LENA Y KARL
Título: Lena y Karl.
Autora: Mo Daviau nació en Fresno, California, y se graduó en el Smith College y en el Programa de Escritura Helen Zell de la Universidad de Michigan. Mo viajaría en el tiempo para ver el concierto de R.E.M. en Atenas en 1980, o aquella actuación en 1969 en la que Tina Turner y Janis Joplin cantaron juntas en el Madison Square Garden como invitadas a un concierto de los Rolling Stones. Lena y Karl es su primera novela. (Fuente: Editorial).
Editorial: Blackie Books.
Idioma: inglés.
Traductor: Carles Andreu.
Sinopsis: Los mejores años de Karl parecen lejos. En su día tocó con una banda de culto de indie-rock, pero hoy ve pasar la vida desde sus cuarenta años y desde detrás de la barra de su pub. Cuando
descubre un agujero de gusano en el armario de su habitación que le permite viajar en el tiempo, de repente ni la edad ni el tiempo importan. Decide, con un amigo, montar el negocio definitivo: los clientes podrán viajar al pasado para ver su concierto favorito. Hasta que un día, Karl envía por error a su amigo al año 980 en lugar de a 1980… y no puede traerlo de vuelta. Para rescatarlo, Karl contacta con Lena, una astrofísica que siempre viste camisetas de grupos. Con ella volverá a los mejores conciertos de su vida, y descubrirá que por mucho que cambie el pasado, y aunque lo ponga patas arriba, su futuro parece empeñado en acercarle a Lena. ¿Pueden todos tus yos pasados confabular para reunirte con tu alma gemela? (Fuente: Editorial).
Su lectura me ha parecido:
Fresca, verosímil, chispeante en su primera parte, menos convincente en la segunda, con una pareja protagónica inolvidable, loca, divertida, rockera, sorprendente, de lo más original que he leído este año... Todos amamos la música. Todos. Absolutamente todos. Y quien diga lo contrario es que no es de este mundo o, haciendo alusión a la novela que hoy reseño, ha aparecido en este mundo a través de un agujero de gusano desde un planeta de una galaxia muy lejana. Ésta, de una forma u otra, siempre ha estado ahí. En la televisión, en la radio, en internet, en el cine, en el móvil, en el ya desaparecido mp3, en los vinilos o en los reivindicados casetes. Mientras compramos, viajamos en coche, duchamos, hacemos la cama, cocinamos, practicamos deporte, salimos de fiesta, de compras o de escapada de fin de semana. En la parada, asiento, andén, silla, portal, banco o cualquier sala de espera del mundo. Conformando, en definitiva, la banda sonora de nuestra propia existencia, de nuestro humilde paso por la historia de la humanidad. Desde esa cancioncilla infantil que a todos nos han cantado para que nos durmamos, hasta esa pieza que no consigues quitarte de la cabeza por más que lo intentes. Pasando por esos acordes que han marcado tu adolescencia, tu juventud, tu madurez, tu vejez. Esos mismos que no dudas en reproducir una y otra vez en soledad, en compañía, en confianza. Esos que, al fin y al cabo, regulan tus estados de animo, capaces de hacerte sentir eufórica y al minuto conseguir que derrames una lágrima de tristeza. La música es poder, es vida, es eso que nos hace únicos entre la multitud gracias a la cantidad de géneros existentes. Entre los cuales, sin embargo y a mi juicio, uno de ellos sobresale por encima del resto. Ese que con tan solo escuchar los primeros acordes de una guitarra eléctrica conocemos a la perfección y al que inevitablemente acompañamos con un improvisado bailoteo de pies, manos y de cabeza, sobre todo de cabeza. Un género con subgéneros que se consuela en su glorioso pasado de los años 60, 70, 80 y 90 - siendo la tercera de ellas su época de más esplendor y mayores excesos - y que mira al futuro con preocupación pero también con cierto optimismo dado la cantidad de gente que sigue vibrando con sus éxitos y con la certeza de que algunos de ellos se han convertido en auténticos himnos universales y generacionales. Estamos hablando, por supuesto, del Rock, cuya idiosincrasia también puede verse reflejada a través de la literatura con novelas como Lena y Karl: el viaje en el tiempo de nuestros sueños.
La literatura de género - en este caso desde el plano de la Ciencia Ficción - nunca dejará de sorprenderme. Como tampoco el hecho de que aparezcan de vez en cuando voces y plumas capaces de darle una vuelta de tuerca más a los clichés. Una de ellas, la de la norteamericana Mo Daviau, no sólo ha conseguido - ojo, en su primera novela - otorgar de una originalidad pasmosa a la típica pero apasionante historia de viajes en el tiempo, sino que además ha logrado compaginarlo con otra de sus grandes pasiones: la música, y en concreto, la música rock. De esta impensable mezcla da como resultado la novela que muchas y muchos lectores exigentes y aficionados a este tipo de literatura estábamos esperando con ansia. Esa en la que se demostrase que todavía a día de hoy no existen límites espacio-temporales para regalar al lector grandes y memorables tramas. Pero, ¿qué cuenta Lena y Karl? Pues simplemente la historia de Karl, exintegrante de un grupo de rock alternativo - The Axis - cuyos mejores días han pasado a mejor vida y que ahoga sus penas y su nostalgia regentando un bar de poca monta en Chicago hasta que un día, por casualidad, descubre la existencia de un agujero de gusano en el armario de su cuarto que le traslada a los mejores conciertos de la historia del rocka los que le hubiera gustado asistir. Ante tal descubrimiento, su amigo Wayne - un genio de la informática y melómano empedernido - diseña un programa para poder elegir la fecha y el lugar al que ir. De este modo, ambos montan un negocio clandestino de viajes en el tiempo perfecto para amantes de la música. La cosa parece ir viento en popa hasta que Wayne, consciente del poder del agujero de gusano para alterar el curso de la historia, decide trasladarse al Manhattan de 1980 para evitar el asesinato de John Lennon (el mítico cantante de The Beatles). Un error al introducir la fecha hace que Wayne no viaje a 1980, sino al 890, una época en la que Manhattan era bosque y los nativos americanos vivían en paz. Para traerlo de vuelta busca desesperadamente en internet a alguien que le pueda ayudar. Así es como acaba dando con la otra pata de esta historia, con Lena, una profesora de física enamorada de la música y fan del grupo al que pertenecía Karl. La química entre ellos es evidente, no tardarán en enamorarse, pero sus propios prejuicios y la dificultad de traer de vuelta a Wayne serán algunas de las dificultades a las que tendrán que enfrentarse en esta aventura. ¿Es o no es una locura de premisa?
El atractivo de esta historia es más que evidente, ya no sólo por la fantasía que ya de por sí está servida, también por otros detalles que contribuyen - de desigual modo por desgracia - a dotar esta novela del calificativo de "inolvidable". La primera parte entra como un tiro en los ojos del lector, el cual, asiste perplejo y maravillado a la marcianada que supone encontrarte de la noche a la mañana un agujero de gusano en el interior de un armario. Y encima que esto le suceda al tío más triste - al menos al principio - del que yo tenga memoria en lo que a personajes literarios se refiere. Narnia queda a la altura del betún en comparación con lo que Woodstok, Live Aid , la primera edición del Rock in Río o el concierto de la azotea protagonizado por los Beatles pueden ofrecer. Y si a eso le sumas un secundario más friki que cualquiera de los protagonistas masculinos de The Big Bang Theory desde el punto de vista de la historia del rock - Wayne - y una protagonista - Lena - inteligente, ingeniosa, feminista y con gran sentido del humor; el cóctel es explosivo. Especialmente delirante es el momento en el que se comete el fallo que hace que Wayne acabe en el 980, al igual que las conversaciones entre Lena y Karl - las cuales parecen más propias de adolescentes y que destilan un amor odio que nunca llega a concretarse del todo -. Por no hablar de Meredith (exnovia de Karl) la anarquista, okupa y dispuesta a liarse a puñetazos con cualquiera que osase molestarla que pasa a ser la típica mujer felizmente casada y con hijos. O Gupta, el estúpido casero de Karl, el cual oculta su homosexualidad tras una fachada de machista y que sólo tras conocer a su ídolo musical - Freddy Mercury - consigue aceptar. El impacto y la chispa se mantienen más o menos hasta pasada la mitad de su lectura, a partir de ahí la cosa parece decaer - con una trama que parece avanzar a trompicones - pero que afortunadamente sigue manteniendo ese humor tan descacharrante del principio. Esta es a pesar de todo, en su conjunto, una narración ágil, que juega hábilmente con los tiempos cronológicos y que consigue que el lector vea normal lo que en realidad no es normal. Que el caos sea cotidiano y que la tranquilidad no sea del todo satisfactoria.
Juegos espacio-temporales, manipulación del pasado, condicionamiento del futuro que está por llegar... Son muchos los temas de reflexión que de buenas a primeras suscita Lena y Karl, pero que sin embargo, consiguen articularse en dos líneas de debate muy interesantes. La primera de ellas tiene que ver con el peso que tiene la ciencia en la presente novela. Para entender esta historia de viajes en el tiempo no hay que tener, por supuesto, un doctorado en física teórica o haber estudiado a fondo a científicos como Carl Sagan - cuyas teorías se nombran en la presente novela - o los estudios sobre los agujeros negros del ya fallecido Stephen Hawking. De hecho, más que la ciencia en si - aunque constantemente presente desde un punto de vista didáctico - lo importante, a parte de la verosimilitud dentro de la trama, son los diferentes dilemas morales que provoca la existencia de un agujero de gusano. En el libro los protagonistas, conscientes de que el saberlo controlar es cuanto menos comparable a ser Dios en la tierra, no dudan en usarlo con fines nobles, pero también perversos, los cuales acaban afectando al futuro, y por consiguiente, a sus propias vidas, generando infinidad de existencias paralelas que acaban por complicarlo todo. Al mismo tiempo, y en relación con lo anterior, también asistimos a la que tal vez sea la mayor paradoja de la novela. Y es que en ocasiones un viaje en el tiempo nos puede hacer conscientes de lo bien que se está sin tantas preocupaciones, sin tecnología de última generación y sin bienes materiales de alguna clase. El ejemplo de esto o encontramos en Wayne, quien por accidente viaja al 890. Al principio cree volverse loco y le implora a su amigo que haga lo posible para traerlo de vuelta. Pero a medida que conoce el terreno y empieza a entablar amistad con los nativos americanos, al final, la vida en el 890 no le parece tan horrible. Por otro lado, la segunda de ellas, tiene que ver con la música, con la historia del rock y su extraordinaria labor divulgativa. Lena y Karl está plagado de clases magistrales de subgéneros musicales del rock, de amplificadores, de descripciones de conciertos del pasado especialmente memorables y de infinidad de anécdotas sobre cantantes y bandas tan jugosas como sorprendentes en algunos casos. Incluso ésta parece generar debates entre lo que se considera o no rock, llegando a reflejar algunos piques que sólo los entendidos en el tema sabrán identificar. Con todo esto no quiero decir que esta novela no sea apta para todos los gustos y niveles dentro del mundo del rock, para nada, de hecho ese carácter didáctico ofrece la posibilidad al lector de aprender a la vez que disfruta de una historia de ciencia ficción. En definitiva, podríamos definir a Lena y Karl como el viaje en el tiempo perfecto pero que, dependiendo de quien esté al mando, podrá llegar a desquiciarte o a hacerte vivir una de las mejores experiencias de tu vida. Porque no hay nada mejor que ver a tu grupo de música favorito - independientemente del género, de si están vivos o si el grupo se ha disuelto - sobre un escenario y vibrar con cada una de sus canciones. Por último añadir que espero, más pronto que tarde, poder verla adaptada a la gran pantalla, pues la potencia de sus imágenes así como la historia que narra tienen el potencial suficiente como para tener éxito. Y si en la futura cinta Bill Murray hace un cameo, entonces sí voy, de cabeza, a verla.
Lena y Karl: una historia de amor, viajes en el tiempo, locura, música, dolorosa nostalgia, recuerdos imborrables, vidas paralelas, humor... La novela que, seas de los Rolling, de Iron Maiden o de Janis Joplin no debes perderte.
Frases o párrafos favoritos:
"Arrastrándome por el suelo de mi armario, aparté un montón de ropa sucia y revistas viejas, y de pronto, me vi cayendo con los pies por delante a través de un agujero en el suelo. Cayendo y muerto de frío. Lo primero que pensé fue que me lo tenía merecido por haber mezclado Bourbon con medicamentos contra el resfriado, pero entonces caí con un golpe sordo encima de una tarima de madera que me resultaba familiar. Había aterrizado en el Empty Bottle, un club de rock que hay cerca de mi bar. Junto a la puerta un montón de ejemplares del Chicago Reader de hacía varios meses. Entonces miré por la ventana y vi los árboles desnudos y los coches empolvados de nieve.
Cuando el grupo subió al escenario, me di cuenta de que ya había estado en ese concierto tres meses antes, en febrero. Una panda de adolescentes sin talento, que tocaban versiones de Liz Pahir como si no significaran nada, empezaron a afinar sus guitarras; me recordaron mogollón a lo gilipollas y engreídos que éramos mis amigos y yo a principios de los noventa."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Blackie Books
Puede ser una lectura entretenida, me lo apunto. Un beso
ResponderEliminarpues no conocía la novela y no sé porqué me resulta demasiado familiar su premisa a la de la serie de RTVE "el ministerio del tiempo" sólo que en lugar de patrullas que tratan de conseguir que todo cambie para que nada cambie aquí tenemos el atractivo de la historia concreta del mundo del rock, lo cual es ciertamente original para cualquier persona amante de la buena música.
ResponderEliminarUna reseña estupenda de una muy interesante novela. Me la apunto.
No me sonaba este libro. No tiene mala pinta, pero no termina de tentarme.
ResponderEliminarBesotes!!!