HECHIZO TOTAL
Título: Hechizo total.
Autor: Simon Hanselmann (Launceston, Australia, 1981) vive su infancia y adolescencia en la localidad con mayor índice de criminalidad de toda Australia. Su padre es un "motero" y su madre una adicta a la heroína que recurre a los pequeños hurtos y ayudas sociales para sacar adelante a su hijo. A los 8 años Hanselmann realiza ya sus primeros fanzines. En su adolescencia, el dibujante comienza a recibir terapia para tratar episodios de ansiedad y depresión, y poco después comienza a consumir alcohol y las drogas psicotrópicas en abundancia. En 2001 abandona el hogar materno y entre 2009 y 2011 se instala en Londres. Desde 2005 dibuja el drama adolescente parcialmente autobiográfico Girl Mountain, que en 2010 constaba ya de más de 200 páginas de las aproximadamente 1.000 de las que se compone el proyecto hasta la fecha inédito. En 2008 dibuja por primera vez, para una exposición, a una bruja y su gato, a quienes pronto se sumaría un búho. Megg, Mogg y Owl se convierten inmediatamente en el interés principal del autor. En 2012 crea un tumblr donde ofrece las historias de estos personajes al público, que rápidamente se convierten en un fenómeno viral. En 2013, año de su consagración como dibujante, pasó de ver publicados sus cómics en pequeñas tiradas y autoediciones a ser publicado por las grandes editoriales especializadas y a recibir algunos de los premios más prestigiosos del sector. Hanselmann es autor de los comics Hechizo total, Melancolía, Bahía de san Búho, El mal camino, Meg & Mogg y Hail Satan! (todos ellos de la serie Meg, Mogg y Owl) así como de la serie Truth Zone (en la que los personajes se dedican a destripar o loar la obra de otros autores de cómic) entre otros.
Editorial: Fulgencio Pimentel.
Idioma original: inglés.
Traductores: César Sánchez y Alberto G. Marcos.
Sinopsis: Hechizo total es la primera entrega de la serie en curso Megg, Mogg y Owl, una sitcom en forma de tebeo protagonizada por la bruja Megg, su gato Mogg y el búho Búho, sin olvidar personajes como el excesivo Werewolf Jones, el nigromante Mike y el monstruo asustaniños transexual Moco. A partir de aquí, la serie se centra en pequeños capítulos autoconclusivos en los que Simon Hanselmann va desarrollando una comedia generacional, luminosa y descreída a partes iguales, que irá convirtiéndose poco a poco en una fotografía apenas deformada del Zietgeist contemporáneo. Las tramas giran entorno a la vida cotidiana, repartida mayormente entre el sofá de la casa y los pasillos del centro comercial cercano. Una convivencia, la de esta serie de personajes imposibles, marcada por las bromas pesadas, el consumo indiscriminado de drogas y el visionado maratoniano de series de televisión, sus únicas vías de escape ante una realidad frustrante. Por las fisuras del humor a veces cafre y a veces sutil, ocasionalmente cruel de Hanselmann, se filtra una sensibilidad única que invita al lector a descodificar una soterrada clave de miedo, depresión, confusión y abulia.
Su lectura me ha parecido: nihilista, hiriente, extrema, con personajes que parecen sacados de un mal sueño (o un mal viaje, depende de como se mire), lisérgica, cruel en sus derivas humorísticas, dolorosa y muy, pero que muy burra... Era el 31 de marzo de 2020. Ya llevábamos unos cuantos días confinados en nuestras casas. Aunque no los suficientes como para añorar la vida (a la que pronto le seguiría la llamada "nueva normalidad") que a día de hoy estamos deseando recuperar. Y eso que el 2019 no fue un gran año, más bien fue una bajona, aunque comparado con el 2020 hacemos bueno cualquiera de los que le antecedieron. Y cuando digo cualquiera es cualquiera. En esas estábamos, asistiendo a las terribles cifras de contagiados y muertos, aplaudiendo a las ocho de la tarde - a pesar del frío y la lluvia, resistimos, nunca mejor dicho - aprendiendo a hacer pan - o a requemar bizcochos en el horno - haciendo más deporte que nunca - había que estar preparados para cuando permitiesen salir para hacer footing, aunque el simple hecho de correr de tu casa al parque e traduzca en jadeos y falta de aire - subiendo videos al TickTock compulsivamente y engullendo una serie tras otra, como si de una bolsa de patatas fritas se tratara. Así nos encontrábamos la inmensa mayoría de habitantes del hemisferio norte, capitalista como los que más y atascados en la tóxica cultura del "yoismo". Aquella mañana de finales del infame marzo estaba tirada, con la regla, sin muchas ganas de hacer nada productivo. Me faltaba el tarro de Nutella, una cuchara y mi boca manchada del tan delicioso como indigesto manjar. Decadencia en estado puro. Pero no, en lugar de guarrear me dirigí a mi apreciada biblioteca y saqué de ella el cómic más, como ahora se dice mucho, "shockeante" que había leído en años. Toda la decostrucción, todos los autoaprendizajes, todo ese tiempo señalando lo que me parecía bien o mal, todo ese tiempo repensando conceptos dentro de la era de lo políticamente correcto se fueron literalmente por el agujero del váter. Me lo bebí en una tarde, en un par de horas, y aunque no me libró del amargo sabor del ibuprofeno - por supuesto, la bajona siguió intermitentemente más allá de dicha la menstruación - sí consiguió distraerme, aunque sólo fuese un rato, a base de sketches autoconclusivos de lo más bestias, sórdidos y, tras capas y capas de barbaridades a lo Jakass, profundamente tristes. Aunque los personajes, paradójicamente, parezcan sacados del Mago de Oz más oscuro o de una versión extremísima de Shrek. Hechizo total: la trasgresión corrosiva como terapia ante la depresión.
Hoy, en este espacio de crítica y debate, me encuentro ante un acontecimiento realmente excepcional. No solo por el simple hecho de que este es el segundo cómic que reseño a lo largo de los años que llevo escribiendo en él - el primero fue un Mortadelo y Filemón bastante "polémico" alláh por los años de la Mari Castaña - también por encontrarme ante uno de los más famosos Enfants Terribles de la novela gráfica. Un dibujante australiano llamado Simon Hanselmann - cuya biografía está trágicamente atravesada por una infancia difícil, el padecimiento de ansiedad y depresión como consecuencia de ello así como su acercamiento a las drogas y el alcohol - que, en un intento por exorcizar los demonios interiores y aplacar los demoledores efectos de dichas enfermedades mentales comenzó a contar historias - inminentemente autobiográficas - a través de los personajes de la bruja Megg, el gato Mogg y el búho Búho sin autocensuras, contemplaciones y desde un estilo corrosivo hasta decir basta. La idea no es original, de hecho es bien sabido que los personajes de Megg, Mogg y Búho surgieron de la cabeza de Hellen Nicoll y de la pluma de Jan Pienkowski en forma de populares cómics infantiles. A partir de ellos, lo que hizo Hanselmann fue retorcerlos, darles volumen y dotarles de una perversa amoralidad, de un entorno sucio, claustrofóbico, propenso al hastío, a los pensamientos más locos que os podáis imaginar y a que los personajes se vean arrastrados a la autodestrucción. De esta forma tenemos a Megg - una bruja que se apunta a cualquier exceso para escapar a sus terroríficas tendencias depresivas - a Mogg - un gato fumeta y sibilino, él es el instigador de la mayor parte de las ideas descabelladas, cuya atracción sexual por Megg es notoria y explícita - y a Búho - el receptor de todas las desagradables "putadas" y de la bestialidad que el resto de personajes es capaz de ejercer -. Al rededor de ellos, otros personajes se elevan como auténticos roba escenas profesionales. El más importante, Werewolf Jones, un lobo que representa directamente lo que jamás de los jamases haría una persona si estuviese en su sano juicio. Su excesivo comportamiento (por no llamarlo barbaridades en toda regla) - que va desde meterse un electrodo por el recto a frotarse el escroto con un rallador de cocina, pasando por el intento de violación a Búho que luego resultaría ser una "broma" de cumpleaños - pone a prueba constantemente la tolerancia del lector. Hasta el punto de cuestionarte tus propios límites a la hora de leer - y de contemplar en este caso - según que escenas. Algo que, en la era de lo políticamente correcto, supone un contrapunto a tener en cuenta si lo que se pretende es iniciar un debate al respecto. Como habéis podido comprobar no es un cómic ni para todos los públicos ni para todos los gustos, buscando desde el ala más decadente del underground a ese lector leído - más allá de la novela gráfica - que no se escandalice ante viñetas en las que aparece zoofilia, consumo desenfrenado de estupefacientes, laceraciones, coprofagia, palabrotas, aberraciones sexuales y toda una serie de personajes miserables, en los límites de la sociedad pero que, al mismo tiempo, acabas siguiendo sus "andanzas" alucinógenas a la espera de la próxima burrada. Todo ello con un humor igual de hiriente ante el que, al igual que el comportamiento de Werewolf, no sabes como reaccionar. Muy a lo Shacha Baron Cohen en Borat. Dicho de otra forma, de nuevo, funambulismo sobre la delgada línea que separa la risa de la ofensa.
Además de su estructura muy de Sitcom - como si a Los Simpson hubiesen amanecido en el universo de Irvine Welsh - con pequeñas historietas autoconclusivas, esas viñetas en las que la expresividad del dibujo hace innecesario el empleo de bocadillos o una álgida escalada de la incomodidad magnética, Hechizo total es, sobre todo, un grito, entre vómito, botellines de cerveza y porros de auxilio. Como ya he mencionado en el anterior párrafo, Simon Hanselmann proyecta gran parte de sus vivencias y su relación con la depresión - y las enfermedades mentales en general - sobre sus personajes, en especial sobre Megg. Resultan especialmente terroríficas las partes en las que Hanselmann baja a los infiernos de la dolencia para retratarnos, desde una expresividad inquietante, lo que Megg - claramente el alter ego del propio Hanselmann - siente. Las eternas noches en blanco, sin dormir, mirando el techo, con los ojos rojos, incapaces de cerrarse. Los momentos en los que Megg acude al alcohol o a las drogas como medio de evasión, pero entonces sus efectos se vuelven en su contra provocándole alucinaciones o un estado de depresión aún mayor. O mi favorito por su simbolismo, la ilustración que antecede al presente párrafo, en la que tres cabezas de tez pálida, cabello enmarañado y ojos inyectados en sangre vomita bilis negra sobre la habitación, la cama y la propia Megg que, como cabía de esperar, sigue mirando al techo. Sin duda estos retratos, con tono pesadillesco, a una enfermedad tan devastadora como es la depresión, y en general esa representación y visivilización de las enfermedades mentales a través del comic me parece de lo más acertado. Algo que se eleva a la categoría de necesario cuando, además, partimos de una inspiración autobiográfica. Y es que Hechizo total - primera parte de una saga de comics de la que nos deparan muchas más entregas - se erige como uno de esas novelas gráficas que mejor ha sabido captar los problemas de los jóvenes del siglo XXII. Una época en la que la desesperanza, el paro y la exigencia de más y más requisitos abocan a toda una generación a emplearse en trabajos precarios, a posponer los planes de vida, a presenciar como los sueños se hacen añicos ante sus ojos, a seguir buscando curro sin mucho éxito o, directamente, a marcharse fuera de las fronteras que les vieron nacer. Trayendo consigo unas consecuencias que, a nivel psicológico, agravan el problema más aún. El debate está sobre la mesa, aunque, como hemos podido comprobar en las últimas semanas - recordemos el desagradable comentario que un diputado de la bancada del PP soltó cuando Iñigo Errejón decidió usar su intervención en la sesión de control para hablar sobre las enfermedades mentales durante la crisis del Covid - todavía existe ciertos prejuicios totalmente inaceptables en los tiempos que corren. Cierto que Hechizo total es una representación bastante más desagradable y tremendamente perturbada del asunto, hasta el punto de que resulta irreal - más allá de que sus personajes sean las versiones sucias de los clásicos y entrañables personajes de cuento - pero, no es el esperpento, llevado a sus últimas consecuencias, uno de los mejores espejos donde deformar la realidad para así criticarla como es debido.
Hechizo total: una historia de decadencia, borracheras, drogas, fiestas de la bajona, depresión, aberraciones, personajes extremos... Un cómic de los que hay que leer, hasta en tiempos de pandemia.
Párrafos o frases favoritas:
"Creo que el cerebro se me cae a pedazos".
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Fulgencio Pimentel