COMO SI EXISTIESE EL PERDÓN
Editorial: Las Afueras.
Autora: Mariana Travacio (Argentina, 1967). Nació en Rosario, pasó su infancia en Brasil y actualmente reside en Buenos Aires. Es licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires donde se desempeñó como docente de la Cátedra de Psicología Forense. Es Magister en Escritura Creativa por la Universidad Nacional de Tres de Febrero y traductora de francés y portugués. Sus cuentos han recibido numerosos premios nacionales e internacionales y han sido publicados en revistas y antologías de Argentina, Uruguay, Brasil, Cuba, España y Estados Unidos. Es autora de los libros de relatos Cotidiano (2015) y Cenizas de Carnaval (2018) y de la novela Como si existiese el perdón (2016, Las Afueras, 2020).
Editorial: Las Afueras.
Idioma: castellano.
Sinopsis: Como si existiese el perdón es una historia de venganza y redención. Mariana nos conduce a través de un mundo desolado, que trae a la memoria las mejores páginas de Juan Rulfo, hasta un final inevitable que tiene sabor de venganza antigua. Inevitable decíamos, porque todos los personajes de esta historia parecen marcados por la fatalidad, pero también porque la autora no nos da la oportunidad de apartar la mirada de este libro duro y memorable, con un estilo tan desnudo y poético como los paisajes que describe. Un libro cargado de simbolismos, una historia que atrapa e impacta por su crudeza. Desde la primera página, el lector comprobará que tiene en la mano algo más que un western kafkiano o una nueva vuelta de tuerca a la literatura gauchesca. Esta novela es, sobre todo, una fábula moral sobre la naturaleza humana, la violencia y la justicia.
Su lectura me ha parecido: breve, espectral, sobrio, demasiado escueto, furioso en ocasiones, poético, simbólico, polvoriento, que te lo lees de una sentada... "Gaucho" - como término - se utiliza para referirse a los habitantes característicos de las llanuras o zonas próximas de lugares como Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay, Bolivia y una parte de Brasil. Aunque existen muchas controversias entorno al origen etimológico de la palabra, existen expertos que aseguran que podría derivar de "hachu" (vagabundo en quechua), del árabe "chaucho" (látigo utilizado en el arreo de los animales) o del portugués "garrucho" (instrumento para atrapar al ganado) entre otras hipótesis. Se identificaba por su condición de hábil jinete y por su vinculación con la proliferación de vacunos en las regiones rurales, siendo además partícipes de actividades económicas y culturales al rededor del consumo de carne y la industria del cuero. Así mismo, los gauchos - en su mayoría - a día de hoy son considerados iconos de la tradición y de las costumbres del campo. Repudiados antaño, una corriente historiográfica está empeñada, no sin razón, en poner a estos hombres y mujeres (porque haberlas haylas) como símbolos de la liberación colonialista. De hecho, fueron muchos los que participaron de forma muy activa en los distintos procesos de independencia acaecidos en Sudamérica a principios del siglo XIX. Por no hablar de su rol protagónico en la historia del conocido como Cono Sur - recordemos, el área más austral del continente americano que comprende los países de Argentina, Chile y Uruguay - donde no sólo asentaron su forma de vida en las zonas menos pobladas, sino que además, lograron alcanzar cotas de poder e influencia nunca vistas en otros lugares de América Latina. A partir de 1852, los partidos políticos sustentados por los gauchos comienzan su particular declive, sobre todo en Argentina, quedando su presencia reducida al clientelismo y siendo sus tierras controladas por estancieros latifundistas. La introducción del alambrado de púa en 1860 fue, en última instancia, la último obstáculo que supuso la definitiva decadencia del gaucho tradicional al no poder desempeñar la trashumancia a la antigua usanza. Al calor del mito nació lo que conoce como Literatura Gauchesca en la que sobresalieron nombres como los de José Hernández - autor de Martín Fierro, un poema narrativo que muchos estudiosos señalan como texto fundacional y canónico - o Eduardo Gutiérrez - autor de Juan Moreira, una especie de Robin Hood argentino -. Los cuales no hicieron sino engrandecer su figura hasta equipararla a la de los cowboys norteamericanos, de hecho, no es de extrañar que en ocasiones, sobre todo en aquellas sucias e hiperrealistas películas del Espagueti Western, creamos ver algunos rasgos del gaucho argentino, uruguayo o chileno. ¿O fue al revés? O fue Sergio Leone, por citar un ejemplo, el que se empapó de esa influencia en un intento por alejarse de la idealización del western norteamericano. Dicho esto, preparen las provisiones, ensillen a sus caballos y recibamos al son de la guitarra a una nueva pluma que ha conseguido revitalizar el género a base de cruzar influencias tanto literarias como cinematográficas. Como si existiese el perdón: el western gauchesco que, en el fondo, estábamos deseando.
Desde uno de esos inicios tan evocadores como asfixiantes, Mariana Travacio se mete en el bolsillo a los lectores en el momento en el que irrumpe, como si de una aparición fantasmagórica se tratase, un extraño personaje. Su presencia perturba a los protagonistas, a ese Manoel que narra esta historia y a Tano, una suerte de Sancho Panza más siniestro pero igualmente leal. Un espíritu que acabará reapareciendo en su doble, en ese mellizo que acabará por confundirse con el muerto, hasta el punto de no distinguirlos. Sin duda esta introducción del doppelganger - del que autores como Stevenson o Dostoievsky o cineastas como Lynch usarían de forma magistral - ya nos da una pista de que, al contrario que Hernández o Gutiérrez (recordemos, padres del género gauchesco) Travacio prefiere cabalgar por otras tierras, optando por la transversalidad y potenciar la accesibilidad de una tradición literaria muy demasiado reduccionista. Si bien es cierto que la novela tiene sentido gracias a la profundización en uno de los grandes temas de la literatura universal - la venganza - la autora explora los distintos caminos que conducen a ella. Y en ese camino entran en conjugación recursos que mezclados entre sí ayudan a ensalzar una historia que, aunque corta en su extensión, deja un recuerdo en la memoria de quien se atreva a leerla. En primer lugar la magia - o el realismo mágico como comúnmente se le conoce - surge de forma natural de entre la arena del desierto, del polvo en suspensión, de esas botas con años de experiencia en sus suelas o en los mismos paisajes que los protagonistas recorren en su pretensión de llevar a cabo su particular vendetta. A priori podría parecer que Travacio ha optado por homenajear a Gabriel García Márquez desde una humildad supina, pero a medida que vamos metiéndonos en la historia y empapándonos del estilo de la escritora, descubrimos que su suciedad y esa constante presencia de símbolos son más cercanos a Juan Rulfo - otro de los grandes pero, por desgracia, menos recordado - que al autor colombiano. Con esto algunos pensarán que Travacio rebaja sus expectativas cuando, en mi más sincera opinión, lo que hace es tomar las enseñanzas de otro gran maestro para hacerlas suyas, a pesar de que, una vez dicho esto, no podamos evitar pensar en Pedro Páramo cada vez que Travacio hace gala de sus descripciones oníricas. En segundo lugar, la influencia del western es notable y de una abrumadora obviedad. No hay que olvidar que los distintos puntos en común entre los gauchos argentinos y los cowboys norteamericanos. Ya el propio título - Como si existiese el perdón - parece un homenaje explícito a aquellas cintas en las que la implacable mirada de Clint Eastwood conseguía ponernos alerta o en tensión. De hecho, muy lejos del extremo estiramiento del tiempo cinematográfico tan característico de dichas películas, Travacio construye su novela como disparos, con capítulos que a penas llegan a la media página y con contundentes escenas que mejoran y agilizan la trama. Por todo esto me atrevo a comparar más la novela de Travacio con esa vertiente literaria tan de quiosco - donde Marcial Lafuente Estefanía brilló entreteniendo con sus novelas del Oeste a la generación de nuestros abuelos - y de rápido consumo. Tal vez la intención de la autora fuese más autoral a la hora de revitalizar el género que el de parecerse, literariamente hablando, a Leone o a Corbucci. Más Rulfo o Michael Chabon y menos el hombre sin nombre. Eso sí, permitidme una sugerencia, si lo que queréis es vivir una experiencia inmersiva probad con Morricone dirigiendo la orquesta y Alessandroni silbando a lo lejos. Simplemente embriagador.
Por último señalar dos aspectos primordiales: la visivilización de las mujeres gauchas y el viaje tanto físico como interior. El primero de ellos sin duda supone la que creo que es la verdadera revolución dentro de la literatura gauchesca más allá de las influencias externas a dicho género. Y es que hasta ahora las mujeres en las novelas protagonizadas por gauchos estaban relegadas a un segundo plano, por no decir que su presencia, en ocasiones, se reducía a mera anécdota, siendo el objeto - que no el sujeto - de espeluznantes trueques o de viles manipulaciones. Todo ello en detrimento de su autoestima y en refuerzo de la autoridad masculina. Sin embargo, en Como si existiese el perdón las gauchas toman un protagonismo inaudito, situándolas en un estadio similar al de los hombres en cuanto a profundidad psicológica y carácter. Su presencia, siempre marcada por un carácter mágico y extraordinario, puebla la novela de una originalidad exquisita. Ejemplos de ello son los personajes de Ramona, la mujer de Juancho, a la que llevan ofrendas porque concede milagros, Pepa, capaz de sanar cualquier herida, Miranda e Iris, personajes femeninos que nunca se muestran pero que el lector es capaz de imaginarse con rasgos de poderosas hechiceras u Ofelia, la madre de Lopete y que comparte gran parte de su enajenación mental silenciosa con el personaje shakespeariano. De hecho, Ofelia es precisamente de los personajes más interesantes de la novela precisamente por esas constantes conexiones hamletianas, con apariciones espectrales incluidas y rápidos episodios de violencia sangrienta de los que el propio dramaturgo inglés estaría muy orgulloso. Por otro lado, el segundo de ellos - lo referente al significado del viaje - no puede pasarse por alto dado su aproximación hacia el clasicismo. Como si existiese el perdón está llena de tropos literarios, desde esa venganza tan cercana a lo hamletiano a el miedo más subyugante partiendo de lo mágico, pasando por un intenso amor, en este caso por la familia. Pero es en la odisea que emprenden Manoel y Tano donde podemos apreciar una mayor impronta clásica, llegando en ocasiones a coquetear con la concepción Homérica, canónica a todas luces, que aún así sigue sirviendo de guía a las y los escritores de las generaciones más actuales y las que está por venir. De este modo, cada dificultad en el camino (polvo, lluvias torrenciales, calor infernal...) va directo a nuestros sentidos, apreciando esa punzada tan típica en el estómago que, sin embargo, indica la pericia de sus palabras. Cada parada en la ruta cobran protagonismos inesperados (la casa de Luisa se nos antoja la de Penélope en su habilidad tejiendo y en esa especie de Oasis que ambos personajes encuentran a su llegada). No obstante, el propósito no es noble, al contrario, el lector prevé una matanza sanguinolenta final de dicho trayecto. Nada que ver con lo que Homero nos describió al llegar a su adorada Ítaca. Pero dejadme que os diga que es en el "mientras tanto" donde los lectores pueden encontrarse cómodos, en ese cabalgar por las praderas, en esa superación de las adversidades, en los pensamientos que se cruzan, como una estrella fugaz, en la mente de Manoel o Tano. Un "mientras tanto" que, por supuesto, ansías sea eterno.
Como si existiese el perdón: una historia de venganzas, sangre, fantasmas, desiertos, casas familiares, honor, honores que enmendar, mujeres cruciales, largos caminos... Una ráfaga de aire fresco en tiempos de limitaciones y deseos contenidos.
Frases o párrafos favoritos:
"Allá donde vivíamos, venía el viento del norte. Era un viento de calor que nos cercaba hasta instalarse como un perro hambriento. Cuando nos tenía rodeados, dormíamos unas siestas interminables. Nos despertábamos cuando el sol se iba y el cielo quedaba con un resplandor que seguía levantando el olor de la tierra seca."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Las Afueras