sábado, 26 de marzo de 2022

RESEÑA: El poder del perro.

 EL PODER DEL PERRO


Título: El poder del perro. 

Autor: Thomas Savage (Salt Lake City, 1915 - Virginia Beach, 2003) creció en un rancho en las llanuras de Montana. Estudió escritura creativa en la Montana State College. En 1980 obtuvo la prestigiosa beca Guggenheim, trece años después de publicar El poder del perro, una obra maestra instantánea y uno de los exponentes más recientes de lo que ha venido a llamarse como Literatura del Oeste americano y recientemente adaptada al cine de la mano de la directora Jane Campion. Además de El poder del perro, Savage es autor de trece novelas, entre las que encontramos Línea de medianoche (1976), El paso (1944) o Lona Hanson (1948). Ésta última también fue llevada al cine y fue protagonizada por Rita Hayworth y William Holden. 


Editorial: Alianza Editorial. 

Idioma: inglés. 

Traductor: Eduardo Hojman. 

Sinopsis: Montana, 1924. Phil y George son hermanos y socios, copropietarios del rancho más grande del valle. Cabalgan juntos, transportando miles de cabezas de ganado, y siguen durmiendo en la habitación que habían tenido de niños, en las mismas camas de bronce. Phil es alto y anguloso, George rechoncho e imperturbable. Phil podría haber sido cualquier cosa que se propusiera, George es tranquilo y no tiene aficiones. A Phil le gusta provocar, George carece de sentido del humor, pero tiene ganas de amar y de ser amado. Cuando George se casa con Rose, una joven viuda, y la trae a vivir a la hacienda, Phil comienza una campaña implacable para destruirla. Pero los más débiles no siempre son quienes uno cree. 

Su lectura me ha parecido: abrasiva, sigilosa, asfixiante, perturbadora, gráfica, tensa, oscura, con unos personajes bien cimentados, retorcida... El western, género clásico donde los haya que inconscientemente hemos acabado por asociarlo al séptimo arte gracias a directores y actores muy concretos y ya indisociables de sus formas, también es literatura con mayúsculas. Desde sus orígenes en la Norteamérica de mediados de siglo XIX, al compás de los trascendentales acontecimientos históricos que estaban teniendo lugar en el país tanto a nivel político-geográfico (el "Destino manifiesto" y la "Tesis de la frontera") así como de carácter económico-social y belicoso (la conquista del Oeste, la repoblación, la fiebre del oro, las guerras indias y el consecuente destierro de los pueblos nativos a las reservas etc...), el western se ha nutrido de las historias que emanaban de dichas experiencias y testimonios resultantes. Tomando como textos fundadores los conocidos como "cuentos de la frontera" James Fenimore Cooper, escritor de novelas de aventuras históricas, ostenta el honor de ser el primer autor en inaugurar esta tradición literaria con sus cinco novelas recogidas bajo el título Los cuentos de Leatherstocking. Escapando al anonimato y convirtiendo los montes de los Apalaches en territorio western. Entre la década de 1850 a los primeros años del siglo XX el género vive su primera gran revolución, adaptándose a los nuevos tiempos y a las necesidades de los lectores gracias a las "Dime Novels". Tomando como ejemplo los famosos y populares "Penny Dreadfuls" británicos - recordemos, historietas publicadas por entregas en revistas o periódicos generalmente ancladas en el terror más sensacionalista y sanguinario - comenzaron a proliferar pequeñas publicaciones que, por diez centavos, hicieron las delicias de aquellas primeras generaciones de masas. Los hombres de la montaña, los colonos, los indios y los forajidos que actuaban fuera de la ley eran los personajes más repetidos. Y dentro de todos ellos, los más populares fueron los que se atrevieron a friccionar a partir de personajes reales como Bufalo Bill o Billy the Kid entre otros. En los años 30 del siglo XX las revistas pulp ayudaron a la expansión del género en Europa y Asia, además de la incipiente industria hollywoodiense que, en su edad dorada, alumbró las primeras películas mudas de un por aquel entonces desconocido John Ford. Sin embargo, no fue hasta los 60 cuando el western vivió su mayor cuota popularidad, tanto en ventas de novelas - las cuales habían ganado en calidad literaria - como visionados tanto en el cine como en la televisión. Y aunque durante las siguientes décadas el género entró en declive - debido, sobre todo, a la aceptación que alcanzó el policíaco en su revisión del noir - lo cierto es que nunca ha dejado de reinventarse sin renunciar, en parte, a ese apelativo de "literatura de quiosco" que tantos se han empeñado en convertir en un insulto dentro del mundo de la literatura. Al western van asociados nombres de escritores como Jack Schafer, Louis L´Amour, Lucke Short, Cormac McCarthy Clarence Mulford o nuestro Marcial Lafuente Estefanía. También de mujeres, menos por desgracia, como Dorothy M. Johnson - quien escribió ¡ojo! El árbol del ahorcado y El hombre que mató a Liberty Valance -, Elinore Pruitt Stewart o B.M. Boyer. Y por supuesto el de Thomas Savage, escritor criado en un rancho de Montana y fallecido en el 2003 que vuelve a estar de actualidad gracias a Jane Campion y la película por la que puede alzarse este domingo con el máximo galardón de la 94 edición de los premios Oscar. El poder del perro: el atípico y sibilino western queer. 


Dejando a un lado el film de Campion - aunque resulte inevitable dado el magnífico trabajo de adaptación - así como la impresionante interpretación de quien para mi debería arrebatarle el Oscar a Will Smith - Benedict Cumberbach, de Sherlock Holmes y Alan Turing a  Doctor Strange, y de ahí a un rudo vaquero digno sucesor de John Wayne - lo cierto es que El poder del perro, a nivel literario, es un western extraño. Y remarco lo de extraño porque, si bien en cuanto a su estructura y geografía es enormemente clásico, no lo es tanto en lo que a su contenido se refiere. Algo que, si observamos el contexto del autor, nos da una enorme pista del porqué de esta interesante decisión narrativa. Thomas Savage publica El poder del perro en 1967, década, la de los 60, marcada en Estados Unidos no solo por la Guerra de Vietnam, también por el ambiente contracultural que surgió en los márgenes hasta llegar a conquistar el espacio político y público de por aquellos años. Movimiento que, entre sus muchas aportaciones, reflexionó entorno a las libertades, incluyendo la sexual, sin ser excesivamente visionaria, pero sí avanzada para la época. Unas reivindicaciones que, en la novela de Savage, se cuelan desde un prisma más progresista al plantear un western clásico en el que la temática LGTBI quede expuesta, a pesar de las diferentes capas que el autor le agrega, en un primerísimo primer plano. Mucho antes de que Annie Porlux - autora del posfacio de la presente edición de Alianza - escribiera aquel relato para The New York Times titulado Brokeback Mountain que años más tarde adaptaría con gran éxito Ang Lee, Savage ya se atrevió a corromper la figura del tosco e impenetrable cowboy a base de matices, sutilezas y pequeños detalles colocados, como si de un attrezzo teatral se tratara, en un desconcertante segundo plano para, capítulos después, estamparlos en los ojos del lector. Aunque considero la película de Jane Campion - directora de El piano, una de mis películas favoritas - por momentos superior al texto que la inspira, no debemos desmerecer los diferentes puntos fuertes sobre los que El poder del perro (novela) se sustenta. Tales como la milimétrica construcción de sus personajes, especialmente las de los hermanos protagonistas - Phil y George - deliciosamente antagónicos, la de esa machacada Rose - desesperada ante el desprecio de su cuñado, quien se empeña en hacerles la vida imposible - o la de ese Peter - hijo de Rose - que, bajo su apariencia "débil" y siendo el blanco de todas las burlas homófobas, se esconde un astuto joven con un oscuro plan. De hecho, la gran sorpresa de la novela viene dada por ese plow twist - o giro busco en este caso - de la trama en sus últimas líneas. Un volantazo que hace replantearte el libro en su totalidad, otorgando sentido a la extrañeza inicial y concluyendo en una poderosísima reflexión entorno al terror que algunos hombres sienten al ver que su "masculinidad" - a la antigua usanza - ya no tiene cabida en este mundo, así como la relación de éstos con las peores caras de la misma. Este sugerente cambio de rumbo contrasta, por otro lado, con un estilo seco, a ratos árido y con numerosas descripciones bastante explícitas de lo que implica trabajar en un rancho. Un ejemplo de esto sería su impactante inicio, en el que se narra la castración de una res sin cortapisas. Cierto es que respeto la decisión del autor y entiendo que tras ello se esconde una razón de estilo que, es cierto, casa a la perfección con lo que nos quiere contar. Sin embargo, a título personal, lo del "despiece" se me ha atragantado. No me caracterizo precisamente por ser una lectora melindrosa - en todo este tiempo he leído libros bastante fuertecitos - pero esta vez no he conseguido sentirme cómoda con dichas escenas. En definitiva, y a pesar de la casquería, la novela de Savage merece un hueco en aquellos lectores de mente abierta que amen el western, los thrillers soterrados y, aviso de nuevo, las imágenes fuertecitas. Aunque aquí lo importante es observar como es posible desmontar el discurso heteropatriacal desde, hasta ahora, uno de los géneros tradicionalmente más testosterónicos de la literatura y del séptimo arte. Paradojas que, hoy por hoy, me dan la vida. 

El poder del perro: una historia de secretos, acosos, derribos, paisajes áridos, desollamientos, orientaciones sexuales reprimidas, masculinidades tóxicas quebradas, venganza, justicia "divina"... Seguiré leyendo westerns. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Puertas, puertas, puertas, puertas; cinco puertas exteriores en la casa. Rose conocía el sonido que hacía cada una de ellas al abrirse o cerrarse. La puerta trasera que usaba Phil dejaba entrar un fuerte viento, que hinchaba la alfombra y hacía que se retorciera como una serpiente. Una tarde, supo que Phil había entrado en la casa: caminaba con un paso rápido, ligero, muy arqueado, con sus pies más bien pequeños Ella lo oyó entrar en su dormitorio y cerrar la puerta. Protegida de sus pensamientos y emanaciones por esa puerta cerrada, se sentó y empezó a tocar; pero, cuando empezó a escuchar de manera crítica sus propias interpretaciones, oyó otro sonido, el del banjo de Phil, y de pronto se dio cuenta de que cuando ella practicaba él también tocaba. Hizo una pausa, mirando las teclas. El punteo del banjo también se detuvo. Cautelosamente empezó a tocar de nuevo. De nuevo, el banjo. Hizo una pausa; el banjo hizo una pausa. Entonces tuvo la sensación de que algo le trepaba por la nuca: él estaba tocando precisamente lo que estaba tocando ella... y mejor."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Alianza Editorial

lunes, 21 de marzo de 2022

RESEÑA: El Evangelio.

 EVANGELIO


Título: El Evangelio. 

Autora: Elisa Victoria (Sevilla, 1985). Por este orden y entre otras cosas, se ha dedicado a coleccionar muñecas Chabel, a vender pizzas y hamburguesas con gorra roja, a estudiar Filosofía y Magisterio Infantil y a escribir compulsivamente desde la pubertad como método eficaz de supervivencia. Ha publicado dos libros. El primero, Porn & Pains, salió en diciembre de 2013 gracias a Esto no es Berlín y fue reeditado en junio de 2017. El segundo, La sombra de los pinos, fue publicado en marzo de 2018 por la misma editorial. Ha colaborado en sitios como Tentaciones, Tribus Ocultas, El Estado Mental, Cáñamo, Vice, Playground, El Butano Popular, Primera Línea, diversos fanzines (Una buena barba, Clift, Orfidal, Yo no soy esa, Diario ultrasecreto de Honey, Fango) y antologías (Hijos de Mary Shelley, Erotismo desviado, La familia, Hijos de Sedna, Frankenstein resuturado, El Moyanito). Le encantan los cómics, los sintetizadores y chupar limones. Es capaz de comunicarse rápida y profundamente con los animales y los niños. Con los humanos adultos no tanto. Con Vozdevieja, su primera novela, consiguió gran éxito de público y crítica. Algo que le ha permitido ver publicados algunos de sus relatos en sendas antologías. Con El Evangelio y El quicio - novela ilustrada por Mireia Pérez - ha acabado por confirmarse como una de las grandes voces de este país. 



Editorial: Blackie Books. 

Idioma: español.

Sinopsis: Lali tiene que hacer prácticas de magisterio, pero olvida echar la instancia. Cuando descubre que le han asignado un colegio de monjas ya es demasiado tarde. Sin embargo tendrá que superar el miedo y aprender que también esos niños necesitan lo mejor de ella, que también el amor se desvanece, que también los adultos incumplen las promesas expedidas. 

Su lectura me ha parecido: amarga, retratista, con un humor triste que surge en el momento más inesperado, ágil, generacional, algo desangelada.... Cuando tuve noticias de la editorial Blackie Books ya me habían impactado sus famosísimas ediciones. Caracterizadas por una gruesa tapa dura, una robustez categórica y, sobre todo, unas portadas que ya pertenecen a la historia de la edición de este país. Yo los conocí con Amor de monstruo, una novela de terror freak escrita por Katherine Dunn muy a lo American Horror Story, muy a lo Tim Burton cuando su estilo no se había diluido al compás de los encargos, franquicias y films fallidos. Sinceramente, me alucinó, ya que por aquel entonces seguía muy apegada a lo insólito y a las historias donde cierta fantasía oscura conseguía colarse en la realidad más visceral, algo a lo que sigo estando ligada aunque los caminos que conducen a ello se hayan ampliado considerablemente. Después llego Mo Daviau y su Lena y Karl, novela que, literalmente, me voló la cabeza, convenciéndome una vez más de que, a la hora de abordar la ciencia ficción, todavía existen perspectivas inexploradas. Como aquella que Daviau consiguió al aunar los viajes en el tiempo con la melomanía más nostálgica, haciendo realidad el sueño de todo amante del rock, poder teletransportarte al concierto de tus sueños, de tu vida o a aquel en el que te hubiera gustado saltar, cantar a grito pelado y vibrar con cada canción sin importar que, por aquel entonces, tu existencia no estuviera ni siquiera programada. También, en uno de esos veranos tórridos, me llegó en su edición de bolsillo una barbaridad llamada Peyton Place de Grace Metalious que, en un cruce entre lo mejor de Patricia Highsmith y toda la tradición adscrita al gótico sureño norteamericano da como resultado la novela que dio lugar a series tan célebres como Melrose Place y Twin Peaks. Con ese pueblo en el que ve alterada su anodina existencia con pequeños e inquietantes sucesos, esa arquitectura ordenada y uniforme - una de las cosas que más yuyu me da, lo confieso -  y, sobre todo, esos vecinos a través de los que podemos vislumbrar un despiadado retrato de la sociedad estadounidense de los años 50. Como veis, parte de mi educación sentimental en lo que a literatura actual fantástico-terrorífica con toques cifi se la debo a Blackie, editorial que, más allá de estos tres inamovibles referentes, me ha permitido descubrir a autores como Juarma, Taylor Jenkis Reid, Desireé de Fez, Muriel Spark o la propia Elisa Victoria, cuya novela Vozdevieja se ha convertido en todo un referente de la literatura española actual. Algo que ha venido en parte a repetir en la novela que hoy tengo el placer de reseñaros que, aunque en mi caso no ha sido lo que esperaba, confirmamos la continuidad de una autora interesante y de un genuino estilo narrativo. El Evangelio: los problemas de la generación Millenial (o Z) entre docencia y crucifijos. 



Elisa Victoria, a través de sus escritos, derrocha talento, frescura, seguridad, además de una marcada personalidad literaria que la ha posicionado como una autora de extremos - la manida dualidad del "o la odias o la amas" - así como la asunción del calificativo, por parte de la prensa, de escritora "generacional". Algo que, en el caso de esto segundo, lo considero bastante cierto. Pero más allá de lo que puedan decir de ella los más populares tabloides de este país, lo cierto es que Victoria ha regresado con fuerza, con contundencia y, sobre todo, con una de las mejores ediciones que ha parido Blackie Books desde sus oficinas en Barcelona. Con ese negro sotana, esa tipografía dorada que entronca directamente con esas biblias de bolsillo (sin perder ese plus ceremonioso o solemne que siempre ha caracterizado a la institución desde tiempos inmemoriales) al tiempo que se acerca al público más teen, con ese relieve en forma de cruz, esas tijeras en el centro y, sobre todo, ese canto rosa obispo tan llamativo. Sin duda, Blackie Books ha tirado la casa por la ventana con la segunda novela de una de sus autoras estrella, echando el resto en una de las mejores campañas de marketing editorial con un diseño que - aunque sigo enamorada de la edición de Vozdevieja - no ha dejado indiferente a nadie. Dejando a un lado cuestiones más artísticas y empresariales (de las cuales en esta ocasión era muy difícil escapar) lo cierto es que El evangelio no ha cumplido del todo las expectativas con las que una servidora llegaba a su lectura. Aunque, y esto es importante, es necesario reconocer cierta evolución y asentamiento del universo "victoriano" - precariedad laboral, infancias bajo el paraguas de las abuelas/os, ausencia de la figura paterna, incertidumbre congénita, costumbrismo andaluz, humor escatológico, dramas y desaliento juvenil - en la presente novela. Si bien es cierto que me esperaba, como prometían algunas reseñas, una crítica despiadada al sistema educativo español actual y, muy especialmente, al que se ejerce en los colegios católicos - algo que, sinceramente, se queda en agua de borrajas - me he topado, como cierta compensación la confirmación de que tendremos Elisa Victoria para muchos años, más allá de si el libro sea bueno o malo. Volviendo a lo que comentaba al principio, la autora sevillana lleva con gran orgullo eso de considerarse una escritora del momento, del aquí, del ahora, sin olvidarse de los orígenes - Vozdevieja es un ejemplo - y con una desalentadora mirada hacia un futuro que no parece existir. Ejemplo de esto último es la relación que acaba estableciendo Lali (la pizzera-futura maestra a la que, por culpa de un descuido, acaban asignándole las prácticas en un colegio de monjas) con los niños y niñas a los que da clase. Criaturas educadas bajo la férrea batuta de la religión y un exhaustivo control sobre su comportamiento, trascendiendo más allá de lo puramente educativo. Miradas puras sobre las que Lali - alter ego de la propia Elisa Victoria - vierte una profunda reflexión entorno a su porvenir y las formas de lidiar con él desde una mirada triste, con ciertos momentos para el humor, aunque éste tamiza sobre el gran tema principal de la novela, que no es otro que la ausencia de expectativas. El Evangelio, en última instancia, más allá de su protagonista - con la que puedes empatizar más o menos - sus turnos en la pizzería, la relación con su familia, las prácticas y de las ideas preconcebidas sobre la educación en colegios católicos, de lo que te habla es de la oscuridad, del azabache. No el de la vestimenta de los curas, sino el de la incerteza, aquel al que por desgracia parecen habernos condenado a esa generación (mi generación) que tildan de ninis al tiempo que le exigen lo imposible para acceder, ya no a un trabajo, sino a una vida o a un espejismo de lo que nuestros progenitores consiguieron.

El Evangelio: una historia de conciencia, precariedad, educación justa y crítica, monjas de toda clase y condición, subtextos, alumnos imperfectos, hipocresía, pesadez vital.... El provocador artefacto de una autora cada vez más henchida y convencida de sus interesantes y efectivos recursos literarios. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Mundo maldito, llévame a mí si quieres que ya estoy podrida de todas formas pero no me chafes a Alberto, a Alberto déjamelo tranquilo dando saltos en su cada vestido de gato, déjamelo que haga dibujos, que plante árboles, que baile, que le ponga retos crueles, que se escape, que no se haga mayor como un cadáver dentro de un cuerpo grande con el que sea imposible volver a comunicarse, que no se queden sus huesitos arrojados en el interior de un tonto que monte un negocio vinculado con el diablo y se pase las jornadas firmando papeles y hablando con despotismo. No me pudras a este niño, mundo asqueroso, solo te pido eso, asústame a mí, enférmame, tortúrame, échame a una zanja y que nunca me encuentren, hazme daño a mí y a ese niño que nada lo vuelva malo."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Blackie Books

sábado, 12 de marzo de 2022

RESEÑA: El palacio de hielo.

 EL PALACIO DE HIELO


Título: El palacio de hielo. 

Autor: Tarjei Vesaas (1897-1970) nació y creció a la orilla del lago Vinjevatn, en Noruega, rodeado de una idílica y solitaria naturaleza que influyó en toda su obra literaria. De carácter muy sensible, quedó marcado para siempre por la destrucción de la que fue testigo durante la Primer Guerra Mundial y la culpabilidad que sentía por haber decidido en su momento no hacerse cargo de la granja familiar. Entre sus estudios y el servicio militar encontró tiempo para seguir escribiendo novelas, poesía y teatro, y finalmente, en 1923, consiguió publicar Hijos de humanos, que le abrió definitivamente las puertas de su carrera literaria. Fue tres veces candidato al Nobel de Literatura y hoy es considerado uno de los mejores escritores noruegos del siglo XX. La literatura de Vesaas, con una aparente sencillez, rebosa simbolismo y poesía y conjuga a la perfección el paisaje noruego con la psicología de sus personajes. Es autor de novelas como El palacio de hielo (1963), Los pájaros (1957) y Los vientos (1953). 


Editorial: Trotalibros. 

Idioma original: noruego. 

Traductoras: Kristi Baggethun y Mª Asunción Lorenzo. 

Sinopsis: esta es la historia de dos niñas de once años que, aunque son muy diferentes, sienten una conexión muy especial desde el primer momento. Esta es la historia de una promesa y de un palacio de hielo con laberintos pasillos, inmensas salas y bosques encantados en su interior. Esa es la historia de Unn, que se adentra sola en el palacio de hielo y desaparece, y de Siss, que busca contra el tiempo y el olvido. 

Su lectura me ha parecido: envolvente, sutil, potente, con tintes mágicos, pausada pero no por ello aburrida, lírica, sobrecogedora... A veces tengo un sueño recurrente. Me veo a mi, quieta, abrigada hasta las cejas y en medio de un bosque nevado. El frío me paraliza. Muevo los dedos de las manos para que la sangre siga circulando, ya que en ese primer golpe de irrealidad, creo estar petrificada. El paisaje me es familiar. Siempre pienso que es el monte que rodea el pueblo de mi infancia, aquel por el que corrí y perturbé con gritos de júbilo mientras rodaba ladera abajo o al tiempo que las palmas de mis manos, enfundadas en unos llamativos guantes rojos, acariciaban el hielo convertido en un amorfo muñeco de nieve. Pero bien podría ser otro lugar, más lejano, Islandia tal vez. No es descabellado pensar que mis deseos viajeros se cuelen en mi subconsciente, como señal de que necesito salir de mi ciudad de sol y playa que, aunque la adoro, una siente que debe abandonarla al menos por unos días, semanas, meses si el dinero no fuera un problema. Comienza a nevar, los copos se posan en mis pestañas, creando una cortina de hielo entre molesta y hermosa. No estoy de foto, ni mucho menos, de hecho estoy deseando huir de allí. Adoro el frío, pero en mi recurrente ensoñación éste se convierte en mil agujas clavándose en mi blanca piel forrada de capas y más capas. Algo se mueve al fondo, no sé muy bien lo que puede ser, nunca he visto animales salvajes rondar entre los pinos de mi niñez, aunque las historias que se cuentan de generación en generación afirman todo lo contrario. Camino, por fin, en dirección hacia aquello misterioso, huidizo. Timidez embriagadora con aroma a tierra mojada que me empuja a averiguar su forma, esencia, carácter. Avanzo, temerosa, pero firme en mi inquietud. Me pierdo, el silbido del viento es relajante y las copas de los árboles, llenas, arden en deseos por descargar el exceso de nieve acumulada. Me fundo. No me importa. Creo estar a salvo, tranquila, como no lo he estado en mucho tiempo. Ya puede venir la ventisca del siglo y enterrarme bajo toneladas de pálido albor que a mi no me sacan de ese lugar, ni de ese letargo devenido en placer, aunque lo pesadillesco me agarrase con fuerza de los tobillos al principio de esta increíble historia. Lo confieso, las catedrales de hielo - o lo que es lo mismo, las novelas ambientadas en la estación más odiada - me han regalado grandes momentos lectores. Y es que son la ambientación perfecta, tanto si lo que pretendes es construir un relato costumbrista impregnado de gran amabilidad, como si lo que te calienta el alma es retorcer géneros para contar una historia de terror puro. O todo a la vez, ganando en empatía y complejidad narrativa. No, no estamos ante una novela que se caracterice precisamente por darte sustos de muerte, tampoco frente a una en la que lo enternecedor decaiga en cursilería melodramática. Aquí, el frío, viene por la ambientación, el carácter de sus habitantes y, sobre todo, por su peculiar geografía emocional encarnada en dos niñas que, sin duda, harán las delicias de toda aquella lectora o lector que sepa leer más allá de la sinopsis oficial. El palacio de hielo: la no tan gélida naturaleza del duelo. 


Desde la Noruega más misteriosa, rural y evocadora Tarjei Vesaas - recordemos, tres veces candidato al Nobel de Literatura y todo un referente en las letras escandinavas - nos trajo una historia de lo más interesante a nivel argumental y estilístico. La de dos niñas - Unn y Siss - que, sobre sus pequeños hombros, su autor descarga toda la trama y la emoción que ésta acumula en esas 198 páginas. De hecho son ellas, sus diferentes caracteres - una más popular y la otra más retraída - y el suceso que marca sus todavía cortas vidas son prácticamente la razón de ser de una obra, insisto, tan especial como los paisajes en los que Vesaas es capaz de introducirnos. Y es que la naturaleza, así como los cambios climatológicos que acompañan a las cuatro estaciones y sus consecuentes impactos sobre la misma, no solo vehiculan el devenir de los acontecimientos, también acompañan a la perfección las emociones que experimentan tanto los personajes como el propio lector al acercarse a ellas. En El palacio de hielo abundan las descripciones de dicho ecosistema cambiante, de ese lago cercano al pueblo - helado al principio de la novela que pronto amanecerá con una enorme capa de nieve, anunciando la llegada del crudo invierno - y, por supuesto, de esa cascada congelada y llena de estalactitas a la que el autor bautiza como el "palacio de hielo" (el otro gran personaje del libro) que, como si de una casa encantada gótica se tratase, hace las veces de morada del horror, así como de cofre donde guardar los secretos más inconfesables. La Premio Nobel de Literatura Doris Lessing se refirió precisamente a ese sigilo en su correspondiente reseña que escribió para The Independent en 1993, impresión para nada descabellada teniendo en cuenta la relación que ambas protagonistas establecen bajo los carámbanos de hielo. De unos comienzos algo accidentados en los que se establece una pequeña relación de poder en cuanto a la asunción de papeles (la líder y la sumisa) que puede recordarnos a las inmortales Lenú y Lila que tan bien Elena Ferrante retrató en La amiga estupenda, pasamos a algo más sutil, interesante y adulto como es la tristeza ante la pérdida. Porque, si algo es El palacio de hielo es una oda al duelo y al torrente de emociones que éste provoca, incluyendo ese pedregoso acantilado que hay que escalar hasta llegar a la cima de la recuperación, o de la aceptación, o del "convivir con ello". En este caso, para más fascinación, la poesía parece poseer la pluma de Vesaas, abordándolo desde la más pura de las elegancias, sin provocar la lágrima fácil, pero sí una sensación de amor por esa amistad y por Siss, sobre todo por Siss. La que permanece, la que espera, la que no ha desaparecido en el "palacio de hielo", la que no busca medio pueblo, la que, en última instancia, echa de menos a aquella tímida niña de once años llamada Unn por la que había comenzado a sentir atracción. Sin recrearse en lo morboso, Vesaas nos regala un relato atmosférico, cargado de afecto, ternura, ciertos toques de misterio y un halo de irrealidad constante - a veces parece que derive en una especie de cuento e hadas - que, aupado por una arquitectura agreste, unas protagonistas construidas desde el mimo más enternecedor y un palacio soñado para que, en la mente de cada lectora o lector, adquiera las formas que dicte su personal y desbordante imaginación. Y es que la literatura, en toda su grandeza, está no solo para trasladarnos a lugares inauditos, también para cultivar aquellos huertos que creíamos sembrados de conocimiento. 

El palacio de hielo: una historia de amor, amistad, vivencias traumáticas, caminos sombríos, nieve, paso del tiempo, heridas que sanan, infancia, aprendizaje... Larga vida a Tarjei Vesaas y a Trotalibros Editorial que, en tiempos de crisis y shocks mediáticos, consigue apaciguar nuestras volátiles curvas emocionales cargadas de sobreinformación, tragedias y demás sorpresas con clásicos a reivindicar. 

Frases o párrafos favoritos: 

"La oscuridad a los lados del camino. No tiene ni forma ni nombre, pero el que anda por ahí nota que aparece, que le persigue y le hace sentir arroyos corriendo corriéndole por la espalda."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Trotalibros Editorial

sábado, 5 de marzo de 2022

RESEÑA: La mejor voluntad.

 LA MEJOR VOLUNTAD


Título: La mejor voluntad. 

Autora: Jane Smiley ( Los Ángeles, California, 1949) es autora de una veintena de obras de ficción y ensayo. Recibió el Premio Pulitzer de narrativa y el Premio Nacional de la Crítica por su novela Heredarás la tierra (1991). Entre otras obras, ha publicado La edad del desconsuelo (1987), Un amor cualquiera (1989), La mejor voluntad (1989) The Greenlanders (1988) y, en los últimos años, la trilogía formada por Some Luck (2014), Early Warning (2015) y Golden Age (2015). Desde 2001 forma parte de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras. 


Editorial: Sexto Piso. 

Idioma original: inglés.

Traductora: Inga Pellisa. 

Sinopsis: Bob Miller ha creado el paraíso con el que siempre soñó: una granja en lo alto del valle, a cinco kilómetros del pueblo más cercano, donde él y su esposa Liz viven y crían a su hijo de siete años, Tommy, cultivando su propia comida, hilando y tejiendo su ropa, fabricando sus propios muebles. Él mismo construyó la casa en la que habitan, sin teléfono, ni televisor, sin automóvil, sin más conexión cotidiana con el mundo exterior que los viajes diarios de Tommy a la escuela. Allí viven, piensa Bob, y allí vivirán siempre. Bob y Liz se enorgullecen del estilo de vida autosuficiente que han escogido, pero si de algo se siente verdaderamente orgulloso Bob es de Tommy, ese chico entusiasta, receptivo, obediente y dispuesto a dejarse guiar por su padre. Por eso nunca habría imaginado que un día su hijo fuera capaz de agarrar dos muñecas de una compañera de clase y destrozarlas. Sin embargo, ese día llega y a Bob le recorre un escalofrío. Algo va mal, realmente mal, y él no lo ha visto venir. 

Su lectura me ha parecido: breve, intensa, económica en su descripción de los hechos narrados, actual, reflexiva, desmitificadora, paradójica, un cuchillo de doble filo que se traslada más allá de su oportuno título... En ocasiones me dan ganas de dejarlo todo y marcarme un Walden. Así de claro. Abandonar las comodidades propias de la ciudad o del pueblo grande y marcharme a una casita en medio del campo. Sin televisión, ni internet, ni ruidos propios de la megalópolis, sin la presencia de lo que mundialmente hemos convenido en llamar "ser humano" - hay quien creo que no debería merecer dicho honor - como a 50 kilómetros o más a la redonda. Yo, mis circunstancias, libros, papel, boli, gas, electricidad, agua corriente - por supuesto, que de burguesa tarda una en salirse, aunque en realidad un waldenista extremo renunciaría a estas tres cosas - y un pequeño huerto del que sobreviviría y que, mediante la ancestral técnica del trueque, me permitiría sobrevivir en medio de la nada para unos, en el paraíso terrenal para otros. Rodeada de monte, rocas, plantas silvestres, tal vez un riachuelo-lago-abundante río, insectos mil y algún que otro animal salvaje (con todo lo que ello conlleva). Por supuesto, y tras este breve exabrupto, sin duda producto de la beligerante actualidad a todos los niveles (y no solo en lo que, por desgracia, atañe a la invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin) me queda claro que liarte la manta a la cabeza y plantarte en medio de la naturaleza más agreste con la intención de construir un lugar donde poder habitar y subsistir a partir de lo que ésta ofrezca está al alcance de muy pocas y pocos. Por no decir que eso lo pueden hacer cuatro privilegiados y, bueno, los que siguen a pies juntillas las palabras de Thoreau en su imprescindible ensayo sin un ápice de espíritu crítico en dicha lectura. Con el riesgo de acabar como Christopher McCandless - protagonista de la película Hacia rutas salvajes y del libro de John Krakauer - en su "Odisea de Alaska". Retiros más o menos extremos a parte, lo cierto es que hay quienes lo consiguen, quienes logran - aunque con algunas comodidades indispensables y a las que cuesta renunciar como una cama en lugar de los gastados asientos de un autobús abandonado - con empeño y trabajo vivir al margen de lo que conocemos por "civilización" o mejor aún, de entornos que nos generan un desapego absoluto con la madre naturaleza y sus múltiples virtudes. Sin embargo, como bien plantea la novela que hoy tengo el placer de reseñar, ¿estamos dispuestas/os a llevar nuestras convicciones hasta el final? ¿Cómo se congenia eso de tener descendencia y querer inculcar en nuestra prole unos valores y una forma de vivir determinada? ¿Y si nuestra hija o hijo, de pronto, parece reusar todo ese saber y modo de vida aprendido desde la cuna? Y lo más importante: ¿se puede escapar de las garras del capitalismo por muy aislado que quieras estar de todo aquello que lo sustenta? La mejor voluntad: la libertad como espejismo y el materialismo como ese robusto tronco que no dudamos en abrazar. 


Tras esa lectura algo desinflada de La edad del desconsuelo y la publicación, que no incursión, de Un amor cualquiera - novela a la que seguramente le acabe dando una oportunidad - regresaba a Jane Smiley con cierto escepticismo. Lo confieso, mi primer contacto con ella no fue del todo satisfactorio, por lo que me inquietaba pensar que, a pesar de mi pasión por la literatura estadounidense, no fuese para mí. No obstante y para mi sorpresa, Smiley acabó entrando por mis ojos como un torrente de aire fresco en un momento en el que necesitaba precisamente dejarme llevar y mecerme en unas formas que, si bien conocía de sobra, me ayudaron a desconectar de aquello que me perturbaba. Siguiendo un estilo muy parecido al de La edad del desconsuelo, pero con pequeñas sutilezas y, sobre todo, una trama que refuerza unas determinadas preocupaciones, Smiley nos acompaña a través de la palabra escrita en la historia de Bob, Liz y Tommy; padre, madre e hijo respectivamente. Una familia - los Miller - de las que, como he apuntado en el anterior párrafo, consigue realizar su sueño de vivir en una granja en lo alto de una colina, ser autosuficientes y libres de cualquier atisbo materialista - o lo que ellos consideran como tal - que perturbe su día a día. Sin televisor, teléfono, coche y con las salidas de su hijo al colegio y los libros que toman prestados de la biblioteca pública como únicos medios de conexión con el exterior. A través de la voz del padre iremos conociendo mejor tanto a la familia como su rutina en ese idílico paraíso entre el huerto y los remiendos de la ropa que tejen a mano. Así como el ensimismamiento en el que que Bob, ese progenitor férreo en sus ideales, vive respecto a Tommy, al cual considera su mejor creación. Un niño nacido y criado en dicho ambiente y asumiendo todas las enseñanzas y valores que, sobre todo su padre, vuelca sobre él, creyéndose la idea de que junto a su esposa han creado a un niño modelo y futuro ciudadano ejemplar. Sin embargo, un inesperado incidente en el colegio conseguirá tambalear los cimientos, no solo de la educación que dichos padres han dado a su hijo, también de los propios pilares sobre los que se asienta un matrimonio aparentemente perfecto y seguro de lo que han construido y de lo que querían cuando iniciaron dicho proyecto juntos. Sin ahondar en cualquier clase de spoiler - sobre todo para los más puristas en estas lides - simplemente me limitaré a comentar que, la eclosión del inesperado hecho, supone una reflexión para el lector más allá de las consecuencias que éste acarrea para a la unidad familiar. Y es que de una forma sutil lo que Smiley nos está tratando de hacer ver es que nada puede escapar del capitalismo. Por mucho que te aísles y te creas libre de toda atadura del sistema, lo cierto es que ambos modelos se sustentan en una constante comparación, creyéndose ambos la mejor opción al tiempo que se admiran mutuamente, ya que en última instancia, ambos mundos - el de la familia Miller y el que representa el resto de personas que forman la comunidad - acaban reconociendo carencias y deseos que solo pueden hallar si se pasan al otro bando. La libertad es un espejismo, parece sentenciar Smiley, capitalista en este caso, algo que ni - como reza su título - la mejor de las voluntades, ni siquiera la de ese padre que cree estar haciendo lo mejor para su hijo (también esta es una novela sobre los modelos de paternidad y maternidad) parece aplacar un problema sustentado en la confrontación, el individualismo o la falsa meritocracia entre otras muchos contrafuertes. 

La mejor voluntad: una historia de aislamiento, modelos de habitar el mundo, paradojas, desigualdad, grietas emocionales, ideales que se deshinchan, autonomía, autoridad, ruido pragmático... La prole como campo de experimentos y cubo rebosante de expectativas paterno y materno filiales. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Me pregunto como sería criar a un niño con dinero. Toda su vida hemos estado inventando cosas para él; ha sido nuestro sujeto experimental, y reconozco que ha sido uno muy bueno, receptivo agradecido, flexible con esas ideas que pintaban bien sobre el papel pero que no funcionaron."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Sexto Piso