UN ROMANCE DE PROVINCIAS
Título: Un romance de provincias.
Autor: Kornel Filipowicz (Ternópil, 1913- Cracovia 1990). Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, su familia emigró a Cieszyn (Polonia) en donde el joven encontró un excepcional ambiente de tolerancia entre diferentes gentes y religiones que anhelaría el resto de su vida. Muy pronto ese precario equilibrio saltaría por los aires con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Su colaboración con el movimiento de resistencia Polska Ludowa (Polonia Popular) le valió ser internado en un campo de concentración de donde logró escapar milagrosamente. Una vez acabada la contienda se instaló en Cracovia, ciudad en la que intentó recuperar, junto a su mujer, la pintora Maria Jarema (1908-1958), el clima de convivencia y efervescencia cultural anterior a la guerra mediante su labor como escritor, editor de revistas y dinamizador cultural. Su espíritu crítico y su compromiso con la libertad le llevaron a enfrentarse en diversas ocasiones con la censura del régimen comunista instaurado en el país a partir de 1945. Este contexto determinó en buena medida su estilo narrativo caracterizado por la economía narrativa y el uso de la ironía y la alusión. Kornel Filipowicz falleció en Cracovia en 1990. Dejó escritos más de treinta libros entre narrativa, poemarios y guiones cinematográficos. Un romance de provincias es su primera obra traducida al español. Kornel Filipowicz es uno de los autores más fascinantes de la brillante generación de escritores polacos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. También uno de los más desconocidos fuera de sus fronteras. Este desconocimiento no solo responde a lo poco que el propio Filipowicz se preocupó por su carrera literaria y sí de apurar la vida hasta el último instante, también a que decidiera hacerlo en compañía (y a veces a la sombra) de la Nobel Wisława Szymborska. (Fuente: Editorial).
Editorial: Las Afueras.
Idioma: polaco.
Traductora: Teresa Benítez.
Sinopsis: En un pequeño pueblo a las orillas del Vístula, Elzibieta lleva una vida ordenada y monótona. Una vida marcada igualmente por la sucesión de los ciclos naturales y las convenciones sociales. En ese mundo autoconcluso y cerrado la llegada de un poeta desde Varsovia abrirá una grieta que no dejará de ensancharse hasta el inesperado desenlace. Escrita en 1960, Un romance de provincias es una obra de rara perfección. Con un estilo claro y conciso, Filipowicz hace un retrato de la vida en provincias y sus gentes, de su tedio gris y las ataduras a las que son sometidas las mujeres; un retrato profundamente humano que conseguirá traer a la memoria del lector algunos de los mejores libros de Natalia Ginzburg y Carmen Martín Gaite. (Fuente: Editorial).
Su lectura me ha parecido: pequeña, rural, con una protagonista muy interesante, algo manida, romántica, triste conforme nos acercamos al final, ligeramente feminista, capaz de asfixiar desde el microcosmos, una agradable novedad en mi biblioteca... Hace unos meses, como va siendo habitual desde que me inicié en el noble arte de la reseña literaria, llegaron dos libros muy diferentes a mi buzón. El primero, titulado Breves escenas de una vida agitada, está escrito por nada más y nada menos que Jenny Marx. Que para quienes no lo sepan, fue una escritora, articulista, pensadora y política prusiana nacida en 1814. Proveniente de una familia de alta alcurnia, Jenny es autora de ocho importantes artículos de carácter ensayístico que vieron la luz en algunas de las revistas alemanas más importantes de la época. Además de plasmar en el libro citado unas líneas más arriba - su único texto por el momento traducido al español - algunos momentos destacados de su vida. Desgraciadamente, Jenny pasó a la historia por ser la mujer del filósofo Karl Marx. Poco importa que ésta fuese la primera mujer de la historia en formar parte de la Liga de Comunistas, que diese conferencias en la Unión de Trabajadores Alemanes, que se convirtiese en la relaciones públicas organizando reuniones entre los distintos líderes afines al ideario comunista de su tiempo o que - y esto sí que es escandaloso - ayudase a su marido a terminar las últimas páginas del Manifiesto Comunista. Sí, ese libro que - más allá de ser una lectura obligatoria si te examinas de filosofía en Selectividad - removió conciencias y provocó uno de los puntos de inflexión más importantes en la historia de la humanidad. Después de su publicación en 1848, el mundo ya no volvió a ser el mismo. Tanto es así que no tenemos que irnos a la antigua URSS, a Cuba o a Corea del Norte para observar como sus postulados todavía retumban en nuestro presente, hasta el punto de ser abrazado por unos, detestado por otros y reformulado por quienes pretenden una sociedad más igualitaria en todos los sentidos. Sin embargo, y a pesar de que Karl Marx y Engels - autores oficiales del manifiesto - nadie reconoció el trabajo de Jenny. ¿Alguien se ha preguntado qué habría ocurrido si ella no hubiese ayudado a su marido en la redacción de esos últimas páginas? ¿Somos conscientes de que sin Jenny Marx, la intelectual a la sombra del genio, la historia hubiese sido muy diferente? A juzgar por los hechos, está claro que nadie se ha hecho estas preguntas. A lo largo de los siglos han existido ilustres consortes, unos más famosos que otros, pero a los que les ha unido el apoyo a sus respectivas parejas tanto en el ámbito profesional como en el personal. Aunque eso significase, como en el caso de Jenny Marx, que tu aportación a la historia se olvide para siempre. En esta ocasión, os traigo una rara avis, una peculiaridad, de esas que la sociedad patriarcal nunca ha visto con buenos ojos. Y es que el autor del segundo libro en cuestión - el cual protagoniza la presente reseña - fue pareja de la laureada poeta polaca Wisława Szymborska. Que por si no lo sabíais era una de las mejores escritoras de su país tras la Segunda Guerra Mundial y merecedora, en el año 1996, del Premio Nobel de Literatura. ¡Casi nada! Esta claro que la cosa va de un consorte talentoso - faltaría más - que siempre supo el lugar que le correspondía al lado de una gran y talentosa mujer. Un caso único en su especie que merece toda nuestra atención en forma de crítica literaria a uno de los pocos libros que se han traducido al español de él. Un romance de provincias: ansias de independencia bañadas por los cuchicheos y el Vístula.
Su lectura me ha parecido: pequeña, rural, con una protagonista muy interesante, algo manida, romántica, triste conforme nos acercamos al final, ligeramente feminista, capaz de asfixiar desde el microcosmos, una agradable novedad en mi biblioteca... Hace unos meses, como va siendo habitual desde que me inicié en el noble arte de la reseña literaria, llegaron dos libros muy diferentes a mi buzón. El primero, titulado Breves escenas de una vida agitada, está escrito por nada más y nada menos que Jenny Marx. Que para quienes no lo sepan, fue una escritora, articulista, pensadora y política prusiana nacida en 1814. Proveniente de una familia de alta alcurnia, Jenny es autora de ocho importantes artículos de carácter ensayístico que vieron la luz en algunas de las revistas alemanas más importantes de la época. Además de plasmar en el libro citado unas líneas más arriba - su único texto por el momento traducido al español - algunos momentos destacados de su vida. Desgraciadamente, Jenny pasó a la historia por ser la mujer del filósofo Karl Marx. Poco importa que ésta fuese la primera mujer de la historia en formar parte de la Liga de Comunistas, que diese conferencias en la Unión de Trabajadores Alemanes, que se convirtiese en la relaciones públicas organizando reuniones entre los distintos líderes afines al ideario comunista de su tiempo o que - y esto sí que es escandaloso - ayudase a su marido a terminar las últimas páginas del Manifiesto Comunista. Sí, ese libro que - más allá de ser una lectura obligatoria si te examinas de filosofía en Selectividad - removió conciencias y provocó uno de los puntos de inflexión más importantes en la historia de la humanidad. Después de su publicación en 1848, el mundo ya no volvió a ser el mismo. Tanto es así que no tenemos que irnos a la antigua URSS, a Cuba o a Corea del Norte para observar como sus postulados todavía retumban en nuestro presente, hasta el punto de ser abrazado por unos, detestado por otros y reformulado por quienes pretenden una sociedad más igualitaria en todos los sentidos. Sin embargo, y a pesar de que Karl Marx y Engels - autores oficiales del manifiesto - nadie reconoció el trabajo de Jenny. ¿Alguien se ha preguntado qué habría ocurrido si ella no hubiese ayudado a su marido en la redacción de esos últimas páginas? ¿Somos conscientes de que sin Jenny Marx, la intelectual a la sombra del genio, la historia hubiese sido muy diferente? A juzgar por los hechos, está claro que nadie se ha hecho estas preguntas. A lo largo de los siglos han existido ilustres consortes, unos más famosos que otros, pero a los que les ha unido el apoyo a sus respectivas parejas tanto en el ámbito profesional como en el personal. Aunque eso significase, como en el caso de Jenny Marx, que tu aportación a la historia se olvide para siempre. En esta ocasión, os traigo una rara avis, una peculiaridad, de esas que la sociedad patriarcal nunca ha visto con buenos ojos. Y es que el autor del segundo libro en cuestión - el cual protagoniza la presente reseña - fue pareja de la laureada poeta polaca Wisława Szymborska. Que por si no lo sabíais era una de las mejores escritoras de su país tras la Segunda Guerra Mundial y merecedora, en el año 1996, del Premio Nobel de Literatura. ¡Casi nada! Esta claro que la cosa va de un consorte talentoso - faltaría más - que siempre supo el lugar que le correspondía al lado de una gran y talentosa mujer. Un caso único en su especie que merece toda nuestra atención en forma de crítica literaria a uno de los pocos libros que se han traducido al español de él. Un romance de provincias: ansias de independencia bañadas por los cuchicheos y el Vístula.
Un romance de provincias, como revela su explicito título, narra precisamente eso, una historia de amor en plena campiña polaca. Hablar de esta historia es referirnos en primer lugar a Elzbieta, la joven y para nada convencional protagonista de la presente novela. A simple vista, todo lo que se puede esperar de una mujer de 24 años de la época: modosita, gentil, bella y con el don para tocar el piano (y de paso sacarse unos dineros enseñando a algunos de los habitantes del pueblo en el que vive). Su casa está situada en la plaza del pueblo, epicentro de la actividad local y de la rumorología popular, siendo habitada por nuestra heroína y su madre que, viuda y enferma, ejerce un intenso control sobre la muchacha. Sin embargo, y como pasa en muchas novelas, Elzbieta no es lo que parece a ojos de la gente. En realidad, en lo más profundo, la pobre solo desea escapar de allí. Le aburre la monotonía del lugar y la cerrazón de sus habitantes así como de sus aspiraciones personales. Se asfixia en esa casa y en compañía de esa madre que la ha condenado, sin ella quererlo, a ser una eterna ama de casa entre visillos, cuidados y regañinas vespertinas. Su espíritu ya no se conforma con los paisajes naturales que rodean el lugar, ni con el sonido de los pájaros, ni siquiera con los rayos de sol que caprichosamente impactan en las fachadas de las casas. Necesita nuevos retos, nuevas emociones, que algo haga menos insoportable su día a día. Y para colmo su madre quiere casarla con Soniewicz, un ingeniero brillante, un hombre bueno pero aburrido que no para de cortejarla a pesar de la enorme diferencia de edad que los separa. Elzbieta sabe que a su lado jamás será feliz y no está dispuesta a hacer ningún esfuerzo en favor de los planes de su progenitora. Coincidiendo con este principio de rebeldía, al pueblo llega un poeta proveniente de Varsovia llamado Fabian Milobrzeski para ofrecer una conferencia a los lugareños. A ojos de la joven, el literato es todo lo contrario a Soniewicz: es guapo, atrevido, sofisticado, sin pelos en la lengua, inteligente y con el que podría pasar horas y horas hablando de cuestiones intelectuales. Sin pensárselo dos veces, Elzbieta se acerca a hablar con él tras la charla en busca de evasión, como si aquel hombre fuese capaz de sacarle, por unas horas, de aquel mortecino lugar. Entre paseos y visitas guiadas, el poeta - seguro de su experiencia - decide no marcharse tan pronto e ir ganándose poco a poco la confianza de la chica, algo esquiva al principio, pero ansiosa por encontrar una salida. La inocencia y la desesperación la llevan a evadirse, sin pensar que en el pueblo la gente tiene el oído muy fino y una tendencia a ir difundiendo cotilleos. Es entonces cuando las intenciones de don juan del poeta y la condena social se ciernen inexorablemente sobre Elzbieta. La asfixia, ahora sí, se torna en ahogo.
De buenas a primeras, y aquí tengo que ser sincera, la historia de amor que Filipowicz nos narra en la presente novela - ¿o deberíamos estar hablando de cuento a juzgar por su breve extensión? - no me ha interesado tanto como lo que la envuelve. Dicho de otra forma, el triangulo amoroso que se plantea me ha parecido muy típico - demasiado tal vez - aunque, y por fortuna, la decisión de localización y de tratamiento por parte del autor me ha parecido acertadísima. Los lectores están cansados de leer novelas en las que los avatares de una pareja de enamorados o en proceso de desintegración tiene que hacer frente a los numerosos problemas se les presentan en el marco de un idílico prado lejos del mundanal ruido (lo se, mi amor por Thomas Hardy queda más que demostrado). No obstante, estos personajes, a pesar de encontrarse en un lugar de una belleza incuestionable, están muy equivocados. Jamás están lejos del mundanal ruido, más bien lo tienen encima, pisándoles los talones, al acecho, detrás de cada esquina, llenando de habladurías sus hasta entonces ensordecidos oídos. Pocas veces me he acercado a un texto tan asfixiante como este en el que, como bien reza la contraportada, si que he podido entroncar con el estilo de autoras que, como Filipowicz, ahondan en la idiosincrasia social de los pueblos o las ciudades pequeñas. En ese sentido, Natalia Guinzburg, Rosa Chacel o Ana María Matute son buenos referentes y escritoras a las que acudir tras haber leído Un romance de provincias y a la inversa. En este relato, su autor se alza como experto en micro espacios capaces de crear una sensación de claustrofobia y angustia en el lector, todo ello a pesar de que, paradójicamente, nos encontremos en un lugar totalmente abierto y en contacto perpetuo con la naturaleza. Como se suele decir, a veces los lugares idílicos y aparentemente tranquilos pueden convertirse en tu peor pesadilla. O como reza Peyton Place, una de mis novelas favoritas y poco reivindicadas: "pueblo pequeño, infierno grande". No debemos olvidarnos, claro está, del feminismo que impregna la novela en lo que a la construcción del personaje de Elzbieta se refiere. Nuestra protagonista, más allá de la comparación que cada lectora o lector establezca con Emma Bovary (por momentos he creído atisbar una pizca de su espíritu inconformista) lo que está claro es que Elzbieta se presenta como el icono feminista del libro al desear aspirar a algo más. Cuidar a su madre, casarse con un soso o seguir viviendo en aquel pueblo plagado de cotillas no entran en sus planes, algo que poco a poco irá reivindicando con más y más visibilidad. Por último, destacar la novedad de ambientar esta historia en la Polonia rural de postguerra. Un contexto y sobre todo un entorno que el propio autor conoce a la perfección que supone una interesante novedad en cualquier biblioteca. No hay nada más estimulante que una escritora/or te consiga trasladarte en el espacio y el tiempo a un lugar que, por motivos geográficos, nos pilla demasiado lejos y por tanto nos es desconocido. Para terminar, y a modo de conclusión final, sólo me queda reivindicar la suerte que tenemos como lectores de que existan editoriales - pequeñas en su mayoría - cuya valentía impulsa que autores como Filipowicz (Un romance de provincias es la primera en traducirse al español) entren en el mercado editorial y en las librerías particulares de muchos lectores. Evidenciando la inexistencia de fronteras en la aproximación a otras literaturas europeas. Algo que, si lo trasladamos al terreno político, parece que retrocedemos a pasos agigantados.
Un romance de provincias: una historia de amor, engaño, ansias de libertad, domesticidad, cultura popular, chismes, existencias impuestas, rebeldía... Un libro para leer con lupa y quedarse con lo que se haya bajo la superficie.
Frases o párrafos favoritos:
"Elzbieta vivía ahora en ese ambiente singular que solo logra crear alrededor de la persona una ciudad pequeña en la que todo el mundo se conoce, donde todo se sabe y cada intento de ocultar algo privado al ojo de la opinión pública se vuelve en contra del individuo. La sociedad de una ciudad pequeña cree que tiene derecho a saberlo todo, a clasificarlo y a decidir si el asunto constituye un secreto a voces. Sin embargo, hay algo de humano en la crueldad de esa institución: el individuo que anda en boca de todos tiene la ventaja de ignorar que está siendo objeto de habladurías. El mecanismo de esta institución funciona con más o menos eficacia, pero siempre es consecuente, en el sentido de que consigue que nadie del entorno más cercano de la persona calumniada se entere de lo que está sucediendo. Por tanto, si no hubiera sido por Turlej, Elzbieta habría vivido ajena al hecho de que todo el mundo conocía su historia y todos hablaban de ella."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Corstesía de Las Afueras Editorial