jueves, 6 de junio de 2019

RESEÑA: Un domingo en el campo.

UN DOMINGO EN EL CAMPO

Título: Un domingo en el campo.

Autor: Pierre Bost nació en Lasalle en 1901, creció en Le Havre y se instaló en París poco después de la Primera Guerra Mundial. Entre 1924 y 1945 publicó más de una docena de novelas y ensayos, buena parte de ellos siguiendo la estela de Marcel Proust. Fue uno de los escritores y periodistas más importantes del periodo de entreguerras y, años después, uno de los mejores guionistas del cine francés de posguerra (autor o coautor de los guiones de filmes tan célebres como El diablo en el cuerpo, Juegos prohibidos, ¿Arde París?, Sinfonía pastoral o El relojero de Saint-Paul). Sus trabajos más importantes son Faillite (1928), Le scandale (1931, Premio Interallié 1931), Porte-Malheur (1932) y Un domingo en el campo (1945), tras el cual no volvió a escribir más novelas. Murió en 1975 en París. (Fuente: Editorial).


Editorial: Errata Naturae.

Idioma: francés.

Traductora: Regina López Muñoz.

Sinopsis: Monsieur Ladmiral, un anciano pintor de éxito, aunque algo convencional, se establece en las afueras de París, donde su hijo Gonzague lo visita con su familia cada domingo. Como en casi todas las reuniones familiares, se come, se bebe, se charla… y se «callan cosas». Todo es como siempre ha sido, hasta que Irène, la hija adorada, aparece por sorpresa. Mientras que Gonzague lleva una vida aburrida de clase media, Irène —una mujer liberada y sociable, que rara vez visita a su padre— es, en buena medida, un secreto para todos. (Fuente: Editorial).

Su lectura me ha parecido:

   Breve, sencilla, impresionista, con un irresistible toque de melancolía, encantadora, en la que parece que no pasa nada pero sucede todo... Durante años fantaseé con la posibilidad de tener una casa en el campo. En mi cabeza los muros de piedra se confundían con suntuosas enredaderas que ascendían hasta la techumbre. En mis pensamientos, el jardín sería el lugar donde podría relajarme del estrés, del tráfico, del olor a suciedad y de ese bullicio que en ocasiones se torna en insoportable. Tendría un huerto, con las frutas y hortalizas que me apeteciese, y un limonero presidiendo todo ese espectáculo de vida. Habrían rosas, violetas, lavanda, margaritas y en medio una mesita con sillas. Seguramente se nos comerían las abejas, mosquitos y demás seres de la fauna invertebrada. Pero con solo imaginarme el olor que desprenderían mis imaginarias flores, todo parecía posible. En mis sueños, los más irrealizables, también divisaba una terraza donde hacer vida social y en el que podría encontrar cierto sosiego para poder escribir alguno de tantos proyectos en blanco almacenados en el ordenador. En realidad, y para seros sincera, nunca pensaba en cómo sería el interior de la ansiada casa, eso era superficial, lo importante estaba a fuera, en el campo, en esa extensión de terreno en consonancia con la naturaleza, en esos matorrales, y sobre todo, en las infinitas posibilidades de uso y disfrute. Pero los sueños son eso, simples sueños. Y como a este paso no creo que dichas ambiciones consigan materializarse, prefiero, al menos por el momento, imaginarme a través de los libros que me encuentro allí, un domingo cualquiera, dejando pasar el tiempo y esperándolas venir mientras observo a una mariposa posarse sobre los pétalos de un rojo geranio. Un domingo en el campo: oda a la nostalgia y ácido retrato familiar.

   Cuando me decidí, por fin y tras mucho esperar, iniciar la lectura de este cuento - o novela corta, según como se mire - no sabía lo que me iba a encontrar entre sus escasas 86 páginas. Desde el primer momento que lo vi expuesto a la entrada de una de las librerías más importantes de mi ciudad caí rendida ante su sinopsis y ante un penetrante halo de misterio que lo hacía demasiado atractivo a mis ojos. Sin embargo, y como siempre suele suceder, otras lecturas - más o menos urgentes, depende de las temporadas o los arrebatos en lo que apetencias lectoras se refiere - pasaron por encima de la de Bost. Algunas de ellas más malas que el demonio, otras en cambio excelentes propuestas, las cuales hicieron que poco a poco me fuera "olvidando" de ese magnetismo que sentí la vez que tuve Un domingo en el campo entre mis manos. El tiempo pasó y con la llegada de la primavera, las ganas y el interés por dicho librito renacieron, brotaron, florecieron en medio del frío bosque en el que se había convertido mi curiosidad intelectual con tanta lectura invernal. Había llegado el momento de adentrarse en el jardín, en esa casa, en la personalidad de su intrigante protagonista, en los recovecos de la naturaleza que rodean la trama, en ese conflicto que se avecina y que - como reza la contraportada - destapará algún que otro secreto. ¿Y sabéis que os digo? Que el viaje a la Francia rural prebélica, pero sobre todo, al seno de esta familia ha sido precioso a la par que sorprendente.

   En lo que a la reseña propiamente dicha se refiere, comenzaremos diciendo que Un domingo en el campo presenta una trama y un estilo de escritura de una pasmosa sencillez. Tanto es así que ésta vuela en manos del lector - yo me lo terminé en dos días exactamente - y los más inconformistas dirán que no es para tanto, que la historia que cuenta ya la hemos visto tanto en el cine como en otras novelas, que en realidad pasar, pues no pasa mucho. Contradiciendo estas posiciones - las cuales son muy habituales en cuanto a relatos se refiere - diré que Un domingo en el campo sí, juega con recursos ya explotados anteriormente, que sí, que en ocasiones da la sensación que la historia no tiene evolución debido a la cronología de la narración - todo sucede durante las 24 horas de un domingo en el campo - pero, sí que suceden cosas, ¡vamos si suceden! Lo que pasa es que hay que estar muy atentos y seguir a pies juntillas todos los detalles y pistas que el autor deja por el pedregoso camino hasta conducir a esa idílica casa de campo. La novela de Bost es una novela de personajes, como bien demuestra la perfecta construcción de cada uno de ellos, desde el más insignificante y secundario hasta el más importante, todos tienen una personalidad muy marcada y equilibrada respecto a la historia. Simplemente la justa y necesaria ¿para qué pedir más? En primer lugar tenemos a Monsieur Ladmiral - protagonista absoluto del cuento - anciano, pintor de éxito, solitario, con una descarada ironía capaz de provocar incomodos silencios - algunos de ellos divertidos por cierto - y cuyo amor por sus dos hijos - Gonzague e Irène - es tan desigual, tan perverso, tan condescendiente y al mismo tiempo tan fascinante. A su derecha tenemos a Gonzague, el hijo sufridor, el marido atento, el perfecto padre de familia y que trata por todos los medios ganarse el amor de su padre visitándolo con toda la troupe cada domingo. Y a su izquierda Irène, la hija ausente, liberada, avanzada a su época, sociable, soltera y emprendedora. Los celos, las envidias y las críticas veladas resultan sutiles pero igual de dolorosas que una puñalada en el estómago  y contrasta con esa patina de cotidianeidad - o costumbrismo - con la que el autor adorna la trama. Si por algo destaca este relato es precisamente por el contraste entre lo rutinario y lo extraordinario - que se desata con la inesperada llegada de Irène a la casa -, pero sobre todo, entre el abandono de una época gloriosa y el comienzo de una nueva todavía por descubrir.

   La nostalgia es el gran tema que planea constantemente al rededor de Monsieur Ladmiral y en general sobre toda la novela. No debemos olvidar el contexto en el que se ambienta - en una Francia prebélica, a punto de ser testigo de la primera de las grandes carnicerías humanas que asolarán Europa en los siguientes años -. Por lo que el lector inmediatamente puede sacar conclusiones respecto su intencionalidad y aventurar alguna que otra interpretación. ¿Y si este relato fuera más allá de sus personajes? ¿Y si éstos simbolizan a los principales actores temporales de la época? ¿Y si estamos ante una novela, breve en este caso, que pretende homenajear a una era que se va y describir la incertidumbre de la que esta a punto de tener lugar? No sería tan descabellado teniendo en cuenta las características de sus personajes. Monsieur Ladmiral representaría, siguiendo esta teoría, al ciudadano francés frente a una difícil disyuntiva. La de elegir entre lo anterior o lo nuevo, entre lo viejo y lo actual, entre sus mejores años y un futuro aún por definirse. En ese sentido, Gonzague sería la juventud anclada y poco receptiva a un cambio de paradigma e Irène, por el contrario, simbolizaría la modernidad bien entendida . De hecho, ni siquiera el sexo es baladí, ya que lo conservador parece adquirir formas masculinas y lo avanzado rasgos femeninos. No debemos olvidar que es durante esta época cuando, por ejemplo, las mujeres empiezan a reclamar sus derechos en cuanto a sufragio y representatividad en política entre otros muchos. Derechos que, precisamente los hombres, siempre se negaron a conceder obstaculizando su concesión y aprobación en numerosas ocasiones. Monsieur Ladmiral se encuentra, por tanto, en medio de ambos hijos, entre dos formas de vivir su contexto, entre el pasado y el futuro. Y es entonces cuando la nostalgia se apodera del anciano, esos recuerdos de juventud, ese aroma que le devuelve a los momentos más felices de su vida. ¿Será capaz de afrontar los nuevos retos del siglo XX? ¿O por el contrario permanecerá como una roca, aferrado al poder de lo vivido durante el XIX? La respuesta, la tendréis que encontrar en el interior de sus páginas.

Un domingo en el campo: una historia de envidias, desdén, naturaleza domesticada, paseos por el campo, conflicto, emancipación femenina, disputas, costumbrismo... Un cuento que demuestra que las predilecciones paternas existen, que no hemos cambiado mucho de un tiempo a esta parte y que es posible tener un jardín ausente de árboles frutales. Palabra de Monsieu Ladmiral.

Frases o párrafos favoritos:

"Cuando el señor Ladmiral se quejaba de estar envejeciendo lo hacía mirando muy fijamente a su interlocutor, y en un tono provocador que parecía invitar a que lo contradijeran. Quienes no lo conocían bien lo malinterpretaban y respondían educadamente, como se hace siempre, que menuda ocurrencia, que el señor Ladmiral estaba como un roble y que los enterraría a todos. Entonces el señor Ladmiral se enfadaba y se remitía a las pruebas: ya no podía trabajar a la luz de la lámpara, que levantaba hasta cuatro veces por las noches, se le quedaban lo riñones molidos cada vez que serraba madera, y para colmo, y eso nadie podría rebatírselo, tenía mas de setenta años. (...) Más valía, por tanto, no intentar contradecirlo cuando se quejaba de estar envejeciendo."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Errata Naturae

2 comentarios:

  1. Hola! No conocía ni el libro ni el autor pero la verdad es que no me atrae mucho su argumento así que lo voy a dejar pasar. Gracias por la reseña.

    Un saludo!

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  2. No termina de llamarme esta vez así que prefiero dejarla pasar.
    Besotes!!!

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