LA SEÑORA DALLOWAY
Título: La señora Dalloway.
Autora: "Virginia Woolf (1882-1941), pilar de la narrativa contemporánea y figura central del Grupo de Bloomsbury, cultivó con éxito la novela escribiendo títulos tan memorables como La señora Dalloway, Al faro o Las olas entre otras. Al mismo tiempo también se atrevió con el ensayo literario (El lector común), el político (Tres guineas), el feminista (Una habitación propia), la biografía (Roger Fry) y sendos volúmenes de cuentos. También lo que podríamos denominar un nuevo género: la biografía semificticia, como el caso de Orlando. Miembro de lo que se ha denominado la aristocracia intelectual británica, a su muerte suicidándose en el río Ouse, cercano a su domicilio.
Editorial: Alianza Editorial
Idioma: inglés.
Traductor: José Luís López Muñoz.
Sinopsis: novela en la que se inspiró la película Las horas - protagonizada por Meryl Streep, Nicole Kidman y Julianne Moore - La señora Dalloway relata un día en la vida de una mujer de la clase alta londinense desde el punto de vista de una conciencia que experimenta con plena intensidad cada instante vivido, en el que se mezclan sentimientos, pensamientos y emociones y se condensan en el pasado, el entorno y el presente.
Su lectura me ha parecido:
Densa, perfecta en cuanto a extensión, reflexiva, profundamente sensible, con más enjundia de lo que parece, un ejercicio narrativo, a pesar de su lentitud, impecable... Confieso que pocas han sido las veces que he podido viajar al extranjero, menos de las que me gustaría. Eso sí, aquellos viajes totalmente excepcionales los he aprovechado al máximo, tanto que mis pies acaban convirtiéndose en un estoico mapa de dolores provocados por el frenetismo y las caminatas propias del turista más insaciable. En uno de ellos me encontraba, por segunda vez, en Londres. Pero no en el Londres parlamentario del Big Ben, ni en el royal del Bukingham Palace, ni en el alternativo de mercadillos como Portobello o Camden Town. Más bien estaba en el Londres más helenístico, más imperial, más egipcio, más mesopotámico... En definitiva, en el más clásico. Rodeado por edificios construidos hace dos siglos se alzaba ante mi uno de los lugares más imponentes y que, desde que me familiaricé con el mundo de las mitologías griegas y romanas, deseaba con todas mis fuerzas visitar. El British Museum - o el lugar que acoge uno de los mayores expolios de la historia - consiguió fascinarme. Comprender que para una historiadora - independientemente de su especialización - el estar rodeada de sarcófagos, bustos de emperadores romanos, los relieves del Partenón de Atenas o la famosa Piedra Rosetta (casi me dio un parraque cuando supe que estaba allí) es comparable a dejar a una niña en una tienda de chucherías. Sin embargo, no fui consciente hasta que salí de aquella bárbara exposición de que me encontraba en Bloomsbury. Sí lectoras y lectores. En Bloomsbury. No hace falta tener una carrera de filología inglesa para saber que, entre aquellas asombrosas y señoriales calles, el 46 de Gordon Square y lo que en su interior se cocía marcó un antes y un después en la historia, ya no sólo de la literatura británica, sino de la de muchos otros países. Me imagino a una joven, de unos veinticinco años, mirando tímidamente desde la ventana del salón. Su mueca es triste, pues no hace mucho que se mudó a aquella casa junto a su familia, como tampoco desde su última crisis nerviosa. Pero su cabeza rezuma de creatividad y de unas ideas que, aunque adelantadas a su época, no duda plasmarlas en el frío papel. Esa mujer, por supuesto, es Virginia Woolf, contemplando la calle, confeccionando su propia visión de su nuevo hogar, ese Londres que magistralmente describió en el libro que hoy tengo el placer de reseñar. La señora Dalloway: cuando las apariencias, los traumas y los recuerdos matan.
Dicen que a Virginia Woolf se le ocurrió la trama de La señora Dalloway - probablemente junto con Orlando su novela más cinematográfica - tras haber leído con suma fascinación y seguramente paciencia (mucha paciencia) el Ulisses de James Joyce. Dejando a un lado el hecho de que la novela del mejor escritor que ha dado las letras irlandesas no haya envejecido del todo bien, diremos que son muchos los puntos que unen a ambas obras, entre los cuales el "monologo interior" destaca por encima de todos ellos. Si en la monumental novela de Joyce éste se sirve para describir los pensamientos del personaje de Molly Bloom - ocho larguísimas oraciones sin signos de puntuación que a día de hoy nos atemorizan y al mismo tiempo nos impresionan - en La señora Dalloway Woolf le da una vuelta de tuerca al usarlo de una forma más práctica. Al contrario en Ulisses - caracterizado por un cierto caos narrativo y estilístico - en la presente novela se usa para ordenar pensamientos, para enmarcarlos dentro de una lógica, para que al lector le quede claro que (a pesar de que la mente humana puede semejarse a un campo sembrado de anarquía) existen unos temas de reflexión prioritarios que subyacen de un montón de tramas que la autora ha querido poner sobre la mesa. A veces me daba la sensación, leyendo a La señora Dalloway, que me encontraba en aquel salón, rodeada de mucha gente que anda, de aquí para allá, que cambia de sitio, de compañeros de tertulia, de cubierto... Pero que, sin embargo, podía localizar todas y cada una de las preocupaciones que tanto le importaron a Woolf entre tanto personaje difuminado por el movimiento, o lo que es lo mismo, a esas almas humanas imprescindibles para el relato.
La historia parece muy sencilla. El lector asiste a las 24 horas en la vida de una mujer llamada Clarissa Dalloway. Perteneciente al sector más acomodado de la sociedad inglesa, representa la represión sexual y económica bajo una fachada de feliz y equilibrada esposa. Esa jornada estará marcada por un acontecimiento muy importante, ya que Clarissa será la anfitriona de una fiesta que tendrá lugar en su casa, a la cual, acudirán una serie de personajes. Entre todos ellos, uno sobresale por encima del resto, el de Septimus Warren, veterano de guerra enloquecido tras volver del frente. A partir de esa premisa, Woolf articula una historia sobre las corazas emocionales construidas para aparentar y no para dejar entrever lo que de verdad nos hace personas. En ese sentido, una novela como La señora Dalloway irrumpe con fuerza, agrietando los valores victorianos para dar paso a otros más nuevos. Uno de ellos, como no podía ser de otra forma, tiene que ver con el feminismo, impulsado, como no, por los acontecimientos que habían tenido lugar durante aquellos azarosos años. Cuando esta novela de Virginia Woolf se publicó en el año 1925, en Reino Unido - tras una larga y perseverante lucha por parte del movimiento sufragista - las mujeres mayores de 30 años y con propiedades, desde 1918, ya podían votar. También ser elegidas diputadas gracias a una ley parlamentaria promulgada ese mismo año. No obstante, aún habría que esperar tres años para que se rebajase la mayoría de edad de la mujer británica (fijándose en los 21) y se ampliase a todas las capas de la sociedad. Es en ese contexto de logros y de objetivos aún por alcanzar en el que Virginia Woolf encuentra su lugar desde el plano intelectual, concentrando en el personaje de Clarissa Dalloway los males del patriarcado, de los cuales, ella misma se va desprendiendo a medida que se va dando cuenta de su personalidad, de sus gustos, de sus ambiciones, de sus verdaderos sentimientos. Las mujeres tenemos identidad propia. ¿Sencillo no? Pues parece que para la Inglaterra de postguerra eso no estaba todavía claro, de ahí que figuras como la de Woolf se empeñasen en reivindicarlo.
Por otro lado, no debemos dejar de lado a Septimus Warren y su trauma tras haber pasado los últimos cinco años de su vida luchando desde las trincheras. En sus pies, el barro de Verdún. En sus manos, el peso del fusil. Y en su rostro, la torcida mueca de quien presencia la innecesaria muerte de tantos hombres. Además de fascinarme, Woolf consigue con Septimus Warren describir a la perfección el clima agridulce que trajo consigo la I Guerra Mundial para Inglaterra. Al pertenecer al bando vencedor, el país salió muy reforzado, ganándose de ese modo un gran respeto internacional. Algo que desde la clase política se trató de vender como una victoria aún mayor. Y sí, lo era. No obstante la otra cara de la moneda la encontramos en quienes volvieron - de una pieza o no físicamente - de aquel infierno. Esos jóvenes a los que (mediante una propaganda patriótica) se les convenció de las virtudes de participar en la guerra pero que, sin embargo, regresaron de ella siendo otras personas completamente distintas. Sus sueños, sus principios, todo se quedó allí, sepultado bajo la metralla y el olor a cadáver. Septimus Warren sintetiza ese sentimiento de incomprensión social, de frustración, ese doloroso trauma imposible de extirpar que le lleva a delirar - como que las aves cantan en griego - y a padecer tendencias suicidas. Dicho esto, si fusionamos la personalidad de Clarissa Dalloway y el deterioro mental de Septimus Warren, podríamos considerar - y lanzo la siguiente hipótesis - la posibilidad de que la propia Virginia Woolf se hubiese retratado a ella misma en sus dos complejas realidades: la de una mujer feminista en constante construcción que durante toda su vida ha luchado contra toda clase de enfermedades mentales. Más allá de una novela sobre la liberación de la mujer, más allá de su sello antibelicista, más allá de su carácter coral, más allá de su "homenaje" al legado literario de James Joyce; La señora Dalloway es un libro que revela una realidad incontestable: la de que nuestra existencia es una constante pelea y un intento de conciliación entre nuestras facetas, problemas y preocupaciones. Virginia Woolf, al igual que Clarissa y Septimus, es única y al mismo tiempo muchas "Virginias", en otras palabras, diferentes versiones de una misma. Si entendemos eso entenderemos el feminismo por ejemplo, pero también, y más importante, a las personas que nos rodean.
La señora Dalloway: una historia de personajes fuertes, personajes difuminados, personajes heridos, personajes atrapados, personajes libres, personajes imprescindibles... Una novela que requiere paciencia, reposo y grandes dosis de tertulia literaria.
Frases o párrafos favoritos:
"Tenía la extrañísima sensación de que nadie la veía ni la conocía; se había acabado el matrimonio y tener hijos, sólo quedaba aquel sorprendente avanzar de manera solemne, aquel ser la señora Dalloway; ni siquiera Clarissa ya; tan solo la señora de Richard Dalloway."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de La Señora Dalloway
Editorial: Alianza Editorial
Idioma: inglés.
Traductor: José Luís López Muñoz.
Sinopsis: novela en la que se inspiró la película Las horas - protagonizada por Meryl Streep, Nicole Kidman y Julianne Moore - La señora Dalloway relata un día en la vida de una mujer de la clase alta londinense desde el punto de vista de una conciencia que experimenta con plena intensidad cada instante vivido, en el que se mezclan sentimientos, pensamientos y emociones y se condensan en el pasado, el entorno y el presente.
Su lectura me ha parecido:
Densa, perfecta en cuanto a extensión, reflexiva, profundamente sensible, con más enjundia de lo que parece, un ejercicio narrativo, a pesar de su lentitud, impecable... Confieso que pocas han sido las veces que he podido viajar al extranjero, menos de las que me gustaría. Eso sí, aquellos viajes totalmente excepcionales los he aprovechado al máximo, tanto que mis pies acaban convirtiéndose en un estoico mapa de dolores provocados por el frenetismo y las caminatas propias del turista más insaciable. En uno de ellos me encontraba, por segunda vez, en Londres. Pero no en el Londres parlamentario del Big Ben, ni en el royal del Bukingham Palace, ni en el alternativo de mercadillos como Portobello o Camden Town. Más bien estaba en el Londres más helenístico, más imperial, más egipcio, más mesopotámico... En definitiva, en el más clásico. Rodeado por edificios construidos hace dos siglos se alzaba ante mi uno de los lugares más imponentes y que, desde que me familiaricé con el mundo de las mitologías griegas y romanas, deseaba con todas mis fuerzas visitar. El British Museum - o el lugar que acoge uno de los mayores expolios de la historia - consiguió fascinarme. Comprender que para una historiadora - independientemente de su especialización - el estar rodeada de sarcófagos, bustos de emperadores romanos, los relieves del Partenón de Atenas o la famosa Piedra Rosetta (casi me dio un parraque cuando supe que estaba allí) es comparable a dejar a una niña en una tienda de chucherías. Sin embargo, no fui consciente hasta que salí de aquella bárbara exposición de que me encontraba en Bloomsbury. Sí lectoras y lectores. En Bloomsbury. No hace falta tener una carrera de filología inglesa para saber que, entre aquellas asombrosas y señoriales calles, el 46 de Gordon Square y lo que en su interior se cocía marcó un antes y un después en la historia, ya no sólo de la literatura británica, sino de la de muchos otros países. Me imagino a una joven, de unos veinticinco años, mirando tímidamente desde la ventana del salón. Su mueca es triste, pues no hace mucho que se mudó a aquella casa junto a su familia, como tampoco desde su última crisis nerviosa. Pero su cabeza rezuma de creatividad y de unas ideas que, aunque adelantadas a su época, no duda plasmarlas en el frío papel. Esa mujer, por supuesto, es Virginia Woolf, contemplando la calle, confeccionando su propia visión de su nuevo hogar, ese Londres que magistralmente describió en el libro que hoy tengo el placer de reseñar. La señora Dalloway: cuando las apariencias, los traumas y los recuerdos matan.
Dicen que a Virginia Woolf se le ocurrió la trama de La señora Dalloway - probablemente junto con Orlando su novela más cinematográfica - tras haber leído con suma fascinación y seguramente paciencia (mucha paciencia) el Ulisses de James Joyce. Dejando a un lado el hecho de que la novela del mejor escritor que ha dado las letras irlandesas no haya envejecido del todo bien, diremos que son muchos los puntos que unen a ambas obras, entre los cuales el "monologo interior" destaca por encima de todos ellos. Si en la monumental novela de Joyce éste se sirve para describir los pensamientos del personaje de Molly Bloom - ocho larguísimas oraciones sin signos de puntuación que a día de hoy nos atemorizan y al mismo tiempo nos impresionan - en La señora Dalloway Woolf le da una vuelta de tuerca al usarlo de una forma más práctica. Al contrario en Ulisses - caracterizado por un cierto caos narrativo y estilístico - en la presente novela se usa para ordenar pensamientos, para enmarcarlos dentro de una lógica, para que al lector le quede claro que (a pesar de que la mente humana puede semejarse a un campo sembrado de anarquía) existen unos temas de reflexión prioritarios que subyacen de un montón de tramas que la autora ha querido poner sobre la mesa. A veces me daba la sensación, leyendo a La señora Dalloway, que me encontraba en aquel salón, rodeada de mucha gente que anda, de aquí para allá, que cambia de sitio, de compañeros de tertulia, de cubierto... Pero que, sin embargo, podía localizar todas y cada una de las preocupaciones que tanto le importaron a Woolf entre tanto personaje difuminado por el movimiento, o lo que es lo mismo, a esas almas humanas imprescindibles para el relato.
La historia parece muy sencilla. El lector asiste a las 24 horas en la vida de una mujer llamada Clarissa Dalloway. Perteneciente al sector más acomodado de la sociedad inglesa, representa la represión sexual y económica bajo una fachada de feliz y equilibrada esposa. Esa jornada estará marcada por un acontecimiento muy importante, ya que Clarissa será la anfitriona de una fiesta que tendrá lugar en su casa, a la cual, acudirán una serie de personajes. Entre todos ellos, uno sobresale por encima del resto, el de Septimus Warren, veterano de guerra enloquecido tras volver del frente. A partir de esa premisa, Woolf articula una historia sobre las corazas emocionales construidas para aparentar y no para dejar entrever lo que de verdad nos hace personas. En ese sentido, una novela como La señora Dalloway irrumpe con fuerza, agrietando los valores victorianos para dar paso a otros más nuevos. Uno de ellos, como no podía ser de otra forma, tiene que ver con el feminismo, impulsado, como no, por los acontecimientos que habían tenido lugar durante aquellos azarosos años. Cuando esta novela de Virginia Woolf se publicó en el año 1925, en Reino Unido - tras una larga y perseverante lucha por parte del movimiento sufragista - las mujeres mayores de 30 años y con propiedades, desde 1918, ya podían votar. También ser elegidas diputadas gracias a una ley parlamentaria promulgada ese mismo año. No obstante, aún habría que esperar tres años para que se rebajase la mayoría de edad de la mujer británica (fijándose en los 21) y se ampliase a todas las capas de la sociedad. Es en ese contexto de logros y de objetivos aún por alcanzar en el que Virginia Woolf encuentra su lugar desde el plano intelectual, concentrando en el personaje de Clarissa Dalloway los males del patriarcado, de los cuales, ella misma se va desprendiendo a medida que se va dando cuenta de su personalidad, de sus gustos, de sus ambiciones, de sus verdaderos sentimientos. Las mujeres tenemos identidad propia. ¿Sencillo no? Pues parece que para la Inglaterra de postguerra eso no estaba todavía claro, de ahí que figuras como la de Woolf se empeñasen en reivindicarlo.
Por otro lado, no debemos dejar de lado a Septimus Warren y su trauma tras haber pasado los últimos cinco años de su vida luchando desde las trincheras. En sus pies, el barro de Verdún. En sus manos, el peso del fusil. Y en su rostro, la torcida mueca de quien presencia la innecesaria muerte de tantos hombres. Además de fascinarme, Woolf consigue con Septimus Warren describir a la perfección el clima agridulce que trajo consigo la I Guerra Mundial para Inglaterra. Al pertenecer al bando vencedor, el país salió muy reforzado, ganándose de ese modo un gran respeto internacional. Algo que desde la clase política se trató de vender como una victoria aún mayor. Y sí, lo era. No obstante la otra cara de la moneda la encontramos en quienes volvieron - de una pieza o no físicamente - de aquel infierno. Esos jóvenes a los que (mediante una propaganda patriótica) se les convenció de las virtudes de participar en la guerra pero que, sin embargo, regresaron de ella siendo otras personas completamente distintas. Sus sueños, sus principios, todo se quedó allí, sepultado bajo la metralla y el olor a cadáver. Septimus Warren sintetiza ese sentimiento de incomprensión social, de frustración, ese doloroso trauma imposible de extirpar que le lleva a delirar - como que las aves cantan en griego - y a padecer tendencias suicidas. Dicho esto, si fusionamos la personalidad de Clarissa Dalloway y el deterioro mental de Septimus Warren, podríamos considerar - y lanzo la siguiente hipótesis - la posibilidad de que la propia Virginia Woolf se hubiese retratado a ella misma en sus dos complejas realidades: la de una mujer feminista en constante construcción que durante toda su vida ha luchado contra toda clase de enfermedades mentales. Más allá de una novela sobre la liberación de la mujer, más allá de su sello antibelicista, más allá de su carácter coral, más allá de su "homenaje" al legado literario de James Joyce; La señora Dalloway es un libro que revela una realidad incontestable: la de que nuestra existencia es una constante pelea y un intento de conciliación entre nuestras facetas, problemas y preocupaciones. Virginia Woolf, al igual que Clarissa y Septimus, es única y al mismo tiempo muchas "Virginias", en otras palabras, diferentes versiones de una misma. Si entendemos eso entenderemos el feminismo por ejemplo, pero también, y más importante, a las personas que nos rodean.
La señora Dalloway: una historia de personajes fuertes, personajes difuminados, personajes heridos, personajes atrapados, personajes libres, personajes imprescindibles... Una novela que requiere paciencia, reposo y grandes dosis de tertulia literaria.
Frases o párrafos favoritos:
"Tenía la extrañísima sensación de que nadie la veía ni la conocía; se había acabado el matrimonio y tener hijos, sólo quedaba aquel sorprendente avanzar de manera solemne, aquel ser la señora Dalloway; ni siquiera Clarissa ya; tan solo la señora de Richard Dalloway."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de La Señora Dalloway
Hola! Pues la película me gustó bastante así que no descarto leer el libro. Muchas gracias por la reseña.
ResponderEliminarUn saludo!
Sí, una novela que requiere paciencia, pero al final te das cuenta que merece mucho la pena.
ResponderEliminarBesotes!!!
me avergüenza un poco decir que dejé la película a medias porque me parecía extraordinariamente aburrida. Después de esta excelente y profundísima reseña me dan ganas no ya de intentar ver la película, sino de leer la novela.
ResponderEliminarMe resulta muy interesante la figura del veterano de la IGM y es que el tema de los veteranos de aquél conflicto es sumamente importante. Son muchos los historiadores, por ejemplo, que enumeran entre las causas del éxito del nazismo el resentimiento de los combatientes de la Gran Guerra en Alemania frente a una sociedad que les había ya no solo traicionado, sino abandonado. Este mismo sentimiento fue experimentado por los soldados franceses, a los cuales la gente pasó a llamarles "peludos" cuando no "piojosos" y lo mismo en UK. Años más tarde los veteranos de Vietnam seguramente sintieran lo mismo cuando volvían a EE.UU y encontraban el rechazo de sus pares.
Una estupenda reseña
Maravillosa reseña de una novela que debe ser leída. También la película me gustó. Yo leí el texto hace muchos años y sí, es densa, por eso requiere un momento concreto para acercarse a ella. Besos
ResponderEliminar