LA NOVENA HORA
Título: La novena hora.
Autora: Alice McDermott (Brooklyn, Nueva York, 1953). Es profesora de Humanidades en la Universidad John Hopkins y una de las autoras literarias más prestigiosas de su país. Ha publicado ocho novelas: A Bigamist´s Daughter (1982), Aquella noche (1987, finalista del National Book Award y del Pulitzer), En bodas y entierros (1992, finalista del premio Pulitzer), Un hombre con encanto (1998, ganadora del National Book Award), Child of My Herart (2002), After this (2006, finalista del premio Pulitzer), Alguien (2013; Libros del Asteroide, 2015) y La novena hora (2017; Libros del Asteroide, 2018). (Libros del Asteroide).
Editorial: Libros del Asteroide.
Idioma: inglés.
Traductor: Carlos Manzano.
Sinopsis: en una oscura tarde de invierno, en Brooklyn de principios de siglo XX, un joven inmigrante irlandés que acaba de ser despedido convence a su mujer, que está a punto de dar a luz, para que salga a hacer la compra. Una vez solo en el apartamento, abre el gas y se suicida. La hermana St. Savoir, una monja de un convento cercano, será quien ayude a Annie, la pobre viuda, a rehacer su vida. Annie trabajará durante muchos años como planchadora en la lavandería del convento. Su hija Sally, la verdadera protagonista de la historia, se criará entre pilas de ropa blanca y el siseo constante de la plancha, pero, llegado el momento, deberá elegir su propia camino en la vida. (Fuente: Libros del Asteroide).
Su lectura me ha parecido: amable, elegante, precisa, humana, potente en cuanto a su inicio, redentora, femenina en el buen sentido de la palabra... No me gustan las monjas. Bien, ya está, ya lo he soltado. El por qué es muy simple. Producto literario o audiovisual sobre todo en el que aparece el personaje de una monja o varias de ellas, siempre consigue darme repelús. Tal vez la literatura y el cine de terror hayan tenido mucho que ver en esta imagen tan espeluznante de estas mujeres casadas con Dios. Sin embargo, no hay que irse a los estereotipos para encontrar otros ejemplos de monjas perversas y malvadas. Redactando el esquema de la presente reseña se me vino a la cabeza el recuerdo de Philomena, la magnífica película británica de 2013 protagonizada por una siempre impecable Judi Dench y que desde aquí recomiendo encarecidamente que veáis. Una cinta cuya trama principal gira entorno a la investigación que emprenden la protagonista y un periodista en busca del paradero del hijo de ésta, dado ilegalmente en adopción en un convento de monjas en Irlanda. Tras su correspondiente visualización, y con un cabreo de tres pares de narices, ya no volví a ver a estas mujeres de la misma manera, y menos tras los numerosos casos de bebés robados que han ido brotando en España producidos durante la dictadura franquista y las primeras décadas de la democracia hasta llegar a los años 80. En nombre de la moralidad se han cometido y se siguen cometiendo cientos de barbaridades en todo el mundo, y muchas veces, por parte de quienes deberían atender a otros problemas guiados precisamente por la religión que profesan. Afortunadamente, en el libro del que hoy os hablo, no nos encontramos con esa clase de monjas, que, aunque tienen sus defectos, consiguen desproveer al lector de todos esos prejuicios con sus acciones de carácter social en el empobrecido Brooklyn de principios de siglo XX. La novena hora: el retrato de la invisibilidad femenina
La historia de como La novena hora llegó a mis manos es bien sorprendente, pues, la verdad sea dicha, no se me había pasado por la cabeza acercarme a una lectura de estas características. Sin embargo, las circunstancias anímicas por las que estaba atravesando aquellos días hicieron que finalmente me decantase por esta novela de Alice McDermott. Para seros sincera, y al contrario de otras ocasiones, debería haber empezado este párrafo sincerándome, y es que en vez de contaros la historia de como La novena hora entró en mi vida, lo que en realidad vengo a narraros es la historia de lo que sucedió después, de cómo fui capaz de acercarme a su lectura hasta pasados unos meses. No os voy a engañar, las pasadas vacaciones veraniegas no fueron las mejores, ni las más memorables, ni las más excitantes de mi vida. El por qué prefiero guardármelo para mi misma, pero lo que si me gustaría compartir con todos vosotros es el hecho de que, muchas tardes de agosto las pasaba leyendo, cociéndome en mi habitación, pero leyendo. Puede sonar aburrido, es posible, pero era la forma que encontré de aislarme y de evadirme un poco, en definitiva, de pensar en otra cosa que no fuera en el hecho de que durante el mes de agosto no me iba a mover a penas de la ciudad. Pero claro, el aislamiento continuado nunca es bueno, tantas horas dándole vueltas a la cabeza al final acaba por quemar literalmente la mente. Uno de aquellos días exploté, me levanté, cogí la bicicleta y me fui a dar una vuelta. Jamás me había ido tan lejos como aquella vez, y eso que acostumbro siempre que puedo a pedalear por la ciudad. En mi mochila, dos libros, uno de ellos La novena hora. No sé por qué motivo me los llevé. Supongo que buscaba romper ligeramente con la monotonía en la que se había convertido agosto. Leer en otro lugar, respirando aire poco viciado, tal vez acompañado de un helado de frutos del bosque. El caso es que cuando las piernas dijeron basta, me encontré a la altura de uno de los parques más grandes de mi ciudad. ¿Sería aquel el lugar que tanto buscaba? ¿Sería capaz, como ya he hecho en otras ocasiones, de sentarme en el césped a leer un libro? No podía estar más equivocada. En el momento en el que me situé, dejé los libros a un lado y me puse a observar. Hacía tanto tiempo que no me detenía a mirar a mi alrededor que casi me hecho a llorar, una costumbre tan importante en un escritor y que creía haber perdido. Después de aquel episodio me costó bastante acercarme a ciertos libros, entre los que se encontraba La novena hora. Anímicamente necesitaba cosas que me removiesen un poco por dentro, que me diesen miedo, que me provocasen suspense y angustia, cuya trama me hiciese viajar a lugares más exóticos y poco conocidos. Algo que por supuesto creía que no cumplía la novela de McDermott. La situación siguió así hasta que un buen día de otoño, de forma totalmente inesperada, lo saqué de su perpetuo hueco en la estantería y lo posé en mi mesita de noche, privilegiado lugar cargado de significado. Su lectura me llevó un par de semanas, semanas que se tradujeron en pequeños instantes de placer junto a una historia más interesante de lo que hubiese imaginado.
En lo que respecta a la reseña propiamente dicha, comenzaremos diciendo que La novena hora (título claramente inspirado en la biblia) presenta una lectura pulcra, psicológica y sobre todo elegante. A lo largo de la novela el lector tiene la sensación de estar ante una novela que, a pesar de ese potente inicio del que hablaremos más adelante, invita a la serenidad, a la tranquilidad y a la certeza de que va a adentrarte en un viaje hacia el corazón del alma humana. Y si a eso le añadimos una estructura que, en lugar de trazar una línea recta con un principio y un fin muy marcados, abraza momentos concretos de lo que se está narrando, la cosa se pone más interesante desde el plano crítico. En otras palabras, McDermott tira del lenguaje seriéfilo para presentarnos episodios temáticos, creando el efecto de un recuerdo, pequeñas capsulas en las que se aborda una situación, se plantea un problema, se habla de un personaje en concreto y que parecen concluir con un punto y seguido. Este recurso no sólo evidencia las ganas que tiene la autora de que su novela se adapte, especialmente a la televisión, sino también un habilidoso manejo de las técnicas literarias aplicadas al mundo del audiovisual. Porque la imagen y la palabra confluyen, y cuando se consigue desde una delicadeza y la pasión, suelen salir como resultado obras que merecen nuestra atención como lectores y espectadores. La novena hora, como hemos comentado al principio, no puede empezar mejor. Brooklyn, principios de siglo XX, un inmigrante irlandés llega a su apartamento alicaído, lo acaban de despedir, una vez allí convence a su mujer Annie (visiblemente embarazada) para que salga a hacer la compra y sólo cuando tiene la certeza de que no hay nadie en casa se suicida. A su vuelta, Annie se encuentra de la noche a la mañana sola y sin recursos, teniendo que hacer frente a una complicada maternidad. Es entonces cuando entra en acción la hermana St. Saviour, quien le ayuda ofreciéndole cobijo y trabajo en la lavandería de convento del barrio. Creo que lo he comentado en más de una ocasión pero aquí tengo que repetirlo de nuevo. No hay cosa que más me guste de un libro que un inicio fuerte, tremendo, ya sea dramático, inquietante. sincero, perturbador, terrorífico...La cuestión es que impacte en el lector para que éste continúe la lectura con la cabeza llena de preguntas, deseando saber qué es lo que ocurrirá en las siguientes páginas. Y en este caso, usando el suicidio para activar la trama, McDermott me conquistó de inmediato. Después, la historia se torna más humana, más pequeña, un microcosmos construido al rededor de Annie, las monjas y su hija Sally (la protagonista de la novela). Es en este punto donde se abordan los principales temas del libro: la soledad, el abandono, los dilemas morales, la necesidad de empezar de cero, el aprendizaje, el lado humano de la religión, la caridad, la pobreza, la lucha por salir de ella... Además de toparnos con una de las representaciones femeninas más peculiares de la literatura. Desde esa madre que trata de rehacer su vida en secreto, hasta esa hija con ganas de conocer la realidad más allá de los muros del convento, pasando por la psicología de cada una de las monjas (excelentes personajes secundarios por cierto) y las mujeres que acuden a ellas por los inesperados golpes que les da la vida. En ese sentido sólo me queda aplaudir la construcción de ese coro femenino, de ese reparto que enriquece y salva a la novela de caer en sentimentalismos y un exceso de azúcar. Mención a parte merece el narrador empleado, consistente en una tercera persona particularmente interesante, pues quien nos cuenta la historia son los descendientes de Sally. Este hecho, además de hacernos un spoiler como una catedral de grande, Muchos definirán a La novena hora como una historia de monjas y enfermos, lo cual a priori puede disuadir al lector, de hecho, reconozco que no es el mejor tema y que esta novela precisamente no es parta todos los gustos. Sin embargo, y aunque la novela de McDermott no ha acabado por convertirse en una de mis imprescindibles, recomiendo leerla. Pues, ni las monjas son tan buenas (toda persona tiene muchos prismas), ni la historia tan edulcorada como parece y la paradoja que tiene lugar en las últimas páginas de la novela conduce a más de una pertinente reflexión.
Más allá de los temas mencionados en el párrafo anterior, La novena hora rinde un merecido homenaje al trabajo invisible. Algo que en la literatura, al menos en lo que he leído hasta ahora, no había encontrado por ninguna parte. Fijaos su tremenda invisibilidad que su presencia en novelas no es tenido en cuenta o simplemente la autora o autor no se detiene sobre ello, sobre lo que durante siglos ha existido y muy pocas veces se ha dado voz. Sobre los hombros, a la espalda, en la cabeza, soportando un peso descomunal, sintiendo las piernas quebrarse, hasta llegar a rozar el suelo con las rodillas para luego levantarse de nuevo, como si no hubiese pasado nada, como si aquello fuese lo más natural, cotidiano, asumido. En la novela y en la vida real este trabajo invisible lo ejercen por supuesto las mujeres. Una carga que tiene sus múltiples vertientes, desde la física hasta la mental, pasando por esa huella que la educación deja, esa que dice que por ser mujer debes estar en todo, atender a todo el mundo y cumplir con el cometido sin rechistar. En La novena hora, las monjas así como las sucesivas mujeres que irrumpen constantemente o de forma esporádica en cada capítulo se entregan a estas labores. Las primeras a la caridad, a la ayuda de los enfermos y de aquellas personas que se encuentren en situación precaria, un trabajo que como institución religiosa es lógico que lleven a cabo, pero que en la novela comprobamos como se invisibiliza, pues a pesar de su esfuerzo, pocas veces se les reconoce o se agradece su labor. Las segundas, como no podía ser de otra forma, a sus roles de amas de casa, sin duda, el trabajo más invisible y precario de los que existen. Y si pensamos en aquella época, principios de siglo XX, la situación a la que tenían que hacer frente estas mujeres era de órdago. Es cierto que en esos años el ser ama de casa estaba bien visto, mejor que si una mujer trabajaba fuera de casa, pero, la sociedad patriarcal era más férrea si cabe, hasta el punto de que las mujeres estaban totalmente desamparadas en el caso de que existiesen malos tratos en el hogar, una separación conyugal o una maternidad sin una figura masculina. Las mujeres de entonces simplemente cumplían ese rol para el que fueron educadas y no tenían la culpa de que la sociedad todavía les viese como perpetuos ángeles del hogar. Actualmente, y a pesar de que hemos avanzado mucho (las mujeres han podido por fin salir de la esfera privada y conquistar, poco a poco, su presencia en otros ámbitos de la sociedad), todavía existe el trabajo invisible. Mujeres que tras la larga jornada laboral tienen que ocuparse de las tareas de la casa y del cuidado de los hijos mientras el hombre sigue sin asumir esas responsabilidades. Mujeres que, habiendo tomado la decisión de ser amas de casa, no ven reconocido su trabajo. Mujeres que sufren las consecuencias de lo invisible, de la pasividad. Un grito desesperado en medio de un mar de soledad. Si algo nos ha enseñado el feminismo es a perseguir la igualdad, y eso pasa, primero, porque los hombres se den cuenta de que tienen responsabilidad, obligaciones y que éstas no deberían estar sujetas o condicionadas por los roles de género. Y segundo, porque se reconozca este trabajo, inexistente o sin valor para muchos ciegos o simplemente esclavos del patriarcado. La novena hora: una historia de superación, pobreza, labor en la sombra, precariedad, moral, inmoralidad, paradojas que hielan al lector...Una novela de mujeres trabajadoras bajo el pesado manto de la invisibilidad.
Frases o párrafos favoritos:
"Nos asombró pensar en lo mucho que pasaba silenciado en aquella época, lo mucho que, según consideraban, estaba en juego."
Película/Canción: a pesar de que aún o hay noticias de una posible adaptación al cine o a la televisión de La novena hora, os adjunto la brevísima pieza de BSO que me ha acompañado, entre otras, a lo largo de la redacción de esta reseña. Insisto de nuevo, tenéis que ver Philomena, aunque sea por disfrutar de Judi Dench y Steve Coogan.
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Libros del Asteroide