TIENES QUE MIRAR
Título: Tienes que mirar.
Autora: Anna Starobinets (Moscú, 1978). Es periodista en el magazín Russki Reporter, escritora de obras distópicas y metafísicas - también de libros infantiles -, y guionista de cine y televisión. Estudió en el Liceo Oriental y en la Universidad Estatal de Moscú. Tras graduarse, comenzó a trabajar en el Diario Vremya Novostei y a profundizar desde la escritura en la realidad local rusa. Con tan solo veintisiete años, publicó su primer libro Una edad difícil (2005); El vivo (2011), ganador del Utopiales European Prize en 2016 y de la distinción ucraniana International Assambly of Sci-fi "The Portal"; La glándula de Ícaro Catlantis (2015), un relato para niños, Libro del Año para The Observer en Reino Unido; la saga Beastly Crime Chronicles (2015, 2016); y Tienes que mirar (2017), novela autobiográfica en clave de no ficción que le valió ser finalista del Premio International Bestseller en 2018. En 2012 recibió el Premio Nocte y en 2018 el Premio de la Sociedad Europea de Ciencia Ficción. Actualmente vive en Moscú.
Editorial: Impedimenta.
Idioma original: ruso.
Traductores: Viktoria Lefterova y Enrique Maldonado.
Sinopsis: en 2012, la escritora Anna Starobinets, descubre, en una visita rutinaria al médico, que el niño que espera no vivirá. Lo que comienza siendo la crónica de una decisión familiar, acaba convirtiéndose en una historia de terror. ¿Qué hacer cuando el futuro se desmorona en la pantalla de un ecógrafo? Starobinets narra con una desgarradora humanidad el peregrinaje por las instituciones sanitarias de su país, su posterior viaje a Alemania y el duelo por el hijo perdido. Tienes que mirar es la radiografía íntima de un trauma silenciado, el testimonio de una mujer que se enfrenta sola a un sistema que no la tiene en cuenta, un descenso a las simas más profundas del dolor y a la vez un canto a la vida. Un revelador texto cuya publicación desencadenó una tormenta en su país al abordar el tabú del poder de las mujeres sobre su propio cuerpo, y las secuelas personales y familiares de la pérdida de un hijo.
Su lectura me ha parecido: cruda, fría, desasosegante, trise (al borde de la lágrima), bestia, realista a más no poder, agobiante, terrorífica, a cuya lectura asistes con el corazón en un puño, un antes y un después en la literatura, impepinablemente necesaria... Hace unas semanas asistí a la presentación de la novela Leña menuda, escrita por la madrileña Marta Barrio y merecedora del Premio Tusquets de novela de este año. Un libro en el que el lector sigue la historia de una mujer embarazada que ve truncado su deseo de ser madre al detectarse en unas pruebas que el bebé padece una enfermedad incurable, grave, de la que difícilmente sobrevivirá una vez tenga lugar el parto. De ahí que la protagonista decida finalmente abortar, circunstancia que le sirve a la autora para retratar las dificultades para asumir la pérdida y el desmoronamiento de un proyecto de vida tan trascendente como es traer a un niño o niña al mundo. Por supuesto, el tema del aborto estuvo presente en prácticamente los 60 minutos que duró la presentación, algo que vino muy bien para generar debate y conocer opiniones al respecto. De entre todo lo que se dijo, hubo algo que me llamó especialmente la atención, y es que, como bien decía Barrio, a la hora de escribir su novela se encontró huérfana de literatura sobre el aborto, o más concretamente, sobre el después, sobre duro camino hacia la recuperación física y psicológica en el caso de que el embarazo fuese deseado. Se ha escrito sobre vientres abultados, sobre vidas creciendo en su interior, sobre crianza, depresión postparto y sobre mil y un modelos de maternidad - toda una avalancha en los últimos años - donde ésta comienza a abordarse desde una perspectiva más realista y desechando cualquier tipo de tabú. Respecto a los abortos sí, hay novelas que lo han abordado, desde el derecho - mujeres que no quieren tener un bebé y recurren a ello legalmente - desde la dificultad - bajo pena de cárcel, repudio o muerte - e incluso visibilizando la peligrosidad de algunas técnicas o la insalubridad de los espacios - las cuales también pueden conducir al fallecimiento -. Y cierto, a mi también se me vino a la cabeza la imagen de Mia Farrow embarazada en La semilla del Diablo, así como la reflexión que entorno a ello plantea Desirée de Fez en su maravilloso ensayo La reina del grito. Pero entonces, antes de que la novela de Barrio se alzase con tan importante galardón, llegó Anna Starobinets. Desde Rusia, sin amor (o al menos desde un prisma completamente afilado), con una prosa capaz de cortar la respiración y con una punzante orden convertida en uno de los mejores libros del año. Tienes que mirar: duelo, trauma, caída en picado y desamparo institucionalizado.
Pocas veces la o el lector tiene el privilegio de toparse con un libro de estas características. Un libro inclasificable, a caballo entre la novela de miedo, el ensayo más glacial y la crónica periodística más incisiva que nos sitúa en el inicio de un larguísimo tobogán. De esos que te puedes encontrar fácilmente en los parques acuáticos. Un oscuro tubo al que te lanzas con toda la valentía del mundo, sin pensar en los sobresaltos, las vertiginosas curvas, los chutes de adrenalina, pero también en los gritos, el miedo o el desesperado deseo de que todo pase pronto. Y entonces llega, ¡chof! Sales disparado hacia la inmensidad de la piscina. Hacia un supuesto fondo que a penas consigues visualizar entre torpes brazadas. Solo tienes que nadar, rápido, hacia la superficie, siguiendo la luz que atraviesa el agua cristalina. Pero en lugar de eso te hundes, algo te empuja hacia el fondo, pierdes aire, fuerza, desciendes, gritas, pero nadie te escucha, te ahogas. Nadie te prepara para una lectura así, por muchos libros de Stephen King que te hayas leído, por muchas historias que te hayan contado sobre mujeres que abortan, incluso, por mucha información que creas tener al respecto. Nadie, absolutamente nadie, sale indemne de Tienes que mirar - y quien diga lo contrario, entonces ellos son los que, y nunca mejor dicho, se lo tienen que hacer mirar -. "Una cosa es inventar historias de miedo y otra muy distinta es convertirte en la protagonista de un cuento de terror", así de potente inicia Anna Starobinets - recordemos, una conocida periodista y novelista rusa especializada en literatura de género - su particular relato de horror. Un inicio que, de buenas a primeras, debería ponernos en alerta - incluso sin haber leído la sinopsis de la contraportada - y obligarnos a respirar hondo y agenciarnos un paquete de pañuelos por lo que pudiera pasar. Yo, inconsciente de mí, no lo hice, y el resultado fue de todo menos agradable. Por un lado no podía creer lo que mis ojos estaban leyendo al tiempo que - en el segundo capítulo ¡ojo! - sentí unas irreprimibles ganas de llorar. Con una prosa tan gélida como los inviernos en la Plaza Roja de Moscú, directa y sin apenas elementos amables - salvo esos cariñosos apelativos "Tejón" y "Tejoncita" que emplea para referirse a su marido y a su hija - Starobinets edifica un libro que va más allá de lo puramente testimonial a base de salvajes mordiscos al rededor de la muerte perinatal. O lo que es lo mismo, del fallecimiento del feto o del bebé desde de las primeras 28 semanas del embarazo hasta la primera de vida. Algo que condujo a la consumación de un aborto y al estanque negro en el que la propia Anna se sumergió, como si de la laguna Estigia se tratase, y del que estuvo a punto de no regresar.
Tienes que mirar es una odisea. Un azaroso viaje entre clínicas, ginecólogos, ecografías, juicios morales, miradas inquisitivas, pruebas y más pruebas y frialdad a raudales en una humilde barquita de madera. A pesar de no adscribirse a los códigos canónicos del terror, podemos afirmar que el retrato que Anna Starobinets hace de la sanidad pública y privada - aquí no se salva ni dios - rusa de la era Putin es de todo menos amable. Y da miedo, mucho miedo. No es de extrañar que la polémica estallara tras su publicación en un país en el que la deshumanización parece institucionalizada en este ámbito. Las formulas preestablecidas (sin importar los deseos o situación económica de la mujer), la lentitud, la falta de empatía, el machismo más arcaico - del palo que en algunos hospitales las mujeres no pueden ir a las revisiones acompañadas de sus parejas - o las amenazas con ir al Hospital Urbano 36 - en el distrito de Sokolínaya Gorá y de dudosa reputación - a las madres que consideran "negligentes" por atreverse a opinar sobre la forma en la que querrían o no dar a luz... La lista es larguísima, como los otros testimonios que aparecen en el libro y que Starobinets recopiló mientras se daba de bruces contra un acantilado llamado Displasia renal multiquística bilateral. Tras una serie de lamentables incidentes y de visitas infructuosas a especialistas, Starobinets decide abortar en Alemania. Y de nuevo, vuelta a empezar, otra vicisitud, alargando aún más la triste burocracia del duelo. Cierto es que la situación no es la misma, que el trato mejora considerablemente si lo comparamos con todo lo que hemos leído sobre el submundo del sistema ruso. Y de hecho, a pesar de que estamos viendo como Anna está durante todo el libro partida, literalmente, conseguimos apartar las cortinas de la ventana para que la luz entre de lleno en la habitación de la desazón. Pero entonces, una vez tiene lugar el objetivo del viaje - el aborto - viene lo peor. Cuando el lector cree que ya está bien, que ya no puede soportar más sufrimiento entre capítulo y capítulo, acontece la que para mi es la parte más terrorífica del libro. La que te deja tocada y hundida durante semanas. La depresión más horrorosa que te puedas imaginar en toda su crudeza. Nunca como lectora, y mira que han pasado libros por mis manos, había leído una descripción tan sangrante, humana y sincera de lo que muchas personas en el mundo sufren, en esta ocasión, por la muerte de un hijo al que ni siquiera la protagonista ha conocido. Una mano invisible tira de ella, con fuerza, impidiéndole comer, sonreír o salir a la calle sin que sufra ataques de pánico ante la indiferencia del resto de viandantes que pasean por un parque. Estremece, hasta el tuétano, pensar que todas y todos nos podemos ver en esa situación. Aunque asusta más saber el tabú en el que sigue todavía envuelta la salud mental y todas sus ramificaciones. Ahí es donde de verdad, retomando las palabras con las que Satorbinets inicia este libro, el lector se siente imbuido en el verdadero relato de terror. De lo cotidiano, de lo familiar, de lo amable, de lo deseado... Nada escapa de tornarse el horror más absoluto. Al final, ese machacón "tienes que mirar", del que al principio Starobinets no quiere ni oír hablar, se presenta como el principio de sanación - sin olvidarnos del imprescindible papel de la familia - para emprender de nuevo el camino de la vida. Un título que, en su literalidad, esconde la clave de esta novela-testimonio. Observar para avanzar, despedirse, dejar marchar. Desconozco si Anna Starobinets regresará a la Ciencia Ficción o seguirá explorando nuevos horizontes narrativos, pero de lo que sí estoy segura es que estamos delante de un libro único. No solo por el tema sobre el que pivota, sino por sus implacables imágenes construidas a base de un estilo que no entiende de buenísimos, banalidades o autocensuras varias. Un texto que, de seguro, cambiará - ya lo está haciendo - la literatura social tal y como la entendemos a través del feminismo, la denuncia y, sobre todo, un salvaje realismo.
Tienes que mirar: una historia de tristeza, dolor, incomprensión, soledad, depresión, oscuridad, duelo, crítica, llanto, cura... Una nueva forma de terror llama a la puerta, y se llama violencia obstétrico-ginecológica legitimada.
Frases o párrafos favoritos:
"Me siento como una lombriz cortada en dos mitades con un trozo de cristal. Una mitad se retuerce, se humilla y suelta lágrimas y mocos porque quiere su ecografía. La otra a penas se mueve. Desprecia a la primera. Y le susurra: ¿es que no ves que ese tío es un cabrón?"
"Quisiera que alguien me tomara de la mano y me sacara de allí. Pero no hay nadie. Nunca vaya a sitios sola (…). Llévese a cualquiera que le ayude a encontrar la salida. No la salida definitiva, simplemente la salida del edificio."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Impedimenta