UN TIEMPO NUEVO
CRÓNICAS DE LOS CAZALET
Título: Un tiempo nuevo. Crónicas de los Cazalet.
Autora: Elizabeth Jane Howard (Londres 1923 - Suffolk 2014) escribió quince novelas que recibieron una extraordinaria acogida del público y crítica. Los cinco volúmenes de Crónica de los Cazalet, convertidos ya en un hito inexcusable dentro de las letras inglesas, fueron adaptados con gran éxito a la radio y la televisión por la BBC. La publicación del primer volumen de la saga, Los años ligeros, puso la piedra de toque de lo que se convertiría en un inmediato clásico contemporáneo y en la novela-río más importante escrita en Gran Bretaña desde Una danza para la música del tiempo, de Anthony Powell. En el año 2002, su autora fue nombrada Comandante de la Orden del Imperio Británico.
Editorial: Siruela.
Idioma original: inglés.
Traductor: Celia Montolío.
Sinopsis: Estamos en 1945, la guerra ha terminado. El momento, tan anhelado por los Cazalet, ha llegado finalmente, pero una Inglaterra atormentada por las privaciones y la desintegración del Imperio ensombrece la emoción por la noticia. En Home Place, la Navidad tendrá este año un sabor agridulce: el de la luminosa promesa de una nueva era, el de la añoranza de una época que no habrá de volver. La convivencia forzada toca a su fin y la recobrada libertad obliga a que cada uno elija su propio camino. Y en esa difícil reorganización, los chicos llevan ya pantalón largo, las niñas se han convertido en mujeres, las parejas separadas por las armas luchan por recomponerse, mientras que aquellas que durante el conflicto permanecieron unidas tal vez deban ahora reconocer su fracaso... Un futuro incierto, una pátina de melancolía que parece recubrir todas las cosas y, sin embargo, también ese esperanzador viento que reaviva la confianza en un nuevo tiempo.
Su lectura me ha parecido: ágil, sin perder el ritmo, igual de interesante, con una mayor empatía hacia los personajes, esperanzador, tal vez el volumen más intenso de toda la saga... Hay veces que una lectura llega a tus manos y pasa, no hasta el punto de usar la muletilla "sin pena ni gloria", pero sí con la sensación de que has quemado una etapa más, un volumen más antes de culminar con el esperado final. Algo que, para bien o para mal, ocurre en casi todas las sagas literarias. Sin embargo, para mi sorpresa, la cuarta entrega de las Crónicas de los Cazalet, con el paso de los meses, se ha ido revelando como una lectura más próxima a nuestro tiempo que muchas de las que ahora copan las estanterías por tratar temas relacionados con la pandemia que actualmente se cierne sobre nuestras cabezas, bolsillos y deseos frustrados. Como si de una maravillosa casualidad se tratase, la novela de Elizabeth Jane Howard centra las aventuras y desventuras de una de las familias más famosas de la literatura británica en un contexto muy concreto que invita a establecer pertinentes paralelismos. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, Inglaterra amaneció eufórica. Muchos fueron los que se lanzaron a las calles, corearon el himno y mostraron, con pecho henchido, lo orgullosos que se sentían de pertenecer a su país. Sin embargo, a su alrededor, las secuelas de los bombardeos todavía persistían en forma de esqueletos de ladrillo, piedra y hierro donde antes habían viviendas, escuelas o aquellos primeros centros comerciales. Paisaje al que se añadiría una profunda crisis económica, moral y de subsistencia que retrasó unos cuantos años la plena recuperación. Por no hablar de que, en el lejano horizonte, comenzaba a vislumbrarse un pequeño tornado, imparable, cargado de nuevas ideas, dispuesto a trastocar de arriba a bajo la vida de no sólo a los británicos, también la del resto del mundo. No puedo evitar pensar que, aunque no estemos en este punto - ni siquiera nos podemos sentir con el derecho a levantarnos orgullosos tal y como está el panorama - sí que podemos apreciar una luz, muy pequeña, al final del túnel mientras que, rodeados todavía de los efectos de la pandemia, tratamos de asimilar de golpe y porrazo todos los cambios (muchos de ellos inesperados) que ésta ha traído consigo. Sé que comparar la crisis de la Covid-19 con la Segunda Guerra Mundial es una absoluta locura, por no hablar de anacronismo severo. Sin embargo, quiero pensar que, salvando las distancias, en unos meses o en un año - ojalá - estaremos precisamente en ese punto. En ese instante en el que podremos gritar "victoria" pero rodeados aún de las secuelas económicas, políticas, sociales y hasta psicológicas que ésta ha dejado tras de si. Pero hasta que eso llegue queda mucho tiempo, espacio que, a las puertas de la Navidad, deberíamos rellenar con responsabilidad y lecturas como la que hoy os traigo. Repito, sorprendentemente la más próxima a nuestras actuales emociones. Un tiempo nuevo: la incertidumbre, las nuevas generaciones y la reconstrucción familiar.
Si en la anterior entrega asistimos a uno de los finales más abiertos, dejando a la familia Cazalet - a los que con el paso de los años les he acabado cogiendo cariño - en los estragos de la Segunda Guerra Mundial, Un tiempo nuevo (tal y como anticipa su propio título) nos sitúa en el momento en el que se pone punto y final a dicho conflicto bélico, a siete años de cruentos enfrentamientos, y sobre todo, al mayor genocidio acontecido en suelo Europeo hasta ese momento. Londres y la euforia tras la guerra protagonizan unas primeras páginas realmente intensas, hasta el punto de que la autora logra a través de su pluma que el propio lector se contagie del sentimiento de unión, del gentío, de los ríos de gente inundando las principales plazas y de ese patriotismo tan común en el pueblo británico cuando la adversidad se antepone a la positividad. Sin embargo, no es ahí donde encontramos a los Cazalet, sino en la ya famosa mansión de Home Place, frente a la agitada costa de Brighton. Un hogar afectado por la contienda que, si Confusión vimos como ésta se transformaba en un improvisado hospital así como en un lugar de almacenaje de víveres, ahora recobra poco a poco su esencia, esa pizca de sofisticación que tanto nos enamoró en el primer libro de la saga. Un tiempo nuevo es la historia de un hogar, pero también de sus habitantes que, forzados o no por las circunstancias, se han visto obligados a convivir durante los años más aciagos del conflicto, alejados de las bombas que asolaban a la capital pero sin escapar de la tragedia y de los desastres de cualquier contienda. Tal vez esta cuarta entrega de la Saga de los Cazalet sea, precisamente, la más emotiva. De hecho, cuando rememoro su lectura sólo me vienen a la cabeza las palabras "emoción" y "esperanza". En primera instancia, la emotividad de su lectura viene dada por una mayor familiaridad con cada uno de los personajes. Los vas conociendo más, ya tienes a tus favoritos, a los que te caen mal, los que desearías que les fueran mejor las cosas, los que directamente tirarías por un puente (aunque en este caso a tanto no llego) y tras un intenso suspenso en las vidas de cada uno de los miembros de esta extensa familia - con el Brigada y la Duquesita a la cabeza - es hora de que cada uno recomponga su vida o inicie la senda de su propio camino. Habrá quien lo tendrá más fácil, otros no tanto y quienes, ante su valentía y atrevimiento a la hora de afrontar los cambios que depara el futuro más inmediato, aplaudes sin dudarlo. Unos se adaptarán mejor, otros con mayor dificultad y otros, como los más mayores - esa generación que protagonizó las dos primeras entregas - los observarán con cierto escepticismo. Si algo llama la atención de Un tiempo nuevo es el hecho de que asistimos a una mayor presencia de los personajes masculinos en la trama. Si en Confusión eran ellas las protagonistas, en esta entrega serán ellos los que protagonicen los conflictos más notorios. La rima con los tiempos en los que se ambienta la novela es más que evidente, pasamos de una época en la que las mujeres ganaron protagonismo y peso - en parte gracias a que los hombres fueron a combatir al frente y fueron ellas las que asumieron sus trabajos en los pueblos y ciudades - a una en la que lo masculino retorna y los modelos de familia tradicional de entonces se anclan en la sociedad. En lo que a cuestiones de estilo se refiere, Howard no pierde ni el pulso, ni el sosiego cuando toca, ni la intriga cuando la historia lo exige. Al fin y al cabo, estamos ante una de las reinas del "salseo" British del siglo XX.
Últimamente en internet - y sobre todo en las redes sociales - no paro de leer reflexiones y demás opiniones respecto a dos temas literarios. El primero de ellos es el de todos los años: las múltiples listas de los mejores libros del 2020. Recordemos, el año de la pandemia, del confinamiento, de las mascarillas, el gel, las distancias de seguridad, los aforos, los cierres perimetrales, de fronteras, de abrazos contenidos, de besos en la distancia, de videollamadas, de visivilización de la precariedad laboral, del paro, de la soledad, de la frustración, de la muerte... En definitiva un año para olvidar en el que, paradójicamente y en lo que a literatura se refiere, se han publicado y leído libros realmente buenos, de esos que sorprendentemente no te esperas encontrar en las listas más valoradas. Por otro lado, en segundo lugar, últimamente veo y leo a muchos lectores con la necesidad de leer novelas amenas, divertidas, entretenidas, cuyo tema principal no sea un dramón, ligeras... En otras palabras una novela "feel good" de toda la vida. De hecho son el tipo de libros más preguntados en librerías, los más solicitados, comprados, regalados y leídos; sobre todo en las fechas en las que estamos. Este fenómeno no es casual, ya que llevamos un añito de aupa y - a pesar de que todavía existen masoquistas literarios en el mundo, entre los que se encuentra una servidora - la mayoría de letra heridos no quiere ni sufrir, ni comerse la cabeza con una sesuda reflexión, ni asistir a dramones de lágrima fácil. Lo que quieren es despejarse, que le cuenten historias divertidas, capaces de distraerles, hacerles reír o evadirles de una realidad que parece haber superado a la ficción. Nada de política, economía, antropología, terror o de ciencia ficción (y menos aún si son distopías o si en su sinopsis contiene la palabra "pandemia", "virus mortal" o "desabastecimiento"). Cuanto menos quebraderos de cabeza mejor. Jane Austen, a finales de siglo XVIII, era la reina del "feel good" Georgiana en este caso. De esas historias plagadas de salseo amoroso que todavía consiguen que te quedes anclado al sofá o a la cama durante horas. Novelas en las que el drama cobraba proporciones exageradas y casi cómicas, en donde los problemas de las clases más pudientes de la época se ridiculizaban y en donde las mujeres se alzaban como las grandes y complejas protagonistas que eran. Libros que, en última instancia, invitaban a que pasase la luz a través del cristal. Justo lo que Elizabeth Jane Howard, dos siglos después, consiguió con su famosa saga. Una suerte de Comedia Humana adaptada a la idiosincrasia británica, con su justa dosis de humor, enredos varios y esperanza, mucha esperanza. Esa segunda palabra que revoloteaba en mi cabeza mientras escribía la presente reseña. Porque es precisamente eso, y no otra cosa, lo que mucha gente necesita, esperanza. Esperanza en que todo esto pase y que volvamos, gracias a varias vacunas, a eso que había ante de marzo. Y si no lo conseguimos del todo, al menos que podamos acariciarlo con la yema de nuestros dedos, suavemente, sintiéndonos igualmente vencedores, como los ingleses tras la "V" de Churchill, como nosotros cuando la aguja traspase la piel.
Un tiempo nuevo: una historia de cambios, resistencias, ímpetus, vidas que echan a andar, puertas que se abren, puertas que se cierran... Una magnífica preparación para el colofón final que, esperemos, sea memorable.
Frases o párrafos favoritos:
"Aunque la guerra había terminado, daba la sensación de que era la última Navidad de la guerra, y en ciertos aspectos no fue muy distinta. Todavía era difícil conseguir comida, aunque Archie se las apañó para traer dos lomos de salmón ahumado, pero con veinte comensales (Simon trajo a un amigo de la universidad que no dijo ni pío salvo para hablar de Mozart) ni si quiera con eso bastó. Estaban todos menos Louise, que se había ido a Hatton, y Teddy y su esposa, que aún no habían vuelto de Estados Unidos. A los niños más mayores los mandaron en bloque a dormir a Mill Farm, con Rachel y Sid a la cabeza, pero a las horas de las comidas, a excepción del desayuno, la familia entera convergía en Home Place."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Siruela