jueves, 29 de noviembre de 2018

RESEÑA: La novena hora.

LA NOVENA HORA

Título: La novena hora.

Autora: Alice McDermott (Brooklyn, Nueva York, 1953). Es profesora de Humanidades en la Universidad John Hopkins y una de las autoras literarias más prestigiosas de su país. Ha publicado ocho novelas: A Bigamist´s Daughter (1982), Aquella noche (1987, finalista del National Book Award y del Pulitzer), En bodas y entierros (1992, finalista del premio Pulitzer), Un hombre con encanto (1998, ganadora del National Book Award), Child of My Herart (2002), After this (2006, finalista del premio Pulitzer), Alguien (2013; Libros del Asteroide, 2015) y La novena hora (2017; Libros del Asteroide, 2018). (Libros del Asteroide).


Editorial: Libros del Asteroide.

Idioma: inglés.

Traductor: Carlos Manzano.

Sinopsis: en una oscura tarde de invierno, en Brooklyn de principios de siglo XX, un joven inmigrante irlandés que acaba de ser despedido convence a su mujer, que está a punto de dar a luz, para que salga a hacer la compra. Una vez solo en el apartamento, abre el gas y se suicida. La hermana St. Savoir, una monja de un convento cercano, será quien ayude a Annie, la pobre viuda, a rehacer su vida. Annie trabajará durante muchos años como planchadora en la lavandería del convento. Su hija Sally, la verdadera protagonista de la historia, se criará entre pilas de ropa blanca y el siseo constante de la plancha, pero, llegado el momento, deberá elegir su propia camino en la vida. (Fuente: Libros del Asteroide).

Su lectura me ha parecido: amable, elegante, precisa, humana, potente en cuanto a su inicio, redentora, femenina en el buen sentido de la palabra... No me gustan las monjas. Bien, ya está, ya lo he soltado. El por qué es muy simple. Producto literario o audiovisual sobre todo en el que aparece el personaje de una monja o varias de ellas, siempre consigue darme repelús. Tal vez la literatura y el cine de terror hayan tenido mucho que ver en esta imagen tan espeluznante de estas mujeres casadas con Dios. Sin embargo, no hay que irse a los estereotipos para encontrar otros ejemplos de monjas perversas y malvadas. Redactando el esquema de la presente reseña se me vino a la cabeza el recuerdo de Philomena, la magnífica película británica de 2013 protagonizada por una siempre impecable Judi Dench y que desde aquí recomiendo encarecidamente que veáis. Una cinta cuya trama principal gira entorno a la investigación que emprenden la protagonista y un periodista en busca del paradero del hijo de ésta, dado ilegalmente en adopción en un convento de monjas en Irlanda. Tras su correspondiente visualización, y con un cabreo de tres pares de narices, ya no volví a ver a estas mujeres de la misma manera, y menos tras los numerosos casos de bebés robados que han ido brotando en España producidos durante la dictadura franquista y las primeras décadas de la democracia hasta llegar a los años 80. En nombre de la moralidad se han cometido y se siguen cometiendo cientos de barbaridades en todo el mundo, y muchas veces, por parte de quienes deberían atender a otros problemas guiados precisamente por la religión que profesan. Afortunadamente, en el libro del que hoy os hablo, no nos encontramos con esa clase de monjas, que, aunque tienen sus defectos, consiguen desproveer al lector de todos esos prejuicios con sus acciones de carácter social en el empobrecido Brooklyn de principios de siglo XX. La novena hora: el retrato de la invisibilidad femenina


La historia de como La novena hora llegó a mis manos es bien sorprendente, pues, la verdad sea dicha, no se me había pasado por la cabeza acercarme a una lectura de estas características. Sin embargo, las circunstancias anímicas por las que estaba atravesando aquellos días hicieron que finalmente me decantase por esta novela de Alice McDermott. Para seros sincera, y al contrario de otras ocasiones, debería haber empezado este párrafo sincerándome, y es que en vez de contaros la historia de como La novena hora entró en mi vida, lo que en realidad vengo a narraros es la historia de lo que sucedió después, de cómo fui capaz de acercarme a su lectura hasta pasados unos meses. No os voy a engañar, las pasadas vacaciones veraniegas no fueron las mejores, ni las más memorables, ni las más excitantes de mi vida. El por qué prefiero guardármelo para mi misma, pero lo que si me gustaría compartir con todos vosotros es el hecho de que, muchas tardes de agosto las pasaba leyendo, cociéndome en mi habitación, pero leyendo. Puede sonar aburrido, es posible, pero era la forma que encontré de aislarme y de evadirme un poco, en definitiva, de pensar en otra cosa que no fuera en el hecho de que durante el mes de agosto no me iba a mover a penas de la ciudad. Pero claro, el aislamiento continuado nunca es bueno, tantas horas dándole vueltas a la cabeza al final acaba por quemar literalmente la mente. Uno de aquellos días exploté, me levanté, cogí la bicicleta y me fui a dar una vuelta. Jamás me había ido tan lejos como aquella vez, y eso que acostumbro siempre que puedo a pedalear por la ciudad. En mi mochila, dos libros, uno de ellos La novena hora. No sé por qué motivo me los llevé. Supongo que buscaba romper ligeramente con la monotonía en la que se había convertido agosto. Leer en otro lugar, respirando aire poco viciado, tal vez acompañado de un helado de frutos del bosque. El caso es que cuando las piernas dijeron basta, me encontré a la altura de uno de los parques más grandes de mi ciudad. ¿Sería aquel el lugar que tanto buscaba? ¿Sería capaz, como ya he hecho en otras ocasiones, de sentarme en el césped a leer un libro? No podía estar más equivocada. En el momento en el que me situé, dejé los libros a un lado y me puse a observar. Hacía tanto tiempo que no me detenía a mirar a mi alrededor que casi me hecho a llorar, una costumbre tan importante en un escritor y que creía haber perdido. Después de aquel episodio me costó bastante acercarme a ciertos libros, entre los que se encontraba La novena hora. Anímicamente necesitaba cosas que me removiesen un poco por dentro, que me diesen miedo, que me provocasen suspense y angustia, cuya trama me hiciese viajar a lugares más exóticos y poco conocidos. Algo que por supuesto creía que no cumplía la novela de McDermott. La situación siguió así hasta que un buen día de otoño, de forma totalmente inesperada, lo saqué de su perpetuo hueco en la estantería y lo posé en mi mesita de noche, privilegiado lugar cargado de significado. Su lectura me llevó un par de semanas, semanas que se tradujeron en pequeños instantes de placer junto a una historia más interesante de lo que hubiese imaginado.


En lo que respecta a la reseña propiamente dicha, comenzaremos diciendo que La novena hora (título claramente inspirado en la biblia) presenta una lectura pulcra, psicológica y sobre todo elegante. A lo largo de la novela el lector tiene la sensación de estar ante una novela que, a pesar de ese potente inicio del que hablaremos más adelante, invita a la serenidad, a la tranquilidad y a la certeza de que va a adentrarte en un viaje hacia el corazón del alma humana. Y si a eso le añadimos una estructura que, en lugar de trazar una línea recta con un principio y un fin muy marcados, abraza momentos concretos de lo que se está narrando, la cosa se pone más interesante desde el plano crítico. En otras palabras, McDermott tira del lenguaje seriéfilo para presentarnos episodios temáticos, creando el efecto de un recuerdo, pequeñas capsulas en las que se aborda una situación, se plantea un problema, se habla de un personaje en concreto y que parecen concluir con un punto y seguido. Este recurso no sólo evidencia las ganas que tiene la autora de que su novela se adapte, especialmente a la televisión, sino también un habilidoso manejo de las técnicas literarias aplicadas al mundo del audiovisual. Porque la imagen y la palabra confluyen, y cuando se consigue desde una delicadeza y la pasión, suelen salir como resultado obras que merecen nuestra atención como lectores y espectadores. La novena hora, como hemos comentado al principio, no puede empezar mejor. Brooklyn, principios de siglo XX, un inmigrante irlandés llega a su apartamento alicaído, lo acaban de despedir, una vez allí convence a su mujer Annie (visiblemente embarazada) para que salga a hacer la compra y sólo cuando tiene la certeza de que no hay nadie en casa se suicida. A su vuelta, Annie se encuentra de la noche a la mañana sola y sin recursos, teniendo que hacer frente a una complicada maternidad. Es entonces cuando entra en acción la hermana St. Saviour, quien le ayuda ofreciéndole cobijo y trabajo en la lavandería de convento del barrio. Creo que lo he comentado en más de una ocasión pero aquí tengo que repetirlo de nuevo. No hay cosa que más me guste de un libro que un inicio fuerte, tremendo, ya sea dramático, inquietante. sincero, perturbador, terrorífico...La cuestión es que impacte en el lector para que éste continúe la lectura con la cabeza llena de preguntas, deseando saber qué es lo que ocurrirá en las siguientes páginas. Y en este caso, usando el suicidio para activar la trama, McDermott me conquistó de inmediato. Después, la historia se torna más humana, más pequeña, un microcosmos construido al rededor de Annie, las monjas y su hija Sally (la protagonista de la novela). Es en este punto donde se abordan los principales temas del libro: la soledad, el abandono, los dilemas morales, la necesidad de empezar de cero, el aprendizaje, el lado humano de la religión, la caridad, la pobreza, la lucha por salir de ella... Además de toparnos con una de las representaciones femeninas más peculiares de la literatura. Desde esa madre que trata de rehacer su vida en secreto, hasta esa hija con ganas de conocer la realidad más allá de los muros del convento, pasando por la psicología de cada una de las monjas (excelentes personajes secundarios por cierto) y las mujeres que acuden a ellas por los inesperados golpes que les da la vida. En ese sentido sólo me queda aplaudir la construcción de ese coro femenino, de ese reparto que enriquece y salva a la novela de caer en sentimentalismos y un exceso de azúcar. Mención a parte merece el narrador empleado, consistente en una tercera persona particularmente interesante, pues quien nos cuenta la historia son los descendientes de Sally. Este hecho, además de hacernos un spoiler como una catedral de grande, Muchos definirán a La novena hora como una historia de monjas y enfermos, lo cual a priori puede disuadir al lector, de hecho, reconozco que no es el mejor tema y que esta novela precisamente no es parta todos los gustos. Sin embargo, y aunque la novela de McDermott no ha acabado por convertirse en una de mis imprescindibles, recomiendo leerla. Pues, ni las monjas son tan buenas (toda persona tiene muchos prismas), ni la historia tan edulcorada como parece y la paradoja que tiene lugar en las últimas páginas de la novela conduce a más de una pertinente reflexión.



Más allá de los temas mencionados en el párrafo anterior, La novena hora rinde un merecido homenaje al trabajo invisible. Algo que en la literatura, al menos en lo que he leído hasta ahora, no había encontrado por ninguna parte. Fijaos su tremenda invisibilidad que su presencia en novelas no es tenido en cuenta o simplemente la autora o autor no se detiene sobre ello, sobre lo que durante siglos ha existido y muy pocas veces se ha dado voz. Sobre los hombros, a la espalda, en la cabeza, soportando un peso descomunal, sintiendo las piernas quebrarse, hasta llegar a rozar el suelo con las rodillas para luego levantarse de nuevo, como si no hubiese pasado nada, como si aquello fuese lo más natural, cotidiano, asumido. En la novela y en la vida real este trabajo invisible lo ejercen por supuesto las mujeres. Una carga que tiene sus múltiples vertientes, desde la física hasta la mental, pasando por esa huella que la educación deja, esa que dice que por ser mujer debes estar en todo, atender a todo el mundo y cumplir con el cometido sin rechistar. En La novena hora, las monjas así como las sucesivas mujeres que irrumpen constantemente o de forma esporádica en cada capítulo se entregan a estas labores. Las primeras a la caridad, a la ayuda de los enfermos y de aquellas personas que se encuentren en situación precaria, un trabajo que como institución religiosa es lógico que lleven a cabo, pero que en la novela comprobamos como se invisibiliza, pues a pesar de su esfuerzo, pocas veces se les reconoce o se agradece su labor. Las segundas, como no podía ser de otra forma, a sus roles de amas de casa, sin duda, el trabajo más invisible y precario de los que existen. Y si pensamos en aquella época, principios de siglo XX, la situación a la que tenían que hacer frente estas mujeres era de órdago. Es cierto que en esos años el ser ama de casa estaba bien visto, mejor que si una mujer trabajaba fuera de casa, pero, la sociedad patriarcal era más férrea si cabe, hasta el punto de que las mujeres estaban totalmente desamparadas en el caso de que existiesen malos tratos en el hogar, una separación conyugal o una maternidad sin una figura masculina. Las mujeres de entonces simplemente cumplían ese rol para el que fueron educadas y no tenían la culpa de que la sociedad todavía les viese como perpetuos ángeles del hogar. Actualmente, y a pesar de que hemos avanzado mucho (las mujeres han podido por fin salir de la esfera privada y conquistar, poco a poco, su presencia en otros ámbitos de la sociedad), todavía existe el trabajo invisible. Mujeres que tras la larga jornada laboral tienen que ocuparse de las tareas de la casa y del cuidado de los hijos mientras el hombre sigue sin asumir esas responsabilidades. Mujeres que, habiendo tomado la decisión de ser amas de casa, no ven reconocido su trabajo. Mujeres que sufren las consecuencias de lo invisible, de la pasividad. Un grito desesperado en medio de un mar de soledad. Si algo nos ha enseñado el feminismo es a perseguir la igualdad, y eso pasa, primero, porque los hombres se den cuenta de que tienen responsabilidad, obligaciones y que éstas no deberían estar sujetas o condicionadas por los roles de género. Y segundo, porque se reconozca este trabajo, inexistente o sin valor para muchos ciegos o simplemente esclavos del patriarcado. La novena hora: una historia de superación, pobreza, labor en la sombra, precariedad, moral, inmoralidad, paradojas que hielan al lector...Una novela de mujeres trabajadoras bajo el pesado manto de la invisibilidad.

Frases o párrafos favoritos:

"Nos asombró pensar en lo mucho que pasaba silenciado en aquella época, lo mucho que, según consideraban, estaba en juego."

Película/Canción: a pesar de que aún o hay noticias de una posible adaptación al cine o a la televisión de La novena hora, os adjunto la brevísima pieza de BSO que me ha acompañado, entre otras, a lo largo de la redacción de esta reseña. Insisto de nuevo, tenéis que ver Philomena, aunque sea por disfrutar de Judi Dench y Steve Coogan.


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Libros del Asteroide

viernes, 23 de noviembre de 2018

RESEÑA: El fantasma de la Ópera.

EL FANTASMA DE LA ÓPERA

Título: El fantasma de la Ópera.

Autor: Gaston Leroux (1868-1927). Periodista y prolífico escritor. Alcanzó uno de sus mayores éxitos en los campos de la novela de terror y de misterio. Entre sus obras más famosas, además de El fantasma de la Ópera - conocida en todo el mundo gracias a sus numerosas versiones para el cine y el escenario -, cabe mencionar El misterio del cuarto amarillo, en donde se narra la historia de un crimen en una habitación a la que es imposible entrar y de la que es imposible salir. Como reportero, Leroux viajó a Suecia, Finlandia, Inglaterra, Egipto, Corea, Marruecos y a Rusia; donde cubrió las primeras etapas de la revolución bolchevique. (Fuente: Alianza Editorial)


Editorial: Alianza Editorial.

Idioma: francés.

Traductor: Mauro Armiño.

Sinopsis: el edificio de la Ópera de París parece estar embrujado: en medio de una representación, la gran araña que prende sobre el patio de butacas se viene abajo; otro día, uno de los maquinistas aparece ahorcado en un sótano. Se extiende el rumor de que un ser de apariencia monstruosa a quien algunos parecen haber visto fugazmente es el causante de todos estos inquietantes sucesos... Novela de misterio, de amor, de aventuras y de golpes insospechados, El fantasma de la Ópera es una de las obras más célebres y logradas de su autor, Gaston Leroux. (Fuente: Alianza Editorial).

Su lectura me ha parecido: fascinante, inmersiva, extraordinariamente trágica, plagada de misterio y de giros argumentales, mejor de lo que me esperaba en un primer momento... En un mundo tan volcado en las nuevas tecnologías, pero sobretodo, en la era de la inmediatez, es realmente complicado, por no decir cada vez más difícil, que un libro, así sin más, consiga pasar a la historia de la literatura y trascender a la cultura popular contemporánea. Para conseguirlo hay muchos métodos. Uno de los más comunes, que la editorial haga todo el trabajo y monte una espectacular campaña de publicidad que consiga que estés en todos los lados, que todos los periódicos del país se peleen por una entrevista, que las librerías se froten los dedos con tu presencia en las respectivas presentaciones, que te quieran en las ferias del libro para que les hables de tu última creación literaria. ¡Qué más da si el libro es malo! La gente acabará hablando de ti pasados muchos años, lo cual significaría que el objetivo se ha cumplido con creces. Pero cuando una novela pasa de verdad a la historia es con las adaptaciones cinematográficas, ya sean excelentes, mediocres, superproducciones o de bajo presupuesto. Si hay intención y el público acompaña, entonces el libro será inmortal, aunque siempre existirá el riesgo de que los lectores no se interesen por el formato escrito y prefieran ver esa misma historia en imágenes proyectadas sobre una pantalla de cine. Es un riesgo que se debe correr. Aunque sin duda, si además le añades a la cinta en cuestión una serie de números musicales, el mensaje de la novela puede llegar más incluso que las propias palabras. ¿A quién no le gusta una buena canción? ¿Quién no ha disfrutado de un buen musical ya sea sobre las tablas o en el cine? ¿Acaso no son algunas de sus letras parte de nuestra historia? Que se me vengan a la memoria sólo conozco dos libros que han visto infinidad de adaptaciones cinematográficas convencionales, sus versiones musicales sobre las tablas, y por supuesto, dichas versiones cantadas filmadas y estrenadas en el cine. Ambas novelas escritas por dos autores del XIX, ambos casualmente franceses pero con estilos y preocupaciones bien diferentes. Uno es Los Miserables de Victor Hugo, el otro, el libro que hoy tengo el placer de reseñar. El fantasma de la Ópera: una historia de celos entre bambalinas.


El primer contacto que tuve con esta historia fue en mi infancia gracias a la lectura de una adaptación literaria. No recuerdo exactamente en qué curso de primaria me encontraba, pero si mi memoria no falla, creo que fue un préstamo de la biblioteca del colegio. Esa que tenía los libros guardados tras unas férreas vitrinas, esa a la que los miércoles (o los martes no recuerdo bien) íbamos y cotilleábamos sus tesoros durante unos segundos, esa que a la vez durante un tiempo fue también el comedor, esa que cuando me encontraba en primero de bachiller se rehabilitó en otra estancia, devolviéndole la importancia y la dignidad que un espacio así merecía. Ahí forjé el primer contacto con la historia de Leroux, aunque la verdad no debió de entusiasmarme mucho en ese momento pues, a pesar de recordar el libro en cuestión, soy incapaz de evocar lo que sentí al leerlo. Años más tarde, ya en el instituto, entré en contacto con la versión musical a través de la última adaptación cinematográfica de El fantasma de la Ópera del año 2004. Una cinta que en su momento me dejó completamente fascinada, ya no sólo por la escenografía y la espectacularidad con que se había rodado la película, también por las canciones que se cantaban a lo largo del film. Ni os imagináis la de veces que escuché ese órgano espectral, protagonista indiscutible del principal tema del musical. Esa mezcla entre ópera y rock me cautivó, hasta el punto de ver reforzado mi amor por este género cinematográfico, en el que pasas de la sonrisa, a la mueca de tristeza y a la euforia en cuestión  de escenas. Pasaron los años, y aunque siguió el recuerdo de dicha película en mi memoria, nunca me dio por adentrarme en la novela que inspiró todo aquello hasta hace relativamente poco. El fantasma de la Ópera, como no podía ser de otra manera, fue uno de los títulos que comenzó a reeditarse a lo largo del presente 2018. ¿El motivo? Su fama, una popularidad que le ha llevado a posicionarse entre los clásicos dentro de la literatura de misterio-terror y a inspirar a muchos escritores de ambos géneros. Por no decir que siempre viene bien rescatar una obra de estas características, cuyo mensaje va más allá de esa revisión de La Bella y la Bestia o de El jorobado de Notre Dame que tantos críticos literarios han creído ver en sus páginas. Por eso, y porque me moría de ganas por saber si la versión original se parecía a la musical, decidí darle una oportunidad, algo que de la mano de Alianza Editorial conseguí. ¿El resultado? un paulatino oscurecimiento de la trama que me tuvo totalmente enganchada.


Centrándonos en el apartado más crítico, comenzaremos diciendo que El fantasma de la Ópera presenta una lectura extraordinariamente ágil a pesar de estar plagada de descripciones y diálogos. Pero sin duda, y esto tengo que destacarlo sí o sí, es la original forma en la que Leroux ha querido contarnos la historia. Desde una consistente tercera persona y a partir de los dichos, rumores, relatos, informes que los personajes ofrecen directa o indirectamente sobre lo que está pasando en la Ópera de París, que no es otra cosa que los fenómenos paranormales relacionados con un supuesto fantasma. Este es uno de los mayores aciertos de la novela, ya que a Leroux se permite el lujo de jugar con el lector y controlar su nivel de intriga a su antojo, el cual se va acrecentando a medida que avanza la trama. Otra de las características que debe ser al menos mencionada es el paulatino oscurecimiento de la historia conforme nos vamos acercando al final de ésta. Antes de que alguien pregunte, debo aclarar que El fantasma de la Ópera no da miedo, supongo que en la época en la que se publicó si que daría, pero en pleno siglo XXI los recursos que el autor emplea para provocar ese efecto han quedado muy desfasados. Eso si, no voy a negar que, como ocurre con cualquier otro clásico del género, provoca cierta inquietud, incomodidad y mucha reflexión. En resumen, que oscuridad en la trama no significa que el lector lo vaya a pasar mal, de hecho, hoy en día esta novela encajaría mejor en el género policíaco con tintes de misterio, aunque canónicamente se le defina como una novela de terror. Si existe una palabra que defina a El fantasma de la Ópera, como ya he apuntado al principio de esta reseña, es la de "inmersiva". Se dice que una novela es inmersiva cuando ésta consigue transportarte, en este caso a al teatro de la Ópera de París en algún momento de finales del XIX, y situarte medio de la trama, como un testigo, invisible, pero constantemente presente y con privilegiadas vistas. Pero ahí no acaba la cosa, pues la novela de Leroux va más allá al ofrecer al lector la posibilidad de sentir el tacto del telón, la humedad de la guarida, el calor de las lámparas, aspirar el olor de la cera de una vela derritiéndose...Es tal la sinestesia que el lector no puede evitar abrumarse. En lo que respecta a los personajes tengo muchos sentimientos encontrados. Si en la película Raoul y Christine me parecieron maravillosos, en la novela no me gustaron nada. Él demasiado plano, demasiado caballeroso, demasiado estúpido. Ella muy dubitativa, muy influenciable, poco clara con lo que de verdad quiere. Estos son algunos de los peligros de haber disfrutado de la versión cinematográfica antes que de el libro en cuestión. En cambio, el libro me ha hecho amar más a Erik (sí, el fantasma tiene nombre y es una persona de carne y hueso; esto no es ningún spoiler). En la novela, junto con el personaje de Persa (tan enigmático y bien construido) aparece como un genio atormentado que no duda en recurrir a estrategias de dudosa moralidad para lograr su objetivo, que no es otro que ser correspondido por Christine. Erik es un personaje al que odias o amas, como tantos otros a lo largo de la literatura. En mi caso odio su comportamiento y lo que representa pero por el contrario admiro su construcción, y eso es mérito solamente del autor. En otro orden de cosas, cabe mencionar que El fantasma de la Ópera, a pesar de partir de una idea tan sugerente como original, tiene algunos agujeros en la trama. Son mínimos, pero esos cabos sueltos consiguen despistar al lector más analítico. Sin embargo, si eres un lector que lo que pretende es disfrutar y dejarse llevar, es posible que ni te percates de su existencia. Por último, un pequeño apunte. Creo que las versiones cinematográficas, en especial las musicales, le han hecho un flaco favor a la novela. En éstas, a falta de ver alguna en blanco y negro, nos presentan una trama seria pero ligera, lanzando el mensaje de que El fantasma de la Ópera es una novela de segunda, cuando en realidad tiene más calidad y profundidad de la que aparenta. Vale que no está a la altura, literariamente hablando, de otras novelas de la época, es más, posiblemente el libro de Leroux fuese más un best seller. Pero no podemos negarle la trascendencia, su lectura disfrutable, la oscuridad de su trama y lo más importante, la creación de un icono literario capaz de colarse y aposentarse en nuestra imaginería popular. ¿Quién a estas alturas no asocia una máscara blanca de inspiración veneciana con el famoso fantasma?


Si lo analizamos fríamente, el la lectora y el lector común pueden llegar perfectamente a la conclusión de que El fantasma de la Ópera es la novela de la envidia y una apología de los celos en toda regla. Unos celos que matan, que desangran, que enloquecen, que desgastan, de los que pudren a quien los padece. Es tal el poder que éstos tienen sobre el protagonista que, lejos de caer en lo ridículo, provocan verdadero terror. Una sensación de asfixia constante que, y aunque no nos caiga bien Christine, estemos constantemente padeciendo por ella, queriendo que se salve, que no caiga en sus manos, que se libere de sus garras enfundadas en unos elegantes guantes negros. Hay quien dirá que juzgar a una novela con los ojos del siglo XXI, y encima desde una perspectiva de género, está fuera de lugar. Que no sirve para nada, que no aporta nada nuevo y que lo único que puede traer es enfrentamiento, partidismo y desinformación. Yo les contesto a todos y todas las que opinan de este modo lo siguiente: que acudan a la historia, al pasado, al momento en el que dicha obra se creo para encontrar la razón de estos análisis. En el caso de El fantasma de la Ópera, publicada en 1910, nos encontramos en las primeras décadas de siglo XX. Unos años en los que se produjo una transición, en los que se empezó a intuir ciertos cambios en ámbitos como la política, la economía, la sociedad o la cultura. Pero que sin embargo, se resistía a abandonar ciertos patrones que durante todo el siglo XIX habían permanecido inamovibles, inquebrantables. Uno de ellos, como no, era la estructura patriarcal. Un modelo en donde el hombre abrazaba el ámbito público y la mujer el privado (la casa y los hijos), y a pesar de su todavía sólida base, ésta había comenzado a resquebrajarse, ya que durante el siglo XIX fueron muchas las reivindicaciones de carácter feminista las que comenzaron a socavar los cimientos del patriarcado. El movimiento obrero y una mayor educación de las mujeres de clase alta favorecieron la aparición del sufragismo, de las ideas de emancipación femenina, de igualdad, de libertad, del planteamiento del divorcio en los países donde estaba prohibido, de la lucha por el acceso a las mujeres a ámbitos de mayor poder... Sin embargo, el poder del patriarcado ahogaba cada una de aquellas reivindicaciones usando, entre otros métodos, la educación. Enseñando que los hombres tenían que ser firmes, decididos, con autoridad, y a las mujeres dulces, frágiles, sumisas. Ejemplo de estos marcados roles de género los encontramos en El fantasma de la Ópera. Mientras Christine es una mujer maleable, sensible y exageradamente inocente, Erik es frío, autoritario y manipulador. Por eso, no nos sorprende que en la novela haga uso de su educación varonil para tratar de conquistar a Christine, y de que cuanto se percata de que no es correspondido, desarrolle unos celos que le hagan cometer toda clase de barbaridades con tal de conseguir el cariño de su amada. En se sentido lo podríamos extrapolar perfectamente a la actualidad, a un contexto en el que, a pesar de haber avanzado muchísimo en cuestiones de igualdad, los celos, ese amor mal entendido, siguen causando violencia y muerte sobre las mujeres. Tras esta breve reflexión, al lector le debería quedarle claro un par de cosas. La primera, que Gaston Leroux era un hombre de su tiempo y por tanto no se le puede pedir mucho mas. La segunda, que las lecturas cuanto más críticas mejor, así es como mejor se aprende de nuestro pasado y de la actualidad de paso. La cuarta, que no podemos hablar por tanto de una novela romántica al menos sana. La quinta, que es posible analizar un clásico desde una perspectiva de género sin que ello signifique censura o la prohibición de su lectura. De hecho, hay que leerlos. Sólo así es como llegamos a este tipo de conclusiones. El recomendarlo o no posteriormente ya es cosa de cada uno. El fantasma de la Ópera: una historia de envidias, tramoyas, espectáculo, misterio, venganza, mucha acción, dramaturgia... Un homenaje al teatro y a, literalmente en este caso, embrujo.

Frases o párrafos favoritos:

"Si el fantasma iba al palco, deberían verle, porque llevaba un frac negro y una calavera."

Película/Canción: a pesar de que existen infinidad de adaptaciones desde el año 1916, es mi obligación destacar la última adaptación, la de 2004. Dirigida por Joel Schumacher y protagonizada por Gerald Butler (sí, es él, el Leónidas de 300) y Emmy Rossum, posee uno de los mejores números musicales de la historia del cine. ¡No me digáis que esas notas del principio no os ponen los pelos de punta! Aquí os lo dejo para que lo disfrutéis.


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Alianza Editorial

martes, 20 de noviembre de 2018

RESEÑA: Hombres.

HOMBRES
Título: Hombres.

Autora:
Angelika Schrobsdroff (Friburgo 1927). Emigró a Sofía en 1939 con su madre y regresó a Alemania en 1947. Se casó con el cineasta Claude Lanzmann, director de Shoah, en 1971, con quien se mudó a Isrrael en 1983, tras más de una década entre París y Munich. Hoy en día, convertida en una autora mítica, sobretodo gracias a Tú no eres como otras Madres (libro que se ha convertido en todo un éxito de ventas en Alemania y que se ha traducido a lenguas como el inglés, el francés o el castellano entre otras), Schrobsdroff vive en Berlín. Es autora de diez novelas y dos libros de cuentos que han marcado la narrativa alemana de la segunda mitad del siglo XX, como Hombres (su primera novela: el escándalo que produjo su publicación la hizo inmediatamente conocida), Die Reise nach Sofía (publicada con un prólogo de Simone de Beauvoir), Die kurze Stunde zwischen Tag und Nacht o Jerusalem war immer eine schwere Adresse. (Fuente: Errata Naturae).


Editorial: Errata Naturae.

Idioma: alemán.

Traductor: Joaquín de Aguilera Gamoneda.

Sinopsis: la autora narra en Hombres la educación sentimental de una hermosa joven que alcanza su madurez entregada ala furia de vivir, sobrevivir y revivir. Eveline Clausen, la turbadora protagonista de esta novela, es hija de padre alemán y madre judía, y su infancia se desarrolla en pleno ascenso del nazismo. No es sólo un personaje "construido" con partes de la vida de la propia autora y de otras mujeres a las que conoció en su juventud, sino toda una figura de carne y hueso. Una verdadera mujer que pierde su candidez, su inocencia, y se lanza a vivir ávida e intensamente, sin ninguna preocupación moral, para ahuyentar todos esos miedos que la acechan desde muy niña. Los hombres, los distintos hombres que pasan por su vida (este libro es un perfecto estudio de los muchos tipos de ellos), son tan sólo el medio para evadirse de la dura realidad, de la persecución y el hambre. Estos hombres, que siempre ocupan una posición de poder (y lo ejercen), van convirtiéndose, gradualmente, en el único universo de Eveline; les pide amor, pasión y las posibilidad de huir (de su madre, de sus propios deseos, tristezas y necesidades), aunque casi todos ellos, víctimas también del egocentrismo de la joven, le resultan decepcionantes. (Fuente: Errata Naturae).

Su lectura me ha parecido: amena, fresca, embriagadora, interesante en su contenido, algo extensa para mi gusto, incapaz de superar a su novela más célebre... La vida es un misterio. Una frase tan manida como real. Objeto de campañas de marketing, publicidad así como de una suerte de lema (no sé hasta que punto motivador) impreso en tazas, libretas y demás artilugios que cualquiera puede adquirir en un Alehop o en la página de Mister Wonderfull. Si nos atenemos, sólo y exclusivamente, al ámbito literario, comprobamos casi al instante como esas cuatro palabras se transforman, caen bajo el poder de algún hechizo y nos devuelven un prisma, una cara, uno de esos tótems inmortales que la literatura y sus discípulos van a seguir explotando hasta el fin del mundo. Para cualquier escritora/or la vida, o en otras palabras, las experiencias que cada uno atesora en sus recuerdos, conforma el principal elemento de inspiración para cualquier texto, ya sea novela, ensayo o teatro y abarcando todos los subgéneros posibles. Al basarse en ella, o inspirarse que no es lo mismo, la autora/or camina por un hilo de alambre que separa dos realidades posibles. Arriba, la gloria, el reconocimiento, el que el público vea más allá de las notas autobiográficas. Abajo, el morbo, que por un lado beneficia en cuanto ventas, pero que sin duda acaba condenando a quien escribe a un sambenito perpetuo a cada paso que da en el mundo del libro. No es este el caso de la novela que hoy tengo el placer de reseñar y presentaros, cuya composición no deja lugar a dudas, al igual que su intención, ajena a toda provocación (a pesar de que en su momento parece ser que su publicación supuso un escándalo en Alemania) y a cualquier atisbo de duda. Eso si, hay que reconocer que para Angelika Schrobsdroff su propio y peculiar árbol genealógico le ha servido para asentar una robusta carrera literaria. Empezando por su madre (a quién conocimos en su novela más aclamada) acabando por su padre y en medio, los múltiples recuerdos que desde niña ha ido guardando pacientemente hasta poder plasmarlos (en parte seguramente) en esta novela. Hombres: un tratado sobre el amor, el desamor, el engaño, los deseos y las relaciones íntimas en tiempos realmente revueltos.


La historia de como Hombres llegó a mis manos es bien sencilla, de hecho, llegó acompañado de las memorias de Edna O´Brien, una de mis autoras favoritas. Pero mentiría si no dijera que la última novela traducida y publicada (que no escrita) de Angelika Schrobsdroff no hubiese tenido cabida en mi universo lector de no haber sido por su madre. ¿Madre? ¿Qué madre? Los que estéis más puestos en las novedades editoriales habréis captado la ironía de la frase, porque es gracias a la madre que la parió (a Angelika Schrobsdroff claro), una mujer llamada Else Krischner, por quien hoy muchos lectores hemos querido adentrarnos en Hombres. Y es que Else no es otra que la protagonista de Tú no eres como otras madres. Un libro bárbaro, aclamado por el público y la crítica, cuya publicación supuso un punto de inflexión en los géneros que la prensa usó para definirla y catalogarla. ¿Era una novela? Sí. ¿Una biografía? Absolutamente. ¿Una autobiografía? Por supuesto. ¿Unas memorias con aires a tiempos pasados? También. Fueron muchos los factores (entre los que destacaría el estilo de Schrobsdroff, la ausencia de capítulos y la construcción de esa icónica protagonista) que hicieron de Tú no eres como otras madres el libro del año, y por extensión de la década. Fuimos muchos los lectores que caímos rendidos ante Else Krischner y Angelika Schrobsdroff, conscientes de que estábamos inmersos en una historia tan universal como única. Schrobsdroff había hecho de su propia madre un monumento, un manual, un tratado de la primera mitad del siglo XX desde una impecable perspectiva de género. Con ese recuerdo todavía palpitante en mi memoria, y en cuanto tuve noticia de que Errata Naturae y Periférica iban a unir de nuevo sus fuerzas para sacar adelante la edición de una nueva novela de Schrobsdroff, esperé ansiosa el momento en el que se conocieran más detalles. El día llegó más pronto que tarde, Hombres era su título y el diseño de su portada no podía ser más evocador (tanto que en ocasiones recordaba al que se empleó en Tú no eres como otras madres). Indagando un poco sobre él descubrí para mi asombro que no estábamos ante la nueva y esperada novela de Schrobsdroff, sino frente a una obra anterior, en concreto su primera novela. A pesar de que un cierto escepticismo empezó a nublar mi entendimiento, decidí finalmente darle una oportunidad. Estaba escrito por Schrobsdroff, autora de Tú no eres como otras madres, ¿qué podía salir mal? El resultado de su lectura, tras unos largos y pesados meses de mayo, me dejó con muchas preguntas, algo en teoría bueno, pero también con la sensación de haber leído una obra menor, igualmente ambiciosa, pero sin estar a la altura de la eclosión tanto estilística como emocional que supuso escribir sobre su madre.
  

Centrándonos en la reseña propiamente dicha, comenzaremos diciendo que Hombres presenta una lectura sencilla, entretenida, ligera, en la que su autora trata siempre de mantener una relación amigable con el lector. La idea de que la lectura ágil resta valor literario a una obra determinada es completamente falsa, al menos en esta novela no se cumple, ya que cada capítulo da paso a momentos de lucidez narrativa que si bien no son barrocos, si que consiguen que el lector permanezca pegado al papel, capítulo a capítulo, párrafo tras párrafo. No hace falta escribir como si estuviéramos en el XIX para que un libro sea considerado literatura de altura. Cada época histórica tiene sus modas y sus códigos, y como siempre, a veces es mejor la sencillez que cientos y cientos de páginas plagadas de tecnicismos. En Hombres nos topamos con una Schrobsdroff generosa, más abierta, que ha sido capaz de desnudarse biográfica y emocionalmente ante los lectores de medio mundo, por lo que la prosa por momentos parece adquirir un tono más vitalista y menos cronológico (tan importante en Tú no eres como otras madres). Se nota que esta novela, su primera novela, la escribió con una libertad pasmosa y que abruma a medida que el lector va dejando atrás un capítulo tras otro. Hombres no es más que la historia sentimental (y no sólo sentimental) de la propia autora. Sus idas y venidas, sus múltiples relaciones amorosas, sus escarceos, sus noches de fiesta y glamour, sus estancias en villas de lujo, sus desgarradores paseos por las calles arrasadas por la guerra, sus peleas, sus inseguridades, su complicada relación con su madre, sus deseos de evadirse de la desgracia, su egocentrismo crónico y sus decepciones entre otras muchas historias. A priori y tras haber leído la sinopsis, el lector espera toparse con una novela de aprendizaje de manual. Pero Schrobsdroff es más astuta (literariamente hablando) como para dejarse llevar por lo convencional, por una trama universal que en antaño ya había sido explotada por numerosos autores. Hombres presenta a una protagonista muy poco convencional, alejada de esa imagen de mujer apocada, tímida y estudiosa que acaba aprendiendo de la vida. Eveline Clausen (protagonista y alter ego de la autora) es diferente. Sus numerosas caras sorprenden al lector, dejando claro que Eveline es una joven con ideas muy claras, decidida e independiente a la hora de opinar o de tomar sus propias decisiones. Ante esta protagonista, es inevitable no preguntarse ¿qué hace de Hombres una novela de aprendizaje si su protagonista parece saber como funciona el mundo y la vida? Schrobsdroff responde a esa pregunta por medio de los errores que comete Eveline, consecuencia de su forma de ser y de su intento por desprenderse de sus propios fantasmas. El ser humano, por muy espabilado que sea, no es perfecto y Eveline aprenderá esa lección a base de golpes y más golpes. Una vez dicho esto, sólo me queda por apuntar dos cuestiones para mi importantes. La primera de ellas tiene que ver con la propia recepción de Hombres en el momento de su publicación en la Alemania (recordemos que partida en dos) de los años sesenta. Sinceramente, al principio no entendía el por qué de la polémica, no encontraba explicación alguna. Sin embargo y tras analizarlo detenidamente, es posible que la sociedad alemana no estuviese todavía preparada para que una mujer les hablase de su historial amoroso de forma tan transparente, y más allá de eso, que a los propios alemanes les costase todavía recordar los desastres de la II Guerra Mundial y en particular del Nazismo. Algo que aparece constantemente descrito en el libro y que supone uno de los numerosos fantasmas de los que la protagonista parece huir. ¿No les ocurriría lo mismo a los alemanes en aquellos años? ¿Es entonces Eveline Clausen la viva imagen de un pueblo recuperándose poco a poco de sus heridas más profundas? ¿O por el contrario el recuerdo de lo que aún muchos quieren olvidar? La segunda cuestión a tratar es más personal, pues, y a pesar de que Hombres es una novela que como lectora he disfrutado, siento que le falta algo, no sé, llámalo madurez, recorrido o una buena idea. Pero lo que está claro es que la sombra de Tú no eres como otras madres es alargada, demasiado alargada. Hay que tener en cuenta que Hombres es su primera novela, por lo que, aunque podamos atisbar el estilo que empleará en su obra más importante, no está a la altura de la novela que le ha hecho mundialmente famosa. Eso si, Hombres constituye la continuación perfecta de Tú no eres como otras madres, una suerte de segunda parte menos talentosa pero igual de disfrutable.


En el apartado más reflexivo, he querido dejar para el final el propio eje de la novela, el motor al rededor del que giran todas las tramas y subtramas. Pues al fin y al cabo es el tema más importante y que más reflexiones me ha suscitado tras su lectura. Como ya hemos comentado a lo largo de la reseña, Hombres es algo más que una novela de carácter autobiográfico donde la autora habla de cada una de las relaciones amorosas que ha tenido a lo largo de los años. Hombres es también un tratado, sí, lo he dicho bien, una especie de estudio (novelado eso si y con abundancia de diálogos) de los diferentes tipos de hombres que existían a mediados de siglo XX. Sus comportamientos, sus palabras, sus pensamientos, sus ideologías, sus profesiones, sus formas de ver el mundo y a las propias mujeres, sus miedos, sus inseguridades, sus constantes contradicciones...Un análisis psicológico tan exhaustivo e interesante que, no sé hasta que punto intencionadamente, busca mostrar toda esa paleta de gamas, texturas y colores al lector. ¿El motivo? ¿Tal vez para que nos demos cuenta de lo poco que hemos cambiado en cuanto a roles de género se refiere? ¿O para apreciar los diferentes modelos de masculinidad? Ambas respuestas cobran sentido y lógica una vez te adentras en la lectura de esta novela. El repertorio es tan brillante como perturbador. Desde el primer amor, al marido buenazo, pasando por la imponente figura paterna, la de sus propios hermanos varones y el hombre tóxico, manipulador y vago que la hiere especialmente con más dureza. Todos y cada uno de ellos están perfectamente caracterizados, de hecho, da la sensación de que Schrobsdroff ha llevado consigo una suerte de diario íntimo durante los años en los que mantuvo todas aquellas relaciones. Cada detalle, cada aspecto, cada palabra...Todo esta plasmado en Hombres, hasta el punto de que cada capítulo lleva por título frases tan evidentes como: "El capitán de corbeta", "Los hermanos", "El seductor", "El esposo" y así hasta un total de ocho capítulos. En ocasiones la historia provee al lector de libros únicos, que nos hablan del pasado con total sinceridad, sin censuras, y por supuesto, sin esconder los tabúes del momento. Es precisamente en esto último donde reside la grandeza de este libro, pues hasta nos relata las secuelas que dichas relaciones, amatorias o no, han dejado tanto en su cabeza como en su propio cuerpo. A decir verdad, si algo evidencia Hombres es lo que ya apuntábamos al principio de este párrafo, el hecho de que la masculinidad (así como los diferentes modelos de hombre) sigue siendo la misma que a mediados de los años cincuenta del pasado siglo. Si bien se ha avanzado, pues hoy en día existen muchos hombres que abanderan la causa feminista y practican dicho feminismo en su día a día, todavía existen hombres que se niegan a bajarse de su pedestal de macho alfa. Hombres que se niegan a aceptar sus errores, que no lloran, que no soportan que una mujer les supere intelectualmente, en definitiva, que no dudan en usar todas y cada una de las herramientas que la estructura patriarcal les proporciona para ejercer su poder. Ante esta cruda realidad, es importante, y lo repetiré las veces que haga falta, en lo que al mundo del libro se refiere, que las editoriales sigan apostando por textos de este tipo. Que aunque no denuncian la situación de forma explicitica, si que muestran los horrores de una relación donde los roles de género se mantienen inquebrantables y en las que exista un cambio, un "romper con lo establecido". O al menos una protagonista tan imperfecta como Evelina Clausen. Y si el libro en cuestión está ambientado en el pasado, mejor, no hay nada mejor que aprender de nuestros propios errores para poder enmendarlos en la actualidad. Hombres: una historia de amor, celos, independencia, manipulación, traumas, diversión, egoísmo, huida hacia adelante... Una novela que nos descubre a una Angelika Schrobsdroff más joven, más vitalista, más entregada al peso de sus propios recuerdos.

Frases o párrafos favoritos:

       "—Seguro que tienes muchas amigas —continuó. Yo ya conocía esta frase y la odiaba. Todas las personas mayores se creen obligadas a utilizarla en sus conversaciones con las chicas jóvenes.

       —No —respondí—. No tengo ninguna amiga."

Película/Canción: a la espera de que alguien de la industria cinematográfica aprecie el potencial que tiene la literatura de Angelika Schrobsdroff para ser llevada a la gran pantalla de la forma más fiel posible, os adjunto una pieza procedente de uno de los grandes musicales del celuloide. No sé si es la mejor canción, pero me ha acompañado a lo largo de la redacción de la presente reseña y creo que posee un cierto regusto a aquella época, a aquellos oscuros años, a la lúgubre y animada noche berlinesa.


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Errata Naturae

viernes, 9 de noviembre de 2018

RESEÑA: La cámara diabólica

LA CÁMARA DIABÓLICA

Título: La cámara diabólica.

Autor: "Ernest William Hornung (Middlesbrough, Inglaterra, 1866 - San Juan de la Luz, Francia, 1921). Aquejado de asma desde la infancia, a los diecisiete años zarpó rumbo a Australia donde pasaría dos años por motivos de salud, experiencia que inspiró el ambiente de muchas de sus novelas. En 1893 contrajo matrimonio con Constance Aimée Monica Doyle, hermana del creador de Sherlock Holmes. Es conocido principalmente por los personajes de A. J. Raffles, un ladrón de guante blanco del Londres victoriano, y su compañero Bunny Manders, inspirados en parte por los célebres Watson y Holmes y en parte por Oscar Wilde y lord Alfred Douglas. La neumonía fue la causa de su fallecimiento a los cincuenta y cinco años." (Fuente: Defausta).


Editorial: Defausta.

Idioma: inglés.

Traductora: Susana Prieto Mori.

Sinopsis: "Pocket Upton, estudiante en un internado inglés, soñador, asmático y fascinado por las historias de crímenes y aventuras recibe permiso para pasar el día en Londres, ocasión que aprovecha para comprar un revólver en una casa de empeños. Pero las cosas no salen como él espera y pierde el último tren de regreso al internado. Sin saber a dónde ir, decide pasar la noche a la intemperie. El ruido de un disparo lo despierta de madrugada: está caminando dormido, con el revólver en la mano y un cadáver en el suelo junto a él un misterioso extranjero que se ofrece a ayudarlo. Pocket, asustado, lo sigue a ciegas hasta su casa, donde descubrirá que no todo es como se lo han hecho creer y tendrá que desentrañar el misterio de la cámara diabólica." (Fuente: Defausta).  

Su lectura me ha parecido: misteriosa, tediosa en su inicio, trepidante en su final, típica, con un protagonista zoquete, un espeluznante secundario, un habilidoso inspector, muy de su época...La historia de la literatura no para de darnos sorpresas. Tan agradables como chocantes. Ejemplo de ello lo encontramos en el autor del libro que hoy reseñamos. Nadie lo predijo, de hecho, es posible que esta casualidad, fruto de los azares del amor y del destino, nunca hubiese tenido lugar. Pero la cuestión es que sucedió. Ernest William Hornung, así se llamaba el autor en cuestión,  pasó de ser un completo desconocido a convertirse en el cuñado (sí, habéis leído bien) de no un escritor cualquiera, sino de uno de los más grandes del siglo XIX y cuya influencia en la novela policíaca fue determinante, hasta el punto de traspasar los límites de lo literario y trascender a la cultura popular. Estamos hablando, como no, del gran Arthur Conan Doyle, padre de Sherlock Holmes y el Doctor Watson, el detective y el médico más famosos de la literatura universal. Dejando a un lado la vertiente chistosa que siempre despierta la figura del "cuñado" en nuestra sociedad, lo cierto es que, una vez el lector conoce esta anécdota no puede evitar especular al respecto. Porque, y esto ha quedado bastante claro en la sinopsis de la presente novela, a Hornung también le dio por escribir novela policíaca, en donde el misterio y lo esotérico estaban muy presentes. Fórmula que, por otro lado, también empleó Doyle para sus escritos, en especial si Sherlock Holmes y el Doctor Watson los protagonizaban. ¿La relación entre cuñados sería modélica tal y como parece confirmar la cita de Arthur Conan Doyle que encontramos en la contraportada? ¿Escribirían juntos? ¿Compartirían sus avances e ideas? ¿Tendrían piques entre ellos? ¿O por el contrario existía una rivalidad? ¿Celos de Hornung hacia Doyle? De momento, y aunque está claro que ahí hay un buen material para una futura película, no podemos hacer más que suposiciones y adentrarnos en la literatura de ambos. Yo ya lo he hecho y el resultado podéis comprobarlo a continuación, en los siguientes párrafos. La cámara diabólica: misterio, investigación y "espíritus" en el Londres victoriano.


Nadie duda que el policíaco es uno de los géneros más apreciados por los lectores, el que más se consume, de los más amados, el que más adeptos tiene, el que más engancha. Cuando sale a la venta una nueva novela de este tipo, ésta suele convertirse, en la mayoría de los casos, automáticamente en un best seller mundial. Además de lo nombrado, el policíaco es el rey de las continuaciones. Pocos son los libros adscritos a este género que no se hayan convertido en una saga, o que al menos, no hayan disfrutado de una segunda parte, una segunda parte que no consigue estar a la altura del libro que dio comienzo el fenómeno. Sin embargo, y tras haber sido testigos de varias modas literarias al respecto (la nórdica, la francesa, la americana y hasta la española), parece que ha llegado el momento que muchos lectores de buena novela negra (y recalco lo de buena) estábamos esperando. No ha sido de golpe, como sucede habitualmente, sino que de forma sigilosa los lectores hemos empezado a ver como las editoriales y las propias librerías colocaban frente a nuestras narices a las madres y a los padres del género policial. Nuevas ediciones de Agatha Christie se alzaban majestuosas en los escaparates, las portadas de las aventuras de Sherlock Holmes atraían todas las miradas, y por si fuera poco, entre tanto nombre conocido, aparecieron novelas cuyas autoras u autores desconocíamos entre el público de este país. En pocas palabras, la novela policíaca inglesa, la más famosa y clásica de la literatura, estaba de vuelta y con grandes sorpresas bajo el brazo. Con esto no quiero decir que las novelas policíacas que se publican actualmente sean todas un bodrio, faltaría más, de hecho, podría citaros algunas impresionantes y que hace un tiempo reseñé en este mismo espacio. No obstante, pienso que, aunque sea de vez en cuando, debemos mirar hacia atrás, redescubrir el género, ir a sus orígenes. Todo eso para entender el contexto en el que surgieron las primeras obras y algo sobre la vida de quienes las escribieron. Para empezar Athur Conan Doyle es una buena opción, aunque personalmente me atrevería, y lo digo por experiencia, con alguna autora o autor que no estuviera tan bien colocado en el olimpo de los grandes. A veces resulta más interesante si cabe, pues no te enfrentas a él con la misma intención que si lo hicieras con los Diez negritos de Agatha Christie por ejemplo. Eso mismo busqué cuando, por casualidad, me topé con La cámara diabólica. Andaba bastante saturada de novela policíaca actual, y necesitaba desesperadamente sumergirme en un clásico del génro, a ser posible del XIX y de cuya escritora/or nada supiese. Fue entonces cuando una reseña en el fantástico blog Las Inquilinas de Netherfield me descubrió a E.W Hornung y su interesante novela. Su trama (de misterio con aparentes toques de humor), los elementos fantasmagóricos  y por supuesto, el hecho de que fuese pariente de Arthur Conan Doyle consiguieron que sucumbiese y acabase con un ejemplar entre mis manos. ¿El resultado? Mejor de lo que esperaba a pesar de su tedioso inicio.  


Centrándonos en la reseña propiamente dicha, comenzaremos diciendo que La cámara diabólica presenta una lectura ligeramente desigual a lo largo de las dos partes (al menos a mi juicio) que componen la novela. Que el principio de un libro, sea cual sea el género literario, genere pesadez y una sensación de aburrimiento en el lector es lo peor que puede pasar. Esto sucede en la novela de Hornung, justo en el momento clave, en el que se debe presentar a los personajes principales y en el que se debe situar la trama. Si no llega a ser por el personaje de Pocket (cuya construcción me genera sentimientos enfrentados) la novela se habría venido abajo en las primeras diez hojas. Menos mal que el resto de personajes y la segunda parte (o trama según como queramos llamarlo) consigue levantar, afortunadamente, una historia abocada al fracaso. En resumidas cuentas, podríamos decir que La cámara diabólica va de menos a más, de un tropiezo casi suicida a una pasmosa agilidad que consigue reconducir al lector hacia un final bien resuelto y sin fisuras. A grandes rasgos, la novela de Hornung se compone de varios personajes, tan peculiares y diferentes entre si que, en otro contexto, pensaríamos que estamos ante una comedia de corte británico. En primer lugar tenemos a Pocket Upton, un fantasioso, vago, con tendencia a perder el tiempo de la forma más absurda posible y asmático estudiante que acude desde el internado donde estudia (¿Eton tal vez?) a la capital británica para ser tratado de su problema respiratorio. Siendo totalmente sincera, y a pesar de que me he reído bastante con este personaje, sobre todo en la primera parte de la novela, Pocket me resulta un personaje de lo más insoportable. Es tan ridículo, tan estúpido, con tan pocas luces que resulta totalmente inverosímil. Vale que al cabo de unas cuantas páginas deja de ser tan imbécil, aún así no me vais a hacer cambiar de opinión. Por no hurgar más en la herida, concluiremos diciendo que, y aunque es el toque humorístico de la novela, Pocket es un "imbécil concienzudo" tal y como reza el primer capítulo de la novela. Menos mal que, y para regocijo del lector, irrumpe Baumgartner, un siniestro médico alemán que acoge primero a Pocket en su casa tras el incidente en Hyde Park (porque si, Pocket se verá envuelto en un suceso en el que el sonambulismo y un disparo se entremezclan y del que Baumgartner dice ser el único testigo) para luego manipularlo y aterrorizarlo aprovechando la influenciable personalidad del joven. Sinceramente, en mi cabeza Baumgartner era una mezcla de Míster Jeckyll y Nosferatu, y aunque sea un personaje plano más, por lo menos resulta atractivo para el lector. El acierto de Hornung en este sentido viene con la construcción del detective Thrush, pero sobre todo, con la relación que éste mantiene con la familia del desaparecido, constituyendo esto último los pasajes más interesantes de la novela. En La cámara diabólica hay de todo: misterio, espiritismo, ligeros toques de terror, investigación, una ambientación de ensueño, crimen, fantasmas y hasta un interesante debate entorno a la consciencia y el sueño muy freudiano. Sin embargo, y esto no suele pasar casi nunca, la novela de Hornung tiene los mejores títulos de capítulos que he visto en mucho tiempo. Divertidos, irónicos, explícitos en algunos casos, cuya lectura puede incurrir en un serio riesgo de spoiler para el lector. Con todos estos elementos es imposible no definir a esta novela, a modo de conclusión, como un producto de su tiempo, plagada de clichés que, aunque a mi me pareció una lectura desigual, de seguro hará las delicias de quienes no se conforman con la novela policíaca actual.


Por último, para este cuarto párrafo dedicado al debate y a la reflexión, he querido guardarme el verdadero eje de la novela, lo más importante, más allá de la trama y de sus personajes. El verdadero secreto del libro está, aunque no lo parezca, en su propio título. Cuando el lector lo lee, lo obvio es pensar que en algún momento de su lectura se topará con la susodicha "cámara diabólica". Y a partir de ahí, bienvenidas son las teorías al respecto, cada una más extraordinaria que la anterior: exorcismo, el mal, lo terrenal, ¿un cuarto de tortura de inspiración medieval tal vez? ¿O simplemente el lugar de reunión de una secta satánica o de un grupo de aristócratas aficionados a las sesiones de espiritismo? Siento defraudar a quien haya pensado en cualquiera de esas posibilidades, pues, erramos al creer que se refiere a algo tan simple como un cuarto y las acciones, de tinte diabólico claro, que en él se producen. La cámara diabólica, queridas y queridos, a la que se hace alusión en la novela es una cámara fotográfica. ¡Como lo oís! Resulta que hace alusión a una cámara, cuyo nombre técnico es estereoscópica, cuyo efecto es similar, a muchos años luz por supuesto, al 3D de hoy en día. Y si a eso le añadimos el hecho de que en aquella época, y no sólo en la Inglaterra victoriana, existía una especie de fascinación entorno a la muerte, el uso de este tipo de cámara resulta más perturbador si cabe. Según parece, existían personas que aseguraban poder captar, metafóricamente claro, el alma de las personas una en el momento en el que éstas fallecían. En las fotografías aparece como una especie de nube blanca saliendo del cuerpo del futuro cadáver, un efecto perturbador pero que, entre otros motivos, también se puede deber a una mala fijación del objetivo a la hora de realizar la instantánea. Sin embargo, y a pesar de que lo de la cámara diabólica responde una vez más a esa fascinación que durante el siglo XIX se dio entorno a la muerte, ¿no me digáis que no resulta interesante? Hasta marciano diría yo. Pero no os imagináis la cara que se me quedó cuando, indagando un poco en el tema, descubrí que existe una disciplina que estudia precisamente este tipo de fotografía, la llamada fotografía psíquica, un campo de investigación que ha llegado hasta nuestros días y que se extiende a ámbitos no sólo de la historia del arte, también de la psicología o la geriatría. Incluso parece ser que aún a día de hoy existen académicos que defienden este tipo de fotografía, dándole credibilidad a las teorías del XIX, asegurando que es posible captar la vida humana en el momento en el que ésta sale del cuerpo. Todo esto, la cámara diabólica y su posterior influencia en el ámbito académico, no hace sino suscitarme algunas reflexiones. La más importante, el hecho de que el ser humano teme y a la vez siente fascinación por lo inalcanzable, por lo imposible, por lo que nunca llegaremos a constatar o a dar por bueno. Y la muerte, en ese sentido, se erige como la reina en esta materia. Las personas tememos a la muerte, pero al mismo tiempo, deseamos desentrañar sus misterios. Una paradoja digna de estudio, sea cual sea el campo, y de la que es importante ser consciente, sobre todo para saber de donde venimos y a donde vamos como sociedad cada vez más conectada pero con un poso de superstición todavía difícil de solventar. La cámara diabólica: una historia de misterio, investigación, perspicacia, personajes excesivamente marcados, niebla, pesquisas policiales...Una novela victoriana más, un tapiz de las creencias, mitos y miedos de la sociedad británica del XIX.

Frases o párrafos favoritos:

(...) no hay dinero ni poder en la tierra que pueda invocar o conjurar a nuestra voluntad el espíritu de lo que en su día fue una persona."

Película/Canción: en esta ocasión y a falta de una adaptación cinematográfica o televisiva, os adjunto una pieza musical de Jenkins. Además de escucharla obsesivamente durante los días posteriores al descubrimiento, creo que es bastante idónea y capta la esencia de una novela como La cámara diabólica.

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Defausta Editorial