viernes, 27 de mayo de 2022

RESEÑA: Azucre.

 AZUCRE


Título: Azucre. 

Autora: Bibiana Candia (A Coruña, 1977) es escritora. Ha publicado los poemarios La rueda del hámster y Las trapecistas no tenemos novio, el libro de relatos El pie de Kafka y el artefacto narrativo Fe de erratas. Colabora de manera regular con Jot Down, Letras Libres y The Objective. Azucre es su primera novela y ha sido merecedora del Nollegiu de novela y del Premio de las Librerías de Navarra como uno de los mejores libros de 2021. 




Editorial: Pepitas de Calabazas. 

Idioma: español. 

Sinopsis: Galicia 1853. El invierno más lluvioso de la historia ha destrozado las cosechas y una epidemia de cólera empieza a hacer estragos entre la población. Orestes, el Tísico, el Rañeta y Trasdelrío, el Comido, Tomás el de Coruña y muchos otros rapaces que anhelan un futuro mejor para ellos y sus familias deciden deciden abandonar sus hogares y partir rumbo a Cuba para ganarse la vida en las plantaciones de caña de azúcar. Pero ese viaje les tiene reservado un calvario que sus cándidas mentes jamás habrían sido capaces de imaginar. Azucre es el relato novelado de la auténtica historia de mil setecientos jóvenes que viajaron a Cuba para trabajar y terminaron vendidos como esclavos por obra de Urbano Feijóo de Sotomayor, un gallego afincado en la isla que, aprovechando la situación de necesidad de sus compatriotas, promovió una campaña de colonización blanca y sustitución de la mano de obra llevada desde África. 

Su lectura me ha parecido: interesante, atípica, condensada, construida a base de impactos, muy visual, lírica, potente, pesadillesca en sus mejores momentos, plural en sus voces narrativas, epopéyica... Mi primer contacto con la historia - disciplina intelectual con la que algunas/os en este país tienen una relación más que problemática - fue, como a muchas y muchos de los que nos apasiona, a través de aquellos primeros ejemplares de la Muy Historia que cada mes devoraba como si de un bocadillo de atún con queso se tratara. Recuerdo el primero, dedicado a los (y las) malos malísimos de la historia. Ejemplar que aún, a día de hoy, guardo como oro en paño - no como aquel dedicado a la historia de la piratería que, misteriosamente, desapareció un verano en el pueblo - y que supuso entonces todo un shock para mi inquieta mente abierta a toda clase de información y aprendizajes. A lo que unos veían como una chorrada o una pérdida de tiempo, yo lo encontraba fascinante, entretenido y una buena forma de pasar el rato cuando el tedio aplanaba los días. Aquel primer contacto me llevó por senderos amazónicos, por una selva llena de criaturas - las y los susodichos personajes malvados del pasado - cuya fascinación se instaló en mi de inmediato. Fue en esas páginas donde descubrí figuras como las de Erzsébet Báthory - "La Condesa Sangrienta" para el común de los mortales - Josef Menguele, Calígula, Irma Grese, Mao Tse Tung, Guy de Rais, Iósif Stalin, Nerón, Pol Pot, Jorge Videla, Adolf Hitler, Leopoldo I de Bélgica y un larguísimo etcétera compuesto por dictadores, generales, reyes, lugartenientes fanáticos, médicos de dudosa ética, aristócratas, empresarios, matrimonios aparentemente "ideales" y anónimos que de pronto se revelan como el "carnicero de" o la "asesina de". Estoy convencida de que ahí empezó mi interés por leer sobre el mal, tratando de buscar la respuesta al porqué de dichos actos a todas luces totalmente condenables, de ahí mi fascinación por esos personajes - en el terreno de la ficción pero que bien podrían haber existido en la vida real - tan amorales y cuyo acercamiento supone un enorme desafío para la o el lector. Por eso cuando me topé, gracias a Bibiana Candia, con Urbano Feijóo de Sotomayor algo en mi cabeza hizo "clic", reconectándome directamente con aquellas perversas figuras que tanto me habían impresionado de adolescente. A pesar de que su presencia es más figurada que física, como esa inquietante mano que mece la cuna (o la política), lo cierto es que bien podría formar parte de una nueva lista, más patria, cercana, en la que figure como uno de los culpables de condenar a la esclavitud a casi 1.500 gallegos tras prometerles una vida mejor en la próspera Cuba de mediados de siglo XIX. Azucre: la terrorífica travesía hacia un aciago y vil destino. 


Algo se mueve dentro del terreno de la novela histórica cuando textos como los de Dacia Maraini - veterana escritora italiana que consiguió plasmar las emociones de un mundo, por aquel entonces, con las cicatrices del confinamiento a través de una trama epistolar ambientada en la Sicilia del siglo XVIII - o de Maggie O´Farrell - cuyo Hamnet es una magistral carta de amor y reivindicación a aquellas mujeres que se han perdido entre los pliegues de la historia - tienen una repercusión tan positiva. El género está cambiando, evolucionando, sin olvidar la épica o el clasicismo formal en algunos casos, pero con un ojo puesto en el mundo que envuelve la escritura de estas piezas literarias. Prueba de ello es precisamente la primera novela - tras un intenso camino dentro del terreno de la lírica - de la escritora gallega Bibiana Candia y su Azucre. Un libro que, en comparación con los best sellers históricos al uso los cuales, por otro lado, siguen copando las listas de los más vendidos, destaca precisamente por esa notable diferenciación. Lejos queda Azucre de, por ejemplo, aquellas novelas que se mueven en la horquilla de las quinientas y mil páginas que nos siguen entregando una serie de autores cada dos o tres años. De hecho, además de su breve extensión, la novela de Candia sorprende desde la primera página, cuando la lectora o el lector se se adentra en ella descubre una presentación más sencilla, espaciada y con capítulos que, en ocasiones, no llegan a llenar la página entera. Aunque más que capítulos, habría que hablar más bien de impresiones, flashes visuales sobre los que su autora se apoya para tejer lo que quiere contar. Del mismo modo, el lirismo del que se enriquece - fruto de, como ya he comentado, sus inicios en la poesía - dista mucho de esos textos tan extensos como farragosos que a veces inundan la mesa de novedades de histórica. No por contenido (que nunca está de más) sino por no saber encauzarlos para resultar, ya no digo digeribles, al menos llamativos para el público. Más que una novela histórica al uso, Azucre resulta una rara avis dentro del género, ya que se mueve en dos terrenos, hasta ahora, muy diferentes. Por un lado, el rigor que exige cualquier libro que se aproxime a un hecho concreto del pasado y, por otro, el estilo que bien podría emplearse para elaborar prosa poética, así como un formato que destila profesionalidad y delicadeza. En cuanto a ese acontecimiento histórico que se narra en Azucre, lo cierto es que es la segunda y gran baza con la que juega ya que, al tratarse de un episodio relativamente desconocido - o al menos para una gran parte de las y los lectores - el reclamo es aún mayor. Gracias a esa poesía y una contención narrativa inusual, Candia sabe ahondar en la coralidad del relato para meternos de lleno en un viaje tan esperanzador - los rapaces lo emprenden motivados por alcanzar una vida mejor - como terrible - tanto en las condiciones de las naves donde viajan, como en su desolador destino una vez pisan tierras cubanas -. Mezclando lo mítico con lo terrenal, las leyendas con la aspereza, los amuletos con las cañas de azúcar o la humedad de los tablones de madera en constante contacto con el agua marina, Candia nos habla de estos antepasados gallegos a los que un político-empresario engañó vilmente en favor de unas ideas racistas. Pero también parece estar refiriéndose a aquellos otros jóvenes, los del siglo XXI, que cruzan el Mediterráneo en condiciones pésimas si no los ha engullido el mar, depositando su cuerpo en el extenso camposanto de algas, peces y tumbas arenosas. Cuesta comprender como, a pesar de la distancia histórica, todavía existen injusticias que, lejos de ponerles fin, se repiten una y otra vez ante nuestros ojos, los cuales han acabado asumiendo, casi sin darnos cuenta, pestilentes discursos de elitismo cultural eurocentristas. De esta tangible realidad nos habla Candia, aunque la trama transcurra a mediados en 1853, justo lo que, a mi juicio, debería hacer toda buena novela histórica que se precie. Por muy voluminosa o alternativa que sea. Tender puentes entre pasado y presente para hablarnos de como la capa del poder pervierte a quien la lleva puesta, así como de los que son expulsados o no son dignos de la protección que ofrece su aterciopelado manto. 

Azucre: una historia de deseos, compañerismo, peligrosidad, fe, paganismo, crueldad, fascinación, dureza, esclavitud, silencio... Al rescate de aquellos hechos vergonzosos de nuestro pasado a golpe de imagen y poesía. 

Frases o párrafos favoritos: 

"La locomotora es una bestia dormida que resopla, grande como seis bueyes, brillante y cubierta de humo como una olla puesta al fuego. La impresión de La Habana aún no se ha desprendido de los rostros y ya están frente a un monstruo de hierro que jadea como un toro manso. Al hombre de la compañía, que de este lado viste de blanco impecable y tiene aspecto de alimentarse regularmente, lo acompañan dos mulatos jóvenes que no hablan, pero caminan justo detrás de él. Por edad podrían ser los rapaces; sin embargo, se miran como sabiendo bien si son de la misma especie. Los guían como un rebaño manso. Vamos, muchachos, no se me queden atrás, que el ferrocarril les espera, aún tienen por delante un camino de varias leguas hasta que lleguen a sus destinos.
    Desde La Habana hasta los ingenios, el camino de hierro ahorra tiempo, carros y animales de carga. Nunca más llegamos, no era suficiente cruzar el océano, aún no llegamos. Nos han dado la bienvenida, pero aún no es aquí; aún hay que entrar más en la tierra, más lejos aún. ¿Seguirá existiendo el mundo que dejamos atrás? Nunca más llegaremos."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Pepitas de Calabaza

sábado, 7 de mayo de 2022

RESEÑA: Ayer

 AYER


Título: Ayer. 

Autora: Agota Kristof ((Csikvánd, Hungría, 1935 - Neuchâtel, Suiza, 2011). Por motivos políticos tuvo que exiliarse de su país para, en 1956, instalarse en Suiza. Tras cinco años trabajando en una fábrica de relojes, Kristof decidió aprender francés, lengua en la que escribió en 1986 su primera novela, El gran cuaderno, primera pieza de la trilogía protagonizada por Claus y Lucas, a la que seguirían La prueba (1988) y La tercera mentira (1992). Ha escrito otras obras de teatro y de narrativa, entre las que se encuentra el relato autobiográfico La analfabeta (2004), en el que Kristof recoge una breve parte de su intensa vida. Sin embargo, la trilogía de Claus y Lucas se sigue considerando su obra maestra, por la que recibió importantes galardones como el Alberto Moravia en Italia, el Gottfried Keller y el Friedrich Schiller en Suiza y el premio austriaco de Literatura Europea.


Editorial: Libros del Asteroide. 

Idioma: francés. 

Traductor: Ana Herrera. 

Sinopsis: Sándor Lester, exiliado en una fría ciudad europea, lleva una vida solitaria y monótona. Inmerso en una rutina alienante en la fábrica de relojes en la que trabaja, pasa sus ratos libres escribiendo, frecuentando a gente en su misma situación o en compañía de Yolande, una mujer a la que no ama. Un día conoce a Line, una nueva empleada de la fábrica que procede del mismo país. Aunque está casada y tiene una hija de corta edad, Sándor se enamorará de la recién llegada y entre los dos surgirá un vínculo tan íntimo y esencial como doloroso y destructivo. 

Su lectura me ha parecido: breve, precisa, desasosegante, sin artificios, al hueso, tristísima, lírica, tosca, sombría, melancólica, impactante... La primera vez que leí a Agota Kristof me adentraba en la milla de oro de mi ciudad. Amparada en el nombre de un poético autor, sus portales no eran de otro mundo, ni sus balcones, ni siquiera los seguratas-porteros que las custodiaban. No como sus tiendas de decoración minimalista y letreros tan estilosos como relevadores en cuanto a su caché o valor de mercado. Esas cuyos escaparates parecen gritarte lo mucho que molan, lo caras que son y que jamás podrás si quiera poner un pie en ellas. Cruzar la barrera que separa a quienes frecuentan los alrededores del Mercado de Colón y los que nos tiramos a las rebajas de cualquiera de las tiendas que riegan la calle Colón pertenecientes al imperio Inditex. Emma Stone o Alicia Vikander te saludan, pretenden calar entre el populacho, venderte la idea de que, aunque no te puedas permitir un bolso de Louis Vuitton o una escultura de Lladró, siempre quedará la ilusión, el deseo, la fascinación por aquello que jamás podrás poseer. Una frialdad calculada escondida tras los ojos verdes de la primera y los almendra de la segunda. Entre clase y clase de un curso del paro que estaba realizando en unas oficinas situadas al principio de aquella calle y tras una rápida pero embelesada contemplación a la explosión de Rococó que representa el Palacio del Marqués de Dos Aguas, se me ocurrió empezar la lectura que llevaba tiempo postergando, sin saber muy bien porqué. Quedé tan atrapada por aquellas primeras descripciones de los horrores más perturbadores, terroríficos y escatológicos incluso de la guerra que estaba teniendo lugar en las páginas y en la película que estaba construyendo en mi imaginación que casi llego tarde a la explicación sobre el la comunicación en Facebook. Recuerdo que durante las horas que sucedieron a aquella lectura no pude pensar en otra cosa que no fuese en esa abuela rolliza, malvada y guarra - de no lavarse en un mes, entiéndase - y en lo mucho que, a pesar de detestarla a rabiar, me estaba fascinado como personaje. En mi memoria resurgió Annie Wilkies, protagonista de Misery, psicópata de la página en blanco, sádica pesadilla nocturna a la que mi yo adolescente había aupado al Olimpo de la creación literaria. Flechazos que, tanto en un caso como en el otro, he conseguido mantener intactos y firmes, defendiéndolos hasta la saciedad allá por donde voy. Continué en los días posteriores, la pasión fue en aumento, a pesar de haber dejado atrás esa burrada llamada El gran cuaderno. Cada una de las tres entregas de la trilogía me despertaba sentimientos bien diferentes, pero todos convergentes en la figura de su autora, de quien los había plasmado sobre el papel, de una mujer llamada Agota Kristof que, para mi sorpresa, escribió aquello en una lengua que no era la suya, sino en una que le vino de improviso, sin desearlo y a la que se tuvo que acostumbrar si quería prosperar allí donde la habían acogido en calidad de refugiada política. Entonces pensé que el descubrirla frente a uno de los edificios más bellos de la ciudad resultaba irónico, ahora siento que Agota se ha convertido en una autora de mi canon personal, tan imprescindible como rica en su forma de aproximarse a lo molesto, visceral, crudo. En otras palabras, aquello que no queremos ver. Luego amplías, lees otros títulos, te empapas de ellos sabiendo que, aunque no estén a la altura de la obra cumbre, Agota jamás defrauda. Ayer: el dolor del exilio, del pasado y de la creatividad ahogada en el trabajo mecánico. 


La desolación que una siente una vez pone punto y final a la lectura de esta pequeña novela debería ser una advertencia, sobre todo si la o el lector que se aventura a adentrarse en ella lo hace desde un ímpetu descontrolado. De todas formas, no hay nada mejor que iniciarse en la prosa de Agota que por este pequeño y amargo bombón de licor. Tan amargo que una servidora se estremece con tan solo recordarlo. Y es que la historia de Sándor Lester - magnífica elección del nombre en un claro homenaje al también expatriado Sándor Marai - actúa como vehículo narrativo así como catalizador de todas las emociones que su autora decide transmitir a través de él. Sosteniendo todo el peso de una trama que, a pesar de su aparente sencillez, esconde matices dignos de mención. Sándor es uno de los personajes más tristes de la literatura, al menos de la literatura a la que una ha accedido por el momento. Un rostro compungido, ausente, que se deja llevar por la inercia de un trabajo mecanizado y tremendamente alienante - esa gris fábrica de relojes - atormentado por un pasado que trata de dejar atrás y cuya única vida social fuera del trabajo la componen Yolande - una mujer con la que se acuesta pero no ama - y los exiliados del bar que, como el propio Sándor, no consiguen adaptarse al país que, por diversas circunstancias, han tenido que huir. Un hombre de imperturbable rostro, a lo Buster Keaton sin gracia, con frustrados sueños de grandeza literaria, ya sea por su falta de disciplina o por su falta de talento, ahí el lector es el que debe opinar. Imágenes que compone en su cabeza, sobre el papel o en la cárcel de tinta negra de la que jamás logran salir. La llegada de Line, una mujer casada y madre de una hija procedente del lugar en el que nació Sándor, pondrá patas arriba la anodina existencia del protagonista. Introduciendo a la o el lector en un juego literario en el que la ambigüedad jugará un papel fundamental. Una relación platónica en la que nos moveremos entre la cruda realidad y los deseos del propio protagonista, creando una tensa incertidumbre entre lo que es real y no, entre lo que está pasando y lo a Sándor le gustaría que pasase. Lo poético y onírico, a su vez, se cuelan en la narración de Kristof, otorgando al relato un toque más extraño y bello en una trama ya de por si oscura, convirtiéndose en el contrapunto necesario para sostenerla. Su parquedad narrativa - frases cortas, desnudas, carentes retórica banal, capaces de helar la sangre - así como ese toque siempre autobiográfico - la autora también trabajó en una fábrica de relojes - contribuyen, por otro lado, a ensombrecer más la narración. Y es que aunque ese punto lírico se cuele entre diálogos y descripciones, es importante mantener el sello de identidad, esa marcada personalidad que siempre ha caracterizado a Kristof tanto en su vertiente más larga - Klaus y Lucas - como en su faceta más sintética - Ayer -. Y aunque posea ciertos giros que te cambian de golpe y porrazo la percepción que tienes (y sientes) hacia los personajes, lo cierto que para una servidora esta nouvelle no se puede ni siquiera comparar con aquella magnífica trilogía que tanto me marcó, de hecho, por muy bien escrita que esté, no está ni siquiera a su altura. Sin embargo, esta lectura no solo me ha hecho admirarla más, también explorar otros campos temáticos al rededor de los que articular una trama, tales como la alienación que provoca el trabajo mecanizado - y su consecuente sometimiento psicológico - además del naufragio de las ideas literarias, de esos pequeños rayos de esperanza en unas circunstancias en las que ni el propio contexto ni el propio protagonista que las alumbra tienen cabida. Agota se condensa, se encoge, se atenúa; pero incluso achicándose escribe las mejores historias. Aunque tras su lectura te entren ganas de meterte en la cama, taparte con una manta y derramar alguna lágrima, como Sándor, en la más absoluta soledad. 

Ayer: una historia de decepciones, huida, asfixia, lírica lóbrega, frialdad, abatimiento, autoengaño, perturbación, destierro... La perfecta entrada al universo literario de Agota Kristof. 

Frases o párrafos favoritos: 

"En la cabeza todo se desarrolla con dificultad. Pero, en cuanto se escribe, los pensamientos se transforman, se deforman y todo se vuelve falso. A causa de las palabras."

"El tiempo se desgarra. ¿Dónde encontrar los descampados de la infancia? ¿Los soles elípticos paralizados en el espacio negro? ¿Dónde encontrar el camino volcado hacia el vacío? Las estaciones han perdido su significado. Mañana, ayer, ¿qué significan esas palabras? Solo existe el presente. En un momento dado, nieva. En otro, llueve. Luego hace sol, viento. Todo eso es ahora. No ha sido, no será. Es. Siempre. Todo a la vez. Ya que las cosas viven en mí y no en el tiempo. Y en mí, todo es presente."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Libros del Asteroide