miércoles, 27 de enero de 2021

RESEÑA: El Diablo sabe mi nombre.

 EL DIABLO SABE MI NOMBRE


Título: El Diablo sabe mi nombre. 

Autora: Jacinta Escudos (El Salvador, 1961). Escribe novela, cuento, crónica y ensayo. Se alzó ganadora del los X Juegos Florales de El Salvador 2001, rama cuento, con el libro Crónicas para sentimentales, y del Premio Centroamericano de Novela Mario Monteforte Toledo (2003) con su novela A-B-Sudario. Sus textos se han traducido al inglés, alemán y francés. Aparece en numerosas antologías de América Latina, Estados Unidos y Europa. Ha vivido en Alemania, Costa Rica y Nicaragua. Desde 2010 vive de nuevo en El Salvador, donde imparte talleres literarios. Desde hace once años escribe su columna quincenal "Gabinete Galigari" en el periódico La Prensa Gráfica. Así mismo, se puede acceder a dichas columnas y otros trabajos de la autora a través de su página web jescudos.com. 


Editorial: Consonni. 

Idioma: castellano. 

Sinopsis: Estos cuentos crean un universo propio donde todo está permitido: transformaciones, realidades paralelas, desdoblamientos, antropofagia, mutaciones. Los cuentos que conforman El Diablo sabe mi nombre son muy distintos entre sí, pero tienen dos aspectos en común. Por un lado, la transgresión, el deseo de traspasar una frontera, normalmente imposible, ya sea la frontera entre el sexo masculino y el femenino, entre seres humanos y animales, entre la locura y la cordura o entre la vida y la muerte. Por otro lado, lo onírico. De los 14 relatos, más de la mitad fueron sueños que la autora tuvo y que transformó en cuentos sin pretender hacer una lectura racional de los mismos, dejando hablar a la oscuridad y explorando aquellas zonas profundas que no comprendemos plenamente. Su carácter fantástico los hilvana como libro. A pesar de encontrar en este volumen un profundo disgusto por el ser humano que destruye el medio ambiente y, sobre todo, una notoria rebeldía contra los roles impuestos a hombres y mujeres, los cuentos presentan en la gran mayoría de los casos a personajes que hacen algo para cambiar su suerte. 

Su lectura me ha parecido: directa, certera, breve, envolvente, fantástica, oscura, bella en sus devaneos oníricos, natural, terrorífica por momentos... Cuando pensamos en literatura latinoamericana la primera palabra que se nos viene a la cabeza es "boom". Y no es para menos ya que, olvidándose casi siempre de unos antecedentes muy interesantes en los siglos XVII y XIX, en la mayoría de veces nombres como los de Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Juan Rulfo, Octavio Paz, Mario Vargas Llosa o Juan Carlos Onetti se acumulan en los discursos, estudios, tesis doctorales, coloquios y demás soportes etéreos o físicos. No obstante, y a pesar de que a día de hoy muchos de ellos siguen siendo figuras inamovibles dentro del canon, los lectores, así como la intelectualidad, está asistiendo a la irrupción, como si de un terremoto se tratase, de toda una serie de escritoras (en su más amplia mayoría) que están reformulando o directamente transformando de arriba abajo el panorama literario de algunos de los países sudamericanos con mayor tradición en estas lides. En ese sentido, asistimos a dos fenómenos: el de la reivindicación y puesta en valor - sobre todo de las coetáneas al "boom" como Elena Garro, Rosario Ferrer o Gabriela Mistral entre otras - y el de la aparición de toda una generación de autoras que, haciendo suyos géneros literarios hasta ese momento muy europeos o norteamericanos - especialmente el terror y la fantasía - y adaptándolos a la realidad político-social de sus respectivos países, han conseguido cimentar voces propias muy personales y extraordinariamente potentes. En los últimos años nombres como los de Mariana Enríquez (Argentina), Fernanda Melchor (México), Mónica Ojeda (Ecuador), Fernanda Trías (Uruguay), Gabriela Weiner (Perú) o la reciente merecedora del Premio Alfaguara de Novela Pilar Quintana (Colombia) no dejan de regalarnos grandes obras para leer, reflexionar y en algunos casos elevarlas a los altares de la literatura actual. No obstante, de nuevo, los grandes nombres eclipsan otros. Igual no de la misma envergadura mediática y de éxito editorial pero cuyas manos han escrito pequeñas gemas a tener en cuenta, sobre todo en este mundo cambiante y sumido en el poder devorador del capitalismo más atroz. Jacinta Escudos, procedente de uno de los países considerados "periféricos" en lo que a las letras se refiere - El Salvador - es el ejemplo perfecto de que a veces, si se quiere conocer el fenómeno en su máxima expresión, hay que alejarse un poco de Argentina, México o Colombia para adentrarse en literaturas que, si bien son menos conocidas, sus hitos están a la altura del Gótico andino de Mónica Ojeda, del terror subyugante de Mariana Enríquez o la descarnada crítica social de Fernanda Melchor. El diablo sabe mi nombre: la fantasía onírica hecha relato. 


Según el escritor Philip K. Dick la diferencia entre un relato corto y una novela reside en la capacidad de la escritora o escritor para la síntesis. Si bien en una novela, policíaca por ejemplo, ahondaría en la figura del criminal (desde una profunda perspectiva psicológica), así como en procurar la sucesión de una serie de elementos que obliguen al lector a empatizar con el protagonista, en el relato simplemente se abordaría el crimen, sin mucha recreación y con un desenlace capaz de descolocar la mente de quien se adentre en él. El golpe, en resumidas cuentas, debe ser rápido, seco y certero. Después ya es tarea de la autora o autor de turno el proveer de una personalidad propia tanto en estilo como en desenlace. Los hay, en esto del arduo arte de escribir finales, que acaban abruptamente, que hilvanan las costuras a la perfección, que por el contrario dejan la puerta abierta a que el lector piense lo que quiera y hasta los que, simplemente, concluyen cuando la acción principal y no da más de si. Poner punto y final a un relato no es tarea fácil, y menos aún cuando éste casi no llega a las tres páginas. Todo tiene que estar muy medido, constreñido, usar las palabras adecuadas para que todo quede patas arriba en unas pocas frases. De ahí que, a pesar de encontrarnos ante unos relatos con cierta tendencia a la recreación y a la abstracción, los de Jacinta Escudos sorprenden por sus desenlaces que, a pesar de cerrarse como un candado, dejan en el lector un necesario poso de reflexión. El Diablo sabe mi nombre se compone de catorce relatos, todos ellos de extraordinaria brevedad, que pivotan al rededor de dos sugerentes temas: la necesidad de transformación en un ente diferente, ya sea ser humano o animal, y el reino del subconsciente. En primer lugar, el deseo por parte de Escudos de traspasar la frontera de lo imposible es patente. De hecho, a medida que me acostumbraba y me empapaba de su forma de narrar, tenía la sensación de que la naturalidad se imponía sobre lo inenarrable. Y es que Escudos, como buena escritora de género fantástico, consigue que te creas y asimiles la metamorfosis más loca o un acto de antropofagia - fuera de los códigos del presente género, totalmente aberrante -  con sorprendente normalidad. Y es que en el mundo de lo inexplicable todo tiene cabida. En el que una persona pueda encontrarse con su propio cadáver en (Muerto al lado de mí mismo), en el que desde una mirada simbolista la posesión sexual se alcance literalmente a bocados (Fetiche de un naufragio) o en el que la tensión entre un gato y su ama, con su correspondiente intercambio de roles, provoque una transformación humano-felina (El placer). Respecto al catálogo de animales, el bestiario es inmenso: monos, insectos, caballos... Mis favoritos, los que tienen un cocodrilo y unas serpientes como protagonistas. El primero, por esa la mutación de niña/mujer en cocodrilo y su mutilación como metáfora de la necesidad de revelarse contra los poderes ancestrales y las tradiciones más arraigadas. Y el segundo, por una Medusa alejada de cualquier estereotipo grotesco, patriarcal o desquiciante, enfrentada a la persona que vive en su interior y al dolor al que le somete la Gorgona. Una mujer al fin y al cabo que se lamenta por su aciago destino mientras, las serpientes, no dejan de crecer en su cabellera. 


Sin duda uno de los aspectos que más llaman la atención del presente volumen de relatos, además del uso de los sueños como material y base de muchas de las historias que puedes encontrar en su interior, es la abrumadora presencia del amor físico, el erotismo y la sensualidad en cada uno de ellos. Hacía tiempo que no me topaba con una lectura tan sensitiva, tan corporal, tan de piel con piel. De esas que no buscan, dicho vulgarmente, "ponerte cachonda/o", sino retorcer el imaginario existente para presentarte algo nuevo. A ratos perturbadora, oscura, hasta rozar el terror. Pero hermosa en su conjunto. Aquí no sólo encontramos relatos cuyo eje gira entorno a la consumación del acto sexual - como Memoria de Siam o el cuento que da nombre al libro - también al rededor del propio goce, ya sea desde un estado original o a través de una mágica transformación - como es el caso de Cabeza de serpientes -. Hasta un acto tan risible como el masticar comida, en el imaginario literario de Jacinta Escudos, puede esconder lascivia y grandes dosis de placer. En contraposición a esta ensoñación algo pesadillesca - pensaba constantemente en los personajes de El jardín de las delicias del Bosco a la hora de ponerles cuerpo y rostro a los personajes que desfilaban ante mis ojos - a lo largo de su lectura sobrevuela un halo de pesimismo. Y es que, además de hacernos viajar a rincones inexplorados de nuestra imaginación a través de lo inexplicable, Escudos ha querido transmitirnos sus preocupaciones respecto lo peor que anida en el ser humano y su injusta relación con el medio ambiente. Aquí las mujeres se revelan contra lo que se espera de ellas. Y lo hacen a través de la metamorfosis, de su evolución a otro ente diferente al concebido en su origen. Ya sea hombre, pájaro, gato o cocodrilo; cualquier futuro es mejor que el de ser mujer. Sobre todo por el sometimiento, el silencio que se impone sobre sus cuerdas vocales o el riesgo a castración - física o espiritual - por medio de una ablación sexual concreta o la prohibición de hacer palpable su sexualidad al considerarlo un acto provocativo o directamente brujería. La preocupación es evidente, más allá de la simbología atribuida y del carácter misantrópico que algunos han querido ver. De ahí la importancia del formato - relato corto en este caso - para transmitir las inquietudes que a la autora en este caso no dejan de golpear en su cabeza. Inquietudes vertidas con un lirismo contenido que abstrae, absorbe, embriaga. Como ese perfume sin estrenar. Como ese pastel de la infancia. Como esa película que no queremos que acabe por miedo a despertar en un mundo donde lo tangible, lo audible o lo visible duele. 

El Diablo sabe mi nombre: catorce relatos de fantasía, terror, erotismo, mitología, mujeres con cuerpo de animal, animales con cuerpo de hombres, estómagos insaciables, imaginación, sueños... La literatura, una vez más, libre de encorsetamientos y asfixias. 

Frases o párrafos favoritos: 

    "Yo nací para ser serpiente. 
     El cabello, mi voz, el filo de mis ojos. Todo lo indicaba.
    Y entonces me deformé. Salió un cuerpo femenino que nada me agradaba, que en todo me estorbaba, que no daba más que problemas. 
    El cabello quedó. El cabello. Y tal fue la fuerza de mis pensamientos, tan cerca de mi alma, mi cerebro, que los cabellos fueron lo que yo no pude. 
    Fueron serpientes."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Consonni

martes, 19 de enero de 2021

RESEÑA: Berg.

 BERG


Título: Berg. 

Autora: Ann Quin (Brighton 1936-1973). En 1964 publicó su primera novela, Berg, a la que siguieron Three, en 1966, Passages, en 1969 y Tripticks en 1972. Procedente de una familia de clase obrera, fue una figura destacada dentro del movimiento de escritores experimentales británicos de la década de 1960. Poco después de la publicación de Berg, fue galardonada con la beca H.D. Lawrence y vivió dos años en Estados Unidos; allí entró en contacto con grupos hippies y experimentó con numerosas drogas. Después pasó un tiempo en Irlanda y Suecia, donde fue internada en un hospital psiquiátrico. De vuelta a Reino Unido, con una salud mental deteriorada, trabajó como secretaria. Las altas dosis de litio que se suministraba a diario mermaron sin duda su capacidad creativa, por lo que trató de reducirlas. Volvió a Brighton para estar con su madre y allí, una tarde de agosto de 1973, un pescador la vio quitándose la ropa y metiéndose desnuda en el mar. Una semana después se encontró su cuerpo en la costa. 


Editorial: Malas Tierras. 

Idioma original: inglés. 

Sinopsis: "Un hombre llamado Berg, que cambió su nombre por Greb, llegó a una ciudad costera con la intención de matar a su padre." Con esta frase comienza la aclamada primera novela de Ann Quin, cuya obra se ha comparado con la de Samuel Beckett o Nathalie Sarraute. Alistair Berg, un hombre de mediana edad y personalidad obsesiva, descubre el paradero de su padre, del que hacía años que no tenía noticias pero que nunca ha dejado de estar presente en los comentarios de una madre sobreprotectora. Sin revelar su identidad, Berg alquila una habitación contigua a la que su padre comparte con Judith, una mujer mucho más joven que él con la que mantiene una relación bañada en alcohol y salpicada de discusiones. Así, en medio de una espiral de seducción y violencia, Berg tratará de llevar a cabo su propósito enfrentándose a unos personajes secundarios - un gato, un periquito, un muñeco de ventrílocuo y una madre omnipresente - tan absurdos como el humor con el que Quin configura esta obra maestra de la narrativa de vanguardia. 

Su lectura me ha parecido: retorcida, perturbadora, con unos personajes que caminan entre la cordura y la locura, voyeur, divertida (a su manera), compleja, desasosegante, exigente, idónea en tiempos de avasallamiento editorial... Cuando todas y todos estuvimos encerrados entre las paredes que conformaban nuestras Manderleys particulares - lo sé, me puede mi pasión por las novelas de Daphne du Maurier - observábamos, apesadumbrados, como negocios de toda la vida bajaban la persiana para siempre. Lo cual, a los letra heridos nos preocupó enormemente dado que, tras esa carnicería cuyos dueños parecían haber fundado el barrio, esa cafetería en la que te llevas tomando ese delicioso chocolate con churros desde que tienes uso de razón o esa reliquia atemporal llamada "paquetería", podía ser el fin también de esa librería céntrica, de privilegiado enclave que lleva abierta desde antes de la Guerra Civil. Las editoriales, en un esfuerzo sin precedentes, comenzaron a dinamizar sus canales de comunicación, avanzando en algunos casos, todas esas novedades que por culpa de la Covid-19 no iban a encontrar lectores hasta que se levantasen las restricciones. Portadas bellísimas, grosores apetitosos e historias, por entonces, huérfanas de ávidos lectores que las supieran apreciar. Entre la incertidumbre y el temor a la desaparición de sellos muy queridos, así como de los templos que se encargan de custodiarlos y venderlos, convivimos durante meses hasta que, un buen día, pudimos salir a la calle. Primero fueron las más pequeñas, en las que los aforos eran fácilmente controlables - lo cual favoreció a todas aquellas librerías de barrio que aguardaban pacientemente su apertura - y a medida que iban pasando los meses, en consonancia con una política de desescalada no exenta de polémica, fueron abriendo el resto, hasta llegar a las grandes superficies. Los tiburones mediáticos estaban listos para comerse a los más humildes, o al menos a seguir intentándolo. Poco a poco las estanterías, recubiertas de una tela de polvo durante los meses de confinamiento, comenzaron a acoger las novedades más acuciantes. El proceso fue rápido, demasiado tal vez, como si las editoriales quisiesen librarse por fin de aquellos títulos guardados en almacenes tras pasar por imprenta. Por fin dejarían de ser fantasmas, pesadillas, recuerdos de un mal sueño para convertirse en preciados tesoros literarios. Sin embargo, los grandes grupos, así como los omnipresentes autores de siempre comenzaron a ganar más y más terreno, desplazando a todos aquellos que, desde una valentía digna de reconocimiento, decidieron apostar por clásicos - universales o contemporáneos - voces nuevas dentro de nuestro panorama literario, así como épicos rescates - con sus correspondientes traducciones - en un intento por acercar al lector historias en los márgenes, alejadas de lo comercial, con gran impronta estilística. La novela que hoy reposa sobre mis manos de nuevo es un claro ejemplo de ello. Llegó en el verano del 2020, cuando las mascarillas se hicieron obligatorias y la mayoría de novedades editoriales se habían quemado a la velocidad del rayo. Cuando todos deseábamos redescubrir nuestro país al tiempo que la literatura seguía recordándonos que, por muchas protecciones que tomásemos, seguíamos estando expuestos al virus del momento y a otra clase de enfermedades como el resentimiento o la venganza; ambas muy presentes en el libro. Berg: el secreto mejor guardado de la literatura británica. 


El Londres de la década de los 60 era una ciudad abierta, vibrante, deseosa de superar las secuelas que la Segunda Guerra Mundial había dejado en su paisaje físico y social. Un lugar donde acudían todos los jóvenes venidos de cualquier parte del país en busca de libertad, ambición y hambre creativa. Cualquier trabajo, por simple que fuera, les daba para cortar dependencias familiares - ahora mismo esto es casi imposible - y mudarse a la gran urbe para vivir, cuanto más lejos mejor, de lo que hasta ese momento había sido su existencia. La revolución juvenil estaba en auge, al igual que el LSD, los roqueros, los primeros hippies y la música Jazz. No es de extrañar que, al rededor de estos nuevos estilos de música, así como de los inicios de lo que años más tarde se conocerá como contracultura, surgieran numerosos grupos de intelectuales que buscasen precisamente eso, desquitarse de las antiguas formas para innovar a a través de disciplinas tan diversas como la literatura, el teatro o el cine por ejemplo. Ann Quin, autora de la presente novela, fue una de aquellas jóvenes integrantes del Swinging London. Procedente de Brighton, tradicional retiro de la jet set inglesa de principios de siglo XX y en la década de los 60 paraíso vacacional para la creciente clase media británica, Quin pronto destacó como una de las escritoras más potentes y subversivas del panorama literario inglés. Todo ello gracias a la publicación, a los 28 años de edad, de Berg, una de las óperas primas más impresionantes que he leído en años. Su trama es bien sencilla: Greb, en realidad llamado Berg, es un vendedor de tónicos capilares, obsesivo y que todavía vive con una madre extraordinariamente sobreprotectora (rayando el delirio) que, en aras de cumplir con su particular vendetta - buscar a su padre para matarlo - se enreda en una serie de situaciones de las que difícilmente puede escapar. A priori, si nos atenemos a la breve sinopsis que aquí os planteo, puede parecer el típico Thriller Policial de palo. Pero lo que de verdad encontramos en Berg es precisamente una sátira tanto al género policiaco por un lado como de las tragedias clásicas de la antigua Grecia por otro. Si, en primer lugar, en una novela protagonizada por Sherlock Holmes, por citar el ejemplo más clásico, la trama gira entorno a un misterio por resolver, en el libro de Quin el misterio parece estar resuelto y además no parece consumarse. Y en segundo lugar, si en las obras de teatro de Sófocles o Esquilo los personajes hayan la redención a través de las desgracias que sufren por su justo castigo a las malas acciones cometidas, en Berg, a pesar del sufrimiento de los protagonistas, la autora les niega su trascendencia y cualquier posibilidad de enmendar los errores perpetrados. Todo es sorpresivo en Berg, desde esa inversión de lo tradicional - en cuanto a géneros literarios se refiere - a esa intención inminentemente experimental - mezclando los pensamientos alucinógenos de Greb-Berg con unos párrafos de oscura belleza - pasando por los diversos elementos surrealistas que aparecen a lo largo de la novela - el muñeco ventrílocuo que siempre acompaña a la madre del protagonista - así como los más grotescos - ojos de cristal, la taxidermia, ese tabique que cruje o las manchas de extrañas formas que hay en la pared -. Pero sobre todo ello, lo que a mi juicio (siempre subjetivo y muy personal) hace de esta novela una experiencia lectora única: lo autobiográfico entre lo irreal. 


Si nos quedásemos en la superficie de la crítica, nos referiríamos a Berg como una novela experimental a muchos niveles, además de poseer uno de los inicios más potentes de cuantos existan en la literatura - lo cual es absolutamente cierto -. No obstante, debemos sumergirnos en sus profundidades, bucearlo, explorarlo, para descubrir que Berg (lejos de ser una lectura que por su estilo exige un plus de exigencia al lector) es la propia historia de su autora, o al menos de algunos retazos de su vida antes de la escritura del presente texto. Para empezar, y a pesar de que no se especifica en ningún momento, los lectores han acabado por enmarcar la trama en Brighton. Una ciudad en temporada baja tras el verano y en la que, precisamente, nació Ann Quin en el año 1936. Siguiendo este rastro autobiográfico, como si de las miguitas de pan de Hansel y Gretel se tratasen, nos percatamos de las similitudes entre el protagonista (ese Berg oculto bajo el nombre de Greb) y la propia autora. Ambos surgidos de entornos humildes, ambos con conflictos e inquietudes internas comunes, ambos marcados, por un lado, por la férrea presencia materna, y por el otro, por la ausencia del padre. Obviamente Ann Quin llevó ambos aspectos hasta el límite de lo perturbador y lo moralmente reprochable. En el caso de la madre, Edith, retratándola como una mujer dolida por el abandono de su marido e invadida por una especie de sobreprotección casi enfermiza respecto al personaje de Greb-Berg. Como si se transformara en una de las arañas de Louise Bourgeois cada vez que la independencia de su hijo, y por tanto, la temida soledad acechan en el horizonte. De hecho, es tal el poder que ejerce Edith sobre su hijo que, una vez asumida su precaria independencia, éste no consigue quitarse su rostro, sus costumbres y palabras de la cabeza. Respecto al padre, el protagonista lo encuentra alcoholizado, deambulado por los muelles del puerto y conviviendo con Judith, su joven amante, con quien discute a todas horas. En un intento por llevar a cabo su venganza, como consecuencia de los años de abandono paterno, Greb-Berg se instalará en un una habitación pegada a la de los dos amantes. Es allí donde, a través de un endeble tabique y cierto voyerismo, irá escuchando sus conversaciones y retrasando el plan inicial a la espera de seguir descifrando lo que sucede al otro lado, entre gritos y caricias, entre cristales rotos y gemidos. Las críticas de su tiempo señalaron la falta de realismo en su relato si su intención, como acabamos de apuntar, era de hablar de sí misma a través de un personaje inventado. Sin embargo, y contrariando a dichas plumas, sostengo que el estilo empleado (ya sea más tangible o más irreal) es totalmente aceptable siempre que el mensaje llegue a buen puerto. Y es que más allá de todos los ornamentos y la historia en la que Greb-Berg se va enredando él solo, Berg cuenta, en última instancia la dura experiencia de crecer sin padre en la Inglaterra de postguerra, una Inglaterra que buscaba sanar las heridas, al igual que sus habitantes, sumidos en una depresión posbélica con sabor a patata cocida. Dicho esto, sólo me queda aplaudir a las editoriales Malas Tierras y a Underwod - ambas unieron fuerzas para reeditarlo de la mejor forma posible - y animaros a traspasar el umbral de las novedades para husmear en la estantería. A lo mejor salváis un libro del peligro de ser olvidado. 

Berg: una historia de obsesión, malévolos planes, sexo, intriga, amor materno, sátira, humor negrísimo, ausencia, decrepitud... La exigencia nunca trajo mejor recompensa. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Un hombre llamado Berg, que cambió su nombre por Greb, llegó a una ciudad costera con la intención de matar a su padre."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Malas Tierras

jueves, 14 de enero de 2021

RESEÑA: Vestidas de azul. Análisis social y cinematográfico de la mujer transexual en los años de la Transición Española.

 VESTIDAS DE AZUL

ANALISIS SOCIAL Y CINEMATOGRÁFICO DE LA MUJER TRANSEXUAL EN LOS AÑOS DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA


Título: Vestidas de azul. Análisis social y cinematográfico de la mujer transexual en los años de la Transición Española. 

Autora: Valeria Vegas (Valencia, 1985) es licenciada en Comunicación Audiovisual. Desde el año 2015 escribe en medios como Vanity Fair, Shangay, Lecturas y Jot Down, entre otros. Es autora de los libros Grandes actrices del cine español (2015) y Ni puta ni santa. Las memorias de la Veneno (20016), biografía de Cristina Ortiz, mujer transexual y controvertido personaje televisivo de los años 90. Ha dirigido Manolita, la Chen de Arcos, galardonado como mejor documental español en el festival LesGaiCineMad 2016 y que recoge el testimonio y vivencias de la primera madre transexual que logró adoptar en España. Vestidas de azul. Análisis social y cinematográfico de la mujer transexual en los años de la Transición Española (2019) y Libérate. La cultura LGTBQ que abrió camino en España (2020) son sus últimos ensayos publicados. 


Editorial: Dos Bigotes. 

Idioma: español.

Sinopsis: Vestida de azul de Antonio Giménez-Rico fue el primer documental español protagonizado por seis mujeres transexuales que se estrenó en salas comerciales. Hoy, 35 años después y con la perspectiva que da el paso del tiempo, la periodista Valeria Vegas analiza cómo los medios y el cine abordaban la transexualidad en una época verdaderamente hostil para un colectivo tan expuesto como minoritario. A través de las circunstancias que rodearon a Eva, Loren, Tamara, Josette, Nacha y Renée, la autora indaga en aspectos como la prostitución, el espectáculo, la exclusión social o las leyes opresoras. Sus vidas son también las de otras muchas mujeres para las que no siempre la democracia fue sinónimo de libertad. 

Su lectura me ha parecido: amena, interesante, exhaustivamente documentada, plagada de sororidad trans, minuciosa, cinematográfica, importante en cuanto a su valor testimonial, necesaria para estos tiempos y los venideros... Hace unas semanas tuve el privilegio de asistir a la exposición Des/orden Moral. Arte y sexualidad en la Europa de entreguerras en el IVAM (Institut Valencià d´Art Modern). Un paseo a través de la pintura, el cine, la fotografía, el dibujo, la escultura, la literatura y demás soportes artísticos que sin duda quedará alojado para siempre en mi memoria. A lo largo de todo el recorrido entre paredes oscuras, proyecciones en penumbra y cortinas rojas - y siempre con un ojo puesto en las flechas del suelo, una consecuencia más de la pandemia de la Covid-19 - las imágenes saltaban del lienzo para colarse en un imaginario que, aunque existente, no siempre ha conseguido colarse en nuestra cultura popular. La prostitución desfigurada y grotesca a través de los ojos de Otto Dix - veterano de la Primera Guerra Mundial al que el Nazismo le colocó la etiqueta de "artista degenerado" - las revistas porno de los años 20 y 30 - la desnudez de los cuerpos, tanto el masculino como el femenino, aún me sigue sorprendiendo - fragmentos de una primera película de temática homosexual rodada en el Berlín de la crisis económica y los cabarets - cuyo director fue un defensor de los derechos de la comunidad LGTBI en un momento en el que la sororidad del colectivo se reducía al ostracismo de la clandestinidad - la transexualidad - con los retratos que la pintora Gerda Wegener le hizo a su marido Einar Wegener, posteriormente conocida como Lili Elbe, siendo la primera persona trans en someterse a una operación de cambio de sexo a principios de siglo XX - así como la presencia de textos y fotografías de algunos de los iconos más importantes de la comunidad - como Virginia Woolf, Federico Grcía Lorca, Josephine Baker u Oscar Wilde entre otros -. Por supuesto, la exposición también incluía un apartado dedicado a las ideologías totalitarias y a como éstas acabaron por socavar aún más la clandestinidad o tirar por tierra la ligera visibilidad que ésta tenía en tiempos anteriores a su llegada en los años 30. Allí no podían faltar ni un fragmento del documental El triunfo de la voluntad, algunas esculturas del busto de Mussolini, imágenes de los numerosos monumentos que se levantaron a lo largo y ancho de la Unión Soviética glorificando el cuerpo del trabajador y, por supuesto, instantáneas más patrias. Esas en las que asistimos a una clase de costura de la Sección Femenina, a una fiesta donde las mujeres alzan el brazo jubilosas sin importar sus connotaciones fascistas y a un fastuoso Domingo de Ramos. Cuesta creer que entre doctrina franquista y señoras de luto y mantilla pudieran existir otras realidades más diversas, plurales, libres. Alejadas de esa España blanco y negro que, además de pasar hambre, castigaba la disidencia a golpe de tortura, cárcel o muerte. Y sí, las hubo, al principio escondidas, por miedo a las represalias, pero poco a poco, a medida que menguaba la salud del dictador, las voces ocultas comenzaron a hablar, a hacerse notar, a protestar. Sin embargo, no fue hasta hace cuatro días cuando, por fin, podemos acceder al conocimiento de sus vidas y experiencias. A la realidad de las mujeres trans de hace treinta y siete años en un país donde, a pesar de que la democracia daba sus primeros pasos, todavía seguían sufriendo el desprecio institucional y social. Vestidas de azul: un testimonio de trascendencia intergeneracional.  


Durante el invierno de 1984 se proyectó en los cines españoles un documental que bajo el título Vestida de azul venía a contar la historia de seis mujeres transexuales para, en el fondo, retratar unas condiciones, una situación y una época en la que, a pesar de los avances políticos-sociales, todavía se seguía discriminando por el simple hecho de sentirte mujer aún habiendo nacido varón. Hecho al que, si añadimos la confusión de términos y la desinformación imperante - ante esa falta de visibilidad - hacía de la vida de Eva, Loren, Tamara, Josette, Nacha y Renée un camino plagado de obstáculos. Seguramente su director, Antonio Gómez-Rico, jamás imaginó que el que fuera su documental más polémico en su momento fuese objeto de estudio, análisis y crítica extra cinematográfica por parte de Valeria Vegas. Una de las periodistas más en alza en este país gracias, en parte, a la publicación de las memorias de La Veneno en el año 2006. Popularidad que explotaría en el pasado 2020 con la adaptación en forma de serie de dicho libro por parte de los directores Javier Ambrossi y Javier Calvo, así como la presencia, dentro de la ficción, de un personaje inspirado en la propia Valeria con el que, no sólo asistimos a su relación con Cristina Ortiz y al proceso de escritura del texto, sino que además somos testigos de su propio descubrimiento, autoconciencia y transición de hombre a mujer. Eventos seriéfilos a parte, lo cierto es que una accede a una lectura así con las expectativas por las nubes, y no solo por quien lo firma, también por la complejidad del tema que se aborda en última instancia. Y sí, las expectativas se cumplen, hasta rebasar incluso. Si la o el lector no conoce este documental en concreto, tiene poca idea de cine español - y mucho menos desde el plano de la no ficción - o desconoce gran parte de la historia de la cultura y la comunidad LGTBI en España no pasa absolutamente nada. El carácter divulgativo que Vegas imprime en cada uno de los capítulos, su adecuada ordenación (prestando mucha atención a los antecedentes, coqueteando de este modo con el ensayo histórico), su disertación puramente cinematográfica (desprendiéndose de tecnicismos propios para que la lectura no resulte un autentico peñazo), su basto conocimiento sobre el cine español, de la Transición Española y de la comunidad LGTBI en esos años, su propia experiencia como mujer trans, las entrevistas, así como la bibliografía que podemos encontrar al final de su lectura hacen de Vestidas de azul - entiéndase el pertinente cambio del título - un texto no sólo interesante a nivel intelectual, también único en su concepción. Porque si por algo destaca el presente ensayo es por su pretensión a la hora de traspasar la pantalla, de ir más allá, de crear un nuevo relato al rededor de estas mujeres trans otorgándoles una necesaria visibilidad anteriormente negada. Un ejercicio de documentación y de análisis exhaustivo para iniciar un recorrido, a través del cual, el lector comprenderá que derechos y representación no siempre van de la mano. Un camino en el que sí, hemos cambiado, hemos avanzado, pero en el que un peligro llamado extrema derecha pretende tornar a esas realidades agazapadas, atemorizadas. 


Todo en Vestidas de azul sorprende. Desde esa falta de sororidad en el colectivo - en esa época ni siquiera existía la idea de colectivo como tal - hasta la ostentación como respuesta a los comentarios denigrantes o como mecanismo para suplir las carencias emocionales, pasando por las historias personales de cada una de las protagonistas que Gómez-Rico filmó en su día a día y en un conversatorio en el Palacio de Cristal de Madrid. A través de la pluma de Valeria Vegas vamos conociendo poco a poco sus agitadas biografías. Como la de Loren, la más mayor, quien estuvo encarcelada en Carabanchel. O la de Renée, peluquera de profesión y cuya familia, en el momento en el que se estrenó el film, no sabía de su vida como mujer. O la de Tamara, la gitana, maltratada por su familia debido a su condición que, sin embargo, encontró la felicidad de la mano de la actuación imitando a Lola Flores o a Isabel Pantoja. O la de Eva, en su momento bailarina de striptease e imitadora de Lina Morgan. Pero, sin duda, y sin desmerecer al resto de historias, como lectora que acaba de descubrir la existencia de estas mujeres, me quedo con las de Nacha y Josette. Únicas supervivientes de las seis que protagonizaron el documental y que, en el caso de la segunda, sí accedió a hablar con Valeria Vegas durante el proceso de documentación. Como bien se desprende en la pertinente entrevista, la cual podemos encontrar en las últimas páginas del ensayo, Josette llegó a casarse aún sabiendo su verdadera identidad de género e identidad sexual. Algo que, como se ve en el film, su mujer le echa en cara. Su caso ejemplifica muy bien la confusión entorno a la palabra "travesti", la cual en su momento se usaba para hablar tanto de las mujeres transgénero así como de transformistas. Todo se metía en el mismo saco, fruto sin duda de la desinformación y el poco conocimiento respecto a su propia condición. Por su parte, Nacha - cuyo testimonio lo conocemos a través de su hermana - nos habla de una vida dedicada al ejercicio de la prostitución ante la falta de oportunidades laborales para las mujeres trans, una lacra que, por cierto, actualmente seguimos arrastrando. La película se estrenó, pasó por el Festival de San Sebastián, la sociedad de su tiempo le añadió la etiqueta "maldita" y poco a poco los nombres de Loren, Nacha, Josette, Tamara, Eva y Renée se fueron diluyendo en los márgenes de una historia que, todavía, no les había prestado la atención que merecían. Por eso libros como el de Valeria Vegas resultan de gran importancia ya que, como si de una operación de socorrismo se tratara, reaniman y devuelven a la vida a una serie de personajes anónimos que, tras un prolongado olvido, se alzan pletóricos, orgullosos de que su legado, por fin, inspire a las generaciones venideras. 

Vestidas de azul: una historia de lucha, reivindicación, ignorancia, discriminación, bajos fondos, visibilidad, representación, existencia, supervivencia... Un ensayo cuyos pasajes deberían estar presentes en más de un libro de historia. 

Frases o párrafos favoritos: 

"No cabe duda que, en estas últimas cuatro décadas, España ha avanzado legislativa, jurídica e incluso éticamente en lo que a medios de comunicación se refiere. Puede que haya sido una revolución lenta, que hizo que ni tan siquiera la pudiesen vislumbrar algunas de las protagonistas de Vestida de azul y sus compañeras de generación, pero que en definitiva ha supuesto una realidad frente a lo que parecía utopía."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Dos Bigotes