Presentación

"Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora." Proverbio hindú

"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca." Jorge Luis Borges (1899-1986) Escritor argentino.

"Los libros son, entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la esperanza les impiden decirme lo que debo hacer." Alfonso V el Magnánimo (1394-1458) Rey de Aragón.

En este blog encontraréis reseñas, relatos, además de otras secciones de opinión, crítica, entrevistas, cine, artículos... Espero que os guste al igual de todo lo que vaya subiendo.

miércoles, 27 de mayo de 2020

RESEÑA: La falsa amante.

LA FALSA AMANTE

Título: La falsa amante. 

Autor: Honoré de Balzac (Tours 1799 - París 1850) fue uno de los principales representantes de la novela realista del siglo XIX. Trabajador infatigable (las cincuenta tazas de café que tomaba al día sin duda ayudaban), elaboró la obra monumental La comedia humana con un objetivo claro: describir la sociedad francesa de manera exhaustiva para "hacerle la competencia al registro civil". Durante un periodo de difíciles relaciones con Madame Hanska, Balzac escribió este alegato sobre la necesidad de una "falsa amante" para ocultar el amor verdadero. 


Editoral: Ediciones Invisibles. 

Idioma: francés. 

Traductor: José Ramón Monreal. 

Sinopsis: el matrimonio formado por Clémentine du Rouvre, una bella heredera parisina, y Adam Mitgislas, un noble tan feo como elegante, vive momentos de éxito y bienestar. Sin embargo, la buena administración del patrimonio conyugal se deben según descubre la esposa, al mejor amigo de su marido, Tadeusz Paz, un atractivo aristócrata polaco. El joven Tadeusz está enamorado secretamente de Clémentine, pero de ningún modo quisiera traicionar a su mejor amigo. Y como tampoco quiere herir los sentimientos de ella, decide inventarse una falsa amante para justificar su fingida indiferencia ante Clémentine. 

Su lectura me ha parecido: breve, apasionada, romántica, irónica, culta, cómica, crítica respecto a la decadencia de los ambientes aristocráticos, con una prosa que fluye a gran velocidad... Señoras y señores, en la siempre tradicional introducción antes de adentrarnos de lleno en la reseña en cuestión, hoy vengo a hablaros de los libros de bolsillo. Efectivamente, los que adquirimos los lectores cuando nos vemos apurados de pasta y que consiguen salvarnos cuando la inquietud lectora asoma tras las estanterías. Su historia es cuanto menos curiosa. La necesidad de publicar libros de estas características - más baratos y destinados a la culturización de las masas - ya existía en la antigua Roma con la aparición de los llamados pugiliares en forma de códice y que podían perfectamente sujetarse con la mano. Tras la invención de la Imprenta en el año 1450 se lanzó la primera colección de libros en pequeño formato pensada para su uso durante largos viajes. La idea fue del italiano Aldo Manucio y fue determinante para que en el siglo XVII una familia de impresores holandeses, los Elzebir, produjesen la primera colección de clásicos de la literatura asequibles para el gran público. A partir del XVIII el libro de bolsillo se convirtió en un producto asociado a la burguesía, sobre todo en países como Francia e Inglaterra, transformando, no sólo las relaciones sociales, sino que provocó la irrevocable transición de la lectura litúrgica - en voz alta y dirigida a un gran número de personas que simplemente escuchaban - a la lectura individualista - en solitario y de carácter introspectivo -. Esto favoreció el surgimiento de los primeros clubs de lectura y a los ilustrados, quienes vieron en este invento la posibilidad de extender sus ideas más allá de las cuatro paredes del salón donde tenían lugar las tertulias literarias. Por aquel entonces se popularizaron las novelas didácticas y los folletines de temática amorosa. Ya en el siglo XIX nos encontramos con los primeros Best Sellers cuya popularidad no entiende de clases sociales. Ejemplo de ello serían los famosos Penny Dreadfuls (historias de baja calidad literaria, normalmente policíacas o de terror que se centraban en lo escabroso y sangriento) los cuales vivieron su particular edad de oro en la Inglaterra victoriana. Sin embargo, la idea de libro de bolsillo tal y como hoy la conocemos se materializó en 1935 con la editorial inglesa Penguin Books - germen de Penguin Random House - conjugando calidad literaria con económicos precios. Pronto la editorial estadounidense Suscher sacó su particular packet book destinado a satisfacer las apetencias lectoras de sus soldados en el frente durante la Segunda Guerra Mundial. En España no fue hasta 1939 cuando la editorial Espasa Calpe lanzó su primera colección de bolsillo bajo el nombre de "Colección Austral" - la cual se mantiene hasta nuestros días -. A estas alturas os estaréis preguntando qué hago hablándoos de los libros de bolsillo así tan arbitrariamente. La respuesta la encontraréis en la novela que hoy reseño - un clásico sin parangón - y en su formato tan asequible y tan pequeño que cabe, y nunca mejor dicho, hasta en el bolsillo del pantalón. Cortesía de Ediciones Invisibles y de su apuesta por sus "Pequeños placeres" que han llegado para quedarse. La falsa amante: una comedia de enredo francesa, polaca y con toques autobiográficos. 


Antes de ahondar y meternos de lleno en el cuento de Balzac, merece la pena ponernos un poco en contexto, y en concreto destinar unas pocas líneas a hablar de La Comedia Humana, ya que La falsa amante no se entiende sin el enorme proyecto literario que a su autor le tuvo tan ocupado. Ante la cantidad de deudas y problemas económicos que arrastraba, Honoré de Balzac - el gran maestro de las letras francesas - se comprometió ante sus editores a escribir un total de 137 novelas. De las cuales, solo pudo escribir 85 debido a su inesperada muerte en el año 1850. Afortunadamente, antes de su pronto fallecimiento, al autor le dio tiempo a ordenar, revisar y glosar algunos textos inacabados. Este ingente volumen de historias serían el germen de La Comedia Humana, las cuales comprendían en cronología desde la caída del Imperio Napoleónico (1814) con la correspondiente restauración de los Borbones a la llamada Monarquía de Julio (1830-1848) y la llegada de la dinastía Orleans. La finalidad del autor, además de plasmar una panorámica histórica digna de admiración, era elaborar un pormenorizado estudio de la sociedad francesa de su tiempo, desde los grandes acontecimientos hasta la vida de los más humildes, pasando por mil y un detalles sociales, políticos, económicos, culturales y hasta culinarios. Convirtiéndose de ese modo en un observador de la vida cuyos escritos, gracias a su estilo extremadamente realista, son clave no sólo para la investigación histórica del periodo que nos ocupa, sino que también supone un acercamiento inaudito hasta entonces desde el plano literario a la condición humana de principios y mediados del siglo XIX. En La Comedia Humana Balzac no distinguía de clases sociales: campesinos, aristócratas, burgueses, comerciantes, prostitutas, panaderos, floristas, médicos, abogados, maestros... Ya fueran más o menos ricos, más o menos estirados, más o menos atractivos. Todo el mundo era sujeto de interés y de creación literaria a sus ojos naturalistas. Ante la enorme cantidad de escritos, el propio Balzac no dudó en clasificarlos en tres categorías: Estudios morales, Estudios filosóficos y Estudios analíticos. Más que nada para hacer más accesibles sus textos a quienes quisieran ahondar en ellos. En el caso de La falsa amante, que vio la luz en 1841 en un periódico, pertenece a los Estudios morales - incluyéndose posteriormente y tras la muerte del autor, a su vez en una subcategoría titulada "Estudios de la vida privada" - siendo asignada el número 13 en la clasificación general de La Comedia Humana. También es importante señalar la muy posible carga autobiográfica que posee este pequeño texto, ya que como se desvela en su sinopsis, parece que Balzac lo escribió en un momento de grandes desavenencias con Madame Hanska, su amante y futura esposa. De nuevo, biografía y literatura al servicio de un lector que debe o bien asumir dicha historia o bien otorgarle un aura de leyenda al rededor de la figura de Balzac. Aunque os confieso que la disfrutaréis más si pensáis que dichas disputas amatorias fueron reales, sobre todo si os gusta el salseo tanto como a mi. 


Ambientada durante los años treinta del siglo XIX, con el telón de la Monarquía de Julio y con el regreso de los exiliados polacos a la capital francesa, La falsa amante cuenta en muy pocas páginas un triangulo amoroso de manual. El compuesto por el conde Adam Mitgislas - un joven feo perteneciente a una dinastía de rancio abolengo y muy aficionado al juego - Clémentine Rouvre - rica heredera y esposa de Adam - y Tadeusz Paz - el administrador del conde enamorado en secreto de Clémentine -. La trama arranca tarde, aunque es delicioso apreciar el detallismo con el que Balzac describe la decadencia de los salones aristocráticos parisinos, tanto que en ocasiones conseguía acariciar con la punta de los dedos el arcaico mobiliario de aquellos lugares o escuchar avivados debates entorno a la política y la economía francesa. No es hasta el regreso de Adam y Cleméntine del fastuoso viaje de novios - para eso vienen de familias de bien - cuando la historia cobra interés al hacer acto de presencia Tadeusz. Justo la pieza que faltaba para que el cuento no se cayese con todo el equipo en tan pocas páginas leídas. Tadeusz, y sus sentimientos ocultos hacia la joven condesa, no olvidemos, esposa de su amigo y principal cliente al que ha sacado de más de un apuro económico y cuya presencia había sido ocultada deliberadamente a Clémentine por parte de Adam, será la chispa que prenda la narración. Una llama que se avivará en el momento en el que Tadeusz finja tener una amante para jugar con los sentimientos de Clémentine a la vez que no levantar sospechas en el juerguista Adam. Haciéndola más interesante, amena y en ocasiones adictiva. Me sorprende usar la palabra "amena" asociada a Balzac, ya que en general Balzac era de todo menos ameno. Bien lo demuestran sus novelas más extensas, algo que por el contrario no sucede en sus obras más cortas. De hecho, personalmente me gusta más el Balzac breve, ya que en ellas parece crecer en ingenio y en la fina ironía que lo caracteriza. Su pluma culta, sublime se eleva hasta alcanzar un lenguaje digno de admirar y del que todas y todos deberíamos aprender, aunque sea para imaginarnos llegar algún día a estar a su altura literariamente hablando, algo a todas luces imposible. Con todo esto, lo que podría haber sido un folletín excesivamente azucarado en manos de un escritor mediocre, Balzac lo eleva a una categoría superior, donde la universalidad del amor es el eje central y en el que, más allá de ser una divertida comedia de enredo - con un exquisito toque glamouroso - de ella se desprenden críticas a los comportamientos de una aristocracia en horas bajas, la decadencia de los valores revolucionarios o la cultura del chismorreo que no distingue ni de personas ni de clases sociales. Por no hablar de sus constantes referencias a la Divina Comedia de Dante Alighieri, del que el propio Balzac era un grandísimo admirador, que riegan de principio a fin la novela. No es sin duda la mejor novela que he leído de él, pero sí una de las que más he disfrutado, sobre todo antes de que el mundo se paralizase a nuestro al rededor de la noche a la mañana. A partir de ahí, pocas veces me atreví con una novela de amor, no quería que sus personajes me recordasen lo mucho que echaba de menos a mi pareja. Hoy vuelvo a ellos, con cautela, sin hacerme muchas ilusiones, sin creérmelos demasiado, pero el hormigueo y el calor en el estómago asoman desde el umbral, esperando que les deje pasar con todas las precauciones del mundo. 

La falsa amante: una historia de amor, pasión, sentimientos ocultos, mentiras para aparentar, salones parisinos, música clásica, poderío... Una novela que convierte lo típico en algo más profundo e intelectual. 

Frases o párrafos favoritos: 

"El enamorado de Clémentine se encontraba como en el fondo de uno de los abismos descritos por Aliguieri."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Ediciones Invisibles

miércoles, 20 de mayo de 2020

RESEÑA: La edad del desconsuelo.

LA EDAD DEL DESCONSUELO

Título: La edad del desconsuelo. 

Autora: Jane Smiley ( Los Ángeles, California, 1949) es autora de una veintena de obras de ficción y ensayo. Recibió el Premio Pulitzer de narrativa y el Premio Nacional de la Crítica por su novela Heredarás la tierra (1991). Entre otras obras, ha publicado La edad del desconsuelo (1987), The Greenlanders (1988) y, en los últimos años, la trilogía formada por Some Luck (2014), Early Warning (2015) y Golden Age (2015). Desde 2001 forma parte de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras. 


Editorial: Sexto Piso. 

Idioma: inglés. 

Traductor: Francisco González López. 

Sinopsis: "nunca más volveré a ser feliz", mustia Dana en el asiento trasero del coche familiar, sin reparar en que piensa en voz alta. Al oírlo, Dave, su marido, siente que ambos están a punto de perder todo aquello que una vez desearon: sus años de apacible matrimonio, tres hijas, la próspera clínica dental que comparten. Ahora Dave está convencido de que Dana se ha enamorado de otro hombre y, de manera inesperada, decide que la mejor manera de salvar su relación es evitar que su esposa descubra que él lo sabe. 

Su lectura me ha parecido: ágil, algo original en cuanto a su estructura, depurada, algo manida, en la que los personajes secundarios son más interesantes que los principales, destructora, perfecta - por decir algo - para lectores que no les importe leer la misma historia una vez más, aunque con algunos matices... En tiempos de coronavirus la montaña rusa de las emociones ha sido de lo más vertiginosa. De pronto queríamos abrazar a cuantos se nos pusiesen por delante - incluyendo al hermano que suele reusarlos pero que en el fondo los sabe disfrutar - como querer pegar a alguien y te consuelas aporreando la pared o la almohada de tu cama. Unos días es imposible borrar la sonrisa de tu cara aunque las bombas en forma de malas noticias no dejan de caer sobre el tejado. Otros prefieres encerrarte a cal y canto en tu cuarto buscando un espacio de soledad ante la hostil coraza que has construido al rededor de tus emociones. Hay veces en las que dices sí a todo, aunque estés completamente en contra o sostengas una opinión diferente por miedo a unas represalias en forma de gritos o contestaciones desdeñosas. Pero también las hay en las que, desde la ironía más fina - siendo una digna sucesora de Jane Austen - no dejas de soltar lo que te parece por la boca, importándote un comino si ofendes o enfadas a quien se sienta a tu lado a comer todos los días de la cuarentena. Nadie ha estado a gusto estos días - y quien sí lo haya estado que levante la mano que estaría encantada de conocer su idílica perspectiva - ni siquiera esas interminables jornadas en las que la luz entra de lleno en el comedor y te autoconvences que las próximas 24 horas serán un oasis en medio de la tragedia. Ni siquiera cuando la calma se instala en tu dormitorio, espejismo del brutal terremoto que tiene lugar justo debajo de nuestra propia piel. De ahí que hablar de amor - en concreto del amor a la pareja - se nos antoje el ejercicio más complejo en los tiempos que corren, como si ante un dificilísimo examen nos hallásemos. Son miles las historias: parejas que han pasado el encierro juntos, separados, divorciados, en pleno apogeo de su amor, con la relación enquistada, a punto de casarse, en el inicio de la relación, a kilómetros de distancia, encerrados cada uno en una habitación ante la posibilidad de estar contagiados... Todas ellas vertebradas y condicionadas por la crisis del Covid-19. El amor y las relaciones afectivas van a cambiar para siempre, nos tenemos que hacer a la idea, aunque no nos guste, aunque queramos con todas nuestras fuerzas volver a lo de antes. Del mismo modo que los libros nos recordarán que hubo un tiempo en el que las mascarillas no existían como complemento indispensable del día a día o también lo harán respecto a las relaciones amorosas. Y seguirá así, lamentablemente, hasta que no tengamos la milagrosa vacuna. Sin embargo, hay cosas que jamás se verán alteradas, como el hastío, la infelicidad o la frustración; señales que advierten de una más que posible ruptura. Avisos que, como una losa, caen sobre el pecho del protagonista del libro que hoy reseño: La edad del desconsuelo: la universalidad del desamor. 


Escrito del tirón y sin capítulos - lo cual para una servidora, purista en este asunto, resulta siempre complicado - como si de una confesión se tratase, el lector se adentra en la mente y en las entrañas de un matrimonio típico de clase media norteamericano. El punto de vista no será objetivo, ya que nuestros ojos serán los de Dave, el marido, quien junto a Dana (me encanta y me divierte a partes iguales la sonoridad que provocan sus nombres juntos), su compañera de trabajo, esposa y madre de sus tres hijas, parecen vivir en una apacible convivencia. Ambos regentan una clínica dental, ambos se conocieron mientras estudiaban en la universidad y ambos se vieron atraídos inmediatamente el uno por el otro. Hasta la página 25 la historia es la más típica del mundo, de hecho, por este motivo en concreto, me costó en un primer momento conectar con el narrador, los personajes y la propia trama. Ese recurso explotado hasta la saciedad junto con la típica sucesión de acontecimientos casi consiguen que abandonase su lectura por un tiempo, y digo casi porque fue pasar la página 25 y a continuación encontrarme algo más interesante dentro de lo habitual. Por un momento creí que Jane Smiley no tendría nada que aportarme de cara a una lectura más profunda y ya puestos en mis ganas de saciar ese apetito lector que arrastraba desde hacía días. Una confesión, que casi pasa desapercibida para el propio Dave, provoca el cataclismo de proporciones épicas en un núcleo familiar que podríamos definir como tradicional. "Nunca jamás volveré a ser feliz" suelta de pronto Dana mientras va con su marido en coche. Ella piensa que él no le ha oído, ya que sus palabras se enredan en un murmullo, pero Dave las ha escuchado perfectamente, es tal la nitidez con la que se graban en su cabeza que serán muchas las preguntas que le asalten a la cabeza desde ese preciso instante. Ese y no otro va a ser el motivo que vehicule el resto de esta breve novela acabando con la tranquilidad de un esposo hasta el momento poco interesante a nivel de personaje. ¿Estará Dana engañándole con otro hombre? ¿Estará enamorada de él? ¿Por qué se lo ha ocultado todo este tiempo?... Estos y otros interrogantes no dejan de revolotear al rededor de la cabeza de Dave quien, ante la situación que supondría dar al traste con un matrimonio de tantos años y unas hijas maravillosas, toma la decisión de salvarlo todo fingiendo no saber nada del asunto, dicho de otro modo, evitar que Dana descubra que sabe de la existencia de un segundo hombre en su vida. Pero las dudas están ahí, le asaltan a todas horas, perturbando su vida, mezclándose con la cotidianeidad, afectándola involuntariamente. Con todo esto, y a pesar de ese interesante juego de sospechas y fingimientos - cosa que se hubiese solucionado con confianza y sinceridad, pero claro, en ese caso nos hubiéramos quedado sin novela - los personajes de Dave y Dana no han conseguido convencerme, ya que los encontré demasiado pegados a los arquetipos habituales. Sin embargo, no me sucedió lo mismo con las hijas, cuya construcción es perfecta y original desde un punto de vista literario. Sus diferentes personalidades están perfectamente perfiladas y conectadas con los sentidos. Lizzie, la mayor, tiene unos ojos enormes y reacciona ante cualquier estímulo visual. Stephanie, la segunda, lo escucha todo para luego actuar. Y la menor, Leah, es todo piel, por lo que necesita ser abrazada. El modo en el que estas tres niñas interactúan entre ellas y con la delicada situación de sus padres - no dejan de ser así mismo víctimas de lo acontecido - es una clase magistral de ingenio y técnica literaria. Más allá de eso, La edad del desconsuelo ha resultado ser uno de esos libros que no ha acabado de cuajar en mi cabeza. Esperemos que su siguiente novela, que si todo va bien se publicará cuando todo esto pase, consigue al menos llevarme por caminos poco transitados del amor. 


En la novela de Jane Smiley, Dave asegura haber alcanzado la edad del desconsuelo exactamente a los treinta y cinco años de edad. Una edad que más que con el exceso del conocimiento acerca de las vicisitudes y tortuosos caminos que conlleva el vivir, él la relaciona con los impedimentos entre las circunstancias personales y las del resto del mundo, las cuales son dinamitadas y sepultadas bajo toneladas de escombros. Como un edificio cuya utilidad y esplendor han pasado a mejor vida y es hora de construir sobre sus cenizas una nueva criatura de hormigón y acero. Esa es la opinión de Dave, un personaje ficticio salido de una consolidada escritora norteamericana. Pero, y a riesgo de frivolizar un poco al respecto, pienso que una de las pocas grandezas que esta breve novela nos puede aportar es precisamente la potencia de su mensaje. Ese discurso descorazonador, deprimente, asfixiante en muchos casos, que nos oprime los pulmones hasta vaciarlos de aire. Una reflexión que llega a mi generación, la de la precariedad, la de la incertidumbre y del presente más inmediato multiplicada y deformada. Cayendo como una pesada piedra desde un empinado acantilado, haciéndose añicos en el momento de su impacto contra el rocoso suelo de la montaña. Tal vez, precisamente por eso, me haya costado tanto reseñar La edad del desconsuelo, porque en cierto modo, y tomando bastante distancia del testimonio de Dave, me encuentro en ella, personalizada y plagada de mil y un circunstancias, pero sí, lo estoy. Pero a diferencia del protagonista y narrador de la historia, a nosotras/os ni siquiera podemos imaginar lo que él tiene y que considera objeto de su desconsuelo. Esa mentalidad cortoplacista en la que nos hemos educado a la fuerza y a trompicones nos impide ver más allá de la semana que viene o del mes que viene, por lo que temas como la maternidad, el acceso a una vivienda digna, a un trabajo justamente remunerado ni siquiera se vislumbran en el horizonte. Y no por falta de ganas, sino porque el sistema nos ha arrebatado la capacidad de pensar en todo ello. Hemos asociado trabajo con plenitud y felicidad, hemos comprado las promesas de prosperidad con esfuerzo, educación  y dedicación y hasta, en medio del clima actual, somos de los que tendemos a reinventarnos más. Pero nadie nos preparó para el baño de realidad, ese ardiente cubo de agua que quema los sueños, la paciencia y las expectativas generadas desde la más tierna e ingenua adolescencia. Las quemaduras escuecen, están llenas de pus, algunas son muy graves, pero no queda otra que curarlas - o medio sanarlas - y tirar hacia adelante, soportando más golpes, impidiendo que la fuerza quiebre nuestro junco, seguir en pie, volvernos de hierro para endurecer nuestra piel... ¿Os suena verdad? Llevo días escuchándola cada vez que salíamos al balcón a aplaudir y hasta ahora no me había percatado de la ironía que entraña. No se si la novela de Smiley es la mejor opción para leer durante la desescalada, pero lo que sí se es que no hay que darle la espalda a la realidad traumática del desamor, aunque sea a través del lenguaje novelístico, aunque ello implique deprimirnos aún más de lo que ya estamos. De lo contrario, pensaremos que es una invención, como esa generación castigada por dos crisis que, según los señoros de turno, no tienen derecho a quejarse porque no pegan un palo al agua. 

La edad del desconsuelo: una historia de desconfianza, incomunicación, paternidad, preguntas obsesivas, murmullos convertidos en bombas atómicas, matrimonio, confesión... Un libro que, visto de esta forma, tal vez debamos leer cuando la telaraña del Coronavirus deje de pegarse a nuestra piel, 

Frases o párrafos favoritos: 

"Tengo treinta y cinco años y creo que he alcanzado la edad del desconsuelo (…). Es por lo que sabemos, ahora que - a nuestro pesar - hemos dejado de pensar en ello. No es solo que sepamos que el amor se acaba, que nos roban a los hijos, que nuestros padres mueren sintiendo que sus vidas no han valido la pena. No es solo eso (…) Es más bien que las barreras entre nuestras propias circunstancias y las del resto del mundo se han derrumbado a pesar de todo, a pesar de toda la educación recibida."

¡Un saludo, a seguir leyendo y ánimo!

Cortesía de Sexto Piso

jueves, 14 de mayo de 2020

RESEÑA: Olga.

OLGA

Título: Olga. 

Autor: Bernhard Schlink (Bielefeld, 1944) ejerce de juez y vive entre Bonn y Berlín. Su novela El lector fue saludada como un gran acontecimiento literario y ha obtenido numerosos galardones: el premio Hans Fallada de la ciudad de Neumuenster, el premio Welt, el premio italiano Grinzane Cavour, el premio francés Laure Bataillon y el premio Ehrengabe de Düsseldorf Heinrich Society. Después publicó un extraordinario libro de relatos, Amores en fuga. Otras de sus novelas importantes son El regreso, La justicia de Selb (en colaboración con Walter Popp), El engaño de Sleb, El fin de semana y Mentiras de verano. (Fuente: Editorial).


Editorial: Anagrama. 

Idioma: alemán. 

Traductor: Carles Andreu. 

Sinopsis: Olga nace en la parte este del imperio alemán a finales de siglo XIX, sobrevive a dos guerras mundiales y muere en extrañas circunstancias. Su vida, a caballo entre dos siglos, transcurre marcada por la historia. De familia pobre, es criada por su abuela tras la temprana desaparición de sus padres; más adelante se enamora de Herbert, un joven de clase social superior, cuya familia se opone a la relación. Deberán mantener su amor en clandestinidad y después la relación quedará marcada por la distancia, porque Herbert, llevado por el entusiasmo de las guerras coloniales de Bismark, decide alistarse en el ejército. Viajará a África y por América del Sur y mas tarde formará parte de una expedición polar, mientras Olga se queda en casa y le escribe cartas. La novela relata la vida de la protagonista en tres partes y desde tres ángulos complementarios: un narrador en tercera persona, un testimonio en primera - el de un joven que la conoce en los años cincuenta, cuando Olga plancha para su familia - y por último las cartas que la propia Olga le envió durante años a su amado, sin obtener respuesta. (Fuente: Editorial). 

Su lectura me ha parecido: elegante, intensa, con un tríptico narrativo que la ensalza, plagada de momentos que atrapan al lector, oscilante en sus emociones, envolvente, muy esperada... Cuando leí el libro que hoy vuelvo a tener entre mis manos me encontraba en unas circunstancias bastante diferentes a las actuales. En vez de estar encerrada - o semi confinada con la desescalada - a cal y canto, Bernhard Schlink se fue conmigo varias veces a la playa, fue testigo de mis baños de agua salada, se llenó de arena en un pequeño descuido, reposó sobre la ardiente toalla. Me acompañó en las noches de sudor previas al sueño más profundo, en los mediodías de aire acondicionado y telenovela de Antena 3, en las mañanas previas al chapuzón en el Mediterráneo. Recuerdo la fuerza con la que lo agarraba, como si quisiese que se me pegase algo del autor de El lector, como si de aquella forma lograse entrar aún más en una historia ya de por si fascinante. En pocos días había sido testigo de la evolución de un país, de su historia, de sus resplandecientes luces, de sus tenebrosas sombras y de como la vida de un personaje tan anecdótico acaba erigiéndose y resultando representativa de todo un siglo europeo. Nadie, ni siquiera aquella lluvia que nos sorprendió casi al final de mi estancia en dicho lugar, logró perturbar la más memorable de las lecturas. Al menos de las acontecidas en aquel lejano y añorado verano de 2019. Hoy, a las puertas de las vacaciones más extrañas y atípicas de la historia, no dejo de pensar en todo aquello. De ahí que quisiese recuperar la novela que, irremediablemente, he acabado asociando con un tiempo que jamás volverá. O al menos hasta que una vacuna nos haga salir de la "nueva normalidad". Un nombre de mujer - que paradójicamente jamás se me habría ocurrido para dar título a un libro - me evoca vivencias pasadas, consigue ahogarme en nostalgia, pero su luz también apacigua la larga espera. Olga: una mujer, la sombra de Bismark y unas cartas sin respuesta. 


Cuando tuve noticias de que Bernhard Schlink iba a publicar nueva novela, y en concreto esta novela, algo en mi cabeza me decía que debía regresar a él. Lo descubrí tiempo atrás, y al igual que muchas y muchos de vosotros, a través de una novela que no sólo me entusiasmó, sino que suscitó una serie de reflexiones entorno a la ética y la moral en relación a uno de los procesos judiciales más tristes y famosos de la historia. Hablamos por supuesto de los juicios de Núremberg, en los que se juzgaron a los principales dirigentes del régimen Nazi que habían sobrevivido a la guerra o no habían conseguido quitarse la vida previamente. Así como a toda una serie de cargos bajos e intermedios que contribuyeron al funcionamiento de la máquina del horror. Entre ellos algunas mujeres, la mayoría guardianas de algunos de los campos de concentración más mortíferos y en los que, al igual que sus compañeros hombres, no dudaron en mostrar su alto grado de crueldad humana. En medio de ese contexto - que no de dicho juicio -  de reparación y condena, Bernhard Schlink se inventa un personaje, el de Hanna Smichtz, una analfabeta a la que acusan de, no solo ser guardiana de un campo de concentración en Cracovia, también de ser la responsable de la muerte de más de 300 mujeres calcinadas en una iglesia en la que pasaban la noche cuando fueron evacuadas de dicho campo en 1944. Existe un informe que lo prueba, del cual niegan el resto de acusadas, señalando todas ellas a Hanna la responsable del mismo. Pero Hanna, no sabe leer y por tanto no sabe escribir. Es el chivo expiatorio, la que cargará con la culpa en beneficio del resto de ex guardianas. Todo esto, más la tórrida relación que le unió en el pasado al verdadero protagonista del libro - Michael Berg - convertido en un estudiante de derecho y futuro abogado, llevan al lector a emprender un interesante viaje a través de la Alemania de la reconstrucción - física y memorialística - post nazismo y a una trama en la que la los dilemas morales respecto a la responsabilidad o la culpabilidad chocan con un pasado de encuentros sexuales y literarios (Hanna siempre le pedía a Michael que le leyese) en los que el joven no tenía ni idea de quien se escondía bajo esa mujer atractiva y amable veinte años mayor que él. Un verano del amor frente al horror de la verdad. El lector - que así se titula dicho libro - tuvo gran impacto en mi formación lectora que hasta tiré de él para más de un trabajo durante la carrera, especialmente en lo que a memoria histórica se trataba. Por eso, y a pesar de que Bernhard Schlink ha publicado más novelas, ésta última a diferencia del resto me interesó básicamente porque pensaba que regresaría al Schlink de El lector aunque con otra protagonista, otras intenciones por parte del autor pero la misma sensación de estar leyendo algo que trascienda más allá de la palabra escrita. Y lo ha conseguido, vaya si lo ha hecho. 


Para empezar, es importante decir que Olga es un tríptico narrativo. Es decir, una historia narrada a partir de tres voces diferentes. A saber, un narrador omnisciente en tercera persona que cree saberlo todo, un narrador en primera persona correspondiente al personaje de Ferdinand (quien conoce a Olga cuando ella trabajaba planchando para su familia) que tampoco conoce toda la historia y una última narradora - Olga - quien a través de las cartas que le envía a su amado sin respuesta, esta vez sí, nos ofrece la perspectiva que necesitamos para comprender mejor lo que el autor nos quiere contar. Como habéis podido comprobar - lejos de dificultad - esta decisión estructural lejos de entorpecer su lectura contribuye a ensalzarla y a observarla desde todos los puntos de vista posibles, tanto a nivel de personajes, cronologías y formatos. Cada voz tiene su tratamiento, su personalidad, su opinión al respecto de los hechos y hasta su propia sensibilidad. Por lo que es importante conocerlas todas, como quien se adentra en una investigación histórica y pretende abordar un problema concreto del pasado con todos los testimonios posibles. Este experimento literario, si lo hubiese usado alguien más pretencioso y con menos talento, habría sido un fracaso absoluto. Pero de manos de Schlink - uno de los mejores narradores alemanes de la actualidad - esto sólo podía ir a más, hasta convertirse en una de esas novelas involuntariamente didácticas para quien sueñe con triunfar en el mundo de la escritura. Si me tengo que quedar con alguno, en el caso de esta novela me quedo con la correspondencia. Es tan bonito, tan intenso sin entrar en pasteleos cursis y están tan bien escritas que como lectora he llegado casi a emocionarme. Escribir cartas - y en sí el género epistolar - es de lo más difícil en literatura. Un género que por desgracia, y en parte por culpa de las nuevas tecnologías, está cayendo poco a poco en el olvido hasta considerarse, tanto por los lectores como por la crítica, algo completamente denostado. Por lo que, en medio de esta decadencia del género, es de agradecer que de vez en cuando un autor traiga consigo un poco de aire fresco a través de las formas clásicas. En definitiva, una reivindicación totalmente acertada. Seguidamente, es irremediable que eludamos la absoluta y constante presencia de una protagonista, Olga, cuya vida y forma de ser condiciona todo, desde el tono de los narradores hasta las propias reflexiones que esta novela suscita en el lector nada más finalizar su lectura. No hablamos de un personaje temperamental, ni malvado, ni siquiera de una heroína de manual. Olga es inteligente, curiosa, con espíritu de supervivencia e independencia, pero sus orígenes así como las circunstancias que acabarán por convertirla en una mujer marcada por la soledad, el abandono y una invisibilidad que roza el ostracismo. A pesar de su apasionada y clandestina historia de amor con Herbert - hijo de una de las familias más poderosas del lugar que no ve con buenos ojos a Olga por ser de extracción más humilde - a finales del siglo XIX en una Alemania en pleno apogeo imperialista. A pesar de sus esfuerzos - ya que al provenir de una familia pobre siempre lo tendrá más difícil para estudiar - por sacar una plaza en el cuerpo de maestras. A pesar de una relación a distancia con Herbert que, influido por las ideas colonialistas de Bismark, no duda en alistarse en el ejercito y viajar por medio mundo llevando hasta el mismísimo Polo Norte los valores alemanes. Y por supuesto, a pesar de superar y sobrevivir a dos guerra mundiales - con todo lo que ello implica - y acabar planchando para una familia ya siendo una anciana. Sólo en los últimas páginas de la novela (en las que el autor efectúa un giro de guion que te deja con la boca abierta) el lector podrá ser cómplice, pero también testigo de la explosión. De las consecuencias de años de espera, sacrificio y odio contra el que ella misma considera culpable de, ya no sólo su propio drama personal, sino de que aconteciesen los años más oscuros en la historia de Alemania. De ahí que lo que podría haber sido una denuncia partiendo de lo íntimo e individual, acabe convirtiéndose en una crítica bestial y colectiva hacia el colonialismo y en especial a la figura de Otto von Bismark. Uno de los máximos exponentes de la ideología imperialista alemana. A diferencia de en El lector, en el que Schlink se detenía en clave judicial en evidenciar la barbarie nazi, en Olga realiza un ejercicio más literario y más cercano a los orígenes de ésta. Ya que a través de los narradores al mismo tiempo que se nos cuenta la historia de Olga, Schlink ofrece una panorámica que recorre la evolución de la nación alemana desde finales del siglo XIX hasta los años 70 del XX, situando el germen del mal (por llamarlo de alguna manera) en la política expansionista de Bismark. Una crítica tan audaz como plausible que de seguro habrá provocado algún debate en una Alemania, la del 2020, plenamente democrática, con una de las mejores líderes que ha dado la historia reciente pero con fantasmas totalitarios resucitando de unas tumbas que creíamos completamente selladas. 


Pero si hay un tema que vertebra Olga de principio a fin ese es el de espera. Una espera femenina, eterna y que vehiculado prácticamente la historia de nuestro sexo a lo largo del tiempo. Desde aquella Penélope - mito originario de la cuestión - que aguarda la llegada de su esposo Ulises de la Guerra de Troya mientras es pretendida por un montón de hombres y pasa sus días tejiendo un sudario que a la noche deshace para no tener que casarse con ninguno de aquellos acosadores. Ella siempre les prometía que cuando lo acabase se prometería con uno de ellos, pero en realidad, como buena esposa, Penélope espera, espera, espera... Lo que no todo el mundo conoce de dicha historia es que, al regreso de Ulises y enfadado ante la abundancia de pretendientes no dudó en matarlos a todos. Cual hombre henchido por los celos. Cual bestia que no duda en descender a los infiernos con tal de retener - sí, la palabra es la acertada - a una mujer a su lado. Una mujer, Penélope, que por supuesto ignora la cantidad de infidelidades cometidas por su marido durante la citada guerra y el viaje que lo traería de vuelta a casa. Especialmente escalofriante es el cuadro del pintor renacentista Francesco Primaticcio en el que Penélope parece querer decirle algo importante a su amado - la posición de sus manos lo evidencia - pero éste sólo piensa en que lo mire a él - de ahí que dirija con su mano la cabeza de ella para que sus ojos se topen con los suyos - anulando por completo las palabras de Penélope. Es tan sutil y tan delicado el gesto que pinta Primaticco que consigue ocultar el machismo bajo la idealización del amor romántico. También se nos ha vendido la idea de que todos los pretendientes eran hombres sin corazón, ruines, acosadores natos que lo único que querían era hacer daño a Penélope. De ahí que se justifique la violencia extrema de Ulises. Pero ¿y si no fuera así? ¿Y si le preguntásemos a la propia Penélope? ¿Y si de entre todos ellos hubo un pretendiente que se saliese de la norma? ¿Uno que la amase de verdad, y lo más importante, que la respetase y la tratase de igual a igual? Esta claro que el contexto que parió esta historia no era el más feminista de todos pero, no dejo de pensar en que si la mitología hubiese contado, por ejemplo, que una mujer no era la causante de todas las guerras y enfermedades del mundo, tal vez a día de hoy no se le echaría la culpa al sexo femenino de todo y tendría más peso en la toma de importantes decisiones. Tal vez, si una mujer llamada Europa no hubiese sido violada por Zeus metamorfoseado en Toro, la violencia sexual contra las mujeres no existiría, y mucho menos toda esa cultura de la violación que la ampara. Y por supuesto, si Penélope se hubiese ido con uno de sus pretendientes - o ella sola - de casa, es muy posible que las mujeres dejásemos de ser eternas esperadoras de hombres. Un famoso anuncio de la época franquista instaba a las mujeres a aguardar la llegada del marido con la cena hecha, emperifolladas y con copa de vino en mano para ofrecérsela nada más cruzar el umbral de la puerta. Por no hablar de aquellas mujeres que, angustiadas, esperan noticias de sus parejas en la agónica distancia mientras ellos luchan voluntariamente en una guerra absurda. Olga - protagonista de la novela de Bernhard Schlink - es la Penélope contemporánea, la que en vez de tejer escribe cartas a su amor, unas misivas nunca respondidas y que acrecientan más su tristeza con el paso del tiempo. Un mar de lágrimas, ira e incomprensión del que como lectores somos testigos. Un vaso a punto de colmarse del que deberíamos reflexionar todas y todos más allá de una preciosa y pertinente evocación del mito. 

Olga: una historia de amor, eterna espera, diferencias sociales, colonialismo, imperialismo, resentimiento, memoria, historia... Una novela de reencuentros entre escritor y lectora devota de las buenas y sufridas tramas. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Tuvimos que aprender a esperar. Hoy todos vais en coche y en avión y habláis por teléfono y pensáis que el otro está siempre disponible. Pero, en el amor, el otro nunca está disponible. A pesar de la resignación con que la señorita Rinke rememoraba las ausencias de Herbert, el anhelo que la inmensidad interminable provocaba en él seguía contrariándola."

¡Un saludo, a seguir leyendo y ánimo!

Cortesía de: Bookish

sábado, 9 de mayo de 2020

RESEÑA: Damas asesinas.

DAMAS ASESINAS

Título: Damas asesinas. 

Autora: Tori Telfer. Es una escritora y periodista norteamericana. Sus artículos han aparecido en medios como The Believer, Vice, Rolling Stone y The Atlantic. Ha trabajado en una revista infantil como lectora en pruebas y editora académica. Actualmente vive en Nueva York con su marido. Damas asesinas es su primer libro. (Fuente: Editorial). 


Editorial: Impedimenta. 

Idioma: inglés. 

Traductora: Alicia Frieyro Gutiérrez. 

Sinopsis: Al hablar sobre los criminales más letales de la historia, siempre pensamos en Jack el destripador, Ted Bundy o John Wayne Gacy. De hecho, en 1998, el FBI afirmó que las asesinas en serie "no existían". Pero ¿qué hay de la infame condesa Erzsébet Bathory - apodada "la Condesa Sangrienta" -, de Mary Ann Cotton - virtuosa del "arsénico sin compasión" -, de Darya Nikolayevna Saltykova - la "Torturadora Rusa" -, de Nannie Doss - "la Abuelita Risueña" -, de Alice Kyteler - "la Hechicera de Kilkenny" - o de Kate Bender - "la Bella Rebanadora de Pescuezos" -? Ingenioso y provisto de un enfoque que arrincona las explicaciones fáciles ("lo hizo por amor", "es un asunto hormonal", "un hombre malvado le obligó a hacerlo") y los tópicos machistas ("era una femme fatale o una bruja"), este esclarecedor estudio glosa las actividades agresivas y predatorias que de las mujeres más letales nos han legado para la posteridad. (Fuente: Editorial). 

Su lectura me ha parecido: oscura, interesante, feminista en cuanto a su perspectiva, muy completa, terrorífica, fascinante, impactante, el ensayo que todo amante de la literatura de miedo debe tener o al menos echarle un largo vistazo... Anoche por fin terminé de ver la que sin duda se ha convertido en la serie de mi cuarentena, y recalco lo de "mi cuarentena" porque ésta no ha sido igual para todo el mundo, a saber Mindhunter. Dos temporadas, 16 capítulos en total, con una interesante primera temporada, con una segunda aún mejor, en la que los últimos capítulos de ésta podrían haber constituido el guion de una película independiente de la trama central, en la que la caza al autor de los asesinatos de Atlanta de finales de los 70 se convierte en una reflexión entorno al racismo, la opinión pública, la lentitud burocracia, la política y la doble vara de medir en lo que a investigación criminal se refiere. En definitiva, sin ser una de esas series que más me ha marcado en la vida, no dudo en recomendarla por sus interpretaciones, su libreto y su inquietante trama. En Mindhuner el espectador sigue las vidas y avatares de los agentes del FBI Holden Ford, Bill Tench y la doctora Wendy Carr en sus investigaciones y entrevistas a asesinos en serie en prisión para poder anticiparse y resolver casos en curso. Ed Kemper, Richard Speck, David Berkowitz, Denis Rader y hasta Charles Manson - sin duda uno de los momentos interpretativos más escalofriantes y esperados de la serie - son algunas de las macabras y sangrientas personalidades que desfilan en la pequeña pantalla para provocar que el espectador, a pesar de las barbaridades cometidas, acabe asustado, sintiendo un escalofrío o en última instancia acabar empatizando de alguna manera con ellos. Excepto Manson, el resto se insertan en la categoría de asesinos en serie, siendo en este sentido, los más letales de Estados Unidos, que es donde se desarrolla la ficción de David Fincher. A colación de esto, y lejos de cualquier imaginario seriefilo, cabe rescatar una frase de otro agente del FBI llamado Roy Hazelwood en la que en 1998 afirmaba que "las asesinas en serie no existen". La rotundidad de sus palabras nunca dejará de sorprenderme, y más aún tras haber leído el libro que hoy tengo el placer de reseñar. Tal vez por eso en Mindhunter los protagonistas no entrevisten a ninguna mujer. Tal vez por eso hemos tardado siglos en conocer los nombres de muchas de ellas. Tal vez por eso, y por prejuicios machistas, se nos han ocultado sus identidades. Esta claro que este no es un tema agradable, de hecho la lectura de este ensayos se hace por momentos dura, pero hasta las asesinas en serie sufrieron del imaginario heteropatriarcal. Afortunadamente, ahí está Tori Telfer para hablar de ellas y ofrecer una visión completamente alejada de las versiones oficiales. Damas asesinas: una restauración de la igualdad en el mundo del crimen. 


En primer lugar, y antes de adentrarnos en el perfil de estas asesinas en serie, es importante detenerse unas líneas para dejar claras las intenciones de Tori Telfer, la autora de este monumental, terrorífico y entretenido ensayo. La idea que sobrevuela cada página es clara: Telfer quiere rescatar la figura de estas mujeres y dotarles de una perspectiva de género a mi juicio valiente y necesaria en los tiempos que corren y aunque sus actos fueron moralmente probables. Lejos de buscar la empatía o compasión del lector, Telfer te las muestra tal y como fueron a partir de una bibliografía perfectamente citada. Documentación para cimentar y dar pie, en este caso, a una argumentación feminista de la misma. Los más cortos de miras creerán que de buenas a primeras la autora quiere mitificar a estas mujeres para hacerlas adalides del feminismo contemporáneo de la era Me Too cuando, en realidad, Telfer busca rescatar sus nombres, presentarlos al lector y ofrecerles una perspectiva de género a la hora de responder la eterna pregunta de: "por qué lo hicieron". Tal y como podemos comprobar en la contraportada, cuando pensamos en asesinos en serie inmediatamente se nos vienen a la cabeza personajes como "Jack el Destripador", el "Carnicero de Berlín" o tantos otros ya mencionados en el primer párrafo. Sin embargo, fijaos en el detalle de que, inconscientemente, obviamos el género femenino al referirnos a estos sujetos. Como si diéramos por hecho de que, como bien dijo  Roy Hazelwood, las asesinas en serie no existen. Si bien es cierto que en cuanto a porcentaje están muy por debajo de los hombres - a lo largo de la historia se han contabilizado 150 asesinas en serie censadas en estudios serios frente a un millar largo de asesinos varones - eso no es excusa para pasar por alto su existencia. Por no hablar de la manida y falseada creencia de que las mujeres son incapaces de cometer ciertos delitos de sangre, y mucho menos llegar a dejar tras de sí regueros de cadáveres. En general, desde una perspectiva machista, siempre se han considerado más proclives a cometer este tipo de barbaridades el sexo masculino, ya que son más calculadores, meticulosos, agresivos, fríos y poseen la fuerza bruta suficiente como para llevar el asesinato a cabo. Por el contrario, las mujeres somos el ángel del hogar, las nacidas para cuidar y ser cuidadas, las que no podemos valernos por nosotras mismas, las menos beligerantes, las más pasionales... ¿Quién pensaría por aquel entonces que una chica pudiese igualar o superar en crueldad a cualquier hombre? Nótese el tono irónico de la pregunta. De el mismo modo que en el caso de que la policía se topara con una de estas asesinas en serie, los argumentos siempre se reducen a tópicos machistas como "lo hizo por amor", "es un asunto hormonal", "estaba con la regla", "un hombre malvado la obligó a hacerlo", "era una femme fatale" o "era una bruja". Sin elevarlas a los altares ni convertirlas en iconos, Tori Telfer las despoja del argumentario patriarcal que dudaba de su feminidad, que las convertía en seres sin criterio, incapaces de mostrar frialdad, sin una capacidad planificadora o que las creía poseídas por el diablo para contar su historia y demostrar sus motivaciones especificas más allá de cualquier estereotipo. 


Tras el extenso prólogo, la primera gran dama del crimen que inicia lo que sería el contenido principal del libro no es otra que Erzsébet Báthory, más conocida como "La Condesa Sangienta". Sin duda, este personaje tenía que estar sí o sí en un libro de estas características, por no hablar que, en comparación con las otras asesinas en serie que desfilan a lo largo de sus 394 páginas, es la más mediática de todas. Considerada como la criminal con más víctimas a sus espaldas de la historia - 650 en total aunque hay estudios que engrosan aún más la cifra - protagonizó en pleno siglo XVI uno de los episodios más sangrientos que se recuerden en tierras húngaras. Descendiente de Vlad Tepes (recordemos, el príncipe de Valaquia que su sangrienta forma de torturar a sus enemigos inspiró a Bram Stoker para escribir Drácula) y obsesionada con la belleza, no dudaba en infligir a sus doncellas y criados las torturas más despiadadas. Desde cortarles los dedos, quemarlas/os vivos, hasta obligarles a practicar canibalismo o encerrarlos en "La Doncella" un instrumento originario de la inquisición que consistía en una especie de armario con afilados pinchos en su interior. Todo ello auspiciado y teniendo como testigos a Majorova - una bruja que habitaba en el bosque colindante al castillo - y a sus secuaces. Pero sin duda, lo que pasó a la posteridad relacionado con estos brutales acontecimientos era la afición de Báthory de bañarse en la sangre de sus criadas o beberla ante la creencia de que así conseguiría esquivar a la vejez. Hecho que, como bien sugiere el ensayo, muy pocos consideran verídico. Desde entonces, la fascinación entorno a este personaje no ha hecho más que aumentar, llegando a erotizarse o a servir de inspiración para la construcción de personajes femeninos en el terror. Incluso existen investigaciones históricas que apuntan a la teoría de la conspiración, es decir, que esta leyenda negra fuese en realidad un complot de los nobles húngaros para quitarse de en medio a una condesa que, por aquella época se erigía como la más poderosa e influyente del lugar. Verídica o no, lo cierto es que Erzsébet Báthory ha sido una de las pocas asesinas del libro que ha conseguido pasar a la historia. Por otro lado, la segunda asesina en serie más conocida del libro es la inglesa Mary Ann Cotton cuya tortuosa vida inspiró al mismísimo Frank Capra para filmar una de sus mejores películas. Esta virtuosa del arsénico se cargó en el siglo XIX a tres de sus cuatro maridos y tal vez a once de sus trece hijos con esta sustancia letal treinta años antes de que Jack el Destripador sembrase el terror en Whitechapel. En plena Inglaterra victoriana, insalubre y con una alta tasa de mortalidad infantil, Cotton consiguió pasar durante años desapercibida gracias a que la pandemia del tifus - sí, no la del Coronavirus - azotaba gravemente a los barrios humildes de la ciudad y pudo hacer pasar sus muertes por víctimas de la citada enfermedad. Por supuesto, la ciencia forense todavía no estaba al nivel de la de ahora. Finalmente fue detenida y ejecutada en el año 1873 pero sólo por la muerte de uno de sus hijos. 



Además de estas conocidas asesinas en serie, el libro repasa otras criminales menos conocidas pero con perfiles igual de inquietantes e interesantes para quien busque en este libro una lectura más instructiva. Por citar algunas de ellas, Damas asesinas cuenta la historia de la Marquesa de Brinvillers que a mediados del siglo XVIII comenzó a asesinar a sus amantes cuando se cansaba de ellos, la de Anna Marie Hann que tiene el dudoso honor de ser la primera mujer en ser sentenciada en Estados Unidos a la silla eléctrica por haber envenenado a cinco personas a principios de siglo XX o la de la rusa Darya Nicolayevna Saltycova que bajo el mandato de Catalina la Grande asesinó a 38 sirvientes de las maneras más terribles que una o uno se pudiera imaginar. Sin embargo, si me tengo que quedar con un caso en concreto, más allá de mi fascinación por el personaje de Erzsébet Báthory, sinceramente me quedo con el de los "Ángeles de la Muerte" de Nagyrev. A mi juicio el episodio más escalofriante y perturbador de los que Tori Telfer habla en su libro. En este caso se cuenta la historia de como, de la noche a la mañana, las mujeres de una pequeña aldea húngara comenzaron a asesinar a los hombres de dicho lugar. Las motivaciones eran tan variopintas como especialmente inquietantes. Al principio muchas de ellas comenzaron a envenenar a sus parejas que, traumatizadas de lo vivido en la Primera Guerra Mundial, volvían con graves problemas psicológicos y con una ira desmedida que no dudaban en manifestar a través de la violencia de género. Más adelante, los motivos se volvieron cada vez más específicos. Librarse de un matrimonio forzoso, de un padre moribundo, de un niño no deseado, de una boca que alimentar, de un marido alcohólico, de un depredador sexual... En total en aquel lugar conocido hoy en día como el "distrito del crimen" se cometieron entre 45 y 50 asesinatos a mediados de la década de los 20 del pasado siglo. Una de aquellas mujeres se llamaba Zsuzsanna Fazekas a la que no le temblaba la mano a la hora de prescribir el asesinato a sus desesperadas clientas repartiendo veneno como si de un remedio a las migrañas se tratara. A veces incluso era ella misma la que se encargaba de los asesinatos en el caso de que alguna clienta tuviese reparos en llevarlo a cabo. Ante la ausencia de médico y al ser partera de profesión, Zsuzsanna ostentaba un gran poder en la comunidad, hasta el punto que su autoridad e inteligencia intimidaban a los habitantes. Tras una década sin que nadie dijese nada, ya que tenían a todo el pueblo atemorizado, finalmente se detuvo a 34 de aquellas mujeres, siendo finalmente condenadas a muerte dos de ellas. Este caso en concreto no sólo ha conseguido prender una pequeña chispa en mi cabeza para escribir algo inspirado en estos sucesos, también me ha hecho reflexionar entorno a las motivaciones del crimen las cuales, a pesar de ser inmorales, no he podido evitar comprenderlas hasta cierto punto. Dicho esto, sólo me queda lanzar la reflexión que ha protagonizado estos días de encierro entorno a la literatura de terror, y es que en tiempos como en los que nos ha tocado vivir, en los que parece que vivamos en una novela distópica en la que el miedo determina cada uno de nuestros actos, las historias de horror se han convertido en una especie de bálsamo. Como si nos aliviara saber que existe alguien que, aunque sea en el campo de la ficción, lo está pasando peor. Es posible que nos consuele el hecho de la existencia de asesinas en serie que cometieron atrocidades en el pasado, atrocidades que se nos antojan lejanas e imposibles de cometer en los tiempos que corren. ¿De verdad estamos seguras/os de ello? ¿Quién nos asegura que entre nosotros no esté la próxima Erzsébet Báthory? ¿Podemos afirmarlo categóricamente? ¿O las piernas nos comienzan a temblar cuando pensamos en dicha posibilidad? E ahí la esencia del terror y la universalidad de sus temas. 

Damas asesinas: catorce historias de terror, avaricia, poder, supervivencia, machismo, sangre, torturas, infancias rotas, espeluznante sororidad, controversia... Un ensayo para los amantes del género que prefieren cavar y llegar a las profundidades de la perversión humana desde una perspectiva feminista. 

Frases o párrafos favoritos: 

"A las mujeres únicamente se las considera capaces de cometer homicidios de tipo expresivo impulsivo - el asesinato como resultado de una acción en defensa propia, un arrebato de furia, un trastorno hormonal, un ataque de histeria -, no de llevar a cabo homicidios de tipo instrumental-cognitivo, que son premeditados, planificados y se ejecutan a sangre fría."

¡Un saludo, a seguir leyendo y ánimo!

Cortesía de Impedimenta