sábado, 27 de noviembre de 2021

RESEÑA: Tienes que mirar.

 TIENES QUE MIRAR


Título: Tienes que mirar. 

Autora: Anna Starobinets (Moscú, 1978). Es periodista en el magazín Russki Reporter, escritora de obras distópicas y metafísicas - también de libros infantiles -, y guionista de cine y televisión. Estudió en el Liceo Oriental y en la Universidad Estatal de Moscú. Tras graduarse, comenzó a trabajar en el Diario Vremya Novostei y a profundizar desde la escritura en la realidad local rusa. Con tan solo veintisiete años, publicó su primer libro Una edad difícil (2005); El vivo (2011), ganador del Utopiales European Prize en 2016 y de la distinción ucraniana International Assambly of Sci-fi "The Portal"; La glándula de Ícaro Catlantis (2015), un relato para niños, Libro del Año para The Observer en Reino Unido; la saga Beastly Crime Chronicles (2015, 2016); y Tienes que mirar (2017), novela autobiográfica en clave de no ficción que le valió ser finalista del Premio International Bestseller en 2018. En 2012 recibió el Premio Nocte y en 2018 el Premio de la Sociedad Europea de Ciencia Ficción. Actualmente vive en Moscú. 


Editorial: Impedimenta. 

Idioma original: ruso. 

Traductores: Viktoria Lefterova y Enrique Maldonado. 

Sinopsis: en 2012, la escritora Anna Starobinets, descubre, en una visita rutinaria al médico, que el niño que espera no vivirá. Lo que comienza siendo la crónica de una decisión familiar, acaba convirtiéndose en una historia de terror. ¿Qué hacer cuando el futuro se desmorona en la pantalla de un ecógrafo? Starobinets narra con una desgarradora humanidad el peregrinaje por las instituciones sanitarias de su país, su posterior viaje a Alemania y el duelo por el hijo perdido. Tienes que mirar es la radiografía íntima de un trauma silenciado, el testimonio de una mujer que se enfrenta sola a un sistema que no la tiene en cuenta, un descenso a las simas más profundas del dolor y a la vez un canto a la vida. Un revelador texto cuya publicación desencadenó una tormenta en su país al abordar el tabú del poder de las mujeres sobre su propio cuerpo, y las secuelas personales y familiares de la pérdida de un hijo. 

Su lectura me ha parecido: cruda, fría, desasosegante, trise (al borde de la lágrima), bestia, realista a más no poder, agobiante, terrorífica, a cuya lectura asistes con el corazón en un puño, un antes y un después en la literatura, impepinablemente necesaria... Hace unas semanas asistí a la presentación de la novela Leña menuda, escrita por la madrileña Marta Barrio y merecedora del Premio Tusquets de novela de este año. Un libro en el que el lector sigue la historia de una mujer embarazada que ve truncado su deseo de ser madre al detectarse en unas pruebas que el bebé padece una enfermedad incurable, grave, de la que difícilmente sobrevivirá una vez tenga lugar el parto. De ahí que la protagonista decida finalmente abortar, circunstancia que le sirve a la autora para retratar las dificultades para asumir la pérdida y el desmoronamiento de un proyecto de vida tan trascendente como es traer a un niño o niña al mundo. Por supuesto, el tema del aborto estuvo presente en prácticamente los 60 minutos que duró la presentación, algo que vino muy bien para generar debate y conocer opiniones al respecto. De entre todo lo que se dijo, hubo algo que me llamó especialmente la atención, y es que, como bien decía Barrio, a la hora de escribir su novela se encontró huérfana de literatura sobre el aborto, o más concretamente, sobre el después, sobre duro camino hacia la recuperación física y psicológica en el caso de que el embarazo fuese deseado. Se ha escrito sobre vientres abultados, sobre vidas creciendo en su interior, sobre crianza, depresión postparto y sobre mil y un modelos de maternidad - toda una avalancha en los últimos años - donde ésta comienza a abordarse desde una perspectiva más realista y desechando cualquier tipo de tabú. Respecto a los abortos sí, hay novelas que lo han abordado, desde el derecho - mujeres que no quieren tener un bebé y recurren a ello legalmente - desde la dificultad - bajo pena de cárcel, repudio o muerte - e incluso visibilizando la peligrosidad de algunas técnicas o la insalubridad de los espacios - las cuales también pueden conducir al fallecimiento -. Y cierto, a mi también se me vino a la cabeza la imagen de Mia Farrow embarazada en La semilla del Diablo, así como la reflexión que entorno a ello plantea Desirée de Fez en su maravilloso ensayo La reina del grito. Pero entonces, antes de que la novela de Barrio se alzase con tan importante galardón, llegó Anna Starobinets. Desde Rusia, sin amor (o al menos desde un prisma completamente afilado), con una prosa capaz de cortar la respiración y con una punzante orden convertida en uno de los mejores libros del año. Tienes que mirar: duelo, trauma, caída en picado y desamparo institucionalizado. 


Pocas veces la o el lector tiene el privilegio de toparse con un libro de estas características. Un libro inclasificable, a caballo entre la novela de miedo, el ensayo más glacial y la crónica periodística más incisiva que nos sitúa en el inicio de un larguísimo tobogán. De esos que te puedes encontrar fácilmente en los parques acuáticos. Un oscuro tubo al que te lanzas con toda la valentía del mundo, sin pensar en los sobresaltos, las vertiginosas curvas, los chutes de adrenalina, pero también en los gritos, el miedo o el desesperado deseo de que todo pase pronto. Y entonces llega, ¡chof! Sales disparado hacia la inmensidad de la piscina. Hacia un supuesto fondo que a penas consigues visualizar entre torpes brazadas. Solo tienes que nadar, rápido, hacia la superficie, siguiendo la luz que atraviesa el agua cristalina. Pero en lugar de eso te hundes, algo te empuja hacia el fondo, pierdes aire, fuerza, desciendes, gritas, pero nadie te escucha, te ahogas. Nadie te prepara para una lectura así, por muchos libros de Stephen King que te hayas leído, por muchas historias que te hayan contado sobre mujeres que abortan, incluso, por mucha información que creas tener al respecto. Nadie, absolutamente nadie, sale indemne de Tienes que mirar - y quien diga lo contrario, entonces ellos son los que, y nunca mejor dicho, se lo tienen que hacer mirar -. "Una cosa es inventar historias de miedo y otra muy distinta es convertirte en la protagonista de un cuento de terror", así de potente inicia Anna Starobinets - recordemos, una conocida periodista y novelista rusa especializada en literatura de género - su particular relato de horror. Un inicio que, de buenas a primeras, debería ponernos en alerta - incluso sin haber leído la sinopsis de la contraportada - y obligarnos a respirar hondo y agenciarnos un paquete de pañuelos por lo que pudiera pasar. Yo, inconsciente de mí, no lo hice, y el resultado fue de todo menos agradable. Por un lado no podía creer lo que mis ojos estaban leyendo al tiempo que - en el segundo capítulo ¡ojo! - sentí unas irreprimibles ganas de llorar. Con una prosa tan gélida como los inviernos en la Plaza Roja de Moscú, directa y sin apenas elementos amables - salvo esos cariñosos apelativos "Tejón" y "Tejoncita" que emplea para referirse a su marido y a su hija - Starobinets edifica un libro que va más allá de lo puramente testimonial a base de salvajes mordiscos al rededor de la muerte perinatal. O lo que es lo mismo, del fallecimiento del feto o del bebé desde de las primeras 28 semanas del embarazo hasta la primera de vida. Algo que condujo a la consumación de un aborto y al estanque negro en el que la propia Anna se sumergió, como si de la laguna Estigia se tratase, y del que estuvo a punto de no regresar. 


Tienes que mirar es una odisea. Un azaroso viaje entre clínicas, ginecólogos, ecografías, juicios morales, miradas inquisitivas, pruebas y más pruebas y frialdad a raudales en una humilde barquita de madera. A pesar de no adscribirse a los códigos canónicos del terror, podemos afirmar que el retrato que Anna Starobinets hace de la sanidad pública y privada - aquí no se salva ni dios - rusa de la era Putin es de todo menos amable. Y da miedo, mucho miedo. No es de extrañar que la polémica estallara tras su publicación en un país en el que la deshumanización parece institucionalizada en este ámbito. Las formulas preestablecidas (sin importar los deseos o situación económica de la mujer), la lentitud, la falta de empatía, el machismo más arcaico - del palo que en algunos hospitales las mujeres no pueden ir a las revisiones acompañadas de sus parejas - o las amenazas con ir al Hospital Urbano 36 - en el distrito de Sokolínaya Gorá y de dudosa reputación - a las madres que consideran "negligentes" por atreverse a opinar sobre la forma en la que querrían o no dar a luz... La lista es larguísima, como los otros testimonios que aparecen en el libro y que Starobinets recopiló mientras se daba de bruces contra un acantilado llamado Displasia renal multiquística bilateral. Tras una serie de lamentables incidentes y de visitas infructuosas a especialistas, Starobinets decide abortar en Alemania. Y de nuevo, vuelta a empezar, otra vicisitud, alargando aún más la triste burocracia del duelo. Cierto es que la situación no es la misma, que el trato mejora considerablemente si lo comparamos con todo lo que hemos leído sobre el submundo del sistema ruso. Y de hecho, a pesar de que estamos viendo como Anna está durante todo el libro partida, literalmente, conseguimos apartar las cortinas de la ventana para que la luz entre de lleno en la habitación de la desazón. Pero entonces, una vez tiene lugar el objetivo del viaje - el aborto - viene lo peor. Cuando el lector cree que ya está bien, que ya no puede soportar más sufrimiento entre capítulo y capítulo, acontece la que para mi es la parte más terrorífica del libro. La que te deja tocada y hundida durante semanas. La depresión más horrorosa que te puedas imaginar en toda su crudeza. Nunca como lectora, y mira que han pasado libros por mis manos, había leído una descripción tan sangrante, humana y sincera de lo que muchas personas en el mundo sufren, en esta ocasión, por la muerte de un hijo al que ni siquiera la protagonista ha conocido. Una mano invisible tira de ella, con fuerza, impidiéndole comer, sonreír o salir a la calle sin que sufra ataques de pánico ante la indiferencia del resto de viandantes que pasean por un parque. Estremece, hasta el tuétano, pensar que todas y todos nos podemos ver en esa situación. Aunque asusta más saber el tabú en el que sigue todavía envuelta la salud mental y todas sus ramificaciones. Ahí es donde de verdad, retomando las palabras con las que Satorbinets inicia este libro, el lector se siente imbuido en el verdadero relato de terror. De lo cotidiano, de lo familiar, de lo amable, de lo deseado... Nada escapa de tornarse el horror más absoluto. Al final, ese machacón "tienes que mirar", del que al principio Starobinets no quiere ni oír hablar, se presenta como el principio de sanación - sin olvidarnos del imprescindible papel de la familia - para emprender de nuevo el camino de la vida. Un título que, en su literalidad, esconde la clave de esta novela-testimonio. Observar para avanzar, despedirse, dejar marchar. Desconozco si Anna Starobinets regresará a la Ciencia Ficción o seguirá explorando nuevos horizontes narrativos, pero de lo que sí estoy segura es que estamos delante de un libro único. No solo por el tema sobre el que pivota, sino por sus implacables imágenes construidas a base de un estilo que no entiende de buenísimos, banalidades o autocensuras varias. Un texto que, de seguro, cambiará - ya lo está haciendo - la literatura social tal y como la entendemos a través del feminismo, la denuncia y, sobre todo, un salvaje realismo. 

Tienes que mirar: una historia de tristeza, dolor, incomprensión, soledad, depresión, oscuridad, duelo, crítica, llanto, cura... Una nueva forma de terror llama a la puerta, y se llama violencia obstétrico-ginecológica legitimada. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Me siento como una lombriz cortada en dos mitades con un trozo de cristal. Una mitad se retuerce, se humilla y suelta lágrimas y mocos porque quiere su ecografía. La otra a penas se mueve. Desprecia a la primera. Y le susurra: ¿es que no ves que ese tío es un cabrón?"

"Quisiera que alguien me tomara de la mano y me sacara de allí. Pero no hay nadie. Nunca vaya a sitios sola (…). Llévese a cualquiera que le ayude a encontrar la salida. No la salida definitiva, simplemente la salida del edificio."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Impedimenta

sábado, 20 de noviembre de 2021

RESEÑA: Jude el oscuro.

 JUDE EL OSCURO


Título: Jude el oscuro. 

Autor: Thomas Hardy (1840-1928) fue uno de los principales escritores de la Inglaterra victoriana. Sus novelas, entre las que destacan, aparte de Tess, El regreso del nativo, Dos en una torre o Los habitantes del Bosque entre otras, están llenas de fuerza y pasión, y suelen contraponer el medio rural con el urbano y al individuo con la sociedad que lo rodea. Jude el oscuro - publicada en 1895 - fue la última novela que escribió antes de morir. 


Editorial: Alianza Editorial. 

Idioma original: inglés. 

Traductor: Miguel Ángel Pérez Pérez. 

Sinopsis: Jude Fawley es un joven de origen campesino cuya principal aspiración es acceder a tener unos estudios, para lo cual no escatima en esfuerzos aun cuando se emplee en el oficio de cantero. La consecución de sus ilusiones, sin embargo, se verá afectada por sus relaciones, primero, con la desenvuelta Arabella Donn y, después, con su viva e inteligente prima Sue. Los impulsos y las decisiones de Jude irán complicando de forma creciente y trágica su trayectoria vital hasta un desastrado fin que rubricará, precisamente, la oscuridad de su existencia. 

Su lectura me ha parecido: trágica, pesimista, psicológicamente violenta, crítica con la sociedad de su tiempo, un clásico a reivindicar... Para mi, Thomas Hardy - no, no estoy hablando del talentoso actor británico al que casi no le hace falta hablar para expresar todo un mundo interior - es casa. Cimientos desde que, estando en cuarto de carrera, lo descubriera de pura casualidad con Tess la de los d´Urberville. Novela que puso patas arriba mi canon de lecturas, obligándome a prestar más atención a aquellas obras alejadas de los grandes nombres, o al menos de los que suelen copar tanto los libros de texto como las estanterías dedicadas a clásicos de la literatura se refiere. Hasta ese momento, Inglaterra la asociaba con Dickens, con Wilde, con Austen, las hermanas Brontë o con el todopoderoso Shakespeare. Y sí, admiro al hijo predilecto de Stratford Upon Avon - sobre todo cuando toca ponerse frente a las teclas en calidad de escritora - pero Hardy me descubrió una confrontación entre ser humano - o más bien mujer - y medios económicos-entorno-ruralidad-convenciones sociales-moralidad asfixiante que me pareció igual o más estimulante que la venganza en Hamlet o el peso de la familia en El Rey Lear. Su final (o parte de su desenlace para ser más justos) a los pies de Stonehenge aún sigue poniéndome los pelos de punta. Pilares después de adentrarme en Los habitantes del bosque. En una bellísima edición de Impedimenta donde lo colectivo se tornaba particular en las vidas de aquellos habitantes de Little Hintock, en especial la de la joven y refinada Grace Melbury, quien representa a la perfección el rol que tenían las mujeres en esa época, como moneda de cambio para los intereses económicos de su padre sin tener en cuenta los deseos de su propia hija. También, para más inri, es una de las novelas donde mejor se evidencian los prejuicios de la burguesía adinerada respecto a los habitantes del campo, del bosque, ese al que los lugareños parecen haber abrazado en todas sus facetas, por muy inclementes que sean en ocasiones. Y finalmente paredes tras dejarme llevar con Dos en una torre. Una de las historias de amor más interesantes y claramente avanzadas - la protagonista le saca diez años a su amado - al encorsetamiento de la sociedad del momento. Si bien es cierto que en cuanto a estilo tal vez peque un poco de liviano y en ocasiones rozando lo cursi, una servidora la disfrutó enormemente. No todo van a ser lecturas profundas y trascendentales. Ahora, con la novela que hoy estoy a punto de reseñar, obtengo por fin ese tejado, el necesario resguardo para mis inquietudes intelectuales y alacena de aquellos libros que han anidado emocionalmente en mi estómago. Libros como los de Hardy, inquebrantables, sorprendentemente feministas - aunque con matices, era un señor que escribió a finales del XIX - a los que seguiré profesando un cariño especial. Jude el oscuro: matrimonios infelices y aspiraciones truncadas. 


Jude Fawley - nuestro protagonista y al que seguiremos a lo largo de la gruesa novela - es un joven de origen campestre que ha crecido en un ambiente claramente disfuncional. Sufriendo hambre, miseria y el rechazo de la sociedad. Sin embargo, persigue un sueño, a todas luces quimérico en aquella época, la de viajar a Christminster para estudiar para convertirse en un hombre erudito. Algo que trata de alcanzar con el dinero que gana trabajando como picapedrero en una cantera. Aunque sus deseos y educación autodidacta, así como su empeño en lograr su mayor ambición, parecen ir encaminadas a conseguirlo, entonces se cruzará un inesperado contratiempo. El de un matrimonio de conveniencia con una mujer llamada Arabella a la que no ama y le hace perder la esperanza en alcanzar el propósito por el que ha estado peleando tanto. Al cabo de un tiempo, cuando ha conseguido al menos estudiar teología - y no la carrera de letras que tanto le hubiera gustado - irrumpe en su vida Sue, su prima, una mujer extraordinariamente avanzada a su época atrapada - al igual que Jude - en un matrimonio sin amor. Esta relación primero de amistad y luego de amor desencadenará una serie de prejuicios a la pareja, más allá de la consanguineidad evidente y manifiesta. Dicho esto, la propia trama ya nos está anticipando algunos de los temas que más han aparecido a lo largo de la producción literaria de Thomas Hardy. Huelga decir que esta es la última novela que escribió, no por fallecimiento sino por el clima adverso que ésta generó. Fue tal el odio y la condena por parte de los sectores más conservadores de la época - hasta el punto de que un obispo inglés llegó a quemar un ejemplar públicamente instando a sus feligreses a que hicieran lo mismo - que Hardy tomó la decisión de no escribir más novelas y centrarse en la poesía. No sabemos qué habría surgido en la mente de Hardy de no haber sido por este desagradable incidente pero, y aunque como amante de su obra me hubiera gustado que continuase explorando nuevas historias en el terreno narrativo, pero lo cierto es que como epitafio literario Jude el oscuro es uno de sus mejores libros. Acrecentando su visceralidad - aún más que en Tess la de los d´Urberville - y poniendo en primer plano aquello que más le preocupaba. 



Además de su contundente defensa a una educación igualitaria independientemente del entorno socio-económico del que provengas - en consonancia con la revolución educativa del momento - Jude el oscuro se revela como una sucesión de episodios de gran dureza que culminan con la denuncia a una injusticia tan mayúscula como lo eran los matrimonios de conveniencia. Esas burbujas de apariencias que escondían más desazón que felicidad. Por no hablar de que, una vez más, Hardy se pone en la piel de las mujeres - en especial de la de Sue - para mostrarnos, una vez más, cuan de injusto era el patriarcado en la Inglaterra del siglo XIX. Todas y todos sabemos que, en realidad, nuestro Hardy comulgaba más con valores más tradicionales, resultando a cualquier lente violeta un falso aliado del feminismo. Y cierto es, pero no debemos perdernos la oportunidad de dejar escapar esta novela. Aunque sea por esa defensa de la convivencia en pareja fuera del matrimonio, por ver a estos dos amantes luchar contra las fuerzas vivas y enfurecidas del lugar, por empaparnos de un personaje - el de Jude - con el que es complicado no empatizar. Teniendo en cuenta su humilde origen y el sobreesfuerzo que se le exige para progresar en la vida simplemente por no haber nacido entre algodones. Algo con lo que, de una manera u otra, acabamos irremediablemente identificándonos. O al menos aquellos que encadenan un trabajo precario tras otro sin una recompensa y conformándose con una ligera palmadita en la espalda. Sutiles palmadas esas, al son de las piedras que caen en la cantera donde trabaja nuestro protagonista, o al de las copas de vino chocándose en un inocente brindis, sin pensar en ese lavaplatos escondido tras comandas y el estrés por no llegar a fin de mes. 

Jude el oscuro: una historia de amor, represión, sueños, esfuerzos en vano, asfixia, condena social, pobreza... El sello Hardy presente en cada una de sus páginas. 

Frases o párrafos favoritos: 

"¡Qué no dirá la gente de los tiempos venideros cuando se parea considerar las bárbaras costumbres y supersticiones de estos tiempos que nos ha tocado la desdicha de vivir". 

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Alianza Editorial

martes, 9 de noviembre de 2021

RESEÑA: Los gatos salvajes de Kerguelen.

 LOS GATOS SALVAJES DE KERGUELEN


Título: Los gatos salvajes de Kerguelen. 

Autora: Marta Barrio (New Haven, 1986) es licenciada en Filología Hispánica y en Estudios de Asia Oriental por la Universidad Autónoma de Madrid. Posteriormente cursó el Máster en Edición Santillana en la Universidad de Salamanca. Actualmente trabaja como editora en Alianza Editorial. Los gatos salvajes de Kerguelen (2020), su primera novela, fue finalista del Premio Memorial Silverio Cañada en la Semana Negra de Gijón. Su segundo libro, Leña menuda (2021), ha sido recientemente galardonada con el Premio Tusquets de Novela. 


Editorial: Altamarea. 

Idioma: español. 

Sinopsis: Un grupo de jóvenes investigadores viaja a las islas de la Desolación frente a la Antártida, para registrar los efectos del cambio climático en la fauna y flora. Es un territorio hostil, completamente aislado de la civilización y azotado por vientos huracanados, donde innumerables naufragios y tragedias se han ido sucediendo desde su descubrimiento en 1772. Forzados a una desconexión total, los científicos, dominados por insospechadas pulsiones atizadas el inevitable confinamiento, se verán enfrentados a sí mismos y a los demás en un sur gélido y despiadado como la misma condición humana. Al tiempo que estudian los signos que predicen la llegada del fin del mundo tal y como lo conocemos, este grupo de estudiosos asistirá a una serie de misteriosas desapariciones, mientras los icebergs, amenazantes y présagos de inexorables tragedias, se perfilan en su horizonte geográfico y vital. 

Su lectura me ha parecido: inquietante, feroz, serpenteante, hostil, estimulante a medida que la trama avanza, con una protagonista imposible, concienciadora, tremendamente gélida... A principios de este año que pronto sepultaremos bajo un generalizado optimismo - aunque el Covid no haya desaparecido - kilos de espumillón, gambas y papel de regalo tuvo lugar uno de los fenómenos climáticos más mediáticos de los últimos tiempos: Filomena. En otras palabras, una intensa ola de frío que tiñó de blanco gran parte de la Península Ibérica causando el aislamiento y, en algunos casos, la falta de suministros en muchas localidades del país. Sin embargo, el único recuerdo que parecemos atesorar de aquello son las impresionantes imágenes de Madrid nevado. Cierto que hacía mucho tiempo que la capital del país no se veía de esta guisa, con un extraordinario espesor de nieve cubriendo las calles y monumentos más emblemáticos. Si hasta se improvisó una cuestionable batalla de bolas de nieve en pleno centro. Todos asistimos maravillados a aquellos videos que todos los días copaban los telediarios, así como a los primeros problemas que los bellos copos habían traído consigo y la mala gestión que se hizo al respecto, perdiendo un poco la perspectiva de que Filomena nos había afectado a todos. En Valencia, donde no nieva desde los años 60 - o eso dicen la sabiduría popular - se nos congeló el rostro, las manos y el alma. No fuimos bendecidos con la misma "suerte" en forma de instagrameables muñecos de nieve a lo Frozeen, pero aquel fue el año que más cerca estuvimos de ella. Tanto que su aliento rasgaba mejillas hasta transformarlas en paredes de hielo. Durante aquellos días no estaba pasando por mi mejor momento. No entraré en detalles, no viene al caso, pero con la tercera ola a la vuelta de la esquina - que por estos lares fue especialmente dramática - y envuelta en una grisácea manta buscaba a tientas refugio en una serie de lecturas a cordes con el pesimismo y el agarrotamiento que estaban sufriendo mis dedos. Una de ellas destacó entre portadas de montañas nevadas y tramas que invitaban a aposentar tu cuerpo sobre el sofá mientras esperas a que se haga el café (que maravilloso cliché, lo confieso). En la que, bajo uno de los títulos más extraños y enigmáticos - recuerdo que busqué Kerguelen en el Google Maps - me di un baño glaciar así, a lo bruto, sin piscolabis caliente de por medio. Las convenciones peliculeras están muy bien pero existen libros que, aunque no exijan una total y absoluta dependencia, te entregas a ellos sin medias tintas. Esperando que ese espectacular carámbano rezume calidez en medio de la nada blanquecina que, como en Fargo, nos impide ver el horizonte. Los gatos salvajes de Kerguelen: el infierno es frío y está en las islas de la Desolación. 


Que no os engañe su nombre - Tierra de Fuego - pues dentro de su amplio archipiélago, si observamos su parte más astral, nuestros ojos se topan con una serie de islas cuyo nombre inspira temor. Y es que "Desolación" es una palabra completamente negativa que, paradójicamente, es la que mejor se acopla a las características de dicho lugar. Desde que fueron descubiertas por el oficial de marina y navegante francés Yves Joseph de Kerguelen de Trémarec (de ahí su otro nombre por el que es conocido) en 1772, las islas se han convertido en un autentico paraíso para diferentes expediciones - incluyendo la del famoso capitán James Cook en 1776 - con el fin de observar el trayecto de Venus así como recabar información con fines científicos para el estudio de su fauna y flora. Si bien es cierto que en la segunda mitad del siglo XIX hubo un intento de implantar una especie de monarquía por parte de algunos pescadores de la zona, finalmente fue el gobierno francés el que tomó oficialmente posesión sobre Kerguelen. En la actualidad su población está principalmente compuesta por un centenar de científicos y sus familias, cuya presencia es de carácter temporal - sobre todo durante el conocido como verano austral - instalados en la base Port-aux-Français situada al este de la isla principal. El clima en Kerguelen no es precisamente apacible, ya que al ser perhúmedo subantártico - en otras palabras, que llueve o nieva, da igual que sea inverno o verano, de forma dispersa a lo largo del año - las condiciones para la vida humana son especialmente difíciles. No así para los animales que las habitan. Desde pingüinos, focas, lobos marinos, renos, ovejas (estos dos últimos introducidos durante el siglo XIX) o la Anatalanta aptera (la mosca sin alas detritívora que estudia Olivia, la protagonista de esta novela, durante su estancia en las islas). Su particular y escarpada geografía, su extremo clima, así como la irrupción de frecuentes neblinas les ha servido a muchos autores de inspiración para ambientar sus novelas en las islas de la Desolación. Siendo Edgar Allan Poe el que más popularizó el lugar gracias a su escalofriante novela Las aventuras de Arthur Gordon Pym, aunque Julio Verne con La esfinge de los hielos o Patrick O´Brian con su Desolation Island - sin traducción al español - le siguen muy de cerca. Ahora la escritora madrileña Marta Barrios se una a la exclusiva lista desde una mirada más contemporánea, realista, concienciada, pero sin descuidar elementos cercanos al suspense, al misterio y ¿por qué no? Al terror más accesible, aunque no por ello menos inquietante. 


Desde una escritura tan contenida como plagada de matices, muy en consonancia con el terreno baldío que se nos describe, la autora decide ambientar la novela en el lugar menos atractivo para situarla: una base científica en un lugar en medio, literalmente, de la nada. Y eso que con bases parecidas se han construido enormes clásicos de la aventura o el terror - respecto a esto último, mientras lo leía, no dejaba de pensar en La cosa de John Carpenter y en que Kurt Russell aparecería pilotando un helicóptero -. No obstante Los gatos salvajes de Kerguelen se aleja de lo fantástico y de las horripilantes metamorfosis para adentrarse en una trama con tintes de thriller sicológico y cuerpo de novela de intriga clásica. De hecho, conforme avanzaba la trama, ésta no hacía más que evocarme a los Diez negritos de Agatha Christie pero con frío, acolchados, aislamiento y grandes dosis de hostilidad por parte, tanto del paisaje como de los propios personajes. En las antípodas del carácter british que impregna cada una de sus entregas policíacas. Aquí, como ya he comentado, se explora el miedo a lo desconocido - como para no tenerlo sabiendo que vas a pasar un año entero en el fin del mundo - pero ese desconocimiento también se traslada a la condición humana, a lo que Thomas Hobees resumió en la manida frase "el hombre es un lobo para el hombre" sin llegar a extremos o a imágenes explícitas (salvo en una impactante recta final en la que los ojos se abren como platos). De hecho, no sé que da más miedo, si las desapariciones que tienen lugar a lo largo del libro o la frialdad con la que su autora ha conseguido mimetizar dichas acciones con la idiosincrasia del marco paisajístico que las envuelve.  Por supuesto, esta novela se habría quedado en agua de borrajas de no haber sido por Olivia. Sí, esa mujer atormentada, cínica, a ratos antipática, solitaria pero independiente, cargada con una mochila demasiado pesada desde la infancia, manipuladora, práctica, superviviente, perversa, despreciable, impulsiva, una excelente entomóloga - estudia los insectos - que se ve, no sin quererlo, obligada a convivir en aislamiento con otros colegas científicos por los que parece no tener simpatía alguna. Olivia es un personaje imposible, un tropo del que gran parte de los lectores huirían pero que, sin embargo, logra establecer una poderosa conexión con quien decide darle una oportunidad. Permitiendo, desde una tercera persona realmente intimista, acercarnos más a ella para entender el porqué de su forma de ser y aguantar a su lado, por muy mal que te caiga, lo cual es un gran mérito por parte de Barrio. Por otro lado, la novela es entorno, acantilados, albatros sobrevolando la cubierta del barco que los transporta a la base, elefantes marinos despezándose en las orillas de la isla. En definitiva, pura visualidad. Algo que se traslada al terreno más sensorial, resultando especialmente inclemente con los personajes y el lector, hasta el punto de sentir el impacto de la chuchilla helada sobre tus mejillas o de creer que de tus uñas van a colgar estalactitas. Por no hablar del trasfondo que planea, como una gaviota antártica, al rededor de la trama, que no es otro que el ecologismo como única vía para frenar los efectos del cambio climático. De hecho, los personajes acuden a Kerguelen con el fin de estudiar los posibles efectos adversos que dicha realidad está provocando sobre animales, plantas, rocas, fondo marino y demás ámbitos de la zona. Así es como Marta Barrio consigue, de lo particular - unas islas perdidas entre Chile y la Antártida - extraer reflexiones y denuncias para encajarlos en un ámbito más global. Porque la emergencia climática es cosa de todas y todos. No de unos pocos. Su final, en consonancia con el citado Poe, hiela la sangre desde un hermetismo casi doloroso. Horror aséptico en la cumbre, espiral pragmática llevada al límite, una terrible y literal llamada de lo salvaje empañan los últimos párrafos de una novela singular y fresca, fresquita, como ese pequeño iceberg flotando en tu refresco de Coca-Cola.

Los gatos salvajes de Kerguelen: una historia de aislamiento, misterio, frío, fauna y flora en peligro, estudios ecologistas, amoralidad, perversidad... Una rara avis literaria a reivindicar. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Los vientos hostiles castigan a quienes se atreven a visitar este confín perdido que parece sacado de una leyenda, por su sideral lejanía e inhospitalidad. Es el lugar ingrato donde los héroes árticos acuden a la llamada de lo desconocido y son azotados por el aire gélido como castigo a su atrevimiento. Buscan la isla del tesoro pero encuentran una tierra baldía."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Altamarea Ediciones