos que les impiden (aunque deberíamos hablar mejor en singular) arreglar lo que ya parece no tener solución. La centrifugadora en la que parece haber entrado la existencia de Gaspar y la narradora-protagonista (adicta a las drogas duras) parece sumirlos en una espiral en la que es imposible pensar y dejar la mente lo más despejada posible. Como un cielo raso. Sin que las ruidosas azoteas de los edificios perturbe la limpieza cromática del paisaje. En La intimidad somos testigos de dos viajes bien diferenciados. El de la joven protagonista por abandonar el consumo de estupefacientes, el cual deja atrás con una sorprendente facilidad, y el de una muchacha fiestera y cosmopolita al de una mujer atapada en un aburrido pueblo. De oficinista de palo, a una más dentro de un paisaje de Andrew Wyeth en el que, a pesar de las incomodidades propias de la vida en el campo, consigue observar el dolor desde una mirada más clara, pero no por ello exenta de su pequeña dosis de crueldad. Somos así de masoquistas a veces. Este relato a ratos lírico - el talento de Moncayo en estas lides es interesante - a ratos tan exagerado como terrenal - abundan las metáforas y las hipérboles - nos pone frente al espejo de las emociones humanas, del monstruo de las galletas llamado Capitalismo voraz y de la más primitiva de las libertades, la que, según la autora, insta a "portarnos mal" o a dejar de hacer aquello para lo que estamos predestinados para reencontrarnos con nuestro verdadero ser. En palabras de Moncayo: "entrar tarde y, a pesar de todo, poder salir pronto". La intimidad en la presente novela no es el tacto, la soledad o la introspección, también el aislamiento - al cual tuvimos que acostumbrarnos hace unos pocos años - que termina por sentenciar aquello que no acaba de morir. Ya sea una relación de pareja - como es el caso - de amistad, familiar, profesional, contigo misma/o. Un tsunami claustrofóbico en plena sierra que desemboca en una huida, la tuya propia, antes de que a la otra parte implicada se le ocurra hacerlo antes. Punzantes capítulos - algunos más sobresalientes que otros - que se complementan, como no podía ser de otra manera, con una playlist que lleva más allá la experiencia literaria y que ya empleó, por ejemplo, Marina L. Ruidoms para su memorable Había una fiesta. Millenial en su forma, universal en su profundo fondo, consiguiendo de esta lectura una de las novelas más lúcidas de los últimos años. Al menos si nos atenemos a esas ventanas aislantes socialmente que cada una y uno nos hemos construido inconscientemente por culpa de un confinamiento del que se hablará largo y tendido en los libros de historia de las próximas décadas. 

La intimidad: una historia de escapatorias, encierros, incomunicación, nubosidad lisérgica, agujas en forma de poesía, ruralidad, vorágine urbanita.... Cuando el amor agoniza y no se le deja morir como es debido. 

Frases o párrafos favoritos: 

"La intimidad era esa casa temporal que nos acogió. No sé permanecer. No sé quedarme. La intimidad era ver cómo sufrías y no hacer nada por impedirlo; saber que no mereces a nadie mejor que yo, tener la certeza de que ni siquiera ibas a salir a buscarlo."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Barrett

sábado, 11 de junio de 2022

RESEÑA: Memorias de una beatnik.

 MEMORIAS DE UNA BEATNIK


Título: Memorias de una beatnik.

Autora: Diane di Prima (Nueva York, 1934 - San Francisco, 2020) fue una poeta, teórica, profesora y activista desbordante. Escribió más de una treintena de libros de poesía y prosa, entre ellos títulos hoy míticos como sus Revolutionary Letters (1971) o Loba (1978). Nieta de un inmigrante italiano anarquista cercano a Emma Goldman, Di Prima abandonó pronto la universidad, en la que había trabado amistad con la poeta Aurde Lorde, para instalarse en Manhattan, epicentro de la contracultura y el movimiento Beat en los años cincuenta, decidida a convertirse en poeta. Allí entró en contacto con Frank O´Hara, Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti o Merce Cunningham y su escritura, tan revolucionaria como su vida sexual, se consolidó como una voz fundamental de la generación Beat. Di Prima decidió convertirse, además, en madre soltera, rompiendo con muchos tabús de la época. Editó la revista The Floating Bear, junto a Leroi Jones (Amri Baraka) y fundó la editorial The Poets Press. Todo esto queda recogido en su obra posterior, titulada Recollections of My Life as a Woman: The New York Years (2001). A finales de los sesenta se instaló en San Francisco. Tuvo cinco hijos de distintas parejas y su vida fue una constante búsqueda espiritual. Vivió en California hasta su muerte en 2020. 


Editorial: Las Afueras. 

Idioma: inglés. 

Traductor: Luis Rubio Paredes. 

Sinopsis: Publicada en 1969, Memorias de una beatnik es una reivindicación del placer, la libertad y la experimentación, que brilla de forma singular dentro de la obra de la poeta estadounidense Diane di Prima. Lejos de ser unas memorias en un sentido escrito, Di Prima se inspira en los vibrantes años de su vida en Nueva York, en la década de los cincuenta, durante la emergencia del movimiento Beat, y los lleva hacia una ficción erótica, salvaje y divertida. Desde el inicio, donde la protagonista se despierta tras su primera noche con un desconocido, hasta el final - cuando se une a una orgía en compañía de Allen Ginsberg y Jack Kerouac -, la historia de Di Prima es la de una mujer joven e independiente que explora el mundo que le rodea a través del sexo con hombres y mujeres, la amistad, la literatura, el jazz y las drogas. Una atrevida y excepcional novela de crecimiento y formación tanto sentimental como artística. 

Su lectura me ha parecido: poética, extraña, con dos partes algo desiguales, pornográficamente sensual en ocasiones, fresca, interesante, bohemia, explícita, sincera, exenta de tabúes, con cierto peligro de descontextualización si no se persiste en su lectura... Cuando lees tu primer libro de lo que vino a llamarse la Generación Beat el apetito sigue estando ahí, rugiendo tu estómago, insaciable. Muchas personas, o al menos a las que he tenido el honor de preguntar, cuentan haberse iniciado en la literatura de este grupo de intelectuales de vidas tan alternativas como fascinantes con el mismo libro: En el camino de Jack Kerouac. Lectura que, una servidora, devoró compulsivamente, como si de un trozo de pizza cuatro quesos con extra de mozzarella se tratara, durante un verano en el pueblo. Siendo una adolescente a la que, aunque le preocupase encajar, no quería abandonar la excitante euforia de los libros recién descubiertos. Aunque lleven décadas publicados, más de cincuenta reimpresiones, su autor esté criando malvas en el Edson Cementery y la novela en cuestión fuese un préstamo bibliotecario - de hecho, algún día lo adquiriré ya que considero un libro importante para una fanática de la literatura estadounidense -. Recuerdo el ímpetu con el que dejaba una tras otra las páginas de aquel ejemplar de bolsillo anaranjado, de las polvorientas imágenes que pronto poblaron mi imaginación y, sobre todo, de las ganas de subrayar aquellos párrafos que, a mi juicio, consideré los más bellos del mundo. Lo sé, todavía estaba en mi etapa estudiantil, así que lo de escribir en los libros lo llevaba bien, no como ahora. Todavía sostengo la teoría de que a las y los autores de la Generación Beat hay que leerlos siendo joven. Pero no en cualquier etapa de la lozanía corpórea. Sino en aquella en la que aún nos creemos rebeldes por el hecho de empalmar la noche con el día, emborracharnos o tener nuestras primeros coqueteos con el tabaco o el sexo. No cuando la precariedad, la desazón y el hartazgo nos han consumido por dentro, parcial o plenamente, como esa rama de olivo pasto de las llamas en un incendio veraniego. Ahí, cuando los ojos siguen aún brillantes, ahí es cuando hay que leer a las y los Beat. Sí, señores, las hubo, y muchas. Lo que pasa es que Kerouac, con su azarosa biografía - material del que decidió nutrirse para su breve producción literaria - y su belleza desgarbada y apolínea se acabó convirtiendo en el icono por excelencia de la Generación Beat. Y tras él, otros, como Allen Ginsberg o William Burroughts. Aunque a mi parecer, en ese desordenado panteón debería estar Diane di Prima, ya no solo por haber sido coetánea, editora clave - sin ella muchos de los colegas de promoción literaria no se habrían dado a conocer - también por poseer un don narrativo inmenso, a la altura del señor Kerouac y de tantos autores adscritos al movimiento. De hecho, y a pesar del peligro que tienen esta suerte de memorias - ya explicaré el porqué - en manos de un lector contagiado de esta sociedad cada vez más unidimensional, lo cierto es que ha cambiado mi opinión hacia Kerouac. ¿Lo seguiré leyendo? Por supuesto. ¿Me atreveré con Burroughts? El almuerzo desnudo está entre mis próximos objetivos lectores. Pero ahora mis ojos y mis sentidos estarán más puestos en ellas, en las olvidadas, en las poetas, en las que también se bebieron, fumaron y follaron el East Village. En las que, como Diane Di Prima, nos hacen desear esa verdadera y talentosa rebeldía. Memorias de una beatnik: de la necesidad económica a la trascendencia de la voz de una mujer en plena búsqueda de la creatividad, la exploración y el placer. 


Maurice Giordias - principal cabeza visible de la mítica editorial Olympia Press - quiso otro hit. Algo que pudiese enganchar al lector desde la polémica del momento: el sexo. Poco importaba lo enrevesado de la trama o la profundidad psicológica de los personajes. De hecho no era extraño verle adquirir novelas de simplones planteamientos para que, previa contratación de sus servicios, la o el escritor de turno salpicase de coitos - explícitos a ser posible - las páginas de dicho manuscrito. Por eso, tras quedar fascinado por las gráficas y poéticas descripciones de una de sus escritoras fantasma (la propia Diane di Prima) y sabedor de su implicación en la Generación Beat, decidió encargarle la escritura de sus propias memorias a cambio de que trufase el texto de erotismo pornográfico. Di Prima necesitaba el dinero, así que aceptó el encargo. No solo le permitía seguir pagando sus facturas sino que además se aseguraba ver su nombre unido a la historia de Olympia Press. Editorial que, gracias a Girodias, alcanzó su máxima popularidad editando Lolita de Vladimir Nabokov - el escándalo literario de la época - y apostando por un autor llamado Henry Miller. Ese hit que tanto persiguió Girodias, quien confiaba revalidar el impacto que tuvo la historia de Humbert Humbert en los lectores de medio mundo, no fue el esperado. Y eso que apremió a Di Prima para que incluyese más y más capítulos de alta carga sexual. Mientras la protagonista se lo pasara en grande teniendo mil y un experiencias orgásmicas, el resto no importaba, ni siquiera ese otro relato paralelo, el de una mujer joven en el Manhattan de los años 50-60 viviendo la vida bohemia mientras se nutre de literatura, jazz y conversaciones hasta las tantas. Menos mal que Di Prima dejó hueco para todo aquello, perdiendo la posibilidad de convertirse en un best seller pero ganando en credibilidad, y lo que es más importante, interés artístico e histórico. Sin duda las exigencias de un editor demasiado ambicioso a la par que morboso son las causantes de que, hasta más o menos la mitad del libro, las y los lectores más exigentes abandonen su lectura. Aunque si bien es cierto que son las escenas de sexo mejor descritas, desprejuiciadas y más exuberantes que he leído en mucho tiempo, éstas acaban por tornarse algo monótonas, incluso en lo que a estilo se refiere, repitiendo una y otra vez la misma estructura, a pesar de las peculiaridades, diversidad y su riqueza en cuanto a educación sexual se refiere. Una vez dejadas atrás las primeras cien páginas, incluyendo la decepcionante orgía que tiene con Allen Ginsberg y Jack Kerouac (situada en el trayecto final de la novela y en la que, por salvar algo, tenemos un momento glorioso en el que la autora se deshace de todo tipo de tabúes para hablar de la menstruación) la o el lector por fin se encuentra ante el verdadero corazón del texto, ese retrato de la Generación Beat a través de los ojos de una de sus protagonistas lo cual, teniendo en cuenta la falocrática perspectiva con la que siempre se han abordado los estudios de dicho movimiento literario, es siempre una buena noticia. Diane di Prima deslumbra, no solo por su sensibilidad lírica - su producción poética es increíble, al menos la poca que hay traducida al español - también por su forma de afrontar la vida, sus valores, su visión de lo que para ella significa familia (la que se elige y la que se cimenta sin la necesidad de un contrato matrimonial de por medio), la maternidad que ella misma quiso y ejerció (cinco hijos de cuatro hombres diferentes), su sexualidad (que bien abordada está la bisexualidad) y sus opiniones sobre otros temas no menos importantes como los métodos anticonceptivos, la política del momento, las relaciones humanas, la creación literaria, la precariedad, la vida nómada o el amor. Aunque más bien podríamos hablar de poliamor, dejando en evidencia, una vez más, a toda una generación que parece haber descubierto América gracias a las redes sociales y a Zygmunt Buman. Que vamos de modernas y modernos sin ser conscientes de que algunas personas que ahora mismo tienen la edad de tus abuelos se lo pasaron en grande fuera de los límites de la monogamia. Que el amor líquido y el punk ya estaba inventado, bien lo supo Diane Di Prima, quien falleció en el aciago 2020 sin que nadie la llorase como es debido, como a tantas otras mujeres de la Generación Beat que se han ido sin pena ni gloria. Indignante silencio que abrasa estómagos, conciencias y almas. Por fortuna existen personas que han decidido, al fin, poner en valor esos legados ocultos en sendas antologías poéticas y reeditando libros como el que he tenido el placer de reseñar. Textos que perforan y descolocan por su actualidad, a pesar de estar escritos a mediados de siglo XX. Palabras que van dirigidas a rellenar ese conocimiento incompleto para ser conscientes de que, sin mujeres como Diane di Prima, muchas de nosotras no estaríamos aquí. Para agradecer, a pesar de no ser ni la mitad de modernas de lo que fue ella en su momento, su simple existencia, su actitud ante la vida y, sobre todo, su férrea decisión de proteger su libertad - dejemos de banalizar el término ¡por dios! - en todos los aspectos. 

Memorias de una Beatnik: una historia de experimentación, sexo, cariño, relaciones sociales que van y vienen, literatura, fotografía, independencia, feminismo, creación, familia, pobreza económica, felicidad, abatimiento... Agradecimiento eterno a Diane Di Prima y a todas las pioneras de la escritura, aunque el olvido haya pisoteado sus nombres. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Estaba demasiado excitada para preocuparme del guiso. Lo dejé en manos de Beatrice y sin siquiera darle las gracias a Bradley por la puerta con su nuevo libro. Anduve unas cuantas manzanas hasta el muelle de la calle Sesenta y me senté frente al río Hudson para leer y asimilar lo que estaba ocurriendo. No se me iban de la cabeza las palabras "abriendo nuevos caminos". Sabía que el tal Allen Ginsberg, quien quiera que fuese, nos había abierto nuevos caminos a todos nosotros por el mero hecho de publicar aquello. Todavía no sabía lo que significaba, ni hasta dónde nos llevaría.

El poema también me produjo cierta pesadumbre. Se suponía que, si había una persona como Allen, tenía que haber más aparte de mis colegas, otros que también escribían lo que oían, escribían como hablaban, que vivían ocultos y marginados, escondiéndose aquí y allá, y que ahora, de repente, estaban a punto de hablar en voz alta. Tenía la impresión de que Allen solo era, solo podía ser, la vanguardia de algo mucho más grande (…) No muchos los escucharían, pero ellos por fin podían escucharse los unos a los otros. Estaba a punto de encontrar a mis hermanos y hermanas."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Las Afueras