miércoles, 13 de abril de 2022

RESEÑA: Como cambia el mar.

 COMO CAMBIA EL MAR


Título: Como cambia el mar. 

Autora: Elizabeth Jane Howard (Londres 1923 - Suffolk 2014) escribió quince novelas que recibieron una extraordinaria acogida del público y crítica. Los cinco volúmenes de Crónica de los Cazalet, convertidos ya en un hito inexcusable dentro de las letras inglesas, fueron adaptados con gran éxito a la radio y la televisión por la BBC. La publicación del primer volumen de la saga, Los años ligeros, puso la piedra de toque de lo que se convertiría en un inmediato clásico contemporáneo y en la novela-río más importante escrita en Gran Bretaña desde Una danza para la música del tiempo, de Anthony Powell. En el año 2002, su autora fue nombrada Comandante de la Orden del Imperio Británico. 


Editorial: Siruela. 

Idioma original: inglés. 

Traductora: Raquel G. Rojas. 

Sinopsis: Catorce años después de su muerte, el recuerdo de su hija Sarah persigue aún al famoso dramaturgo Emmanuel Joyce y a su esposa Lillian. Acompañados siempre por Jimmy - el devoto representante de Emmanuel -, el matrimonio viaja continuamente de ciudad en ciudad, recurriendo a distintas estrategias para sobrellevar la pérdida: él seduce a todas sus secretarias y ella coloca las fotos de su hija en el tocador de cada nuevo hotel en el que se alojan. Hasta que, la víspera de su partida a Nueva York para seleccionar el reparto de su próximo montaje, un incidente con la última conquista del dramaturgo les obliga a encontrar de inmediato una sustituta. Cuando Alberta Young, hija de un clérigo de Dorset, llega a la entrevista con un ejemplar de Middlemarch bajo el brazo, las vidas de todos ellos no volverán a ser las mismas nunca más. 

Su lectura me ha parecido: ágil, ligera, elegante, hermosa en sus descripciones atmosféricas, con una capacidad de enganche marca de la casa, seductora, amable a pesar del sufrimiento de sus personajes, capaz de pasar del glamour a lo mundano sin mucho esfuerzo, con toques muy a lo F. Scott Fitzgerald... Hace unas semanas, para alegría de muchas y muchos, que los fans de las películas-novelas inglesas de época en las que se narran problemas de ricos en contraposición a los problemas de los que los cepillan, visten y alimentan en ese submundo dentro de enormes mansiones victorianas podemos disfrutar de Downton Abbey de nuevo. Ya sea con puntualidad, nunca mejor dicho, inglesa - sobre las 16:00h en TVE - o en diferido para quienes, como una servidora, no tenemos tiempo de descansar a esas horas frente al televisor en su correspondiente página web o canal gratuito de streaming. Y mira que un tiempo a esa parte accedo a dichos productos literarios y audiovisuales con cierto recelo, ya que cada vez me escama más esa imagen de los marqueses-condes-duques-nuevos ricos provistos de una excesiva amabilidad y gentileza que dista mucho de lo que en realidad sucedía en aquellas épocas históricas. No obstante, hay algo en ellas que siempre me acaba embaucando, sin llegar a convencer, pero sí a querer seguir la pista de la lady en sus infructuosos intentos por encontrar un buen marido, de ese criado mal encarado con oscuras intenciones o de esa doncella enamorada del ayuda de cámara que le saca como veinte años (algo que sinceramente, comentario random, no llegaré a entender). Y ese algo tiene que ver con un guion muy bien pensado, escrito e interpretado frente a las cámaras. Un texto que, a pesar de revestirlo de clase y rigor histórico, no está muy lejos de los melodramas de sobremesa que muchos nos hemos comido con patatas fritas. Adorándolos pegados al televisor si son medianamente decentes, usándolos como ruido ambiental mientras hacemos otras tareas si lo que nos narran no tiene sentido alguno o durmiéndolos si la cosa ya no se sostiene. Algunos de ellos los recomiendo encarecidamente para coger el sueño si quieres echarte una siesta. Como dirían las generaciones que nos antecedieron: mano de santo. Con esta resaca de tacitas, recibimientos multitudinarios al pie de la abadía  y líneas de guion que jamás pronunciarías en la vida real afronto la reseña de la presente novela. Escrita por un autora que, gracias a Las crónicas de los Cazalet - la madre de lo que Julian Fellowes llevó a la televisión británica allá por el 2010 - consiguió que me renganchara a un tipo de ficción que, a pesar de que lo extremadamente perturbador sea lo que bombeé mi sangre, también tengo hueco para una buena dosis de cortesía al más puro estilo british. Así que, bienvenido sea, aunque con notables diferencias al universo cazaletiano. Como cambia el mar: secretos, apariencias y tragedias familiares entre el champagne neoyorquino y el turquesa de la costa griega. 


Aunque yo me esperaba encontrarme aquel resquicio del estilo que hizo tan grande a la saga de Los Cazalet, lo cierto es que una servidora se sorprendió al toparse con algo más complejo, más maduro, más interesante a nivel de forma. La propia trama ya nos avanza el gran cambio: un dramaturgo mujeriego, una esposa que no supera la muerte de su hija, el drama que sobrevuela cada escena, una secretaria amable, un atormentado escritor, una glamurosa ciudad de los rascacielos, el paraíso mediterráneo a las faldas de los templos clásicos... Si bien es cierto que ese punto donde convergen el entretenimiento literario con el "salseo" está presente - si no no estaríamos hablando de Elizabeth Jane Howard - la verdadera sorpresa se hace patente desde dos aspectos fundamentales y que, como ya he comentado, la propia sinopsis nos sirve como preludio de esta gran ópera narrativa. Por un lado, tenemos la parte estilística con la que la autora ha venido a jugar con el lector, mostrando el gran potencial del que es poseedora, para envidia sana de quienes queremos dedicarnos al noble arte de la escritura. Alternando, no solo narradores, también los formatos a través de los cuales articulan su discurso y, en definitiva, su propio punto de vista de la historia. Mientras Lillian (la esposa) y Jimmy (el fiel ayudante) adoptan una íntima primera persona, Alberta (la secretaria) lo hace a través de larguísimas y detalladas cartas. Muy al contrario que Emmanuel (el marido) cuyas acciones, pensamientos y sentimientos se nos muestran desde un distante narrador omnisciente. Esto no solo eleva las expectativas en cuanto a experiencia lectora, sino que además aporta personalidad y profundidad a los personajes. Gracias a ello, podemos situarnos en la trama, así como ante las distintas psicologías que muestran cada uno de los personajes. Y al rededor de todos ellos: el trauma. La muerte de Sarah, esa hija cuya dolorosa ausencia que ha puesto patas arriba el matrimonio entre Emmanuel y Lillian, poniendo en evidencia la disparidad de opciones a la hora de asumir el duelo o enfrentarse a la terrible realidad que los azota, como las espumosas olas del Mar Egeo. Si Emmanuel apacigua la tristeza coleccionando amantes mientras prepara su próximo estreno teatral, Lillian no se despega de su recuerdo, llevando consigo fotos de Sarah allá donde van, pensando que dicha acción apaciguará su desazón. Este clima, por supuesto, acaba afectando tanto a Alberta - el ser de luz de la novela - y a Jimmy - cuya lealtad con Emmanuel se tornará crítica. Además de este armazón narrativo que le otorga una dimensión más amplia y profunda, el otro gran aspecto que varía respecto a lo que ya conocemos de la autora es precisamente ese cambio de escenarios. Abandonamos Brighton para meternos de lleno en lado más acaudalado y cosmopolita de la ciudad de Nueva York, así como en la belleza terrenal de un lugar como Hidra - donde encontramos la ambientación más ensoñadora y cálida - sin olvidarnos de un Londres que dista del descrito en la saga de Los Cazalet. Howard abre escenarios, amplía horizontes, hasta coquetear con lo mejor de Francis Scott Fitzgerald, especialmente cuando dejaba de lado la inclemencia de la gran urbe y se refugiaba en el sofocante Mediterráneo. Y es que la novela de Howard no hace sino recordarme a aquel matrimonio protagonista de Suave es la noche. Novela en la que, las noches de la Riviera Francesa amparan una crisis matrimonial agravada por desencuentros y la enfermedad. Cambia la Costa Azul por esa Grecia de columnas jónicas y pueblos de paredes de cal y obtienes como resultado una revisión pertinente de un clásico a reivindicar. No sé si la insaciable inquietud lectora me regalará un nuevo encuentro con una autora a la que le tengo que agradecer largas tardes de entretenimiento puro. Ojalá nuestros caminos se vuelvan a cruzar, aunque sea de forma breve. El mundo necesita historias que, a pesar de ahondar en la pérdida y en la desintegración matrimonial, nos regalen momentos de calma, sosiego y adicción a la palabra escrita. 

Como cambia el mar: una historia de tensiones, paisajes de ensueño, crisis creativas, pérdida, duelo, luz, desencuentros, inflexión, perspectivas... Elizabeth Jane Howard, más allá de los muros de Home Place, es una autentica delicia. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Estamos en Atenas, el aire es blanco y polvoriento, todas las carreteras parecen atestadas, hay edificios que se están construyendo, y el tráfico va o bien a toda velocidad o con una lentitud desesperante (...) El aire parece una cortina caliente que me cae sobre la cara, y me pregunto por qué quería venir aquí y cuando podremos dejar este sórdido caldo de calor, asfalto deslumbrante y cenizas de la Antigüedad, todo mezclado sin ningún criterio y cocido a fuego lento con nubes de polvo."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Ediciones Siruela

1 comentario:

  1. A pesar de esta magnifica reseña, no me convence mucho la novela. Creo que esta vez la dejo pasar, pues no logra atraerme la historia.

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