EL PODER DEL PERRO
Título: El poder del perro.
Autor: Thomas Savage (Salt Lake City, 1915 - Virginia Beach, 2003) creció en un rancho en las llanuras de Montana. Estudió escritura creativa en la Montana State College. En 1980 obtuvo la prestigiosa beca Guggenheim, trece años después de publicar El poder del perro, una obra maestra instantánea y uno de los exponentes más recientes de lo que ha venido a llamarse como Literatura del Oeste americano y recientemente adaptada al cine de la mano de la directora Jane Campion. Además de El poder del perro, Savage es autor de trece novelas, entre las que encontramos Línea de medianoche (1976), El paso (1944) o Lona Hanson (1948). Ésta última también fue llevada al cine y fue protagonizada por Rita Hayworth y William Holden.
Editorial: Alianza Editorial.
Idioma: inglés.
Traductor: Eduardo Hojman.
Sinopsis: Montana, 1924. Phil y George son hermanos y socios, copropietarios del rancho más grande del valle. Cabalgan juntos, transportando miles de cabezas de ganado, y siguen durmiendo en la habitación que habían tenido de niños, en las mismas camas de bronce. Phil es alto y anguloso, George rechoncho e imperturbable. Phil podría haber sido cualquier cosa que se propusiera, George es tranquilo y no tiene aficiones. A Phil le gusta provocar, George carece de sentido del humor, pero tiene ganas de amar y de ser amado. Cuando George se casa con Rose, una joven viuda, y la trae a vivir a la hacienda, Phil comienza una campaña implacable para destruirla. Pero los más débiles no siempre son quienes uno cree.
Su lectura me ha parecido: abrasiva, sigilosa, asfixiante, perturbadora, gráfica, tensa, oscura, con unos personajes bien cimentados, retorcida... El western, género clásico donde los haya que inconscientemente hemos acabado por asociarlo al séptimo arte gracias a directores y actores muy concretos y ya indisociables de sus formas, también es literatura con mayúsculas. Desde sus orígenes en la Norteamérica de mediados de siglo XIX, al compás de los trascendentales acontecimientos históricos que estaban teniendo lugar en el país tanto a nivel político-geográfico (el "Destino manifiesto" y la "Tesis de la frontera") así como de carácter económico-social y belicoso (la conquista del Oeste, la repoblación, la fiebre del oro, las guerras indias y el consecuente destierro de los pueblos nativos a las reservas etc...), el western se ha nutrido de las historias que emanaban de dichas experiencias y testimonios resultantes. Tomando como textos fundadores los conocidos como "cuentos de la frontera" James Fenimore Cooper, escritor de novelas de aventuras históricas, ostenta el honor de ser el primer autor en inaugurar esta tradición literaria con sus cinco novelas recogidas bajo el título Los cuentos de Leatherstocking. Escapando al anonimato y convirtiendo los montes de los Apalaches en territorio western. Entre la década de 1850 a los primeros años del siglo XX el género vive su primera gran revolución, adaptándose a los nuevos tiempos y a las necesidades de los lectores gracias a las "Dime Novels". Tomando como ejemplo los famosos y populares "Penny Dreadfuls" británicos - recordemos, historietas publicadas por entregas en revistas o periódicos generalmente ancladas en el terror más sensacionalista y sanguinario - comenzaron a proliferar pequeñas publicaciones que, por diez centavos, hicieron las delicias de aquellas primeras generaciones de masas. Los hombres de la montaña, los colonos, los indios y los forajidos que actuaban fuera de la ley eran los personajes más repetidos. Y dentro de todos ellos, los más populares fueron los que se atrevieron a friccionar a partir de personajes reales como Bufalo Bill o Billy the Kid entre otros. En los años 30 del siglo XX las revistas pulp ayudaron a la expansión del género en Europa y Asia, además de la incipiente industria hollywoodiense que, en su edad dorada, alumbró las primeras películas mudas de un por aquel entonces desconocido John Ford. Sin embargo, no fue hasta los 60 cuando el western vivió su mayor cuota popularidad, tanto en ventas de novelas - las cuales habían ganado en calidad literaria - como visionados tanto en el cine como en la televisión. Y aunque durante las siguientes décadas el género entró en declive - debido, sobre todo, a la aceptación que alcanzó el policíaco en su revisión del noir - lo cierto es que nunca ha dejado de reinventarse sin renunciar, en parte, a ese apelativo de "literatura de quiosco" que tantos se han empeñado en convertir en un insulto dentro del mundo de la literatura. Al western van asociados nombres de escritores como Jack Schafer, Louis L´Amour, Lucke Short, Cormac McCarthy Clarence Mulford o nuestro Marcial Lafuente Estefanía. También de mujeres, menos por desgracia, como Dorothy M. Johnson - quien escribió ¡ojo! El árbol del ahorcado y El hombre que mató a Liberty Valance -, Elinore Pruitt Stewart o B.M. Boyer. Y por supuesto el de Thomas Savage, escritor criado en un rancho de Montana y fallecido en el 2003 que vuelve a estar de actualidad gracias a Jane Campion y la película por la que puede alzarse este domingo con el máximo galardón de la 94 edición de los premios Oscar. El poder del perro: el atípico y sibilino western queer.
Dejando a un lado el film de Campion - aunque resulte inevitable dado el magnífico trabajo de adaptación - así como la impresionante interpretación de quien para mi debería arrebatarle el Oscar a Will Smith - Benedict Cumberbach, de Sherlock Holmes y Alan Turing a Doctor Strange, y de ahí a un rudo vaquero digno sucesor de John Wayne - lo cierto es que El poder del perro, a nivel literario, es un western extraño. Y remarco lo de extraño porque, si bien en cuanto a su estructura y geografía es enormemente clásico, no lo es tanto en lo que a su contenido se refiere. Algo que, si observamos el contexto del autor, nos da una enorme pista del porqué de esta interesante decisión narrativa. Thomas Savage publica El poder del perro en 1967, década, la de los 60, marcada en Estados Unidos no solo por la Guerra de Vietnam, también por el ambiente contracultural que surgió en los márgenes hasta llegar a conquistar el espacio político y público de por aquellos años. Movimiento que, entre sus muchas aportaciones, reflexionó entorno a las libertades, incluyendo la sexual, sin ser excesivamente visionaria, pero sí avanzada para la época. Unas reivindicaciones que, en la novela de Savage, se cuelan desde un prisma más progresista al plantear un western clásico en el que la temática LGTBI quede expuesta, a pesar de las diferentes capas que el autor le agrega, en un primerísimo primer plano. Mucho antes de que Annie Porlux - autora del posfacio de la presente edición de Alianza - escribiera aquel relato para The New York Times titulado Brokeback Mountain que años más tarde adaptaría con gran éxito Ang Lee, Savage ya se atrevió a corromper la figura del tosco e impenetrable cowboy a base de matices, sutilezas y pequeños detalles colocados, como si de un attrezzo teatral se tratara, en un desconcertante segundo plano para, capítulos después, estamparlos en los ojos del lector. Aunque considero la película de Jane Campion - directora de El piano, una de mis películas favoritas - por momentos superior al texto que la inspira, no debemos desmerecer los diferentes puntos fuertes sobre los que El poder del perro (novela) se sustenta. Tales como la milimétrica construcción de sus personajes, especialmente las de los hermanos protagonistas - Phil y George - deliciosamente antagónicos, la de esa machacada Rose - desesperada ante el desprecio de su cuñado, quien se empeña en hacerles la vida imposible - o la de ese Peter - hijo de Rose - que, bajo su apariencia "débil" y siendo el blanco de todas las burlas homófobas, se esconde un astuto joven con un oscuro plan. De hecho, la gran sorpresa de la novela viene dada por ese plow twist - o giro busco en este caso - de la trama en sus últimas líneas. Un volantazo que hace replantearte el libro en su totalidad, otorgando sentido a la extrañeza inicial y concluyendo en una poderosísima reflexión entorno al terror que algunos hombres sienten al ver que su "masculinidad" - a la antigua usanza - ya no tiene cabida en este mundo, así como la relación de éstos con las peores caras de la misma. Este sugerente cambio de rumbo contrasta, por otro lado, con un estilo seco, a ratos árido y con numerosas descripciones bastante explícitas de lo que implica trabajar en un rancho. Un ejemplo de esto sería su impactante inicio, en el que se narra la castración de una res sin cortapisas. Cierto es que respeto la decisión del autor y entiendo que tras ello se esconde una razón de estilo que, es cierto, casa a la perfección con lo que nos quiere contar. Sin embargo, a título personal, lo del "despiece" se me ha atragantado. No me caracterizo precisamente por ser una lectora melindrosa - en todo este tiempo he leído libros bastante fuertecitos - pero esta vez no he conseguido sentirme cómoda con dichas escenas. En definitiva, y a pesar de la casquería, la novela de Savage merece un hueco en aquellos lectores de mente abierta que amen el western, los thrillers soterrados y, aviso de nuevo, las imágenes fuertecitas. Aunque aquí lo importante es observar como es posible desmontar el discurso heteropatriacal desde, hasta ahora, uno de los géneros tradicionalmente más testosterónicos de la literatura y del séptimo arte. Paradojas que, hoy por hoy, me dan la vida.
El poder del perro: una historia de secretos, acosos, derribos, paisajes áridos, desollamientos, orientaciones sexuales reprimidas, masculinidades tóxicas quebradas, venganza, justicia "divina"... Seguiré leyendo westerns.
"Puertas, puertas, puertas, puertas; cinco puertas exteriores en la casa. Rose conocía el sonido que hacía cada una de ellas al abrirse o cerrarse. La puerta trasera que usaba Phil dejaba entrar un fuerte viento, que hinchaba la alfombra y hacía que se retorciera como una serpiente. Una tarde, supo que Phil había entrado en la casa: caminaba con un paso rápido, ligero, muy arqueado, con sus pies más bien pequeños Ella lo oyó entrar en su dormitorio y cerrar la puerta. Protegida de sus pensamientos y emanaciones por esa puerta cerrada, se sentó y empezó a tocar; pero, cuando empezó a escuchar de manera crítica sus propias interpretaciones, oyó otro sonido, el del banjo de Phil, y de pronto se dio cuenta de que cuando ella practicaba él también tocaba. Hizo una pausa, mirando las teclas. El punteo del banjo también se detuvo. Cautelosamente empezó a tocar de nuevo. De nuevo, el banjo. Hizo una pausa; el banjo hizo una pausa. Entonces tuvo la sensación de que algo le trepaba por la nuca: él estaba tocando precisamente lo que estaba tocando ella... y mejor."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Alianza Editorial