OLGA
Título: Olga.
Autor: Bernhard Schlink (Bielefeld, 1944) ejerce de juez y vive entre Bonn y Berlín. Su novela El lector fue saludada como un gran acontecimiento literario y ha obtenido numerosos galardones: el premio Hans Fallada de la ciudad de Neumuenster, el premio Welt, el premio italiano Grinzane Cavour, el premio francés Laure Bataillon y el premio Ehrengabe de Düsseldorf Heinrich Society. Después publicó un extraordinario libro de relatos, Amores en fuga. Otras de sus novelas importantes son El regreso, La justicia de Selb (en colaboración con Walter Popp), El engaño de Sleb, El fin de semana y Mentiras de verano. (Fuente: Editorial).
Editorial: Anagrama.
Idioma: alemán.
Traductor: Carles Andreu.
Sinopsis: Olga nace en la parte este del imperio alemán a finales de siglo XIX, sobrevive a dos guerras mundiales y muere en extrañas circunstancias. Su vida, a caballo entre dos siglos, transcurre marcada por la historia. De familia pobre, es criada por su abuela tras la temprana desaparición de sus padres; más adelante se enamora de Herbert, un joven de clase social superior, cuya familia se opone a la relación. Deberán mantener su amor en clandestinidad y después la relación quedará marcada por la distancia, porque Herbert, llevado por el entusiasmo de las guerras coloniales de Bismark, decide alistarse en el ejército. Viajará a África y por América del Sur y mas tarde formará parte de una expedición polar, mientras Olga se queda en casa y le escribe cartas. La novela relata la vida de la protagonista en tres partes y desde tres ángulos complementarios: un narrador en tercera persona, un testimonio en primera - el de un joven que la conoce en los años cincuenta, cuando Olga plancha para su familia - y por último las cartas que la propia Olga le envió durante años a su amado, sin obtener respuesta. (Fuente: Editorial).
Su lectura me ha parecido: elegante, intensa, con un tríptico narrativo que la ensalza, plagada de momentos que atrapan al lector, oscilante en sus emociones, envolvente, muy esperada... Cuando leí el libro que hoy vuelvo a tener entre mis manos me encontraba en unas circunstancias bastante diferentes a las actuales. En vez de estar encerrada - o semi confinada con la desescalada - a cal y canto, Bernhard Schlink se fue conmigo varias veces a la playa, fue testigo de mis baños de agua salada, se llenó de arena en un pequeño descuido, reposó sobre la ardiente toalla. Me acompañó en las noches de sudor previas al sueño más profundo, en los mediodías de aire acondicionado y telenovela de Antena 3, en las mañanas previas al chapuzón en el Mediterráneo. Recuerdo la fuerza con la que lo agarraba, como si quisiese que se me pegase algo del autor de El lector, como si de aquella forma lograse entrar aún más en una historia ya de por si fascinante. En pocos días había sido testigo de la evolución de un país, de su historia, de sus resplandecientes luces, de sus tenebrosas sombras y de como la vida de un personaje tan anecdótico acaba erigiéndose y resultando representativa de todo un siglo europeo. Nadie, ni siquiera aquella lluvia que nos sorprendió casi al final de mi estancia en dicho lugar, logró perturbar la más memorable de las lecturas. Al menos de las acontecidas en aquel lejano y añorado verano de 2019. Hoy, a las puertas de las vacaciones más extrañas y atípicas de la historia, no dejo de pensar en todo aquello. De ahí que quisiese recuperar la novela que, irremediablemente, he acabado asociando con un tiempo que jamás volverá. O al menos hasta que una vacuna nos haga salir de la "nueva normalidad". Un nombre de mujer - que paradójicamente jamás se me habría ocurrido para dar título a un libro - me evoca vivencias pasadas, consigue ahogarme en nostalgia, pero su luz también apacigua la larga espera. Olga: una mujer, la sombra de Bismark y unas cartas sin respuesta.
Cuando tuve noticias de que Bernhard Schlink iba a publicar nueva novela, y en concreto esta novela, algo en mi cabeza me decía que debía regresar a él. Lo descubrí tiempo atrás, y al igual que muchas y muchos de vosotros, a través de una novela que no sólo me entusiasmó, sino que suscitó una serie de reflexiones entorno a la ética y la moral en relación a uno de los procesos judiciales más tristes y famosos de la historia. Hablamos por supuesto de los juicios de Núremberg, en los que se juzgaron a los principales dirigentes del régimen Nazi que habían sobrevivido a la guerra o no habían conseguido quitarse la vida previamente. Así como a toda una serie de cargos bajos e intermedios que contribuyeron al funcionamiento de la máquina del horror. Entre ellos algunas mujeres, la mayoría guardianas de algunos de los campos de concentración más mortíferos y en los que, al igual que sus compañeros hombres, no dudaron en mostrar su alto grado de crueldad humana. En medio de ese contexto - que no de dicho juicio - de reparación y condena, Bernhard Schlink se inventa un personaje, el de Hanna Smichtz, una analfabeta a la que acusan de, no solo ser guardiana de un campo de concentración en Cracovia, también de ser la responsable de la muerte de más de 300 mujeres calcinadas en una iglesia en la que pasaban la noche cuando fueron evacuadas de dicho campo en 1944. Existe un informe que lo prueba, del cual niegan el resto de acusadas, señalando todas ellas a Hanna la responsable del mismo. Pero Hanna, no sabe leer y por tanto no sabe escribir. Es el chivo expiatorio, la que cargará con la culpa en beneficio del resto de ex guardianas. Todo esto, más la tórrida relación que le unió en el pasado al verdadero protagonista del libro - Michael Berg - convertido en un estudiante de derecho y futuro abogado, llevan al lector a emprender un interesante viaje a través de la Alemania de la reconstrucción - física y memorialística - post nazismo y a una trama en la que la los dilemas morales respecto a la responsabilidad o la culpabilidad chocan con un pasado de encuentros sexuales y literarios (Hanna siempre le pedía a Michael que le leyese) en los que el joven no tenía ni idea de quien se escondía bajo esa mujer atractiva y amable veinte años mayor que él. Un verano del amor frente al horror de la verdad. El lector - que así se titula dicho libro - tuvo gran impacto en mi formación lectora que hasta tiré de él para más de un trabajo durante la carrera, especialmente en lo que a memoria histórica se trataba. Por eso, y a pesar de que Bernhard Schlink ha publicado más novelas, ésta última a diferencia del resto me interesó básicamente porque pensaba que regresaría al Schlink de El lector aunque con otra protagonista, otras intenciones por parte del autor pero la misma sensación de estar leyendo algo que trascienda más allá de la palabra escrita. Y lo ha conseguido, vaya si lo ha hecho.
Para empezar, es importante decir que Olga es un tríptico narrativo. Es decir, una historia narrada a partir de tres voces diferentes. A saber, un narrador omnisciente en tercera persona que cree saberlo todo, un narrador en primera persona correspondiente al personaje de Ferdinand (quien conoce a Olga cuando ella trabajaba planchando para su familia) que tampoco conoce toda la historia y una última narradora - Olga - quien a través de las cartas que le envía a su amado sin respuesta, esta vez sí, nos ofrece la perspectiva que necesitamos para comprender mejor lo que el autor nos quiere contar. Como habéis podido comprobar - lejos de dificultad - esta decisión estructural lejos de entorpecer su lectura contribuye a ensalzarla y a observarla desde todos los puntos de vista posibles, tanto a nivel de personajes, cronologías y formatos. Cada voz tiene su tratamiento, su personalidad, su opinión al respecto de los hechos y hasta su propia sensibilidad. Por lo que es importante conocerlas todas, como quien se adentra en una investigación histórica y pretende abordar un problema concreto del pasado con todos los testimonios posibles. Este experimento literario, si lo hubiese usado alguien más pretencioso y con menos talento, habría sido un fracaso absoluto. Pero de manos de Schlink - uno de los mejores narradores alemanes de la actualidad - esto sólo podía ir a más, hasta convertirse en una de esas novelas involuntariamente didácticas para quien sueñe con triunfar en el mundo de la escritura. Si me tengo que quedar con alguno, en el caso de esta novela me quedo con la correspondencia. Es tan bonito, tan intenso sin entrar en pasteleos cursis y están tan bien escritas que como lectora he llegado casi a emocionarme. Escribir cartas - y en sí el género epistolar - es de lo más difícil en literatura. Un género que por desgracia, y en parte por culpa de las nuevas tecnologías, está cayendo poco a poco en el olvido hasta considerarse, tanto por los lectores como por la crítica, algo completamente denostado. Por lo que, en medio de esta decadencia del género, es de agradecer que de vez en cuando un autor traiga consigo un poco de aire fresco a través de las formas clásicas. En definitiva, una reivindicación totalmente acertada. Seguidamente, es irremediable que eludamos la absoluta y constante presencia de una protagonista, Olga, cuya vida y forma de ser condiciona todo, desde el tono de los narradores hasta las propias reflexiones que esta novela suscita en el lector nada más finalizar su lectura. No hablamos de un personaje temperamental, ni malvado, ni siquiera de una heroína de manual. Olga es inteligente, curiosa, con espíritu de supervivencia e independencia, pero sus orígenes así como las circunstancias que acabarán por convertirla en una mujer marcada por la soledad, el abandono y una invisibilidad que roza el ostracismo. A pesar de su apasionada y clandestina historia de amor con Herbert - hijo de una de las familias más poderosas del lugar que no ve con buenos ojos a Olga por ser de extracción más humilde - a finales del siglo XIX en una Alemania en pleno apogeo imperialista. A pesar de sus esfuerzos - ya que al provenir de una familia pobre siempre lo tendrá más difícil para estudiar - por sacar una plaza en el cuerpo de maestras. A pesar de una relación a distancia con Herbert que, influido por las ideas colonialistas de Bismark, no duda en alistarse en el ejercito y viajar por medio mundo llevando hasta el mismísimo Polo Norte los valores alemanes. Y por supuesto, a pesar de superar y sobrevivir a dos guerra mundiales - con todo lo que ello implica - y acabar planchando para una familia ya siendo una anciana. Sólo en los últimas páginas de la novela (en las que el autor efectúa un giro de guion que te deja con la boca abierta) el lector podrá ser cómplice, pero también testigo de la explosión. De las consecuencias de años de espera, sacrificio y odio contra el que ella misma considera culpable de, ya no sólo su propio drama personal, sino de que aconteciesen los años más oscuros en la historia de Alemania. De ahí que lo que podría haber sido una denuncia partiendo de lo íntimo e individual, acabe convirtiéndose en una crítica bestial y colectiva hacia el colonialismo y en especial a la figura de Otto von Bismark. Uno de los máximos exponentes de la ideología imperialista alemana. A diferencia de en El lector, en el que Schlink se detenía en clave judicial en evidenciar la barbarie nazi, en Olga realiza un ejercicio más literario y más cercano a los orígenes de ésta. Ya que a través de los narradores al mismo tiempo que se nos cuenta la historia de Olga, Schlink ofrece una panorámica que recorre la evolución de la nación alemana desde finales del siglo XIX hasta los años 70 del XX, situando el germen del mal (por llamarlo de alguna manera) en la política expansionista de Bismark. Una crítica tan audaz como plausible que de seguro habrá provocado algún debate en una Alemania, la del 2020, plenamente democrática, con una de las mejores líderes que ha dado la historia reciente pero con fantasmas totalitarios resucitando de unas tumbas que creíamos completamente selladas.
Pero si hay un tema que vertebra Olga de principio a fin ese es el de espera. Una espera femenina, eterna y que vehiculado prácticamente la historia de nuestro sexo a lo largo del tiempo. Desde aquella Penélope - mito originario de la cuestión - que aguarda la llegada de su esposo Ulises de la Guerra de Troya mientras es pretendida por un montón de hombres y pasa sus días tejiendo un sudario que a la noche deshace para no tener que casarse con ninguno de aquellos acosadores. Ella siempre les prometía que cuando lo acabase se prometería con uno de ellos, pero en realidad, como buena esposa, Penélope espera, espera, espera... Lo que no todo el mundo conoce de dicha historia es que, al regreso de Ulises y enfadado ante la abundancia de pretendientes no dudó en matarlos a todos. Cual hombre henchido por los celos. Cual bestia que no duda en descender a los infiernos con tal de retener - sí, la palabra es la acertada - a una mujer a su lado. Una mujer, Penélope, que por supuesto ignora la cantidad de infidelidades cometidas por su marido durante la citada guerra y el viaje que lo traería de vuelta a casa. Especialmente escalofriante es el cuadro del pintor renacentista Francesco Primaticcio en el que Penélope parece querer decirle algo importante a su amado - la posición de sus manos lo evidencia - pero éste sólo piensa en que lo mire a él - de ahí que dirija con su mano la cabeza de ella para que sus ojos se topen con los suyos - anulando por completo las palabras de Penélope. Es tan sutil y tan delicado el gesto que pinta Primaticco que consigue ocultar el machismo bajo la idealización del amor romántico. También se nos ha vendido la idea de que todos los pretendientes eran hombres sin corazón, ruines, acosadores natos que lo único que querían era hacer daño a Penélope. De ahí que se justifique la violencia extrema de Ulises. Pero ¿y si no fuera así? ¿Y si le preguntásemos a la propia Penélope? ¿Y si de entre todos ellos hubo un pretendiente que se saliese de la norma? ¿Uno que la amase de verdad, y lo más importante, que la respetase y la tratase de igual a igual? Esta claro que el contexto que parió esta historia no era el más feminista de todos pero, no dejo de pensar en que si la mitología hubiese contado, por ejemplo, que una mujer no era la causante de todas las guerras y enfermedades del mundo, tal vez a día de hoy no se le echaría la culpa al sexo femenino de todo y tendría más peso en la toma de importantes decisiones. Tal vez, si una mujer llamada Europa no hubiese sido violada por Zeus metamorfoseado en Toro, la violencia sexual contra las mujeres no existiría, y mucho menos toda esa cultura de la violación que la ampara. Y por supuesto, si Penélope se hubiese ido con uno de sus pretendientes - o ella sola - de casa, es muy posible que las mujeres dejásemos de ser eternas esperadoras de hombres. Un famoso anuncio de la época franquista instaba a las mujeres a aguardar la llegada del marido con la cena hecha, emperifolladas y con copa de vino en mano para ofrecérsela nada más cruzar el umbral de la puerta. Por no hablar de aquellas mujeres que, angustiadas, esperan noticias de sus parejas en la agónica distancia mientras ellos luchan voluntariamente en una guerra absurda. Olga - protagonista de la novela de Bernhard Schlink - es la Penélope contemporánea, la que en vez de tejer escribe cartas a su amor, unas misivas nunca respondidas y que acrecientan más su tristeza con el paso del tiempo. Un mar de lágrimas, ira e incomprensión del que como lectores somos testigos. Un vaso a punto de colmarse del que deberíamos reflexionar todas y todos más allá de una preciosa y pertinente evocación del mito.
Olga: una historia de amor, eterna espera, diferencias sociales, colonialismo, imperialismo, resentimiento, memoria, historia... Una novela de reencuentros entre escritor y lectora devota de las buenas y sufridas tramas.
Frases o párrafos favoritos:
"Tuvimos que aprender a esperar. Hoy todos vais en coche y en avión y habláis por teléfono y pensáis que el otro está siempre disponible. Pero, en el amor, el otro nunca está disponible. A pesar de la resignación con que la señorita Rinke rememoraba las ausencias de Herbert, el anhelo que la inmensidad interminable provocaba en él seguía contrariándola."
¡Un saludo, a seguir leyendo y ánimo!
Cortesía de: Bookish
vaya, me has dejado sin palabras. Me ha encantado la reseña y me han dado muchas ganas de leer esta tan interesante y bonita novela. Confieso que soy un gran amante de la película de el lector. Una maravilla, aunque sobre esa época me gustó también mucho "la conspiración del silencio" pues con ella aprendí que no todo el proceso de desnazificación fue tan ejemplar como creemos en España. Sin ir más lejos, el general von Manstein, quien diseñara la operación que acabaría invadiendo Francia a través de Bélgica y que por tanto cometiera un crimen de guerra al atacar a un país neutral, acabo siendo asesor de defensa de la Alemania Occidental frente al enemigo del este.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu referencia al mito de Penélope y la relación que estableces con la protagonista de esta novela. Confieso que eso me ha terminado de convencer para leer algún día esta novela.
Una excelente reseña con un importante giro intelectual muy necesario para la reflexión.
PUes no he leído nada del autor pero veo que tengo que ponerlo en mi lista de pendientes y arribita en la lista.
ResponderEliminarBesotes!!!
A mie también me gustó mucho Olga. Así como todo lo de Schlink. Te recomiendo la novela Fin de semana.
ResponderEliminarMe encantó Olga como todo lo de Schlink. Te recomiendo la novela Fin de semana.
ResponderEliminarHola.
ResponderEliminarNo conocía el libro y por el momento no creo que lo lea, tengo demasiados pendientes, pero gracias por la reseña.
Por cierto, acabo de encontrar tu blog y me quedo por aquí. Te invito a pasarte por el mio.
Nos leemos.