miércoles, 26 de septiembre de 2018

RESEÑA: Ira de los dioses.

LA IRA DE LOS DIOSES

Título: Ira de los dioses. Tres relatos de sacrificios y mitología.

Autora y autores: Carmen Romero, Luis Carbajales y Jaume Vicent.

Editorial: Pulpture.

Idioma: castellano.

Sinopsis: el volumen se compone de tres historias independientes y conclusivas que están hiladas entre sí por un tema común: los dioses. Tres relatos que nos hablan de vidas truncadas por la presencia de seres, cultos o entidades que se creían mitológicos; florituras de la mente de tiempos pasados, proyecciones de la imaginación que se daban por extintas o inexistentes...pero que, por desgracia o fortuna, son muy reales. El primer relato nos habla de un pequeño pueblo influido por la presencia de algo que dormita entre ruinas desde la época romana. En el segundo, un luchador profesional de los bajos fondos se ve acosado por una maldición de unas remotas islas orientales. Y, el tercero, una investigación científica conducirá a los protagonistas a una misteriosa aldea aislada durante años de la civilización. (Fuente: Pulpture).

Su lectura me ha parecido: interesante, diferente, original, extraordinariamente breve, veloz, algo desigual en cuanto al enfoque de los relatos, curiosa...Desde hace un tiempo en algunas tertulias literarias, presentaciones de libros, clubs de lectura, programas de televisión o incluso por parte de las escritoras/es se ha destacado un hecho: el que en España no exista una tradición literaria hacia géneros tan concretos como la ciencia ficción. Si en el mundo anglosajón (Inglaterra y Estados Unidos especialmente) han contribuido a su evolución y popularización desde el siglo XIX hasta nuestros días, pasando por la llamada edad dorada del género (comprendida en los años 50 y 60 del pasado siglo) en este país parece que aún cuesta encontrar textos de ciencia ficción patrios. Algo que contrasta, en gran medida, con el auge que por otro lado, han experimentado géneros hermanos como el terror o la fantasía en España. Laura Gallego retomó con rotundidad el camino trazado con anterioridad gracias a sus libros enmarcados dentro de lo fantástico y el ámbito juvenil (llegando a encandilar y marcar a toda una generación de lectores en este país) un camino que siguieron, con unos años de diferencia, autoras y autores como Maite Carranza, Antonio Martín Morales, David Lozano y en la actualidad los dúos literarios Iria Parente y Selene Pétalos o Geòrgia Costa y Fer Alcalá (más conocidos por los lectores como Costa Alcalá) entre otros muchos. Y en lo que respecta al terror también encontramos un nutrido grupo de plumas adiestradas en el género. Desde las talentosas Elia Barceló y Pilar Pedraza, pasando por Emilio Bueso, Eduardo Vaquerizo, Cristina Fernández Cubas o Victoria Álvarez (una de las más recientes). La ciencia ficción, lo fantástico y el terror suelen ir juntos o de la mano, de hecho, no son pocos los festivales literarios en los que se aglutinan estos tres géneros, algunos como el Celsius (celebrado en la ciudad asturiana de Avilés), capaces de atraer tanto a autores, incluso de talla internacional, de los respectivos géneros, así como a un público prácticamente entregado a ellos. Es un hecho, la cultura Geek está en auge, y en España, aunque poco a poco, parece que se está incentivando la creación literaria orientada hacia estos géneros tan desprestigiados en el pasado. Una generación de escritoras y escritores viene pisando fuerte, ejemplo de ello son las numerosas antologías que han ido apareciendo a lo largo de los dos últimos años, antologías como la que hoy tengo el placer de reseñar. Ira de los dioses: la mitología y la fantasía desde tres sugerentes miradas.


La historia de como este libro irrumpió en mi vida es bastante sorprendente, inesperada. De hecho, no entraba dentro de mis planes por aquel entonces en leerme un libro de estas características. Pero sucedió, y la respuesta al por qué es sencilla a la par que interesante: porque quería leer textos de temática fantástica escritos por autoras o autores españoles. Sí, parece una locura, y sí, me estoy saliendo bastante de mi área de confort, compuesta por clásicos de los siglos XIX y XX (especialmente los de temática más realista ambientados en Estados Unidos, Inglaterra, Francia o España), literatura más contemporánea (algo del siglo XXI siempre cae), mis adorados ensayos feministas (de cualquier época histórica) y mis distopías (feministas, futuristas, especulativas, políticas...Cualquiera me vale). Pero, y en esto os tengo que ser sincera, desde que me leí, por pura curiosidad, hace unos años El Hobbit de Tolkien, mis ojos sólo se han posado en literatura fantástica terrorífica (cuya historia y relación con este género ya he explicado mil veces). Cuando he leído fantasía pura y dura me cuesta mucho adentrarme en la historia, empatizar con sus personajes y amoldarme a un mundo que, aunque me lo pueda imaginar (pues de imaginación ando bastante sobrada) no consigue atraparme por completo. Además, y aquí seguro que más de una o uno va a querer matarme, no he sido una lectora asidua de por ejemplo la saga de Harry Potter o los libros de Laura Gallego, y eso que soy de la generación que disfrutó en el cine una por una todas las adaptaciones de las historias de niño mago (con bastante entusiasmo por cierto) y que vio como a su alrededor los libros de la autora valenciana se popularizaban enormemente. Pero entonces, en parte con mi descubrimiento del terror hace unos años, me di cuenta de que lo que me atrapaba de esas historias no era el componente fantástico siempre asociado a estas historias, sino el como puede verse alterada una realidad, unos valores, unas leyes o incluso la cotidianeidad del día a día de pronto y las consecuencias que esto tiene sobre los protagonistas. En resumidas cuentas, que los personajes lo pasasen mal a costa de esa alteración fortuita e inesperada. Fue entonces, mientras me empapaba de todo ello, cuando apareció ante mis ojos, como si de una señal divina se tratase, Ira de los dioses. Llevaba un tiempo leyendo literatura de estas características, pero siempre anglosajona, y creerme cuando os digo que por aquel entonces necesitaba abrir mis horizontes al respecto. No podía ser que en España no existiesen escritoras y escritores versados en estas lides, así que Ira de los dioses me vino a confirmar lo que yo ya sospechaba: que si que habían pero no ha sido hasta ahora cuando se han empezado a popularizar o visibilizar. Llámenlo moda literaria, tardío reconocimiento o necesidad imperiosa, el caso es que aquel pequeño volumen podía satisfacer las necesidades lectoras que necesitaba cubrir cuanto antes. El ejemplar llegó estando fuera de casa, concretamente en Londres, junto con los Cuentos de hadas norteamericanos de L. Frank Baum. Y aunque no fue hasta el verano cuando por fin me hice el ánimo, no desperdicié ni uno de los minutos que compartí con su lectura.


Antes de adentrarnos en la reseña propiamente dicha, es importante comentar que al tratarse de un volumen de relatos y a pesar de su brevedad, es posible que algunos aspectos a comentar se queden en el tintero. No me culpéis por ello, siempre es difícil reseñar un libro de estas características, por muy cortas que sean las historias escogidas. Una vez dicho esto, empezaremos por el principio, por la lectura, ese primer contacto que el lector establece con cualquier libro, que en este caso me ha sorprendido bastante. Si bien es cierto que no todos los relatos me han gustado, es reseñable destacar que la carta de presentación que Pulpture realiza respecto a este libro (fino en su extensión, con una tipografía bastante aceptable, una portada entre lo vintage y lo sugerente y la posibilidad de llevártelo a todos lados dado su pequeño tamaño) lo convierte en un dulce demasiado irresistible, incluso para lectores no tan aficionados a este género. ¿Qué historias encierra Ira de los dioses? Pues como su nombre indica, el libro aborda tres relatos genuinos, con personalidad, muy diferentes en cuanto a estilo empleado, pero con dos poderosos nexos en común. El primero de ellos, la mitología. Cada relato se empapa de una cultura mitológica concreta. Desde la postura más conservadora, hasta la menos convencional. Desde una historia en la que la mitología romana es clave, hasta un relato donde fuerzas oscuras procedentes de la polinesia más exótica actúan como un personaje más, pasando por el típico descubrimiento de una civilización al margen de la sociedad y de todo avance tecnológico actual (aunque con un sorprendente y nada convencional desenlace). Y el segundo, y más importante aún, la propia ira divina. Los tres textos que componen esta breve antología parten de la realidad, ya esté ambientada en la Segunda República española española o en pleno siglo XXI, de una cotidianeidad que se ve alterada por la irrupción de seres mitológicos, perturbando de este modo a los protagonistas, los cuales tendrán que hacer frente a la situación desde su propia condición. Este segundo punto de encuentro entre las tres historias puede ser muy manido, tal vez típico, pero si tenemos en cuenta las diferentes perspectivas de los relatos, al lector se le olvidan todos esos clichés y prejuicio, dejándose llevar por cada uno de ellos. ¿Cuál de los tres me ha gustado más? Voy a mojarme: el El grito de la tierra de Carmen Romero. Lamadme convencional, pero, ¿qué queréis que os diga? La mitología romana me chifla. Y si a eso le añades una historia ambientada en la España rural durante la II República (con un regusto similar a El laberinto del Fauno) Carmen Romero ya me tiene conquistada. ¿Y el que menos? Lo diré sin rodeos: La carne de los malditos de Luis Carbajales. No digo que la trama no esté bien ni que el planteamiento no sea original, pues la mitología oriental tiene su punto, pero sinceramente creo que no me ha convencido del todo. En cuanto a Ritos paganos, escrito por Jaume Vicent, me ha gustado en general pero en comparación, el de Romero ha sido el que más me ha hecho reflexionar y conectar con la historia. A modo de recapitulación concluiremos diciendo que, primero, Ira de los dioses es una lectura para nada prescindible, segundo, que demuestra el talento patrio en lo que a fantasía se refiere, y tercero, que podéis llevárosla y leerla en cualquier parte. A no ser que una criatura divina y ajena a este mundo os lo impida. 


En este último párrafo, dedicado principalmente a la reflexión, me gustaría haceros partícipes de una idea que me ronda por la cabeza desde que finalicé la lectura de Ira de los dioses. Somos muchos los que creemos que la influencia de la religión está desapareciendo poco a poco de nuestra sociedad. De hecho ha caído en picado el número de personas que se consideran creyentes o que practican los ritos propios de, por citar un ejemplo, la religión católica. Sin embargo, estaréis conmigo en que todavía sigue muy presente en nuestro día a día. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, las creencias, las leyendas, las supersticiones y la fuerte herencia de la religión engloba muchos aspectos que, aunque pasen desapercibidos, tienen su importancia. ¿Quien no se ha tragado u oído frases tipo "cruzarse con un gato negro es sinónimo de los peores augurios", "abrir un paraguas bajo techo trae mal fario" o "romper un espejo equivale a siete años de mala suerte"? Estas son algunas de las más comunes, pero indagando un poco por internet, una servidora se sorprende de la cantidad de dichos y actos que aún tienen peso en la actualidad. Tocar madera para contrarrestar la desgracia, pisar en primer lugar con el pie izquierdo al levantarse de la cama aboca a un humor de perros durante toda la jornada, que una mirada prolongada equivalga a un mal de ojo, que el novio vea a la novia vestida como tal antes de la ceremonia no puede deparar nada bueno, el santiguarse de forma instintiva cada vez que vamos a emprender un reto que nos asusta, el encontrar un trébol de cuatro hojas como sumum de la buena suerte, el pensar que por habernos puesto alguna prenda de ropa al revés nos van a hacer un regalo o creer que pisar una mierda, sea del animal que sea, nos proporcionará éxito en nuestros próximos proyectos. Muchos los conocemos de oídas, y es posible que alguna o alguno de los que ahora está leyendo estas líneas se reconozca en los ejemplos antes mencionados. Es así. Lo que sucede es que la mayoría de la sociedad desconoce su origen, el por qué de estas supersticiones, que no es otro que en lo mítico, en esas poblaciones ancestrales regidas por una mitología determinada, en esas aldeas de la Edad Media tan controladas por la religión católica, en esas cenas al rededor del fuego donde los más ancianos narraban las historias de heroínas o héroes míticos, en esas personas a las que el poder les inculcó el temor más irracional posible. Puede sonar un poco extraño, pues pocas son las veces en las que pensamos en estos temas. Cuando alguien estornuda, pronunciamos automáticamente la palabra "Jesús", sin pensar en que, por ejemplo, en el pasado decir esa palabra tras un estornudo servía como medida de protección para que el demonio no poseyese al enfermo. Leyendo Ira de los dioses me he dado cuenta de como la sociedad, a pesar de que poco a poco va olvidando su propio origen, en cuanto algo se tuerce, enseguida se pone a rezar o recurre a toda clase de creencias para justificar mala suerte. Incluso hay quien recurre a ellos como solución a sus problemas, instintivamente, sin pensar. Y es que cada superstición pertenece a una mitología que a su vez se engloba en una religión determinada. La superstición y las creencias no van a desaparecer, eso esta claro, pero es importante rastrear su origen para saber de donde venimos, y en ocasiones, a donde nos dirigimos como seres humanos. Ira de los dioses: tres relatos de fantasía, dioses, criaturas fantásticas, ritos, leyendas, acontecimientos que escapan a toda lógica...Tres relatos mitológicamente genuinos.

Frases o párrafos favoritos: 

"La melodía del mendigo era su compañera constante. Parecía burlarse de sus propios sentidos. Pero aquella noche sucedió algo distinto: la música ya no era un recuerdo enquistado en su cabeza, sino que había tomado posesión de sus oídos. La escuchaba como si el mendigo la estuviera tocando en la puerta de su casa."

Película/Canción: en vistas de que ninguno de estos relatos ha despertado, al menos de momento, el interés de alguna directora o director de cine, os adjunto la pieza que me ha acompañado durante la redacción de esta reseña. Épica y con cierto halo de misterio, como las historias que componen Ira de los dioses.


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Pulpture.

martes, 18 de septiembre de 2018

RESEÑA: Picnic en Hanging Rock.

PICNIC EN HANGING ROCK

Título: Picnic en Hanging Rock.

Autora: Joan Lindsay (St. Kilda West 1896- Melbourne 1984). Era descendiente de una familia Boyd, puede que la más famosa y prolífica dinastía artística de Australia. De 1916 a 1919 estudió pintura en la National Gallery School de Melbourne, e incluso llegó a exponer como pintora. Se casó con Daryl Lindsay, vástago de una importante familia de artistas y escritores ingleses, el día de San Valentín de 1922, en Londres. Día que, precisamente, sería el elegido por Joan Lindsay para situar los hechos de su novela más célebre, Picnic en Hanging Rock. El matrimonio se instaló en Australia, donde ella se dedicaría a la pintura, hasta que, tras la Gran Depresión, Daryl fue contratado como director de la National Gallery de Victoria. En 1956, fue nombrado caballero del Imperio Británico. Aunque la primera novela de Joan, Through Darkest Pondelayo, una sátira sobre los turistas ingleses, fue publicada en 1936, no sería hasta el año 1962 cuando viera la luz su primera obra reseñable, Time Without Clocks, un texto de fuerte contenido autobiográfico en el que retrató sus primeros años de casada. El autentico éxito le llegaría, no obstante, con Picnic en Hanging Rock (1967), que automáticamente le reportó fama mundial, y que se convertiría por derecho propio en una de las más reseñables novelas de culto de la literatura australiana. Parte del éxito de la novela se basó en que la autora nunca desveló si lo narrado fue un hecho real o no. La extraordinaria repercusión de la obra persiguió a Lindsay hasta el día de su muerte, y constituyó un antes y un después en la historia de la literatura australiana del siglo XX. Joan Lindsay murió por causas naturales en Melbourne a los 88 años. (Fuente: Impedimenta).

Editorial: Impedimenta.

Idioma: inglés.

Traductora: Pilar Adón.

Sinopsis: Febrero de 1900. Un grupo de alumnas del selecto colegio Appleyard para señoritas se dispone a celebrar un picnic el día de San Valentín. Lo que empieza siendo una inocente comida campestre se torna en tragedia cuando tres niñas y una profesora desaparecen misteriosamente entre los recovecos de Hanging Rock, un imponente conjunto de rocas rodeado de la salvaje y asfixiante vegetación australiana. La única chica que logra regresar, presa de la histeria, no recuerda nada de lo sucedido. (sinopsis editorial).

Su lectura me ha parecido: inquietante, bella, fresca, envolvente, misteriosa, capaz de mantenerte en vilo desde la primera hasta la última página, ¿verídica tal vez?...La mañana no podía empezar de mejor manera, un picnic en la naturaleza siempre apetece, y más cuando el frío da un pequeño respiro en el crudo invierno. No tardamos en llegar al lugar, su belleza corta la respiración, hasta el punto de querer sumergirte y descubrir hasta el último de sus secretos. Es imposible no aburrirse entre claro y claro del luminoso bosque. Un divertido juego de cartas, una agradable conversación, una lectura con mucho fundamento, un chiste espontáneo, unas risas como respuesta, una canción amena, un dibujo improvisado sobre las piedras...Y si el sueño llega sin previo aviso, cualquier lugar a la sombra las milenarias rocas puede convertirse en el mejor dormitorio. El aire puro entra por los pulmones, oxigenándolos, liberando toda compostura y rectitud, tan propias de la disciplina del día a día. En las faldas del Moncayo las nuevas tecnologías no tienen cabida ¿Quién necesita mirar la última actualización del WhatsApp o subir una foto a Instagram cuando puede disfrutar contemplando el paisaje? ¿Qué podía salir mal en un día tan idílico como aquel?  Pero entonces, un grito, el cielo se oscurece, algo se rompe en la perfecta estampa invernal. Dicen que unas compañeras y una profesora han desaparecido, el pánico y la confusión se apodera de las presentes. Ya no hay juegos de cartas, ni cotilleos, ni lecturas, ni chistes, ni risas que los correspondan. Las leyendas de las ninfas que habitaron el lugar dejaron de tener sentido, a menos que sus rostros, demacrados por alguna maldición, estuviesen detrás del misterio. Nadie sabe qué hacer, salvo esperar hasta que la angustia venza y no quede más remedio que marcharse y comunicar lo sucedido. En el momento de la partida, muchas echamos la mirada hacia atrás preguntándonos cómo había podido suceder, si lo estábamos pasando en grande, si hasta habíamos conseguido olvidar el colegio y a sus odiosas monjas. Mientras el autobús se alejaba serpenteando, el Moncayo se alzaba majestuoso, escondiendo su frío corazón de piedra, sepultando las voces de cuatro mujeres para siempre. Aquello sucedió el catorce de febrero de 2018, ciento dieciocho años después de que en las inmediaciones de Hanging Rock, tres alumnas y una profesora desaparecieran sin dejar rastro durante un picnic el día de San Valentín de 1900. ¿Verdad? ¿Ficción? ¿Cuál de las dos historias ocurrió de verdad? A todo eso juega la autora del libro que hoy tengo el placer de reseñar, a todo eso juega una servidora que, desde la humildad, ha querido actualizar a la par que homenajear a una de las mejores lecturas del verano. Picnic en Hanging Rock: una desaparición, un internado de inspiración victoriana y una terrible maldición.


La historia de como Picnic en Hanging Rock llegó a mis manos es realmente sencilla. Pero si quiero ser honesta con vosotros, debería comenzar este relato, verídico esta vez, describiendo como, desde hace un tiempo, mis gustos lectores han experimentado un gran cambio. Como he comentado en más de una ocasión, el género fantástico fue durante mucho tiempo uno de los grandes olvidados entre mis lecturas habituales. Si bien es cierto que a los cuentos infantiles, en los que se entremezclaba la realidad con elementos o personajes típicos de la literatura fantástica, les tenía verdadero aprecio, ninguna historia más adulta de estas características lograba cautivarme. Por no decir que alguna vez menosprecié el género en público, sin cortarme ni un pelo. La cosa cambió cuando descubrí que había mundo más allá de las historias de hadas buenas, orcos perversos o reinos gobernados por criaturas sobrenaturales. Un mundo que, por otro lado, me inquietaba, me resultaba apasionante y provocaba mil y un preguntas en una mente tan curiosa como la mía. Estoy hablando del terror, sí, de ese género tan venerado, en cuyo seno acoge a algunas obras cumbre de la literatura universal, tan temido por la mitad de los lectores, tan venerado por la otra mitad y con unas características más versátiles de lo que aparenta. Gracias al descubrimiento del terror de la mano de uno de los grandes maestros (aún sigo sorprendida ante el estremecimiento que sentí al leer Corazón delator de Edgar Allan Poe), fui poco a poco ampliando mis lecturas al respecto. A este paulatino descubrimiento del género ayudó que, de la noche a la mañana, muchas editoriales de este país comenzasen a editar novela de terror, especialmente de inspiración gótica, victoriana o neovictoriana, como si no hubiese un mañana. Los fantasmas, las casas encantadas, los espigados acantilados, los cementerios y demás tópicos del género volvieron a estar de actualidad y a despertar el interés de la crítica y de los lectores a partes iguales. Fue durante esa etapa de aprendizaje, en la cual me encuentro actualmente, cuando llegó a mis oídos la historia de Hanging Rock de la mano de Impedimenta y de algunas reseñas colgadas en internet. Hasta ese momento, había leído mayoritariamente novelas o cuentos del género  siempre ambientados en Reino Unido o Estados Unidos, así que en cuanto descubrí que su autora era australiana e indagué sobre el lugar en el que se desarrollaba la acción no me lo pensé dos veces. Pensé que sería interesante y podía enriquecerme aún más como lectora. El libro llegó a mis manos a mediados de julio y durante el mes de agosto se convirtió en una de las lecturas del verano, por no decir que en una de mis imprescindibles.


Centrándonos en la reseña propiamente dicha comenzaremos diciendo que Picnic en Hanging Rock presenta una de las lecturas más adictivas que he experimentado en mucho tiempo. Y eso que la premisa de trama, la cual hemos desgranado al principio de la reseña, no tiene en un principio mucho misterio. ¿Cuántas novelas o relatos se han escrito sobre la desaparición de personas en el bosque, en el campo, en parajes de ensueño? Muchísimas, demasiadas tal vez, y la mayoría de ellas han acabado derivando hacia el género policíaco. No obstante, lo que hace especial a la novela de Lindsay es que el lector que se adentra en sus páginas no se encuentra ante la canónica historia de detectives y delincuentes o asesinos a los que dar caza, sino ante algo más complejo, más siniestro. Gracias a una ambientación de ensueño, de la que al principio nos enamoramos y de la que después sentimos verdadera asfixia, y por supuesto, a un manejo magistral del suspense, la autora arma una historia tan sugerente que el lector se siente incapaz de abandonar su lectura. Con Picnic en Hanging Rock, Lindsay crea un público adicto y que no parará hasta llegar al final de esta historia. Y lo mejor de todo es que lo consigue sin recurrir, como si hacen otras autoras y autores, a elementos explícitos y bastante forzados típicos del propio suspense. Unas mínimas y sutiles pinceladas bastan para que se metiese y se siga metiendo a legiones de lectores en el bolsillo. Todo eso está muy bien pero, ¿Qué fue lo que de verdad desató la locura por esta novela? ¿Qué es lo que ha provocado que cada año muchos curiosos viajen hasta Australia y visiten las montañas de Hanging Rock? ¿Qué mantiene fascinados a los lectores de medio mundo desde el momento de su publicación hasta nuestros días? La respuesta es sencilla: su excepcional ambigüedad, y es que su autora jamás reveló si lo que se narra en la novela ocurrió de verdad o simplemente es pura invención. Ese doble misterio fue suficiente para que por un lado la novela trascendiese de lo popular, y por otro, para que Lindsay ganase mucho dinero gracias al éxito entre los lectores. Pero más allá de cuestiones de marketing, pues cabe la posibilidad de que todo se redujese a una estrategia editorial pura y dura, lo que está claro es que Picnic en Hanging Rock es algo más que un best seller de la época, sino un ejemplo de agudeza, destreza y originalidad literaria. Ese excelente equilibrio entre realidad y ficción nos empuja a una historia que, por muy extraño que parezca, no va del misterio de la desaparición en si, sino de lo que ésta provoca en el internado de señoritas al que pertenecen las tres alumnas y la profesora extraviadas. Lindsay no esclarece el enigma, sino que se limita a explicarlo y a narrarnos las consecuencias, el cataclismo al que tienen que hacer frente alumnas, profesoras, la directora y los trabajadores del lugar. En esta novela no hay, bajo mi punto de vista, un personaje que sobresalga sobre otro, a pesar del empaque de Herster Appleyard (directora del internado), convirtiendo a Picnic en Hanging Rock en una novela coral en la que las distintas voces se entremezclan, acentuando todavía más la sensación de asfixia. ¿Y qué pasa con el final? ¿Qué sucede? ¿Consiguen volver las tres chicas y la profesora sanas y salvas? No está en mi mano responder a todas esas preguntas, si tanta curiosidad os ha despertado esta reseña, sólo tenéis que hacerme caso, salir de casa, acudir a vuestra librería o biblioteca más cercana y haceros con un ejemplar. No os arrepentiréis, os lo aseguro.  


Como acostumbro a hacer en mis reseñas, lo mejor me lo dejo para el final, y es que si un libro no insta a la curiosidad, no reactiva la imaginación o no provoca preguntas en el lector ¿de qué sirve entonces este último párrafo? Lo suprimiría y punto. Pero como soy una optimista empedernida, siempre trato de sacarle el máximo partido a las lecturas. De todo se puede aprender, incluso de las bazofias literarias o de esas novelas cuyo final nos ha indignado. Afortunadamente, no es el caso del libro que acabamos de reseñar, pues si de algo debe estar orgullosa Joan Lindsay es de haber provocado miles de teorías relacionadas con la novela y el paradero de sus cuatro personajes desaparecidos. Cada cual más disparatada y original que la anterior. Desgraciadamente no vengo a formular una hipótesis al respecto, sino a hablaros de la palabra "cambio". Si realizamos una rápida búsqueda en internet comprobamos enseguida las diferentes connotaciones que atesora este término. Cambio de día, cambio de año, cambio de planes, cambio de hora, cambio de decisiones, cambio de parecer, cambio de ropa, cambio de costumbres, cambio de pensamiento, cambio de destino, cambio de vida...Desde las más anecdóticas hasta las más trascendentales, pero todas unidas por un nexo común, el de desprenderse de lo que nos ha acompañado durante tanto tiempo a todos los niveles y sustituirlo por algo nuevo. Es entonces cuando la incertidumbre y las dudas aparecen de improviso, obligándonos a contestar a preguntas del tipo: "¿será lo mejor?", "¿estoy obrando correctamente?", "¿no estoy arriesgándome demasiado?", "¿qué me deparará todo esto?", "¿y si fracaso?" "¿y si no consigo lo que pretendo?". Los cambios asustan, es normal, y al principio todos nos resistimos a él. Nos hemos acostumbrado tanto a un patrón determinado que cuando tenemos que subir el siguiente escalón o nos sacan de la zona de confort entramos en crisis. Algo así sucede en Picnic en Hanging Rock, siendo éste uno de los temas centrales de la novela. Todo en ella gira al rededor del cambio y son muchos los elementos que nos dan pistas. No es casualidad que la autora haya decidido ambientar la novela en el año 1900 (toda una declaración de intenciones) como tampoco la fecha escogida, el catorce de febrero. En primer lugar, 1900 marca un interesante punto de inflexión, pues al tiempo que simboliza el fin de una era de esplendor marcada por la expansión imperialista fundamentalmente, también representa el inicio de otra más convulsa, más mortífera, menos pacífica. Todos sabemos los acontecimientos que marcaron el siglo XX, por eso, respecto al XIX, se produce un notorio cambio a nivel mundial. En 1900, la gente aún desconocía los próximos conflictos y atrocidades a los que el mundo se iba a tener que enfrentar, pero si apreciaron la evolución a la que invitaba la entrada en el nuevo siglo. Seguidamente, en la novela el día de San Valentín adquiere una dimensión distinta. Se acabó el romanticismo y los estándares tradicionales tan repetidos hasta el momento. La tragedia de Hanging Rock provoca una pérdida de inocencia brutal entre las protagonistas, sobre todo entre las alumnas, preludio de lo que estaba por venir en las próximas décadas de siglo XX. Tampoco es producto del azar la inspiración neo-victoriana del libro. Son muchos aspectos los que nos trasladan al XIX: la dualidad entre belleza y terror respecto al paisaje, el carácter británico de su directora, la superstición o la constitución del propio internado (que nada tiene que envidiar a las típicas mansiones tétricas de la época victoriana). En ese sentido Appleyard se erige como una especie de último bastión de una época que toca a su fin, como un anacronismo dentro de una normalidad a punto de quebrarse. Solo ante la noticia de la desaparición, los pilares que antes soportaban con dignidad todo síntoma de cambio empiezan a quebrarse. La maldición se cierne sobre Appleyard cual novela victoriana se tratase, los gritos de cambio comienzan a devorar todo lo aprendido, ni siquiera la estricta educación impartida ni la artificial inocencia de las alumnas servirán para afrontar lo que traerá consigo el siglo XX. Y todo esto sin recurrir a fantasmas, cementerios encantados o criaturas fantásticas. La realidad, o mejor dicho, el cambio de realidad da más miedo que cualquier ser espeluznante. Picnic en Hanging Rock: una historia de tradiciones desfasadas, miedos, paisajes entre lo idílico y lo hostil, alumnas que pierden el candor, maestras que se resisten al cambio, una comunidad al borde del abismo...En una palabra: léanla.


Frases o párrafos favoritos:

"El picnic perturbó el normal desarrollo de sus vidas, en algunos casos de un modo muy violento. Y lo mismo sucedió con innumerables criaturas de presencia mucho más insignificante. Arañas, ratones, escarabajos… También ellos se escabulleron, se ocultaron o salieron corriendo aterrorizados, de manera parecida pero a una escala más pequeña. La trama comenzó a urdirse en el colegio Appleyard en el mismo instante en que los primeros rayos de luz del día de San Valentín cayeron sobre las dalias, y las alumnas se levantaron para ver lo espléndida que era la mañana e iniciar el inocente intercambio de tarjetas y regalos."

Película/Canción: en el año 1975 se estrenó la única adaptación cinematográfica de esta novela a cargo de Peter Weir, que con el tiempo ha acabado por convertirse en un film de culto de gran belleza cinematográfica al rodar gran parte de sus escenas en entornos naturales de la Australia más agreste. Por otro lado, este mismo año se ha estrenado su primera adaptación televisiva en el canal COSMO, en la que podemos encontrar a la actriz británica Natalie Dormer dando vida a la estricta directora del internado Herster Appleyard. En esta ocasión, me inclino por adjuntaros el tráiler de la versión de 1975, y es que su dirección de fotografía así como su estilo me han fascinado.


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Nos vemos el año que viene, el 14 de febrero, en Hanging Rock.

Cortesía de Impedimenta

miércoles, 12 de septiembre de 2018

RESEÑA: Corazón de las tinieblas y Cuadernos del Congo.

EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
Y CUADERNOS DEL CONGO

Título: El corazón de las tinieblas y Cuadernos del Congo.

Autor: "Joseph Conrad (Berdcyczów, Polonia, 1857- Bishopsbourne, Inglaterra, 1924). Su padre, un noble venido a menos, traductor de Shakespeare y escritor radical, fue arrestado y enviado a una prisión rusa cuando el joven Jozef era todavía un niño. Con diecisiete años se enrola en la Marina mercante francesa, experiencia que le permitió recorrer medio mundo y que surtió buena parte de su producción literaria. En 1878, tras un intento de suicidio, se enrola en un barco británico para librarse del servicio militar ruso. Sirvió en la Marina inglesa dieciséis años y, en 1884, se nacionalizó británico adoptando el nombre de Joseph Conrad. En 1895 publicó su primera obra en lengua inglesa, La locura de Almayer. A ella le siguieron obras maestras indiscutibles de la literatura universal como El negro de Narcissus, Corazón de las tinieblas, Lord Jim, Tifón, Nostromo y El agente secreto. También es autor de importantes relatos como El final de la cuerda, Suspense y El regreso. Murió el 3 de agosto de 1924 de un ataque al corazón y fue enterrado en el cementerio de Canterbury." (Fuente: Funambulista).

Editorial: Funambulista.

Idioma: inglés.

Traductor: Max Lacruz.

Sinopsis: "a través de la voz del marino Marlow, Conrad os lleva hasta el corazón del África negra en pleno periodo colonial, en un sobrecogedor testimonio autobiográfico que es a la vez una meditación profunda sobre la degradación del ser humano y una oblicua denuncia de la salvaje explotación de las potencias occidentales. Marlow relata la historia de la expedición por el río Congo para repatriar a Kurtz, misterioso agente de una compañía comercial belga considerado un autentico dios por las poblaciones locales. Si la mística figura de Kurtz concita todo tipo de reflexiones sobre el colonialismo europeo, la explotación de las tierras y de personas y la frontera entre la civilización y la barbarie, explorar los espacios vírgenes en los mapas, hundirse en lo desconocido revela aún más las tinieblas que anidan en el hondón del alma humana." (Fuente: Funambulista).

Su lectura me ha parecido: estremecedora, dura, algo densa en el desarrollo de su trama, atemporal, reflexiva, un documento histórico en toda regla...Queridas lectoras y lectores, ¿os he dicho alguna vez que Página Dos me parece de lo mejor que se hace actualmente en televisión? No se si lo conocéis o es la primera vez que escucháis hablar de el, sea lo que sea, desde mi humilde posición de espectadora os animo a que sintonicéis la 2, sí, ese programa tan "aburrido" en el que no hacen más que poner documentales, y le deis una oportunidad a este, por desgracia breve, programa. Entrevistas a afamadas/os escritores, las últimas novedades editoriales, adaptaciones literarias al cine o a la televisión, cuestionarios lectores y reportajes entorno a temas tan actuales e interesantes como el mundo de la autoedición, la novela juvenil, la poesía, la literatura en la red, los clubs de lectura, bibliotecas del mundo o incluso el futuro del sector del libro en la era de las nuevas tecnologías. Todo eso y más se aborda en tan solo media hora, media hora que se pasa volando y que en ocasiones, sobre todo para quienes estamos interesados en el tema, nos sabe realmente a poco. ¿Por qué os cuento todo esto? Por la sencilla razón de que en Página Dos, son muchas las autoras y autores que no tienen pudor alguno a confesar sus secretos lectores más inconfesables. Desde el libro que les hizo amar la literatura hasta que novela prestaron y nunca les devolvieron, pasando por esa lectura que dejaron a medias. Y de entre todas ellas, a la pregunta de qué título considera imprescindible, son muchas y muchos los que nombran, sin pensárselo dos veces, el libro que hoy tengo el honor de presentaros. Cuando escuchas que tantos escritores de éxito lo consideran parte de su corpus literario tiendes a dejarte llevar por el escepticismo, sin embargo, una vez te adentras en él, entiendes el por qué de tanto halago y no puedes evitar preguntarte ¿por qué no me lo he leído antes? Pero sobre todo ¿por qué no lo he reseñado?, ¿por qué he tardado tanto? En fin, ya va siendo hora de enmendar esta injusticia, así que me pongo los cascos, sintonizo a Richard Wagner en el Spotify y comienzo a redactar estas líneas sobre Corazón de las tinieblas y Cuadernos del Congo: el ejemplo perfecto de como la ficción puede llegar a describir un tema histórico en su dimensión más crítica e impactante.


La historia de como esta edición de Corazón de las tinieblas  que contiene los llamados Cuadernos del Congo tiene su origen en una mañana de noviembre del año 2015 si la memoria no me juega una mala pasada. Hacía un mes aproximadamente que ya conocía cual iba a ser mi área de investigación de cara a la defensa de mi TFG, o lo que es lo mismo, de ese trabajo final de carrera de obligatoria realización. Mi campo, el de las relaciones entre historia y literatura, no podía ser más amplio, así que no encontré mejor forma de acotar mis inquietudes investigadoras que yendo aquella mañana a la biblioteca de humanidades cercana a mi facultad. Era tan basto el número de novelas y las respectivas épocas históricas que por un momento me sentí bastante abrumada. Después de unos minutos de meditación y tras haber diseccionado cada una de las estanterías de novela, tomé la decisión de llevarme dos libros a modo de sondeo. Los dos comprendían tres ámbitos de investigación muy diferentes entre si. El primero de ellos Sin novedad en el frente, podía servirme para acercarme a la I Guerra Mundial desde la literatura de testimonios (algo que por otro lado me permitía pisar sobre seguro, ya que se había escrito mucho desde esa perspectiva). Y el segundo de ellos, fue, casualidades del destino, Corazón de las tinieblas. El profesor de Historia de África y Asia nos había hablado brevemente de él, y en aquellos momentos en los que lo tuve entre las manos pensé que podía ser una buena oportunidad de acercarme, no solo a Joseph Conrad, sino al tema del colonialismo europeo de finales de siglo XIX. Así que sin pensármelo dos veces, aquel libro se vino conmigo a casa. Finalmente, y aunque estuve a punto de decantarme por Conrad, Orwell y las distopías literarias del siglo XX vencieron al imperialismo. No obstante, el recuerdo de aquella lectura me persiguió durante años, su dureza, su denuncia, esas frases lapidarias no se borraron fácilmente de mi memoria. Pasó el tiempo, y en cuanto conocí la noticia de que la editorial Funambulista iba a sacar nueva edición de la novela de Conrad, supe que aquel era el momento de volver al Congo. Cual fue mi sorpresa que, al echar un vistazo a los detalles de la edición, me topé con los llamados Cuadernos del Congo, que son, nada más y nada menos, que los breves apuntes que del diario que Conrad portaba consigo cuando visitó aquellas tierras. Sin duda, el complemento perfecto para una relectura y, de paso, enriquecer aún más la experiencia lectora.


En lo que respecta a la reseña propiamente dicha, comenzaremos por una cuestión puramente personal. Desde siempre me he referido a esta novela como El corazón de las tinieblas. De hecho, esta es la primera vez que me topo con una edición en la que se suprime el artículo "el". Seguramente se deba a que se ha querido respetar el título original de la novela en inglés, no obstante, y como apunte meramente anecdótico, como lectora me gusta más El corazón de las tinieblas que Corazón de las tinieblas. Tras este pequeño debate entorno a la traducción, he de decir que la novela de Conrad presenta una lectura muy interesante en cuanto a su contenido, pues si habéis leído la sinopsis habréis comprobado como éste no desmerece para nada, pero por el contrario demasiado densa. Tenemos que tener en cuenta que no estamos ante un best seller de lectura ágil, sino frente a un libro escrito a finales del XIX, casi a punto de entrar en el XX, cuyo autor representa un pensamiento y una visión muy subjetiva de lo que estaba sucediendo en ese momento. De hecho, precisamente por esto último, podríamos aventurar la posibilidad de que este clásico de la literatura universal sea uno de los pocos textos que no ha logrado alcanzar, al menos en su totalidad, la categoría de atemporal. Los clásicos trascienden, se vuelven intocables, se convierten en pilares de nuestra cultura y la fuerza de sus mensajes es imparable. Lo que sucede con Corazón de las tinieblas es muy simple, si bien es cierto que sus reflexiones han llegado hasta nuestros días, incluso parecen haber evolucionado, el punto de vista desde el que Conrad narra la historia es cuestionable y fácilmente criticable. Europeísta, parcial y plagado de estereotipos y prejuicios respecto a los nativos africanos. Así es como Conrad nos describe la realidad en Corazón de las tinieblas, sin embargo, no debemos olvidar que es un hombre de su tiempo, en concreto de finales del XIX principios del XX, por lo que es normal encontrarnos frases cargadas de racismo. Corazón de las tinieblas vio la luz en el ocaso del imperialismo europeo, momento en el que las teorías de la superioridad del hombre blanco todavía se estudiaban hasta en las universidades y en el que Europa se encaminaba a la I Guerra Mundial. Un momento crucial, una transición, un periodo del que la novela de Conrad bebe mucho. Dicho esto, el lector del siglo XXI, a pesar de su posición sesgada, debe leerlo con tiento, casi como si se tratase de una reliquia de un tiempo pasado. En otro orden de cosas, Corazón de las tinieblas es un libro dotado de una profundidad psicológica bastante peculiar y que le sirve al autor como excusa para abordar los temas que de verdad le interesan. Aspectos tan universales y que se resumen en la delgada línea que separa el bien del mal, los límites de la locura, el choque cultural, el viaje hacia lo desconocido e incluso buscar el ejemplo, sobre todo a través de sus personajes, de la famosa tesis de Thomas Hobbes es cierta, de que es verdad que el hombre es un lobo para el hombre. Incluso podría rastrearse las ideas de otro gran filósofo, las de John Locke, sobre la perversión de la sociedad sobre el hombre, antes bueno por naturaleza. Todo eso esta muy bien, pero, ¿no quiso Conrad abarcar demasiados temas para tan poco libro? La respuesta es un rotundo sí pues, a juzgar por el número de páginas y su correspondiente lectura, da la sensación de que el autor pecó de ambición y se quedó en un esbozo, en una descripción, en un simple dibujo sin la profundidad que el relato merece. A eso no ayuda, por supuesto, un constante cambio de narrador, que lo único que consigue es marear aún más al lector, con el peligro que eso conlleva. No obstante, si algo se salva de Corazón de las tinieblas, bajo mi punto de vista y en contra de lo que he podido leer por ahí, es el personaje de Kutz. Él es el verdadero centro de la novela, a quien buscan, la razón de ser del libro, y por tanto, gracias a un cierto suspense creado entorno a su figura, a quien el lector más ansía conocer. Complejo donde los haya, Kutz se convierte en una especie de figura divina para los indígenas a la vez que éste se aprovecha de ellos, mediante tácticas que escapan a la razón y a la ética, para hacerse con el marfil. ¿Estamos, por tanto, ante una descripción de las barbaridades cometidas en el Congo durante la época colonial ¿O por el contrario Kutz simbolizaría la decadencia del sistema atroz a punto de extinguirse? ¿Es Corazón de las tinieblas una denuncia al colonialismo europeo? ¿O simplemente una descripción de la última puesta de sol? Todas esas preguntas justifican de alguna manera la relativa popularidad de la novela, a pesar de su reprochable tono y de sus defectos estilísticos. Por último, mención a parte merecen los llamados Cuadernos del Congo, ese pequeño diario con anotaciones del propio Conrad y que nos narran lo que sus ojos veían durante aquel viaje al Congo Belga  y su interpretación de dichos acontecimientos. La editorial Funambulista acertó de pleno al incluirlos en esta nueva edición, pues gracias a ellos, el lector puede disfrutar de una lectura más amplia, más allá de la novela y de la pluma literaria del autor.


Antes hemos comentado que Corazón de las tinieblas es una novela a la que el tiempo no ha tratado demasiado bien. Sin embargo, a las pruebas me remito, su trama ha servido de inspiración para otros libros o incluso productos cinematográficos hoy día convertidos en clásicos inmortales. Pero más allá de eso, lo que de verdad ha mantenido a Corazón de las tinieblas en pie, aunque con dificultad, ha sido y es su crítica al colonialismo europeo. Un efecto de su tiempo que ha conseguido traspasar las fronteras del tiempo hasta llegar a nuestros días. Desde mi humilde posición de crítica literaria, y teniendo en cuenta esta premisa, me gustaría lanzar una pregunta a los lectores de este siglo, tan ávidos de conocimiento e imbuidos en las nuevas tecnologías: ¿en los tiempos que corren, es posible hablar de colonialismo? Seguramente muchas y muchos de vosotros habréis arqueado las cejas, y no me extraña, "colonialismo" es una palabra muy fuerte, aunque no deja de ser un eufemismo bajo el que se esconden otros términos como "invasión", "apropiación" o "destrucción", más terribles todavía. Cuando oímos hablar de colonialismo se nos vienen inmediatamente a la mente esas fotografías de los libros de historia en las que, por un lado, vemos a dueños de plantaciones de té en la India siendo abanicados y sus pies masajeados por los nativos del lugar, y por otro lado, a africanos encadenados y obligados a posar ante algún fotógrafo perteneciente a las numerosas expediciones que, por aquel entonces, se llevaban a cabo. Imágenes como la que he adjuntado en esta misma reseña, ante la que es imposible no sentir escalofríos e indignación. Pues bien, el colonialismo ha seguido su curso desde el siglo XIX, adaptándose a la evolución de las sociedades y, por supuesto, a la revolución tecnológica experimentada, especialmente durante los últimos años del siglo XX y lo que llevamos de siglo XXI. No lo llamaremos colonialismo, pues repito, es una palabra con demasiada carga negativa y que tal vez anticuada, pero si lo llamaremos, si me lo permitís, imperialismo. De nuevo, una palabra que nos es familiar, muy ligada al colonialismo en su momento y que parece haber encontrado otra vía, a priori más efectiva, para llevar a cabo su objetivo, que no es otro que el imponer un modelo a todos los niveles (político, social, cultural, económico...) sobre otros ya establecidos con anterioridad. Si antes había que invadir países para doblegarlos, ahora las redes sociales cumplen esa función, consiguiendo, por ejemplo, que veas bueno ciertos productos o comportamientos en vez de otros. Quien tiene el poder en estos momentos, el país más influyente del mundo, es decir EEUU, no ha dudado en imponer, desde los tiempos de la Guerra Fría, su capitalismo más salvaje sobre miles de países al rededor del globo terráqueo. Desde ahí se controla todo, desde lo que esta de moda o no hasta temas tan serios como las formas de hacer política. Un sello, el americano, que estamos asimilando sin resistencia alguna, pues desde todas las plataformas posibles te convencen que lo de ellos es bueno y atractivo, mientras lo tuyo, lo autóctono es malo o se ha quedado desfasado. Y la asimilación no consiste solo, por poner un ejemplo de lo más simplista, en la proliferación de más cadenas de comida rápida cuyos nombres conocemos todas y todos, sino en el rechazo a lo nuestro. No hace falta arrebatar, con conseguir que menospreciemos nuestra cultura e idiosincrasia es suficiente. Dicho esto, ¿podemos hablar de una especie de colonialismo 2.0? Es posible ¿Cómo escapar de el? Pues muy fácil: apagando la tele, el móvil, el ordenador y sustituirlo por la lectura por ejemplo. Pero, lo malo de esto es que si lo haces, si tomas esa decisión, te excluyes del sistema, como si de un disidente en una novela distópica se tratase. Además, en cuanto pusieses un pie en la calle, el imperialismo volvería a materializarse, ya sea en anuncios publicitarios, nombres de comercios, en las conversaciones. Este es el mundo que hemos creado entre todos, una sociedad controlada, aleccionada, sometida en cierto modo y por si fuera poco vigilada por el inmenso poder de un país extranjero. Una situación que, si Conrad levantara la cabeza, seguramente contemplaría con horror. Corazón de las tinieblas y Cuadernos del Congo: una novela de viaje, horror, desasosiego, verdades, mentiras, reflexiones, injusticias, hipocresía, vanidad...Un clásico imperfecto pero imprescindible en toda biblioteca.

Frases o párrafos favoritos:

"La mente de un hombre es capaz de todo, porque todo está en ella, el pasado y el futuro."

Película/Canción: desde un fallido primer proyecto de Orson Wells, pasando por una versión de Nicolas Roeg de 1993 (con Tim Roth y John Malkovich dando vida a los personajes principales) y finalizando en la locura cinematográfica Apocalypse Now. Esta última, dirigida por Francis Ford Coppola, traslada la acción de la novela de Conrad a la Guerra de Vietman. La película, protagonizada por Martin Sheen y por un inmenso Marlon Brando en el papel de Kurtz, estuvo rodeada por la polémica (desorbitado presupuesto, dificultades para encontrar un actor para interpretar al protagonista, un rodaje infernal, consumo de drogas en el set, las exigencias de Brando...). Aún así, con el paso del tiempo ha acabado convirtiéndose en un film de culto y sujeto de estudio en las escuelas de cine.  Aquí os dejo el tráiler de esta espectacular y nada convencional adaptación cinematográfica. Una película que, a mi juicio, junto con Dunkerque y La chaqueta metálica, posee una de las escenas más impactantes del cine bélico.  



¡Un saludo y a seguir leyendo!

jueves, 6 de septiembre de 2018

RESEÑA: Una habitación propia.

UNA HABITACIÓN PROPIA

Título: Una habitación propia.

Autora: "Virginia Woolf (1882-1941), pilar de la narrativa contemporánea y figura central del Grupo de Bloomsbury, cultivó con éxito la novela escribiendo títulos tan memorables como La señora Dalloway, Al faro o Las olas entre otras. Al mismo tiempo también se atrevió con el ensayo literario (El lector común), el político (Tres guineas) y la biografía (Roger Fry). También lo que podríamos denominar un nuevo género: la biografía semificticia, como el caso de Orlando. Miembro de lo que se ha denominado la aristocracia intelectual británica, a su muerte (suicidándose en el río Ouse, cercano a su domicilio), el poeta T. S. Eliot escribió que se habían dado en su vida y obra unas características tan singulares e inéditas dentro del mundo anglosajón que difícilmente se repetirían. Una opinión que la posterior publicación de sus diarios, cartas y varias biografías han confirmado. Su ensayo feminista, Una habitación propia, es uno de los más aclamados e influyentes desde el momento de su publicación." (Fuente: Austral).


Editorial: Austral.

Idioma: inglés.

Traductor: Laura Pujol.

Sinopsis: "en 1928 a Virginia Woolf le propusieron dar una serie de charlas sobre el tema de la mujer en la novela en las universidades femeninas de Newnham College y Griton College, ambas pertenecientes a la prestigiosa universidad de Cambridge en Reino Unido. Lejos de cualquier dogmatismo o presunción, planteó la cuestión desde un punto de vista realista, valiente y muy particular." (Fuente: Austral).

Su lectura me ha parecido: breve, concisa, bien estructurada, interesante, amena, de veloz lectura, absolutamente imprescindible en los tiempos que corren...Queridas lectoras y lectores, os voy a ser sincera, hasta hace unas semanas no tenía ni idea de como empezar esta reseña. No es que una servidora estuviese atravesando por una crisis de inspiración, no, esas me las conozco perfectamente. El motivo residía en una falta de entusiasmo y de negatividad, sin duda consecuencia de la situación por la que muchos jóvenes de mi generación estamos pasando, que no es otra que la falta de oportunidades laborales. La verdad sea dicha, a pesar de las colaboraciones con editoriales y con medios de comunicación digitales en los que podéis leer algunos de mis artículos publicados, yo no cobro, no me pagan por reseñar X libro o escribir un breve texto sobre la vida de mujeres olvidadas por la historia. Amo mi trabajo, porque aunque no esté remunerado es trabajo, y muy duro por cierto, no os podéis imaginar lo que significan para mi vuestros comentarios e vuestro interés por lo que realizo en este espacio y fuera de él. Hay días en los que he estado a punto de tirar la toalla, dejar de escribir (pues también escribo mis propios textos literarios) y dedicarme a algo más productivo. Eternas jornadas, como las vividas durante las pasadas vacaciones veraniegas, que me han servido para reflexionar, poner en orden mis pensamientos y conseguir plasmar algo sobre el papel. Pero que no han evitado, una vez más, momentos de bajón y de no querer levantarte de la cama. En esas estaba, mientras observaba esta misma pantalla en blanco, cuando un recuerdo asaltó mi cabeza sin previo aviso. Me vi a mi misma, exultante, en una de las oscuras salas de la National Portait Gallery, lugar que visité durante mi última estancia en Londres, contemplando el retrato de Virginia Woolf. Era justo ese, el que he adjuntado en la presente reseña, más pequeño de lo que me imaginaba e impregnado de un tono sepia, síntoma sin duda del paso del tiempo. Una fotografía así no se olvida fácilmente, como tampoco lo que sentí al contemplarla en vivo y en directo. Al recordar todo aquello me dije a mi misma, frente a esta misma entrada, que tenía que escribirla. Por la gran Virginia Woolf, por todo su legado y sobre todo por mi misma. Si algo me ha enseñado el feminismo es a no rendirme a pesar de las adversidades, teorías y mensajes he atesorado gracias a libros como el que hoy tengo el placer de reseñar. Una habitación propia: una demanda convertida en clásico universal.


La historia de como Una habitación propia llegó a mis manos es bien sencilla, de hecho podría empezar por relataros lo que sentó una vez lo deposité, con orgullo, en el último estante de mi apreciada librería. Pero como suele decirse, toda historia tiene un principio, y éste amigas y amigos, no es el verdadero inicio. Antes de entrar en la universidad no había oído hablar de Virginia Woolf, lo se, increíble pero cierto. Ni sabía quien era, ni me había interesado por su producción literaria, y lo peor de todo es que nadie, absolutamente nadie, me incentivó a descubrirla en todas sus facetas. Si bien es cierto que sabía de la existencia de un libro suyo, en concreto el de Las olas, pues éste llevaba años recogiendo polvo en una de las estanterías de mi casa, pero jamás de los jamases me hubiese atrevido a adentrarme en él de no ser por mi paso por la universidad. Con esto no quiero decir que antes de ingresar en tal alta institución no conociese a grandes personajes femeninos de la historia. De hecho, gracias a ellas (y a la lectura de algunas novelas y revistas) tomé la decisión de estudiar dicha carrera y o otra, a pesar de todas las críticas, consejos, y menosprecios hacia una labor más amplia y enriquecedora de lo que la gente se piensa. Fue en sus aulas, durante aquellas tardes en la biblioteca, en medio de discusiones académicas en las que, en más de una ocasión, conseguíamos remover conciencias donde aprendí de verdad lo que era la historia, la mentira, la verdad, las mil y un caras de un mismo acontecimiento, las miradas con las que se puede observar una imagen o leer un texto, el peso de las consecuencias o su trascendencia en la actualidad más acuciante. Todo eso fue lo que aprendí, pero también a que, a pesar del paso de los siglos, todavía existen ciertos ámbitos de la historia inexplicablemente marginados y que durante muchos años nadie se ha atrevido a tocar. Un sucio desván en el que podemos encontrar, entre otros muchos grupos relegados, a las mujeres. ¿De verdad a nadie vio interesante estudiarlas, conocer su historia a lo largo de los milenios, comprobar sus avances y retrocesos? ¿Cómo es posible que la historia de quienes constituyen la mitad de la humanidad no interesase, a nivel académico, del mismo modo o más que la de la otra mitad? Fue en ese proceso de aprendizaje, y en cierto modo sin despegarme de lo autodidacta, cuando di de nuevo con Virginia Woolf y Una habitación propia. Su nombre estaba por todas partes, incluso citado a pie de página en libros que, a priori, nada tenían que ver con la época en la que vivió su autora. En cuanto supe de que iba el ensayo, en cuanto fui consciente de su atemporal mensaje y en cuanto vi su breve extensión no quise dejar pasar la oportunidad de acercarme a él y profundizar en su lectura. Sin embargo, no fue hasta las pasadas Navidades cuando mis padres me lo regalaron, junto con otros tres magníficos libros, y encima en la edición de Austral Singular, justo la que yo quería. La emoción se mezcló con la gratitud, pues sentía que en mis manos tenía una autentico clásico inquebrantable al paso del tiempo. Marzo fue el mes escogido para leerlo, y el lugar, la ciudad de Alicante. Fue un viaje exprés pero muy intenso y en el que no pude tener mejor compañero, literario como no, a mi lado durante aquellos días.


Para empezar diremos que Una habitación propia presenta una lectura rápida, ágil, pero no por ello carente de contenido y profundidad. El de Virginia Woolf es un libro que dura pocos días en tus manos, u horas en el caso de que se tope con un lector ávido o con mucho tiempo libre. He de confesaros que al principio, durante los días previos a su lectura, este ensayo me despertaba mucha curiosidad, pero también un gran respeto. Siempre había leído, incluso oído decir, que los libros de Virginia Woolf son extraordinariamente densos, pesados y que muchos eran los que dejaban a medias la lectura de ciertos textos muy concretos. Por eso, y porque por naturaleza soy una persona que tiende a ponerse en lo peor, leí la primera página de Una habitación propia con cierto recelo, pero una vez superada ésta, las demás se sucedieron una tras otra ante mi atónita mirada. La velocidad a la que leí ese libro me sorprendió, tanto que desde entonces, siempre que la oportunidad se me presenta, procuro ampliar mi humilde biblioteca con más y más libros de la señora Woolf. Pero ¿de qué va Una habitación propia? ¿Qué tiene que me ha enganchado tanto? ¿Esta justificado que se haya convertido en un clásico inmortal del movimiento feminista? Para empezar, Una habitación propia no es más que una colección de conferencias que la autora redactó, desarrolló y expuso en varias universidades femeninas de la Universidad de Cambridge en el año 1928. Unas conferencias que versaron sobre un tema tan simple como la relación entre la mujer y la creación literaria y de cómo éstas, las escritoras, sufrían discriminación por su condición femenina en un mundo, el literario, dominado mayoritariamente por los hombres.  Esto puede parecer algo normal, de hecho en la actualidad son muchas las universidades que acogen este tipo de discursos en congresos académicos. Pero pensad por un momento, lectoras y lectores, en lo que significaba en ese momento pronunciar una serie de conferencias sobre este tema. Recordemos que estamos en la Inglaterra de 1928, en un contexto post bélico y en el que hacía exactamente diez años que las mujeres podían votar. Unos años en los que, a pesar de que se hubiese alcanzado una de las reivindicaciones más importantes del movimiento feminista, aún quedaba mucho camino por recorrer, un camino al que Virginia Woolf no dudó en sumarse. Muestra de ello es el contenido de Una habitación propia, tan necesario en ese momento como en los tiempos que corren. Sin ahondar más de lo necesario, pues de lo contrario esta entrada sería extensísima, podemos comentar que este ensayo se agrupa en varios bloques temáticos muy diferentes entre si y separados mediante capítulos. De este modo, el lector salta de uno a otro sin problema, y lo más importante, sin desconectar del hilo conductor, que no es otro que evidenciar como las mujeres, por el hecho de ser mujer, lo han tenido y siguen teniéndolo difícil para conseguir una carrera de éxito en el mundo de la literatura. En primer lugar, Woolf se adentra en el problema del acceso de las mujeres a la educación, pero sobre todo, a la independencia económica. Woolf observa como éstas son apartadas de la idea de escribir por culpa de su pobreza financiera. A no ser que fueras hija de nobles o burgueses con ideas progresistas, era realmente complicado que una mujer pudiese tener una habitación propia para desarrollar sus propias inquietudes literarias. Por otro lado, la idea del ángel del hogar todavía imperaba en aquellos años, es decir, la idea de que las mujeres solo tenían cabida en el ámbito doméstico, sin posibilidades de trabajar fuera del hogar, ganarse un sueldo por ellas mismas o emprender. En segundo lugar, y para explicar los diferentes destinos entre una mujer y un hombre con los mismos intereses intelectuales se inventa un personaje, el de Judith Shakespeare, hermana ficticia de William Shakespeare. Este es sin duda uno de los pasajes más interesantes, pues a través de un ejemplo nacido de lo puramente especulativo, del "¿qué pasaría si...?", observamos como, mientras William Shakespeare consigue cumplir sus expectativas, Judith Shakespeare no logra desarrollar sus capacidades privada de una falta de oportunidad por el simple hecho de ser mujer. En tercer lugar, Woolf disecciona una por una las carreras literarias y la situación económica y social de las grandes novelistas británicas desde el siglo XVI hasta finales de siglo XIX. Jane Austen y las hermanas Brontë están presentes, pero también otras menos conocidas como Margaret Cavendish o Aphra Behn entre otras. Y por si fuera poco, en cuarto y último lugar, Woolf parece proporcionar en Una habitación propia, las claves para escribir sobre lesbianismo sin caer en lo que ella llama "juicios de obscenidad". En otras palabras, una guía escritoril, o un manual de conferenciante, para poder sortear a la censura sin dejar de hablar o escribir sobre las relaciones románticas o sexuales entre dos mujeres. Todos estos breves capítulos, en definitiva, tienen el objetivo de interrogar al lector, hacerle pensar, que se sienta obligado a reflexionar sobre las injusticias que durante años ha soportado la mujer con inquietudes literarias. Woolf plantea debate, pero también la necesidad de reparar la memoria y devolver el respeto a las literatas del pasado, para que así, las escritoras del futuro, puedan desarrollar sus carreras en igualdad respecto a los hombres. Con una habitación propia y dinero se solucionaría parte del problema, pero para que éste desaparezca, hace falta menos invisibilidad y que su trabajo sea reconocido. Con estas premisas, no me quiero imaginar las preguntas que las alumnas le formularían a Woolf tras las conferencias. ¡Quien tuviese una máquina del tiempo para viajar al pasado!


Para finalizar esta primera reseña de la temporada, he decidido adquirir un tono autobiográfico y contaros, a grandes rasgos, mi relación con los cuartos u espacios propios que he tenido desde que tengo memoria hasta la actualidad más inmediata. Desde donde me alcanza la memoria, he practicado y disfrutado de algunas disciplinas artísticas. No se me daba mal la música tanto en el colegio como en el instituto (hubo un tiempo que quise apuntarme a aprender solfeo), he bailado sobre escenarios (me costaba lo mío), he tomado clases de arte dramático (hasta el punto de que durante un tiempo la consideré como una posible salida laboral), me encanta dibujar (tengo cuadros al oleo colgados en casa) y he coqueteado con el canto (aunque la experiencia no fue del todo satisfactoria). Pero sin duda, lo que me ha marcado en muchos aspectos de mi vida ha sido y es la escritura. Desde pequeña me ha encantado escribir, inventarme historias, personajes, mundos en los que éstos podían vivir o protagonizar sus aventuras. Una pasión que sin duda nació de la lectura, primero de aquellos cómics de Disney o de Asterix y Obelix para luego ir evolucionando a los cuentos infantiles, la novela juvenil, los clásicos, la novela más comercial y el ensayo. Al principio, no era consciente de lo importante que era tener tu propio espacio, pues me ponía a escribir en cualquier parte, incluso en el campo. Lo maravilloso de aquellos primeros años era que me daba igual el dónde, sólo me importaba escribir y punto. Luego, conforme fui cumpliendo años, aparecieron los primeros diarios, los cuales rellenaba de pensamientos, ideas para futuras historias y algunas cuestiones personales que no dudaba en vomitarlas sobre el papel a modo de terapia. Por aquel entonces ya había ganado mi primer concurso de relatos con un texto sobre el horror del Holocausto (a mis quince años ¡ojo!) un acontecimiento inesperado que se convirtió en un aliciente para no abandonar la escritura. Más adelante, y entre las cuatro paredes de mi habitación, escribía textos cada vez más largos pero fáciles de leer. Y aunque no acabé ninguno, pues el fantasma de la inseguridad siempre acaba venciendo, recuerdo aquellos años, los que abarcaron mis últimos años de instituto, como los más felices en cuanto a creatividad. Estaba sola, en mi propio cuarto, rodeada de papeles, libros de texto y novelas. Incluso la cama en ocasiones se convirtió en una especie de refugio en donde podía meditar cuando me encontraba falta de inspiración. Fueron tiempos gloriosos, tan gloriosos como inocentes. Con el paso del tiempo, y como es normal, la exigencia en los estudios se impuso a la escritura, y las horas de estudio fueron arañando segundos a las sesiones de escritura. Hasta el punto de que dejé de escribir textos de gran envergadura. Cuando el horrible segundo de bachillerato finalizó tomé la decisión de publicar por capítulos aquella historia que estaba escribiendo en este mismo blog (pues Jimena de la Almena tiene más historia de lo que os pensáis). Esa decisión tan simple, y que a la larga resultó tan trascendental, la tomé en mi cuarto propio, y con ayuda de una buena amiga, conseguí sacarlo adelante. Después, ya encontrándome en la Universidad, las cosas cambiaron drásticamente al perder mi cuarto propio. Había que hacerlo, era una cuestión necesaria, mi abuelo no podía estar solo en su casa, así que lo acepté y reconvertimos la habitación en un dormitorio con dos camas en las que dormiríamos mi hermano y yo. Fueron años duros, en los que tuvimos que acostumbrarnos a un tipo de convivencia nunca antes experimentada y en el que mi lugar de trabajo, al igual que el de mi hermano, se redujo a una pequeña mesa en el despacho de mi madre. Ya no estaba sola, con mis cosas y mis manías, y eso al principio me desquiciaba, pero aprendí a asumirlo y con el tiempo acabé asumiéndolo como parte de mi rutina. Cuando mi abuelo finalmente falleció, decidimos que el cuarto vacío se iba a emplear como estudio, pero una vez más, me encontraba compartiendo espacio. Aún así me vino bien, pues poco a poco pude retomar mi pasión literaria, aunque con ciertas dificultades. Actualmente, y por cuestiones puramente climatológicas, escribo estas líneas desde una pequeña mesa situada en la habitación de mis padres, con la ventana abierta y un pequeño ventilador apuntando mi cara. No es el mejor sitio del mundo, pues me siento una intrusa, pero en él he estado escribiendo los últimos meses. Mi situación no es la misma que a la de aquella productiva adolescencia. Hoy por hoy no me siento capaz de escribir un texto superior a las cincuenta hojas, la inseguridad me acecha detrás de la puerta, he recuperado la costumbre de escribir en un diario, tengo trabajo pero no es remunerado, me angustia pensar que a mi edad vivo todavía con mis padres, a veces me echo a llorar sin motivo alguno, me bloqueo, me aterra pensar en el futuro pues tiendo a verlo negro, hay días que siento que estoy perdiendo el tiempo, que debería dejar de soñar, que tendría que ser como los demás, que no consigo concentrarme...No se si todo eso se agrupa bajo una misma palabra o si simplemente estoy tirando piedras sobre mi propio tejado, lo que sé es que lo que estoy haciendo aquí, en Jimena de la Almena me gusta, y que con cuarto propio o sin él, estoy consiguiendo muchas cosas, aunque a veces sienta que éstas sucumben a la invisibilidad y a los prejuicios de quienes no lo consideran un trabajo. Ensayos como el de Virginia Woolf me salvan de caer en la oscuridad, personalmente me ofrecen esperanza. Si sigo escribiendo, si sigo tocando a puertas, si sigo adelante con mis inquietudes, es posible que consiga mi cuarto propio en el que poder sentirme segura y realizada para desarrollar tramas, personajes, artículos...¿Conferencias o discursos quizá? Una habitación propia: un texto reivindicativo, lúcido, contundente, inteligente, plagado de reflexión...El ensayo feminista que no debe faltar en nuestras vidas.

Frases o párrafos favoritos:

"Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si desea escribir ficción."

Película/Canción: el año pasado se estrenó en España la adaptación teatral de el famoso ensayo de Virginia Woolf de la mano de María Ruiz en la dirección y con la interpretación de Clara Sanchís, la cual le ha reportado infinidad de halagos, reconocimientos e importantes premios teatrales. Aquí os adjunto un fragmento de la citada obra durante una representación.


¡Un saludo y a seguir leyendo!

lunes, 3 de septiembre de 2018

NUEVA TEMPORADA 2018-2019.

NUEVA TEMPORADA

¡Buenos días queridos lectores/as! Un año más y como no podía ser de otra forma, Jimena de la Almena, un espacio donde la critica, la reflexión, el debate y la literatura convergen armoniosamente; inaugura nueva etapa tras las vacaciones. No os voy a mentir, ha sido un mes diferente en todos los sentidos, pero no por ello desprovisto de lecturas, las cuales me han acompañado a lo largo de estos 31 días. En esta próxima temporada seguiremos prestando especial atención a los clásicos de la literatura universal, esos que sustentan parte de nuestra cultura y que cuya importancia ha sobrepasado los limites del tiempo. Eso si, sin descartar algunas de las novedades editoriales más importantes y que tenga la suerte de reseñar. Además, gracias a la colaboración de este blog con algunas editoriales de prestigio, lograremos fomentar más aún ese objetivo, acercar la literatura de calidad al público más exigente y hambriento de buenas historias. Para finalizar esta entrada y como ya va siendo tradición, os escribiré las tres pistas del primer libro que reseñaremos en esta nueva temporada 2018-2019. Un título que debería haberse reseñado hace mucho tiempo.

1. Clásico feminista del siglo XX.
2. Su autora se suicidó ahogándose en el río Ouse.
3. "No hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente." 

...Espero vuestras respuestas...

¡Un saludo y a seguir leyendo!