COSAS QUE NO QUIERO SABER
Título: Cosas que no quiero saber.
Autora: Deborah Levy (Johannesburgo, 1959) es novelista, dramaturga y poeta británica. Es autora de seis novelas: Beautiful Mutants (1986), Swallowing Geography (1993), The Unloved (1994), Billy Girl (1996), Nadando a casa (2015), y Leche caliente (2018). Nadando a la casa fue finalista del Man Brooker Prize y del Jewish Quarterly Wingate Prize en 2012, y Leche caliente fue seleccionada para el Man Booker Prize y el Goldsmiths Prize en 2016. Deborah Levy es también autora de una colección de cuentos, Black Vodka (2013), finalista del BBC International Short Story Award y del Frank O´Connor International Short Story. Ha escrito para la Royal Shakespeare Company y para la BBC. Cosas que no quiero saber es la primera parte de su "autobiografía en construcción", seguida por El coste de vivir. Cerrará este tríptico un último volumen de próxima publicación.
Editorial: Literatura Random House.
Idioma: inglés.
Traductora: Cruz Rodríguez Juiz.
Sinopsis: Deborah Levy arranca estas memorias recordando la etapa de su vida en que rompía a llorar cuando subía unas escaleras mecánicas. Ese movimiento inocuo la llevaba a rincones de su memoria a los que no quería volver. Son esos recuerdos los que forman Cosas que no quiero saber, el inicio de su "autobiografía en construcción". Esta primera parte de lo que será un tríptico sobre la condición de ser mujer nace como respuesta al ensayo "Por qué escribo", de George Orwell. Sin embargo, Levy no viene a dar respuestas. Viene a abrir interrogantes que deja flotando en una atmósfera formada por toda la fuerza poética de su escritura. Su magia no es otra que la de las conexiones impredecibles de la memoria: el primer mordisco a un albaricoque la traslada a la salida de sus hijos de la escuela, observando a las otras madres, "jóvenes convertidas en sombras de lo que habían sido"; el llanto de una mujer le devuelve la nieve cayendo sobre su padre en el Johannesburgo del apartheid, poco antes de ser encarcelado; el olor del curry la lleva a su adolescencia en Londres, escribiendo en servilletas de bares y soñando con una habitación propia. Leer a Levy es querer entrar en sus recuerdos y dejarse llevar por la calma y el aplomo de quien ha aprendido todo lo que sabe (y todo lo que no querría saber) a fuerza de buscar su propia voz.
Su lectura me ha parecido:
Ágil, breve, visual, con un lenguaje para nada complejo pero capaz de hacernos reflexionar, autobiográfico, personal, abierta, oportuna para quienes quieran ganarse la vida con la escritura (especialmente las mujeres), necesario para su autora, con un punto catártico, fugaz testimonio de una época... En un panorama literario como el actual, plagado de autoficción sin duda fomentada por la imperante cultura del "yoismo", es de agradecer que, de vez en cuando, aparezcan libros en los que no se combinen hechos reales con invenciones de la escritora o escritor de turno y que aporten un poco de aire fresco a un mercado cada vez más saturado de personalismos innecesarios. Sé que es simplificar demasiado este popular género, pero son muchos años reseñando historias en las que no sabes si lo que se está contando es cierto o no, y aunque he de reconocer que puede funcionar en ciertos géneros como el terror, la novela social o los que tengan pinceladas de crónica periodística, nadie puede negarme que ante esta marabunta de títulos el lector corra despavorido. Como Indiana Jones escapando de la gran bola de piedra en a primera entrega de la saga. Sin embargo, como acabo de comentar, no todo es autoficción, y es de buenos ser agradecidos cuando de pronto llega a nuestras manos un libro que, en medio del fenómeno de turno, se eleva rompiendo costuras y definiéndose como "autobiografía en construcción". El término, como habréis comprobado, no tiene mucho misterio. Aún así, la combinación de ambas palabras - "autobiografía", es decir, episodios reales de la vida de la persona que escribe y "construcción", lo que viene a significar que dicho texto jamás estará completo - son el resultado de una intención, un debate o tal vez del inicio de un nuevo género literario. Es todavía muy pronto para ponernos a divagar o a lanzar argumentos que respalden esta teoría, por lo que de momento, lo que una servidora va a hacer es centrarse y sacarle el máximo partido a este fenómeno editorial incluido, ya era hora, dentro de lo que podríamos denominar como "no ficción" a pesar de que su autora, de la que hablaremos largo y tendido, ha navegado por las relativamente calmadas aguas de la novela y el relato. Cosas que no quiero saber: apartheid, Mallorca y George Orwell como vertebradores de la primera memoria.
Deborah Levy - autora de la presente "autobiografía en construcción" - es una de las escritoras más presentes en el panorama literario actual. De la escasa información que se desprende de una de las solapas interiores del presente libro, destacaríamos su polifacético talento - el cual le ha llevado a escribir tanto novela, teatro así como relato - la cantidad de premios que ha ganado a lo largo de su carrera - entre ellos el prestigioso Man Booker Prize - y que ha escrito para nada más y nada menos que para la Royal Shakespeare Company y para la BBC. Sin duda, todo un señor currículum. No obstante, y como cabía de esperar, Deborah Levy no es sólo esa brevísima reseña, sino que como todo ser humano, lleva una mochila de vida y experiencia cargada sobre sus hombros, la cual, ha creído conveniente narrar a través de sus peculiares memorias. Y resalto lo de "peculiares" porque, al contrario de lo que habitualmente asociamos con el género biográfico (tochos importantes, encuadernación de tapa dura y con un estilo terriblemente farragoso) esta primera entrega titulada Cosas que no quiero saber sólo tiene 136 páginas. Sí, habéis leído bien, 136 páginas en las que Levy aborda algunos episodios de su vida en clave íntima, intelectual y en relación con su trabajo como escritora. ¿Son 136 un número demasiado escaso de páginas? En este caso, y al contrario de lo que he podido ir husmeando por internet, para nada. La razón debemos encontrarla tanto en el planteamiento de esta biografía en construcción, que como bien hemos dicho presuponemos que habrán en total tres volúmenes, y por supuesto en que Deborah Levy, a pesar de su trayectoria, no pretende hacer de sus memorias un tratado, ni poner su vida a la altura de los grandes e ilustres personajes de la historia. En ese sentido, y es de agradecer, Levy es más humilde. A lo que, por otro lado, cabría añadir que es muy probable que, a pesar de que estas memorias estén planteadas en tres libros, Levy sienta la necesidad de escribir un ejemplar más. De no ser así ¿qué sentido tendría el término "en construcción"?
Planteada como un tríptico sobre la condición de la mujer - a la par que una aproximación a la figura de la autora - Levy inicia estas memorias respondiendo al mismísimo George Orwell en su conocido ensayo Por qué escribo. Una replica algo pretenciosa pero que, sin duda, todos los que escribimos hemos querido redactar. ¿Por qué escribo? Esa es la pregunta que Levy se hace a sí misma y al mismo tiempo sirve como punto de partida para lo que el lector va a leer a continuación. Articulada a partir de los cuatro motivos que el escritor británico de origen indio desgrana en el citado ensayo, Levy divide esta primera parte de sus memorias en cuarto partes, o lo que es lo mismo, en cuatro motivos que la han llevado a escribir a saber: puro egoísmo, entusiasmo estético, impulso histórico y propósito político. Siendo cada uno de ellos el paraguas bajo el cual se narrarán algunos episodios de su vida. En "Puro egoísmo", viajamos a Mallorca, lugar que Levy escoge como lugar de retiro temporal para buscar un respiro ya que, como ella dice, sigue llorando mientras sube las escaleras mecánicas. A priori parece una frivolidad, una tontería, pero si nos paramos a pensar detenidamente en este episodio real inevitablemente se nos vienen a la cabeza esos momentos en los que nos hemos sorprendido llorando en el lugar más insospechado. Sin ir más lejos, ayer, mientras veía una obra de un festival de navidad extraescolar no pude evitar soltar una lagrima. Y eso que no conocía a ninguna de las niñas y niños que actuaban en ella. Si la memoria no me falla también he llorado en trayectos de tren, en viajes en bus, en el baño de la facultad, alguna noche mientras intentaba dormirme y estoy convencida que estas navidades no voy a poder esquivarlas. El que se acabe una década me excita y me pone triste al mismo tiempo. Sobre todo porque cumplo veintisiete, el carnet de la biblioteca de humanidades va a caducar, soy incapaz de acabar lo que escribo y siento que los esfuerzos no son siempre sinónimo de recompensas. No lloré cuando leí este episodio de Deborah Levy, pero sí la entendí. En él también se nos habla de lo que ella denomina "suburbio de la feminidad", sobre los problemas de la maternidad y reflexiona entorno a si las mujeres deberían - parafraseando a un director polaco que aconseja a uno de sus alumnos - no hablar más alto sino con el derecho a expresar un deseo. ¿Cuántas veces se me ha aconsejado que no hable tan alto? ¿Cuántas veces me han mandado callar justo cuando estaba dando mi opinión o disculpándome por algo que había hecho mal? ¿Cuántas han sido las ocasiones en las que he tenido que hablar más alto para que se me escuchase entre un grupo de gente? Y por último ¿cuántas veces he expresado un deseo? Últimamente pocas.
En "Impulso histórico" - mi parte favorita - Levy regresa a su infancia en la Sudáfrica del Apartheid. Una sociedad segregada en la que de pequeña es testigo de la detención de su padre por ser miembro del ANC (al cual perteneció también Nelson Mandela y que abogaba por otorgar el voto a los africanos negros y mestizos, además de acabar con el sistema de discriminación y que otorgaba el poder exclusivamente a la minoría blanca). Durante estas páginas, las más memorables, conocemos a Melissa, la responsable de otorgarle a Levy la confianza suficiente para hacer algo tan sencillo como hablar, simplemente hablar, trasladar las palabras que escribía en sus cuadernos en sonidos fonéticos para así expresar sus inquietudes y verdaderas opiniones. Según la autora este es el "impulso histórico" que le lanzó de lleno a la escritura, y no, como cabría esperar, los acontecimientos históricos que rodearon a esta historia de amistad. Seguidamente, en "Puro egoísmo", Levy nos traslada al Londres de su adolescencia, en plena efervescencia política y cultural, un Londres gris en el que, sin embargo, la autora experimenta su etapa más prolífera en cuanto a sesiones de creación literaria y habito lector. Particularmente emotivo es el momento en el que nos cuenta como el Curry es el olor con el que asociará siempre a dicha ciudad y como escribía hasta en servilletas de papel mientras soñaba con tener, como Virginia Woolf, su cuarto propio. Ahí no he podido, una vez más, sentirme identificada con esa vitalidad creativa de los 15 años y con esa constancia que hoy se me antoja demasiado lejana. Por aquel entonces me sentaba, enchufaba el ordenador y no me levantaba hasta que no hubiese escrito un numero considerable de páginas. Luego la historia no valía un pimiento, pero yo me sentía bien haciéndolo, como si rellenase de dicha un hueco importante en mi cerebro. No ansiaba un cuarto propio, ni siquiera sabía de la existencia de Woolf, pero sí comprensión, apoyo y algo de tranquilidad. Actualmente el bache es importante, tanto que a veces pienso en tirar la toalla, pero supongo que todo se reduce a etapas vitales y que hay que superarlas de la mejor forma posible. Tanto si existe la fórmula mágica como si no.
Por último en "Entusiasmo estético" viajamos de nuevo a Mallorca - símbolo del autoconocimiento y la necesaria desconexión - para que el lector observe como, la mujer que paseaba su tristeza por centros comerciales atestados de gente, hoy se ha fortalecido a medida que ha ido asimilando vivencias y experiencias de su vida privada que antes prefería no contar, no compartir, no saber. Al final, además de una breve autobiografía narrada con una prosa muy especial, lo que nos queda es una investigación, la experimentación y la constatación de como cuando tomamos decisiones que rompen con lo que hemos sido, o lo que hemos vivido. Cuando mandamos a tomar por saco todos esos trabajos, las comodidades y esas personas que ya no nos proporcionan la misma felicidad que antes. Cuando arriesgamos, nos movemos fuera de nuestra aérea de confort o cuando decidimos de la noche a la mañana cambiar de vida nos asaltan inquietudes, preguntas e inseguridades extrañas y nuevas. Es entonces cuando, paradójicamente, nos sentimos más cerca de la mujer que llora en las escaleras mecánicas que de cualquier otra mujer a su alrededor. No sé si esta "autobiografía en construcción" trascenderá como sí lo han hecho otros textos similares (como el Mientras escribo de Stephen King o Vivir para contarla de Gabriel García Márquez) de lo que sí estoy segura es de que este volumen llegó en el momento más propicio para salvarme, una vez más, de los nubarrones y los truenos llamados inseguridad. La literatura no cura, pero sí nos abraza en momentos de incertidumbre.
Cosas que no quiero saber: una historia de autoconciencia, autodescubrimiento, memoria, coraje, verdad, literatura, escritura, impulsos, egoísmos, estética, entusiasmo, pasión, flaqueza... El inicio del viaje de una escritora en el momento más álgido de su carrera.
Frases o párrafos favoritos:
“No alcanzaba a oírla, pero sabía que sus palabras tenían que ver con decir las cosas en voz alta, admitir las cosas que deseaba, estar en el mundo y no dejarme vencer por él”.
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Literatura Random House