lunes, 16 de diciembre de 2019

RESEÑA: Cosas que no quiero saber.

COSAS QUE NO QUIERO SABER

Título: Cosas que no quiero saber.

Autora: Deborah Levy (Johannesburgo, 1959) es novelista, dramaturga y poeta británica. Es autora de seis novelas: Beautiful Mutants (1986), Swallowing Geography (1993), The Unloved (1994), Billy Girl (1996), Nadando a casa (2015), y Leche caliente (2018). Nadando a la casa fue finalista del Man Brooker Prize y del Jewish Quarterly Wingate Prize en 2012, y Leche caliente fue seleccionada para el Man Booker Prize y el Goldsmiths Prize en 2016. Deborah Levy es también autora de una colección de cuentos, Black Vodka (2013), finalista del BBC International Short Story Award y del Frank O´Connor International Short Story. Ha escrito para la Royal Shakespeare Company y para la BBC. Cosas que no quiero saber es la primera parte de su "autobiografía en construcción", seguida por El coste de vivir. Cerrará este tríptico un último volumen de próxima publicación.


Editorial: Literatura Random House.

Idioma: inglés.

Traductora: Cruz Rodríguez Juiz.

Sinopsis: Deborah Levy arranca estas memorias recordando la etapa de su vida en que rompía a llorar cuando subía unas escaleras mecánicas. Ese movimiento inocuo la llevaba a rincones de su memoria a los que no quería volver. Son esos recuerdos los que forman Cosas que no quiero saber, el inicio de su "autobiografía en construcción". Esta primera parte de lo que será un tríptico sobre la condición de ser mujer nace como respuesta al ensayo "Por qué escribo", de George Orwell. Sin embargo, Levy no viene a dar respuestas. Viene a abrir interrogantes que deja flotando en una atmósfera formada por toda la fuerza poética de su escritura. Su magia no es otra que la de las conexiones impredecibles de la memoria: el primer mordisco a un albaricoque la traslada a la salida de sus hijos de la escuela, observando a las otras madres, "jóvenes convertidas en sombras de lo que habían sido"; el llanto de una mujer le devuelve la nieve cayendo sobre su padre en el Johannesburgo del apartheid, poco antes de ser encarcelado; el olor del curry la lleva a su adolescencia en Londres, escribiendo en servilletas de bares y soñando con una habitación propia. Leer a Levy es querer entrar en sus recuerdos y dejarse llevar por la calma y el aplomo de quien ha aprendido todo lo que sabe (y todo lo que no querría saber) a fuerza de buscar su propia voz.

Su lectura me ha parecido:

   Ágil, breve, visual, con un lenguaje para nada complejo pero capaz de hacernos reflexionar, autobiográfico, personal, abierta, oportuna para quienes quieran ganarse la vida con la escritura (especialmente las mujeres), necesario para su autora, con un punto catártico, fugaz testimonio de una época... En un panorama literario como el actual, plagado de autoficción sin duda fomentada por la imperante cultura del "yoismo", es de agradecer que, de vez en cuando, aparezcan libros en los que no se combinen hechos reales con invenciones de la escritora o escritor de turno y que aporten un poco de aire fresco a un mercado cada vez más saturado de personalismos innecesarios. Sé que es simplificar demasiado este popular género, pero son muchos años reseñando historias en las que no sabes si lo que se está contando es cierto o no, y aunque he de reconocer que puede funcionar en ciertos géneros como el terror, la novela social o los que tengan pinceladas de crónica periodística, nadie puede negarme que ante esta marabunta de títulos el lector corra despavorido. Como Indiana Jones escapando de la gran bola de piedra en a primera entrega de la saga. Sin embargo, como acabo de comentar, no todo es autoficción, y es de buenos ser agradecidos cuando de pronto llega a nuestras manos un libro que, en medio del fenómeno de turno, se eleva rompiendo costuras y definiéndose como "autobiografía en construcción". El término, como habréis comprobado, no tiene mucho misterio. Aún así, la combinación de ambas palabras - "autobiografía", es decir, episodios reales de la vida de la persona que escribe y "construcción", lo que viene a significar que dicho texto jamás estará completo - son el resultado de una intención, un debate o tal vez del inicio de un nuevo género literario. Es todavía muy pronto para ponernos a divagar o a lanzar argumentos que respalden esta teoría, por lo que de momento, lo que una servidora va a hacer es centrarse y sacarle el máximo partido a este fenómeno editorial incluido, ya era hora, dentro de lo que podríamos denominar como "no ficción" a pesar de que su autora, de la que hablaremos largo y tendido, ha navegado por las relativamente calmadas aguas de la novela y el relato. Cosas que no quiero saber: apartheid, Mallorca y George Orwell como vertebradores de la primera memoria.


Deborah Levy - autora de la presente "autobiografía en construcción" - es una de las escritoras más presentes en el panorama literario actual. De la escasa información que se desprende de una de las solapas interiores del presente libro, destacaríamos su polifacético talento - el cual le ha llevado a escribir tanto novela, teatro así como relato - la cantidad de premios que ha ganado a lo largo de su carrera - entre ellos el prestigioso Man Booker Prize - y que ha escrito para nada más y nada menos que para la Royal Shakespeare Company y para la BBC. Sin duda, todo un señor currículum. No obstante, y como cabía de esperar, Deborah Levy no es sólo esa brevísima reseña, sino que como todo ser humano, lleva una mochila de vida y experiencia cargada sobre sus hombros, la cual, ha creído conveniente narrar a través de sus peculiares memorias. Y resalto lo de "peculiares" porque, al contrario de lo que habitualmente asociamos con el género biográfico (tochos importantes, encuadernación de tapa dura y con un estilo terriblemente farragoso) esta primera entrega titulada Cosas que no quiero saber sólo tiene 136 páginas. Sí, habéis leído bien, 136 páginas en las que Levy aborda algunos episodios de su vida en clave íntima, intelectual y en relación con su trabajo como escritora. ¿Son 136 un número demasiado escaso de páginas? En este caso, y al contrario de lo que he podido ir husmeando por internet, para nada. La razón debemos encontrarla tanto en el planteamiento de esta biografía en construcción, que como bien hemos dicho presuponemos que habrán en total tres volúmenes, y por supuesto en que Deborah Levy, a pesar de su trayectoria, no pretende hacer de sus memorias un tratado, ni poner su vida a la altura de los grandes e ilustres personajes de la historia. En ese sentido, y es de agradecer, Levy es más humilde. A lo que, por otro lado, cabría añadir que es muy probable que, a pesar de que estas memorias estén planteadas en tres libros, Levy sienta la necesidad de escribir un ejemplar más. De no ser así ¿qué sentido tendría el término "en construcción"?


   Planteada como un tríptico sobre la condición de la mujer - a la par que una aproximación a la figura de la autora - Levy inicia estas memorias respondiendo al mismísimo George Orwell en su conocido ensayo Por qué escribo. Una replica algo pretenciosa pero que, sin duda, todos los que escribimos hemos querido redactar. ¿Por qué escribo? Esa es la pregunta que Levy se hace a sí misma y al mismo tiempo sirve como punto de partida para lo que el lector va a leer a continuación. Articulada a partir de los cuatro motivos que el escritor británico de origen indio desgrana en el citado ensayo, Levy divide esta primera parte de sus memorias en cuarto partes, o lo que es lo mismo, en cuatro motivos que la han llevado a escribir a saber: puro egoísmo, entusiasmo estético, impulso histórico y propósito político. Siendo cada uno de ellos el paraguas bajo el cual se narrarán algunos episodios de su vida. En "Puro egoísmo", viajamos a Mallorca, lugar que Levy escoge como lugar de retiro temporal para buscar un respiro ya que, como ella dice, sigue llorando mientras sube las escaleras mecánicas. A priori parece una frivolidad, una tontería, pero si nos paramos a pensar detenidamente en este episodio real inevitablemente se nos vienen a la cabeza esos momentos en los que nos hemos sorprendido llorando en el lugar más insospechado. Sin ir más lejos, ayer, mientras veía una obra de un festival de navidad extraescolar no pude evitar soltar una lagrima. Y eso que no conocía a ninguna de las niñas y niños que actuaban en ella. Si la memoria no me falla también he llorado en trayectos de tren, en viajes en bus, en el baño de la facultad, alguna noche mientras intentaba dormirme y estoy convencida que estas navidades no voy a poder esquivarlas. El que se acabe una década me excita y me pone triste al mismo tiempo. Sobre todo porque cumplo veintisiete, el carnet de la biblioteca de humanidades va a caducar, soy incapaz de acabar lo que escribo y siento que los esfuerzos no son siempre sinónimo de recompensas. No lloré cuando leí este episodio de Deborah Levy, pero sí la entendí. En él también se nos habla de lo que ella denomina "suburbio de la feminidad", sobre los problemas de la maternidad y reflexiona entorno a si las mujeres deberían - parafraseando a un director polaco que aconseja a uno de sus alumnos - no hablar más alto sino con el derecho a expresar un deseo. ¿Cuántas veces se me ha aconsejado que no hable tan alto? ¿Cuántas veces me han mandado callar justo cuando estaba dando mi opinión o disculpándome por algo que había hecho mal? ¿Cuántas han sido las ocasiones en las que he tenido que hablar más alto para que se me escuchase entre un grupo de gente? Y por último ¿cuántas veces he expresado un deseo? Últimamente pocas.

   En "Impulso histórico" - mi parte favorita - Levy regresa a su infancia en la Sudáfrica del Apartheid. Una sociedad segregada en la que de pequeña es testigo de la detención de su padre por ser miembro del ANC (al cual perteneció también Nelson Mandela y que abogaba por otorgar el voto a los africanos negros y mestizos, además de acabar con el sistema de discriminación y que otorgaba el poder exclusivamente a la minoría blanca). Durante estas páginas, las más memorables, conocemos a Melissa, la responsable de otorgarle a Levy la confianza suficiente para hacer algo tan sencillo como hablar, simplemente hablar, trasladar las palabras que escribía en sus cuadernos en sonidos fonéticos para así expresar sus inquietudes y verdaderas opiniones. Según la autora este es el "impulso histórico" que le lanzó de lleno a la escritura, y no, como cabría esperar, los acontecimientos históricos que rodearon a esta historia de amistad. Seguidamente, en "Puro egoísmo", Levy nos traslada al Londres de su adolescencia, en plena efervescencia política y cultural, un Londres gris en el que, sin embargo, la autora experimenta su etapa más prolífera en cuanto a sesiones de creación literaria y habito lector. Particularmente emotivo es el momento en el que nos cuenta como el Curry es el olor con el que asociará siempre a dicha ciudad y como escribía hasta en servilletas de papel mientras soñaba con tener, como Virginia Woolf, su cuarto propio. Ahí no he podido, una vez más, sentirme identificada con esa vitalidad creativa de los 15 años y con esa constancia que hoy se me antoja demasiado lejana. Por aquel entonces me sentaba, enchufaba el ordenador y no me levantaba hasta que no hubiese escrito un numero considerable de páginas. Luego la historia no valía un pimiento, pero yo me sentía bien haciéndolo, como si rellenase de dicha un hueco importante en mi cerebro. No ansiaba un cuarto propio, ni siquiera sabía de la existencia de Woolf, pero sí comprensión, apoyo y algo de tranquilidad. Actualmente el bache es importante, tanto que a veces pienso en tirar la toalla, pero supongo que todo se reduce a etapas vitales y que hay que superarlas de la mejor forma posible. Tanto si existe la fórmula mágica como si no.

   Por último en "Entusiasmo estético" viajamos de nuevo a Mallorca - símbolo del autoconocimiento y la necesaria desconexión - para que el lector observe como, la mujer que paseaba su tristeza por centros comerciales atestados de gente, hoy se ha fortalecido a medida que ha ido asimilando vivencias y experiencias de su vida privada que antes prefería no contar, no compartir, no saber. Al final, además de una breve autobiografía narrada con una prosa muy especial, lo que nos queda es una investigación, la experimentación  y la constatación de como cuando tomamos decisiones que rompen con lo que hemos sido, o lo que hemos vivido. Cuando mandamos a tomar por saco todos esos trabajos, las comodidades y esas personas que ya no nos proporcionan la misma felicidad que antes. Cuando arriesgamos, nos movemos fuera de nuestra aérea de confort o cuando decidimos de la noche a la mañana cambiar de vida nos asaltan inquietudes, preguntas e inseguridades extrañas y nuevas. Es entonces cuando, paradójicamente, nos sentimos más cerca de la mujer que llora en las escaleras mecánicas que de cualquier otra mujer a su alrededor. No sé si esta "autobiografía en construcción" trascenderá como sí lo han hecho otros textos similares (como el Mientras escribo de Stephen King o Vivir para contarla de Gabriel García Márquez) de lo que sí estoy segura es de que este volumen llegó en el momento más propicio para salvarme, una vez más, de los nubarrones y los truenos llamados inseguridad. La literatura no cura, pero sí nos abraza en momentos de incertidumbre.

  Cosas que no quiero saber: una historia de autoconciencia, autodescubrimiento, memoria, coraje, verdad, literatura, escritura, impulsos, egoísmos, estética, entusiasmo, pasión, flaqueza... El inicio del viaje de una escritora en el momento más álgido de su carrera.  

Frases o párrafos favoritos:

“No alcanzaba a oírla, pero sabía que sus palabras tenían que ver con decir las cosas en voz alta, admitir las cosas que deseaba, estar en el mundo y no dejarme vencer por él”.

¡Un saludo y a seguir leyendo!

martes, 10 de diciembre de 2019

RESEÑA: La juguetería mágica.

LA JUGUETERÍA MÁGICA

Título: La juguetería mágica.

Autora: Angela Carter (Eastbourne 1940-Londres 1992). A causa de la guerra, fue evacuada cuando a penas era un bebe junto con su abuela a Yorkshire, donde sufrió de anorexia durante la mayor parte de sus años de adolescencia. Empezó a trabajar como periodista en Croydon Courier siguiendo los pasos de su padre y se graduó en Literatura Inglesa por la Universidad de Bristol. En 1960 se casó con Paul Carter. Tras nueve años de matrimonio, después de ganar el Premio Somerset Maugham con su novela Varias percepciones (con la que aprendió lo que era ser mujer y se radicalizó), abandonó a su esposo y se fue a Tokio, donde vivió durante dos años. Su experiencia japonesa sería inmortalizada en 1974 en Fuegos de artificio: nueve relatos profanos, así como en su novela El doctor Hoffman y las infernales máquinas de deseo, que publicaría en 1972. A la vuelta de Japón, pasó unos años enseñando en varias universidades de Europa, Australia y Estados Unidos. En 1977 se casó con Mark Pearce, con el que tuvo su único hijo. Carter es autora de varias novelas, entre las que destacan La juguetería mágica, Héroes y villanos, La pasión de la nueva Eva o Noche en el circo, por la que recibió el James Tait Black Memorial Prize. Así como de algunos notables volúmenes de relatos como La cámara sangrienta o En compañía de lobos. Entre 1990 y 1992 recopiló para la editorial Virago una colección de relatos tradicionales protagonizados por mujeres que, bajo el título Cuentos de Hadas de Angela Carter, se convirtió en uno de los más duraderos longsellers de la editorial. Falleció en 1992 en Londres a la edad de 51 años sin llegar a completar su último proyecto literario, la continuación de Jane Eyre. Hoy en día su nombre se incluye entre los escritores británicos más importantes posteriores a 1945.


Editorial: Sexto Piso.

Idioma: inglés.

Traductor: Carlos Peralta.

Sinopsis: Una noche, Melanie camina por el jardín con el vestido de boda de su madre y, a la mañana siguiente, todo su mundo se ha hecho añicos. Así de simple, así de inconcebible. Melanie y sus dos hermanos pequeños se verán obligados a mudarse a Londres, a casa de tío Philip, un huraño y genial fabricante de juguetes que vive con su esposa Margaret –una mujer «frágil como una flor prensada», muda desde el día de su boda– y los dos extravagantes hermanos de ésta. Tras una infancia idílica en la casa familiar, Melanie se ve ahora confinada en un entorno opresivo y delirante, lleno de artilugios y mecanismos creados por su tío, inquietante personaje acostumbrado a tratar a las personas como si fueran otros de sus títeres. La atmósfera gótica, la prosa exquisita y los guiños traviesos e iconoclastas que han convertido a Carter en una de las autoras británicas más reconocidas del siglo xx hacen de La juguetería mágica un clásico imprescindible sobre el rito de paso de la adolescencia a la madurez, el despertar a la sexualidad y la rebeldía femenina, que generación tras generación es redescubierto por lectores en todo el mundo.

Su lectura me ha parecido:

   Misteriosa, oscura, retorcida, drástica, sórdida, opresiva, malévola, en la que asistimos al vital aprendizaje de su protagonista, digno ejemplo de como se pueden trasgredir las normas y los tabúes desde la literatura de terror... Cuando Angela Carter llegó a mi estantería - y por consiguiente a mi vida - me hallaba en una incesante búsqueda de literatura escrita por mujeres, especialmente de autoras que, tanto en el pasado como la actualidad, se atrevieron a sumergirse en el género más interesante y odiado a partes iguales por el gran público: el terror. Sea porque se nos han inculcado desde bien pequeños algunos de los miedos más universales que existen (y otros más particulares a consecuencia de vivencias personales) o porque simplemente, y de una forma completamente irracional, tendemos a desprestigiar lo que no se adscribe al canon literario tradicional, considerando a la literatura de miedo como un género menor, de masas, de frikis, de gente que no está bien de la cabeza, que no aporta nada al lector. Tanto es así que hasta hace unos años sinceramente creía que Stephen King - a quien llevo admirando desde aquel agosto de mi adolescencia en el que me leí Misery - era el único autor que escribía terror a juzgar por su indudable presencia en los estantes de cualquier librería del mundo, dejando al resto ya no en un segundo, sino en un tercer o cuarto plano. Está claro que voy a seguir leyendo al señor King, sólo por haber sido capaz de crear un microcosmos y una mitología terrorífica al rededor de Maine (su lugar de nacimiento) y de reflejar o en ocasiones anticipar los principales terrores de la sociedad del siglo XXI, pero es importante no negar la existencia de otros escritores y otras escritoras que se pusieron manos a la obra con el género otorgándole mayor originalidad desde nuevos puntos de vista o rescatando tópicos del género para darles una vuelta de tuerca. Cuando Angela Carter llegó a mis manos fue por colaboración editorial, como tantas otras veces, pero fue ella - y no las hermanas Brontë - la que me hizo amar el terror gótico. Y aunque a mi queridísimo Henry James le debo el descubrimiento, fue esta autora inglesa la que me llevó por terrenos inexplorados a través de sus perturbadores y sangrientos cuentos hacia reflexiones tan actuales al rededor de temas como el feminismo, el racismo o la violencia de género. Hoy vuelvo a ella, con la misma ilusión del primer día pero con la sensación de haber subido un peldaño más en mi inconcluso viaje de descubrimiento y aprendizaje. La juguetería mágica: la madurez y el despertar sexual entre títeres, violencia y personajes sin voz.


   Acostumbrada a hacernos pasar miedo desde el relato - tanto corto como largo - Angela Carter también cultivó el género novelístico con gran intensidad. Ejemplo de ello fue la publicación en 1967 - coincidiendo de pleno con la segunda ola feminista y a las puertas de Mayo del 68 y del inicio de la contracultura -  de La juguetería mágica. Una novela cuya historia, en apariencia, no nos es desconocida, ya que a lo largo de la historia de la literatura han sido muchas las autoras y los autores que la han reproducido. Melanie - absoluta e icónica protagonista del libro - descubre, como revelan las magistrales primeras líneas, que era de carne y hueso. En este punto - permítame el atrevimiento - es imprescindible señalar, aunque sea brevemente, la importancia de los inicios de cualquier texto literario. El arranque debe ser, a mi juicio, sugerente, o cuanto menos impactante, contundente o que nos ofrezca pistas de cual va a ser el tema al rededor del que va a girar la novela. Y en este caso, Angela Carter opta por presentarnos, de la manera más simple, evocadora y hasta definitoria al personaje de Melanie. En otras palabras, que Carter ya te está diciendo que Melanie es la inocencia en estado puro, que es un alma limpia, que hasta ese momento probablemente haya vivido entre algodones y rodeada de amor. Si hasta la escena en la que el lector la observa paseando por el jardín con el vestido de novia de su madre puesto ya nos hace un guiño, no sólo a la célebre novela de Willkie Collins, también a un aura fantasmagórica que nos anticipará lo que está a punto de ocurrir a continuación. Que poco me desvié y que gran evolución la que esta joven acaba experimentando en el momento en el que su existencia se trunca, cuando se ve de la noche a la mañana sin padres y de camino a Londres junto a sus hermanos para instalarse en casa de sus tíos. Rodeada de muñecas, marionetas y artilugios de toda clase, Melanie tendrá que convivir con su tío Philip - un desagradable y abominable fabricante de juguetes - su mujer Margaret - muda y atemorizada por culpa de su marido - y Finn y Francie - los extravagantes e inquietantes hermanos de Margaret -. De una idílica infancia caminando sobre nubes de algodón de azúcar, Melanie y sus hermanos entrarán de lleno en la asfixia de una tienda plagada de ojos sin vida e inquilinos a los que ésta se les escapa por momentos. Tanto Jonathon (aficionado a las maquetas de los barcos) y Victoria (el personaje más entrañable de la novela) se adaptarán rápidamente a la nueva situación. Sin embargo, Melanie no conseguirá ver aquel lugar como su nuevo hogar, a pesar de la complicidad que nace entre Margaret y ella, a pesar del apoyo de Finn - claramente enamorado de ella - y a pesar de las palabras de Francie - cuya voz está a punto de apagarse - logran convencerla de lo contrario. Tío Philip es un tirano que trata a todos como si fueran títeres a su servicio , y eso no la hará cambiar de opinión.



   Además de un claro homenaje a los mejores relatos góticos, La juguetería mágica es una novela de iniciación, de aprendizaje, de superación, del paso de una adolescencia edulcorada a una temprana y brutal madurez en medio de una cotidianeidad que la protagonista, en un principio, se niega a aceptar. La novela en sí tiene un ritmo muy lento, ya que la autora ha considerado fundamental introducir poco a poco al lector en la dinámica en la que se va a mover en las próximas 241 páginas. Y aunque si bien es cierto que al común de los mortales puede que les aburra esta estrategia (ya que hay capítulos en los que sientes que no pasa absolutamente nada) los amantes del terror lo verán como un ejercicio magistral de ambientación y de inmersión. Una técnica muy usada por este tipo de literatura es el conseguir que quien se adentre en sus páginas se empape lo máximo posible de la historia, hasta llegar a empatizar con algunos de los personajes. De este modo el golpe - porque siempre hay un golpe - puede ser demoledor, algo que la novela de miedo busca constantemente. Está en su esencia, en su razón de ser. Por otro lado, tal vez lo más interesante de La juguetería mágica es las pequeñas, pero necesarias, perlas reflexivas que Angela Carter va dejando por el camino. Unas capsulas que, al abrirlas, el lector se topa con importantes críticas feministas hacia el patriarcado de la época, y por extensión, al que ha tenido lugar a lo largo de todas las épocas de la historia. A través de los pequeños gestos cotidianos, del día a día, somos conscientes de como hasta en el más mínimo detalle se puede apreciar la violencia y la desigualdad entre hombres y mujeres. En ese sentido, me resulta especialmente importante a la par que simbólico el personaje de Margaret. Desde el punto de vista de la crítica feminista, Margaret evidencia las consecuencias más extremas de la cultura patriarcal, así como el silencio al que se somete diariamente a las mujeres. Su repentina mudez - porque antes tuvo voz - se debe única y exclusivamente al temor que siente hacia el despreciable Philip, el cual lleva desde el mismo momento de su boda machacándola y haciéndole sentir cada vez más pequeña. Desde la trilogía Claus y Lucas no había encontrado a un personaje que me repugnase e interesase al mismo tiempo desde el punto de vista literario, y el tío Philip, la viva representación del mal en esta novela, se ha acercado bastante, aunque sin llegar a superarla, a esa terrible abuela de la que tantas veces os he hablado. En medio de este lugar de ensueño - ¿a quién no le gustaban las jugueterías de pequeño? - y paradójicamente también de maldad - los juguetes como representación de la inacción y el silencio velado - Melanie es el personaje feminista que con opiniones y sobre todo con voz propia tratará de escapar de ese infierno y de enfrentarse a su tío. Pero para ello deberá despojarse de todo comportamiento infantil y valorar su autoestima tras un proceso de autodescubrimiento, a nivel tanto sexual como personal. En estas últimas líneas, y tras haber leído concienzudamente la presente reseña, debemos preguntarnos si Angela Carter - quien nunca ocultó su feminismo - ha querido representar en esta novela la metáfora de la liberación de la mujer tomando a Melanie como referencia en contraposición con la sórdida tienda de juguetes. Si la respuesta es afirmativa, entonces mi tesis de que la literatura de terror es una de las mejores vías de denuncia y crítica social de su tiempo - en este caso, a la de mediados de siglo XX - queda completamente demostrada. Ahora sólo queda que la mujer o la niña que se adentre en La juguetería mágica - título que por supuesto lleva al engaño - y se vea reflejada tanto en Melanie como en Margaret, sea capaz de abrir la puerta y escapar de ese infierno en forma de casa de muñecas, marioneta o peluche de opaca mirada.

  La juguetería mágica: una historia de miedos, cambios radicales, adaptación, rebeldía, autoaprendizaje, madurez, teatros del horror, lucha feminista... Un tesoro más en esta ardua labor de recuperación y puesta en valor de una de las grandes maestras del terror gótico.

Frases o párrafos favoritos:

"Desnuda de una manera nueva y definitiva, como si se hubiese despojado también de la piel y no llevara nada fuera de la desnudez esencial del esqueleto. La carne de sus dedos casi la sorprendía; hasta podría haberse quitado las manos como guantes, quedándose sólo con los huesos."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Sexto Piso Editorial

lunes, 2 de diciembre de 2019

RESEÑA: El coloquio de las perras.

EL COLOQUIO DE LAS PERRAS

Título: El coloquio de las perras.

Autora: Luna Miguel (Alcalá de Henares 1990) vive en Barcelona, donde trabaja como periodista y editora. Es columnista en Eldiario.es, aunque algunos de sus artículos han aparecido también en Público, El País, S Moda, Nylon, La Vanguardia, Quimera, Tierra Adentro o El Cultural. Entre 2014 y 2018 fue redactora y editora de PlayGround Books, donde empezó a analizar, visibilizar y homenajear a escritoras olvidadas y silenciadas por el canon. Junto con Antonio J. Rodríguez, está a cargo del catálogo de Caballo de Troya en 2019 y 2020, un sello de Penguin Random House destinado a descubrir nuevas voces en español. Como escritora ha publicado los libros de poesía Estar enfermo (2010), Poetry is not dead (2010), La tumba del marinero (2013), Los estómagos (2015) y El arrecife de las sirenas (2017). Varias selecciones de estas obras se han traducido y publicado en más de una docena de lenguas. Además, es autora del cuento Exhumación (2010); de los ensayos El dedo. Breves apuntes sobre la masturbación femenina (2016) y El coloquio de las perras (2019), del libro infantil Hazme volar (2019), y de la novela El funeral de Lolita (2018). Miguel también ha coordinado algunas antologías de poesía joven como Tenían veinte años y estaban locos (2011), Sangrantes (2012) y Vomit (2013). Actualmente se encuentra escribiendo su segunda novela, Conejitos, así como el libro de poemas Poesía masculina. (Fuente: Editorial).


Editorial: Capitán Swing.

Idioma: español.

Sinopsis: recuperando el título de un pequeño cuento con el que la puertorriqueña Rosario Ferré analizó la misoginia literaria en los años noventa, El coloquio de las perras pretende ser un homenaje a las escritoras hispanohablantes que sortearon todo tipo de obstáculos para hacer su literatura. Desde populares figuras como Elena Garro, Gabriela Mistral o Alejandra Pizarnik hasta otras más desconocidas como Alcira Soust Scaffo, Agustina González López o María Emilia Cornejo, la periodista y poeta Luna Miguel entabla una conversación llena de ladridos con una docena de mujeres, con la voluntad de que sus obras sean leídas y reivindicadas, y tal vez con la esperanza de que la egoísta y peligrosa raza del «escritor macho» quede de una vez por todas extinguida. (Fuente: Editorial).

Su lectura me ha parecido:

   Interesante, crítica, inminentemente divulgativa, feminista, poco profunda en su conjunto, concisa, no tan reposada como me gustaría, a pesar de todo, necesaria, apremiante, urgente... "El boom latinoamericano fue totalmente machista", así de categórica se mostró la escritora chilena Alejandra Costamagna - famosa sobre todo por sus narraciones cortas - en una entrevista. Es una declaración muy fuerte como para no estar respaldada con datos o evidencias de algún tipo, las cuales pronto quedan patentes ante nuestros ojos con tan sólo una pequeña búsqueda en google. Cuando tecleas "autoras latinoamericanas siglo XX" el resultado no puede ser más desalentador. Borges, Cortázar, Paz, Bioy Casares, Benedetti, García Márquez, Onetti, Fuentes, Asturias... La lista es larga, muy larga, tanto que la o el interesado podría pasarse horas descubriendo los aspectos más importantes de la literatura de estos autores. Sí, he dicho autores, pues la ausencia de sus compañeras, ya no sólo en los libros de texto, también en los manuales y estudios académicos es sencillamente vergonzosa. Hacía tiempo que no me topaba con un agujero, ¿qué digo agujero? Un profundo socavón en el que se ha decidido arrojar y cubrir de tierra el legado de todas esas mujeres que, con su talento, contribuyeron a engrandecer la literatura latinoamericana en su época de mayor esplendor internacional. Afortunadamente, y en tiempos de feminismo globalizado, actualmente existen autoras que han recogido el mensaje, las demandas sociales, para transformarlas o bien en literatura o bien en rescates bibliográficos que en muchos casos bien merecerían mayor reconocimiento por parte de la crítica y de los lectores. Dentro de este segundo grupo nos topamos con un nombre propio, el de la madrileña Luna Miguel, más conocida por su faceta en el campo de la poesía que en los últimos años ha escalado en popularidad como la espuma en el panorama literario de nuestro español gracias a la publicación de su primera novela - El funeral de Lolita - por su constante activismo feminista tanto en redes sociales como en cada uno de los artículos que han visto la luz en diversos medios de comunicación, y sobre todo, por su extraordinaria labor de editora - junto a Antonio J. Rodríguez - al frente de Caballo de Troya. En este sentido nunca le agradeceré lo suficiente el haber apostado por una línea millenial y por haberme descubierto a autoras tan interesantes a la vez que dispares como Marina L. Ruidoms, Anna Pacheco y Aixa de la Cruz. Sin duda, la trayectoria de Miguel va en ascenso. A la espera de conocer los nuevos títulos de Caballo de Troya tras las Navidades, con la vista puesta en otros proyectos literarios que se asoman en el horizonte de la autora y con la publicación del breve ensayo que hoy tengo el placer de reseñar, parece que vamos a tener Luna Miguel para rato. El coloquio de las perras: divulgación y justicia.

Elena Garro (1916-1998)

   La crítica del presente libro - de tan sólo 165 páginas - se articula al rededor de las palabras que han contribuido a cerrar el anterior párrafo: divulgación y justicia. De hecho, se podría decir que ambas son los planetas al rededor de los cuales orbitan los intereses de la propia autora. Tal y como comenta Luna en el prólogo - cuyo primer epígrafe titulado "Escribo esto con un poco de prisa" resume a la perfección el carácter del presente ensayo - redactó El coloquio de las perras en tan sólo tres meses inundada por la urgencia de reconocer, de una vez por todas, la presencia de mujeres en el boom de la literatura latinoamericana que tuvo lugar a mediados de siglo XX (con ecos notorios y más que sonados de popularidad en las correspondientes siguientes décadas). Sin duda una actitud intachable y que merece toda mi admiración al respecto. No obstante, como amante de la lectura e historiadora, he de confesar que me ha sabido a poco. Reconozco que lo que esperaba encontrar en el interior de El coloquio de las perras me ha sorprendido por varias razones que poco a poco iré desgranando en esta entrada, pero también se me ha quedado corto en cuanto a contenido y tal vez mayor maduración de la idea. Esta muy bien escribir un ensayo en el que se visibilice a todas esas importantes autoras, eso no lo discuto, pero tal vez si el proyecto hubiese reposado más, si Luna Miguel hubiese dedicado más tiempo, si esa prisa se hubiese controlado probablemente estaríamos ante un texto de mayor trascendencia bibliográfica. El coloquio de las perras no pretende, por tanto, sentar cátedra ni servir como estudio pormenorizado de un tema en concreto, sino servir como trampolín, como lanzadera, como primer contacto del lector con la historia de estas autoras ignoradas. Por tanto estamos moviéndonos en un terreno tan fundamental y al mismo tiempo tan desprestigiado por el mundo académico: la divulgación. Sé que lo mejor, en cualquier disciplina del saber, sería acudir a las fuentes primarias y a esos estudios que, de alguna forma u otra, son fundamentales para entender X problema o campo de estudio. Y como sé - lo digo por experiencia - que eso en la mayoría de ocasiones es casi imposible o una verdadera odisea, la buena divulgación debe actuar a modo de puente, para que los lectores puedan transitar entre el conocimiento más generalista y el más especializado. Sin divulgación, por ejemplo, yo no habría tomado la decisión de estudiar la carrera de Historia, como tampoco interesarme por ciertos mecanismos intrínsecos en la literatura que considero fundamentales para aproximarse al estudio del pasado. Así que menos desprestigiarla, sobre todo desde los privilegiados sillones de los despachos universitarios, y más apoyarla con publicaciones de calidad y no con proyectos que una y otra vez ahondan en lo mismo sin la valentía de asumir ciertos riesgos. Porque es muy fácil hablar del Nazismo - en el campo de la historia - o de Octavio Paz - en el de la literatura -. Pero cuesta más, por ejemplo, dedicar un monográfico a las víctimas del colectivo LGBTI supervivientes o víctimas de los campos de concentración, o en el campo de lo literario, hablar de como Elena Garro casi deja de escribir por culpa de los celos de Octavio Paz hacia su talento literario. En ese sentido, Luna Miguel hace un gran trabajo divulgativo al presentarnos ese mapa de escritoras a la sombra de los grandes cuando, en realidad, ellas podían perfectamente posicionarse a su misma altura o incluso doblarla.

Eunice Odio (1919-1974)

   El coloquio de las perras - además de servir como una iniciación y un empuje para seguir investigando - tiene una estructura muy marcada. Con un prologo iniciático y que nos pone inmediatamente en situación, seguido de una serie de capítulos monográficos - cada uno de ellos dedicado a una autora diferente - tras los cuales la autora incluye una serie de cartas en las que da las gracias a cada una de ellas por motivos muy diferentes. Centrándonos en los capítulos en cuestión, decir que la brevedad con la que Miguel aborda los aspectos más interesantes y significativos de la vida de las autoras desde la brevedad - justificada como ya hemos comentado en el anterior párrafo por la imperiosa necesidad de denunciar la injusticia cuanto antes - lo cual hace más digestiva su lectura. Sin recrearse en el morbo, la autora nos desgrana las características de su olvidada obra, así como puntos biográficos que ayudan a comprender mejor no sólo su personalidad sino el por qué de su silencio académico. Alejandra Pizarnik - sin duda debido a mi pasión por la literatura de terror - es la única autora que se nombra en el libro de la que había leído algo, en concreto La condesa sangrienta. A Gabriela Mistral y a Aurora Bernárdez las conozco, más a la primera que a la segunda, pero todavía no me he puesto a descubrir su producción literaria. De Elena Garro, Rosario Ferré, Pita Amor, Alcira Soust Scaffo, Agustina González, María Emilia Conejo, Eunice Odio, Mavel Moreno y Victoria Santa Cruz, por desgracia, nada sabía. Ni de los libros que habían escrito, ni de los poemas que parieron sus plumas, ni de sus apasionantes - y breves en algunos casos - vidas, ni de su relación con sus colegas o maridos escritores, ni de su importancia a nivel pionero. Luna Miguel es la culpable de que, tras haber leído El coloquio de las perras, tenga una larga lista de nombres y obras por descubrir, especialmente las de Odio, Ferré y Garro. Debo reconocer que ha sido esta última la que más me ha llamado la atención por, según palabras de la propia Miguel, tratarse de la madre del realismo mágico. De ser así, ya pueden los académicos hacer un hueco en el olimpo de la literatura latinoamericana del siglo XX, justo al lado de Gabriel García Márquez, para que Elena Garro y Los recuerdos del porvenir estén en el lugar que les corresponde desde 1963. Casualidades de la vida, cuatro años antes de que el autor colombiano escribiese Cien años de soledad.

Alejandra Pizarnik (1936-1972)

   Leyendo a Luna Miguel me quedan claras dos cosas. La primera, la de cambiar de una vez por todas el canon establecido para dar voz y palabra a todas esas escritoras ignoradas por la historia de la literatura universal, es una obviedad que, sin embargo, no parece entusiasmar a la élite intelectual. El polvo o la humedad son algunos de los enemigos más peligrosos de los libros, y al igual que contribuimos a proteger y a limpiar aquellos que amamos - en su mayoría escritos por hombres - ¿por qué no pasar un trapo por aquellas obras desconocidas para el gran publico firmadas con nombre de mujer? ¿Por qué no conservarlas en las mismas condiciones? ¿Por qué no rescatarlas del cajón desastre para colocarlas en primera fila? ¿Por qué no estudiar sus relatos, novelas, poemas o ensayos? ¿Por qué no hacerlo desde una perspectiva de género? ¿Por qué no contribuir a seguir ahogándolas con nuestras propias manos? La respuesta a todas esas preguntas se contesta sola o con la lectura - y correspondiente documentación - del presente texto. Y la segunda, el sueño de que, como bien hace Miguel al final de cada capítulo, cualquier escritora o escritor, en un futuro, pueda darles las gracias a través de cartas por haberles servido de referentes literarios en su ilimitado camino de crecimiento creativo. Si bien es cierto que algunas de sus cartas - las de Luna Miguel - tienen una carga extraordinariamente personal, demasiado tal vez, éstas me han hecho creer que esta utopía puede tener lugar en un futuro, espero, no tan lejano. Un futuro en el que la igualdad entre hombres y mujeres sea total gracias a la empatía, la escucha, la admiración mutua y el respeto.

   El coloquio de las perras: una historia de olvido, discriminación, talentos enterrados, poesía, novela, relato, biografía, divulgación, recuperación, actos de justicia... Un ensayo donde las autoras escriben, opinan, reflexionan, ladran.

Párrafos o frases favoritas:

"Miro los libros acumulados sobre el escritorio durante estos días de verano en los que me dispongo a cerrar El coloquio de las perras y de pronto entiendo el vínculo. Un pálpito. Solo un pálpito de comprender al fin la necesidad femenina de escribir nuestros nombres."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Capitán Swing

viernes, 29 de noviembre de 2019

RESEÑA: Claus y Lucas.

CLAUS Y LUCAS

Título: Claus y Lucas.

Autora: Agota Kristof  (Csikvánd, Hungría, 1935 - Neuchâtel, Suiza, 2011). Por motivos políticos tuvo que exiliarse de su país para, en 1956, instalarse en Suiza. Tras cinco años trabajando en una fábrica de relojes, Kristof decidió aprender francés, lengua en la que escribió en 1986 su primera novela, El gran cuaderno, primera pieza de la trilogía protagonizada por Claus y Lucas, a la que seguirían La prueba (1988) y La tercera mentira (1992). Ha escrito otras obras de teatro y de narrativa, entre las que se encuentra el relato autobiográfico La analfabeta (2004), en el que Kristof recoge una breve parte de su intensa vida. Sin embargo, la trilogía de Claus y Lucas se sigue considerando su obra maestra, por la que recibió importantes galardones como el Alberto Moravia en Italia, el Gottfried Keller y el Friedrich Schiller en Suiza y el premio austriaco de Literatura Europea. (Fuente: Editorial).


Editorial: Libros del Asterioide.

Idioma: francés.

Traductoras: Ana Herrera y Roser Berdagué.

Sinopsis: en un país en guerra ocupado por un ejército extranjero, dos hermanos, Claus y Lucas, han sido abandonados por su familia y puestos al cuidado de su abuela, a la que sus vecinos llaman la Bruja. La barbarie del convulso mundo en el que viven les lleva a emular la crueldad que ven en él. De una inteligencia superior, serán capaces de utilizar cualquier recurso para sobrevivir, pero una vez asegurada su supervivencia intentarán poner remedio a muchas de las dramáticas situaciones que les rodean. Los distintos caminos que terminan eligiendo al final de la guerra marcarán sus vidas para siempre. Formado por las novelas El gran cuaderno, La prueba y La tercera mentira, el tríptico Claus y Lucas es un retrato poliédrico de la complejidad humana, un libro extraordinario sobre los horrores de la guerra y los totalitarismos. Basado en las vivencias infantiles de su autora, una exiliada húngara que lo escribió en francés, este libro que se publicó por primera vez a finales de los años ochenta es un auténtico clásico moderno. (Fuente: Editorial).

Su lectura me ha parecido:

   Brutal, adictiva, sincera, violenta, obscena, con un poso  autobiográfico, controvertida, impactante, escatológica, plagada de imágenes imposibles de olvidar, con personajes que tampoco consigues sacarte de la cabeza, diferente, única, un arrollador torrente emocional en el sentido más amplio de la palabra, maravillosamente dividida, construida y planificada, espeluznante, terrorífica... Como habéis podido comprobar, esta es con diferencia la reseña en la que más adjetivos he empleado para describirla, y aún así, siento que me quedo corta. Y es que no es para menos. Todo comenzó con un simple anuncio en redes sociales, cargado de entusiasmo eso sí, pero que podría haber pasado perfectamente desapercibido de no haber sido por el contenido de dicha noticia y porque, también en los mundos del Twitter y del Instagram, existen bibliófilas y bibliófilos empedernidos que saben distinguir un buen libro a la legua. Esa maravillosa novela iba a volver a estar de actualidad gracias a Libros del Asteroide, editorial nada sospechosa de haber publicado y reeditado en los últimos años autenticas joyas de la literatura, algo que los lectores aprobaron y aplaudieron a rabiar. De pronto su título estaba por todas partes: en las conversaciones internautas, en los foros, en los muros de algunos de los portales literarios más importantes o como protagonista de las historias de cientos de bookstagramers. Y en todos ellos, alabanzas tales como: "El libro que tenéis que leer antes de morir", "si no lo leéis ya estás tardando", "lectura obligatoria", "imprescindible", "su lectura te cambiará la vida"... Yo misma compartí la buena nueva, a pesar de que la sombra del escepticismo acechaba sobre cada uno de aquellos gritos de júbilo, sin ser consciente de que, un tiempo más tarde, estaría subscribiendo y dando la razón a cada uno de ellos. Es evidente que esta novela - aunque lo correcto sería decir "novelas" - no ha modificado ni un ápice de mi realidad cotidiana, pero os puedo asegurar, a riesgo de ser demasiado entusiasta, que Agota Kristof - bendito descubrimiento - ha conseguido que me reencuentre con el género autobiográfico, que me demuestre como éste también puede ser extraordinariamente trasversal, que me haya devuelto la esperanza respecto a la posibilidad de encontrarte con literatura de calidad sin necesidad de recurrir a los clásicos, y lo más importante, que se convierta en uno de mis referentes literarios en lo que a escritura se refiere. Con estas palabras nos adentramos en la oscuridad aberrante del ser humano, en los otros desastres de la guerra y sus correspondientes consecuencias para reseñar el que sin duda ha sido uno de los libros que como lectora y autora más me ha marcado este año. Claus y Lucas: el sueño de la razón produce monstruos y totalitarismo.


  Para empezar, como ya he señalado en el anterior párrafo, Claus y Lucas no es el título de una novela, sino el que engloba a una trilogía compuesta por: El gran cuaderno (1986), La prueba (1988)y La tercera mentira (1992). Novelas que Libros del Asteroide ha tenido la genial idea de juntar en una reedición que, sin duda, llega en un momento clave y crítico respecto al panorama político europeo. Un contexto en el que la ultraderecha ha pasado de ser un fantasma del pasado a ser una realidad formando parte o apoyando gobiernos - como sucede en Italia, Austria, Polonia, Hungría y España - o simplemente entrando con fuerza en los parlamentos de países como Alemania, Inglaterra, Francia, Holanda, Dinamarca o Finlandia. Por no hablar que en Estados Unidos, una de las naciones más poderosas del mundo, está actualmente gobernada por un empresario especulador procedente de la jet set americana que no duda en atacar a las mujeres, a los inmigrantes, a los homosexuales, y en definitiva a todo aquel que representa una supuesta "amenaza" para el país. En esas estábamos - y seguimos estando - cuando a principios de febrero salió a la venta Claus y Lucas, calificada por los críticos como una de las denuncias más demoledoras hacia el totalitarismo de cualquier signo y escrita por una autora - Agota Kristof - que paradójicamente se exilió por culpa de la proliferación de estos sistemas políticos en la Europa del este tras la Segunda Guerra Mundial. Suiza fue su país de acogida, país al que huyó con su marido y una hija de cuatro meses, en el que encontró un trabajo en una fábrica de relojes que le permitiría un sustento y algo de tiempo para dedicarse a la escritura y que fue testigo de la publicación - en francés - de los libros por los que será eternamente recordada. Con una ambigüedad autobiográfica (lo cual hace más aterradora la experiencia lectora) Kristof nos narra El gran cuaderno la historia de dos niños gemelos - cuyos nombres se corresponden con el de la trilogía - a los cuales su madre, incapaz de alimentarlos en una ciudad constantemente amenazada por las bombas, entrega a su abuela. Una mujer terrible, perversa, violenta, sospechosa de haber asesinado a su marido y que desconocía la existencia de sus nietos. Entre protestas e insultos, la abuela acoge a los niños en su casa a las afueras de un pueblo sin nombre tratándoles, desde el minuto uno, como si fuesen escoria, basura, perros. A partir de este momento, el lector será testigo de las brutalidades, la miseria, el pillaje y de la dura disciplina de aprendizaje - autoeducación con los pocos medios que disponen a su alcance y ejercicios extenuantes para fortalecer su cuerpo y ocultar sus emociones - que tanto Klaus como Lucas se autoimponen para sobrevivir en una sociedad cada vez más envilecida y martirizada por sus gobernantes, invasores y sus presuntos liberadores.

   Como ya comenté en su momento, y para que os sirva de orientación, una servidora experimentó asco, odio, rabia, impotencia, pena, repugnancia, fascinación y un nudo en el estómago imposible de describir. Y tan sólo llevaba cuarenta páginas leídas. Cuarenta páginas en las que advertí no sólo un excepcional talento narrativo, también la singularidad de una historia tantas veces contada pero nunca desde esa extrema frialdad. Leer El gran cuaderno es como tocar directamente el hielo, sin protección alguna, y sentir como se te congela la sangre a medida que los personajes van descendiendo en su particular infierno moral. Jamás había leído escenas tan duras, esas que si fuesen reales apartarías inmediatamente la mirada, esas que retratan al ser humano en la horrorosa desesperación, en su apogeo más monstruoso, esas que aún me producen escalofríos con solo rememorarlas. Claro que la brevedad de sus capítulos - los cuales rara vez superan las dos hojas de extensión - unido a unos giros en la trama totalmente inesperados y al uso de unas frases muy cortas desde un "nosotros" correspondiente a la voz de los hermanos y a sus anotaciones en el cuaderno, hacen de esta experiencia lectora más inversiva si cabe. Mención especial merecen todos y cada uno de los personajes, empezando por sus protagonistas - los cuales al final se acaban convirtiendo en seres sin escrúpulos capaces de soportar cualquier calamidad - y acabando por Cara de Liebre - no os hacéis una idea del shock que supuso leer lo que le sucede al final de la novela - sin olvidarnos, por supuesto, de la abuela. Terror en estado puro. Esa bestialidad, esa potencia, ese titán de la maldad hecha mujer con rostro ajado por el paso del tiempo merece un lugar privilegiado entre los mejores personajes literarios de la historia. Señalar, que duda cabe, el importantísimo papel que juega la naturaleza, el pueblo y la sucia y destartalada casa de campo - situada cerca de la línea fronteriza - en la que conviven abuela y nietos durante todo el transcurso de la guerra, metáfora de la sequedad y brutalidad tanto de lo cotidiano como del conflicto bélico.


   Tanto críticos como lectores no dudan en señalar a El gran cuaderno como la mejor y más lograda entrega de toda la trilogía. Sin embargo, los dos títulos que la completan, aunque menos interesantes en cuanto a su estilo narrativo, su contenido no es para nada desdeñable. Si la primera entrega nos narraba la traumática infancia de Claus y Lucas, en La prueba - sin capítulos y contada desde un narrador omnisciente - Agota Kristof nos cuenta la historia de los dos hermanos tras su separación, ahondando en las diferencias entre el entorno rural y el de la gran ciudad y en como lo acontecido en la primera parte de la trilogía condiciona de forma salvaje algunos aspectos de su vida. Tales como el trabajo, el amor, la familia, el compromiso político o su relación con el pasado. A continuación, en La tercera mentira - desde una interesante primera persona y dividida en dos partes - el lector asiste a un desenlace de altura, al esperado reencuentro muchos años después y al cuestionamiento de los hechos anteriormente narrados a base de revelaciones sorprendentes que caen como bombas antes de ese final digno de enmarcar. Si bien es cierto que El gran cuaderno podría perfectamente existir sin el sustento de los otros dos libros - dada su singularidad y calado emocional - tanto La prueba como La tercera mentira en su conjunto nos proponen las claves esenciales para entender las motivaciones que llevaron a su autora a escribir esta trilogía, las cuales acaban agrupadas y resguardadas bajo el paraguas de la mayor de las inquietudes: la de una desnuda denuncia a la herida de las guerras, a la puñalada social que supuso el nazismo y el comunismo de la Unión Soviética y a la huella que todo aquello dejó en la población, especialmente en los que, como Claus y Lucas, no conocieron otra realidad durante gran parte de sus desdichadas vidas. Dicho esto, ya sólo me queda exponer tres cuestiones.  En primer lugar, contener la respiración al mismo tiempo que instar a seguir luchando para que una parte de nuestra historia más reciente, la más oscura, no se vuelva a repetir ni a materializar en hombres y mujeres que resuciten discursos de los años 30 y 40. En segundo lugar, dar las gracias a ese lado arbitrario de la vida por haber permitido toparme con Agota Kristof cuando menos lo esperaba y, casualmente, en el momento que más lo necesitaba. De ahora en adelante siempre estaré a tus pies. Y en tercer lugar, por favor, por vuestro bien y en nombre de la buena literatura, haceos con un ejemplar. Me lo agradeceréis de por vida. No, no son palabras vacías, sino verdades como puños, como los de esa terrible abuela, como los de esos niños a los que la guerra y el totalitarismo cambió para siempre.

   Claus y Lucas: una historia de abusos, canalladas, abandonos, autodidactismo, voluntades férreas, venganzas explosivas, relaciones tóxicas, palizas, humillaciones, perspectivas, paso del tiempo... La triada del mal, de la supervivencia y del recuerdo.

Frases o párrafos favoritos:

   “La abuela es la madre de nuestra madre. Antes de venir a vivir a su casa no sabíamos que nuestra madre aún tenía madre.
   Nosotros la llamamos abuela.
   La gente la llama la Bruja.
   Ella nos llama “hijos de perra”.
   La abuela es menuda y flaca. Lleva una pañoleta negra en la cabeza. Su ropa es gris oscuro. Lleva unos zapatos militares viejos. Cuando hace buen tiempo va descalza. Su cara está llena de arrugas, de manchas oscuras y de verrugas de las que salen pelos. Ya no tiene dientes, al menos que se vean.
  La abuela no se lava jamás. Se seca la boca con la punta de la pañoleta cuando ha comido o ha bebido. No lleva bragas. Cuando tiene que orinar, se queda quieta donde está, separa las piernas y se mea en el suelo, por debajo de la falda. Naturalmente, eso no lo hace dentro de casa”.

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Libros del Asteroide

martes, 26 de noviembre de 2019

RESEÑA: El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes.

EL VERANO EN QUE MI MADRE
TUVO LOS OJOS VERDES

Título: El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes.

Autora: Tatiana Ţîbuleac (1978, Chisináu, Moldavia) hija única de un periodista y de la correctora de un periódico, ya en la universidad empezó a colaborar con diversos medios en calidad de traductora, correctora y reportera mientras realizaba sus estudios de Periodismo y Comunicación. Se dio a conocer en 1995, cuando empezó la columna "Historias verdaderas" en el periódico flux, uno de los diarios más importantes en lengua rumana. En 1999 empezó a trabajar en televisión como una de las reporteras principales del telediario de la cadena pro tv, donde consolidó su papel dentro del periodismo de corte social. Su primer libro, una colección de relatos titulada Fábulas modernas, se publicó en 2014. El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (2016), su primera novela, impactó a crítica y lectores, y se consideró un auténtico fenómeno literario en Rumanía. Ha recibido varios premios, entre los que destacan el otorgado por la Unión de Escritores Moldavos y la revista literaria rumana Observator Cultural, y está siendo traducida a numerosos idiomas. En 2018 publicó su segunda novela, Jardín de vidrio. Actualmente, Ţîbuleac sigue trabajando en el mundo de la comunicación audiovisual y vive en París con sus dos hijos. (Fuente: Editorial).

Editorial: Impedimenta.

Idioma: rumano.

Traductora: Marian Ochoa de Eribe.

Sinopsis: Aleksy aún recuerda el último verano que pasó con su madre. Han transcurrido muchos años desde entonces, pero, cuando su psiquiatra le recomienda revivir esa época como posible remedio al bloqueo artístico que está sufriendo como pintor, Aleksy no tarda en sumergirse en su memoria y vuelve a verse sacudido por las emociones que lo asediaron cuando llegaron a aquel pueblecito vacacional francés: el rencor, la tristeza, la rabia. ¿Cómo superar la desaparición de su hermana? ¿Cómo perdonar a la madre que lo rechazó? ¿Cómo enfrentarse a la enfermedad que la está consumiendo? Este es el relato de un verano de reconciliación, de tres meses en los que madre e hijo por fin bajan las armas, espoleados por la llegada de lo inevitable y por la necesidad de hacer las paces entre sí y consigo mismos. (Fuente: Editorial).

Su lectura me ha parecido:

   Intensa, delicada, rabiosa al principio, constructiva seguidamente, reflexivo en su tramo final, poética, con una capacidad metafórica admirable, lacrimógena, brutal... La figura de la madre, a lo largo de la historia, siempre ha estado rodeada de un halo de inquebrantable misticismo, como una figura religiosa a la que le debes todo - desde la vida hasta el mantenerte siempre a flote - y a la que veneras a pies juntillas todos y cada uno de sus mandamientos. Por eso, cuando de pronto entre tus manos aparecen libros en los que el protagonista desearía directamente matar a su madre, cuando el odio que le tiene es mayor incluso que el amor que en algún momento de su biografía le profesó, cuando eso sucede, no podemos evitar escandalizarnos y echarnos las manos a la cabeza. Tenemos tan interiorizada la sacra figura materna que la creemos incorruptible cuando, en realidad, mi madre, la tuya y la de ese desconocido que viaja a tu lado en el autobús son seres de carne y hueso. Mujeres que poseen las mismas virtudes y debilidades que cualquier persona de nuestro al rededor. Crueles y amables. Envidiosas o generosas. Conformistas o inconformistas. Irónicas o apocadas. Resignadas o ambiciosas...  Como el dios Jano, nadie en este planeta nace con una sola faz, sino que metafóricamente venimos al mundo con una personalidad poliédrica, plagada de características y una personalidad propia. Algo que, en el caso de las mujeres - y sobre todo en las que son madres - acaba mutando en una sola, como si todas las que deciden tener hijos perdiesen eso que las hace únicas por el camino para encomendarse a un destino más sacro y a salvo de cualquier profanación. Hace tiempo que las madres se cayeron de dicho pedestal. Las madres, simplemente, no son perfectas y la actualidad literaria más acuciante parece haberse enterado por fin de esa realidad tantas veces ignorada. Por eso no son pocos los libros que ahondan y reflexionan entorno a su figura, a su concepto, a su cuerpo; ningún campo parece quedarse atrás en estos interesantes análisis. Ni siquiera el novelístico, el cual encuentra en Tatiana Ţîbuleac - la gran sensación de las letras rumanas - y en el libro que hoy tengo el placer de reseñar un espacio lírico, doloroso y profundamente conmovedor. El verano en que mi madre tuvo los ojos azules: del órdago adolescente a la comprensión de la madurez.


   Alesky, nuestro protagonista y peculiar narrador, está lleno de resentimiento. Desde bien pequeño siempre se ha creído fuera de lugar, un hijo no deseado en aquel núcleo familiar a la sombra de una hermana adorable que, por desgracia, fallece siendo una niña. Y lo cierto es que en realidad nunca se ha sentido querido. Para él, su padre es el ausente, el que nunca está, el que un día hizo las maletas y se largó de casa. Esa figura fantasmal contrasta con la que Alesky tiene de su madre, la cual queda bien clara desde el primer párrafo, desde el mismo arranque de la novela en el que leemos lo siguiente: "Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás. Yo la miraba desde la ventana mientras ella esperaba a la puerta de la escuela como una pordiosera. La habría matado con medio pensamiento." En tan sólo cinco frases Ţîbuleac ya nos ha presentado casi en su totalidad a quien va a ser nuestro acompañante durante todo el libro. Un adolescente cuyo odio hacia la figura de la madre es casi enfermizo, que además tiene problemas psiquiátricos - los cuales acentúan su virulencia en el momento en el que deja de tomarse la medicación - es mal estudiante y cuya única preocupación es seguir perteneciendo a la pandilla de amigos con las hormonas aún más revotadas. Un joven que no oculta su enfermedad y que observa a su progenitora desde una mirada alterada y desquiciante. Ante un espejo deformado que le devuelve el reflejo de alguien malvado y poseedor de todos los defectos posibles. A medida que nos adentramos en el relato - y más a partir del momento en el que la enfermedad de la madre irrumpe en su vida avanzando galopante - percibimos un cambio en Alesky. De pronto ya no le parece tan terrible pasar el verano en un pueblo de la campiña francesa junto a su madre en lugar de estar de juerga con sus colegas en Ámsterdam. De pronto la misma ferocidad con la que la reprendía constantemente adquiere un significado diferente. La locura se torna en devoción y la oscura lente de sus ojos se torna de una lucidez casi mística. Si antes su madre parecía tener muecas de terrible indiferencia o la risa más estúpida del mundo; ahora se eleva como una criatura mágica ante Alesky, una hada de largos cabellos, enfermiza figura y de unos relucientes ojos verdes - los cuales estarán presentes a lo largo y ancho de todo el libro - incapaces de inspirar temor o algún tipo de maldad.


    Sin duda el dominio de lo sensorial, lo poético, lo emotivo y sobre todo de lo metafórico son sin duda los puntos clave para entender no sólo esta historia, sino el estilo de una autora - Tatiana Ţîbuleac - que ha caído en el panorama literario internacional como agua de mayo. La potencia del libro arranca en la primera frase ya citada - ¿cómo se puede descargar tanta ira en tan pocas líneas? - y continua en un viaje casi alucinógeno en el que el lector es testigo del viaje vital de Alesky, desde el pozo de sapos y culebras hasta ese redescubrir la figura sobre la que tantas pestes ha echado. Y en ese aprendizaje se nos desvelan esos pequeños detalles que hacen de la madre no tan estúpida o anodina como Aleksy nos quería hacer creer. En el fondo, ella era una mujer llena de sueños, ilusiones, proyectos; los cuales se vieron truncados en el momento en el que se quedó embarazada Alesky sin quererlo y tras cometer el error de casarse con el padre de la criatura, el cual al final no resultó ser ni un buen marido ni un buen padre. La maternidad socavada, esa posición invisible y los constantes ataques de su primogénito hacen que su historia, al menos durante la primera parte de la novela, quede totalmente desdibujada. Algo que no ocurre en su gloriosa segunda parte, donde la poética se vuelve cada vez más extraordinaria y el protagonismo recae sobre ella y su existencia, la cual está, paradójicamente, en vías de evaporación. Hay historias que importan desde su inminente contenido, pero hay otras en la que el cómo adquiere un peso importante. Este es el caso de El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes es un ejemplo más de destreza narrativa, personalidad literaria y sobre todo del buen uso de las emociones. Pocas son las frases o los párrafos exentos de belleza, de hecho, la brevedad de sus capítulos - algunos de ellos precedidos por frases de ensueño en las que los que se homenajea esas esmeraldas que tiñen su iris -  permite al lector admirar, inspirar y sentir mejor todo ese lenguaje, toda esa buena literatura al servicio de un público en busca de nuevas experiencias narrativas. Pero no todo es hermoso en esta historia. La sombra de la muerte es cada vez más alargada, y ni siquiera el paso del tiempo - en donde vemos a un Alesky convertido en un perturbado artista de éxito - consigue alejarle de su recuerdo y de sus particulares demonios interiores. Es entonces cuando, paradójicamente, en el momento en el que más solo se va quedando, sólo entonces, comienza a entender a su madre y a recuperar su cariño y su amor. Afectos que se verán arrastrados por una mortífera ráfaga de viento. Ţîbuleac ha parido a un protagonista difícil de olvidar, perfectamente construido y cuyos desequilibrios mentales no sólo nos emocionan o repugnan a partes iguales, sino que también nos ayudan a entender la soledad del diferente y a como el arte, en ocasiones, actúa como una pastilla que palia pero no cura, como la única forma de comunicarse en un mundo en el que, individualmente, también ha dejado de existir. A medida que avanzaba en la lectura de esta novela sentía envidia, sana por supuesto, pero también gran admiración. Dentro de los países del este de europa, Rumanía es un país muy a tener en cuenta dentro del panorama literario internacional, un país que, de seguro, más pronto que tarde recibirá una gran alegría en forma de Premio Nobel de Literatura de la mano de Mircea Cărtărescu. Sin embargo, no debemos descartar la posibilidad de que, con el tiempo, empleemos los mismos términos para referirnos a la moldava Tatiana Ţîbuleac. Una autora que ha pasado de novel a experta dando un puñetazo emocional en el corazón de los lectores dejando claro, de una vez por todas, que ha venido para quedarse.

   El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes: una historia de distorsión, idealización, odio encarnizado, revelaciones vitales, soledad, sensibilidad artística, reaprendizaje, desarmes emocionales... La novela que os hará abrazar a vuestras madres con una lágrima pendiendo de las pestañas, al menos eso es lo que me sucedió a mi.

Frases o párrafos favoritos:

"El campo de girasoles había perdido los pétalos y ahora parecía un rostro destrozado por el acné."

"Los ojos de mi madre lloraban hacia dentro."

"Los ojos de mi madre eran campos de tallos rotos."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Impedimenta

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Reseña: María Estuardo.

MARÍA ESTUARDO

Título: María Estuardo.

Autor: Alexandre Dumas (1802-1870) fue uno de los autores más populares en la Francia del siglo XIX. Siguiendo los pasos de su padre, un general aristócrata, a los catorce años ingresó en la academia militar para después enrolarse en el ejercito. Polígrafo, viajero y vividor incombustible, cultivó diversos géneros, de la literatura fantástica y de terror a la novela histórica y de aventuras, pasando por los libros de viajes. Sus novelas más emblemáticas, El conde de Montecristo (1844) y Los tres mosqueteros (1846), aparecieron originalmente como folletines, y desde entonces no han dejado de entretener a generaciones sucesivas de lectores. Entre 1839 y 1841, Dumas publicó, en colaboración con otros autores, la serie de dieciocho volúmenes "Crímenes célebres", de la que forma parte María Estuardo. (Fuente: Editorial).


Editorial: Gatopardo.

Idioma: francés.

Traductora: Teresa Clavel.

Sinopsis: "Hay, entre los reyes, nombres predestinados al infortunio", se nos advierte al inicio de este libro. En la Escocia del siglo XVI, el máximo exponente de esta sentencia fue la reina María Estuardo, cuya trágica y novelesca vida inspiró a Alexandre Dumas para escribir esta biografía. Inteligente, culta y de una belleza hechizante, la joven María Estuardo se educó en la corte de Francia, donde se le auguraba un futuro brillante. Sin embargo, su vida fue un sinfín de calamidades desde su regreso a Escocia para hacerse cargo del trono hasta su prolongada caída en desgracia: abdicación, exilio, cautiverio y muerte por decapitación en el castillo de Fotheringhay, tras ser acusada de planear el asesinato de su prima, la reina Isabel I de Inglaterra. Desde entonces, la figura de María Estuardo no ha dejado de ser objeto de interpretaciones ambivalentes: adúltera e instigadora de asesinatos, valiente defensora del catolicismo en un país desgarrado por las guerras de religión, víctima heroica de intrigas políticas y juegos de poder, mujer de pasiones turbulentas que no supo pacificar su propio reino.

Su lectura me ha parecido:

   Entretenida, curiosa, estupendamente documentada, inminentemente novelesca, perfecta para acercarse por primera vez al personaje histórico, fundamental para quienes ya tengan un bagaje al respecto, muy de consumo rápido, en ocasiones hasta adictiva... La primera vez que supe de ella fue gracias a mi autodidacta formación en Historia Moderna a través de los dosieres de la Muy Historia - ojalá no desaparezcáis nunca - durante mis años de instituto. ¿La razón? Tuve un profesor que en lugar de avanzar con el temario se quedó obnubilado con los elementos de tortura de la inquisición medieval (hice un trabajo de uno en concreto al que apodaron "la pera" y desde entonces sigo espantándome como el primer día). La primera vez que la vi en pantalla grande fue en Elizabeth. La Edad de Oro. Fue muy fugaz, tanto que ni siquiera en ese momento me percaté de que era ella. De hecho, me es imposible recordar que actriz tuvo el honor de interpretarla, al menos durante unos minutos. La culpable de esta injusticia fue Cate Blanchet, que con su soberbia interpretación de Isabel I eclipsaba a cualquier otro personaje. Así que estaba totalmente justificado. La segunda vez fue en una clase de Historia Moderna Universal, asignatura que repetí aquel año y que me tocó recuperar en horario de tardes. No conseguí reconciliarme con la materia, ni con la época, pero sí apreciar una de las mejores interpretaciones que he visto hasta la fecha de la mano de la grandiosa Katherine Hepburn. La primera vez vi a una actriz interpretarla en la pequeña pantalla no hace mucho, en 2016, cuando en Televisión Española emitió los capítulos de una serie llamada "Reinas" producida por José Luis Moreno en la que contaban la rivalidad entre ella e Isabel I. Totalmente prescindible y mala hasta decir basta. Tengo pendiente ver la última adaptación cinematográfica en la que se baten en un duelo interpretativo Saroise Ronan y Margot Robbie. Aunque con todos mis respetos yo estaría en el bando de la que ha sido capaz de interpretar a Harley Quinn, darle una bofetada a Leonardo Di Caprio en El lobo de Wall Street o dar vida a la polémica patinadora Tonya Harding - ¿y el Oscar pa cuando? -. Por último, la primera y por el momento única vez que la vi - sí, aunque fuera bajo un bellísimo sarcófago de piedra tallada y esculpida - fue durante mi último viaje a la capital británica en el que tuve el privilegio de visitar la Abadía de Westminster. Sin duda, fue uno de los momentos más emocionantes de dicho recorrido, además de los más irónicos. La justicia divina - o Jacobo I de Inglaterra - quiso que los huesos de su madre reposasen junto a los de su prima Isabel I, con la que estuvo en guerra y que finalmente resultó ser su verdugo, la que dio la orden de encerrarla y mandarla decapitar. Si eso no es mala leche o karma yo no sé lo que es. En definitiva, hoy me pongo mis mejores galas y activo mi faceta como historiadora para hablaros de un personaje apasionante, de esos que consiguen hacer que ames la historia. Pero también de un autor al cual he conseguido, por fin, perderle el miedo. María Estuardo: la biografía al servicio de lo novelístico y el "salseo" de la época.

   Sí, este es el primer libro que leo de Dumas. Sí, sé que es un delito no haberme adentrado en su literatura antes. Y cuando digo antes es cuando era adolescente. Creedme, no estoy diciendo ninguna locura, ya que con Alexandre Dumas se ha educado la generación de nuestros padres. Ellos querían formar parte de los tres mosqueteros o se pasaban horas y horas leyendo y siguiendo minuto a minuto la venganza de Edmundo Dantés. Como si de una serie de televisión se tratase. Sin embargo, cuando alcancé la edad de descubrirlo por vez primera, el volumen de sus páginas me disuadió, tanto que durante años lo evité, como la peste, como una peligrosa alergia. Menos mal que la historia en primer término y después esa maravillosa asignatura de Literatura Universal en Segundo de Bachiller me abrieron los ojos, consiguiendo que me reconciliase con eso que llaman "clásicos", los cuales, tiempo atrás, había huido despavorida. ¡Que estúpida fui! Si alguien, cuando tenía quince años, me hubiera dicho que las novelas de Alexandre Dumas duran un suspiro entre los dedos de las manos, si alguien me hubiera aconsejado leer sus libros porque, y es cierto, su endiablado ritmo te atrapa desde el minuto uno. Si alguien me hubiese despejado la cabeza de prejuicios y me hubiera insistido, probablemente hoy Alexandre Dumas sería uno de mis autores favoritos. No obstante, y haciendo honor al dicho "más vale tarde que nunca" me puse hace unos meses las pilas con el autor francés de la mano de su faceta menos conocida pero enormemente apasionante. La del Alexandre Dumas biógrafo. En concreto, del Alexandre Dumas biógrafo de grandes personajes de la historia como lo fue María Estuardo. Según he podido investigar, la novela que hoy reseño, forma parte de una colección de 18 volúmenes que, bajo el título "Crímenes celebres", pretendían contar la vida de, por un lado, los criminales más famosos de la historia, y por otro lado, la de aquellos hombres y mujeres que, por circunstancias excepcionales, acabaron sus días asesinados o ejecutados. Dicha antología se publicó entre 1839 y 1841 por la editorial parisina Rue Louis le Grand, siendo traducida al español en 1858. A pesar de que a día de hoy hay varios estudios que ponen en duda la autoría de Dumas respecto a algunos relatos - los cuales, al parecer, se fraguaron a base de colaboraciones que el propio autor francés no reconoció desde su privilegiada posición de editor - "Crímenes célebres" perseguía dos objetivos. El primero, a base de una exhaustiva documentación judicial y con un estilo sencillo, acercar las historias de estos personajes ligados al crimen o a la tragedia a los lectores menos académicos. Y el segundo, satisfacer las exigencias de un público cada vez más ávido de sucesos sangrientos y de villanos convertidos en héroes. Estamos en plena era del Penny Dreadful, y Alexandre Dumas quiso sumarse a la moda. No obstante, y a diferencia de los ecos del ficticio y gore Sweeney Tood cuya influencia cruzó el Canal de la Mancha, "Crímenes célebres" tienen un poso bibliográfico nada desdeñable, aunque su principal objetivo era lucrarse y saciar el ansia capitalista de la época.

   En ese sentido el volumen de María Estuardo podría encajar perfectamente en la segunda categoría de la colección, esa en la que Dumas quiso otorgar a los finales trágicos - y con litros de sangre - su especial protagonismo. Y, sinceramente, no podría haber elegido mejor personaje histórico. Como bien sabréis - y si no os lo cuento a continuación - María Estuardo (1542-1587) hija de Jacobo V de Escocia y María de Gisa, sucedió en el trono a su padres con a penas seis días de vida. Pasó parte de su infancia en Francia, donde se casó con Francisco II y esperó pacientemente a su mayoría de edad. Tras su breve experiencia como reina de Francia (ya que Francisco II murió de forma repentina), María regresó a Escocia y cuatro años más tarde se casó con su primo hermano Enrique Estuardo, unión de la que nacería su único hijo, el futuro Jacobo VI. En febrero de 1567, Enrique es asesinado en el jardín de su residencia. Todos pensaron que James Hepburn, primer Duque de las Islas Órcadas y cuarto Conde de Bothwell, había orquestado su muerte para poder casarse con María Estuardo. Algo que acabó sucediendo en 1567 tras ser absuelto de todos los cargos. Tras un levantamiento contra la pareja, María fue encarcelada en el castillo del lago Leven - espectacular por cierto - y durante su cautiverio fue forzada a abdicar en favor de su hijo, que por aquel entonces contaba con un año de edad. Tras un primer intento fallido de recuperar el trono, María huyó hacia el sur en busca de la protección de su prima, Isabel I de Inglaterra. Pero había un problema, y es que la última reina de la saga de los Tudor odiaba a María, ya no solo porque representaba un modelo más "femenino" de ejercer el trono, también porque numerosos católicos ingleses la consideraban la legítima soberana. Muchos de los cuales habían participado en el conocido como Levantamiento del Norte - no, no estaban los Stark ni Jon Snow - en el que un conjunto de nobles pretendieron derrocar a Isabel I para reemplazarla por María Estuardo. Ante dicha amenaza, Isabel no dudó en confinarla en varios castillos durante dieciocho años para, tras un juicio en el que se la declaró culpable de conspiración, mandarla decapitar en el castillo de Fotheringhay en 1587 a la edad de cuarenta y cuatro años. No sé vosotras y vosotros, pero en mi humilde opinión creo que, más allá de la cronología o los personajes reales, esta historia ha servido de base y de inspiración para novelas, películas, obras de teatro, óperas y series de televisión. Porque, ¿no es lo suficientemente atrayente una trama en la que se explore el odio encarnizado entre dos personas que además son familia? Y en la que además, se le añadan dosis de política e intrigas cortesanas. Si lo que queréis es eso, éste, la María Estuardo de Dumas, es sin duda vuestro libro.



   Tras haber leído esta biografía - novelada por supuesto - me quedan claras dos cosas. La primera, que Alexandre Dumas es el precursor de lo que hoy conocemos como Best Seller. De hecho, se podría decir que él mismo fue el autor de masas de la época. El Ken Follet del XIX. Escribía novelas, folletines, libros de viajes, ensayos o relatos de terror como churros. Y lo mejor de todo es que lo hacía bien. Si bien es cierto que una obra no puede gustar a todo el mundo por igual, lo cierto es que el talento de este escritor para crear historias o para, a partir de hechos reales, presentarte un libro de más de 200 páginas - como es el caso de María Estuardo - es por lo menos admirable. Centrándonos en esta novela en concreto, el estilo que Dumas emplea es endiabladamente adictivo, tanto que, tanto si conocíais o no la historia de esta desdichada reina, vais a alucinar con como está contada. Dumas es el maestro de lo trepidante, de convertir una novela histórica corriente y moliente en algo más cercano a la novela de misterio o al culebrón renacentista en esta ocasión. Pero también es hábil en el manejo del morbo, de la intriga, de toda esa clase de recursos literarios que mantienen al lector con la vista pegada, literalmente, sobre el papel. Sus personajes, a veces, parecen sacados de otras de sus novelas más que de la crónica histórica. Y eso puede enfadar a más de un historiador o historiadora purista, algo que en mi caso no ha conseguido para nada. Es más, ha conseguido que disfrutase como una niña con una historia real pero extremadamente novelesca. Si hasta había capítulos en los que aquello se acercaba más a las obras de William Shakespeare con unos personajes tan pasionales, tan malvados, tan héroes, tan trágicos, tan dramático todo, y ya de paso, con el umbral de la paciencia demasiado bajo. Y diréis que pierde la verosimilitud, y yo os digo que para nada, que eso no sucede, ni siquiera en los momentos en los que la trama se ve en peligro por culpa de las contradicciones de las fuentes consultadas. Dumas sale airoso del aprieto tirando de más documentación - porque eso sí, la novela está fuertemente sustentada - consiguiendo que pasemos por alto sus inclinaciones y preferencias respecto a los personajes. Disimulo 0 en cuanto a quienes le caían bien, mal o fatal. Y la segunda, pero no por ello menos importante, es la necesidad de seguir reivindicando el género biográfico para aproximarse a la historia. Los que acabamos estudiando una carrera en la que el pasado está siempre en nuestro presente sabemos muy bien en qué momento nos empezó a apasionar esto de acercarnos a épocas para estudiarlas o aprender de ellas. Y en muchos casos, las biografías - tanto noveladas como académica - se convierten en el primer contacto, destello, la chispa que activa la curiosidad por un mayor conocimiento. Creo que independientemente de si te encanta (hasta el punto de querer estudiar la carrera) como si eres una o un mero aficionado, las biografías son la perfecta iniciación en estas lides. Y más si lo haces de la mano de grades autoras como Dumas. Personalmente, y después de haber leído María Estuardo, estoy pensando muy seriamente en indagar en más obras que aborden dicho periodo, y también, por si fuera poco, atreverme con un Dumas más extenso y todavía más novelesco.

   María Estuardo: una historia de lacrimógenas tragedias, destierros insoportables, sangre, venganza. envidias cortesanas, intrigas, conspiraciones, palacios, duques, monarcas...Un retrato pasional y claroscuro de una mujer que vivió con la certeza de que podía reinar, aunque aquello le costase la cabeza.

Párrafos o frases favoritas:

   "Hay entre los reyes, nombres predestinados al infortunio: en Francia, ese nombre es Enrique. Enrique I fue envenenado, a Enrique II lo mataron en un torneo, a Enrique III y Enrique IV los asesinaron. En cuanto a Enrique V, cuyo pasado ha sido ya tan funesto, sólo Dios sabe lo que le reserva el futuro.
   En Escocia, ese nombre es Estuardo."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Gatopardo Ediciones