EL DIABLO SABE MI NOMBRE
Título: El Diablo sabe mi nombre.
Autora: Jacinta Escudos (El Salvador, 1961). Escribe novela, cuento, crónica y ensayo. Se alzó ganadora del los X Juegos Florales de El Salvador 2001, rama cuento, con el libro Crónicas para sentimentales, y del Premio Centroamericano de Novela Mario Monteforte Toledo (2003) con su novela A-B-Sudario. Sus textos se han traducido al inglés, alemán y francés. Aparece en numerosas antologías de América Latina, Estados Unidos y Europa. Ha vivido en Alemania, Costa Rica y Nicaragua. Desde 2010 vive de nuevo en El Salvador, donde imparte talleres literarios. Desde hace once años escribe su columna quincenal "Gabinete Galigari" en el periódico La Prensa Gráfica. Así mismo, se puede acceder a dichas columnas y otros trabajos de la autora a través de su página web jescudos.com.
Editorial: Consonni.
Idioma: castellano.
Sinopsis: Estos cuentos crean un universo propio donde todo está permitido: transformaciones, realidades paralelas, desdoblamientos, antropofagia, mutaciones. Los cuentos que conforman El Diablo sabe mi nombre son muy distintos entre sí, pero tienen dos aspectos en común. Por un lado, la transgresión, el deseo de traspasar una frontera, normalmente imposible, ya sea la frontera entre el sexo masculino y el femenino, entre seres humanos y animales, entre la locura y la cordura o entre la vida y la muerte. Por otro lado, lo onírico. De los 14 relatos, más de la mitad fueron sueños que la autora tuvo y que transformó en cuentos sin pretender hacer una lectura racional de los mismos, dejando hablar a la oscuridad y explorando aquellas zonas profundas que no comprendemos plenamente. Su carácter fantástico los hilvana como libro. A pesar de encontrar en este volumen un profundo disgusto por el ser humano que destruye el medio ambiente y, sobre todo, una notoria rebeldía contra los roles impuestos a hombres y mujeres, los cuentos presentan en la gran mayoría de los casos a personajes que hacen algo para cambiar su suerte.
Su lectura me ha parecido: directa, certera, breve, envolvente, fantástica, oscura, bella en sus devaneos oníricos, natural, terrorífica por momentos... Cuando pensamos en literatura latinoamericana la primera palabra que se nos viene a la cabeza es "boom". Y no es para menos ya que, olvidándose casi siempre de unos antecedentes muy interesantes en los siglos XVII y XIX, en la mayoría de veces nombres como los de Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Juan Rulfo, Octavio Paz, Mario Vargas Llosa o Juan Carlos Onetti se acumulan en los discursos, estudios, tesis doctorales, coloquios y demás soportes etéreos o físicos. No obstante, y a pesar de que a día de hoy muchos de ellos siguen siendo figuras inamovibles dentro del canon, los lectores, así como la intelectualidad, está asistiendo a la irrupción, como si de un terremoto se tratase, de toda una serie de escritoras (en su más amplia mayoría) que están reformulando o directamente transformando de arriba abajo el panorama literario de algunos de los países sudamericanos con mayor tradición en estas lides. En ese sentido, asistimos a dos fenómenos: el de la reivindicación y puesta en valor - sobre todo de las coetáneas al "boom" como Elena Garro, Rosario Ferrer o Gabriela Mistral entre otras - y el de la aparición de toda una generación de autoras que, haciendo suyos géneros literarios hasta ese momento muy europeos o norteamericanos - especialmente el terror y la fantasía - y adaptándolos a la realidad político-social de sus respectivos países, han conseguido cimentar voces propias muy personales y extraordinariamente potentes. En los últimos años nombres como los de Mariana Enríquez (Argentina), Fernanda Melchor (México), Mónica Ojeda (Ecuador), Fernanda Trías (Uruguay), Gabriela Weiner (Perú) o la reciente merecedora del Premio Alfaguara de Novela Pilar Quintana (Colombia) no dejan de regalarnos grandes obras para leer, reflexionar y en algunos casos elevarlas a los altares de la literatura actual. No obstante, de nuevo, los grandes nombres eclipsan otros. Igual no de la misma envergadura mediática y de éxito editorial pero cuyas manos han escrito pequeñas gemas a tener en cuenta, sobre todo en este mundo cambiante y sumido en el poder devorador del capitalismo más atroz. Jacinta Escudos, procedente de uno de los países considerados "periféricos" en lo que a las letras se refiere - El Salvador - es el ejemplo perfecto de que a veces, si se quiere conocer el fenómeno en su máxima expresión, hay que alejarse un poco de Argentina, México o Colombia para adentrarse en literaturas que, si bien son menos conocidas, sus hitos están a la altura del Gótico andino de Mónica Ojeda, del terror subyugante de Mariana Enríquez o la descarnada crítica social de Fernanda Melchor. El diablo sabe mi nombre: la fantasía onírica hecha relato.
Según el escritor Philip K. Dick la diferencia entre un relato corto y una novela reside en la capacidad de la escritora o escritor para la síntesis. Si bien en una novela, policíaca por ejemplo, ahondaría en la figura del criminal (desde una profunda perspectiva psicológica), así como en procurar la sucesión de una serie de elementos que obliguen al lector a empatizar con el protagonista, en el relato simplemente se abordaría el crimen, sin mucha recreación y con un desenlace capaz de descolocar la mente de quien se adentre en él. El golpe, en resumidas cuentas, debe ser rápido, seco y certero. Después ya es tarea de la autora o autor de turno el proveer de una personalidad propia tanto en estilo como en desenlace. Los hay, en esto del arduo arte de escribir finales, que acaban abruptamente, que hilvanan las costuras a la perfección, que por el contrario dejan la puerta abierta a que el lector piense lo que quiera y hasta los que, simplemente, concluyen cuando la acción principal y no da más de si. Poner punto y final a un relato no es tarea fácil, y menos aún cuando éste casi no llega a las tres páginas. Todo tiene que estar muy medido, constreñido, usar las palabras adecuadas para que todo quede patas arriba en unas pocas frases. De ahí que, a pesar de encontrarnos ante unos relatos con cierta tendencia a la recreación y a la abstracción, los de Jacinta Escudos sorprenden por sus desenlaces que, a pesar de cerrarse como un candado, dejan en el lector un necesario poso de reflexión. El Diablo sabe mi nombre se compone de catorce relatos, todos ellos de extraordinaria brevedad, que pivotan al rededor de dos sugerentes temas: la necesidad de transformación en un ente diferente, ya sea ser humano o animal, y el reino del subconsciente. En primer lugar, el deseo por parte de Escudos de traspasar la frontera de lo imposible es patente. De hecho, a medida que me acostumbraba y me empapaba de su forma de narrar, tenía la sensación de que la naturalidad se imponía sobre lo inenarrable. Y es que Escudos, como buena escritora de género fantástico, consigue que te creas y asimiles la metamorfosis más loca o un acto de antropofagia - fuera de los códigos del presente género, totalmente aberrante - con sorprendente normalidad. Y es que en el mundo de lo inexplicable todo tiene cabida. En el que una persona pueda encontrarse con su propio cadáver en (Muerto al lado de mí mismo), en el que desde una mirada simbolista la posesión sexual se alcance literalmente a bocados (Fetiche de un naufragio) o en el que la tensión entre un gato y su ama, con su correspondiente intercambio de roles, provoque una transformación humano-felina (El placer). Respecto al catálogo de animales, el bestiario es inmenso: monos, insectos, caballos... Mis favoritos, los que tienen un cocodrilo y unas serpientes como protagonistas. El primero, por esa la mutación de niña/mujer en cocodrilo y su mutilación como metáfora de la necesidad de revelarse contra los poderes ancestrales y las tradiciones más arraigadas. Y el segundo, por una Medusa alejada de cualquier estereotipo grotesco, patriarcal o desquiciante, enfrentada a la persona que vive en su interior y al dolor al que le somete la Gorgona. Una mujer al fin y al cabo que se lamenta por su aciago destino mientras, las serpientes, no dejan de crecer en su cabellera.
Sin duda uno de los aspectos que más llaman la atención del presente volumen de relatos, además del uso de los sueños como material y base de muchas de las historias que puedes encontrar en su interior, es la abrumadora presencia del amor físico, el erotismo y la sensualidad en cada uno de ellos. Hacía tiempo que no me topaba con una lectura tan sensitiva, tan corporal, tan de piel con piel. De esas que no buscan, dicho vulgarmente, "ponerte cachonda/o", sino retorcer el imaginario existente para presentarte algo nuevo. A ratos perturbadora, oscura, hasta rozar el terror. Pero hermosa en su conjunto. Aquí no sólo encontramos relatos cuyo eje gira entorno a la consumación del acto sexual - como Memoria de Siam o el cuento que da nombre al libro - también al rededor del propio goce, ya sea desde un estado original o a través de una mágica transformación - como es el caso de Cabeza de serpientes -. Hasta un acto tan risible como el masticar comida, en el imaginario literario de Jacinta Escudos, puede esconder lascivia y grandes dosis de placer. En contraposición a esta ensoñación algo pesadillesca - pensaba constantemente en los personajes de El jardín de las delicias del Bosco a la hora de ponerles cuerpo y rostro a los personajes que desfilaban ante mis ojos - a lo largo de su lectura sobrevuela un halo de pesimismo. Y es que, además de hacernos viajar a rincones inexplorados de nuestra imaginación a través de lo inexplicable, Escudos ha querido transmitirnos sus preocupaciones respecto lo peor que anida en el ser humano y su injusta relación con el medio ambiente. Aquí las mujeres se revelan contra lo que se espera de ellas. Y lo hacen a través de la metamorfosis, de su evolución a otro ente diferente al concebido en su origen. Ya sea hombre, pájaro, gato o cocodrilo; cualquier futuro es mejor que el de ser mujer. Sobre todo por el sometimiento, el silencio que se impone sobre sus cuerdas vocales o el riesgo a castración - física o espiritual - por medio de una ablación sexual concreta o la prohibición de hacer palpable su sexualidad al considerarlo un acto provocativo o directamente brujería. La preocupación es evidente, más allá de la simbología atribuida y del carácter misantrópico que algunos han querido ver. De ahí la importancia del formato - relato corto en este caso - para transmitir las inquietudes que a la autora en este caso no dejan de golpear en su cabeza. Inquietudes vertidas con un lirismo contenido que abstrae, absorbe, embriaga. Como ese perfume sin estrenar. Como ese pastel de la infancia. Como esa película que no queremos que acabe por miedo a despertar en un mundo donde lo tangible, lo audible o lo visible duele.
El Diablo sabe mi nombre: catorce relatos de fantasía, terror, erotismo, mitología, mujeres con cuerpo de animal, animales con cuerpo de hombres, estómagos insaciables, imaginación, sueños... La literatura, una vez más, libre de encorsetamientos y asfixias.
Frases o párrafos favoritos:
"Yo nací para ser serpiente.
El cabello, mi voz, el filo de mis ojos. Todo lo indicaba.
Y entonces me deformé. Salió un cuerpo femenino que nada me agradaba, que en todo me estorbaba, que no daba más que problemas.
El cabello quedó. El cabello. Y tal fue la fuerza de mis pensamientos, tan cerca de mi alma, mi cerebro, que los cabellos fueron lo que yo no pude.
Fueron serpientes."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Consonni