NINGUNO DE NOSOTROS VOLVERÁ
Título: Ninguno de nosotros volverá.
Autora: Charlotte Delbo (Vigneaux-sur-Seine 1913 - París, 1985). Hija de emigrantes italianos a los diecisiete comenzó a trabajar como secretaria en la capital francesa. En 1932 se adhirió a las Juventudes comunistas, y dos años más tarde conoció a Georges Dudach, muy activo en el seno del partido, con el que se casó en 1936. Un año más tarde, se convirtió en la secretaria de Louis Jouvet, entonces director del Thêatre de l´Athénnée. El 2 de marzo de 1942, Charlotte y su marido fueron arrestados por las brigadas especiales de la policía francesa. Delbo fue encarcelada en La Santé, donde vio a Dudach por última vez el 23 de mayo, el mismo día que fue fusilado. Fue trasladada a Auschwitz-Birkenau el 24 de enero de 1943 en un convoy con otras doscientas treinta mujeres, la mayoría miembros, como ella, de la Resistencia. A principios de 1944 fue trasladada de nuevo, esta vez al campo de Ravensbrück, y en abril de 1945 fue liberada, después de veintisiete meses de cautiverio. De las doscientas treinta mujeres del convoy que llegó a Auschwitz, regresaron cuarenta y nueve. Unos meses después, mientras se recuperaba en un sanatorio suizo, Delbo comenzó a escribir Ninguno de nosotros volverá, que se convertiría, veinticinco años más tarde, en el primer volumen de la trilogía Auschwitz y después. En 1947, comenzó a trabajar para la ONU en Ginebra y vivió en Suiza doce años. A su regreso a París trabajó como asistente del filósofo Henri Lefebvre, a quien había conocido en 1932. Allí falleció a los setenta y dos años.
Editorial: Libros del Asteroide.
Idioma: francés.
Traductora: Regina López Muñoz.
Sinopsis: en 1942, Charlotte Delbo fue detenida en París y encarcelada por pertenecer a la Resistencia francesa y, en 1943, deportada al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau junto con doscientas treinta presas francesas, de las que solo sobrevivieron cuarenta y nueve. El presente volumen recoge los dos primeros libris de su elogiada trilogía Auschwitz y después, en los que relata esa experiencia. Delbo reconstruye su recuerdo a partir de breves y poéticas estampas de la vida y de muerte, y lo hace en gran medida desde una voz colectiva femenina, la de todas las cautivas que, pese hacer sido desposeídas de su identidad, supieron sostenerse las unas a las otras. A partir de esa particular mirada, la autora logra encontrar palabras para lo inefable e ir todavía más allá, creando belleza donde no podía haberla. Uno de los testimonios más emotivos y necesarios de la literatura concentracionaria, a la altura de los de Primo Levi o Elie Wiesel. Sin duda, una obra maestra literaria.
Su lectura me ha parecido: dolorosa, escalofriante, realista, trágica, impecable, insospechadamente poética, impactante, monumental, un testimonio que el feminismo del siglo XXI debería leer con igual o mayor avidez... Llevamos dos años duros. Lo sé. Venimos de un 2020 que se las pintaba glorioso. Con aquella publicidad emulando la locura y el desenfreno de los famosos años 20 del siglo pasado que comenzó a emitirse en las Navidades del 2019. Todos estábamos eufóricos. Una nueva década se abría ante nosotros. Parecíamos haber dejado atrás los peores años de nuestra vida. Aquellos ahogados entre precariedad, paro e inestabilidad económica. En otras palabras, nos creímos los amos del mundo. Por eso el golpe dolió tanto. Una violenta patada en un estómago henchido de optimismo que acabó explotando, salpicando cada rincón del lugar en el que, a partir de ese momento, se convertiría en nuestra particular cárcel de oro. Una catarsis emocional que arrastramos durante semanas, meses, por los pasillos revestidos de gotelé, por esa cocina que redescubrimos - algunos con pasión y otros con cierto hastío - o por ese pequeño balconcito - si es que tuviste suerte de comprar o alquilar un piso con unas vistas que no fueran al deslunado grisáceo y atestado de ropa interior tendida - al que pronto convertimos en nuestro particular oasis. A fuera, el silencio reinaba, aunque los ecos de colapso y muerte que procedían de los hospitales eran cada vez más fuertes, desesperados, desgarradores. Unos aplausos a las ocho de la tarde nos hermanaban - hubo quien descubrió que tenía vecinos majos justo en el edificio de enfrente - pero no nos evadían de la tragedia, cuya proximidad nos atormentaba, apretando aún más el nudo formado en nuestra barriga a principios de marzo. La tristeza (esto es así, y quien no quiera verlo es que de verdad está hecho de piedra en lugar de piel humana) comenzó a instaurarse en nuestras vidas, como una compañera más, caminando a nuestro lado, sin darnos tregua, como si de ella dependiera cada compartimento de nuestra cotidianeidad. En mi caso, y os voy a ser sincera, me da la sensación de que se ha tornado crónica. De que ha ascendido un nivel, como en el Candy Crush, pero sin toda esa gama de colores fluorescentes que dañan el entendimiento y la vista. Una invisible pesadilla que, sumada a otras cuestiones de índole personal, a veces acaba por sumirme en un estado de apatía y con la lágrima al borde del llanto. Por eso, y porque sé que no soy la única que sufre esta especie de desazón pandémica, no me apetecía mucho leer Literatura Concentracionaria. Una suerte de masoquismo intelectual y más en los tiempos que corren. En los que tratamos de huir de todo aquello que nos apene, acongoje o simplemente nos haga reflexionar más de la cuenta. Y sobre todo, donde la muerte - salvando las distancias, por supuesto - es omnipresente. Comprenderéis que no quería echar más leña al fuego, más desazón sobre el desconsuelo acumulado. Pero la historia nos interpela, así como los testimonios que surgen de ella. Los cuales, por muy terroríficos que sean, están ahí para iluminar nuestro conocimiento, rellenar de saber aquellas lagunas que otros, por desgracia, se empeñan en desecar. Y a eso, chicas/os, jamás debemos darle la espalda. Ninguno de nosotros volverá: la noche que no cesa.
Estamos en 1945 en la habitación de un sanatorio suizo. Me imagino la luz, a pesar del gélido paisaje, atravesando, inclemente, el cristal de la ventana. Salpicando de claroscuros el rostro de Charlotte Delbo, una de las pocas supervivientes de aquel convoy de doscientas mujeres hacinadas que llegó a Auschwitz-Birkenau en el invierno de 1943. ¿Su delito? Haber luchado contra el nazismo desde la clandestinidad y conocer a gran parte de los líderes de la conocida como Resistencia francesa. Ella se salvó, la liberaron, regresó, tuvo la oportunidad de sanar sus heridas físicas y mentales; no como algunas de sus compañeras, cuyos cuerpos acabaron apilados en montañas de cadáveres, abandonados en medio de la nieve, gaseados o convertidos en un negro humo que se podía ver a varios kilómetros a la redonda. Creo que el día que decidió, mientras trataba de asimilar todo lo sufrido, empuñar la pluma para escribir el inicio de su famosa trilogía, recordó todo esto. Segundos más tarde - los cuales se extendieron a lo largo de varios años - buscó las palabras más certeras, aunque doliesen, para dotar de literatura (sin recursos enormemente rimbombantes o que condujesen a una frivolidad poco deseada en este caso) el dolor de las palizas, de los días sin probar bocado, de las torturas, en definitiva, de la muerte que la rodeaba en su terrorífica cotidianeidad. Así me imagino a Charlotte, una mujer herida, por dentro y por fuera, haciendo un esfuerzo enorme por contar la verdad, su verdad, de lo acontecido en los campos de concentración y de exterminio de la Alemania Nazi. Sin embargo, como resultado, Delbo nos legó el que es considerado como uno de los primeros testimonios de lo que más adelante pasó a llamarse Literatura Concentracionaria. Un una semilla literaria que acabaría por devenir en género propio a medida que los supervivientes fueron escribiendo sus vivencias. De entre los más conocidos no podemos dejar de citar los de Primo Levi, Elie Wiesel, Ramón J. Sender o el de Leo Classen - éste último de gran actualidad por su reciente reimpresión y por tratarse de uno de los primeros testimonios del "triangulo rosa", o lo que es lo mismo, de un hombre homosexual enviado a un campo de concentración por dicho motivo - . Sin embargo, el de Charlotte Delbo destaca, no solo por su pronta publicación, también por tratase de uno de los primeros testimonios femeninos en estas lides. A partir de entonces se abrió la veda, con la aparición de la trilogía Auschwitz y después, a que otras mujeres víctimas del nazismo pudiesen alzar la voz. La lista es enorme: Violeta Friedman, Ruth Klüger, Helga Weiss, Anise-Postel Vinay, Edith Bruck, Germaine Tillon u Odette Elina entre otras muchas. La experiencia femenina acababa de irrumpir, entre tanto testimonio de varón, para evidenciar que la violencia ejercida sí distinguía por sexos. Tal y como nos lo cuenta, desde un estremecedor estilo, la propia Charlotte Delbo.
En la presente edición de Libros del Asteroide - con nueva traducción por parte de Regina López Muñoz - se recogen las dos primeras entregas de la trilogía a saber Ninguno de nosotros volverá (la cual da nombre al título bajo el que se ha decidido publicar ambos textos) y Un conocimiento inútil. Su tercera entrega, La mesura dels dies, por el momento está traducida y publicada en lengua catalana por la importante editorial Club Editor. Por lo que, en la presente reseña, solo podemos hablar de las primeras dos entregas, ambas correspondientes a su llegada, la experiencia en los campos de concentración y la posterior liberación en un glorioso capítulo titulado "La mañana de la libertad". Todo ello, como ya hemos comentado en el anterior párrafo, desde una mirada única que, entre otras cosas, nos revela como fue el cautiverio de millones de mujeres por aquellos horribles años. Las imágenes que la página devuelve son verdaderamente terroríficas. Desde la mujer a la que le rapan varias veces la cabeza a las salvajes torturas cometidas por las guardianas del campo, pasando por la falta de enseres de higiene íntima femenina, el cadáver como manjar para las ratas, la esterilización, los perros entrenados para morder a los prisioneros si estos se resentían de su tarea, el sonido del silbato como preludio de la muerte... Así hasta que el lector no puede más y necesita reposar la lectura durante unos días antes de atreverse a sumergirse en ella de nuevo. En el campo de concentración también se dan paradojas, como la de aquella prisionera que decide acortar el camisón de rayas - la coquetería no está reñida con el cautiverio concluye la autora tras una poderosa reflexión entorno a la perdida de identidad en aquellos lugares - o como la de la propia Delbo al encenderse un cigarrillo con un mechero perteneciente a una SS el día de la liberación. Así como momentos que en algunos casos salvan a las prisioneras de caer en en la depresión o el suicidio, como el hallazgo de un ejemplar de El misántropo de Molière que decidieron en el mismo barracón representarla durante dos horas y cuyos pasajes no dudaban en recitar antes de apagar las luces. Constituyendo uno de las pocas bocanadas de oxigeno, de aire, de liberación dentro del más absoluto terror. A fuera, la gente cae fulminada sobre el barro o la nieve, dentro, dos horas de magia, que les hacían resistir a pesar de que los efectos del cansancio, las palizas y la desnutrición eran cada vez más acuciantes en su cuerpo y en su salud mental. Sorprende, en última instancia pero no por ello menos importante, el juego estilístico que Delbo emplea para contar su testimonio. En lugar de una primera persona a camino entre la fragilidad y una actitud inquebrantable a pesar de todo, aquí encontramos segundas personas perfectamente construidas que aparecen, inesperadamente, a lo largo del libro. Párrafos más extensos de carácter más oral, microrrelatos que actúan como pequeños golpes de efecto visuales - algunos de ellos consiguen helarte la sangre - e incluso poesía, versos que evocan lugares, sensaciones y huecos que solo la memoria puede llenar. Todo esto, en conjunto, ensalza no solo su lectura, sino su originalidad dentro del género. Demostrando que hasta del horror más insoportable se puede hacer literatura sin desvirtuar o emborronar el relato y su trascendental importancia para la historia. Charlotte Delbo es una superviviente más de la peor cara del Nazismo, de las pocas que regresaron de aquel hacinado trayecto. Y como tantas otras, quiso dejar constancia de lo sufrido entre barracones, comandantes de las SS y esqueléticos cadáveres. Sin embargo, a diferencia de muchos de los textos escritos y publicados desde entonces, Delbo no se conformó con verter palabras cual río descontrolado, quiso hallar las palabras adecuadas, un formato más híbrido y otorgar un protagonismo inusitado a las mujeres prisioneras. Una perspectiva de género que, en los tiempos que corren, deberíamos tener en cuenta a la hora de abordar dicho periodo tanto si lo que se pretende es enseñar en un instituto como armar una investigación de carácter histórico. Así como, si estamos ante una lectora/or corriente, saciar su apetito intelectual y teñir, un poco más, su mirada hacia un morado cada vez más intenso.
Ninguno de nosotros volverá: una historia de horror, supervivencia, violencia, sororidad femenina... Un ejercicio de memoria y literatura digno de estudio y reivindicación en tiempos de defensa democrática contra los neofascismos europeos que, en pleno siglo XXI, pretenden que caminemos hacia atrás.
Frases o párrafos favoritos:
"La chimenea humea. El cielo está bajo. El humo vaga por el campo y pesa y nos envuelve y es el olor de la carne que arde".
"Yo no pensaba en nada. No miraba nada. No sentía nada. Era un esqueleto de frío con el fríos soplando a través de todos esos abismos que forman las costillas de un esqueleto."
"Las que están tumbadas ahí, en la nieve, son nuestras compañeras de ayer. Ayer estaban de pie durante el reencuentro (...) Iban a trabajar, se arrastraban en dirección hacia las ciénagas. Ayer tenían hambre. Tenían piojos, se rascaban. Ayer se engullían la sopa pésima. Tenían diarrea y les pegaban. Ayer sufrían. Ayer deseaban morir. Ahora están ahí, cadáveres desnudos sobre la nieve."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Libros del Asteroide