LA CÁMARA VERDE
Título: La cámara verde.
Autor: Martine Desjardins (Montreal, Canadá, 1957). Segunda hija de una familia de seis hermanos, estudió italiano y ruso, además de Literatura Comparada. En 1997 dio el salto a la fama tras la publicación de su primera novela, Le Circle de Clara, que fue un éxito inmediato de crítica y público. Ha trabajado en varias revistas, entre ellas Elle Quebec. En 2005 obtuvo el Premio Ringuet de la Academia de las Letras de Quebec por L´evocation. Su novela Maleficium (2009) le granjeó el Premio Jacques-Brossard de Ciencia Ficción y Narrativa Fantástica. Y ha vuelto a recibir dicho galardón en 2017 gracias a La cámara verde, su quinta novela, considerada su mejor obra hasta el momento. (Fuente: Impedimenta).
Editorial: Impedimenta.
Idioma: francés.
Traductor: Luisa Lucuix Venegas.
Sinopsis: todas las casas tienen sus pequeños secretos, pero algunas los protegen con más ahínco que otras. Durante años, los engaños y vilezas de la familia Delorme han sido celosamente custodiados por las robustas paredes de su hogar, una mansión gótica situada en Mont-Royal, a las afueras de Montreal. Tras sus sesenta y siete cerraduras, el edificio ha ocultado las historias más perturbadoras de sus habitantes. Sin embargo, todas ellas saldrán a la luz con la irrupción de la intrigante y hermosa Penny Sterling. Con su llegada se desvelarán los pecados de los Delorme, incluyendo los cometidos en la habitación abovedada conocida como "la cámara verde", donde se esconde el espeluznante cuerpo de una mujer momificada que sujeta entre los dientes un ladrillo con una moneda de plata. (Fuente: Impedimenta).
Su lectura me ha parecido: divertida, retorcida, afilada, gótica, inteligente, original, sobrenatural, extravagante, delirante hasta decir basta...Se que lo he contado muchas veces en otras reseñas, pero, hoy me apetece volver a rememorar un episodio que viví durante mi último viaje al extranjero. Durante mi último día de estancia en Londres, ciudad a la que había viajado para visitar a mi hermano, y encontrándome aquella mañana completamente libre, no me lo pensé dos veces y decidí dedicar parte de esta última jornada a visitar Richmond. Iba sola, sin compañía de nadie y no pude, en aquellos momentos, sentirme mejor. Para los que no sepáis donde está, Richmond es un barrio a las afueras de Londres ubicado en lo que allí se conoce como "El Gran Londres", formado por varios núcleos de población y en donde, antiguamente y en la actualidad, la gente más adinerada levanta autenticas mansiones para escapar de el ajetreo y la contaminación de la gran ciudad. Un idílico lugar en el que, a poco que te alejes del núcleo urbano, te adentras en el bosque o te topas con extensas praderas en donde las vacas pastan a sus anchas. Aquella mañana, como no podía ser de otra forma, quise descubrir todo aquello. Bordeando el Támesis, cruzando un puente construido en tiempos de la Revolución Industrial, pasando cerca de un antiguo coto de caza usado por las dinastías Tudor y Estuardo, recorriendo el embarcadero de Richmond, deteniéndome frente a un monumento a los caídos en las dos grandes guerras, continuando por un camino más arenoso, parándome en todos los paneles informativos que me encontraba a mi paso. Fue así como, por sorpresa, llegué a Ham House. Una mansión de estilo eduardiano se alzaba ante mi imponente, majestuosa y con un cierto halo de misterio. Se que me repito mucho, pero, aquello fue lo más próximo que he estado de las historias sobre casas encantadas, mansiones de inspiración gótica que ocultan secretos, fantasmas redentores, mayordomos siniestros, impenetrables amas de llaves...En definitiva, todo ese universo literario que tan bien se les ha dado a los ingleses desde el siglo XIX. Aquella experiencia, ha vuelto a mi memoria a medida que iba leyendo el libro que hoy tengo el placer de reseñar. Una novela que, aunque Canadiense, su autora parece haberse empollado a fondo toda esa tradición literaria, obteniendo como resultado una novela tan inquietante como tronchante. Ham House ha resucitado en mis recuerdos gracias a La cámara verde: la divertida e ingeniosa caída de la Casa Delorme.
La historia de como La cámara verde llegó a mis manos fue fruto de la casualidad. Jamás había oído hablar de este libro, y mucho menos de su autora, la canadiense Martine Desjardins. Sin embargo, la explicación a esta pregunta, al por qué de mi repentino interés por esta novela en concreto, debemos buscarlo en un momento para mi crucial en mi vida como escritora y lectora. En la tarde en la que leímos en voz alta El corazón delator de Edgar Allan Poe. Fue durante una de las clases del breve curso de Escritura Creativa al que asistí el año pasado, el día en el que la profesora nos explicó los pormenores y las características del terror en la literatura. Aquel relato me cautivó en el acto. Me estremeció de tal forma que durante los días sucesivos no podía sacármelo de la cabeza. Dicho recuerdo acabó no sólo influyendo en mi forma de escribir y en la percepción que hasta entonces tenía del género de terror, también me empujó a atreverme con lecturas muy similares. Antes de El corazón delator jamás se me hubiese pasado por la cabeza adentrarme en libros de terror, incluso desear leer a Lovecraft, autor que se sitúa en las antípodas de lo que hasta ese momento había leído. Pero, además de El corazón delator, años antes había sucumbido a la maravillosa complejidad de Frankesntein, y como no, al Otra vuelta de tuerca de Henry James. Éste último fue el que de alguna manera hizo que me familiarizase con las viejas mansiones, con las inocentes institutrices, con los niños siniestros, con los fenómenos paranormales y con los secretos inconfesables. Con este cóctel de lecturas era imposible que una servidora no cayese prendada del terror, en especial el gótico, cuyas reminiscencias al pasado medieval y sus interesantes particularidades provenientes de la época victoriana a día de hoy me siguen fascinando. De este modo, y envistas a los antecedentes, llegamos al presente, un presente en el que, en el terreno editorial, están empezando a aparecer publicadas novelas con marcado estilo gótico o que de alguna forma, desde la actualidad, pretenden acercarse o imitar la forma de escribir de los autores de ese lejano tiempo. Así fue como me adentré en La serpiente de Essex de Sarah Perry y en La cámara verde, siendo esta última la que ha acabado por imponerse.
En lo que respecta la reseña propiamente dicha comenzaremos diciendo que La cámara verde presenta una lectura tremendamente amena, tan amena que las páginas se deslizan velozmente entre los dedos de quienes se adentran en ella. La primera impresión que tuve, justo antes comenzar su lectura, fue la típica. Estaba segura de que me iba a gustar pero, probablemente, acabaría pareciéndome una novela más dentro de esta "moda" de la literatura gótica que en los últimos meses parece haberse instaurado con fuerza en el sector editorial. Sin embargo, nada más abrir el libro por la primera página, el lector más escéptico comprueba que La cámara verde no es una novela gótica más con los típicos recursos del género. ¿Hay una mansión? Sí ¿estamos ante la historia de una saga familiar? Si, la de los Delorme ¿Aparecen elementos sobrenaturales a lo largo de la novela? Unos cuantos ¿Hay misterio? A rabiar. Pero todo estos clichés tan clásicos como trillados, y en La cámara verde estereotipados hasta el extremo, aparecen en escena de una manera un tanto peculiar, una entrada triunfal basada en un cuidado y estudiado equilibrio entre lo que el lector ya conoce de la literatura gótica y un humor tremendamente afilado y de inspiración británica. Por decirlo de otra manera, La cámara verde sería un cruce entre La caída de la casa Usher y las clásicas comedias negras británicas. La referencia al famoso relato de Poe esta clara en cuanto el lector descubre quién es la narradora en La cámara verde, que no es otra que la propia casa. A diferencia de lo que se narra en La caída de la casa Usher, Desjardins nos presenta una mansión cansada de la actitud de sus huéspedes, de una saga familiar con una obsesión enfermiza por el ahorro (para ellos el no gastar es una victoria), que no gasta un duro en el mantenimiento de sus aposentos, que maltrata los muebles y que para más desconcierto veneran a un curioso dios en la estancia que da nombre a la novela (una mujer momificada que entre sus dientes sostiene un ladrillo con una moneda de plata). ¿Es o no para echarse a temblar? ¿Qué mansión en su sano juicio alojaría a dichos especímenes bajo su tejado? Menos mal que esta casa puede intentar cambiar su destino, cual persona de carne y hueso, porque ante todo, la Casa Delorme desea que ese dinero que tanto ahorran se lo gasten en ella. No le gustan sus viejas cortinas, le avergüenzan sus usadas alfombras , el bochornoso estado de sus paredes, la gruesa capa de polvo que cubre sus muebles...¿Cómo lo conseguirá? La respuesta la encontraréis en sus páginas. La influencia del mejor humor negro británico, por otro lado, reside en el lenguaje, en un estilo muy cuidado. Es tal el dominio que Desjardins demuestra que puede permitirse la licencia de lanzar afilados cuchillos en forma de pullas literarias. Nadie en esa casa se salva de la mala leche de la casa, ni siquiera las hermanas Mórula, Gástrula, Blástula, contra las que lanza los comentarios más memorables de toda la novela. Por no hablar del patriarca, Louis Dollard-Dellorme (a quien la casa lo apoda como "su venerable fundador") quién desde niño tiene una obsesión por los bancos de madera, algo que se traduce en la forma final de la casa, que como no, tiene forma de banco. En definitiva, un controlado y deslenguado humor típicamente british dentro de una lógica narrativa de corte fantástico. Como apunte final a esta crítica literaria, comentar la tremenda reflexión que Desjardins se marca en esta novela en torno a uno de los temas más universales: la codicia. Una codicia que llega a ser enfermiza y que evoluciona a medida que nos vamos acercando al final en compañía de la primera, segunda y tercera generación de los Delorme.
Centrándonos en la reflexión estrictamente personal, esta vez nos vamos poner imaginativos. Como hemos explicado a lo largo de la reseña, La cámara verde es la historia de auge y caída de la familia Delorme durante tres generaciones comprendidas entre 1913 y 1963 narrada por su propio hogar, la casa bajo la cual se desarrolla toda la novela. Pues bien ¿y si por un momento creemos de verdad a Martine Desjardins? ¿Y si es cierto, y si las casas tuviesen alma propia y sintiesen de la misma forma que un ser humano? Si eso fuera verdad, haría mucho tiempo que éstas nos hubiesen echado a patadas de su interior. No somos conscientes, en parte porque en la sociedad en la que vivimos, tan poco dada a planteamientos e hipótesis que se salgan de lo estrictamente real, pero imaginemos por un momento que la casa, el piso, el edificio en el que vivimos tuviese la capacidad, como en La cámara verde, de cambiar su propio destino tener por seguro que lo haría sin rechistar. Ni os imagináis lo que sufriría, y todo por culpa sola y exclusivamente de quienes acoge en su seno. Cada portazo sería equivalente a una patada en las piernas, cada grito por parte de los inquilinos se transformaría en un insoportable dolor de oídos, cada puñetazo contra la pared sería una sonora bofetada en la cara, cada paso o carrera por el suelo acabaría convirtiéndose en un dolor de espalda, de esos de los que cuesta recuperarte. Cada mancha, un disgusto. Cada mota de polvo, una alergia. Cada cortina vieja, una humillación. Cada objeto caído contra el suelo, un pellizco. Cada cristal roto, una puñalada. Las casas, como se suele decir, reflejan el carácter de sus habitantes, pero no sólo eso, también su posición económica, su ideología política o su concepto de supervivencia. Las casas, en definitiva, no dejan de ser un reflejo de nosotros mismos, metáfora de nuestro paso por la tierra, metáfora de lo que hacemos bien, pero también, de nuestros propios errores. En la casa, tal y como se le concibe, también se viven momentos de alegría, como cumpleaños, improvisadas cenas de celebración, risas interminables e incluso la posibilidad de que en su seno nazca algo importante, tan importante como por ejemplo un cuadro, un libro o una pieza musical. Incluso la casa puede hacer cosas importantes por nosotros, ¿no es ella acaso la que resguarda nuestra desnudez ante el resto del mundo? ¿No es ella la que escucha cada una de nuestras confesiones en voz alta? ¿La que nos reconforta cuando necesitamos soledad? ¿La que, al mirarnos al espejo, nos devuelve un reflejo sincero de nosotros mismos? ¿La que nos dice, de una vez por todas, la verdad a la cara? ¿La que nos empuja a mejorar día a día? Sin embargo, al mismo tiempo, puede hacernos sufrir la soledad, el aislamiento, la impotencia, el cansancio, la desazón, el estrés, el aburrimiento...Además de alertarnos sobre el peligro del dinero, La cámara verde es también una oda a nuestra propia condición humana, y de como nuestra innato egoísmo nos impide ver el daño que estamos causando inconscientemente, incluso al lugar que consideramos hogar, metáfora de la vida misma y de las consecuencias de las decisiones que vamos tomando a lo largo de nuestra existencia. La cámara verde: una historia de tacañería, misterio, extravagantes cultos, injusticia, despreocupación, fortuna, miseria...La extrema avaricia contada desde la mejor versión del gótico humorístico.
Frases o párrafos favoritos:
"Por mucho que aflojo las válvulas o abro por completo la trampilla de mi chimenea, enrojezco hasta las cornisas. Si la tierra pudiese abrirse bajo mis cimientos, con gusto dejaría que me tragase. Desgraciadamente, el suelo de arcilla en el que he sido plantada tiene la estabilidad del patrón oro, y mi humillación no había hecho más que empezar."
Película/Canción: a la vista de que no hay ningún proyecto de adaptación cinematográfica o televisiva de La cámara verde, os adjunto la pieza de BSO de una de las series más originales y góticas del panorama televisivo que me ha acompañado durante la redacción de la reseña. Creo que su fuerza rítmica y halo misterioso le va como anillo al dedo.
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Impedimenta