lunes, 25 de febrero de 2019

RESEÑA: Detectives victorianas. Las pioneras de la novela policíaca.

DETECTIVES VICTORIANAS
LAS PIONERAS DE LA NOVELA POLICÍACA

Título: Detectives victorianas. Las pioneras de la novela policíaca.

Editor: "Michael Sims (Crossville, Tennessee, 1958) es el responsable de las compilaciones The Annotated Archt and Mehitable y Arsene Lupin, Gentleman-Thief. Entre sus obras de no ficción destaca especialmente El ombligo de Adán. Historia natural y cultural del cuerpo humano. Además, ha publicado numerosos artículos en New Statesman, Orion o The Washington Post." (Fuente: Siruela).  


Autoras/es: W.S. Hayward, Andrew Forrester hijo, C.L. Pirkis, Mary E. Wilkins, Anna Katharine Green, George R. Sims, Gran Allen, M. McDonnell Bodkin, Richard Marsh y Hugh C. Weir.

Editorial: Siruela.

Idioma: inglés.

Traductora: Laura Salas Rodríguez.

Sinopsis: "en los últimos años de la era victoriana, la opinión pública británica estaba fascinada - ¡y preocupada! - por esa sospechosa figura conocida como la nueva mujer. Montaba en bicicleta, conducía esos peligrosos automóviles y no le gustaba en absoluto que le dijeran lo que tenía que hacer. También en la novela policíaca, estas mujeres rompían todas las reglas: en lugar de asistir a recepciones para tomar el té y conversar sobre las últimas tendencias en moda, estas detectives pioneras preferían perseguir a un sospechoso bajo la espesa niebla de Londres, tomar ellas mismas las huellas dactilares a un cadáver o, incluso, cometer algún delito menor para así resolver un caso especialmente difícil. Esta antología reúne por primera vez las más grandes luchadoras contra el crimen de la época - y también algunas selectas delincuentes -, como Loveday Brooke, Dorcas Dene o Lady Molly, predecesoras de las modernas damas del crimen. Relatos inteligentes y extremadamente divertidos, de mujeres que, por fortuna, se negaron a ocupar el estrecho lugar que la sociedad les tenía reservado." (Fuente: Siruela).

Su lectura me ha parecido: interesante, bien pensada, misteriosa, con grandes dosis de ese humor inglés que tanto me gusta, trasgresora, bien estructurada, desgraciadamente descompensada... No hay época que más condicionó a nivel histórico la deriva de Reino Unido que la conocida como Era Victoriana, cuya influencia abarcó, cronológicamente hablando, todo el siglo XIX. A los datos me remito, pues fue durante ese siglo donde tuvieron lugar algunos de los acontecimientos más cruciales de la historia del país. Presidido por una reina, Victoria I, cuyo reinado duro 64 años (hasta hace poco el más largo de la historia de los monarcas británicos) quien sería testigo directo e indirecto al mismo tiempo de los cambios que estaban por venir desde alguna de las lujosas estancias del enorme Palacio de Buckingham. Cuando la joven Victoria accedió al trono, Inglaterra era mayoritariamente rural y a su muerte, a los 63 años, el país se encontraba altamente industrializado. Las humeantes chimeneas de las fábricas se convirtieron con el paso del tiempo en el paisaje habitual de muchas de las grandes ciudades británicas, incluyendo su capital. Ninguna urbe se salvó de la fiebre industrializadora, logrando cambiar el paisaje y la distribución de los barrios ya existentes, así como la aparición de otros nuevos, más alejados, más opulentos, a las afueras de las ciudades, reservados para los privilegiados, lejos de la suciedad, la contaminación y la delincuencia del centro de las ciudades (ahora convertidos en barrios mayoritariamente obreros). La transición, por supuesto, no fue suave: colapsos, destrucción de una parte del paisaje agrario (el ferrocarril), motines, revueltas en las ciudades, protestas en el campo, epidemias de tifus y cólera, problemas de desabastecimiento, contaminación de ríos, estigmatización de barrios hasta entonces bien considerados, brechas salariales, pobreza, trabajo infantil... Sin embargo, en lo que a cultura y ciencia se refiere, la era victoriana encumbró a personajes como Charles Dickens, Thomas Carlyle, Charles Barry, las hermanas Brontë, Charles Darwin, Walter Scott, George Elliot, Lewiss Carroll, H. G. Wells, Bram Stocker, Oscar Wilde, Robert Louis Stevenson, Elizabeth Gaskell o Arthur Conan Doyle entre otros. Pero también, el periodo victoriano fue testigo de cambios sociales realmente beneficiosos para las mujeres tales como el derecho a la propiedad después del matrimonio, el divorcio y a pelear por la custodia de los hijos tras la separación. Sin embargo, si de algo fue testigo el siglo XIX británico, fue de las manifestaciones exigiendo el voto femenino así como del nacimiento de un nuevo concepto, el de la "nueva mujer". Es en este contexto de rápidos cambios y de convulsión social en el que debemos encuadrar los relatos que componen la siguiente antología. Detectives victorianas: la lucha contra el crimen tiene nombre de mujer.  


La historia de como Detectives victorianas llegó a mis manos es bien sencilla, aunque tiene su por qué, un por qué estrictamente relacionado con mi adolescencia, momento en el que descubrí la novela policíaca. Corría el año 2009 o 2010 cuando cayó en mis manos La princesa de hielo, de Camilla Läckberg. Aún sigo sin saber quién me habló por primera vez de la autora sueca, es una laguna que mi memoria no me permite rellenar con un rostro perfectamente construido. De todas formas, lo que si recuerdo, y con especial angustia por cierto, fue ese Primero de Bachillerato tan horrible como productivo en cierto sentido, algo que lejos de finalizar, aún se prolongaría un curso más, un segundo año en el que, esta vez de verdad, iba a experimentar el verdadero miedo. Pero volvamos a aquel primer año, el año del comienzo de la angustia, en el que necesitaba desesperadamente una distracción. Por aquel entonces ya estaba sumergida en el teatro y con unas expectativas muy prometedoras de cara a las futuras representaciones que nos iban a llevar por Marano sul Panaro (Bolonia) y Navalcarnero (Madrid). Sin embargo, por las noches, cuando todo el mundo deseaba reposar la cabeza sobre la almohada, mi fuero interno rugía, ansiaba una lectura de verdad, de las que me tuviera enganchada durante semanas, días, horas. Una novela que, por supuesto, no supusiese una decepción. Quien puso en mis manos el primer ejemplar de la saga de Fjällbacka no era consciente de lo que había hecho, de toda la felicidad que durante años (pues a partir de aquel título cayeron los cinco siguientes títulos de la saga) me habían proporcionado aquellos libros, y por supuesto, su correspondiente lectura. Tras aquel empacho nórdico, cuyas consecuencias fueron mi paulatino alejamiento de todo lo que me sonase a "novela negra del norte de Europa", me acerqué a Suiza. Había oído que un autor sorprendentemente joven de aquellas tierras lo estaba petando con una novela cuyo raruno título ya inspiraba cierta curiosidad. Como no, se trató de La verdad sobre el caso Harry Quebert. Ese si que me tuvo hasta las tantas, devorando cada capítulo como si no hubiese un mañana. Me duele reconocerlo pero, el baño también se convirtió en mi lugar de lectura durante aquellas apasionantes semanas. Si alguien no puede evitar la tentación de llevarse un libro para leerlo mientras hace sus necesidades en el retrete, es que el libro en cuestión es bueno, muy bueno, excelente. Perdón por la grosería, pero, seguro que he dado en el clavo. Después de aquel segundo empacho salí un tanto esquilmada, fue tanta la novela negra (hasta retorne a las y los autores nórdicos de nuevo) que leí en tan poco tiempo que me juré "nunca más". Queridas y queridos lectores, un consejo: no juréis tan a la ligera porque luego pasa lo que pasa, que caemos en la tentación de nuevo. Está científicamente comprobado, y si no, ¿cómo explicas mi recaída? Sí, de mi recaída en la novela policíaca, pero esta vez de calidad, alejada del término "best beller" y que me ha permitido conocer a lo largo de estos últimos años a autoras y autores brillantes de cuya existencia desconocía. En otras palabras, los clásicos del género. Detectives victorianas formó parte de aquel nuevo acercamiento que, lejos de pasárseme, parece ir en un controlado ascenso. Una lectura que, lejos de disgustarme, me abrió las puertas de una potente y pertinente reflexión.


Centrándonos en la reseña propiamente dicha, comenzaremos diciendo que Detectives victorianas, por desgracia, presenta una lectura doblemente desigual. En primer lugar, por una obviedad, ya que como siempre sucede en toda antología hay distintos niveles, estilos, perspectivas y sobre todo tramas que hacen de unos relatos mejores que otros. Es de lógica aplastante. Sin embargo, y a pesar de esta realidad, creo que estoy ante una de las antologías con mejor nivel literario, pues no ha habido ni un solo relato que no me haya horrorizado o parecido una tomadura de pelo. En segundo lugar, un clásico, de nuevo nos encontramos ante un volumen de relatos completamente descompensado en cuanto a igualdad, y no es la primera vez que la editorial Siruela incurre en el mismo error. No me tengo que ir muy atrás en su catálogo para encontrar otro ejemplo de como la desigualdad sigue imperando en las publicaciones de volúmenes de relatos (Historias de cine, publicada en el año 2017 y cuya reseña podéis encontrar si buceáis por estos lares es un ejemplo de desequilibrio y de falta de equidad). De los once relatos que componen el libro, cuatro están escritos por mujeres frente al resto escritos por hombres. ¿La única novedad? Que a Michael Sims, editor y encargado de escoger los textos de la presente edición, se le ocurrió incluir dos relatos escritos por Anna Katharine Green, una de las pioneras del género junto a C. L. Pirkis y Mary E. Wilkins, las cuales también aparecen en la antología. ¿Cuál es el problema entonces? La respuesta no puede ser más clara: equidad e igualdad significa que en una antología mixta deberían haber el mismo numero de relatos de mujeres que de hombres. Más que con la editorial (la cual no tiene la culpa de la escasa conciencia feminista de su escritor) deberíamos cargar las tintas contra Michael Sims, único responsable de que en su famosísima antología (sí, es un clásico dentro de los rescates editoriales) haya más autores que autoras. Y no me vale la excusa de que Green esté presente con dos relatos, el daño ya está hecho. Además, si la antología va sobre detectives victorianas, no habría sido más lógico prestar más atención a otras mujeres que escribían cuentos o novelas policíacas en dicha época. En fin. Una vez puestos los puntos sobre las íes, empecemos. Como ya hemos apuntado al principio de este párrafo, en Detectives victorianas hay mucha variedad dentro de un género tan aparentemente acotado como es el relato policíaco, y más estando ambientados en la época victoriana, época cumbre de este tipo de historias en parte gracias al incombustible Sherlock Holmes (creado por Athur Conan Doyle). Sin embargo, independientemente de que unos te gusten más que otros, observamos como, desde un orden cronológico bastante marcado (pues el primer relato que abre el libro es el más antiguo de los once) éstos recorren la evolución de la sociedad inglesa del XIX, así como todos los avances técnicos y cambios políticos e ideológicos que tuvieron lugar. Algo que, de cara a un lector muy predispuesto, abierto y con cierta pasión por la historia, le resultará una verdadera delicia. Siendo completamente sincera, para mi ha sido todo un descubrimiento toparme con estas historias, en especial con las de las ya mencionadas C. L. Pirkis, Mary E. Wilkins y Anna Katharine Green. El saber que en aquel vertiginoso siglo XIX existían mujeres que escribían sobre señoras de clase alta interesadas en esclarecer el último asesinato, robo o misterio acontecido en la siempre intrigante Londres no puede más que provocarme admiración. En cuanto a ellos, me quedo con "El arma desconocida" de Andrew Forrester Hijo (pseudónimo se cree que inspirado en los históricos hermanos Forrester, detectives todos) y con "Las muescas del bastón" de M. McDonnell Bodkin (quien coqueteó con la política logrando un escaño en el Parlamento y de quien el editor Michael Sims asegura "debía estar cansado"). Por último, felicitar a la editorial por la cuidada edición de este libro, empezando por su encuadernación y división de los relatos (con pequeñas biografías de las autoras y autores incluidas) y acabando por su espectacular portada, tan ilustrativa como poderosa en su mensaje.


Hemos hablado largo y tendido sobre el concepto de la "nueva mujer" en este espacio de debate y opinión. Mujeres adelantadas, que conducen automóviles, que tienen intereses intelectuales, que no se conforman con permanecer en casa al cuidado de los niños, algunas ni siquiera se plantean en tenerlos, autónomas, independientes, con opiniones propias y, por supuesto, que no dudan en subirse a una bicicleta y pedalear hasta llegar a su destino, fuese el que fuese. Nunca una portada, repito, ha contado tanto ni reflejado a la perfección lo que socialmente se asociaba con esa mujer que había venido para quedarse. Sin embargo, y aunque sé que este tema da para más de una reflexión al respecto, al reencontrarme con Detectives victorianas no he podido evitar preguntarme por las primeras, las de carne y hueso, las verdaderas pioneras en esto de investigar y combatir la delincuencia. Aquellas mujeres que se patearon las calles en busca de pruebas, indicios, testigos para zanjar sus casos sin resolver. En una pequeña investigación, descubro, para mi desgracia, que en Inglaterra, no se conocen muchos nombres de dichas mujeres, pero sí el hecho de que en 1908 la Revista Gedón recoge la noticia de la creciente incorporación de mujeres en la agencia de detectives londinense Simmond. Fuera de las fronteras británicas, las mujeres detectives y espías proliferaban. Sin ir más lejos, en Estados Unidos nos topamos con Kate Warne, la considerada como primera detective de la historia de E.E.U.U., así como otros nombres igual de ilustres como Belle Boyd (espía confederada durante la Guerra de Secesión) o Hattie Lauton (otra de las primeras detectives). Lamentablemente, en España, no conocemos el nombre de la primera mujer que combatió el crimen. De hecho, hago un llamamiento a todas y todos mis seguidores, si alguien sabe su nombre, por favor, que no se lo calle y lo escriba en los comentarios. De este modo, estaríais haciendo un gran favor a la sociedad visibilizando y rescatándola de ese olvido al que han condenado a un grueso numero de nuestras antepasadas, y de entre todas ellas, seguro que a muchas intrépidas investigadoras. Si hablamos de mujeres detectives, no podemos obviar a su antagonista, su motivación, su identidad a revelar, capturar, atrapar, enchironar. ¡Pero ojo! No todos fueron hombres, en el siglo XIX también fue testigo de las fechorías y atrocidades de mujeres cuyos nombres, esta vez sí, han conseguido pasar a la historia. Por centrarnos en la cronología que nos ocupa, es decir la era victoriana, la lista parece no acabar. Mary Ann Cotton (condenada a muerte por envenenar a su hijastro Charles Edward Cotton), Christiana Edmunds (a la que la prensa apodó como la "Asesina de la crema de chocolate) o Amelia Dyer (cuya crueldad quitando la vida a niños recién nacidos con su negocio de "baby-farming", niños no deseados a cambio de grandes sumas de dinero, no tenía límites). Pero si hubo una asesina icónica en la Inglaterra victoriana esa fue Mary Pearcey, quien el 24 de octubre de 1890 asesinó a la mujer de su amante y a su hija de pocos meses de vida. La brutalidad y el ensañamiento fueron tales que no pocos expertos señalaron la posibilidad de que en realidad Jack el Destripador fuese una mujer, y en concreto Mary Pearcy, a quien la horca puso fin a su vida con tan sólo 24 años de edad. Estas dos realidades, la de las mujeres detectives y la de las mujeres asesinas, nos viene a confirmar dos cosas. La primera, que la condición femenina no es un impedimento para que cualquier mujer con inquietudes y talento para resolver crímenes pueda llevar todo el peso de una investigación, e incluso llegar a lugares y ambientes a los que ningún hombre podría acceder sin levantar sospechas. Y la segunda, que las mujeres también pueden llegar a ser las criminales más despiadadas, sanguinarias y retorcidas de la historia. Detectives victorianas: historias de misterio, tensión, flema, humor británico, astutas investigadoras, perversas delincuentes... Una antología para leer, releer, revisar, tomar notas y guardarla como un tesoro.


Frases o párrafos favoritos:

"Al igual que Holmes, Dene es detective profesional y también una apasionada guardiana de las causas justas. Su mundo esta lleno de tragedias y desgracias, violencias alcoholizadas y traiciones familiares. En un relato, rescata a la primera esposa de un multimillonario, enjaulada y drogada, del escondite en el que muere lentamente envenenada. Aparte de ignorar la ley en ocasiones, Dene comete un solo crimen: llamar a su bulldog Toddlekins."

Película/Canción: a falta de una adaptación cinematográfica de alguno de los relatos nombrados a lo largo de esta reseña, he decidido adjuntar la pieza que me ha acompañado durante su redacción. No sé por qué, pero siempre me transporta a esta época y a su misterio.


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Siruela

viernes, 15 de febrero de 2019

RESEÑA: Relaciones enfermizas.

RELACIONES ENFERMIZAS

Título: Relaciones enfermizas.

Autora: Cecilia Ştefănescu (Bucarest 1975) es una escritora y periodista rumana. Licenciada en Letras por la Universidad de Bucarest, posee un Máster en Teoría Literaria y Comparada. Comenzó sus actividades literarias en el grupo Litere, dirigido por el escritor Mircea Cartaescu. Colabora con multitud de medios y revistas, ha publicado dos novelas y ha participado en distintas obras colectivas. Debutó con la novela Relaciones enfermizas (2002), que ha sido traducida al francés, al polaco y al italiano. Su segunda novela, Intrarea Soarelui (2008), ha sido traducida al inglés. En 2016, escribió y dirigió el cortometraje Ferdinand 13, galardonado con la mención especial en el Festival Internacional de Cine de Zagreb. Actualmente acaba de terminar su segundo cortometraje, titulado Morski Briz. (Fuente: Dos Bigotes).


Editorial: Dos Bigotes.

Idioma: rumano.

Traductora: Doina Făgădaru

Sinopsis: Bucarest, años noventa. Una decadente ciudad donde cada rincón revela la pobreza del pasado y el nacimiento de un nuevo país que trata de superar las heridas del ´régimen de Ceausescu. Kiki tiene dieciocho años y es una joven universitaria, seductora e inconformista. Incapaz de elegir entre un artista megalómano, Renato, y el amor por Alex. vive abrumada por temores, neurosis y delirios románticos, algunos al bode de la ensoñación y la enfermedad, mientras busca una respuesta a sus dilemas e los ambientes estudiantiles y artísticos. Kiki quiere que Alex sea suya para siempre, pero Alex es una chica de provincias que sueña con casarse y tener una familia. Las separaciones y las reconciliaciones son el leitmotiv de su historia, una historia cada vez más radical y obsesiva que nos muestra la parte oculta de la Rumanía actual. (Fuente:Dos Bigotes).

Su lectura me ha parecido: sencilla, crítica, audaz, evocadora, trasgresora, onírica, una explosión emocional... Pronto hará un año de la edición número 77 de la Feria del Libro de Madrid, una edición marcada, sobre todo, por la presencia de Rumanía como país invitado, desarrollándose numerosas presentaciones, charlas, ponencias, firmas y actividades entorno a la literatura de dicho país y por supuesto a la figura de sus máximas/os representantes. ¿La intención? Reparar una de las mayores injusticias, y es que la literatura Rumana ha sido durante décadas una de las grandes olvidadas dentro del panorama editorial, y mucho más en el de España, al que muy pocas obras pertenecientes a escritores de dicho país han llegado traducidas para disfrute de los lectores. Su riqueza simbólica, su peculiar realismo mágico y la fama que ha conseguido gracias a la repercusión de ciertas corrientes dentro de la vanguardia literaria han conseguido, por fin, situar a Rumanía en el lugar que le pertenece por derecho propio desde hace mucho tiempo. Mucho ha tenido que ver la irrupción de Mirea Cartaescu, uno de sus máximos exponentes, encumbrado por la crítica y cuyas obras conocemos y admiramos gracias a la editorial Impedimenta, en nuestro panorama editorial. Su presencia en la que es una de las citas literarias más importantes de España, supuso dar más visibilidad a una literatura que comenzaba a ser reconocida a nivel internacional. Sin embargo, para decepción del público femenino que asistió a su discurso de inauguración, Cartaescu se refirió a veinte grandes hombres de la literatura universal, los cuales inspiraron o fueron fundamentales en su formación como autor. Sí, he dicho bien, no me he equivocado. Veinte escritores frente a cero escritoras. ¿Un descuido? Es posible, pero no por ello sintomático de una constante que lleva repitiéndose desde tiempos ancestrales, de una cruda realidad, del lugar que siempre han ocupado las mujeres dentro del universo literario de muchos autores, es decir, fuera de él. Durante esos mismos actos, otra escritora, Cecilia Ştefănescu, igual de válida e incluso perteneciente a la misma corriente literaria de Cartaescu (con quien por cierto compartió inquietudes y muchas charlas en el grupo Litere) se dejó ver entre la multitud de casetas, firmas y demás actos. Una autora cuya presencia, en comparación con la de su compatriota, pasó bastante desapercibida. Sólo un par de blogs y una conocida revista feminista (Pikara Magazine) recogieron una entrevista, la presentación y una reseña de su libro más importante. Novela que, en compensación por esa sangrante ignorancia a su trayectoria como autora perteneciente al país invitado de la pasada edición, hoy más que nunca debemos reseñar. Relaciones enfermizas: búsqueda, amor y desafío a la heteronormatividad.


La historia de como Relaciones enfermizas llegó a mis manos es bien sencilla, ya que gracias a una lectura en concreto, alejada y próxima al mismo tiempo de lo que en la novela de Ştefănescu, acabé sucumbiendo a este tipo de literatura alejada de los cánones heteropatriarcales tan presentes tanto en nuestra sociedad como en la ficción. Violette Leduc y su Thérèsse e Isabelle me cambiaron por dentro aquel cálido y soporífero verano de 2018. Su adictiva narración condujo a mis ojos, cansados de toparse con según que cosas, a una historia erótica, sí, pero contada desde la honestidad y con una elegancia indescriptibles y que convertían esta breve novela en algo más importante. Thérèsse e Isabelle no era simplemente la historia del despertar sexual de dos colegialas en tiempos de verdadera oscuridad, sino la confirmación de que se podía escribir sobre precisamente eso, sobre dos chicas descubriendo que se atraen, que se gustan, que se complementan, que se satisfacen mutuamente en la cama y por supuesto que son capaces de llegarse a enamorar la una de la otra. Y todo ello sin caer en un estilo chabacano o poco profundo, algo que por desgracia ocurre más de lo que nos imaginamos. Fue así como, unido al descubrimiento de un cine más comprometido con la visibilidad de la comunidad LGBTI el cual comenzaba a hacerse habitual en mis búsquedas y en mis tradicionales sesiones de cena cinéfila (pizza y peli) de los sábados, de un tiempo a esta parte me acabé interesando por historias en las que la temática LGBTI (especialmente las que abordasen el lesbianismo y la bisexualidad desde el respeto y con un mínimo de calidad literaria). No había título que pasase desapercibido ante mis ojos, algo que me permitió ampliar mis inquietudes lectoras e intelectuales, así como conocer a las editoriales que los publicaban, las cuales estaban empezando a darse a conocer en el panorama literario de este país. Una de aquellas historias fue, como no podía ser de otra forma, Relaciones enfermizas,  cuya portada vi por primera vez en la web de la joven y comprometida editorial Dos Bigotes. Su diseño era llamativo, como ya nos tienen acostumbrados, pero sus tonos pastel y ese toque abstracto se distanciaban de otras de sus propuestas en cuanto a cubiertas se refiere. Pero como cabía esperar, lo mejor estaba en su interior, en su atrayente sinopsis, la cual (a pesar del spoiler que hace) no me impidió adentrarme en su juego literario y saborear cada una de sus palabras.


Respecto a la reseña propiamente dicha, me gustaría empezar haciendo un aviso para navegantes. Como ya he dicho al final del párrafo anterior, absteneros de leer la sinopsis de esta novela. Os lo digo de verdad. No lo hagáis. Es mejor llegar virgen a esta lectura, de lo contrario, si sabéis más (especialmente tras leer el resumen de la contraportada) el spoiler es enorme y es posible que os adentréis en ella con una predisposición más condicionada. Una vez dicho esto empecemos. Relaciones enfermizas presenta una de esas lecturas envolventes, sosegadas, que busca a una lectora o a un lector más paciente, más tranquilo, menos inquieto. Quien crea que la novela de Ştefănescu se ventila en un abrir y cerrar de ojos se equivoca. A veces las lecturas que más se recuerdan son aquellas a las que has dedicado más tiempo de lo normal, aquellas que (independientemente de su grosor, peso o número de páginas) han reposado sobre tus manos durante semanas, soportando tus noches en vela, apartando toda preocupación de tu cabeza, aliviando difíciles jornadas que desearías no haber tenido que vivir. Sólo esas son las que merecen la pena, las que como Relaciones enfermizas te atrapan desde el minuto uno y te conducen en una larga travesía hasta desembocar en un torrente de emociones y pertinentes debates internos o externos. De la novela de Ştefănescu hay mucho que comentar, empezando por su estilo limítrofe con ese realismo mágico tan particular de la literatura rumana (en donde lo onírico se contrapone a la realidad para hablarnos de algo tan humano como una relación de pareja) para acabar refiriéndonos a la complejidad de unas protagonistas tan excepcionales y tiernas dentro de una sociedad en la que no existe más cabida para otras tonalidades que no sean o el blanco o el negro. Sin olvidarnos, claro está, del contexto en el que Ştefănescu decide ambientar Relaciones enfermizas, una época post dictadura que trata de recuperarse y cerrar las heridas provocadas por el comunismo más feroz y dictatorial que sufrió Rumanía bajo el mandato de Nicolae Ceaucescu. Sin embargo y por no extendernos más de lo necesario destacaré una tres de los muchos pilares que consiguen sostener Relaciones enfermizas sin resquebrajarse en ningún momento. En primer lugar, el acierto de su autora al canalizar la reivindicación y la crítica social a través de uno de los géneros o sub géneros (no sé como está actualmente la cosa) más denostados de la literatura: el folletín. Nos cuesta reconocerlo, lo sé, pero todos sabemos que las historias de las idas y venidas tan telenovelescas nos encantan y Ştefănescu es consciente de esa realidad. Por eso, bajo ese paraguas tan pasional, que no edulcorado ni ñoño, nos presenta una historia comprometida, consiguiendo que nos entre por los ojos y los sentidos de forma inmediata y sin necesidad de otros recursos. En segundo lugar, Relaciones enfermizas podría definirse perfectamente como una novela de transición, de búsqueda, de aprendizaje, de acceso a la madurez... En definitiva, el reflejo de nuestra adolescencia o al menos de la adolescencia que todos hemos querido vivir. Un clásico, sí, pero no por ello desprovisto de peso y originalidad. Por momentos el lector consigue identificarse con esa desorientación que todos, sin excepción experimentamos en algún momento de nuestra vida, de esa búsqueda de nuestra propia identidad, de nuestros gustos, y por supuesto, de ese temor a ser rechazados o a no encajar en el grupo. El delirio y el vértigo del no saber nunca estuvieron tan bien descritos. Y por último, esos constantes cambios de voz (de la tercera a la primera persona) logran una sensación de distancia en primer lugar al mismo tiempo que, de pronto, la autora pretende inundarnos de nostalgia con los recuerdos de la protagonista. Ştefănescu juega con el lector a su antojo, abandonándolo a su suerte. El resultado de dicho experimento literario, una vez pones punto y final a su lectura, posiblemente divida, escinda, separe... Pero bajo ninguna circunstancia imborrable en la memoria de todos los que se atrevan con su breve pero intensa lectura. Así es Cecilia Ştefănescu y su relación con los amantes de los libros. Empática, apasionada, llena de naturalidad y bajo ningún concepto enfermiza.


Hace unos días, mientras deambulaba sin rumbo por la inmensidad del territorio hostil en el que parece haberse convertido Twitter, me topé con un tweet de Luna de Miguel (poeta, novelista, ensayista, redactora y una habitual de las redes sociales). En él, citaba y daba su opinión acerca de un artículo recientemente publicado en la web de The Objective. En él, se hablaba y enumeraba una serie de editoriales que, plantando cara a las grandes empresas y las plataformas digitales, estaban consiguiendo hacer llegar sus libros a un público cada vez más amplio y ávido de otro tipo de contenido que en otros lugares es más complicado encontrar. Mármara, La Navaja Suiza y Dos Bigotes (responsable de que Relaciones enfermizas haya llegado a las librerías y a las bibliotecas de muchos lectores) son las que aparecen mencionadas. Sin embargo, yo añadiría a muchas mas como Crononauta, La Biblioteca de Carfax, Tránsito Editorial, Amor de Madre, La afueras,  Altamarea, Funambulista, Fulgencio Pimentel, Los libros del K.O., Páginas de Espuma, Ediciones del Viento, La bella Varsovia, Rayo Verde, Erial, Cuadernos del vigía, Dorna, Amanecer, Rata Books, Minúscula, Alpha Decay, Gadir, Impedimenta, Libros del Asteroide, Periférica, Nórdica, Barrett, Triskel... Una larga lista que se prolonga más y más. Hace unos años se refería a este fenómeno como el Boom de las editoriales independientes, y no les falta razón, sin embargo, yo añadiría un adjetivo más, el de "comprometidas", pues algunas de ellas han basado una parte o todo su catálogo en acercar a los lectores historias donde la inclusión manda. Volvemos, como no podía ser de otra forma, a Dos Bigotes, editorial preocupada por la inclusión, las autoras y autores LGBTI, la visibilidad, el feminismo y los estudios queer entre otras muchas cuestiones. Hasta aquí todo perfecto, maravilloso, importante. Pero hay que seguir adelante, y más viendo como está el panorama político actual, tan agitado, tan convulso, tan radical, tan propenso a la intolerancia, el fanatismo, el retroceso. Como la sociedad no ponga límites a este tsunami, todas y todos nos vamos a ver engullidos por la violencia de sus olas, y cuando eso ocurra, ya será demasiado tarde. Mientras tanto, y para eso no ocurra, desde las trincheras del respeto y la diversidad debemos luchar para que el mensaje de odio no acabe inyectado en el pensamiento de una sociedad que, antes de que los reaccionarios irrumpiesen en el salón de nuestra casa, estaba avanzando a pasos agigantados. Por todo ello, desde mi humilde espacio de crítica, opinión y debate hago un llamamiento a todas las pequeñas y grandes editoriales para que, por favor, sigan publicando historias sobre gays, lesbianas, transexuales, bisexuales, intersexuales, feministas,  personas racializadas, discapacitadas... Y a las que todavía no han incorporado estas historias en sus catálogos, que lo hagan. Lo que no se cuenta, lo que no se ve o lo que no se lee, en ocasiones, tendemos a pensar que no existe. Y no hay mejor aliado que el olvido para esta peligrosa corriente que amenaza con sepultar nuestros derechos y libertades. Así que no queda otra que combatirlo con entereza, convicción, tesón, insistencia y por supuesto con buenas dosis de literatura queer. Relaciones enfermizas: una historia de amor, pasión, desavenencias, reconciliaciones, incomprensión, unión, naturalidad... Una novela donde la universalidad de las relaciones de pareja en su versión más íntima, trasgresora y onírica.

Frases o párrafos favoritos:

"Avanzaba como una sonámbula en busca de la madurez. Andaba a tientas con la esperanza de hallar el gran amor."

Película/Canción: en el año 2006 se estrenó la adaptación de la novela de Cecilia Ştefănescu de la mano del director rumano Todor Giurgiu. Bajo el nombre Love Sick (Enfermos de amor en España) consiguió gran aceptación del público y la crítica.



¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Dos Bigotes

jueves, 7 de febrero de 2019

RESEÑA: Oh...

OH...

Título: Oh...

Autor: "Philippe Djian (París, 1949) es novelista, traductor, letrista, periodista y guionista de cine. Su carrera como escritor arranca en 1982, y aunque solo vende unos pocos cientos de ejemplares de sus primeras dos novelas, la crítica ya habla del "nacimiento de un mito". Es en 1985, con la publicación de su libro 37º2 le matin (que se adaptaría posteriormente al cine y conocemos en España como Betty Blue) cuando alcanza el reconocimiento del público internacional, llegando a publicarse en veinte países. En sus novelas se percibe una fuerte influencia de la tradición literaria norteamericana, y confiesa que sus libros no parten de un argumento determinado, sino que se desarrollan sobre la marcha a partir de la frase de arranque. Viajero impenitente, reside a lo largo de los años en Estados Unidos, Italia, Suiza y diversas localizaciones dentro de Francia. A partir de 1993, con su novela Sotos, inicia una relación con la editorial Gallimard que se mantiene hasta hoy en día y que lo convierte en una figura habitual en las mesas de los más vendidos en las librerías de su país. En 2012 su nombre vuelve a saltar a la palestra gracias a Oh…, que recibió el prestigioso Prix Interallié y que posteriormente Paul Verhoeven llevaría al cine con el título de Elle, con Isabelle Huppert como protagonista. Hasta la fecha, Djian ha publicado cerca de una treintena de novelas." (Fuente: Fulgencio Pimentel).


Editorial: Fulgencio Pimentel.

Idioma: francés.

Traductora: Regina López Muñoz.

Sinopsis: Oh… Relata treinta días en la vida de una mujer, Michèle, interpretada por Isabelle Huppert en la laureada película de Paul Verhoeven, Elle. Djian acepta el riesgo de entregar su thriller más incorrecto, anteponiendo la ironía desde el mismo título. Experto en microcosmos familiares, el escritor se pone por primera vez en la piel de una mujer, empresaria, divorciada de un fracasado, amante del marido de su mejor amiga, hija de un asesino y madre de un pusilánime. Sus relaciones con el género masculino no terminan ahí: acaban de violarla en su propia casa y esto provoca en ella sensaciones inesperadas. Asistimos así a la creación de un personaje que incita al juicio moral y al mismo tiempo se resiste a él. Oh…Constituye un tratado espeluznante y tragicómico acerca del lugar de hombre y mujer en sus relaciones mutuas, acerca del conflicto entre deseo y voluntad, del ejercicio del poder y, muy especialmente, de la libertad de elección. (Fuente: Fulgencio Pimentel).

Su lectura me ha parecido: estremecedora, directa a la yugular, impactante, brutal, gélida, con un humor negro que fluye sin altibajos, fuente de reflexiones, retadora, sin contemplaciones, visceral, una de las pocas que ha conseguido cabrearme, fascinarme, volarme la cabeza... En los últimos años, además de las modas literarias de turno, las y los lectores hemos sido testigos de la proliferación de una serie de libros muy necesarios y que sólo la era del #MeToo ha conseguido colocar en primera línea hasta llegar a copar los primeros puestos de las listas de ventas de medio mudo. Y no es para menos, cualquier texto que ahonde (ya sea desde el plano más intelectual o ficticio así como desde la experiencia vivida) en el tema de la violación debería merecer todo nuestro interés y no despertar ese morbo que durante tantos años se ha ido produciendo gracias, en parte, a la poca sensibilidad y concienciación de los medios de comunicación. En lo que a mi respecta, siempre me ha parecido un tema de una brutalidad supina, hasta el punto de que, cada vez que leo en algún libro, sea real o ficticia, la descripción de una violación se me remueve el estómago. Sin embargo, considero que  leyendo este tipo de historias, entre otros mecanismos de acción, es como la sociedad acaba reconociendo el problema, la motivación machista que siempre hay detrás y la necesidad de poner sobre la mesa las soluciones para que la violencia contra las mujeres quede por fin erradicada. La primera vez que leí una violación sobre el papel fue en Los pilares de la tierra (cuyo recuerdo aún permanece en mi memoria) y de ahí salté a otras novelas en las que la mirada patriarcal era realmente abrumadora en ese sentido. Años más tarde di con otros libros (memorias, ensayos y novelas) en los que asistí, con más angustia si cabe, a la mirada de la mujer, a su perspectiva, a sus pensamientos, a sus intentos por liberarse, a su terror ante los monstruos engendrados por un estado machista. Pero también, y esto me aportó mayor profundidad, a las consecuencias, al "después de", a la actitud de la mujer en cuestión, a sus mecanismos de asimilación, de defensa, a ese sentimiento de culpabilidad tan machacón como inconsciente, a los traumas, a la incomprensión de su entorno... En la novela que hoy tengo el placer de reseñar asistimos a la narración de los treinta días después de la violación de la protagonista. Treinta días en los que conoceremos a una mujer, Michèle, con sus luces y sus sombras. Oh... : pragmatismo, hipocresía y ¿feminismo?


La historia de como Oh... irrumpió en mi vida fue, sin yo saberlo, con su adaptación cinematográfica. El año en el que La la land dejaba sin palabras a medio mundo, una película francesa irrumpió con fuerza en el panorama cinematográfico internacional, hasta el punto de hacerse con algunos de los galardones más prestigiosos (incluyendo el premio César a la mejor película y el Globo de Oro a mejor película de habla no inglesa). Su actriz protagonista, la siempre perfecta Isabelle Huppert, se hartó de recoger aquel 2017 infinidad de premios (¡hasta un Globo de Oro!) por su fría y perturbadora interpretación en Elle. Quienes la hayáis visto entenderéis por qué la cinta de Paul Verhoeven (sí, el director de Instinto básico, Robocop o la malograda Show Girls) ha conseguido permanecer en la memoria, y es que su trama nada superficial y llena de momentos verdaderamente impactantes, enamoró y escandalizó a muchos espectadores y críticos. En mi caso, a pesar de no conseguir entender las razones de la protagonista, Elle me pareció fantástica, bien construida, perfectamente narrada y bueno, la interpretación de Isabelle Huppert (una de mis actrices francesas favoritas por cierto) es una lección, un ejemplo para cualquier mujer que desea dedicarse a la actuación, el alma de la película, por no decir que me era imposible ver a otra actriz dando vida a ese personaje tan complejo y con tantas aristas.  Tenía que ser ella, no había otra opción. Con algunas de las potentes imágenes que la cinta de Verhoeven vivas en la memoria, encendí una noche la tele y sintonicé la dos. Era martes, justo el día que emitían Página Dos, uno de los programas de divulgación literaria más interesantes y poco valorados de la televisión pública. Aquella noche entrevistaban a un tal Philipe Djian, quien había venido a España a presentar su novela Oh... (cuyo título me pareció entonces una tomadura de pelo y un enigma al mismo tiempo). A medida que la entrevista avanzaba, me percaté de que aquella trama era la misma que la de Elle, o al menos evidenciaba parecidos más que razonables. Sin embargo, en el momento en el que el presentador hizo alusión a Isabelle Huppert me quedé embobada frente al televisor. "¡Hay novela!" exclamé con gran emoción. "¡Hubo novela antes que película!". Tomé los datos que necesitaba y tecleé rápidamente el título en el móvil. Descubrí entonces que una editorial, para mi antes desconocida, llamada Fulgencio Pimentel la había editado y traducido al español. Una novela que, para mi sorpresa, fue escrita en el 2012, ¡cuánto ha llovido desde entonces! ¡Cuántas cosas han pasado relacionadas, lamentablemente, con agresiones sexuales a mujeres! Por todo ello, y sobre todo por comprobar las diferencias entre la cinta y su versión original en papel, conseguí hacerme con un ejemplar de Oh..., devorarlo a pasos agigantados, sufrir algún que otro dilema respecto a lo que considero feminista (de lo cual hablaremos largo y tendido en el último párrafo) y finalizarlo con la sensación de haber aprendido un poco más sobre ritmo, tensión y giros en la creación literaria.


En lo que respecta a la crítica propiamente dicha, me gustaría comenzar lanzando una advertencia. Oh..., al igual que su correspondiente adaptación cinematográfica, no es un libro apto para todo tipo de lectores. Es más, creo que la novela de Djian es de esa clase de libros de cuya lectura nadie sale indemne. Siempre queda algún resquicio, algún recuerdo, recuerdos que evocas en tu memoria y que siempre tienen que ver con su magistral capacidad de angustiar hasta al más duro. Maestro en crear ambientes claustrofóbicos, Djian explora los límites de la falta de espacio vital más allá de lo estrictamente físico, elevándolos a un nivel superior, en donde nos topamos con un agobio más interno, invisible, psicológico. Un encierro brutal que todos experimentamos a medida que conocemos más y más a Michèle, la peculiar y completa protagonista de Oh... . Es imposible no hablar de la novela de Djian sin referirnos a ella, de hecho, al igual que pasa con la película, ella es el centro del libro y alrededor de la cual se articula el resto de personajes y la trama propiamente dicha. El lector no puede evitar sentir admiración ante una protagonista con tantos claros oscuros, con una complejidad brutal, con unas debilidades tan monstruosas que nos escandalizan pero al mismo tiempo, a medida que vamos leyendo, no podemos evitar percibirlas como verdaderamente humanas. Es inútil perder el tiempo hablando del resto de personajes que aparecen en la novela, pues quedan irremediablemente ensombrecidos ante el carisma, carácter y oscuridad de Michéle.  No me gustaría destriparos gran cosa sobre esta peculiar protagonista, pues sin duda es el gran factor sorpresa de la novela, el que el lector la descubra poco a poco, sin prisa, dejándose guiar para finalmente quedar atrapado en un juego de toma y daca entre la historia y quien tiene la oportunidad de leerla. Sólo comentaremos un par de cosas sobre el personaje, os prometo que mínimas, en el apartado más reflexivo. Por otro lado, otro de los aspectos clave del éxito de Oh... sobre todo entre el público reside en ese endiablado ritmo que Djian propone. Sin complacer a nadie y sin pensar en los rezagados, Djian coge al lector y le abre la puerta con una pasmosa tranquilidad. Ahora, lo que te encuentras tras ella es crudo, muy crudo. Intentas volver sobre tus pasos, cerrar la puerta y con él la tapa del presente libro, pero ya es demasiado tarde, Djian ha conseguido lo que pretendía, que aunque lo desees no puedas apartar la mirada de ese arañazo en el rostro de Michèle. El resto es puro thriller, tan literario como cinematográfico, por eso funcionó tan bien en la gran pantalla. Otro tema presente en Oh... es la violencia en todas sus facetas. Verbal, física, psicológica, directa, indirecta... Y lo mejor de todo, sin la necesidad de recrearse sobre ella, sin satisfacer las delicias de quienes buscan morbo en este libro. Todo es violencia, desde el ámbito laboral en la empresa que Michèle dirige (en donde la hostilidad esta presente) hasta la violación propiamente dicha, pasando por las relaciones con sus amigos, exmarido, hijo y vecinos. Muy destacable, también, es ese humor negro que subyace de la forma más inesperada, algo que por el contrario en la película queda en ocasiones algo forzado. En definitiva, y a riesgo de haberme quedado una reseña algo atropellada, me gustaría concluir diciendo en primer lugar, que Oh... merece más y más párrafos de disertación (algo que por desgracia me es imposible plasmarlos ahora mismo, ya que necesitan más tiempo de maduración y construcción de un discurso acorde con la novela) y en segundo lugar, que quienes les haya picado la curiosidad que se preparen, porque tras su lectura, es imposible no volver a ella una y otra vez. Aunque sea para maldecirlo o alabarlo.


Nunca me cansaré de decirlo. Michèle merece ya no un párrafo entero para ella sola, sino una tesis doctoral sobre el por qué Philipe Djian decidió crear un personaje como este, y lo que es más importante, para protagonizar la que es hasta la fecha su novela más conocida (más allá de la adaptación de Verhoeven). Y es que es a partir de su protagonista, pero sobre todo, de su actitud frente a la violación que ha sufrido lo que ha avivado la polémica, lo que ha provocado la ira y el aplauso, lo que ha conseguido dividir al movimiento feminista, lo que ha propiciado, como consecuencia, que Philipe Djian sea para unos un genio y para otros un machista. Os pongo en antecedentes. Michèle, tal y como pone en la sinopsis de la contraportada, es asaltada y violada en su propia casa. Durante los treinta siguientes días el lector asiste, por tanto, a su actitud frente a la violación, la cual es del todo chocante. No denuncia, no acude a la policía, habla de ello con total naturalidad, no lo esconde y sigue su vida como si nada al mismo tiempo que comienza a comprar todo un arsenal de armas y a dormir con un cuchillo en la mano por si el violador vuelve a atacarla de nuevo. Y la cosa, por supuesto, no queda ahí, ya que el autor pone en boca de Michèle frases como la siguiente:“He tenido peores experiencias con hombres que había escogido libremente”. Una confesión en cuya esencia parece subyacer una crítica al feminismo, justo lo que muchos lectores critican y por lo que su autor se ha llevado más de una dura reprimenda. Una vez puesto sobre la mesa el tema en cuestión toca reflexionar. No os lo voy a negar, cuando leí la frase me hirvió la sangre. Algo parecido me sucedió cuando vi la película, pues como he comentado en el primer párrafo, no entendía por qué Michèle no denunciaba la violación. Pero tras meditarlo mucho y observar las distintas opiniones al respecto, he llegado a la siguiente conclusión: la de que Philipe Djian no pretendía con Oh... lanzar un discurso político al mismo tiempo que plantea una paradoja que hace dudar hasta a la feminista más convencida. Empezando por ésta última la cuestión es bien sencilla. Por un lado, la actitud de Michèle nos puede resultar del todo reprochable, ya que si sufres una violación lo lógico es denunciar. Sin embargo, Michèle hace todo lo contrario, y lo más importante, ella decide no actuar de tal forma. Durante toda la novela, Michèle renuncia al calificativo de victima y a todo componente dramático para asumir con todas las consecuencias lo que le ha pasado. Afronta la situación con una naturalidad gélida. Remarquemos el "ella decide" porque, a pesar de todo, es una decisión que toma ella sola, sin coacción, sin consultarla con nadie, porque no quiere sentirse una víctima, porque su forma de ser la empuja a decantarse por esa opción. ¿Podríamos estar entonces ante un personaje feminista? Sí en ese sentido, su independencia lo evidencia, pero pronto volvemos a pensar en la no denuncia, lo cual nos hace dudar de nuevo de si "feminista" es el mejor calificativo para definir a Oh... . Una pescadilla que se muerde la cola y que pone de manifiesto la gran paradoja de la novela: que no es otra que las distintas formas de entender el feminismo. Por ello, desde mi humilde opinión, pienso que Oh... no persigue un discurso moralizante ni de denuncia de carácter político, sino contarte una historia, describirte una situación, narrarte la reacción de una mujer con unas características muy particulares ante su propia violación. Punto. No hay más. Un ejercicio de clase de escritura creativa de manual tipo: ¿qué pasaría con este personaje que has creado si le sucediese X situación? ¿Cómo actuaría? ¿Cómo sería su día a día desde entonces?... Eso si, gracias a Djian es posible que muchas lectoras y lectores se hayan visto en esa encrucijada, en ese debate interno respecto a sus ideas o en la certeza de que todos podemos convertirnos en monstruos de la noche a la mañana. Reacciones que muestran la complejidad de los términos y la amalgama de colores que existe entre el blanco y el negro. Oh... : una historia de aceptación, instintos perversos, gélidas relaciones familiares, violencia, tensión... Una novela que consigue desmontarnos en nuestro afán por ser fieles a nuestros ideales.

Frases o párrafos favoritos:

"Nos ofrecimos un espectáculo el uno al otro. Nos enseñamos nuestras peores caras, nos mostramos viles, mezquinos, odiosos, abyectos, perdidos, caprichosos según la situación y no ganamos nada -en todo caso perdimos autoestima, según él, y estoy de acuerdo. Dejar a alguien requiere más valentía de lo que mucha gente piensa -a menos que sea uno de esos zombies con el cerebro aplastado, uno de esos pobres espíritus que te encuentras a veces-. Cada mañana me despertaba y no me sentía capaz, y los últimos días me los pasaba llorando. Me hizo falta mucho tiempo. Tres días, tres largos días y tres largas noches para arrancarnos el uno del otro (...)."

Película/Canción: como he nombrado a lo largo de la reseña unas cuantas veces, Oh... se adaptó al cine bajo el título Elle. Dirigida por Paul Paul Verhoeven y protagonizada por una sobresaliente Isabelle Huppert, cosechó gran éxito de público y crítica. Os aconsejo que la veáis, aunque reitero lo perturbador de su trama. Preparaos para dos horas de incomodidad, verdad, impacto y dureza. En definitiva, toda una lección de cine.


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Fulgencio Pimentel

viernes, 1 de febrero de 2019

RESEÑA: En un café.

EN UN CAFÉ

Título: En un café.

Autora: "Mary Lavin (1912-1996), hija de padres irlandeses, nació en East Walpole, Massachusetts, Estados Unidos. Cuando cumplió diez años, su familia regresó a Irlanda. Sus cuentos se publicaron en revistas como Atlantic Monthly, Harper’s Bazaar y The New Yorker. Su primer libro de relatos, Tales from Bective Bridge, apareció en 1942: fue un gran éxito de crítica y público y ganó el Premio James Tait Black Memorial. Más adelante, recibió la Guggenheim Fellowship en dos ocasiones y el Premio Katherine Mansfield. En 1992 fue nombrada Saoi de Aosdána, el más alto reconocimiento literario irlandés; no en vano, V. S. Pritchett dijo de ella: "No se me ocurre ningún escritor que haya profundizado más, y con menos miedo, en el corazón irlandés"." (Fuente: Errata Naturae).


Editorial: Errata Naturae.

Idioma: inglés.

Traductora: Regina López Muñoz.

Sinopsis: "Pocos han oído hablar de Mary Lavin, pues no contábamos con traducciones de su obra en nuestra lengua; sin embargo, a partir de ahora, estamos convencidos de que estos magníficos relatos formarán parte del imaginario de muchos lectores. Sí, un descubrimiento, uno de esos libros míticos que llamamos clásico contemporáneo. ¿Los escenarios? La Irlanda verde, campestre y tan atractiva como dura, y la Irlanda de las ciudades oscuras y grises —en ocasiones recreada, revivida, desde Estados Unidos—, la de la memoria y el deseo de tantos jóvenes expatriados, de tantas viudas. Un libro a la altura del Dublineses de Joyce en muchos momentos. En la senda de Chéjov unas veces, de Katherine Mansfield otras —y anticipando la obra de Edna O’Brien—, los relatos de Lavin sorprenderán y cautivarán a los lectores en español, y les mostrarán también el poder que encierra un "simple" cuento, lo formidable y evocador que puede llegar a ser ese «artefacto narrativo» antiquísimo e inigualable…" (Fuente: Errata Naturae).

Su lectura me ha parecido: evocadora, honesta, de una apabullante sensibilidad, directa al corazón de un país, descarnada, crítica socialmente, coqueteando con el realismo más tangible, simbólica...Irlanda, la verde y gris Irlanda. Colores que, si lo pensamos, vienen muy bien para describir dicho país. Por un lado, lo primero que se nos viene a la cabeza cuando pensamos en Irlanda es en una infinita pradera cuyo aroma nos evoca tradición, a lugares por los que parece que el tiempo no pasa, pueblos de arraigadas costumbres (muchas de ellas provenientes de la siempre fantástica mitología celta) en cuyos cementerios, como no, nos topamos los vestigios de aquellas inmortales culturas. El verde es sinónimo de paz, tranquilidad, pero también de fiesta, jolgorio y felicidad. San Patricio bien lo merece, no todos los días una figura religiosa despierta tal euforia entre sus habitantes. Aunque en los últimos tiempos la figura del patrón de Irlanda pase a un segundo plano en favor del encuentro, las sonrisas y algún que otro baile. Por otro lado, al país de la Guiness, los tréboles de cuatro hojas, la danza Céilidh y la patata también se tiñó de gris oscuro en lo que a su historia más reciente se refiere. Fue precisamente la falta del codiciado tubérculo, tan fundamental en la dieta, lo que provocó una de las mayores hambrunas de la historia de Europa. Una crisis que obligó a miles de irlandeses a emigrar, sobre todo a los Estados Unidos, persiguiendo una vida mejor. Esto, junto con el turbulento clima político y social que el país atravesó durante gran parte del siglo XX, han contribuido a fijar en el imaginario colectivo una visión de Irlanda plagada de estereotipos que poco tienen que ver con sus gentes, sus ciudades o sus pueblos. Irlanda es algo más que un lugar donde se consume mucha cerveza, que aunque conservador (el peso de la iglesia católica es notable) en sus tradiciones, es vanguardista en muchas disciplinas artísticas, y por supuesto, alejado del término "pobreza crónica". Irlanda, como bien demuestra la autora de estos peculiares relatos, es y siempre será más de lo que se nos ha transmitido. En un café: cuando lo cotidiano trasciende.


La historia de como En un café llegó a mis manos es bien sencilla. Es más, la podría resumir perfectamente en las primeras líneas del presente párrafo. Sin embargo, prefiero, como siempre, ahondar en el contexto, en el marco, en el momento que posibilitó que un volumen como el de Mary Lavin acabase teniendo un hueco en mi biblioteca particular.  Desde hace unos años, los lectores de todas las edades hemos sido testigos de como de la noche a la mañana nuestras librerías favoritas, ya sean de barrio, céntricas o franquicias, amanecían con nuevos títulos en sus escaparates. Pero al contrario que en otras ocasiones, dichos ejemplares tenían algo especial, antiguo y novedoso al mismo tiempo. Y es que el cuento o relato, en todos los géneros y formas posibles, volvía con una fuerza extraordinariamente abrumadora. Las causas de este boom, como ya he comentado en más de una ocasión, creo que respondieron, en su momento y en la actualidad también, más que a una moda literaria a una verdadera necesidad por parte del lector. A una exigencia que ya venía produciéndose desde hacía unos años provocada por el protagonismo de las nuevas tecnologías en nuestras vidas, y como consecuencia, a la modificación de nuestros comportamientos sociales. Y la cosa no quedaba ahí y es que, como he apuntado, la cantidad de posibilidades dentro del género fueron tan amplias y bestiales que prácticamente coparon cada género. De este modo, ningún lector, fuese cual fuese su preferencia o sus gustos lectores, se quedaba sin su correspondiente libro de relatos. Hubo de todo, recuperaciones, reediciones, primeras ediciones y hasta el descubrimiento de nuevas voces dentro del panorama nacional e internacional que no hubiéramos conocido de no haber sido por esta apuesta editorial hacia el noble arte de la narración condensada. Pero si algo destacó, por encima de todo, fueron las publicaciones de autoras semidesconocidas en España. La era del #MeToo se reflejó en aquellas estanterías donde las mujeres protagonizaban gran parte de los lanzamientos, y en particular, las que dedicaron gran parte de su vida a desarrollar, perfeccionar y dar rienda suelta a su imaginación a través del relato. Mary Lavin, una irlandesa de la que nunca había oído hablar, fue una de las protagonistas de aquella primera hornada de escritoras internacionales que venía a fundir el corazón y el dinero de muchos lectores. Lo cierto es que no me llamó la atención en un primer momento. Relatos, la Irlanda más costumbrista, con un punto de crítica social, feminismo... Todo eso lo había leído en Edna O´Brien, una de mis favoritas y la responsable de abrirme los ojos ante la realidad de un país del que poco sabía y al que estoy deseando ir en cuanto se presente la menor oportunidad. Así que lo dejé pasar. Sin embargo, al cabo de un mes, recibí por sorpresa un ejemplar de En un café de Mary Lavant de parte de Errata Naturae. No me lo esperaba, de hecho no estaba entre mis planes más inmediatos adentrarme en sus relatos, a pesar de que, tras leer más tranquilamente la sinopsis, sintiese ese cosquilleo que todos los lectores experimentamos cuando estamos ante una buena historia. Dejé pasar el tiempo, tal vez demasiado, hasta que por fin me hice el ánimo y comencé relajada su lectura.  Sin prisa, sin agobios, sin presiones de ningún tipo. Aquella fue la decisión más acertada que tomé en mucho tiempo, pues me permitió no sólo disfrutar mejor de lo que estaba leyendo, sino de ahondar en las profundidades de un país con tantas miradas como es Irlanda.


Centrándonos en la reseña propiamente dicha comenzaremos diciendo que En un café presenta una lectura sutil, elegante, tremendamente sincera y de una sensibilidad que, como hemos comentado al inicio de esta reseña, embriaga a todo aquel que clave sus ojos sobre cualquiera de los dieciséis relatos que componen este volumen. Debemos apuntar que, en esta ocasión, no estamos ante la traducción y edición de un libro ya publicado en el extranjero, sino ante una recopilación de algunos de sus mejores relatos, los cuales vieron la luz en revistas tan prestigiosas como Atlantic Monthly, Harper’s Bazaar y The New Yorker; ¡casi nada! Este dato, sin duda alentador de cara a una exitosa campaña de márketing, puede resultar muy jugoso. Pero en esta ocasión más que nunca debemos pasar de todo ese frío revestimiento publicitario para adentrarnos y dejarnos llevar por su verdadera esencia, sin pensar demasiado, simplemente disfrutar de lo que Mary Lavin nos quiere contar, y sobre todo, de como nos lo cuenta. A grandes rasgos, En un café podría definirse como un volumen de historias en el que el costumbrismo, la critica social, la aspereza del ámbito rural y la concreción juegan un papel fundamental. Mira que he leído muchos relatos de un tiempo a esta parte, pero, creo que Lavin es una de las pocas autoras que de verdad se toma en serio eso de ir directa al grano, sin medias tintas, y lo mejor de todo, sin perder ese estilo que la hace tan interesante. Eso es lo que tiene la práctica, el tesón y el seguir una rutina de escritura constante e inamovible. O lo que es lo mismo, un sueño al alcance de muy pocos. En esta colección de relatos, al contrario que en otras, el lector sí puede encontrar un claro nexo entre ellos, un nexo que en este caso es doble: el alma irlandesa por un lado y el costumbrismo por toro. En primer lugar, Mary Lavin nos habla de la Irlanda que sus ojos han visto desde que a los diez años regresase con su familia a la tierra de sus antepasados desde Norteamérica. En sus textos no hay nada que, por ejemplo, Edna O´Brien no cuenta, o incluso, si queremos ser más comerciales, pocas cosas de las historias que Lavin nos entrega se quedaron en el tintero de Frank McCourt cuando éste decidió escribir su autobiografía novelada en Las cenizas de Ángela. Incluso hay quien, según la contraportada, ha llegado a comparar los cuentos de Mary Lavin con James Joyce, en el sentido de haber conseguido captar la esencia del pueblo irlandés. Y sí, es probable, pero también el modo en el que consigue que en sus relatos los lectores observen los grandes temas del alma humana. Sus preocupaciones, sus angustias, sus verdaderos quebraderos de cabeza en medio de una realidad que asumen pero al mismo tiempo desean escapar de ella. En otras palabras, la nada diseccionada y puesta en valor. Por otro lado, y en segundo lugar, un clásico. El costumbrismo parece ir asociado casi desde su nacimiento a la literatura irlandesa, hasta tal punto que se ha convertido en una seña de identidad inamovible dentro de lo que es la tradición. En Mary Lavin no es una excepción, no podemos hablar de originalidad en ese sentido. Sin embargo, debo romper una lanza en favor de las y los autores irlandeses con esta debilidad, pues gracias a ellos, y a la literatura costumbrista en general, podemos conocer mejor la sociedad de un país en concreto, sea de la época que sea. Algo que para mentes tan curiosas y con un ojo siempre puesto en la coyuntura histórica les parecerá una autentica delicia. En última instancia, sólo me quedaría comentar uno por uno todos y cada uno de los dieciséis relatos que componen En un café (que como siempre los hay mejores y peores). Pero en lugar de eso, me gustaría que fueseis vosotros los que, totalmente a ciegas, leáis estos relatos. De hecho, cuando mejor se disfruta En un café, y os lo digo por experiencia, es sin información previa, relajados, sin pensar en la próxima lectura. Sólo una advertencia, mi relato favorito es el que lleva por título "El testamento". Cuando lo leáis entenderéis el por qué de mi admiración. Contened la respiración.


Ya es una realidad, el mundo gira cada vez más rápido. A veces no nos damos cuenta o simplemente no prestamos atención. Nos hemos acostumbrado a posar nuestros ojos sobre una atractiva pantalla táctil que ya no levantamos los ojos al andar (yo la primera, lo cual me está empezando a preocupar), ya no somos capaces de sostener la mirada a nuestro acompañante mientras tomamos café en la mesa de cualquier bar, ya no destinamos unos minutos del día a pensar sobre nuestras cosas, ni siquiera nos sentamos en un banco a observar a la gente pasar, por el simple placer de hacerlo. Y por supuesto, en lo que a lectores se refiere, ya no nos conformamos con lo de siempre. Queremos lo último, lo más nuevo, lo que sabemos que nos va a gustar sí o sí; y si encima es rápido de leer mejor que mejor. Esta vorágine en la que las nuevas tecnologías han acabado devorándonos sin piedad han propiciado que los lectores empedernidos modifiquen sus comportamientos a la hora de escoger lecturas, o incluso alterando el patrón que durante tantos años cada uno ha seguido al pie de la letra. Que si en el sofá después de la siesta, que si en la cama antes de dormir, que si en el metro de camino al trabajo, doblando las esquinas, usando variopintos marcapáginas, o esa entrada de cine que por algún motivo es tan especial, tumbados, sentados, de pie apoyados en la pared de nuestro cuarto o sobre la barra de una cafetería cualquiera... La sociedad no sólo se está enfrentando al hecho de que cada vez más personas pasan de leer cualquier tipo de libro por culpa del teléfono móvil, también a al fenómeno "fast", que al igual que el de la comida rápida los libros son devorados a una velocidad nunca antes vista. El mercado a hablado, y las editoriales no han dudado a lo largo de los últimos años en proporcionar a ese lector ávido de historias sabrosas pero efímeras las lecturas más adecuadas. Por eso el relato, en todas sus variantes y géneros, está viviendo su segunda edad de oro. Por eso la poesía está sufriendo uno de los mayores ataques contra su esencia (señoras/es, decís que editáis poesía, pero no lo es). Por eso ya nadie es capaz de leer libros de más de 500 páginas, eso de engullir páginas y páginas de libros de Ken Follet ya es historia. Por eso el teatro, mi amado teatro, que aunque sería uno de los géneros más dinámicos y adecuados para los tiempos que corren, por desgracia, a nadie le interesa cultivarse en su lectura ni aprender de su estructura (sí, el teatro está para verlo, pero si se lee, la de cosas que una puede llegar a aprender, incluso del oficio de actriz o actor). Por eso la proliferación de un tipo de ensayo fácilmente digerible y siempre tratando los temas más candentes del momento (¿exigencias del consumidor? Sí, pero también de marketing). Teniendo en cuenta todo esto, me gustaría lanzar un consejo y al mismo tiempo homenajear a esa lectura tranquila, sin sobresaltos, sin pensar en nada más que en la historia que la autora o autor te está queriendo trasmitir. Estar atento a sus valores, críticas, el contexto histórico, estilo empleado. Paradójicamente, el relato es el género que más se disfruta de esta forma a pesar de que a día de hoy se consuma como si no hubiera un mañana. La mejor forma de leer cuentos es poco a poco, empezar, adentrarse en el primero, en el segundo si quieres y cuando te apetezca dejarlo reposar unos días, unos meses, el tiempo que necesites. De esta forma las ganas de reencontrarte con él serán más intensas y lo cogerás con más ímpetu. Mary Lavin en cada uno de sus relatos da una lección de humildad, de tranquilidad, de sosiego en tiempos de la inmediatez y el capitalismo más salvaje. Así que sigamos su ejemplo y, por favor, dejémonos llevar. En un café: introspección, evocación, sencillez, reflexión, nudos en el estómago, paisajes abismales, entornos de cuento, personajes empáticos... Un volumen que disfrutarás si consigues amoldarte a sus normas.

Frases o párrafos favoritos:

"Muchas veces me he preguntado qué habría sido de mí si no llega a ser por ella. Hay hombres que, cuando se les cierra el camino de la luz, no saben qué hacer y se meten en el de la oscuridad. Y yo era esa clase de hombre."

"E intentó sentir pena por su madre, allí sola por las noches, con toda la amargura de sus alocados sueños sin cumplir."

Película/Canción: como no podía ser de otra forma y en vistas de que no existen noticias de una posible adaptación cinematográfica de los relatos de Mary Lavin, he optado por adjuntar, como broche final, una pieza de música tradicional irlandesa. ¡Disfrutarla!


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Errata Naturae