DOCUMENTO 1
Título: Documento 1.
Autor: François Blais. Es un chico tímido, un intelectual amante de los videojuegos y la literatura de los siglos XVIII y XIX; un tipo normal, según él, pero un superhéroe, un underdog, según la crítica; un autor que vivía de la traducción y la escritura hasta que quiso comprarse una casa en el campo y, como las artes no eran compatibles con la angustia que le producía la hipoteca, se buscó un trabajo como empleado de mantenimiento en el centro comercial de al lado de su casa. François Blais es una de las voces contemporáneas más interesantes de la literatura de Quebec. Prolífico, tiene en su haber nueve novelas, donde circula siempre el mismo tipo de personajes aparentemente anodinos, marginales (trabajadores del Subway, adictos a Google Maps...), casi nihilistas, poco inclinados a interactuar con el resto de la humanidad, herederos de "nombres improbables extraídos de los anales de la literatura". François Blais está considerado un superhéroe clandestino de la escritura francófona. Documento 1, que se publicó en francés en 2013 con gran éxito de crítica, es su primera aparición en las librerías de nuestro país.
Editorial: Barrett.
Idioma: francés.
Traductora: Luisa Lucuix.
Sinopsis: Tess y Jude, dos jóvenes que comparten piso en una pequeña ciudad de Quebec, pasan sus horas muertas viajando con Google Maps, descubriendo los nombres más curiosos de ciudades de EEUU y las historias que hay detrás de ellos. Un buen día deciden emprender un viaje real a una localidad perdida que les ha llamado la atención: Bird-in-Hand (Pájaro en mano), pero para emprender ese viaje necesitan dos cosas, dinero y un coche. No se les ocurre una idea mejor que pedir una de las subvenciones que el Ministerio de Cultura otorga a los artistas para escribir un libro.
Su lectura me ha parecido: divertida, directa, ligera, extraña, con unos personajes que rozan lo apático, triste, acertada, memorable... Surrealismo, confusión, como estar inmersa en una película apocalíptica. Esas que te tragas a las cuatro de la tarde mientras calientas con tu culo el hueco del sofá, esas que por lo general no te crees y acabas durmiéndolas hasta que el rugido de tu estómago te avisa de que es la hora de meterte un Colacao con galletas entre pecho y espalda. Pero entonces pasa y de la noche a la mañana no puedes salir de tu casa porque hay un virus campando a sus anchas sesgando la vida de tus vecinos. Te acojonas, compras toneladas de papel higiénico, no puedes esquivar la sugestión. Entras en pánico ante cada estornudo, carraspeo o leve dolor de garganta. Tanto que le pides a tus convivientes que ni se te acerquen, aunque sea para proponerte hacer pan casero juntos, aunque sea para ver la enésima serie de Netflix. Aún así, todavía conservas un pequeño resquicio de esperanza. "Sólo son quince días" piensas mientras haces planes en tu cabeza. "¿Dónde me voy esta Semana Santa?" "¿No suspenderán las procesiones verdad?" "¿Es verdad que las Fallas se aplazan al verano?" Pasan esos quince días, y otros quince, y quince más. Es un no parar. Entonces tú, que eres una lectora empedernida, repelente en algunos aspectos - estás al día de todo, te sabes los nombres de todos y lo sabes todo del mundillo - decides desempolvar todos aquellos libros cuya trama transcurre dentro del hogar. Poco te importa el género, como si es de terror, como si es una novela de Stephen King en la que su protagonista se dedica a asesinar a quienes no llevan la mascarilla puesta por la calle. A estas alturas del panorama ya no te sorprende nada. La casualidad hace que de entre todas esas historias claustrofóbicas o en las que abundan idealizadas odas al microondas de la cocina te topas con un tal François Blais. No te suena, jamás lo has oído mencionar, pero la sinopsis y su colorida portada - la viva imagen de la cuarentena pero sin aplausos de por medio y con gente paseando libremente por la calle - acaban convenciéndote. Ya es abril, sabes desde hace unas semanas que no va a haber Feria del Libro, así que te consuelas leyendo la novela de François Blais sentada en el balcón, rodeada de plantas y con el olor a tabaco del vecino descendiendo desde el sexto. Una carcajada, un suspiro, un capítulo más devorado. Así hasta que te das cuenta de que todo lo mencionado anteriormente es mentira - salvo alguna cosa - y que la literatura, sólo la literatura, es capaz de salvarnos en los peores momentos, justo lo que consiguió François Blais, sus desesperanzados protagonistas y la poca inventiva que todavía conservo. Documento 1: metaliteratura, precariedad, un sueño y Google Maps.
Para las y los lectores poco convencionales, que se pasan durante horas buscando ese libro que - no tiene porque ser una novedad de reciente publicación - les vuele la tapa de los sesos o que, simplemente, les permita vivir unas aventuras de cariz épico, Documento 1 será su desesperación que no perdición. Porque, si bien es cierto que podríamos enmarcarlo en esa categoría literaria en la que entrarían las autenticas rarezas y delicatessen novelísticas, en la novela de François Blais no pasan grandes cosas, ni se desatan tramas que te hacen estar pegada al texto durante horas, ni un desarrollo extremadamente profundo de los personajes que lo habitan. Aquí, para empezar, casi no salimos del piso de alquiler en el que conviven Tess y Jude - maravillosa referencia, por cierto, a dos de los personajes más importantes de la literatura de Thomas Hardy - dos jóvenes apáticos, tristes, sosos y aparentemente conformistas. Y remarco lo de "aparentemente" porque el gran cambio de la novela se produce a partir de esa pequeña evolución (por no decir minúscula) en la que, un poco hastiados de pasarse horas viajando a través de Google Maps, toman la decisión de desvirtualizar uno de sus lugares favoritos: Bird-in-Hand. De ahogar su tiempo libre tras una dura jornada vendiendo bocadillos en el SubWay descubriendo los pueblos con los nombres más raros de EEUU a tomar la iniciativa, aunque sea de una desgana crónica, para emprender por fin el viaje que tanto han anhelado en sus sueños cibernéticos. El problema viene cuando ni un empleo en el SubWay te permite reunir el dinero suficiente como para irte de vacaciones, de ahí que se les ocurra, casi a la desesperada, pedir una subvención al estado para escribir una novela y usar el dinero para poder marcharse por fin. Todo ello sin tener ni pajotera idea de como se escribe una novela. Tess, en ese sentido y en aras de una sinceridad tan abrumadora como inquietante a partes iguales, llega incluso a dirigirse al lector, como si de una actriz mirando a la cámara se tratase, para confesarle lo evidente, que ella de literatura y de juntar palabras sobre el papel no entiende, y mucho menos los manuales, los cuales le producen más de un dolor de cabeza. Jude, por su parte y al igual que Tess, no dudan en aprovecharse del dinero público y de un pobre escritor (enamorado de Tess) que les presta su nombre para que pidan la ayuda económica.
La novela, descrita así, puede parecer un verdadero tostón, pero en realidad - y sobre todo en el momento tan excepcional en el que la leí - encierra una serie de virtudes que han acabado por inclinar la balanza. En primer lugar, una constante sensación claustrofóbica pero cómoda para el lector. ¿Quién no se ha sentido encerrado y a la vez a salvo en el propio hogar? Últimamente la mayoría de personas que habitamos en este mundo, pero antes de la pandemia, esa paradoja ya se daba y en el tiempo prepandémico en el que se mueven Tess y Jude, aunque ahora nos parezca irreal y un documento casi arqueológico de la vida antes del desastre. En segundo lugar, Documento 1 contiene la pareja de personajes más aburrida, parca, triste y deliciosamente aburrida que he tenido el placer de conocer a través de la literatura. Con empleos de mierda, con salarios de mierda y pisos de mierda; ambos pertenecen a la que ya se conoce como la "Generación Perdida" del siglo XXI, imbuidos en un capitalismo salvaje que casi no les deja respirar, o lo que es lo mismo, aspirar a algo más que pasarse su vida atendiendo a desagradecidos clientes en la franquicia de comida rápida de turno. Dos jóvenes que, a pesar de las circunstancias, disfrutan a su manera de las aficiones más extrañas, como la de hacer turismo virtual. Eso les pirra, pero también se convierte en su terrible consuelo. Si no podemos viajar por falta de pasta, siempre nos quedará el Google Maps. En tercer lugar, a raíz de esto último, el halo de tristeza que impregna la novela es constante. Una tristeza crónica, fruto de las consecuencias de la crisis económica y la falta de expectativas tanto laborales como personales, que no sólo afecta a Tess y a Jude, también a todo lo que los rodea. Convirtiendo su día a día en un campo de minas que ambos se han negado volver a atravesar por miedo a hacerse daño de nuevo, adoptando un irritante conformismo frente a una valentía que les precipitaría a un pozo sin fondo. No todo es desazón en esta novela, ya que en cuarto lugar, el pequeño rayo de esperanza se abre cuando deciden estafar para poder, al menos por un mes, abandonar su anodina existencia. Y con él llega el humor. Un humor muy irónico y descacharrante que funciona a la perfección y que cobra especial genialidad en el momento en el que aparece este escritor que decide venderse por amor a Tess, aunque existan atisbos de correspondencia. Pero es que también hay escenas tronchantes antes de todo eso, cuando elaboran la surrealista lista de pueblos con nombres raros de Estados Unidos, cuando descubren la belleza de Bird-in-Hand (su destino soñado), cuando Tess le suelta a Jude que son infelices y éste le llama gótica, la monotonía del SubWay o hasta en los momentos de distensión, de no hacer nada, también como lector te ríes. François Blais consigue que tanto Tess como Jude parezcan dos animalillos de sobra adaptados a su medio - casa, casa y más casa - que al sacarlos de su hábitat natural, al atreverse a emigrar, cambiar de aires, se sientan completamente extraños, fuera de lugar, como si la novedad no fuese con ellos. Algo que se puede apreciar, por ejemplo, en su memorable final. En última instancia, hacía años que no leía una novela con un carácter metaliterario tan potente que, más allá de tomar prestados los nombres de sus protagonistas del universo hardyano, el libro va también de como escribir una novela, de sus dificultades y de la desesperación de estos dos seres tan fuera de onda por ceñirse a los manuales que han encontrado en la biblioteca. Tras leer Documento 1 a la futura o futuro escritor se le quitan todas esas ínfulas de superioridad, y al que es muy dado a criticar a los escritores - a los cuales suele referirse como "muertos de hambre" - por fin se le podrá la mejilla roja de la merecida bofetada. Para acabar, simplemente decir que, a pesar de que durante el confinamiento muchas y muchos descubrimos las bondades y desventajas de no salir de casa en casi tres meses, es triste pensar que antes de todo esto ya existía la precariedad, el desempleo, la desmotivación y, por supuesto, millones de personas pegándose el viaje padre a Hawái, París, Nueva York o Tokio. Sin moverse de casa, eso sí.
Documento 1: una historia de aficiones extrañas, internet, pobreza, chantajes, amores no correspondidos, tristeza, humor, sueños imposibles de cumplir sin fraudes de por medio... El no viaje al rededor del globo terráqueo desde la comodidad del sofá, de la cama o del balcón selvático.
Frases o párrafos favoritos:
"No es por hacerme la interesante, pero pienso que Jude y yo somos unos infelices. Tener ganas de largarse es sin duda el síntoma más común de la infelicidad. Es típico del desgraciado obtuso pensar que de verdad se puede cambiar el mal de sitio, imaginarse que la felicidad está ahí fuera; lo de querer empezar de nuevo y poner el contador a cero, marcharse para encontrarse mejor y ese tipo de estupideces. ("Y viviremos como príncipes . Y criaremos conejos. ¡´Enga, George! Cuenta lo que vamos a tener en la huerta lo de las jaulas de los conejos y lo de la lluvia en invierno y la estufa, y lo espesa que es la nata que se forma sobre la leche que casi no se puede cortar. Cuéntamelo todo, George"). De acuerdo, en nuestro caso no podemos hablar realmente de un nuevo comienzo, porque lo único que queremos es pasar un mes en Bird-in-Hand, pero a nosotros nos basta con esto, visto que solo somos un poquito infelices. Todo lo que somos, lo somos un poquito. Cuando le dije eso a Jude ("¡Me parece que somos infelices tío!"), se me rio en toda la cara, de verdad, y me llamo gótica."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Editorial Barrett
Muchas gracias por la reseña! Si no fuera por ti, jamás habría conocido este libro, y ahora tengo muchas ganas de leerlo!
ResponderEliminarSiempre se agradece que un blog nos ilumine los rincones que no conocíamos de las estanterías...
creo que es la novela más extraña de la que he oído hablar, lo cual no es malo, antes al contrario creo que el autor muestra una gran imaginación con la premisa de esta historia. Le haré un hueco.
ResponderEliminarUna reseña excelente. Me apunto el libro
Hola :)
ResponderEliminarSin duda un libro extraño y sin duda puede que me guste jajaja
lo dejo anotado
un beso
Pues desconocía completamente este libro y la verdad es que de primeras no me llamaba mucho. Pero tu reseña me ha convencido así que si tropiezo con él, seguramente caiga.
ResponderEliminarBesotes!!!