miércoles, 28 de octubre de 2020

RESEÑA: Como si existiese el perdón.

 COMO SI EXISTIESE EL PERDÓN


Editorial: Las Afueras. 

Autora: Mariana Travacio (Argentina, 1967). Nació en Rosario, pasó su infancia en Brasil y actualmente reside en Buenos Aires. Es licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires donde se desempeñó como docente de la Cátedra de Psicología Forense. Es Magister en Escritura Creativa por la Universidad Nacional de Tres de Febrero y traductora de francés y portugués. Sus cuentos han recibido numerosos premios nacionales e internacionales y han sido publicados en revistas y antologías de Argentina, Uruguay, Brasil, Cuba, España y Estados Unidos. Es autora de los libros de relatos Cotidiano (2015) y Cenizas de Carnaval (2018) y de la novela Como si existiese el perdón (2016, Las Afueras, 2020).


Editorial: Las Afueras. 

Idioma: castellano. 

Sinopsis: Como si existiese el perdón es una historia de venganza y redención. Mariana nos conduce a través de un mundo desolado, que trae a la memoria las mejores páginas de Juan Rulfo, hasta un final inevitable que tiene sabor de venganza antigua. Inevitable decíamos, porque todos los personajes de esta historia parecen marcados por la fatalidad, pero también porque la autora no nos da la oportunidad de apartar la mirada de este libro duro y memorable, con un estilo tan desnudo y poético como los paisajes que describe. Un libro cargado de simbolismos, una historia que atrapa e impacta por su crudeza. Desde la primera página, el lector comprobará que tiene en la mano algo más que un western kafkiano o una nueva vuelta de tuerca a la literatura gauchesca. Esta novela es, sobre todo, una fábula moral sobre la naturaleza humana, la violencia y la justicia. 

Su lectura me ha parecido: breve, espectral, sobrio, demasiado escueto, furioso en ocasiones, poético, simbólico, polvoriento, que te lo lees de una sentada... "Gaucho" - como término - se utiliza para referirse a los habitantes característicos de las llanuras o zonas próximas de lugares como Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay, Bolivia y una parte de Brasil. Aunque existen muchas controversias entorno al origen etimológico de la palabra, existen expertos que aseguran que podría derivar de "hachu" (vagabundo en quechua), del árabe "chaucho" (látigo utilizado en el arreo de los animales) o del portugués "garrucho" (instrumento para atrapar al ganado) entre otras hipótesis. Se identificaba por su condición de hábil jinete y por su vinculación con la proliferación de vacunos en las regiones rurales, siendo además partícipes de actividades económicas y culturales al rededor del consumo de carne y la industria del cuero. Así mismo, los gauchos - en su mayoría - a día de hoy son considerados iconos de la tradición y de las costumbres del campo. Repudiados antaño, una corriente historiográfica está empeñada, no sin razón, en poner a estos hombres  y mujeres (porque haberlas haylas) como símbolos de la liberación colonialista. De hecho, fueron muchos los que participaron de forma muy activa en los distintos procesos de independencia acaecidos en Sudamérica a principios del siglo XIX. Por no hablar de su rol protagónico en la historia del conocido como Cono Sur - recordemos, el área más austral del continente americano que comprende los países de Argentina, Chile y Uruguay - donde no sólo asentaron su forma de vida en las zonas menos pobladas, sino que además, lograron alcanzar cotas de poder e influencia nunca vistas en otros lugares de América Latina. A partir de 1852, los partidos políticos sustentados por los gauchos comienzan su particular declive, sobre todo en Argentina, quedando su presencia reducida al clientelismo y siendo sus tierras controladas por estancieros latifundistas. La introducción del alambrado de púa en 1860 fue, en última instancia, la último obstáculo que supuso la definitiva decadencia del gaucho tradicional al no poder desempeñar la trashumancia a la antigua usanza. Al calor del mito nació lo que conoce como Literatura Gauchesca en la que sobresalieron nombres como los de José Hernández - autor de Martín Fierro, un poema narrativo que muchos estudiosos señalan como texto fundacional y canónico - o Eduardo Gutiérrez - autor de Juan Moreira, una especie de Robin Hood argentino -. Los cuales no hicieron sino engrandecer su figura hasta equipararla a la de los cowboys norteamericanos, de hecho, no es de extrañar que en ocasiones, sobre todo en aquellas sucias e hiperrealistas películas del Espagueti Western, creamos ver algunos rasgos del gaucho argentino, uruguayo o chileno. ¿O fue al revés? O fue Sergio Leone, por citar un ejemplo, el que se empapó de esa influencia en un intento por alejarse de la idealización del western norteamericano. Dicho esto, preparen las provisiones, ensillen a sus caballos y recibamos al son de la guitarra a una nueva pluma que ha conseguido revitalizar el género a base de cruzar influencias tanto literarias como cinematográficas. Como si existiese el perdón: el western gauchesco que, en el fondo, estábamos deseando. 


Desde uno de esos inicios tan evocadores como asfixiantes, Mariana Travacio se mete en el bolsillo a los lectores en el momento en el que irrumpe, como si de una aparición fantasmagórica se tratase, un extraño personaje. Su presencia perturba a los protagonistas, a ese Manoel que narra esta historia y a Tano, una suerte de Sancho Panza más siniestro pero igualmente leal. Un espíritu que acabará reapareciendo en su doble, en ese mellizo que acabará por confundirse con el muerto, hasta el punto de no distinguirlos. Sin duda esta introducción del doppelganger - del que autores como Stevenson o Dostoievsky  o cineastas como Lynch usarían de forma magistral - ya nos da una pista de que, al contrario que Hernández o Gutiérrez (recordemos, padres del género gauchesco) Travacio prefiere cabalgar por otras tierras, optando por la transversalidad y potenciar la accesibilidad de una tradición literaria muy demasiado reduccionista. Si bien es cierto que la novela tiene sentido gracias a la profundización en uno de los grandes temas de la literatura universal - la venganza - la autora explora los distintos caminos que conducen a ella. Y en ese camino entran en conjugación recursos que mezclados entre sí ayudan a ensalzar una historia que, aunque corta en su extensión, deja un recuerdo en la memoria de quien se atreva a leerla. En primer lugar la magia - o el realismo mágico como comúnmente se le conoce - surge de forma natural de entre la arena del desierto, del polvo en suspensión, de esas botas con años de experiencia en sus suelas o en los mismos paisajes que los protagonistas recorren en su pretensión de llevar a cabo su particular vendetta. A priori podría parecer que Travacio ha optado por homenajear a Gabriel García Márquez desde una humildad supina, pero a medida que vamos metiéndonos en la historia y empapándonos del estilo de la escritora, descubrimos que su suciedad y esa constante presencia de símbolos son más cercanos a Juan Rulfo - otro de los grandes pero, por desgracia, menos recordado - que al autor colombiano. Con esto algunos pensarán que Travacio rebaja sus expectativas cuando, en mi más sincera opinión, lo que hace es tomar las enseñanzas de otro gran maestro para hacerlas suyas, a pesar de que, una vez dicho esto, no podamos evitar pensar en Pedro Páramo cada vez que Travacio hace gala de sus descripciones oníricas. En segundo lugar, la influencia del western es notable y de una abrumadora obviedad. No hay que olvidar que los distintos puntos en común entre los gauchos argentinos y los cowboys norteamericanos. Ya el propio título - Como si existiese el perdón - parece un homenaje explícito a aquellas cintas en las que la implacable mirada de Clint Eastwood conseguía ponernos alerta o en tensión. De hecho, muy lejos del extremo estiramiento del tiempo cinematográfico tan característico de dichas películas, Travacio construye su novela como disparos, con capítulos que a penas llegan a la media página y con contundentes escenas que mejoran y agilizan la trama. Por todo esto me atrevo a comparar más la novela de Travacio con esa vertiente literaria tan de quiosco - donde Marcial Lafuente Estefanía brilló entreteniendo con sus novelas del Oeste a la generación de nuestros abuelos - y de rápido consumo. Tal vez la intención de la autora fuese más autoral a la hora de revitalizar el género que el de parecerse, literariamente hablando, a Leone o a Corbucci. Más Rulfo o Michael Chabon y menos el hombre sin nombre. Eso sí, permitidme una sugerencia, si lo que queréis es vivir una experiencia inmersiva probad con Morricone dirigiendo la orquesta y Alessandroni silbando a lo lejos. Simplemente embriagador. 


Por último señalar dos aspectos primordiales: la visivilización de las mujeres gauchas y el viaje tanto físico como interior. El primero de ellos sin duda supone la que creo que es la verdadera revolución dentro de la literatura gauchesca más allá de las influencias externas a dicho género. Y es que hasta ahora las mujeres en las novelas protagonizadas por gauchos estaban relegadas a un segundo plano, por no decir que su presencia, en ocasiones, se reducía a mera anécdota, siendo el objeto - que no el sujeto - de espeluznantes trueques o de viles manipulaciones. Todo ello en detrimento de su autoestima y en refuerzo de la autoridad masculina. Sin embargo, en Como si existiese el perdón las gauchas toman un protagonismo inaudito, situándolas en un estadio similar al de los hombres en cuanto a profundidad psicológica y carácter. Su presencia, siempre marcada por un carácter mágico y extraordinario, puebla la novela de una originalidad exquisita. Ejemplos de ello son los personajes de Ramona, la mujer de Juancho, a la que llevan ofrendas porque concede milagros, Pepa, capaz de sanar cualquier herida, Miranda e Iris, personajes femeninos que nunca se muestran pero que el lector es capaz de imaginarse con rasgos de poderosas hechiceras u Ofelia, la madre de Lopete y que comparte gran parte de su enajenación mental silenciosa con el personaje shakespeariano. De hecho, Ofelia es precisamente de los personajes más interesantes de la novela precisamente por esas constantes conexiones hamletianas, con apariciones espectrales incluidas y rápidos episodios de violencia sangrienta de los que el propio dramaturgo inglés estaría muy orgulloso. Por otro lado, el segundo de ellos - lo referente al significado del viaje - no puede pasarse por alto dado su aproximación hacia el clasicismo. Como si existiese el perdón está llena de tropos literarios, desde esa venganza tan cercana a lo hamletiano a el miedo más subyugante partiendo de lo mágico, pasando por un intenso amor, en este caso por la familia. Pero es en la odisea que emprenden Manoel y Tano donde podemos apreciar una mayor impronta clásica, llegando en ocasiones a coquetear con la concepción Homérica, canónica a todas luces, que aún así sigue sirviendo de guía a las y los escritores de las generaciones más actuales y las que está por venir. De este modo, cada dificultad en el camino (polvo, lluvias torrenciales, calor infernal...) va directo a nuestros sentidos, apreciando esa punzada tan típica en el estómago que, sin embargo, indica la pericia de sus palabras. Cada parada en la ruta cobran protagonismos inesperados (la casa de Luisa se nos antoja la de Penélope en su habilidad tejiendo y en esa especie de Oasis que ambos personajes encuentran a su llegada). No obstante, el propósito no es noble, al contrario, el lector prevé una matanza sanguinolenta final de dicho trayecto. Nada que ver con lo que Homero nos describió al llegar a su adorada Ítaca. Pero dejadme que os diga que es en el "mientras tanto" donde los lectores pueden encontrarse cómodos, en ese cabalgar por las praderas, en esa superación de las adversidades, en los pensamientos que se cruzan, como una estrella fugaz, en la mente de Manoel o Tano. Un "mientras tanto" que, por supuesto, ansías sea eterno. 

Como si existiese el perdón: una historia de venganzas, sangre, fantasmas, desiertos, casas familiares, honor, honores que enmendar, mujeres cruciales, largos caminos... Una ráfaga de aire fresco en tiempos de limitaciones y deseos contenidos. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Allá donde vivíamos, venía el viento del norte. Era un viento de calor que nos cercaba hasta instalarse como un perro hambriento. Cuando nos tenía rodeados, dormíamos unas siestas interminables. Nos despertábamos cuando el sol se iba y el cielo quedaba con un resplandor que seguía levantando el olor de la tierra seca."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Las Afueras

martes, 20 de octubre de 2020

RESEÑA: Incienso.

 INCIENSO


Título: Incienso. 

Autora: Eileen Chang (1920-1995) nació en el seno de una familia de clase alta de Shanghái. Su madre fue una mujer moderna educada en Inglaterra; su padre un adicto al opio de ideas tradicionales. El matrimonio terminó en divorcio y Eileen quedaría bajo la custodia de su padre, hasta que los maltratos a los que éste la sometía la obligaron a irse a vivir con su madre. Tras la invasión japonesa en Hong Kong en 1941, en cuya universidad estudiaba literatura, volvió a la también ocupada Shanghái, donde empezó a publicar en revistas los cuentos y nouvelles que la convirtieron en una famosa escritora. En 1944 se casó con Hu Lancheng, un político que colaboraba con los japoneses y del que se divorciaría tres años después. La llegada de los comunistas al poder la llevaría a EEUU en 1955, donde moriría cuarenta años más tarde sin haber vuelto nunca a China. Durante sus años en EEUU, Chang dio clases en distintas universidades y continuó escribiendo ensayos, narrativa y guiones para películas rodadas en Hong Kong, durante el régimen comunista sus libros quedaron relegados en la China continental por motivos políticos. En los años noventa, coincidiendo con la apertura del régimen y el ascenso de una pujante clase media, su obra fue redescubierta con gran éxito. Entre sus libros destacan La jaula doradaLa rosa roja y la rosa blanca, Incienso, Un amor que destruye ciudades y Deseo y peligro (llevada al cine por el oscarizado director Ang Lee en 2007).


Editorial: Libros del Asteroide. 

Idioma: chino. 

Traductora: Anne-Hélène Suárez. 

Sinopsis: cuando Ge Weilong se presenta inesperadamente en casa de su tía, la señora Liang, para pedirle que la acoja y así poder proseguir con sus estudios en Hong Kong, no se imagina hasta qué punto ese encuentro cambiará su vida. La señora Liang le abrirá las puertas a un ambiente mundano, regido por la suntuosidad y la hipocresía, y Weilong tendrá que decidir si quiere formar parte de él. Así arranca la primera de las dos novelas cortas que contiene este volumen: un retrato esplendido de la decadente China colonial. Dos historias que, como apunta la narradora, se leen en el tiempo que tarda en arder un puñado de incienso. 

Su lectura me ha parecido: sorprendente, bella, que te deja con ganas de más, metafóricamente interesante, con unos personajes interesantes en su construcción - sobre todo en lo que se refiere al primer texto - una foto del Hong Kong anterior a la Segunda Guerra Mundial en todo su esplendor y convivencia colonial... Existe el dicho de "somos lo que comemos" o el de "dime qué comes y te diré como eres". Ambos son muy parecidos, por no decir que los dos conducen a la misma conclusión salida, casi, de los universos multicolores de Mister Wonderfull. Yo, sinceramente, soy más del de "enséñame tu librería y te diré quien eres". Cierto, me lo acabo de inventar, está visto que últimamente reboso imaginación, hasta en los terrenos más insospechados. Dejando a un lado las mamarrachadas de turno, lo cierto es que, si nos paramos todas y todos frente a nuestra librería - en otras palabras, nuestro templo cultural más personal y en ocasiones intransferible - descubriremos que abundan lecturas de autoras y autores estadounidenses, españoles o franceses entre otras muchas nacionalidades. En mi caso, las y los ingleses ganan por mayoría, aunque en los últimos años la literatura latinoamericana, la norteamericana y la procedente de países tanto del norte como del este de Europa han aumentado con el paso de los años. Al igual que el color, de un tono crema normalito a un negro cada vez más azabache. Por decirlo de alguna manera, así describo últimamente mi deriva hacia lo oscuro, siniestro, turbulento. Más allá de eso, lo que de verdad me preocupó fue descubrir la poca representación que tenía en los estantes de literatura procedente de países como Japón, Corea del Sur, Vietnam o China por citar algunos ejemplos. Es más, estoy convencida de que a vosotras y a vosotros también os sucede. Y no, esos libros de Haruki Murakami que tanto has releído no compensan el olvido sistémico más allá de las editoriales especializadas de turno (cuya labor pocas veces es reconocida). En lo que a China compete - ya que es el lugar de nacimiento de la autora del libro que pasaremos a continuación a reseñar - el lector de a pie sólo se acuerda de Confucio - algunos, por desgracia, gracias al chiste fácil que me niego en este espacio de crítica y opinión a reproducir - o de Sun Tzu y su Arte de la guerra - actualmente sigue siendo el libro chino más traducido y trascendente en occidente - y para de contar. Afortunadamente , y desde hace unos años, Libros del Asteroide ha ido arrojando luz sobre una de sus escritoras menos conocidas para el público generalista. Una pluma que describió como nadie la época precomunista - con sus virtudes y defectos - aunque fuese finalmente condenada al exilio por el régimen de Mao Tse Tung en el año 1955. A pesar de que en los últimos años su escritura se viese influenciada por las formas occidentales, sus textos anteriores a la década de los 50 aún consiguen acercarnos como nadie a una época histórica trascendental en la historia de china, a esa convivencia entre el tradicionalismo y la modernidad y, sobre todo, a sus aromas. Incienso: la sencillez luminosa, incluso antes de extinguirse la llama. 


Dividida en dos partes - Primer incensario y Segundo incensario - el libro de Eileen Chang asienta de alguna manera los parámetros literarios en los que la autora se va a desenvolver, como pez en el agua, a lo largo de toda su producción novelística. Ya lo vimos en Un amor que destruye ciudades (reseñada que podéis encontrar también en el blog) y lo volvemos a apreciar en Incienso, aunque con más lírica, menos contención y una aproximación más intensa al Hong Kong de entreguerras y previo al ascenso del Comunismo en China. Usando el símil del incienso, cuya fragancia se desprende tras la chispa provocada por una cerilla, Chang va poco a poco adentrando al lector en su mundo, desde una pasmosa sencillez y unas descripciones realmente embriagadoras. Llama especialmente la atención su forma de aproximarse a la cotidianeidad de las situaciones, así como la inclusión de una paleta de colores tan fascinante como abrumadora. A través de ellos, Chang nos describe un vestido, un plato de comida tradicional o una estancia con la misma facilidad con la que puede evocarnos la incomodidad, la pobreza, la envidia, el amor o la enemistad. Partiendo de los que todas y todos conocemos: azul intenso, rojo resplandeciente, esmeralda o amarillo crema. Pero también de otros completamente desconocidos para mí como el cardenillo - similar al turquesa y que se forma al rededor de objetos de cobre o latón por culpa de la humedad - otorgando, de este modo, mayor originalidad a ambos textos. Por otro lado, al igual que sucede, al parecer, en lo que conocemos de su corpus narrativo, Chang siente especial fijación por retratar, visibilizar y poner sobre la mesa como era la vida en el Hong Kong cosmopolita - rara vez observamos otra realidad que no sea esa - y en especial las relaciones entre sus habitantes y las influencias anglosajonas que, por culpa de la colonización, acabaron por implosionar en la cultura, sociedad y costumbres de un país, tradicionalmente, muy apegado a lo tradicional. En relación a esto último y como autora, Chang se posiciona de forma muy crítica en el Segundo Incensario, elaborando un relato lúcido y en el que se plantea una situación bastante comprometida. Seguidamente, ambos textos quedan irremediablemente marcados por otro de los grandes intereses de su autora: el de visibilizar la realidad de las mujeres chinas en este contexto tan determinante. Si en Primer Incensario el lector sigue los pasos de Ge Weilong - una joven que se debate entre ir a la escuela y después buscar un trabajo o llevar una vida cómoda estrechamente unida a los placeres - , en el Segundo Incensario es el estilo de vida colonialista y la falta de educación sexual en las mujeres lo que hará que, tras la boda de Roger y Susie, se desencadenen los inesperados acontecimientos. Si me tengo que quedar con uno, me inclinaría por el primero. Weilong es un personaje fascinante, el de la tía odioso pero al que no puedes evitar querer, esa aproximación a la vida acomodada (con tradiciones ancestrales y desdén a las doncellas incluidos) así como la reflexión final de Weilong - tan triste como comprensible si tenemos en cuenta el contexto en el que nació el relato - merecen un lugar destacado en mi memoria lectora. 


La vida de Eileen Chang - la cual hemos empezado a conocer gracias a la traducción de sus novelas al Español y a la encomiable labor de Libros del Asteroide de traerla por primera vez a las librerías de este país - parece no distanciarse mucho de las tramas de sus novelas. Ya desde sus primeros años de vida podemos captar una de sus influencias, al ser educada por una madre moderna y viajera y por un padre de ideas tradicionales y adicto al opio. Uno la maltrataba, la otra le dio la oportunidad de ver mundo una vez aquel matrimonio tocó a su fin. De ahí su preocupación por hacer hincapié en las problemáticas relaciones entre lo autóctono y las influencias extranjeras, entre una sociedad todavía anclada en valores reaccionarios a unas costumbres que, si bien arrasaron con parte de la idiosincrasia del país, para algunos supuso toda una fuente de inspiración. A los 23 años, que se dice pronto, Eileen Chang ya era toda una afamada escritora, sin embargo, dicho estatus no la libró de las duras críticas por parte de algunos colegas de profesión al ofrecer un estilo muy liviano y casi complaciente de la ocupación colonial. Época en la que, por cierto, muchos autores dejaron de escribir como protesta ante la invasión. Perdidamente enamorada de Hu Lancheng, hombre de dudosa reputación y ministro de propaganda del gobierno pro Japonés de Wuhan (sí, la mismísima Wuhan, no es una broma), Eileen Chang escribió sus obras más importantes al tiempo que tenía lugar la invasión nipona y los escarceos de su marido con otras mujeres. Divorciada de Lacheng - tras tres años de larga espera - vivió con incomodidad la llegada del comunismo a su país. De la noche a la mañana, Chang pasó de reputada escritora a una presencia incómoda para el régimen de Mao. No es de extrañar que tras la llegada del Maoísmo al poder, decidiese exiliarse a los Estados Unidos, lugar en el que ejerció como profesora en diferentes universidades y puso un pie en la industria hollywoodiense gracias a su talento como guionista. Sus textos, desde entonces, se vieron irremediablemente empapados del occidentalismo estadounidense pero jamás dejó de mirar más allá del océano Pacífico, más allá de la gran Muralla a ese país que literariamente tanto le aportó. El final de Eileen Chang fue triste, muriendo en Los Angeles en la década de los 90 sin haber podido volver a China, y aunque en los últimos tiempos se haya reivindicado, por fin, su literatura dentro del panorama literario de su tierra, eso no nos libra del amargor de saber que, de haber vivido un poco más, tal vez sus ojos hubieran sido testigos del éxito, tardío, pero éxito. La importancia de Chang, además del redescubrimiento de una autora desconocida traducida por vez primera al español, radica en su biografía, en sus ideas implícitas y en su valioso testimonio literario. ¿Os imagináis que hubiese cambiado de opinión? ¿Qué se hubiese unido a sus compañeros escritores y hubiese dejado de publicar durante la época colonial? A estas alturas se me antoja imposible. 

Incienso: dos historias de tradición, modernidad, independencia, tutelas, sofisticación, choque colonialista, relaciones de poder, domesticidad, interiores... La sinestesia hecha literatura. 

Frases o párrafos favoritos: 

"La calle era un caos de fuegos artificiales y petardos volando en cualquier dirección. La pareja tenía que hacerse a un lado cada dos por tres para evitar las cometas rojas y verdes (…) Frente a todo este gentío, toda esa luz, todas esas mercancías, se extendían, sombríos, el cielo y el mar - una desolación, un espanto sin límite - igual que su futuro."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Libros del Asteroide

lunes, 12 de octubre de 2020

RESEÑA: Documento 1.

 DOCUMENTO 1


Título: Documento 1. 

Autor: François Blais. Es un chico tímido, un intelectual amante de los videojuegos y la literatura de los siglos XVIII y XIX; un tipo normal, según él, pero un superhéroe, un underdog, según la crítica; un autor que vivía de la traducción y la escritura hasta que quiso comprarse una casa en el campo y, como las artes no eran compatibles con la angustia que le producía la hipoteca, se buscó un trabajo como empleado de mantenimiento en el centro comercial de al lado de su casa. François Blais es una de las voces contemporáneas más interesantes de la literatura de Quebec. Prolífico, tiene en su haber nueve novelas, donde circula siempre el mismo tipo de personajes aparentemente anodinos, marginales (trabajadores del Subway, adictos a Google Maps...), casi nihilistas, poco inclinados a interactuar con el resto de la humanidad, herederos de "nombres improbables extraídos de los anales de la literatura". François Blais está considerado un superhéroe clandestino de la escritura francófona. Documento 1, que se publicó en francés en 2013 con gran éxito de crítica, es su primera aparición en las librerías de nuestro país. 


Editorial: Barrett. 

Idioma: francés. 

Traductora: Luisa Lucuix. 

Sinopsis: Tess y Jude, dos jóvenes que comparten piso en una pequeña ciudad de Quebec, pasan sus horas muertas viajando con Google Maps, descubriendo los nombres más curiosos de ciudades de EEUU y las historias que hay detrás de ellos. Un buen día deciden emprender un viaje real a una localidad perdida que les ha llamado la atención: Bird-in-Hand (Pájaro en mano), pero para emprender ese viaje necesitan dos cosas, dinero y un coche. No se les ocurre una idea mejor que pedir una de las subvenciones que el Ministerio de Cultura otorga a los artistas para escribir un libro. 

Su lectura me ha parecido: divertida, directa, ligera, extraña, con unos personajes que rozan lo apático, triste, acertada, memorable... Surrealismo, confusión, como estar inmersa en una película apocalíptica. Esas que te tragas a las cuatro de la tarde mientras calientas con tu culo el hueco del sofá, esas que por lo general no te crees y acabas durmiéndolas hasta que el rugido de tu estómago te avisa de que es la hora de meterte un Colacao con galletas entre pecho y espalda. Pero entonces pasa y de la noche a la mañana no puedes salir de tu casa porque hay un virus campando a sus anchas sesgando la vida de tus vecinos. Te acojonas, compras toneladas de papel higiénico, no puedes esquivar la sugestión. Entras en pánico ante cada estornudo, carraspeo o leve dolor de garganta. Tanto que le pides a tus convivientes que ni se te acerquen, aunque sea para proponerte hacer pan casero juntos, aunque sea para ver la enésima serie de Netflix. Aún así, todavía conservas un pequeño resquicio de esperanza. "Sólo son quince días" piensas mientras haces planes en tu cabeza. "¿Dónde me voy esta Semana Santa?" "¿No suspenderán las procesiones verdad?" "¿Es verdad que las Fallas se aplazan al verano?" Pasan esos quince días, y otros quince, y quince más. Es un no parar. Entonces tú, que eres una lectora empedernida, repelente en algunos aspectos - estás al día de todo, te sabes los nombres de todos y lo sabes todo del mundillo - decides desempolvar todos aquellos libros cuya trama transcurre dentro del hogar. Poco te importa el género, como si es de terror, como si es una novela de Stephen King en la que su protagonista se dedica a asesinar a quienes no llevan la mascarilla puesta por la calle. A estas alturas del panorama ya no te sorprende nada. La casualidad hace que de entre todas esas historias claustrofóbicas o en las que abundan idealizadas odas al microondas de la cocina te topas con un tal François Blais. No te suena, jamás lo has oído mencionar, pero la sinopsis y su colorida portada - la viva imagen de la cuarentena pero sin aplausos de por medio y con gente paseando libremente por la calle - acaban convenciéndote. Ya es abril, sabes desde hace unas semanas que no va a haber Feria del Libro, así que te consuelas leyendo la novela de François Blais sentada en el balcón, rodeada de plantas y con el olor a tabaco del vecino descendiendo desde el sexto. Una carcajada, un suspiro, un capítulo más devorado. Así hasta que te das cuenta de que todo lo mencionado anteriormente es mentira - salvo alguna cosa - y que la literatura, sólo la literatura, es capaz de salvarnos en los peores momentos, justo lo que consiguió François Blais, sus desesperanzados protagonistas y la poca inventiva que todavía conservo. Documento 1: metaliteratura, precariedad, un sueño y Google Maps. 


Para las y los lectores poco convencionales, que se pasan durante horas buscando ese libro que - no tiene porque ser una novedad de reciente publicación - les vuele la tapa de los sesos o que, simplemente, les permita vivir unas aventuras de cariz épico, Documento 1 será su desesperación que no perdición. Porque, si bien es cierto que podríamos enmarcarlo en esa categoría literaria en la que entrarían las autenticas rarezas y delicatessen novelísticas, en la novela de François Blais no pasan grandes cosas, ni se desatan tramas que te hacen estar pegada al texto durante horas, ni un desarrollo extremadamente profundo de los personajes que lo habitan. Aquí, para empezar, casi no salimos del piso de alquiler en el que conviven Tess y Jude - maravillosa referencia, por cierto, a dos de los personajes más importantes de la literatura de Thomas Hardy - dos jóvenes apáticos, tristes, sosos y aparentemente conformistas. Y remarco lo de "aparentemente" porque el gran cambio de la novela se produce a partir de esa pequeña evolución (por no decir minúscula) en la que, un poco hastiados de pasarse horas viajando a través de Google Maps, toman la decisión de desvirtualizar uno de sus lugares favoritos: Bird-in-Hand. De ahogar su tiempo libre tras una dura jornada vendiendo bocadillos en el SubWay descubriendo los pueblos con los nombres más raros de EEUU a tomar la iniciativa, aunque sea de una desgana crónica, para emprender por fin el viaje que tanto han anhelado en sus sueños cibernéticos. El problema viene cuando ni un empleo en el SubWay te permite reunir el dinero suficiente como para irte de vacaciones, de ahí que se les ocurra, casi a la desesperada, pedir una subvención al estado para escribir una novela y usar el dinero para poder marcharse por fin. Todo ello sin tener ni pajotera idea de como se escribe una novela. Tess, en ese sentido y en aras de una sinceridad tan abrumadora como inquietante a partes iguales, llega incluso a dirigirse al lector, como si de una actriz mirando a la cámara se tratase, para confesarle lo evidente, que ella de literatura y de juntar palabras sobre el papel no entiende, y mucho menos los manuales, los cuales le producen más de un dolor de cabeza. Jude, por su parte y al igual que Tess, no dudan en aprovecharse del dinero público y de un pobre escritor (enamorado de Tess) que les presta su nombre para que pidan la ayuda económica. 


La novela, descrita así, puede parecer un verdadero tostón, pero en realidad - y sobre todo en el momento tan excepcional en el que la leí - encierra una serie de virtudes que han acabado por inclinar la balanza. En primer lugar, una constante sensación claustrofóbica pero cómoda para el lector. ¿Quién no se ha sentido encerrado y a la vez a salvo en el propio hogar? Últimamente la mayoría de personas que habitamos en este mundo, pero antes de la pandemia, esa paradoja ya se daba y en el tiempo prepandémico en el que se mueven Tess y Jude, aunque ahora nos parezca irreal y un documento casi arqueológico de la vida antes del desastre. En segundo lugar, Documento 1 contiene la pareja de personajes más aburrida, parca, triste y deliciosamente aburrida que he tenido el placer de conocer a través de la literatura. Con empleos de mierda, con salarios de mierda y pisos de mierda; ambos pertenecen a la que ya se conoce como la "Generación Perdida" del siglo XXI, imbuidos en un capitalismo salvaje que casi no les deja respirar, o lo que es lo mismo, aspirar a algo más que pasarse su vida atendiendo a desagradecidos clientes en la franquicia de comida rápida de turno. Dos jóvenes que, a pesar de las circunstancias, disfrutan a su manera de las aficiones más extrañas, como la de hacer turismo virtual. Eso les pirra, pero también se convierte en su terrible consuelo. Si no podemos viajar por falta de pasta, siempre nos quedará el Google Maps. En tercer lugar, a raíz de esto último, el halo de tristeza que impregna la novela es constante. Una tristeza crónica, fruto de las consecuencias de la crisis económica y la falta de expectativas tanto laborales como personales, que no sólo afecta a Tess y a Jude, también a todo lo que los rodea. Convirtiendo su día a día en un campo de minas que ambos se han negado volver a atravesar por miedo a hacerse daño de nuevo, adoptando un irritante conformismo frente a una valentía que les precipitaría a un pozo sin fondo. No todo es desazón en esta novela, ya que en cuarto lugar, el pequeño rayo de esperanza se abre cuando deciden estafar para poder, al menos por un mes, abandonar su anodina existencia. Y con él llega el humor. Un humor muy irónico y descacharrante que funciona a la perfección y que cobra especial genialidad en el momento en el que aparece este escritor que decide venderse por amor a Tess, aunque existan atisbos de correspondencia. Pero es que también hay escenas tronchantes antes de todo eso, cuando elaboran la surrealista lista de pueblos con nombres raros de Estados Unidos, cuando descubren la belleza de Bird-in-Hand (su destino soñado), cuando Tess le suelta a Jude que son infelices y éste le llama gótica, la monotonía del SubWay o hasta en los momentos de distensión, de no hacer nada, también como lector te ríes. François Blais consigue que tanto Tess como Jude parezcan dos animalillos de sobra adaptados a su medio - casa, casa y más casa - que al sacarlos de su hábitat natural, al atreverse a emigrar, cambiar de aires, se sientan completamente extraños, fuera de lugar, como si la novedad no fuese con ellos. Algo que se puede apreciar, por ejemplo, en su memorable final. En última instancia, hacía años que no leía una novela con un carácter metaliterario tan potente que, más allá de tomar prestados los nombres de sus protagonistas del universo hardyano, el libro va también de como escribir una novela, de sus dificultades y de la desesperación de estos dos seres tan fuera de onda por ceñirse a los manuales que han encontrado en la biblioteca. Tras leer Documento 1 a la futura o futuro escritor se le quitan todas esas ínfulas de superioridad, y al que es muy dado a criticar a los escritores - a los cuales suele referirse como "muertos de hambre" - por fin se le podrá la mejilla roja de la merecida bofetada. Para acabar, simplemente decir que, a pesar de que durante el confinamiento muchas y muchos descubrimos las bondades y desventajas de no salir de casa en casi tres meses, es triste pensar que antes de todo esto ya existía la precariedad, el desempleo, la desmotivación y, por supuesto, millones de personas pegándose el viaje padre a Hawái, París, Nueva York o Tokio. Sin moverse de casa, eso sí. 

Documento 1: una historia de aficiones extrañas, internet, pobreza, chantajes, amores no correspondidos, tristeza, humor, sueños imposibles de cumplir sin fraudes de por medio... El no viaje al rededor del globo terráqueo desde la comodidad del sofá, de la cama o del balcón selvático. 

Frases o párrafos favoritos: 

"No es por hacerme la interesante, pero pienso que Jude y yo somos unos infelices. Tener ganas de largarse es sin duda el síntoma más común de la infelicidad. Es típico del desgraciado obtuso pensar que de verdad se puede cambiar el mal de sitio, imaginarse que la felicidad está ahí fuera; lo de querer empezar de nuevo y poner el contador a cero, marcharse para encontrarse mejor y ese tipo de estupideces. ("Y viviremos como príncipes . Y criaremos conejos. ¡´Enga, George! Cuenta lo que vamos a tener en la huerta lo de las jaulas de los conejos y lo de la lluvia en invierno y la estufa, y lo espesa que es la nata que se forma sobre la leche que casi no se puede cortar. Cuéntamelo todo, George"). De acuerdo, en nuestro caso no podemos hablar realmente de un nuevo comienzo, porque lo único que queremos es pasar un mes en Bird-in-Hand, pero a nosotros nos basta con esto, visto que solo somos un poquito infelices. Todo lo que somos, lo somos un poquito. Cuando le dije eso a Jude ("¡Me parece que somos infelices tío!"), se me rio en toda la cara, de verdad, y me llamo gótica."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Editorial Barrett

lunes, 5 de octubre de 2020

RESEÑA: Helena de Esparta.

 HELENA DE ESPARTA


Título: Helena de Troya. 

Autora: Loreta Minutilli (Bari, 1995) es licenciada en física y está haciendo un doctorado en astrofísica en Bolonia. Helena de Esparta, su primera novela, es una versión contemporánea de la Ilíada, narrada a través de la voz y experiencias de la propia Helena desde el interior de las murallas de Troya. La autora ha logrado habitar con inteligencia y delicadeza la piel de una figura mitológica que durante siglos ha sido desdeñada como voluble y portadora de desgracias. En su lugar, relata una historia de anulación femenina y de búsqueda de la libertad que le confiere por fin una dimensión humana al personaje. 


Editorial: Alianza Editorial.

Idioma: Italiano. 

Traductor: Ramón Buenaventura. 

Sinopsis: A Helena de Troya nadie le ha pedido nunca que cuente su versión de la historia. Es esta. Cuando Helena vuelve a Esparta tras el famoso asedio de Troya, Menelao le pregunta por qué decidió desencadenar una guerra. La respuesta de Helena es sencilla: era el único modo de demostrar su existencia, de ser escuchada en un mundo dominado por los hombres. "Cuenta pues", le responde Menelao. Y Helena comienza su relato. 

Su lectura me ha parecido: amena, sencilla, desmitificadora, humana, real, biográfica, feminista, contundente en su argumentación, una perfecta introducción a la cultura clásica desde una perspectiva de género... Cuando iba al instituto mi asignatura favorita era la de Historia. "¡Menuda novedad!" exclamaréis algunos ya que, como he contado en más de una ocasión, tiempo después acabé estudiando dicha carrera. Cuatro años de mi vida en los que me di cuenta que para ser historiadora tienes que saber un poco de todo (incluyendo botánica, economía, sociología, cine, nutrición, medicina y tener un poco de maña para sacar los nódulos de una punta Gravetiense entre otras muchas cosas), tratar de mantener la mente lo más abierta y objetiva posible (hasta cuando te toca analizar un artículo del Fuero de los Trabajadores) y, sobre todo, saber valorar si te compensa gastarte tus cuartos en el libro del profesor de turno (aunque te jure y perjure que es vital su lectura si tu objetivo es aprobar la asignatura). Pero bueno, hoy no os vengo a hablar de mi etapa universitaria, sino de la escolar, la del instituto, tan determinante como conflictiva. Jamás tuve dudas acerca de mis predilecciones académicas - y cuando digo jamás es jamás - de hecho era una especie de rara avis entre mis compañeros, inmersos en un mar de dudas y sin saber muy bien qué hacer con su vida. Historia se me daba bien, era una de las pocas asignaturas con las que disfrutaba de verdad, la única en la que era la mejor de la clase (por encima de los catalogados como empollones) y en la que, a pesar de que la profesora no era la alegría de la huerta que digamos, conseguía aprovecharlas más allá de las cuatro paredes del aula. Siendo así mi pasión por la materia, a día de hoy todavía me sorprendo de mi falta de miras y del nulo espíritu crítico que mostré por aquel entonces ante el escandalo que supone la ausencia de mujeres importantes en un temario como el de historia. Y las pocas que se nombraban, muy de vez en cuando, tendían a presentar biografías muy escuetas o adheridas a las corrientes historiográficas más rancias. 


Hasta no hace mucho como alumna asumí que, por citar el ejemplo más sangrante, Isabel II - reina de España entre 1833 y 1868 - fue una monarca incompetente, fácilmente manipulable y adúltera, sobre todo adúltera. Sí, nos teníamos que aprender de cabo a rabo las características de su reinado, pero de ella, como personaje histórico, se me quedó eso. Años más tarde descubrí la necesaria y siempre estimulante perspectiva de género. Una aproximación intelectual e interdisciplinar que cambió mi forma de observar la historia, de vivir el presente y de paso deconstruir aquellos discursos machistas que durante siglos han sido plenamente aceptados. Ahora sé que Isabel II tenía las ideas claras, que se dejaba aconsejar por quien ella quería y que se negaba a asumir el papel de ángel del hogar dentro de la corte. Nunca quiso parecerse a Victoria de Inglaterra (el modelo de reina-madre por excelencia) como tampoco dejarse ningunear por quien no comulgaba con sus ideas, por lo que no dudó en ejercer su libertad, incluso en el terreno amatorio. Está claro que su reinado lo que se dice bueno no fue, de ahí las numerosas críticas que condujeron a su abdicación y exilio en 1868 con la Gloriosa, pero una cosa es eso y otra muy distinta es que los libros de texto reproduzcan una y otra vez la versión de los opositores, configurando una imagen de Isabel II simplista e injusta. Quiero pensar que las cosas están cambiando, que en los libros de historia la presencia de mujeres es cada vez más abundante. Pero si no es así, si todavía seguimos con los parámetros de siempre, libros como el que hoy os descubro pueden servirnos de inspiración para el urgente cambio de paradigma. Helena de Esparta: cuando las mujeres toman la palabra. 


Las únicas imágenes de Elena de Esparta - que no de Troya - que me vienen a la cabeza, aunque procedan de diferentes disciplinas, están cortadas por el mismo patrón. La primera de ellas, la Helena de la película Troya (2004). Todo un espectáculo de batallas y efectos especiales con poco rigor histórico al servicio del lucimiento de su estrella: un Brad Pitt acertado en los combates cuerpo a cuerpo dando vida a uno de los Aquiles más abruptos y amorales de la historia del cine. Una cinta en la que Diane Kruger - la actriz del momento - daba vida a Helena, una Helena enamorada de Paris - un insípido Orlando Bloom - y cuyo romance viven en secreto. Al enterarse Menelao - marido de Helena y rey espartano - decide conquistar Troya como venganza a la infidelidad con ayuda de su hermano Agamenón y, por supuesto, de Aquiles. El protagonismo de Helena se diluye a medida que avanza la trama, como ya hemos dicho, la supuesta historia de amor y la personalidad de ella no son el reclamo, sino el lucimiento del actor norteamericano. Ni si quiera el desastroso final - traicionando vilmente el texto de Homero - en el que Helena y Paris huyan juntos tras el asedio final nos impide apartar la mirada de la melena rubia de Aquiles, o de Brad Pitt, que en esta ocasión viene a ser lo mismo. La segunda de ellas, no es que nos topemos con una Helena con poco peso en la historia, sino que en esta ocasión directamente ausente. Todos conocemos a grandes rasgos el Juicio de Paris - aunque cabría profundizar en él para entender los entresijos del origen del conflicto armado - así como sus diferentes representaciones pictóricas a lo largo de la historia. Mi favorita no sorprende, es la que pintó Rubens en 1648, esa en la que vemos unos cuerpos femeninos alejados de toda idealización - con controversia añadida ya que no está claro que en la leyenda original dijese expresamente que las tres diosas se desnudaran ante Paris para mostrarle su belleza física - y en la que podemos apreciar un interesante estudio del paisaje que rodea la acción. Pero, como ya he dicho antes, ni rastro de Helena. Es la gran ausente dentro dentro del cuadro, del juicio y de un asunto que le afectará de lleno. ¿No tendría entonces derecho a estar presente? Menos mal que existen escritoras como la italiana Loreta Minutilli para restaurar, humanizar, y sobre todo, dar voz a un personaje al que nadie le ha pedido que relatase su versión de los hechos acaecidos. 


A lo Gorgias en Elogio a Helena - el primer texto de la literatura universal que se atrevió a defender su inocencia - pero bajo el prisma y las gafas moradas del siglo XXI, Minutilli construye un breve relato partiendo de una invitación, la de Menlao a Helena, para que cuente su historia, su punto de vista respecto a lo acaecido tiempo atrás. Desde ese preciso instante, los lectores somos conscientes del poder inabarcable del patriarcado, capaz de otorgar permiso o no a una mujer para que ésta simplemente hable o exprese su opinión. Helena aprovecha entonces para mostrar, tanto a Menelao como al propio espectador que asiste a esta conversación, la verdad de los hechos, su verdad, destruyendo ideas preconcebidas, mitos surgidos al rededor de su figura y, por supuesto, los motivos que la llevaron a ser pieza clave en el estallido de la Guerra de Troya. Siguiendo un eje cronológico perfectamente estructurado dentro de la novela, el lector descubrirá en esta reescritura de la famosa fábula mitológica las vivencias de una mujer amante de su tierra - recordemos que era espartana, no troyana - inteligente, curiosa y que sueña con instruirse en las disciplinas para ella prohibidas. Presa de su extraordinaria belleza, Helena será objeto de vejaciones, mercadeos entre reyes como si de una bonita tinaja de vino se tratase y hasta de violaciones. Resultan especialmente impactantes las páginas que la autora dedica al mal llamado "rapto de Helena" por parte de Teseo y Pirítoo. A ese "rapto" a partir de ahora deberíamos añadirles las palabras "violación" y "humillación", ya que tras llevársela en contra de su voluntad mientras bailaba en el santuario de Artemisa de Ortia, Pirítoo y Teseo, en un espeluznante cara o cruz, se echaron a suertes la violación de Helena, siendo este segundo el que acabó quebrando el alma de la joven. Las rimas con los tiempos que corren - y con las numerosas manadas que siguen impunemente campando a sus anchas - son escalofriantes pero absolutamente necesarias. Asombra la capacidad de Minulilli para imbuir al lector en la historia, así como su basto conocimiento sobre la figura de Helena de Esparta y su constante insistencia en destacar aspectos que jamás nos habíamos planteado entorno a su personalidad, ideas políticas o aspectos más privados como su condición sexual. Para la autora, Helena se sabe atractiva, ama su cuerpo, pero prefiere disfrutarlo ella misma, sin a penas compartirlo y menos con un hombre (de hecho el contacto carnal con el sexo opuesto la repele). De ahí que se sugiera la posibilidad de que se sintiese más atraída intelectual y sexualmente por las mujeres. Helena quiere escucharlas, aprender de ellas, adorarlas y al mismo tiempo sentirse admirada. No es de extrañar que acabe reflexionando, urdiendo tramas y acabando en los brazos de Paris - al que por cierto no ama y aquí pintan como un inútil -  con el único propósito de participar en la vida política, conversar, tomar decisiones y salir de la jaula de oro para poder, por ejemplo, pasear por la calle. La vanidad es su mayor defecto, y Minutilli, lejos de idealizar a su protagonista hasta la extenuación, la acepta con sus pros y sus contras, con sus traumas y sus fortalezas, logrando así un retrato más creíble que el que Homero ofreció en La Ilíada. Por último, antes de acabar, me gustaría rescatar las palabras de Chimamanda Ngozi Adichie en su famoso librito El problema de la historia única: "Las historias importan. Importan muchas historias. Las historias se han usado para desposeer y calumniar, pero también pueden usarse para facultar y humanizar. Pueden quebrar la dignidad de un pueblo, pero también pueden restaurarla." Con este discurso, Chimamanda resume a la perfección la esencia de la novela de Loreta Minutilli, la de proponer una nueva mirada descontaminada de la escritura patriarcal, lejos de considerarse como la mala del cuento y mostrando a una mujer ambiciosa, dolida pero capaz de sobreponerse a las adversidades, con mil y un contradicciones cuyo deseo era ocupar el lugar que durante siglos ha pertenecido a los hombres. Y para eso, como en cualquier lucha, el primer paso es desobedecer. 

Helena de Esparta: una historia de lucha personal, política, intrigas, feminismo, sororidad, adversidades, violación, injusticias históricas... El relato mitológico más famoso de la historia como jamás te lo habían contado. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Quería hacerlo sin pedirte permiso. Quería sentir a otro hombre dentro de mí y descubrir si era culpa tuya el hecho de que no lograse experimentar el menor placer en la cama, y no es así. Quería sentir remordimiento, angustia, miedo, soledad, quería estar desorientada, sentirme perdida, estudiar lenguas, costumbres, personas, pensar en un modo de sobrevivir sola. Quería esperar y temblar y beberme cada momento de mi vida de modo caótico y desordenado, y no había otro modo de hacerlo, ¿comprendes?"

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Alianza Editorial