jueves, 29 de abril de 2021

RESEÑA: Iluminada.

 ILUMINADA



Título: El club de los mentirosos.

Autora: Mary Karr (Groves, Texas, 1955) desencadenó una revolución con sus memorias: El club de los mentirosos fue uno de los libros más vendidos durante un año entero según New York Times, y mejor libro del año para The New York Tomes Book Review, The New Yorker, People y Time. Karr ha ganado el Whiting Award, el Radcliffe´s Bunting Fellowship y dos premios Pushcart. Además ha recibido una beca Guggenheim. Entre sus obras destaca The Art of Memoir, las memorias El club de los mentirosos, Iluminada y La flor y poemarios como Sinners Welcome, Viper Rum o The Devil´s Tour. Actualmente es profesora de Literatura en la Universidad de Siracusa y vive en Nueva York. 


Editorial: Errata Naturae. 

Idioma original: inglés. 

Traductora: Regina López Muñoz

Sinopsis: ¿Es posible reírse a carcajadas mientras lees un libro que trata sobre el amor, el alcoholismo, la depresión, el maltrato, la maternidad y... Dios? Por supuesto, Iluminada es un buen ejemplo. Pocas memorias (con el ritmo de una gran novela) están a la altura de estas páginas. La joven que pasó su dura infancia en Texas, en el seno de una familia mucho más que "peculiar" vive durante su primera madurez un infierno del que quizá solo puedan salvarla, además de la literatura y la fe, la ayuda de otros que pasaron antes por lo mismo que ella; sin olvidar el amor por su hijo, algo que la inunda al mismo tiempo que la confunde, como a tantísimas madres. 

Su lectura me ha parecido: coloquial, necesariamente brusca, desprovista de prejuicios, íntima, con un sentido del humor que ahoga las lágrimas del lector, heredera y deudora de unas raíces texanas fundamentales para entender esta entrega, enérgica, gamberra, una excelente narración de sí misma... A veces, en esto de la creación literaria, nos empeñamos en perseguir aquello que nos gusta, que nos evade o que simplemente nos aleja de aquello que tratamos de dejar atrás. De ahí que géneros como la fantasía, la ciencia ficción o el terror sean abrazados con tanta fuerza por muchas y muchos autores, aunque a partir de ellos se hablen o se critiquen cuestiones de lo tangible, lo mundano, lo que pasa a nuestro al rededor. La posibilidad de imaginar nuevos mundos, avanzadas tecnologías, criaturas mágicas o entornos proclives al horror - más allá de la casa encantada y plagada de fantasmas de manual, el cementerio con más niebla de Londres, el campamento asolado por el típico personaje con una irrefrenable sed de venganza, el bosque en el que no puedes adentrarte pero aún así es explorado o el motel regentado por un siniestro propietario - predispone a la autora o autor a un mayor trabajo de documentación y de abstracción psicológica, analizando sus propias inquietudes y miedos. Existe cierta carga autobiográfica en  algunos de ellos, sí, pero ésta acaba irremediablemente ensombrecida por licántropos, naves espaciales, hobbits, asesinos en serie o sociedades distópicas capaces de hacerte temblar ante la posibilidad de que éstas sean factibles en un futuro no tan lejano. También sucede con la poesía, en un intento por recrearnos en lo ajeno, en lo que observamos más allá de nuestra realidad cotidiana. Como si quisiéramos elevar lo mundano, lo anecdótico o lo que a nuestros ojos rezuma de belleza a objeto poético cuando, en realidad, lo personal, lo que nos quema las entrañas, aquellos episodios del pasado imposibles de olvidar, los remordimientos que quedaron, las cuentas pendientes, los rescoldos de lo que vivimos y de los que somos incapaces de sacudirnos, por mucho que intentemos, a pesar de quererlos sepultar bajo capas y capas de hormigón. Como el sarcófago de Chernóbil, como ataúd del odiado dictador, como los cuerpos de quienes acabaron en fosas comunes por culpa de una terrible epidemia. De todo esto bien sabe el género autobiográfico, o su hijo predilecto, la auto ficción, en el que el lector siempre tiene la última palabra a la hora de otorgar credibilidad a los hechos. Género al que acaban acudiendo - y últimamente en masa - muchas y muchos escritores por mil y un motivos. Afán de protagonismo, desahogo personal, exorcismo literario, denuncia de unos hechos, experimentación, juego narrativo que implique directamente a quien se adentra en el texto, homenajes subjetivos que a juicio de la autora o autor son necesarios, catarsis varias, apetencias escritoriles sin motivo oculto que lo justifique o simplemente por una cuestión de moda. Y como en todos los géneros literarios habidos y por haber, existen viles imitadores y los clásicos que han iniciado dicha tradición, y Mary Karr, la gran Mary Karr, forma parte por derecho propio del segundo grupo con una inabarcable trilogía autobiográfica abierta a más entregas - aquí nos ocuparemos del segundo volumen traducido al español - de la que hay mucho que decir en tan poco espacio. Iluminada: un impactante viaje al interior de la mujer escritora. 


Para hablar del presente libro - lo cual ha implicado una tarea casi titánica de relectura, revisión y de entender lo que Mary Karr quiere transmitir con sus memorias - debemos detenernos unas líneas en su título: Iluminada. Un título simple, directo, bello incluso, pero que en su versión original (Lit) encierra y condensa las dos principales líneas argumentales del libro. Por un lado "lit" significa precisamente eso, luz, destello, algo que ciega momentáneamente los ojos, el sentido, el entendimiento y que en el texto, a modo de metáfora (la poesía siempre presente, aunque de eso hablaremos más tarde) se nos presenta como lo que ilumina, lo que arroja claridad sobre el oscuro sendero que Karr recorre. En otras palabras, ese despertar como primer paso para superar sus diversas crisis, de las cuales somos testigos - a veces incómodos - a lo largo del texto. Por otro lado, "lit" también tiene otra acepción en su forma más abreviada, la de "literatura" y es que al tiempo que estamos ante un libro en el que su autora nos narra una historia de autosuperación - recordemos, nos estamos moviendo en el embarrado terreno de lo autobiográfico y por tanto verdadero - Karr nos expone sus deseos por convertirse en escritora y su obsesión por publicar. Lejos de hallarnos ante una novela más de escritoras/es frustrados y en profundas crisis creativas - en las que suele abundar el ombliguismo y una intencionada búsqueda de la empatía por parte del lector realmente trillada y aburrida - aquí se suple cualquier atisbo de narcisismo a través de un humor muy particular. Tejano, brusco, procedente de la tradición oral, coloquial, accesible, aunque lo que te esté contando sea de lo más profundo intelectualmente hablando o la mayor barbaridad que a la autora le haya pasado. En lugar de alejar con un estilo petulante de escritora que sabe mucho y que procura agrandar la distancia entre el lector y quien empuña la pluma, Karr abraza al lector en una naturalidad y cercanía imposibles de esquivar, pasar por alto, ignorarlas vilmente. Puede que la historia de Mary Karr - si habéis leído la sinopsis - parezca la típica historia de superación con final feliz. El final ya lo sabemos, ya que acaba consagrándose como una gran escritora, además de considerarse hoy por hoy una eminencia del género biográfico (El club de los mentirosos, Iluminada y La flor son de lectura obligatoria para quienes, desde una perspectiva más actual, quieran escribir sobre sí mismos sin caer en los errores garrafales que podemos encontrar en otros libros adscritos a esta corriente). No obstante, el viaje de más de 500 páginas hasta llegar a la actualidad está plagado de sombras que la autora desgrana desde la ausencia de prejuicios y una honestidad pasmosa. La búsqueda de un entorno lo más alejado posible de la disfuncionalidad familiar que había  había vivido en su infancia - el cual se describe en el corrosivo y magistral El club de los mentirosos - la conduce a su particular descenso a los infiernos en forma de alcoholismo, síndrome de la impostora e ingresos en psiquiátricos. El cataclismo no tarda en llegar tras encontrar cierta estabilidad familiar e ingresar en la clase media intelectual (entorno en el que, a pesar de haberlo anhelado, todavía no se siente totalmente integrada) con el divorcio del padre de su hijo. Es en este punto donde la situación parece agravarse y donde, al mismo tiempo, el lector como espectador asiste a la verdadera obertura en canal, a la desnudez narrativa. Con episodios tiernos - siempre relacionados con su hijo - sanadores - las heridas que comienzan poco a poco a cicatrizar - y de nuevos comienzos - acordándose de toda la gente que conoció a lo largo de su recuperación -. Es aquí donde, además, lo espiritual va ganando peso en la historia. No es que Karr se convirtiese de pronto al catolicismo tras haberse burlado de la religión y haber asistido con escepticismo durante toda su vida a su doctrina. Lo que vemos en Iluminada - otra posible acepción si lo pensamos detenidamente - es una paulatino acercamiento a la abstracción, al sosiego y la tranquilidad que ofrecen la meditación. Ese tiempo para ella misma que supone el rezo y que le roba a otras cosas, como a la bebida o al autoboicot, lo convierte en reflexión casi filosófica. Si bien es cierto que a mi juicio es un aspecto del libro en el que creo que su autora divaga más de la cuenta, sería injusto desdeñarlo, ya que aporta una perspectiva, no voy a decir original, pero sí interesante desde el plano de lo confesional. 


Iluminada de Mary Karr se ha convertido en un importante bastión de la autobiografía, un clásico casi instantáneo solo superado por El club de los mentirosos, recordemos, entrega donde se ahonda en la infancia de la autora y la problemática familia de la que viene. Sin embargo, Karr no hace nada que ya hicieran Jean-Jaques Rousseau o Gertrude Stein en los siglos XVIII y XX respectivamente. A pesar de que existen antecedentes, como los conocidos como Libros de los hechos - llibres dels fets en catalán - en los que los monarcas narraban sus hazañas y conquistas a través de unos escribas que se encargaban de trasladar las palabras de los reyes al libro o los propios Cantares de gestas - el más significativo el del Mío Cid por ejemplo - donde, a través de un estilo más elaborado y en verso, se plasmaba las aventuras de un personaje singular u importante (casi mítico) lo autobiográfico se pone de alguna manera "de moda" en la época Renacentista, coincidiendo con la idea del antropocentrismo. Esta idea de colocar al hombre en el centro dio lugar a la proliferación de una serie de textos que, bajo la pluma de religiosos como san Ignacio de Loyola o Santa Teresa de Jesús, tuvieron gran difusión en su momento. Sin embargo, no es hasta el ya citado Rousseau donde se asientan, gracias a sus Confesiones, el modelo que predominará durante el Romanticismo del siglo XIX y bien entrado el siglo XX. Resultando determinante para la aparición de las autobiografías o textos autobiográficos de personajes tan variopintos como Charles Darwin, John Stuart Mill, Charles Dickens o Anthony Trollope entre otros. A pesar de que en el siglo XX el género atraviesa una seria decadencia - en parte debido a su caída en prestigio al comenzar a asociarse con las revistas de cotilleos o personajes con vidas enormemente escandalosas, y por tanto, morbosas para el consumo de masas - sí que encontramos algunos ejemplos a destacar, tales como las autobiografías de Isadora Duncan, Malcom X, Rohal Dahl, Josep Pla, Gabriel García Márquez, Simone de Beauvoir, George Orwell o Frank MCourt entre otros. Pero es en el siglo XXI - amparado por un nuevo concepto antropocéntrico sin duda auspiciado por el capitalismo, la globalización y, sobre todo, el auge de las redes sociales, las cuales nos han conducido al individualismo y a la sociedad del "yo" - donde lo autobiográfico ha logrado el mayor impacto. Tal vez por esa domesticación social hacia el culto a una o uno mismo, tal vez porque, en un mundo cada vez más líquido, busquemos historias verídicas a las que agarrarnos para buscar ciertas similitudes personales respecto a la escritora/or que las expone, o simplemente porque aún sigamos siendo adictos a las desgracias ajenas o los episodios más polémicos, solo para resarcirnos, para autoconvencernos de nuestra privilegiada posición y la vana esperanza de que aquello terrible jamás nos va a ocurrir. La perspectiva de género, por supuesto, ha entrado con fuerza en el género, de hecho, si por algo Mary Karr es importante en estas lides es precisamente por haber otorgado esa visión tan necesaria y del que lo autobiográfico, en la mayoría de casos, andaba escasa. Pero además de eso, Iluminada es una inmersión, profunda, al fondo de lo que significa ser mujer autora - mujer trabajadora al fin y al cabo - en la que, salvando todos los episodios de alcoholismo y depresión, muchas escritoras pueden verse reflejadas. Sobre todo en sus problemas, inseguridades, esfuerzos por labrarse una carrera en un mundo, el de la industria editorial, capaz de cumplir sueños pero también de sacar a exhibir las fauces del rechazo. Como ya he comentado, Mary Karr no inventa el género autobiográfico, pero sí lo reinventa, y eso debería ser un incentivo al menos para descubrirla en sus flaquezas y virtudes. 

Iluminada: una historia de adicciones, fracasos, terapia, literatura, infancias traumáticas, miedo, maternidad, escritura, espiritualidad... Las metamorfosis de Mary Karr. 

Frases o párrafos favoritos: 

"De vez en cuando experimentamos la presencia de lo sobrenatural y por un instante discernimos cómo estamos hechos, con qué detalle nos atraviesa la fuerza que impregna cada pétalo, con el único deseo de hacernos alcanzar lo mejor de nuestras capacidades. Normalmente, cuando más cerca estamos es cuando amamos, o cuando un ser amado nos devuelve una sonrisa, un gesto que tiene el poder de galvanizarnos como el acero y fortalecer lo que hasta ahora no había sido más que carne blanda. Y arrancas a cantar en el instante en el que el león avanza hacia ti con las fauces abiertas y percibes el calor de su aliento. Incluso hasta la muerte."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Errata Naturae

martes, 20 de abril de 2021

RESEÑA: Amar y revivir.

 AMAR Y REVIVIR


Título: Amar y revivir. 

Autora: Mary W. Shelley (1797-1851) narradora, escritora, ensayista y biógrafa británica. Hija de del filósofo político William Godwin y de la teórica feminista Mery Wollstonecraft, frecuentó los más selectos ámbitos culturales y literarios de la mano de su esposo el poeta Percy Bysshe Shelley. Su obra más importante sin duda, fue Frankenstein, nacida tras una apuesta entre Lord Byron, John William Polidori, Percy Shelley y la propia Mary durante las vacaciones del año 1816 en una mansión Cerca de Ginebra. Tras el fallecimiento de su esposo, se dedicó en cuerpo y en alma a la educación de su único hijo y a forjar su carrera como escritora, sin embargo, la última década de su vida estuvo dominada por enfermedades probablemente asociadas al tumor cerebral que acabaría con ella en el año 1851. Además de Frankenstein, Mary Shelley es autora de MathildaEl útlimo Hombre Falkner entre otros.


Editorial: Hermida Editores. 

Idioma original: inglés. 

Edición: Gonzalo Torné.

Traductores/Correctores: Germán Molero y Hermida Editores. 

Sinopsis: Un romano regresa a la vida y se ve obligado a contemplar su Roma natal transformada y alterada por el tiempo; un joven ingiere (creyendo que se trata de un filtro de amor) una poción que al volverle inmortal le condena a ver envejecer y morir a todos sus seres queridos; un caballero romántico sufre la irrupción de un doble que amenaza con arrebatarle su vida; una doncella se debate entre el amor y la lealtad deja su decisión en manos de una santa que la obliga a dormir en una pequeña terraza sobre un acantilado; la única posibilidad de redención de un noble calavera pasa por cambiar de cuerpo con un horrible duende... Estos son algunos de los nervios narrativos que animan nuestra selección de relatos con los que Mary Shelley prolonga el magisterio que exhibió en Frankenstein. Ambientados en una Italia tan bella como peligrosa, en estos relatos se suceden una secuencia de amores desesperados, situaciones límite y vidas presionadas por la irrupción de la guerra... Pero ante todo estos relatos prolongan la indagación pionera de Mary Shelley sobre los claroscuros de una ciencia que empezaba a parecer capaz de todo, sin haberse podido plantear todavía sus consecuencias morales. Un campo prodigioso que a veces se confunde con los últimos coletazos del mundo de la hechicería. 

Su lectura me ha parecido: sugestiva, mágica, sobrenatural, gótica, imaginativa, un envidiable pulso narrativo, una ensoñación... Cuando leí por primera vez a Mary Shelley lo hice sin arnés, a lo loco, sin esperar aterrizar en una superficie lo más segura posible. Y casi fue la mejor manera de adentrarme en ella y en su universo literario. Sin pensarlo mucho, motivada por su inquebrantable y resplandeciente aura de pionera de la ciencia ficción, así como de gran maestra del terror y de algunos de los subgéneros que de él partieron con mayor o peor gloria. Por supuesto lo hice a través de Frankenstein, su obra cumbre, que duda cabe, pero por entonces la única que por aquel entonces podías encontrar en las estanterías de las librerías. Si bien es cierto que no era su único texto traducido - con el tiempo fui poco a poco recopilando todos ellos, cual acérrima fan en tiempos donde el terror prácticamente no se estilaba - sí era y es el que copa, eclipsa, relegando a un lugar menos visible el resto de su producción literaria. Hecho que ha provocado un absoluto y patológico desconocimiento hacia todas aquellas obras escritas con anterioridad o posteridad a su novela más insigne. Dolorosas injusticias a parte - de las que hablaré largo y tendido a lo largo de la presente reseña - lo cierto es que Frankenstein es magistral, trascendente e historia de la literatura a infinidad de niveles. No sólo por el tratamiento de sus personajes, el revolucionario uso de la especulación científica para reflexionar y ahondar entorno a los peligros y avances de la misma en un contexto en el que ésta iba ganando mayor peso en detraimiento de la superstición religiosa o las magistrales descripciones en las que los contrastes entre paisaje - desolador, como el hielo que protagoniza la primera parte de la novela - y emociones humanas son enormes. También por sugerir en tiempos de románticos empedernidos (recordemos, las interpretaciones por parte de lectores, escritores, intelectuales y crítica especializada de Frankenstein son inabarcables) toda una serie de debates y cuestiones realmente adelantados a su época. Mis favoritos, los más visionarios, como el que asegura que Frankenstein ya anticipa las relaciones sociales de poder y sumisión de la era industrial - donde el empresario burgués (el Doctor Frankenstein) somete al proletariado (La criatura) y lo maneja a su antojo y capricho sin importar cualquier tipo de necesidad o sentimiento - o aquel en el que se argumenta la mención implícita de la teoría Queer en la novela de Mary Shelley - recordemos, el ser que el Doctor Frankenstein crea en su laboratorio no tiene sexo, de hecho, no se especifica en ningún momento de la novela - así como todo el proceso hetero cultural que ha acabado por convencer a la gente de que el "monstruo" de Frankenstein en realidad es un hombre y no un ser de género no binario. Una vez soltada toda la perorata sobre porqué os tenéis que leer Frankenstein sí o sí - aunque podamos hablar de él en términos literarios cercanos a lo terrorífico no da miedo, os lo aseguro, palabrita de lectora edde género - queda referirnos al resto de sus obras, a las bastardas, aquellas ensombrecidas por el poder mediático que suscita el renombrado libro. De esa Mathilda - una romántica oda a la nostalgia y la soledad en clave autobiográfica - El último hombre - difícil de encontrar traducida a día de hoy y que la convierte, también, en pionera del género distópico - de su Diario del duelo - recién traducido al español y en el que somos testigos de sus desahogos ante la muerte de su marido Percy Shelley - o de sus cuentos, los cuales pueblan de pistas sobre sus ambientaciones, preocupaciones o temas literarios favoritos. Algo que, desde Hermida Editores y en colaboración con Gonzalo Torné - escritor y conocedor de la obra del grupo de la Villa Diotati - han querido remediar. Amar y revivir: la antología que los amantes de Mary Shelley necesitábamos. 


Amar y revivir se compone de trece relatos en total. Trece historias que ofrecen diferentes sensaciones según el tipo de lector que se enfrente a ellas. Para los que, por un lado, no hayan leído nada de Mary Shelley, ni siquiera Frankenstein, pues estos textos le llegarán con una inusitada frescura, sobre todo si eres amante de lo sobrenatural, la magia y las ambientaciones históricas con tintes gótico-románticos (muy en mi caso, sobre todo esto último). Para los que, por otro, seáis amantes de la autora británica, tengáis unas cuantas nociones de su breve biografía (más allá de lo acontecido en la Villa Diodati) y, sobre todo, os encante Frankenstein, con Amar y revivir vais a disfrutarlo más si cabe, ya que se pueden apreciar no sólo temáticas presentes en la famosa novela de Mary Shelley, también registros e historias que plagan de matices una carrera literaria más rica de lo que muchas y muchos piensan. En cualquier caso, ya sea porque no has leído nada de ella antes o porque te conoces obra y milagros de todo lo que tenga que ver con sus libros, Amar y revivir se revela como otra posible puerta de entrada a su universo literario, más ameno tal vez, pero sin descuidar la complejidad y la trascendencia filosófica que posee Frankenstein. Como ya he dicho y a grandes rasgos la presente antología permite a su autora, así como a las y los lectores, transitar entre distintas ideologías, movimientos artísticos, sensibilidades emocionales o periodos históricos muy concretos. Aquí viajamos desde el espíritu romántico - al que se adscribieron artistas, músicos, novelistas o poetas coetáneos como Lord Byron, Gustavo Adolfo Bécquer, Friedrich Schiller, José de Espronceda, Caspar David Friedrich, Eugène Delacroix, Ludwig van Beethoven, Francisco de Goya, Víctor Hugo o Rosalía de Castro entre otras/os - a los arcos apuntados de una iglesia o castillo gótico - casi siempre en ruinas o habitado por un ser malévolo - a los últimos coletazos de la magia en contraste con la irrupción de la ciencia - de hecho, podría tratarse del gran tema que une a todos los relatos - hasta llegar a lo contemporáneo en debates, que no el contexto. Porque si por algo todas y todos le debemos respeto absoluto a Mary Shelley, hasta los que no leen ciencia ficción o pasen del terror, es por su enorme capacidad para poner sobre la palestra cuestiones enormemente avanzadas para su época. Ideas que a día de hoy debatimos acaloradamente en comidas familiares, en cafeterías o tras la tribuna de oradores del congreso pero que Shelley ya planteó en pleno siglo XIX. Cuando la ciencia comenzaba a ganarle terreno a la religión, y todavía más importante, cuando las mujeres escritoras seguían firmando bajo "anónimo" o pseudónimo masculino (algo que la propia Mary Shelley vivió en sus carnes). 


Por ir desgranando algunos de los relatos más interesantes que componen Amar y revivir para así  aprender un poco más de la autora inglesa, empezaremos por uno de los que más me ha sorprendido. Aquel que lleva por título Ferdinando Eboli donde, a pesar de envolvernos en una atmósfera tremendamente gótica y de encontrarnos todos los topicazos de la misma, el relato presenta dos elementos enormemente modernos. El primero de ellos, la presencia del doppelgänger - la figura del doble en la literatura - como augurio de la muerte para quien se encuentra cara a cara con él. No es un recurso nuevo, de hecho es el propio movimiento romántico el que lo rescata de las leyendas medievales, pero sí resulta interesante la modernización del mismo a través de la pluma de Shelley, adelantándose décadas a las novelas de August Strindberg - a quien se le atribuye el origen de la palabra  doppelgänger - a El Doble de Fiódor Dostoievsky, a los relatos de Guy de Maupassant, a El Doctor Jekyll y Míster Hyde de Robert Louis Stevenson y por supuesto a todas las series (Twin Peaks), películas (El gabinete del Doctor Caligari) y novelas de terror que de una manera u otra han hecho uso de él en los siglos posteriores. El segundo de ellos viene por su protagonista, Adalinda, que aunque encaje en el prototipo de doncella gótica, Shelley le otorga una determinación y arrojo que la alejan de cualquier estereotipo femenino en literatura. Siguiendo con este tema, imposible de obviar como el feminismo y la denuncia de la inferioridad de las mujeres respecto a los hombres (ambos presentes en su literatura) se traslada al relato La novia de la Italia moderna, donde la crítica a la hipocresía de la religión y, sobre todo, a los matrimonios de conveniencia a los que se debían someter muchas mujeres de su época - este relato está ambientado en el presente de la autora - se convierte en un alegato a la independencia y a la libertad de elección, también lo que a cuestiones amorosas se refiere. Aunque, sin lugar a dudas, mi relato favorito es Valerio, el romano reanimado, donde Shelley introduce a un romano de la época imperial en la Roma de principios de siglo XIX. Un relato que nos permite, no solo admirar la fidelidad histórica y una capital diferente a lo que en su día fue durante sus siglos de mayor gloria, también reflexionar entorno a la decadencia y esplendor que, a pesar de los siglos, siguen padeciendo las ciudades. Una oda al paso del tiempo que debería sobresalir dentro de la producción literaria de la autora. Para los que quieran referencias claras a Frankenstein tenemos El mortal inmortal, donde las constantes apelaciones a la moralidad de ciertas prácticas científicas apelan constantemente a su obra magna. Aunque a decir verdad, la antología está plagada de títulos - el revivir de su título es la señal más clara - que irremediablemente evocan al famoso texto y nos hacen pensar que Mary Shelley estaba, de alguna manera, destinada a escribir una novela como Frankenstein. Por último, cabe señalar su fijación y pasión por Italia, ya que casi todos los relatos están ambientados allí. Pero la Italia de Shelley no es pletórica, luminosa y llena de jolgorio, sino un lugar oscuro, tenebroso, plagado de antiguos torreones, castillos y mazmorras donde sus protagonistas se enfrentan a los dilemas más trascendentales. Tradición literaria - la influencia de El castillo de Oranto de Walpole es clara - y connotaciones autobiográficas - Shelley pasó varias etapas de su vida en dicho país - se dan de la mano en esta antología para ofrecernos una mirada diferente de una autora que, de manera injusta, quedó ensombrecida por la presencia de su icónica e inmortal criatura. 

Amar y revivir: trece historias de redención, amor, aventuras, castillos góticos, transformaciones, pociones, magia, oscuridad, romanticismo... El legado de Mary Shelley más allá de Frankenstein

Frases o párrafos favoritos: 

"Roma ha caído, de acuerdo, pero el mundo sigue venerándola. Es una visión muy hermosa asistir a cómo sus descendientes, por alejados que estén de sus modelos, han tratado de consevar sus templos. De todas las partes del mundo acuden viajeros deseosos de visitarlos, y sólo se alejan de Roma a regañadientes. Para muchos hombres, todo lo que se conserva dentro de estas murallas es un templo sagrado... aunque fuese profanado tantas veces. La compasión debe mezclarse con la indignación si queremos ser justos. Ni la edad ni el dolor han logrado destruir el espíritu de Roma. Si se apoderase de mí la mayor de las desgracias, encontraría un gran consuelo en saber que he vivido en Roma. Si un hombre de su época reviviese en Atenas, ¿no tendría mayores motivos para estar triste usted?"

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Hermida Editores

miércoles, 14 de abril de 2021

Reseña: Panza de Burro

PANZA DE BURRO

Título: Panza de Burro. 

Autora: Andrea Abreu (Icod de los Vinos, Tenerife, 1995). Creció entre gatos y flores de bruja y, al cumplir los dieciocho, comenzó sus estudios de periodismo en la Universidad de la Laguna (ULL). Después de incontables cambios de residencia, se mudó a Madrid en verano de 2017, para cursar el Máster en Periodismo Cultural y Nuevas Tendencias de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC). Desde entonces, ha sido becaria, camarera y dependienta de una famosa tienda de lencería. Como periodista, ha escrito para la sección de Cultura del diario 20Minutos y para diferentes medios, como Tentaciones (El País), Oculta Lit, LOLA (BuzzFeed), Quimera o Vice. Sus textos literarios han sido incluidos en varias revistas digitales y en papel. También en antologías como Macaronesia, de La Galla Ciencia; Los muchachos ebrios, antología de la poesía jovencísima transoceánica, de La Tribu, o Piel fina. Poesía joven española (Maremagnum, 2019). Es autora del poemario Mujer sin párpados (Versátiles Editorial, 2017) y el fanzine Primavera que sangra (2017), un breve análisis poético sobre su relación con el dolor menstrual y que en 2020 apareció en la editorial Demipage. Ha participado en varios eventos literarios, como el festival cordobés de poesía Cosmopoética 2018 y es codirectora del Festival de Poesía Joven de Alcalá de Henares. El pasado 2019 fue galardonada con el accésit del XXXI Premio Ana María Matute de narrativa de mujeres. Panza de burro es su primera novela y uno de los mayores éxitos de crítica y público del pasado 2020. Hace unos días se incluyó su nombre en la famosa lista de GRANTA de los mejores autores menores de 35 años. 


Editorial: Barrett

Idioma: español. 

Sinopsis: es verano, principios de los 2000 y estamos en un pueblo del norte de Tenerife. Allí acompañaremos a la protagonista, a la que Isora se dirige como Shit, recorriendo las empinadas calles del lugar, siempre oscurecidas, alejadas de la imagen idílica que siempre hemos asociado al paisaje canario, bajo el amparo de un cielo siempre nublado. A medida que conocemos sus rincones y su gente, seremos testigos de como Shit inicia su particular viaje hacia el autodescubrimiento, iniciático, dejando atrás la adolescencia para abrazar todas aquellas sensaciones nuevas que comienza a experimentar. Todo ello a través de su mejor amiga Isora. 

Su lectura me ha parecido: cálida, hermosa, ambigua, punzante, feroz, poética, con unas protagonistas inolvidables y que ya forman parte de la memoria colectiva de toda una generación, desmitificadora, en los márgenes, política, con un armazón lingüístico que ensalza la idiosincrasia (en este caso de lo canario) como pocas veces se ha hecho en la literatura de este país... Hace poco, mientras paseábamos por las calles de una semi desierta Valencia en el día de su más distinguido patrón, hablaba con mi pareja sobre aquellas novelas en las que el uso del lenguaje resultase determinante. Lo sé, existen otros temas más distendidos, más amenos, menos aburridos. Pero es lo que sucede cuando de pronto se te enciende la bombilla. Cuando estás en pleno proceso de documentación y redacción de la reseña de un libro - de los más importantes publicados el pasado año - y necesitas contrastar opiniones. Él, tras pensarlo y tras sacarle a colación, como ejemplo, el caso de Juan Rulfo en Pedro Páramo, me habló de nuestro clásico más importante. Y es que Cervantes en El Quijote quiso dejar bien claro la negativa impresión que a don Alfonso de Quijano le producía la forma de hablar de su más fiel escudero. Su lenguaje llano, desprovisto de florituras novelísticas, de esa epicidad que tanto caracteriza a su compañero de aventuras y anclado en la fonética del pueblo era siempre corregido con el antiguo Hidalgo. Sin duda, una de las primeras muestras, ya no solo de elitismo social, también de elitismo cultural que podemos apreciar en la literatura española y universal. De ahí otros nombres y novelas desfilaron por mi cabeza. Desde aquellas de tiempos decimonónicos en las que el lenguaje se empleaba para diferenciar clases sociales - desde Benito Pérez Galdós a Clarín, pasando por Emilia Pardo Bazán - a las escritas por autoras y autores latinoamericanos, los cuales, jamás han tenido reparos en plasmar el habla de sus lugares de origen para, a través de él, reflexionar entorno al amor, la venganza, la muerte, la vejez y todos los grandes temas que la literatura ha contribuido a universalizar. Aún recuerdo aquel impresionante descenso a los infiernos que supuso leer, durante el verano pandémico, Temporada de huracanes de Fernanda Melchor. El terror más perturbador cuando me acerqué a los cuentos de Mariana Enríquez. O el nudo en el estómago que me produjo Mandíbula de Mónica Ojeda. México, Argentina y Ecuador. Tres países, tres autoras, tres formas de atrapar al lector sin dejarse la impronta lingüística por el camino. Respecto a España, Miguel Delibes - uno de mis favoritos - supo trasladar al papel lo que suponía vivir en lo que hoy conocemos como España Vaciada en una época en la que ni tan siquiera esa cuestión estaba en los debates político-sociales. Aunque cierto es que durante muchas décadas - esa terrible y pesada losa llamada Franquismo - la diversidad estuvo mal vista o directamente prohibida, también a nivel de bilingüismo o dejes típicos de algunos territorios - aunque estos tuviesen como lengua principal el castellano - actualmente se vive una celebración de la riqueza del lenguaje. Sobre todo en el terreno del audiovisual. Hemos pasado de esconder los acentos en televisión a escuchar y alabar lo gallego, andaluz, catalán, murciano, euskera o canario por citar algunos ejemplos. Algo que, por supuesto, ha acabado trasladándose a la literatura, a la escrita por una generación muy concreta y en boga, la de los millenials, los cuales han sabido reivindicar - algunos con gran talento - la pluralidad lingüística y social con historias muy de ahora, del presente precario o del pasado, cuando no existía ni Twitter ni Instagram. Siendo ésta la última generación virgen tecnológicamente hablando. Y dentro de todas ellas, la de Andrea Abreu - nacida hace veintiséis años en Icod de los Vinos - sobresale con mayor esplendor. Panza de Burro: oda al lenguaje, a la inocencia salvaje y a ese mar de nubes que parece envolverlo todo. 


Nacida en un taller de escritura creativa y escrita en un contexto de precariedad - Abreu tuvo que compaginar el sacar adelante la presente novela con un empleo como dependienta para una conocida marca de lencería - Panza de Burro se revela como un triunfo ante la adversidad, ante las zancadillas del capitalismo y, por supuesto, la visivilización del trabajo de escritora/or por y a pesar de las circunstancias. En esta historia de superación y lucha contra la adversidad, el libro en cuestión podría haber pasado perfectamente desapercibido, sin pena ni gloria, como le ocurre a la gran mayoría de los textos que se publican en este país. Triste pero cierto. Sin embargo, algo hizo que Panza de Burro se quedase, anclado, a las estanterías de las librerías de todo el país. A esa mesa de novedades por la que desfilan miles y miles de títulos. Y, en última instancia, a ese hueco en nuestra memoria, reservada única y exclusivamente a los mejores recuerdos literarios. Aquellos que no se borran tan fácilmente, ni siquiera con la mítica goma de borrar Milán. Ahí, entre best-sellers, long-sellers, libros de autoayuda, de cocina, erótica, policíaca, romántica, histórica, juvenil... La mayoría de ellos, como ya he dicho, de efímera trayectoria. Ahí está, inmóvil, como si tuviese reserva, un privilegio que solo pueden disfrutar las y los más grandes. Para después esfumarse, rápidamente, porque los lectores han corrido raudos y veloces a por él, atraídos por el boca a boca (sin duda, uno de los principales éxitos de la novela) y por la promesa de encontrar algo distinto a lo que han leído antes. Lo cogen, lo ojean, lo huelen incluso, hacen la cola, pagan y se van. Nada, ni los exabruptos de algunos fieles a la RAE, ni los comentarios paternalistas o machistas vertidos sobre su autora por su juventud, ni una pandemia mundial - su publicación se retrasó debido al confinamiento - han podido con el fenómeno Panza de Burro. En aquella ocasión, y en vista de aquellas reseñas aparecidas en tiempos de desescalada y paulatina apertura de comercios, el escepticismo no hizo su entrada triunfal, como habitualmente suele ocurrir. Quise leerlo, devorarlo, tenerlo entre mis manos durante los días o semanas que su lectura requiriese, comprobar que era cierto, que las críticas no exageraban, con la promesa de trasladarme a Canarias por unas horas. Me lo creí y llegó, de los primeros, junto a otras lecturas igualmente deseadas durante los meses que pasé (y pasamos) encerrada en mi casa. Y lo leí, con el calor de Agosto en pleno apogeo. Y me dejé llevar, fui echadita palante, tan sin miedo y me sumergí, placentera y llanamente, en el interior del volcán. 


Además de su enorme difusión gracias a las recomendaciones boca-oreja, la grandeza de Panza de Burro reside en dos motivos muy concretos. El primero tiene que ver con el localismo y la importancia de el uso del lenguaje. Como ya he avanzado en la sinopsis, la novela está ambientada en verano y en un pueblo del Norte de Tenerife, presumiblemente (aunque no se mencione en ningún momento) en Icod de los Vinos, lugar del que Andrea Abreu hoy por hoy es su hija predilecta. Si bien es cierto que la historia juega a la ambigüedad narrativa - es decir, puedes tomar como verdaderos los hechos que se narran o por el contrario asumir que es todo producto de la imaginación de su autora, yo personalmente me mantengo en una posición intermedia - lo importante de todo esto es que Abreu nos presenta una Canarias diferente, alejada del imaginario peninsular, de los hoteles atestados de guiris, de las playas cada vez más estandarizadas a las demandas de los extranjeros. Aquí estamos en el norte de la isla, donde el cielo luce un manto de nubes grises, donde pocas veces penetra la luz del sol y las playas lucen una negra arena volcánica. Esto no es lo urbanita, sino una ruralidad peculiar, bañada por la calima, el polvo y el empedrado de sus calles. Y sí, la vegetación es exótica, pero contrasta con las gentes del lugar, con las perennes tradiciones y, sobre todo, su habla. Es en este punto, como ya dije en el primer párrafo, donde la novela gana en credibilidad, personalidad e intencionalidad política. En Panza de Burro el lenguaje es fundamental, así como la alteración del orden lógico - o lo que el español estandarizado entiende por lógico - de las frases para adaptarlas al habla y al vocabulario canario. Dejando bien claro desde el primer momento la importancia de preservar la lengua frente a cualquier maniobra de emborronamiento de la herencia cultural recibida. Un potente mensaje que cae como una bomba en un contexto de una cada vez más exacerbada reacción nacionalista tanto desde posicionamientos más progresistas como desde los más reaccionarios y contrarios a la diversidad lingüística existente en este país. Con sus distintos tratamientos - Abreu retrata a la perfección las diferencias entre el habla de las abuelas y el habla de las dos protagonistas - la novela irrumpe en este acalorado debate como un soplo de aire fresco, permitiendo al lector descubrir una Canarias autentica, más cercana a las cenizas del volcán y no tanto a la arena blanca de las playas masificadas de Santa Cruz de Tenerife. No obstante, esta novela se habría quedado en un mero ejercicio lingüístico más de no haber sido por la universalidad de su trama. La historia de amistad entre la protagonista (a la que conocemos como Shit) e Isora es el segundo motivo por el que su lectura cala hondo en el lector. Una amistad en tonalidades grisáceas, como las nubes que vuelan bajo (el propio fenómeno meteorológico característico del archipiélago que da nombre a la novela) en la que una sobresale por encima de la otra, donde una es más atrevida que otra, donde una imita a la otra. Shit e Isora pasean, juegan, chatean por el Messenger, se bañan en la playa y se masturban juntas. Autodescubrimiento precoz, nítido, ausente de tabúes, con el que me he sentido especialmente identificada y que pocas veces vemos correctamente representado en literatura. Amistad imperfecta, como la vida misma, pero grandiosa, a la altura de Lila y Lenú en la saga La amiga estupenda de Elena Ferrante o de Sofía Montalvo y María León en Nubosidad Variable de Carmen Martín-Gaite. Unión que conmueve, que engancha, que no puedes parar de observarlas en su cada vez más atenuada inocencia. Como remate final a esta reseña, y tras haberos convencido de que se puede hacer activismo a través del lenguaje, solo me queda animaros a que os adentréis en él, que no estamos ni ante una novela postureo ni un producto manufacturado - aunque en esta colección de Barrett la importancia de la editora, en este caso Sabina Urraca, ha sido crucial - sino frente a un texto del que espero que el tiempo juegue a su favor y acabemos hablando de él como hoy lo hacemos de Nada de Carmen Laforet o de El Camino de Miguel Delibes. 

Panza de Burro: una historia de amistad, tardes de juegos bebiendo sevená, fisquitos de sol entre las nubes, confidencias, abuelas que hacen de madres, ceniza, volcán, autoaprendizaje, construcción de personalidades... Léanlo ¡shit!

Frases o párrafos favoritos: 

"Le hubiese seguido al baño, a la boca del volcán, me hubiese asomado con ella hasta ver el fuego dormido, hasta sentir el fuego dormido del volcán dentro del cuerpo."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Editorial Barrett

martes, 6 de abril de 2021

RESEÑA: Madre soltera.

 MADRE SOLTERA


Título: Madre soltera. 

Autora: Marina Yuszczuk (Argentina, 1978) es escritora y editora del sello Rosa Iceberg. Ha publicado los libros de poesía Los que la gente hace (Blatt & Ríos, 2012), El cuidado de las manos (Melón Editora, 2012), Madre soltera (Mansalva, 2014; Las Afueras, 2020) y La ola de frío polar (Gog y Magog, 2015). También ha publicado los libros de cuentos Los arreglos (Rosa Iceberg, 2017) y ¿Alguien será feliz? (Blatt & Ríos, 2019) y la novela La inocencia (Iván Rosado, 2017). Es Doctora en Letras por la Universidad Nacional de la Plata y colabora con el periódico Página/12 como crítica de cine. 


Editorial: Las Afueras. 

Idioma: Castellano. 

Sinopsis: Madre soltera es un poemario sobre la maternidad de la autora, con sus conflictos, placeres y contradicciones. Una obra que nos sacude con un anhelo tierno y violento al mismo tiempo y que ha alcanzado el estatus de libro de culto en su país. Marina Yuszczuk nos habla del cuerpo y el deseo, de la incertidumbre del embarazo y la intensidad del parto, del entusiasmo y el desánimo que despiertan la crianza. Y lo hace con unos versos bellísimos y feroces que quedarán en la memoria de los lectores. 

Su lectura me ha parecido: desbordante, íntima, natural, despojada de artificios, desmitificador, confesional, valiente... Ser madre es una idea que no entra dentro de mis planes, al menos a corto plazo. Como tampoco sé si lo estará de aquí a unos años. Cuando por fin pueda mantenerme económicamente y permitirme un hogar que pueda considerar mío. En el pueblo o en la ciudad. En la costa o en la montaña. Con la brisa marina golpeando los cristales de la habitación o las hojas de los abetos llamando a la robusta puerta de madera. El simple hecho de que una personita esté creciendo dentro del cuerpo de una mujer siempre me ha parecido algo ajeno. De otro planeta. Nunca he sido de acariciar barrigas, de hablar al futuro bebé buscando una reciprocidad en forma de patada o codazo y, por supuesto, jamás he hecho gala de ese paternalismo tan rancio que recae sobre las embarazadas en el que todo el mundo, incluidos algunos hombres, te dice lo que tienes que hacer. Al contrario. Tenía y siempre tengo más preguntas que consejos, inquietudes que lanzo desde el mayor de los respetos, sin esa búsqueda de la respuesta más amable o complaciente. Una desnudez física y emocional que por desgracia no es fácil de hallar, y menos delante de toda la troupe familiar, normalmente más pendiente de proteger que de dejar actuar con libertad. Alguna vez he soñado que lo era, que mi barriga se hinchaba, como un globo. Que pesaba, que no podía caminar, que me tapaba los oídos, en busca de acallar las exigencias. Aquellas que implícitamente desean que actúes de una forma concreta, aquellas que esperan por tu parte el ejercicio de un modelo muy concreto de maternidad, aquellas que se lanzan, inclementes, sobre tu conciencia si la respuesta que ofreces no satisface lo que ellos esperan de ti. Y llora, y grita, y no deja dormir, y los pañales, y el biberón, y la falta de tiempo, y la falsa promesa de corresponsabilidad, y la desgarradora autoculpa y la cueva, esa famosa y angosta cueva de la que muchas autoras madres hablan, nada que ver con la de Platón, en la que existe cobijo, pero también la angosta rueda de cuidados de la que es casi imposible salir. No es de extrañar que, por estos motivos, la maternidad se haya convertido en un tema literario, engrandecido en los últimos años como consecuencia del auge del feminismo y su correspondiente interseccionalidad e interdisciplinariedad. Son tantos los textos que han aparecido en nuestro panorama libresco que me es imposible citarlos todos. Y aunque si bien es cierto que existen obras que se han adueñado de nuestros corazones lectores por derecho propio, el texto del que hoy vengo a hablaros destaca por transmitir el mismo mensaje a través de un formato que, si bien está con nosotras/os desde el origen de los tiempos, andaba falto de una perspectiva de genero que, por fortuna, una nueva generación de poetas se está encargando de otorgar. Madre soltera: un peldaño poético a añadir a la lo que hoy llamamos "nuevas maternidades". 


A riesgo de meterme en un berenjenal o hacer - no os ofendáis por el chascarrillo empleado por favor - intrusismo maternal, me dispongo a hablaros de un breve poemario que, aunque originalmente se publicó en 2014 en Argentina, no apareció en España hasta el malogrado 2020. De hecho, su portada (en perfecta consonancia metafórica con el contenido del mismo) no podía reflejar mejor el paisaje que mis ojos observaban cuando quería "escapar" de las cuatro paredes de mi habitación. Aquellas sábanas de colores que alguien colgaba en el edificio de enfrente, aquellas danzas perfumadas de Norit al calor del sol vespertino pero, sobre todo, aquel niño que arrojó sin querer su pelota de goma por la azotea, los llantos que le precedieron y la amabilidad de un hombre que se la devolvió con ayuda de un vecino de la misma finca. Imágenes, recuerdos, anécdotas del confinamiento global que ahora, releyendo algunos de estos versos, han regresado con mayor nitidez. De la mano de Marina Yuszczuk nos sumergimos en un océano en calma, persiguiendo la línea del horizonte, donde los tesoros marinos pueden rozarse con la punta de los dedos. Sin embargo, este océano revela su lado más salvaje, embravecido, con olas sobre las que cabalgar, esquivando los destellos de la tormenta, escapando del fondo del mar, en el que también podemos hundirnos, sin remedio, entre criaturas temibles y una perenne oscuridad. O lo que es lo mismo, en una gran oda al hecho de ser madre en todo su esplendor, pero también en toda su marea de contradicciones y abismos. Entre una poesía más lírica y la prosa poética - dos formatos que Yuszczuk maneja a la perfección - llegamos a la mitad del poemario con la sensación de que nos falta algo, no por vagancia o poca destreza por parte de su autora, sino porque los temas y las perspectivas ya las hemos leído en otros lugares. Pero entonces, llega el poema "XXXV", un largo poema en prosa precedido de una advertencia - "Ahora presten atención, porque llegamos al centro del libro" - en el que se nos narra un parto, el nacimiento que justifica el libro, la razón de ser que vehicula el poemario y lo describe como pocas veces se ha hecho. Directo, franco, despojado de idealismos o heroísmos y lúcido. Tremendamente lúcido. Este niño que nace es la consecuencia de un "error" - el cual también es anunciado en las primeras páginas - de un embarazo que no tenía que haber tenido lugar, un imprevisto que, sin embargo, generará una serie de aprendizajes prematuros. Unas enseñanzas a  las que tanto la madre como el recién nacido hacen frente desde las antípodas de lo que la sociedad tradicional ordena. 


Frases aparentemente triviales. Párrafos descriptivos. Poesía de la lactancia. Versos que evocan la vida prematernidad. Y una voz - la de Marina Yuszczuk, y por extensión, la de todas las madres - que se hace oír como un altavoz en medio del gentío o desde un lugar, apartado, escondido, con su hijo en brazos. Ejercicios narrativos sobresalientes, metáforas que embellecen la irritabilidad, emociones naturales, desnudas, casi salvajes. Aquí la maternidad no es perfecta, sino que equilibra esa dicotomía entre alegría y desesperación. Dos caras de una misma moneda no siempre mostradas a plena luz del día, ya sea por prejuicios sociales o por la maldita sensación de no acertar nunca, de estar haciendo las cosas mal, de que la culpa pese más que el orgullo. Mi favorito, aquel en el que nos habla de la cueva que supone para muchas mujeres la crianza de un recién nacido, los primeros meses de contacto, de un amor tan apabullante como físico, pero también de la privación de otros placeres, de esa imposibilidad de salir de casa, de los cuidados las 24 horas que dejan a las mujeres totalmente exhaustas. A su vez, el poema "XXXIII" donde habla de los bebés en los bares - os sorprendería la cantidad de niños que se ven en dichos lugares - la incomodidad de los carritos y, por supuesto, una pequeña mención a la paternidad. Pero no una paternidad cualquiera, sino a esas generaciones de padres que nos precedieron y que, a pesar de su imperfección mayúscula, algunos han acabado observándola con cierta nostalgia. Algo que, por el contrario, no sucede con las madres, a las que les cae un vómito de reproches continuo, por mínimo que sea el "error" - por llamarlo de alguna forma - cometido. Y es que lo hemos mamado (nunca mejor dicho) desde la cuna. Madres que son repudiadas por sus hijos por no haber estado ahí cuando las necesitaban, madres que pagan con el desprecio de sus hijos por haber abandonado el hogar sin avisar, madres a las que se les reprocha su estricto carácter - o su nulo instinto maternal - y en el extremo más trágico, madres que directamente son encarceladas, condenadas a muerte o asesinadas por sus propios hijos. Dicho esto ¿No estamos ante una retórica tremendamente despiadada contra las madres que no se amoldan al rol tradicional? ¿Es posible que nos hayan convencido de que es más grave que la madre se marche de casa que que lo haga el padre? ¿No nos han enseñado, o mandado señales a través de los medios de entretenimiento masivos, que cuando una madre sale de casa para no volver la unidad familiar se desmorona mientras que si es el padre el que lo hace la situación es completamente diferente? Está bien que se hable de maternidad en literatura, que se visibilicen los cuidados, la diversidad, la depresión postparto, el parto en sí o la violencia obstetricia entre otros aspectos. Sin embargo, creo sinceramente que debería ahondarse en la citada problemática para ir deconstruyendo los tótems sociológicos y culturales que nos avasallan desde que pronunciamos la primera palabra hasta que cerramos los ojos definitivamente. No será fácil, nadie dijo que lo fuera, pero con educación - la palabra mágica y que tantas alegrías produce si se emplea correctamente - puede conseguirse. 

Madre soltera: un viaje a través de la vida, el desencanto, la alegría, las dificultades, las ambigüedades, el cansancio, la depresión, la satisfacción... Una buena noticia dentro del renovado panorama poético e intelectual. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Una idea florece en el corazón como una planta con espinas". 

"Ahora estamos saliendo de la cueva
o ya salimos
tenemos una casa que parece un hogar
tenemos ropa
pero los otros meses me escondí con mi hijo en 
    una cueva."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Las Afueras Editorial