Presentación

"Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora." Proverbio hindú

"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca." Jorge Luis Borges (1899-1986) Escritor argentino.

"Los libros son, entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la esperanza les impiden decirme lo que debo hacer." Alfonso V el Magnánimo (1394-1458) Rey de Aragón.

En este blog encontraréis reseñas, relatos, además de otras secciones de opinión, crítica, entrevistas, cine, artículos... Espero que os guste al igual de todo lo que vaya subiendo.

jueves, 30 de abril de 2020

RESEÑA: Génie la loca.

GÉNIE LA LOCA

Título: Génie la loca. 

Autora: Inés Cagnati (Monclar, 1937 - Orsay 2007), francesa, descenciente de una familia de inmigrantes italianos, creció en una región campesina en el suroeste de Francia, donde sus padres eran agricultores. Después de estudiar Letras Modernas, trabajó como maestra. Su infancia en un entorno rural tuvo gran influencia en su obra. De un modo u otro todos sus libros exploran este tema (así como el deseo de huir de los ambientes opresivos de la pobreza). Su primera novela Le Jour de congé, ganó el Premio Roger-Nimier en 1973, y Génie la loca, el Premio Deux Magots en 1977. (Fuente: Editorial). 


Editorial: Errata Naturae. 

Idioma: francés. 

Traductora: Vanesa García Cazorla. 

Sinopsis: Génie la loca, que fue toda una sensación literaria en Francia a finales de los años setenta, es una novela poderosa, bellísima, y un canto muy singular al amor de una hija, de una niña, por su silenciosa madre. Gracias a la contención de su escritura y la crudeza de su argumento, este libro ha sido considerado como una de las cumbres de la literatura francesa posterior a la Segunda Guerra Mundial. Rodeada de viñedos, granjas y oscuras cocinas, Marie espera a su madre. Cuando no la espera, corre detrás de ella por caminos polvorientos y campos de labor. A su madre la llaman Génie la loca, y es la «oveja negra» de una buena familia; una madre convertida, para su desgracia, en mujer «para todo», poco más que una trabajadora agrícola que lucha contra el mundo en medio de un silencio propio y, en apariencia, indestructible. Génie es una figura misteriosa e inaccesible a la que Marie, su hija, sigue incansablemente, soñando con hacerla sonreír algún día. Ésta es la historia de un crimen público que nadie condena, pero cuyas víctimas (femeninas, por supuesto) soportan la carga de la vida en un mundo durísimo. A pesar de algunas miserias, nada puede compararse al amor que une a estas dos mujeres. A pesar de la vida, a pesar de la tragedia. (Fuente: Editorial). 

Su lectura me ha parecido: elegante, contenida, rural, elegante, fría por momentos, con una interesante narración no lineal, sobria en su lirismo, una durísima crítica social... Todos los pueblos tienen a su propio "loco", o como ha reproducido hasta la saciedad tanto la literatura como lo audiovisual, su "tonto" particular. Lejos de causar la comicidad rayando el ridículo, el esperpento o el mal gusto estereotipado que podemos ver, por ejemplo, en algunas series de televisión, lo cierto es que no deja de ser una mofa oscura y cruel. Suele retratarse como alguien proveniente de extracción social humilde - incluso desde la pobreza más absoluta - vaga solo, con la cabeza gacha, tratando de pasar inútilmente desapercibido. Se diferencian del resto de habitantes por tener una tara que - visible o invisible - siempre habrá alguien que se la recuerde, convirtiéndose en el perpetuo sambenito con el que tienen que lidiar día sí día también. Además de todo lo mencionado, en la cultura popular se ha asociado siempre con la salud mental, con una infancia traumática o con alguna minusvalía física o psíquica. De ahí que siempre aparezcan armando escándalos, metiéndose en líos o sufriendo el escarnio, burlas, palizas y toda clase de vejaciones por parte de los que consideran que diferente es sinónimo de peligroso. Nos olvidamos que, en muchas ocasiones, el "tonto" o "loco" del pueblo siempre ha sido hombre, cuando, las mujeres también han sido consideradas en muchas comunidades rurales objetos de cuchicheos y humillaciones públicas. Y aún más si la mujer en cuestión se revela contra los estereotipos de género o ansía con aspirar a algo más. Entonces éstas se convierten en "locas", "histéricas", "marimachos", "putas", "brujas"... El listado es extraordinariamente largo. Las más "afortunadas" - entre comillas siempre - sólo tenían que soportar estos graves calificativos, pero las más rebeldes eran condenadas al ostracismo o a la rehabilitación psicológica más terrorífica. Todo para que volviesen a ser las esposas, hijas o madres canónicas, o dicho de otro modo, lo que la sociedad patriarcal espera de ellas. Y si la cosa iba a más el exilio, forzoso o voluntario, se convertía en el horizonte para muchas. No obstante, cabía la posibilidad de que su marginación también se debiese a cuestiones jamás mencionadas, de las que ellas no tenían la culpa y que vienen directamente de la desigualdad de géneros. De esa violencia sexual de carácter heteropatriarcal silenciada y de la que siempre se ha condenado a las mujeres cuando en realidad son víctimas de la misma. Una realidad silenciada que abocaba irremediablemente a la huida, la precariedad y el eterno estigma. Todo eso y más habita, como un corazón palpitante, en la novela que hoy me dispongo a reseñar. Un libro adecuado para los tiempos que corren más allá del Covid, vivo en su crítica y estilísticamente impactante. Génie la loca: crónica, marginación y aislación entre vides. 


Una de las cosas que más he escuchado estos días es la necesidad, por parte de las lectoras/es, de adentrarse en un determinado tipo de literatura concreto para sobrellevar mejor el confinamiento durante el estado de alarma. Muchas y muchos optan por géneros hasta el momento duramente olvidados como el humorístico - hasta entonces el patito feo de toda librería que se precie - el de viajes - cuya relectura seguro provoca una renovación profunda a nivel temático y estilístico - o las novelas de aventuras - que vuelven con más fuerza que nunca -. Tambien, y de forma totalmente paradójica, se está leyendo literatura de terror y ciencia ficción - poniendo especial foco en las ucronías y distopías - como nunca. Y es que como ya comentaré en la siguiente reseña, psicológicamente pensamos que paliaremos nuestros sufrimientos y miedos provocados por la situación actual si observamos que, aunque sea en el plano de la ficción, alguien lo está pasando peor que nosotros. Lo que está claro es que el lector confinado ansía con derribar las paredes de su casa y trasladarse a lugares muy lejandos en los que poder evadirse un rato de las malas noticias, la saturación informativa, los bulos y la incertidumbre. Y aunque, como he mencionado antes, existen ciertos géneros predilectos para lograrlo, las novelas de cariz costumbrista también se convierten en la opción más humilde - y en cierto modo más realista - para marcharte sin que el shock sea abismal. Dicho de otra manera, para que resulte más fácil regresar a nuestro encierro sin caer en dramas traumáticos para la lectora o el lector. En Génie la loca no nos vamos muy lejos, viajamos físicamente y temporalmente a la Francia de mediados de los años 70. Aquí al lado vamos. A un paisaje vinícola perdido entre la Rochelle y Hyères plagado de pequeñas granjas y trabajadores de la vid siguiendo los pasos de Génie (a las que todos se refieren como "la loca") y su hija Marie en su recluida vida en una pequeña granja en la cima de una colina. Estampa que, aunque lejana en kilómetros, nos resulta bastante familiar. Y por si fuera poco nos adentramos en una historia donde, bajo una capa gruesa de discreción, se esconde uno de los relatos más potentes y sombríos sobre la condición femenina en el ostracismo que he leído en años. Así que muy atentas/os porque es posible que tras leer esta reseña. y en el momento que por fin abran las librerías, vais a preguntar a vuestra o vuestro librero de confianza por este texto. Y si no, tiempo al tiempo. 


Como ya apuntaba en el primer párrafo, "Génie la loca" es el mote que recibe Génie - la secundaria silenciosa de esta historia -. Un apelativo que la sociedad rural le ha impuesto no porque tenga una malformación física, ni padezca una enfermedad mental, sino el hecho de haber traído una hija bastarda al mundo en una época y en un lugar en el que tener hijos fuera del matrimonio suponía un escandalo de proporciones bíblicas. Se sabe que, tiempo atrás, Génie pertenecía a una familia rica y acomodada de la zona, pero hasta ellos, sus propios padres, renegaron de ella. Y no, no está loca, Génie conserva la cordura a pesar de haber sido rechazada por su clase social viéndose obligada a una vida itinerante trabajando en la vid en condiciones de semiesclavitud con una hija a cuestas. Lo que está es sola, recluida en la pequeña casa de la colina, alejada del núcleo urbano del pueblo más cercano, donde nadie podía acercarse para insultarla, menospreciarla o hacer daño a su pequeña Marie. Aún así, la gente de los alrededores se aprovecha de su desesperación y necesidad para encargarle las tareas agrícolas más duras. Génie, aunque sabe lo injusto de la situación, las acata con resignación y a costa de su propia salud pensando que algún día el estigma de ser madre soltera acabará desapareciendo. Pero lejos de suceder, Génie acaba aceptando su mote y la condena que ello supone. Los años pasan, nada cambia, Génie sigue siendo "Génie la loca", pero Marie crece y su relación son su madre es cada día más difícil y compleja. A través del punto de vista de la pequeña iremos conociendo la vida en la granja, la dureza del campo, la pobreza hostil, sus amigos los animales y por supuesto la frialdad que su madre muestra hacia ella. Marie ha crecido al lado de una madre que siempre ha rechazado sus abrazos, besos, manteniendo un doloroso e intencionado desapego. Génie quiere a su hija, pero se lo demuestra apartándola de su lado, pasando menos tiempo con ella y esquivando sus muestras de cariño para que la pequeña no acabe heredando su mala fama. Como si fuese un ente contagioso, como si el hecho de pasar tiempo con ella acabase desembocando en los comportamientos por los que todo el mundo la repudia. Esta malsana relación no es comprendida por Marie, quien se tiene que contentar con los juegos que ella misma se inventa y hablar con los animales - se hace amiga de un locuaz pato Bienot y de una ternera ciega con triste final llamada Rose -. Al mismo tiempo, Marie es rechazada por todos los niños de la comunidad. Nadie quiere jugar con ella, su abuelo paterno rara vez tiene detalles con ella y la marginación hace poco a poco mella en su personalidad. Sólo pequeñas muestras de solidaridad femenina - como la declinación de Génie a una proposición - añaden matices a la convivencia, evidenciando que en el fondo los vecinos saben que Génie no se merece el escarnio al mismo tiempo que se ven obligados a guardar las distancias, como si se les pudiese pegar algo de ella. "El qué dirán", como siempre, detrás de estos comportamientos hipócritas. 


A través de una narración no lineal - en la que se alternan dos tiempos cronológicos no tan lejanos en el tiempo - asistimos a los pensamientos de Marie, atrapada entre dos caminos. Por un lado, el de la resignación a permanecer toda su vida en el campo al lado de una mujer que dice ser su madre pero no se comporta como tal a ojos de la pequeña. Y por otro, su capacidad de escapar de la marginalidad a través de la imaginación, de sus conversaciones con los animales, como si soñar despierta le diese esperanzas para seguir adelante. Es entonces cuando entra en escena Pierre, un joven al que Marie conoce en la estación y que poco a poco acaba convirtiéndose en un faro que le guía hacia nuevas perspectivas de futuro. Pero cuidado, lejos de parecerse a los príncipes azules de los cuentos de hadas, Pierre tiene sus propios problemas a los que se enfrenta todos los días. De esta forma la autora se carga la narrativa que tanto nos han inculcado de pequeñas, esa que hablaba de la existencia de hombres valiente y guapos que, guiados por las toxicidades del amor romántico, estaban dispuestos a poner en peligro su vida para salvar a la princesa de turno, la cual, debía aguardar pacientemente a ser rescatada de las garras del dragón, ogro, madrastra o monstruo malvado de turno. Todos tienen problemas, y la vida en la Francia rural parece no ser fácil para nadie. Es tremenda la capacidad que tiene la autora para encoger el estómago del lector con esta doble marginalidad del personaje de Génie. Presentando, en primer lugar, una reclusión física materializada en su encierro en la casa de la montaña, alejada de todo y todos, en un lugar en el que, aunque llegan insultos, se siente un poco más protegida que si viviese en plena plaza mayor. Y en segundo lugar, una reclusión interna, la más dolorosa de las dos y la que comporta mayores sacrificios para ella. Esto se ve reflejado, por ejemplo en la ausencia de voz. Génie casi no habla, y los pocos vocablos que pronuncia son absolutamente necesarios para su propia supervivencia, pero no para su integración como ciudadana y persona dentro de la comunidad. Esta mudez representa la ausencia más absoluta, similar a un fantasma que vaga sin rumbo arrastrando del pie una condena a todas luces eterna. Si no existes automáticamente no eres nada ni nadie, y por tanto, no tienes derecho a vivir plenamente o a relacionarte con la gente, eso está reservado a los corpóreos, no para los expulsados, los apestados, los que permanecen en los márgenes, los que, en última instancia, existen pero nadie quiere verlos. En Génie la loca, Inés Cagnati plantea la doble moral con la que se condenaba a las mujeres por el simple hecho de no amoldarse a los cánones de género, pasando por alto la violencia patriarcal, a todas luces silenciada, causante en muchos casos de la caída en desgracia de muchas mujeres. Hablamos por supuesto de abusos, agresiones, maltratos y en última instancia embarazos provocados por esta cultura de la violación. Pienso que, gracias a su estilo tan contenido para huir del melodrama, esas descripciones sobrias, así como ese poso de crítica feminista a la situación de las mujeres francesas en esa época de la historia conforman una novela en la que, si os adentráis sufriréis - es así, no os lo voy a ocultar - pero merece la pena en el momento en el que aceptas la frialdad estilística de Inés Cagnati y consigues sentir la aspereza de la tierra bajo la palma de tus manos. Al finalizar su lectura, y esto es verídico, querréis regresar a la literatura rural que un día dejasteis de lado por prejuicios sin ningún sentido. Querréis conocer la realidad de las mujeres en el campo, tanto desde el plano de lo ficticio como desde el de la no ficción. Y sobre todo, ya no volveréis a mirar a las mujeres de los pueblos con ese sentimiento de superioridad snob, sino que trataréis de entrar en su mundo y escuchar las historias que con tanto celo han guardado para sí mismas. A lo mejor, de todo esto sale una novela, un poemario, una obra de teatro, un artículo periodístico, un ensayo... Pero eso será en tiempos de postpandemia y reconstrucción. 

Génie la loca: una historia de rechazo, infancia atípica, escarnio, esperanza, claroscuros, imaginación, ternura, injusticia, reclusión... Un libro sobre el poder heteropatriarcal en el campo, una novela sobre mujeres en los márgenes perpetuos de la sociedad. 

Frases o párrafos favoritos: 

   "Cuando atravesaba así el pueblo, cosa que rara vez hacía, pues la mayoría de las veces, para dirigirse a las granjas, lo esquivaba tomando atajos o yendo campo através, la gente se callaba para observarla llegar, pasar, alejarse. No le sonreían. No la saludaban con jovialidad. Ella cruzaba, con la mirada perdida, yo corría tras ella y la gente la miraba.
Si tenían que dirigirle la palabra, le decían: 
    - Génie la loca. 
    Nunca: 
    - Eugene. 
    Ni: 
    - Señora. 
    Siempre: 
    - Génie la loca."

¡Un saludo, a seguir leyendo y ánimo!

Cortesía de Errata Naturae

viernes, 24 de abril de 2020

RESEÑA: La casa más lejana.

LA CASA MÁS LEJANA

Título: La casa más lejana. 

Autor: Henry Beston (Quinci, Massachusetts, 1888-1968) naturalista y escritor licenciado por la Universidad de Harvard, ejerció como profesor en la Universidad de Lyon durante un año, y en 1915 se alistó en el ejército francés como conductor de ambulancia durante la I Guerra Mundial. En 1918 Beston se convirtió en oficial de prensa de la Marina de los Estados Unidos. En 1928 publicó su libro más conocido, La casa más lejana. Posteriormente se casó con la poeta y novelista Elizabeth Coastworth, con quien se estableció en una granja, en Maine, hasta el final de sus días. (Fuente: Editorial). 


Editorial: Volcano Libros. 

Idioma: inglés. 

Traductoras: Inés Clavero e Irene Oliva. 

Sinopsis: en 1925, Henry Beston construyó una pequeña casa sobre las dunas de la playa de Cape Cod, en Massachusetts, a la que bautizó como Fo´castle (castillo de proa) porque, al igual que en un barco, desde su amplio ventanal podría contemplar el vasto océano. En 1926, y aunque había pensado pasar allí únicamente dos semanas, Beston permaneció todo un año para capturar con palabras la naturaleza y la misteriosa belleza de aquel paisaje: las migraciones de las aves marinas, los ritmos de la marea, las dunas arrasadas por el viento y la inmensidad del cielo estrellado. (Fuente: Editorial).

Su lectura me ha parecido: abierta, minuciosa, sensorial, excesivamente lírica, curiosa, perfecta para quienes tengan la necesidad de un retiro literario... Cape Cod - Cabo Cod en español - es una península situada en el extremo más oriental del estado de Massachusetts, al noreste de los Estados Unidos. Rodeado de pequeñas islas, Cape Cod se formó a partir de un antiguo glaciar situado en el océano Atlántico y solo dos puentes - el Bourne y el Sagamore - permiten a los vehículos acceder al lugar. Su privilegiada situación geográfica, así como la inmensa playa que se extiende a lo largo de todo el cabo ha convertido al lugar en un foco turístico de gran importancia, sobre todo en los meses más calurosos. Sus tierras fueron, durante siglos, hogar de la tribu Wampanoag, la cual comprendían a la perfección los mecanismos del consumo sostenible y el control del paisaje para mantener el ecosistema de la zona en perfecto equilibrio. Por el contrario, Cape Cod también está muy ligado a la historia de los colonos europeos, desde las primeras incursiones nórdicas allá por la Edad Media, hasta las de la Edad Moderna, que a fin de cuentas fueron los que cartografiaron y colonizaron el lugar, sin olvidarnos de la llegada en 1620 de los llamados "Padres Peregrinos" a bordo del Mayflower desde una Inglaterra en la que, por sus credos religiosos, eran duramente perseguidos. Pero Cape Cod también es el escenario en el que emerge, como si de entre la espuma de las olas se tratase, una pequeña casa de madera muy particular. Destaca en medio de la arena y el agua marina por su singularidad y localización, convirtiéndola en una especie de destino deseado para quienes ansían un poco de tranquilidad en su proceso de creación literaria o artística. Los visitantes no dudan en fotografiarla, desde todos los ángulos posibles, maravillados de su existencia, así como de la historia que encierra. Y es que entre sus saladas paredes vivió durante un año entero el naturalista y escritor Henry Beston. Fue él el que con su fuerza y maña consiguió ponerla en pie, pero también uno de los autores que elevó el concepto "naturaleza" a la categoría de "epopeya" a través de un lirismo bello y al mismo tiempo excesivamente recargado. La casa más lejana: un lugar al que escaparse a través de las palabras. 


De nuevo un Nature Writing, de nuevo un digno sucesor de Henry David Thoreau y de nuevo un texto que, por su contenido, no deja de ser interesante de cara al lector menos versado en estas lides. Se podría decir que el ensayo naturalista, intimista y profundamente inmersivo de Beston es canónico dentro del género, dicho de otro modo, que salvo por su estilo - del cual hablaremos largo y tendido - podría pasar por un Nature Writing más de los que últimamente se están traduciendo o reeditando como si no hubiera un mañana. Porque todo sea dicho, el cambio climático y la preocupación cada vez más generalizada entorno a él han contribuido a que, de la noche a la mañana, las librerías amaneciesen con nuevas secciones tipo "ecología" o "naturaleza", consiguiendo una popularidad sólo antes vista con los ensayos feministas o de temática LGTBI. Sin embargo, cada vez que esto sucede, el lector puede toparse con ensayos que de verdad merecen la pena - y que incluso pagarías por leerlos - o con un montón de morralla sin pies ni cabeza y que no hay por donde coger su correspondiente lectura. Por fortuna, La casa más lejana no llega a ese extremo de considerarse un libro del montón dentro del aclamado género, de hecho está considerado un autentico clásico del mismo - hasta el punto de definir a su autor como el heredero de Thoreau -  pero como lectora asidua, que no fan número uno de esta literatura, no ha conseguido entusiasmarme. Y es que su estilo narrativo no puede ser más lírico, extremadamente lírico. Adoro la poesía, últimamente no leo tanta, pero cuando lo hago las sensaciones que experimento a continuación son en ocasiones indescriptibles. Por eso aplaudo cuando una autora o autor usa elementos poéticos en el terreno de la prosa. Me parece un ejercicio de estilo y de personalidad literaria brutal, y si la o el que está detrás responde al nombre de Virginia Woolf por ejemplo, la novela en cuestión se eleva a una categoría superior. Como si de una deidad del Olimpo se tratara. El problema viene cuando esa prosa lírica se lleva a extremos imposibles, cuando superas el límite de la contención y acabas cayendo en la exageración. Eso mismo es lo que en ocasiones le sucede a Beston en La casa más lejana, que trata de atrapar a través de su pluma la máxima expresión poética de la naturaleza que le rodea, que en ocasiones se pasa de frenada. Como ya he dicho, adoro las imágenes idílicas que solo la poesía puede crear, pero es que Beston lo vive tanto, lo siente tanto y lo atrapa tanto que más que una observación subjetiva parece más un éxtasis al borde del colapso. Dicho esto, y tras haberme sincerado en este espacio de crítica y opinión, debo señalar algunos aspectos que salvan al texto de Beston de ser un libro intrascendente para el lector. Ya que, entre otros muchos aspectos, es tal el estudio pormenorizado que el autor hace de la flora y fauna de Cape Cod y la forma tan divulgativa que usa para trasladar dicho conocimiento que sin duda cualquier persona de este planeta es capaz de acceder sin dificultad a él. Beston atraviesa las nubes, examina la línea del horizonte, hace una fotografía de los comportamientos de las aves migratorias, disecciona el sonido de una cigarra. Su pureza es digna de admirar. Trazando una invisible línea entre la naturaleza y lo urbano que, según el propio autor, jamás debimos traspasar. Aquí pueden surgir diversas opiniones al respecto, pero lo cierto es que, como animales cada vez más tecnológicos y desapegados de lo manual, a lo mejor no es mala idea regresar, de vez en cuando, a esos orígenes que nos recomponen en cada exhalación de aire libre de agentes contaminantes. 

Durante estos cuarenta días - efectivamente, ni en mis peores pesadillas soñaba que llegaríamos a cumplir una cuarentena entera encerrados en casa - he tenido tiempo para leer, escribir, aprender cosas nuevas y sobre todo para bloquearme frente al ordenador o ante cualquier circunstancia. La cabeza se me llena de un humo gris, espeso, feo. Capaz de emborronar cualquier motivación con la que haya amanecido. La saturación de información en ocasiones puede conmigo y no tengo más remedio que ocupar mi cabeza en realizar otras tareas ajenas a lo creativo y estrictamente literario. Actividades que no me hagan pensar mucho ni darle vueltas a la cabeza. De lo contrario, en ocasiones puedo llegar a colapsar. De ahí que la lectura se haya convertido en mi huida cuando la niebla se espesa más y más. Ya lo era en el pasado, antes de la pandemia, antes del estado de alarma, antes de que mires donde mires todo te recuerda inevitablemente al acontecimiento histórico más importante de los últimos años. A decir verdad todas y cada una de las novelas que me he leído entre las cuatro paredes de mi habitación han supuesto una regulación o desahogo de las emociones, esas que, al igual que cualquier montaña rusa, sufren continuos y bruscos altibajos. Unas me han gustado más, otras un poco menos. Unas las he soportado hasta su agónico final, otras la trama se convertía en un cohete ultrasónico hasta evaporarse de entre mis manos. Se que cada persona es un mundo, una vida y unas circunstancias que nos hacen únicos en medio de una sociedad hoy encerrada en cómodas jaulas de oro. Pero es cierto que existen un tipo de historias que, más allá de lo bien que estén escritas o de que los personajes te atraigan más o menos, consiguen evadirte por unos minutos de esta asfixiante y terrorífica realidad. Son aquellas cuya capacidad de trasladarte a lugares más allá del gotelé o las acristaladas ventanas es digna de ser aplaudida por todas y todos nosotros. Hoy en día no hace falta imaginarse estar en la típica playa paradisiaca de arena blanca y opulentas palmeras, ni callejeando por el impresionante casco antiguo de cualquier ciudad europea a la que desearíamos viajar una vez finalice el confinamiento. Basta con evocar los elementos básicos de la naturaleza para teletransportarnos a, como bien señala Beston a lo largo de todo el libro, a la esencia perdida, a ese contacto con la naturaleza que poco a poco hemos ido perdiendo por el camino. Siento envidia sana de los niños, sobre todo los de las zonas rurales, los de esa "España vaciada" que antaño restábamos importancia, ridiculizábamos o ignorábamos deliberadamente. Al menos tendrán un bosque cerca, un camino por el que pasear, un prado en el que poder escuchar la banda sonora de pinos mecidos por el viento, gorriones revoltosos y abejas en plena polinización. Unos sonidos conocidos por todos que, en tiempos de pandemia, se hacen más necesarios que nunca. 

La casa más lejana: una historia de exploración, experiencias, reflexiones, observación, poesía, iniciación, conexión, comprensión... El libro de la evasión en medio de la crisis. 


Frases o párrafos favoritos: 

"El océano brama, pálidas briznas y jirones de nube gélida azotados por el viento deslizan sobre las dunas, y los corremolinos sueñan en equilibrio sobre una para, con la cabeza despeinada y bien hundida entre las plumas."

¡Un saludo, a seguir leyendo y ánimo!

domingo, 12 de abril de 2020

RESEÑA: Mujeres en lucha.

MUJERES EN LUCHA 


Título: Mujeres en lucha. 

Autora: Isabella Lorusso nació en Ostuni, Apulia, en 1967, y terminó sus estudios en Bolonia con una tesis sobre la guerra civil española. Se trasladó a Perú donde enseñó italiano en las universidades de Lima, Cuzco y Tumbes. Actualmente vive en Inglaterra. Ha publicado La maga, Senza pelle y T/3. Storia di un femminicidio y, en España, Un día sin ti, Potosí: historia de un viaje en el sur del mundo y Voces del POUM. (Fuente: Editorial). 


Editorial: Altamarea. 

Idioma: italiano. 

Prólogo: Beatriz Gimeno. 

Epílogo: Dolors Marín. 

Sinopsis: Mujeres en lucha es un libro coral, un conjunto de entrevistas realizadas a mujeres españolas que participaron en la guerra civil. Algunas tomaron las armas y combatieron en el frente, otras militaron en el POUM, en Mujeres Libres o en diferentes grupos anarquistas. Todas lucharon contra el franquismo y por la emancipación de la mujer, y juntas lograron avances sociales tan significativos como el aborto libre y gratuito. Emprendieron toda una revolución, y para ello no solo tuvieron que enfrentarse al fascismo, sino también, a veces, a sus propios compañeros. Sus sobrecogedoras memorias nos invitan a reflexionar acerca de una lucha que pertenece a otro tiempo y que, sin embargo, se revela aún hoy actual y necesaria. Sus voces, que poseen la fuerza y la inmediatez propias del testimonio directo, presentan sin tapujos la complejidad de una época cuyas contradicciones casi nunca afloran en el discurso historiográfico oficial. Sus punzantes recuerdos arrojan una nueva luz sobre acontecimientos tan cruciales como las Jornadas de Mayo de 1937 o el asesinato de Andreu Nin, y ahondan en los orígenes del movimiento feminista en España. Gracias al trabajo de Isabella Lorusso, este extraordinario mensaje de rebelión y justicia queda al resguardo de la voracidad del olvido y se reaviva para las nuevas generaciones de mujeres en lucha.

Su lectura me ha parecido: valiosa, completa, un documento histórico al que debemos acudir en masa a consultar, completa, veraz, impactante, rebosante de sabiduría, imprescindible... La primera vez que me acerqué a un texto cuya importancia trascendía a lo puramente literario fue gracias a la lectura del Diario de Anna Frank. Por aquel entonces tendría entre catorce o quince años y quedé completamente ensimismada, perturbada, maravillada y horrorizada. Todo eso al mismo tiempo. Ese fue sin duda el libro que me impulsó, como quien se tira de cabeza a la piscina, a investigar por mi cuenta y a leer sobre historia. Primero, como no podía ser de otra forma, me obsesioné con el tema del holocausto, de ahí pasé al nazismo y de ahí a la complejidad de la Segunda Guerra Mundial en un momento en el que en el instituto todavía no nos habían hablado de ello. En segundo de bachiller me topé con otro título fundamental y que acabó reafirmándome en la valiente - o kamikaze según algunos - decisión de estudiar la carrera de Historia. Esta vez fue una novela titulada Los pilares de la tierra. Evidentemente no estaba ante un documento histórico como tal - aunque años más tarde lo usaría para evidenciar la visión que desde el siglo XXI se tiene de la Edad Media - pero a partir de su lectura me sumergí en un montón de historias - algunas más memorables que otras - y sobre todo en el homenaje que su autor, Ken Follett, hizo a la arquitectura gótica y a los constructores que la ensalzaron a través de catedrales (edificios góticos por excelencia). Esta historia de amor, luchas de poder, guerras civiles y venganzas personales en la Inglaterra del siglo XII al amparo de la construcción de una catedral ficticia me alucinó y me hizo más llevaderos los días de estudio y nervios. Un año después, entendí el poder de la literatura para adentrarse en un tema del pasado a través de la lectura de Los Miserables. Me costó, sí, pero gracias a ese libro - hoy prestado y ausente de mi apreciada librería - pude comprender por fin como lo ficticio puede ayudar a investigar el pasado o a meterte de lleno en el pensamiento del autor que lo escribió, en este caso a mediados de siglo XIX. Además de que la relación entre Jan Valjan y el inspector Javert es una de las más completas de la literatura universal. Tuve que esperar a cuarto de carrera para encontrar la última pata que sostendría mis valores como historiadora y lectora empedernida. Ese pilar se llamaba "perspectiva de género", algo con lo que ya me había topado sin darme cuenta - recordemos la lectura de Anna Frank - pero que hasta ese momento no supe ponerle nombre. Tuvo que ser Betty Friedan y su Mística de la feminidad la que me dio la bofetada de realidad que necesitaba para comprender que la historia había sido contada y construida por los mismos, por los ganadores primero, y en segunda instancia y más importante, los hombres. Desde entonces devoré cada ensayo donde se resaltase o relatase la historia de las mujeres, tradicionalmente ninguneada, ridiculizada u olvidada. Uno de esos libros fue el que hoy recupero de mi estantería para hablaros de uno de los episodios más interesantes, y a menudo poco tenido en cuenta, dentro de la Guerra Civil Española. Mujeres en lucha: la doble revolución de las mujeres republicanas. 


Tal y como se desprende en la lectura de este libro, hubo un tiempo no tan lejano en el que los bailes - una de las formas de distracción más populares de la época - se convertían en cantera de futuros y futuras sindicalistas. Remarco esta distinción de género porque, aunque hayan pasado a la historia muchos nombres de hombre en este ámbito, también existieron mujeres que guiadas por sus convicciones políticas y su espíritu rebelde e inconformista no dudaron en afiliarse a los sindicatos o partidos políticos de izquierdas más potentes y multitudinarios del momento. Unas fueron a parar, entre otros, al POUM (Partido Obrero de la Unificación Marxista) - fundado en 1935 y contrario al comunismo estalinista - o a Mujeres Libres - organización femenina dentro del anarcosindicalismo español fundada en abril de 1936 como respuesta al machismo imperante de sus compañeros de lucha dentro del ámbito anarquista -. Y es en este punto donde me gustaría detenerme unos segundos para resaltar, creo yo, la mayor virtud del trabajo de la investigadora Isabella Lorusso en el presente libro: el de dejar clara la doble lucha que estas mujeres llevaron acabo, además de la impresionante recopilación de testimonios que abalan dicha tesis. Lorusso recorrió cientos de kilómetros para dar con las voces de esas mujeres que mejor podían ilustrarle la época y el tema que le inquietaba intelectualmente para, esta vez sí, escribir el libro que le hubiese gustado leer en su época más militante dentro del movimiento feminista italiano. Su pasión por la historia del POUM la llevó a rascar en la historia, encontrando las vivencias de estas mujeres republicanas que habían participado de los acontecimientos desde la primera fila de batalla o desde posiciones más políticas. Marxistas, comunistas, anarquistas, milicianas... Su procedencia era lo de menos, para Lorusso, lo importante era lo que podían aportar a través de su experiencia y vivencias, las cuales habían permanecido ocultas demasiado tiempo. Sí, la historia olvida a los perdedores, los sepulta bajo toneladas de tierra hasta ahogarlos - perfecta metáfora de lo que aquí sucedió una vez finalizó la Guerra Civil hasta llegar a nuestros días - la historia es doblemente injusta con aquellas que fueron injustamente apartadas dentro del mismo bando derrotado, las que por el hecho de ser mujer no fueron reconocidas de igual modo que a sus camaradas hombres. Ni siquiera cuando militaban juntos, ni siquiera cuando pronunciaban discursos ante un pueblo ávido de sus ideas, y por supuesto, ni siquiera cuando en la guerra empuñaban el mismo fusil contra los fascistas. 

De este modo, conocemos historias como la de Pepita Carpena (1919-2005) obrera de una fábrica textil desde los doce años que se inició en política de la mano de la CNT para posteriormente unirse a Mujeres Libres en el momento de mayores turbulencias sociales. Ella, como tantas otras, vivió el golpe de estado, la Guerra Civil, la posterior dictadura y por supuesto el exilio. Su testimonio rinde cuenta no sólo de su lucha constante fuera y dentro de casa, también del machismo imperante dentro de las propias filas. De hecho, señala como el momento más duro de su experiencia como militante el hecho de enfrentarse a ellos, los cuales no entendían del todo el papel de Mujeres Libres dentro del movimiento anarcosindicalista. A veces, incluso, lo confundían con libertinaje. Jamás volvió a España. En esa misma línea el testimonio de Teresa Carbó ( 1908-2010) arroja una pequeña pero importante reflexión: la de la normalización de la invisibilidad. Si no se habla de tu labor, si no se reconoce tu trabajo, si no se valora tu papel en la historia; normal que muchas de estas mujeres acabasen quitando importancia a hazañas o experiencias dignas de señalar. Así le ocurrió a Carbó, quien en un primero momento declinó la entrevista pero que más tarde accedió a ella al darse cuenta de que su testimonio podía aportar luz sobre la presencia de las mujeres en la Guerra Civil al ser ella la última persona que vio con vida  a Andreu Nin - fundador del Partido Obrero de Unificación Marxista - tras haber desaparecido durante los hechos de Mayo de 1937. Su condición de enfermera dentro del conocido como Socorro Rojo dedicado a ayudar a heridos y presos le permitió ser testigo de los que probablemente serían los últimos momentos de Nin con vida. Ya en el exilio, Carbó siguió ejerciendo la enfermería a la vez que colaboraba con la resistencia Francesa. Tras una vida de peregrinaje y huida por varios países de Sudamérica, volvió a España tras la muerte de Franco. En el presente volumen también encontramos testimonios como el de Dolores Jiménez Álvarez, más conocida como Blanca Navarro, (1918-2012) militante anarquista y miliciana que luchó en la famosa Columna Durruti asistiendo a la dura retirada del frente de Aragón permaneciendo en el frente a pesar de la prohibición por parte del gobierno central de que las mujeres combatiesen en la guerra, el de Manola Rodríguez (1917-2009) perteneciente a las Juventudes Comunistas que participó activamente en la defensa de Madrid donde conoció al que sería su futuro marido - su testimonio es importante para entender las relaciones sexuales y amorosas en el frente - o el de María Manonells i Riera ( 1913-2003) sindicalista del POUM y articulista; su testimonio fue determinante para el director de cine británico Ken Loach que a partir de sus palabras construyó los personajes femeninos de la película Tierra y libertad. Todos ellos, como acabamos de comprobar, marcados por una juventud en sindicatos o partidos de izquierdas, una guerra en las que estuvieron en el frente o en la retaguardia, el exilio a un país desconocido en el que sin embargo arrimaron el hombro en su lucha contra el Nazismo y por supuesto la vuelta o no retorno a la patria. 


Hace unos años mi madre me contó una historia que hoy, más que nunca, vuelve irremediablemente a mi memoria. Un día me habló del abuelo de una de sus mejores amigas. De izquierdas, culto y gran lector cuyos valores eran bastante progresistas. La abuela, en cambio, era una mujer que no sabía ni leer ni escribir. Curioso contraste para un matrimonio en el que uno de los dos miembros gozaba de unas ideas aprendidas a través de los libros y el otro ni siquiera era capaz de entenderlas ante la falta de un aprendizaje vital durante la infancia. Dicha carencia llamó la atención de la amiga de mi madre, la cual acabó reprochando a su abuelo su pasotismo al respecto. ¿Por qué no le has enseñado a la abuela a leer? le preguntó un día. Desconozco cual fue la respuesta, pero ya me puedo imaginar que ésta habría revelado la verdadera naturaleza de la situación. De puertas para afuera todo eran consignas de revolución, propuestas para conseguir la tan ansiada justicia social, proclamas por un estado más igualitario y libre. De puertas para adentro nada cambiaba, todo seguía siendo igual, bajo una justicia patriarcal que no hacía sino ahogar a las mujeres entre crianza y tareas del hogar. Seguro que ni se le ocurrió la posibilidad de enseñarle a leer y escribir, o simplemente consideraba que no le hacía falta a juzgar por sus actividades que ella ejercía en el hogar. Muchos de estos hombres que lucharon por cambiar este país a golpe de discurso o con metralleta en mano sostenían, erróneamente, que una vez se alcanzasen los objetivos deseados, la situación de sus compañeras cambiará, beneficiándose de los mismos derechos. Sin embargo, lo que desconocían o no querían admitir, era el hecho de que para que un cambio social se produzca hace falta lucha, tomar las calles, hacerse visibles y perseverar. Sobre todo perseverar. Y si las mujeres no participaban de dichos actos, difícilmente podrán alcanzar objetivos que las equiparen a la misma altura que los hombres. Sin el clamor por los derechos destinados a las preocupaciones de un colectivo en concreto, el de las mujeres, jamás podrán ser libres. Pero claro, eso entonces era considerado libertinaje, cosa de chicas o cuestiones que a nosotros como hombres no nos interesan para nada. En aquella historia que un día mi madre me contó echo en falta implicación, empatía y reconocimiento. Por el contrario, lo que veo es machismo, injusticia y superioridad patriarcal. Y la moraleja es bastante cruda, la que evidencia como, independientemente de la ideología política, hubo un tiempo en el que los hombres, quienes tenían el altavoz para hacer llegar sus ideas a más gente, prefirieron acogerse a la máxima del absolutismo - "cambiar para que nada cambie" - en vez de aprovechar su visibilidad para hacer más visibles a sus compañeras y apoyarlas en su respectiva lucha. Los tiempos cambian, aunque todavía queda el resquicio de quienes aspiran a recortar los derechos de las mujeres hasta retrotraernos a una España neofranquista. De ahí que el libro de Isabella Lorusso se presente como una urgente lectura de cara a combatir las falsedades de una ultraderecha intolerante y que odia profundamente a las mujeres. 

Mujeres en lucha: una radiografía del patriarcado, la valentía, el feminismo, la Guerra Civil, el exilio, los ideales políticos, las desigualdades internas, sindicatos, la retaguardia, el frente, el olvido... Un texto contra la desmemoria y los que pretenden convencernos de que aquello jamás existió. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Ponían a los hombres ante una contradicción cotidiana, porque ellos mismos hablaban de cómo cambiar el mundo y luego volvían a casa y el mundo que hubieran podido cambiar no lo cambiaban"

¡Un saludo, a seguir leyendo y ánimo!

Cortesía de Altamarea 

lunes, 6 de abril de 2020

RESEÑA: Hijas del norte.

HIJAS DEL NORTE

Título: Hijas del norte.

Autora: Sarah Hall, una de las mejores novelistas jóvenes del Reino Unido según la revista "Granta", ha ganado en dos ocasiones el Premio Portico, y también ha sido galardonada con el Premio Betty Trask, el Premio Commonwealth a la primera novela, el Premio BBC de relato, el Premio John Llewellyn Rhys o el Premio E. M. Forster entre otros. Es autora las novelas - traducidas al español todas ellas - La frontera del lobo, Madame Zero y la hermosa indiferencia e Hijas del norte. (Fuente: Editorial).


Editorial: Alianza Editorial.

Idioma: inglés.

Traductor: Catalina Martínez Muñoz.

Sinopsis: El estado de la nación ha cambiado. Con la mayoría del país inundado, los recursos controlados por el gobierno, y guerras en curso en Sudamérica y en China, Inglaterra está irreconocible. En este mundo de precariedad y extenuante trabajo industrial, la Autoridad insiste en que todas las mujeres lleven dispositivos de contracepción. Hermana nos cuenta su historia desde su celda: cómo soñó con escapar a una comuna de mujeres que viven en Carhullan, una granja fortificada en las remotas colinas de Cumbria, y cómo esa huida no fue más que el inicio de su lucha. Un testimonio del triunfo del individuo en circunstancias extremas, y una novela de extraordinaria imaginación y complejidad emocional. (Fuente: Editorial).

Su lectura me ha parecido: pausada, explícita, implícitamente reflexiva, sugerente, imposible no asociarla con su referente literario, en ocasiones débil argumentalmente... En el año 1985 la editorial McClelland and Stewart publicó la que décadas más tarde se convertiría en la novela más influyente de los últimos años: El cuento de la criada de la escritora canadiense Margaret Atwood. Esta distopía protagonizada por Offred - una mujer considerada un objeto cuyo valor reside solamente en su capacidad para traer niños al mundo en una sociedad distópica extremadamente machista y de corte ultra religioso - y en la que la rebelión contra dicho sistema totalitario parte del uso de las principales y más obvias tesis del feminismo marcó un antes y un después en la evolución del género. Hasta ese momento ninguna autora o autor se había atrevido a denunciar las violaciones como arma contra las mujeres, evidenciar las desigualdades de género que todavía perviven en nuestra sociedad y hasta reflexionar entorno a lo escandaloso que supone la gestación subrogada (que en el caso de la novela adquiere tintes más bestias y moralmente reprochables) en una novela distópica. El cuento de la criada supuso el salto a la fama de la autora - sobre todo en el ámbito anglosajón - y el reconocimiento a través de los galardones más prestigiosos dentro del género de la ciencia ficción. Sin embargo, hasta el finales de la pasada década, la novela de Atwood era conocida sólo por las y los amantes más apasionados del género. Y no fue hasta 2017 cuando, gracias a la sobresaliente adaptación televisiva, el libro consiguió una popularidad de proporciones mundiales. De pronto todo el mundo se interesó por la novela, y como consecuencia, por el resto de la producción literaria de Atwood, un legado, por fortuna, muy extenso y variado. Este enorme éxito propició que el año pasado la autora viese publicada la esperada continuación - y digo esperada porque el final de El cuento de la criada dejó más incógnitas que respuestas - y que un aluvión de autoras y autores se lanzasen a escribir distopías con mensaje feminista como si no hubiera un mañana. Dando como resultado obras de notable calidad literaria y obras que, por el contrario, se quedaron simplemente en un intento de igualar en originalidad a la maestra que hoy es Margaret Atwood. A todas luces insuperable. Hoy el libro que tengo el placer de reseñar pertenece, no a esa oleada tras la repercusión de la serie de televisión, sino a una anterior, la que no tuvo esa referencia audiovisual y que en este caso concreto no consigue despegar del todo. Hijas del norte: intenso himno a la rebelión feminista 


Hijas del norte es una novela que vio la luz por primera vez en el año 2007. Tuvo su recorrido y popularidad en el ámbito anglosajón y, en base a lo que la historia nos narra, podríamos hablar de un libro profético en muchos sentidos. Aunque la influencia de El cuento de la criada sea clara y a pesar de que muchas de las cuestiones que aborda la novela de Hall ya fueron tratadas y criticadas por la propia Atwood. Sin embargo, cabría preguntarse por qué ahora y no en el momento en el que fue publicada no se tradujo a otros idiomas, entre ellos el español. Podemos argumentarlo recurriendo a motivos editoriales, pero también al hecho de que temas como el ecofeminismo, la discriminación de la mujer en los totalitarismos literarios de corte distópico o la propia respuesta de las mujeres oprimidas por medio del feminismo no estaban a la orden del día en nuestros debates más acuciantes. No fue hasta finales de la pasada década cuando por fin pudimos ver a los parlamentarios de nuestro país discutir entorno al feminismo, la desigualdad salarial, los micromachismos o la libertad sexual de las mujeres. A eso debemos añadirle la poca o nula importancia del feminismo o la perspectiva de género en los distintos ámbitos de la sociedad, incluyendo lo académico, médico, administrativo, judicial o militar por citar algunos ejemplos. Por no hablar que lo catalogado como feminista no conseguía hasta hace muy poco un lugar destacado en las librerías o bibliotecas públicas. Tuvo que llegar el #MeToo, el escandalo Weinstein, el juicio a la manada de San Fermín, las huelgas del 8 de Marzo y la presencia de miles de activistas al rededor del mundo con la posibilidad de poseer un altavoz desde el que hablar para que, de pronto, libros como El segundo sexo de Simone de Beauvoir o Política sexual de Kate Millett dejasen de coger polvo para ocupar un lugar destacado en las tiendas. Al calor de estos acontecimientos y movimientos, no es de extrañar que una novela como El cuento de la criada volviese a la primera línea después de tantos años, y lo más importante, a conquistar esta vez sí a millones de lectores al rededor del mundo. Por eso, y teniendo en cuenta el año de publicación de Hijas del norte, muy pocos lectores sosteníamos la idea de que fuera una novela del montón, de las que decidieron copiar descaradamente el estilo de Atwood, de las que se apuntaron a lo que tristemente acabó por convertirse en moda literaria. Al concebirse en un momento de cero debate al respecto, pensaba que estaba ante una buena historia. Y sí, es una buena historia, aunque con algunos peros. 


En un futuro más o menos cercano, Inglaterra se ha visto sacudida por una catástrofe medioambiental dejando a medio país bajo las aguas. La crisis alimentaria se dispara como consecuencia de las inundaciones y los más afortunados subsisten gracias a la ayuda humanitaria proveniente de Estados Unidos. En medio de este panorama, surge La Autoridad, un gobierno totalitario proveniente de las zonas habitables que impone un brutal control demográfico, en el que las libertades, y muy especialmente las de las mujeres, se verán duramente recortadas. Entre las polémicas y abusivas medidas: la implantación de un chip uterino de contracepción bajo pena de reeducación o en los casos más graves de arresto. En esta nueva realidad la explotación laboral se reviste de obligación social, la carestía y el racionamiento son el pan de cada día de sus habitantes, el consumo de electricidad o internet están restringidos, los medios de comunicación son controlados y extraordinariamente limitados por el estado, el toque de queda es de obligatorio cumplimiento y un halo de resignación impide las manifestaciones y antiguas reivindicaciones. Ese es el totalitarismo de Hijas del norte, régimen en el que sobrevive una mujer a la que llamamos Hermana, protagonista absoluta de la novela, y a través de su testimonio conoceremos su disconformidad, su espíritu rebelde, y por supuesto, su huida a unas remotas colinas de Cumbria - maravilloso paisaje por cierto - en busca de la comuna feminista y autosuficiente de Carhullan, cuya milicia lucha para derrocar el sistema impuesto por La Autoridad. Dictada en primera persona, Hijas del norte está estructurada en siete capítulos a modo de archivos penitenciarios, como si de un interrogatorio o una crónica de sucesos se tratase. Este modo de presentar la historia es bastante original y de algún modo práctico, ya que la autora puede centrarse en las partes que de verdad le interesan sin necesidad de dar muchas explicaciones al lector de por qué esto sí se aborda y esto no. Dicho esto, creo que es en este apego a la forma - la confesión - y ese constante distanciamiento al modelo que Atwood mostró en El cuento de la criada es tal vez lo que más flojea de esta novela. Mientras Atwood limitó la posibilidad de expresar la rebeldía de su protagonista partiendo de su fuero interno a través de sus emociones y pensamientos - lo que potencia enormemente la escalofriante denuncia - Hall convierte a Hermana y el resto de mujeres que aparecen en la novela son directamente guerreras. Esta falta de introspección psicológica en Hijas del norte no hace sino flaquear una trama a priori atractiva para el lector. Por no hablar de incoherencias como la de que La Autoridad permita la existencia de una comuna de mujeres llamada Carhullan en la que la clandestinidad brilla por su ausencia. O la excepcionalidad de que nos topemos con un gobierno totalitario que impida a las mujeres tener hijos cuando, en la realidad histórica, la mayoría de regímenes autoritarios - exceptuando el caso de la política del hijo único en la China comunista - tienden a promover una mayor natalidad. 



Su ritmo es endiablado a ratos, pausado y reflexivo cuando toca, tiende a una progresiva decadencia hacia el final de la novela. Pero eso no quita que estemos ante una novela en la que explícitamente el grito y llamada a la rebelión feminista por parte de una comuna ecofeminista - de hecho resaltaría este aspecto como uno de los más interesantes del libro - contra lo totalitario, en este caso contra  todo lo que representa La Autoridad, no sea meritoria y digna de mención. Aunque la novela decaiga, los aspectos inverosímiles de su trama y esa falta de acercamiento al lado menos emotivo de la protagonista. En definitiva, que en tiempos de coronavirus y obligado encierro, las novelas distópicas pueden abrirnos una puerta a la reflexión, independientemente de lo que como lectoras y lectores queramos asociar como buena o mala literatura. La novela de Hall, por ir cerrando mi extensa argumentación, se mueve entre el homenaje - que no copia - a una de las grandes y más influyentes novelas dentro del género (llegando a ser visionaria en algunos aspectos) y la pena por no haber conseguido esa redondez que la haría perfecta. Lo que pudo ser y no es. El quiero pero me quedo corta. Aún así, y por apuntar un dato positivo, creo que estamos ante el inicio de una prometedora carrera literaria en la que, si tuviera voz y voto en este asunto, le aconsejaría a la propia Hall que siga en esa búsqueda de su propia voz literaria. Que los referentes están muy bien, pero que al fin y al cabo el hallar la personalidad es casi lo más importante en literatura. Con lecturas, trabajo y esfuerzo se consigue. Si la autora se aplica esta máxima estoy convencida de que veremos una Sarah Hall más curtida y única. 

Hijas del Norte: una historia de injusticia, totalitarismos, comunas ecofeministas, naturaleza, reflexión, rebelión, confesión, opresión, libertad... La novela que, es posible, queráis leer durante estos días de obligatoria cuarentena. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Me llamo hermana. Ese es el nombre que me pusieron hace tres años. Es como me llaman las demás. Es como me llamo a mí misma. Antes de eso mi nombre no tenía importancia. No recuerdo que se usara. Ya no responderé a ese nombre ni me oiré decirlo en voz alta. No daré muestras de reconocerlo. No existe. Me llamaréis Hermana. Fui la última mujer que salió en busca de Carhullan."

¡Un saludo, a seguir leyendo y ánimo!

Cortesía de Alianza Editorial