viernes, 21 de junio de 2019

RESEÑA: Amor de monstruo.

AMOR DE MONSTRUO

Título: Amor de monstruo.

Autora: Katherine Dunn ( Garden City 1945- Portland 2016) pasó toda su infancia de mudanza en mudanza. Su padre los abandonó antes de cumplir dos años y su madre era artista. Quizá por eso escribiría años más tarde sobre ferias itinerantes de extraños personajes. Quizá por eso, ella misma pasó largas temporadas viajando por todo el mundo. Abandonó la carrera porque ya estaba escribiendo y la navidad de 1967 conoció al hombre con el que pasaría su vida. Empezaron viajando a México, Newfoudland, Sevilla y Boston, donde remató su primera novela, Attic. Mientras criaba a sus hijos, trabajó como camarera, pintando casas y haciendo doblaje. También presentaba un programa de radio en Portland y enseñó escritura creativa. Todo esto le dejaba tiempo para otra afición: en 1981 empezó a escribir sobre boxeo, que se convirtió en una de sus especialidades. De hecho, empezó a boxear a los 40 años. El éxito de Amor de monstruo, finalista del National Book Award, con más de medio millón de copias vendidas y que despertaría el interés de cineastas como Tim Burton, que compró los derechos, le permitió centrarse más en la escritura. Después, aún trabajaría en su cuarta novela antes de fallecer.



Editorial: Blackie Books.

Idioma: inglés.

Traductor: Jordi Mustieles Rebullida.

Sinopsis: muchos ven en Olympia Binewski un monstruo: es enana, albina, jorobada. Sin embargo, nada hay menos monstruoso que amar. Y Olympia ama a Al y Lil, porque diseñaron cada una de sus malformaciones. Ama a Chick, su hermano pequeño, por su bondad infinita y su ingenuidad sin mácula. Ama a Elly y a Iphy, las siamesas, las más bellas y virtuosas pianistas. Ama a Arturo, el chico que nació con aletas allí donde debiera tener extremidades, más que a nadie en este mundo. Ama a Miranda, pese a que ésta no sabe que salió de su vientre. Tanto la ama que la seguirá allá donde vaya para que nada le falte. Ama a la señora Lick aunque sabe que no debe, pese a que esta invierte su fortuna en corregir a los monstruos como ella. Los ama tanto que haría lo que fuese por protegerlos. Y a aquellos que la llaman monstruo, que la saltan con la mirada o le disparan atrincherados en aparcamientos, a esos también podría aprender a amarlos.

Su lectura me ha parecido:

   Original, dura, lenta en ocasiones, atrayente al mismo tiempo, con un elenco de personajes inmejorable, tierna, poderosamente reflexiva, desconcertante, perturbadora, deliciosamente extravagante... Tras haber dirigido la adaptación cinematográfica más famosa de Drácula (la de Bela Lugosi por supuesto) el director estadounidense Tod Browning rodó en 1932 la que es considerada como una de las películas más polémicas e incómodas de la historia: Freaks (La parada de los monstruos en España). Una cinta en la que el espectador asiste a la cotidianeidad dentro de un circo ambulante y sus peculiares habitantes. A la trapecista, el forzudo, el payaso o la domadora de focas, se le unen varios enanos, unas gemelas siamesas, dos "cabezas de alfiler", un torso viviente, un medio hombre, una mujer sin brazos, una mujer barbuda y una mujer ave entre otros muchos personajes. Actores de carne y hueso con deformidades físicas reales desfilan durante los 64 minutos de película, algunos de ellos incluso, protagonizando las escenas más memorables. Su estreno fue difícil desde el primer momento, siendo prohibido su visionado en países como Reino Unido o Estados Unidos durante décadas. ¿El resultado? Un estrepitoso fracaso en taquilla y la ira de los productores de la Metro-Galdwyn-Mayer, quienes retiraron a Browning todo su apoyo e influencia en la industria. Desmayos, gritos, amagos de abortos, vómitos, insultos... Estaba claro que la sociedad de los años 30 no estaba del todo preparada para una cinta de estas características, para una película en la que se destierran prejuicios dotando de humanidad a personas que, a ojos de todo el mundo, eran simplemente monstruos. Lástima que Browning no viviese lo suficiente para comprobar como, treinta años más tarde, su película era reestrenada de nuevo por todo lo alto (durante el Festival de Venecia de 1962) y considerada inmediatamente por la crítica como un clásico injustamente maltratado. Ahora sí, la sociedad de los 60 ya estaba preparada para ver en pantalla aquellos actores, aquella trama y aquellas malformaciones que entonces horrorizaron a más de un espectador. Imágenes que, en lugar de repugnar, despertaban ternura e incluso empatía. La visibilidad que Browning les dio a estos interpretes (en muchos casos procedentes de ferias y circos) creó escuela y una legión de cineastas y escritores que no dudaron en perpetuar su influencia. La filmografía de Tim Burton es un ejemplo, así como la reciente y premiada American Horror Story - cuya cuarta temporada es un homenaje - pero en el terreno de la literatura Katherine Dunn fue una de las que tomó el testigo y lo plasmó en la peculiar novela que hoy tengo el placer de reseñar. Amor de Monstruo: ¡Larga vida a los freaks!

   La publicación del libro de Katherine Dunn se vivió como un enorme acontecimiento en los Estados Unidos de los años 80. Series como Stranger Things nos han recordado - o descubierto en la mayoría de los casos - lo mucho que significó dicha década en la cultura estadounidense, y de rebote para resto del mundo occidental. Como dijo alguien muy sabio, quien controla el dinero controla el mundo, por lo que muchas y muchos no tardaron en copiar, imitar, adaptar o directamente introducir algunos de los aspectos más punteros que lo estaban "petando" en el país norteamericano. Sin embargo, uno de los aspectos clave en lo que a cultura se refiere, tuvo lugar precisamente en la meca del cine. Algo pasaba en Hollywood, los cimientos se tambaleaban, nuevos rostros se abrían paso para iniciar una revolución cinematográfica que marcaría un antes y un después en la historia del cine. Algunos, como Francis Ford Coppola, Martin Scorsese o George Lucas pusieron los cimientos con sus respectivos y rompedores estilos de dirección y guion. Sin embargo, fue otro nombre, otra la persona que vino a elevar dicha revolución y a situarla un peldaño más arriba. Hablo, por supuesto, de Steven Spielberg. Sí, ese director acusado por la crítica de hacer sólo películas para niños pero que consiguió cosas como que tuviéramos reparos en bañarnos en el mar durante varios veranos,  que toda una generación quisiese estudiar arqueología y la siguiente paleontología, que quisiéramos ir en busca de tesoros piratas, que mirásemos con recelo la pantalla de cualquier televisión a altas horas de la madrugada, que desconfiásemos de los Furbies por su extraordinario parecido con los Gremlins o que mirásemos hacia el cielo convencidos de la existencia de extraterrestres habitando en mundos todavía por descubrir. Sus películas no sólo forman parte de nuestra memoria y de la cultura popular, sino que además, consiguió algo muy importante, elevar a los altares a la literatura de género, o lo que es lo mismo, hacer que nos gustase aún más la fantasía, la ciencia ficción y el terror. Es en ese contexto, cuando muchos habían caído rendidos ante ET, en el que aparece Amor de monstruo, a finales de la década, casi coincidiendo con el despegue de Tim Burton, cuya filmografía se llenó de oscuridad y criaturas socialmente marginadas para hacernos reflexionar sobre el amor, la apariencia, la humanidad y los prejuicios. Sin Spielberg - entre otros tantos - el cine de género no habría salido del ostracismo, sin esa generalizada puesta en valor de personajes fuera de la norma en las películas probablemente el libro de Katherine Dunn habría pasado desapercibido. Afortunadamente, eso no ha pasado, ya que a día de hoy podemos disfrutar - ¡por fin! - de este clásico contemporáneo de la literatura de género.

   Centrándonos en la reseña propiamente dicha, comenzaremos avisando que Amor de monstruo no es un libro fácil de leer. La dureza de su historia así como ese ritmo ligeramente desigual - es curioso como un mismo libro puede resultarte dificultoso y ameno de leer al mismo tiempo - hacen de la novela de Dunn un camino tortuoso pero fascinante. Porque eso sí, el tema así como la propia idiosincrasia de la novela consiguen que - a pesar de lo ya mencionado - el lector no pueda apartar los ojos de las páginas. La narración, en un primer momento, podría recordar escandalosamente a la trama de La parada de los monstruos. No obstante, por fortuna, sólo podemos hablar de la cinta de Tod Browning como la gran inspiración de Amor de monstruo, tan grande que por momentos parece un homenaje casi intencionado. A diferencia de la historia de los freaks del circo ambulante más famoso de la historia del cine, en la novela de Dunn los Binewski - estrellas de la feria de "La Fabulonia" - tienen diversas malformaciones no por nacimiento sino por un sinfín de transgresiones consentidas, buscando precisamente eso, la imperfección. Porque el matrimonio Binewski - Al y Crystal - está al frente de un negocio, y por mucho espectáculo circense que sea, tiene que ser rentable, y si para eso sus hijos deben ser lo más extraordinarios posible, pues se hace todo lo posible para que así sea. Bajo esta premisa - moralmente reprochable - el lector asiste a la cotidianeidad del circo y al día a día de todos estos hijos. Todo narrado desde la perspectiva de la albina, calva y jorobada Olympia - la entrañable y extremadamente leal protagonista - cuya peculiar mirada nos muestra a los demás integrantes del circo: el ambicioso Arty (llamado "Aqua Boy" porque nació con aletas), las virtuosas Elly e Iphy (siamesas) y el pequeño Chick (con sus habilidades con la telequinesia). Con una bondadosa primera persona, Dunn nos sumerge en una montaña rusa de emociones y extravagancias donde en los picos más altos encontramos un dramatismo y una violencia predecible pero no en cotas tan perturbadoras. Algo que ese marco de terror gótico ayuda a potenciar. Amor de monstruo, en última instancia, presentaría una lucha entre la cruda realidad - la de una sociedad que nunca los aceptará y que buscará la forma de revertir sus malformaciones - y el amor infinito que destila Olympia, tan puro, tan inocente, tan en ocasiones irracional que traspasa el papel para acariciar el corazón de los lectores.

   Una de las consecuencias que tuvo el estreno y popularización en los años 60 de la cinta maldita de Tod Browning fue que a partir de ese momento la palabra "freak" se usase para referirse a alguien anómalo, extraño, peculiar o marginal. Con el paso del tiempo el término adoptó otro significado para hablar de quienes, de forma generalizada, llevan a termino un comportamiento trasgresor con las normas y comportamientos sociales. De este modo, "freak" evolucionó a "freaky", siendo un freaky (friqui en castellano) alguien cuya obsesión o gusto por un hobby es desmesurada, hasta el punto de convertirlo en su forma de vida. No hace falta que me explaye más en cuestiones morfológicas y terminológicas, pues todas y todos sabemos que de un tiempo a esta parte lo friqui está bien visto cuando hace unos años en los institutos, por ejemplo, se marginaba. La o el friqui era el blanco de todas las burlas, hasta el punto de llegar a convertirse en casos de bullyng. Por eso, no deja de resultar paradójico que quienes en antaño se mofaban de los friquis ahora se declaren o se definan precisamente con esa palabra. Hoy en día todos somos friquis, hasta de lo que tradicionalmente nunca se ha considerado friqui. Dejando a un lado esta breve pero muy necesaria apreciación, creo que deberíamos, en esta cuestión, remontarnos de vez en cuando a los orígenes del término, a esa película que lo popularizó, a esa puesta en valor - ya no sólo de las malformaciones o las diferentes patologías que dan lugar a ellas - también a esa humanidad que reside en cada una y uno de nosotros y que por supuesto también poseen los que durante tantos siglos se ha marginado, condenado, maltratado, ocultado, discriminado o matado. Porque sin querer parafrasear a cierto presidente del gobierno, todos somos seres humanos y tenemos sentimientos, experimentamos emociones: nos enamoramos, nos enojamos, nos entristecemos, nos alegramos... ¿Acaso aún existen prejuicios hacia quienes son físicamente diferentes a nosotros? ¿Es posible que aún haya gente que se sienta incómoda con su presencia o directamente piensen que no deberían existir? Lamentablemente, y a tenor de algunas cosas que se oyen por televisión en prime time, así sigue siendo. Amor de monstruo: una historia de amor infinito, mitos, violencia, circo, relaciones familiares... Una novela que demuestra el poder de la literatura para espantar a los prejuicios.

Frases o párrafos favoritos:

"¡Serás lela! Esto lo escriben los normas para asustar a los normas. ¿Sabes quiénes son esos monstruos y demonios y espíritus malignos? Tú y yo."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Blackie Books 

3 comentarios:

  1. conozco de oídas la película "la parada de los monstruos" pero no la he visto, como tampoco he leído esta novela, pero creo que trata un tema sumamente interesante. Personalmente tengo ciertas opiniones y reflexiones sobre este tema de lo considerado "raro" o "anormal" frente a lo "habitual" o "no normal" al constituir una de las vertientes de mi campo de trabajo, tanto en lo teórico-académico como en lo estrictamente laboral. Lo dejaré para otro momento.
    Una reseña muy interesante a la que si me permites me gustaría añadir una pregunta ¿Por qué lo que antes era "friqui" ahora es considerado "normal"? creo que la novela que hoy nos reseñas puede ayudar a responder a esta pregunta.
    Una excelente reseña

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  2. No conocía este libro ni a su autora. Es tentador, pero que sea difícil de leer ahora mismo me echa para atrás. Pero me lo apunto para más adelante, cuando tenga la cabeza más centrada.
    Besotes!!!

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  3. Hola! No conocía el libro pero me ha gustado mucho el tema que trata y pese a lo duro que pueda ser no lo descarto. Muchas gracias por la reseña.

    Un saludo!

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