martes, 12 de junio de 2018

RESEÑA: La vida y las aventuras de Jack Engle.

LA VIDA Y LAS AVENTURAS DE JACK ENGLE

Título: La vida y las aventuras de Jack Engle.

Autor: Walt Whitman (West Hils, Long Island 1819 - Camden, Nueva Jersey 1882). Segundo de nueve hijos de un matrimonio cuáquero, a los once años tuvo que abandonar los estudios para ayudar económicamente a su familia. Trabajó como profesor, taquígrafo y periodista durante muchos años, y gracias a esos empleos pudo acercarse al mundo de la escritura. Después de las primeras incursiones literarias con la novela Franklin Evans, en la que denunciaba la plaga social del alcoholismo, la carrera de Whitman se orientó esencialmente hacia la poesía y, en 1855, publicó, costeando él mismo los gastos de impresión, Hojas de hierba, una colección de poemas que fue enriqueciendo y revisando en varias ediciones, a lo largo de toda su vida y que lo consagró como uno de los escritores más influyentes de la literatura norteamericana. Su obra, rompedora y visionaria desde un punto de vista estilístico y argumental, trata temas diversos que van desde lo político-social - fue un encendido opositor a la expansión de la exclavitud en Estados Unidos - hasta la sexualidad del individuo. Murió en la localidad de Camden a los 72 años de edad. (Fuente: Funambulista).


Editorial: Funambulista.

Idioma: inglés.

Traductor: Mercedes Gutiérrez.

Sinopsis: publicada anónimamente en 1852, narra las aventuras y desventuras de Jack Engle, un joven huérfano que busca el sentido de la vida, el amor y un lugar bajo el sol en un mundo de picapleitos sin escrúpulos, virtuosos cuáqueros, actrices encantadoras y malandrines inolvidables.. Todo ello convive en este melodramático - pero al mismo tiempo lleno de humor - folletín de misterio e intriga en un entorno urbano, el Nueva York de mediados del siglo XIX. (Fuente: Funambulista).

Su lectura me ha parecido: interesante, a ratos divertida, en ocasiones terrible por la situación de los personajes, inocente, iniciática...No se si he comentado alguna vez por aquí que, y si no lo confieso sin problemas ahora mismo, El club de los poetas muertos es una de mis películas favoritas. Lo se, dado que soy una apasionada de la lectura y de la literatura es normal que esta cinta me gustase, por el contrario, lo que resulta verdaderamente sorprendente es que existan muchos detractores de ésta. Algo que sinceramente, y con todo el respeto del mundo, me parece increíble. Volviendo al tema que nos ocupa, El club de los poetas muertos está dentro de mi selecta lista de películas imprescindibles. Pero si algo diferencia a esta cinta de otras de mis favoritas, las cuales no voy a nombrar porque si no este párrafo sería eterno, es que la descubrí en un momento bastante delicado anímicamente. Durante la etapa estudiantil todos te dicen que tienes que perseguir tus sueños, que no debes desistir en el intento y que con trabajo duro los frutos no tardarán en aparecer. Lo que nadie te dice es que una vez finalices esa maravillosa y dura etapa, en la que los apuntes conviven con las relaciones sociales, es que la que sigue a continuación es más dura, más devastadora psicológicamente, menos estimulante en muchos sentidos y en la que esos sueños confeccionados durante años se rompen haciéndose añicos contra el suelo. Es en ese contexto, durante los años previos a finalizar la carrera, en los que por primera vez sentí ese vértigo ante el abismo que pronto se abriría ante mi, cuando redescubrí El club de los poetas muertos. El pesimismo inundaba las conversaciones que tenía con compañeras/os de carrera y nadie era capaz de ver el lado positivo, es más, alguno incluso me confesó que en más de una ocasión estuvo a punto de dejarse la carrera ante la falta de perspectivas profesionales y laborales que ofrece una carrera como la de Historia. Yo, aunque nunca me he arrepentido de haberla cursado, no pude evitar sentirme invadida por ese oscuro sentimiento de fracaso. Estaba comenzando a perder la fe en la humanidad y en las humanidades, tan maltratadas como ignoradas. Y entonces, El club de los poetas muertos me demostró que no todo estaba perdido, que las letras podían calar hondo en las futuras generaciones y que podían servir para cuestionar y cambiar los comportamientos sociales. Si antes la película había pasado sin pena ni gloria ante mis ojos, en aquellos momentos cobró un nuevo sentido, más revolucionario, más crítico, más inconformista. En pocas palabras vino a evidenciar, mediante el uso de la imagen, los diálogos y unos personajes inolvidables, lo que yo había estado defendiendo desde hacía mucho tiempo: la literatura puede cambiar a las personas, y por extensión, al mundo entero. ¿Por qué os he soltado todo este rollo sobre El club de los poetas muertos? Los que la hayan visto lo saben de sobra, pues la culpa de que hoy siga manteniendo esta opinión la tiene Walt Whitman. El escritor y poeta cuyos versos son pronunciados enérgicamente por el profesor Keating y sus alumnos a lo largo del film, un autor del que hoy tengo el placer de hablar a través de La vida y las aventuras de Jack Engle: la novela que la humanidad estuvo a punto de perderse.


La historia de como La vida y las aventuras de Jack Engle llegó a mis manos tiene dos partes. La primera de ellas tiene que ver con cómo y de que forma conocí la existencia de Walt Whitman, la cual he resumido bastante bien en el primer párrafo de la reseña. Muchos escuchamos por primera vez oír hablar de Walt Whitman en las clases de literatura impartidas por el inolvidable profesor Keating, interpretado por el gran Robin Williams, en El club de los poetas muertos. El "¡Oh capitán! ¡Mi capitán!", poema por cierto compuesto para honrar la memoria del presidente Lincon tras su asesinato, resuena en la memoria colectiva de todos los que en su día la vimos y la disfrutamos. Pero también, gracias a la película, supimos quien era Walt Whitman. Nos interesamos por él, por su biografía y por su producción poética, la cual va mucho más allá del famoso verso que El club de los poetas muertos convirtió en inmortal. Sin embargo, desgraciadamente no fue mi caso. La cinta me animó a conocer un poco más a este autor, sobre todo en lo que a datos biográficos se refiere, pero para nada me empujó a adentrarme en su literatura, y menos si se trataba de poesía. Los que lleváis más tiempo leyéndome sabréis que mi idilio con la poesía es relativamente reciente. Aunque había tenido que leer a poetas durante el colegio, el instituto y sobre todo en Bachiller (Charles Baudelaire siempre estará en mi corazón) por voluntad propia no era de las que se solía comprar un libro de poesía por que si, porque el cuerpo y el intelecto me lo pidiesen a gritos. Si me volviesen a preguntar, tal vez la respuesta sería diferente, pues ciertos autores, los cuales he leído recientemente, me han demostrado como la poesía puede contarnos una historia, expresar sentimientos, reivindicar derechos o incluso criticar los defectos de este mundo. La cuestión, volviendo al tema que nos ocupa, es que no leí en su momento ningún poema de Walt Whitman porque en aquellos momentos de mi vida, prefería enriquecer mi curiosidad intelectual básicamente con novelas. Y la cosa siguió así durante muchos años. Sabía que Walt Whitman estaba ahí, en un cajón, esperando ansiosamente a que una servidora lo liberase de ese injusto encierro. La cosa cambió cuando un día, de pronto, me topé con la noticia de que se había descubierto una novela desconocida de Whitman titulada La vida y las aventuras de Jack Engle, la cual los críticos literarios, dos siglos después de que fuese escrita, describían entre halagos. Este acontecimiento en su momento me llamó bastante la atención, Whitman había conseguido por fin que le hiciese caso, aunque fuese gracias a un golpe de suerte del investigador. Sin embargo, no fue hasta que me enteré de que la editorial Funambulista, con la que llevo colaborando bastante tiempo, iba a ser una de las que editaría La vida y las aventuras de Jack Engle no me di cuenta de que aquello podía ser una señal, el aliciente que me faltaba para adentrarme por fin en un texto escrito por Whitman. En cuanto pude hacerme con él no pude evitar manosearlo y abrir los ojos como platos, me sentí tan afortunada de tenerlo por fin en mis manos. Por avatares del tiempo y de la vida, no encontré el momento de enfrentarme a su lectura con la predisposición necesaria, pero cuando por fin lo hice, supe que La vida y las aventuras de Jack Engle sería uno de los tesoros más preciados de mi estantería.


En lo que respecta a la crítica propiamente dicha, comenzaremos diciendo que La vida y las aventuras de Jack Engle presenta una lectura ligera, dinámica, pero con ciertos momentos absoluta simpleza. Algo que sinceramente me ha sorprendido, ya que no estamos ante ningún escritor aficionado, sino con el autor de Hojas de hierba. Poemario al que muchos expertos no han dudado en calificar, no se si exageradamente ya que todavía no me he adentrado en él, como la Ilíada del Nuevo Mundo. Lo que sucede con la novela que reseñamos y que ya digo, me parece bastante chocante, tiene su por qué en el hecho de que ésta aparecía publicada por entregas en el The Sunday Dispach durante el año 1852. Ya lo comenté en su momento con los Penny Dreadfuls en la reseña de Sweeney Tood y vuelvo a hacer hincapié en ello. Al tratarse de una novela escrita y publicada por entregas, algo por cierto muy popular en la época y hasta hace cuatro días también, la calidad empeora, sobre todo si tenemos en cuenta que éstos se publicaban normalmente semanalmente. La historia debía ser por tanto sencilla, atractiva, que consiguiese enganchar a los usuarios del periódico o revista en cuestión. Sin embargo, eso no significa que estas publicaciones no aporten nada al lector más allá del mero disfrute y pasatiempo. Es más, es en este tipo de historias en las que tal vez encontremos más reflejada a la sociedad de ese momento, con la mayor de las simplezas y sin barroquismos, sí, pero más concisa imposible. En el caso de La vida y las aventuras de Jack Engle el propio título ya lo dice todo, pues el lector está ante la historia de su protagonista Jack Engle, la cual transcurre en el Nueva York de mediados del siglo XIX. Como todo protagonista que se precie, Jack Engle tiene unas características muy bien definidas y particulares. Huérfano a edad temprana y convirtiéndose por tanto en un joven sin futuro aparente, deambula por los suburbios de la Gran Manzana. Afortunadamente, un afable lechero lo salva a tiempo de ser engullido por la violenta ley de la calle, la cual no conoce ni la compasión ni las segundas oportunidades. Aún así, eso no evita que Jack Engle acabe trabajando para Covert, un abogado que se enriquece a costa del sufrimiento de la gente. Por culpa de este villano de manual, Jack Engle se verá envuelto en sus artimañas y acabará enredado en una trama de estafas y engaños en la que no faltan ni el humor, lo criminal y hasta una bailarina española. A lo largo de la novela, Jack Engle conocerá la desdicha, el lado más oscuro del ser humano y el amor. Todo ello desde la humildad y el instinto de supervivencia que le confiere la clase a la que pertenece. Si nos ponemos quisquillosos, podríamos encontrar ciertas similitudes con la picaresca española. Jack Engle y Lázaro solo se diferencian en la edad y en el contexto histórico de sus tramas, pero la base es la misma: la del huérfano que trata de sobrevivir en un mundo podrido. Dickens hizo lo mismo y justo en el XIX, aunque con mucha más carga dramática, con su Oliver Twist, por lo que podríamos decir que esta trama nunca va a desaparecer del todo. No estamos hablando de que los autores se copien entre si, sino que actualizan este convencionalismo tan clásico y lo adaptan a su estilo y objetivo como escritores. Además de esta conceptualización del Lazarillo norteamericano, Whitman dota a esta novela de una paleta de temas importantes en su momento como el debate entorno al consumo de alcohol, la esclavitud, la clase obrera o los movimientos sociales. Sus reflexiones sobre la multiculturalidad y la inmigración parecen atemporales si no fuera porque fueron escritas en pleno siglo XIX. Es en estos detalles en los que el lector se percata de que está ante algo importante, una obra menor en este caso, pero que justifica que su autor, Walt Whitman esté en el olimpo de los grandes de la literatura norteamericana. En cuanto a personajes no puedo más que aplaudir la construcción de Jack Engle, cuya inteligencia, vitalidad y optimismo destacan en un ambiente de lo más hostil y en el que ha crecido toda su vida. Pero también, Covert merece un párrafo entero, pues Whitman ha creado un personaje tan despreciable como interesante, tanto que éste logra permanecer en la memoria de quienes lo conocen a través de sus engaños y triquiñuelas. Por mi parte, y cerrando este párrafo de la mejor manera posible, sólo diré que ya está todo dicho y que ahora es vuestro turno. Espero que después de todo lo dicho, no lo dudéis ni un segundo más y os metáis de lleno en su lectura. Merece la pena.


Cuando alguien se adentra en La vida y las aventuras de Jack Engle no puede evitar sucumbir ante la cantidad de temas que el autor ofrece al lector para que éste los tome entre sus manos y reflexione a través de sus palabras. Sin embargo, de entre todos ellos, los cuales hemos nombrado muy brevemente en el párrafo anterior, uno es el que destaca sobre el resto de forma significativa. Puede que antes éste pasase completamente desapercibido para el lector, pero en los tiempos que corren, tan agitados políticamente hablando, una servidora no ha podido evitar rescatarlo y reflexionar a partir de él en este último párrafo. A lo largo de la novela, Jack Engle aprenderá de la vida, será testigo de como la bondad humana es la esperanza en un mundo donde es más fácil hacer daño que hacer el bien, de que las calles de Nueva York son un microcosmos propio (con sus leyes y líderes visibles), de que si luchas hasta el final el esfuerzo será recompensado y de que se puede conocer el amor incluso en tiempos intempestivos. Pero también, y este es tal vez el tema central de este libro, observará y se dará cuenta de una terrible paradoja, y es que la corrupción no sólo ocurre entre las clases más desfavorecidas, sino que ésta es ágil y consigue trepar hasta puestos más altos dentro de la pirámide social. Llegando a personas como Covert, el malo de la novela, quien hace uso de ella en su profesión de abogado para lucrarse a costa del sufrimiento de sus clientes, los cuales en su mayoría están desesperados. ¿Nos suena no? Seguro que muchos al leer la palabra "corrupción" han pensado directamente, y no de forma voluntaria, en los últimos años, en los que los ciudadanos de este país desayunábamos con un nuevo caso de corrupción. El enésimo a la larga lista que políticos, empresarios y demás personalidades de alto rango social han confeccionado a lo largo de todo este tiempo. Al principio nos indignaban, nos escandalizaban y soltábamos algún taco mientras nos echábamos las manos a la cabeza. Incluso había quien se pellizcaba para comprobar si no estaba aún soñando o peor, dentro de una terrible pesadilla. En aquella época salíamos a la calle, alzábamos la voz, clamábamos que la justicia fuese igual para todos y no hacíamos más que pedir la dimisión inmediata del político de turno que se había manchado las manos de corrupción. Ha pasado el tiempo, un par de años, no más, y parece que nos resbala la situación, hasta el punto de que ya no nos sorprende que se destapen nuevos casos en los que cuatro privilegiados se lucran con el dinero de los demás. Eso si, la indignación no ha desaparecido, pero ésta se manifiesta frente al televisor, sentados en el sofá, en conversaciones de bar o durante las comidas familiares. Nos hemos inmunizado ante la corrupción, es un hecho. Si desde los medios de comunicación, en especial la televisión, han conseguido que asistamos impasibles a las noticias de oriente medio en las que se nos muestran cadáveres sin ninguna censura, la propia política ha conseguido lo imposible, que refunfuñemos y ya está. Así de simple, sin que tenga más consecuencia que una pequeña pataleta. Hace unos días, afortunadamente, por fin la corrupción generalizada tuvo su escarmiento en el congreso de los diputados. Algo que desde la distancia aplaudí con euforia, pero no es momento de quedarnos atrás, porque la corrupción tiene que seguir combatiéndose, como hace Jack Engle en esta novela. Desde la cotidianeidad o desde los puestos de influencia. Desde las calles, desde los micrófonos, desde los escaños. Con fraude es imposible que una sociedad avance, bien lo sabía Walt Whitman que no dudó en plasmarlo en esta novela de recomendable lectura y que nos devuelve la confianza en el ser humano. La vida y aventuras de Jack Engle: una historia de pillaje, violencia, bondad, engaños, artimañas, sufrimiento, crimen, amor, esperanza...Un canto a la vitalidad desde las oscuras calles de Nueva York.

Frases o párrafos favoritos:

"Ojalá el demonio del Jardín del Edén le hubiese desvelado al joven el camino de la felicidad."

Película/Canción: de momento no hay noticias de una posible adaptación cinematográfica o televisiva de esta novela. Hasta que este acontecimiento tenga lugar os adjunto la pieza de BSO que me ha acompañado durante la redacción de esta reseña. No es de las mejores de Scorsese, pero merece una mención especial.


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Funambulista

5 comentarios:

  1. Madre mía que homenaje le haces a Whitman. He leído muy poco de su autoría, algunos poemas y poco más pero sí que este libro tiene un pinta estupenda. En cuanto al Club de los poetas muertos, tampoco entiendo a los detractores. A mí me encanta, como a ti. Besos

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  2. ¡Hola hola! Yo también formo parte de la iniciativa "seamos seguidores" Ya tienes seguidora nueva, te dejo mi blog para que puedas seguirme: https://diariodeunachickalit.blogspot.com.es/ si quieres deja un comentario donde más te guste ^^ Besos besos

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  3. Tampoco entiendo a los detractores de El club de los poetas muertos. Si es fantástica! Ahora me has dejado con ganas de verla de nuevo. Y el libro, me lo apunto, que no lo conocía.
    Besotes!!!

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  4. Yo tampoco lo conocía pero creo que solo habiendo visto la portada ya hubiese dicho SÍ.
    Anoto.
    Besos.

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  5. todo el mundo al decirse "el club de los poetas muertos" y Whitman en la misma frase, piensa en esos versos de "oh capitán mi capitán" que como bien dices forman parte de un poema dedicado al presidente Lincoln, sin embargo, a mi me gusta más aquellos versos que el señor Keating pronunciara para animar a un prometedor alumno: "sobre los techos del mundo/resuena mi barbaro gañido" pertenecientes a un poema de Whitman que te recomiendo encarecidamente ahora que te has reconciliado con el verso: "el halcón moteado cala sobre mi". Creo que lo disfrutarás
    excelente reseña de un autor popularizado en Europa gracias a una obra maestra del cine.

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