martes, 10 de septiembre de 2019

RESEÑA: Fruitlands. Una experiencia trascendental.

FRUITLANDS
UNA EXPERIENCIA TRASCENDENTAL

Título: Fruitlands. Una experiencia trascendental.

Autora: Louisa May Alcott (Germantown, Pensilvania, 29 de noviembre de 1832 - Boston, 6 de marzo de 1888) fue educada en el campo junto con sus hermanas, bajo la influencia de su padre, el filósofo Amos Bronson Alcott, y varios amigos de este, como Ralph Waldo Emerson, Nathaniel Hawthorne y Henry David Thoreau, de cuyo pensamiento se empapó desde la infancia. Debido a la pobreza de su familia, empezó a trabajar muy joven, ya fuera como maestra, costurera, institutriz o criada; también buscó compensación económica con su literatura: por ejemplo, a los dieciséis años escribió una serie de relatos para Ellen Emerson, que en 1854 serían publicados bajo el título Flower Fables. En 1860 empezó a escribir, bajo pseudónimo, para la revista Atlantic Monthly, y, durante la guerra de Secesión, entre 1862 y 1863, fue enfermera en el Hospital de la Unión en Georgetown, donde contrajo la fiebre tifoidea, algo que afectó a su salud el resto de su vida. Las cartas en que refería sus experiencias como enfermera, publicadas bajo el título Hospital Sketches (1863), la lanzaron a la fama. Su primera novela, Moods, se publicó al año siguiente, y en 1865 se marchó a Europa, para volver dos años después y asumir la dirección de una revista para niños, Merry’s Museum. Pero el verdadero éxito le llegó con la publicación de la novela autobiográfica Mujercitas (1868), una obra que escribió por encargo de su editor y en la que se aprecia uno de los temas más importantes de Alcott: la educación de las mujeres durante la juventud. Más tarde escribiría Una muchacha anticuada (1870), Hombrecitos (1871), Ocho primos (1875), Rosa en flor (1876) y Los chicos de Jo (1886), también inspiradas en sus experiencias como educadora. En otra línea más adulta, produjo una serie de novelas y ensayos de gran valor publicadas bajo pseudónimo, como Fruitlands (1873; Impedimenta, 2019) o Un Mefistófeles moderno (1887). Durante toda su vida, Alcott fue una entregada defensora de los derechos de la mujer, abogando en sus ensayos por el derecho al voto, y también apoyando la causa abolicionista. Pasó sus últimos años de vida en Boston, Massachusetts, donde murió en 1888, días después del fallecimiento de su padre. (Fuente: Editorial).


Editorial: Impedimenta.

Idioma: inglés.

Traductora: Consuelo Rubio Alcover.

Sinopsis: Massachusetts, finales de 1840. Los Lamb acaban de llegar por fin a su edén particular: una comuna que profesa la filosofía de los trascendentalistas (la de Thoreau y Emerson). Allí, planean vivir apartados del resto de la sociedad, alimentándose de la tierra y siguiendo los principios de la belleza, la virtud, la justicia y el amor, en su búsqueda de una existencia perfectamente armonizada con su entorno y las demás criaturas de Dios. Todo parece sencillo y amigable en ese bosque lleno de intelectuales bienintencionados, pero quizá necesiten algo más que filosofía para sobrevivir: ¿cómo harán frente al crudo invierno de Nueva Inglaterra? ¿Acaso saben algo sobre el mundo del pastoreo y la agricultura? ¿Qué ocurrirá cuando lleguen las primeras tormentas? (Fuente: Editorial).

Su lectura me ha parecido:

   Interesante, amena, irónica, tierna, entrañable, claramente autobiográfica, toda una sorpresa... Que triste resulta, en ocasiones, lo mal que están planteadas algunas asignaturas durante una etapa tan importante como la ESO desde el punto de vista más práctico, ese que sólo depende única y exclusivamente de quien tome las riendas del temario, de quien, desde su voz de docente, tiene el poder de remover conciencias o despertar en las alumnas/os una necesaria sed de conocimientos. Si alguien me hubiese advertido de lo que sucedería en segundo, cuando el profesor que teníamos en Sociales - interesante palabra para englobar materias como geografía, historia e historia del arte - inexplicablemente pasó por alto todo el tema de la Edad Moderna. Ni los Reyes Católicos, ni el descubrimiento de América, ni la dinastía de los Austrias, ni el Conde Duque de Olivares, ni Lutero, ni la Reforma, ni la Contrarreforma, ni el Luteranismo, ni el Calvinismo, ni el Anglicanismo, ni los Tudor, ni Richelieu, ni los Medecci, ni Luis XIV, ni la Guerra de los Treinta años, ni las Provincias Unidas,  ni el Imperio Germánico, ni la confección de las monarquías absolutistas, ni el auge de la burguesía de las ciudades, ni la revolución científica, ni el renacimiento, ni el barroco, ni el humanismo... A la larga, aquella falta de conocimiento se asemejó a una especie de agujero negro, un hueco en blanco que no sabíamos como rellenar para entender las características de la era contemporánea, igual de apasionante, larga y compleja. Que suerte la mía, por otro lado, haber tirado de un aprendizaje autodidacta para poder engarzar una realidad histórica con la otra. Lo mismo me sucedió con la historia de género, esa gran olvidada en los institutos y que tanto cuesta introducir en la universidad, esa imprescindible perspectiva que debería estar presente en todos los ámbitos educativos, absolutamente todos. Porque si estudiamos que las españolas pudieron votar por primera vez en las elecciones de 1933, lo lógico también sería explicar el proceso y la lucha que llevó conseguirlo. Las figuras históricas de mujeres se erigen y caminan, a paso firme, decidido. Algunas de ellas, son capaces de transformarlo todo, romper esquemas, incluso alterar la visión que tenía al respecto. Louisa May Alcott es sin duda una más, pero desde hace un tiempo, también es la responsable de que en mi estantería abunden más títulos suyos, más ensayos, más cuentos de terror... Porque para mi Alcott era sinónimo de Mujercitas, sin ser consciente de la impresionante biblioteca que, pluma en mano, ha conseguido regalarnos al mundo. Y de entre todos ellos, un ejemplar único y de obligado conocimiento como lo es Fruitlands: la crónica de un fracaso anunciado, pero también de un aprendizaje vital.

   Antes de adentrarnos en la reseña propiamente dicha, es importante situarnos tanto cronológicamente como espacialmente. Así como entender, muy brevemente, las claves del filosóficas que Louisa May Alcott aborda en este breve ensayo. Para empezar, tal y como versa la sinopsis de la presente edición, Fruitlands fue una comuna fundada en 1840 en el estado de Massachusetts (EEUU) inspirada en las ideas de Henry David Thoreau y muy especialmente de Ralph Waldo Emerson siguiendo los principios de belleza, virtud, justicia y amor; además de la máxima de aprovechar los recursos que la naturaleza ofrece para poder sobrevivir. Esta pequeña sociedad - cuyos valores parecen anticipar los del movimiento Hippie de mediados de los 60 del siglo XX - no se puede entender sin el contexto histórico que la rodea, coincidiendo con la aparición y boom de los falansterios o las sociedades utópicas de efímero éxito (especialmente abundantes en Francia e Inglaterra), con la transformación de las ciudades a causa de la Revolución Industrial (y con la consiguiente aparición de la conciencia de clase y el movimiento obrero), con la irrupción del Segundo Gran Despertar en Estados Unidos (cuyo éxito auspició la aparición de, entre otros, los Mormones, los Adventistas o los Discípulos de Cristo) y muy especialmente con la difusión y posterior interpretación del trascendentalismo. Partiendo del fundamento trascendental planteado un siglo antes por el filosofo alemán Immanuel Kant - los elementos no son cognoscibles en sí mismos, sino a través de una estructura cultural, temporal u espacial que dicho objeto proyecta sobre el mundo - los trascendentalistas americanos utilizaron ese principio para argumentar en diversas publicaciones la verdadera independencia del individuo a través de la intuición y la observación directa de las leyes de la naturaleza. En otras palabras, que el contacto con los elementos más primigenios de nuestro planeta  (plantas, tierra, montañas, ríos...) proporcionará al ser humano el acercamiento a lo puro, a la verdadera fuente de vida; la cual, como no, era identificada como Dios. Sendos libros plasmaron, con notables variaciones, estas ideas. El Walden de Thoreau es probablemente el más importante e influyente, dado que en lo que llevamos de siglo no ha parado de reivindicarse y servir de inspiración para la causa ecologista. También lo fue en su momento - aunque menos conocido en la actualidad - Ensayo sobre la Natualeza de Emerson, el cual traemos a colación dado que Fruitlands no hubiese tenido razón de ser sin las tesis definidas en dicho texto. Tesis que tanto a Emerson como Amos Bronson Alcott (padre de la futura autora de Mujercitas) unieron, dando como resultado una relación de amistad y admiración mutua.

   En lo que al brevísimo - por desgracia - ensayo se refiere, comenzaremos diciendo que sorprende la ligereza de su lectura. Hasta el punto de que en ocasiones casi te olvidas de que estás dentro de un texto escrito a mediados del siglo XIX, lo cual, desde un punto de vista siempre subjetivo, puede generar debate y diversas opiniones. En ese sentido, también cabe señalar las principales particularidades del presente libro, que no son otras que su extraordinaria versatilidad y la posibilidad de que el lector se aproxime a él desde la óptica que más le interese en ese preciso momento. De ahí que recomiende, encarecidamente, una segunda o una tercera lectura. No por la dificultad de comprender su contenido - la cual en esta ocasión es inexistente - sino para poder tener una percepción más amplia de lo que Louisa May Alcott nos quiere decir, o más bien describir. Para empezar, y en primer lugar, Fruitlands se puede leer desde una óptica puramente filosófica, dado que desde la primera página la autora ya te está poniendo en la tesitura de exponerte, de la forma más sencilla posible, los principales pilares ideológicos de la comuna en la que la autora vivió con su familia cuando tenía diez años de edad en el año 1847. En aquel bosque de intelectuales americanos - apartados de los males de la civilización y subsistiendo de los recursos que la naturaleza podía proporcionarles - todo parecía sencillo y amigable, hasta que llega el invierno, las primeras lluvias, la manifiesta inexperiencia en el terreno del cuidado del campo y las paradojas respecto a los bienes de consumo básicos. En otras palabras, que comienzan a aflorar - y nunca mejor dicho - las contradicciones por las que toda sociedad utópica acaba fracasando estrepitosamente. Unas contradicciones que provocaron división, enfrentamiento, enemistades y la pronta disolución de la comuna en menos de siete meses de vida. En Fruitlands, Alcott defiende, de hecho no se entendería su producción literaria sin las ideas de Thoreau y Emerson - a quienes por cierto tuvo como mentores y amigos - pero también evidencia la realidad, la imposibilidad, al menos por el momento, de llevar a cabo dichas ideas a término. En segundo lugar, el lector podrá disfrutar de este libro desde una mirada más estilística, dado que, como la autora ha mostrado en más de una ocasión, es capaz de defenderse y moverse como pez en el agua en varios campos de la creación literaria. Desde el ensayo más puro - con recursos particularmente novelísticos - hasta la ficción más encomiable (dado el grado de empatía y ternura que despiertan sus personajes que, aunque bajo nombres ficticios, sabemos que responden a los de sus propios padres y hermanos), pasado por un manejo interesante del formato "diario" que le sirve a la autora para narrar su corta experiencia trascendentalista en Fruitlands.

   En último lugar - y a mi juicio lo más importante - Fruitlands es un texto histórico en su naturaleza así como en su concepción. Histórico a dos niveles: respecto a su contenido y en relación con el estudio de una época determinada del pasado. Hay críticas que definen a Fruitlands como un compendio de documentos - ensayísticos, ficticios, visuales, personales... - agrupados bajo una clara intención, la de dar a conocer la existencia de las comunas claramente precursoras del ecologismo y la lucha medioambiental. Algo que, todo sea dicho, en los tiempos que corren no viene mal. Sin embargo, yo añadiría algo más, ya que no podemos pasar por alto el increíble valor que tiene su publicación para el campo de la historia. Para empezar, como he comentado antes, en su interior encontramos varios elementos de gran interés. En primer término, un texto claramente autobiográfico que - aunque emplee características propias de la ficción como recurso narrativo - nos ilustra sobre las diferentes corrientes de pensamiento, la cotidianeidad de las familias de la época, las claves de su supervivencia bajo los códigos trascendentalistas, el propio contexto histórico, la opinión acerca de algunos de los grandes personajes que dieron lugar a este experimento social,  así como, y esto es hilar muy fino, la propia personalidad de la autora. Seguidamente, un breve diario, fundamental para entender lo que sucedía desde la óptica de la propia autora, que recordemos, por aquel entonces tenía diez años, y en el que podemos apreciar todos los aspectos anteriormente nombrados desde una perspectiva más personal e íntima, lo cual no deja de generar interés en quien esté sobre todo interesado en indagar en las profundidades de la sociedad norteamericana de mediados de siglo XIX. Y por último, dos documentos históricos impresionantes: una selección de las cartas que intercambiaron Amos Emerson Alcott y Charles Lane - fundadores e integrantes de la comuna - que recogen sus disertaciones filosóficas sobre Fruitlands y un plano donde podemos apreciar los terrenos en los que se situó geográficamente el proyecto fruto de un puñado de filósofos más preocupados por las ideas que por las cuestiones prácticas. Todo ello confluye, ordenadamente, en armonía bajo un título y una clara intención, la de proveer al lector del conocimiento de un problema histórico a penas conocido y que en los últimos parece experimentar un claro auge; y por supuesto, la de descubrirnos, una vez más, la cara menos conocida de Louisa May Alcott. Una autora talentosa, inteligente, feminista y convencida de la capacidad de la educación para remover conciencias que quiso mostrarnos, a través del presente texto, el origen de su pensamiento, de sus inquietudes, de su forma de mirar el mundo y plasmarlo sobre el papel.

  Fruitlands: una historia de experiencias, buenas intenciones, intelectualidad, enfrentamientos ideológicos, contacto con la naturaleza, problemas, paradojas, fracaso, aprendizaje... La experiencia trascendental - y germinal - de Louisa May Alcott.


Frases o párrafos favoritos:

    "-¿A qué parte del trabajo se siente más predispuesto usted? —preguntó la Hermana Hope, con un destello divertido en sus sagaces ojos.  
    - Esperaré a que me sea revelado. Ser por encima de hacer, esa es la gran meta a alcanzar, y a ella llegaremos profesando una voluntad resignada, nunca entregándonos a la actividad caprichosa, pues esta última es un obstáculo para todo crecimiento divino —respondió el Hermano Timon.  
   - Eso pensaba yo. —La señora Lamb soltó un suspiro bien audible."  

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Impedimenta

1 comentario:

  1. un muy interesante texto el que nos presentas en esta reseña. La verdad es que no conocía este trabajo de Alcot al que espero poder asomarme algún día, ya que como medio kantiano que me gusta declararme, siempre es interesante saber lo que entendieron al otro lado del charco del genial filosofo alemán y del transcendentalismo del que él fue el máximo exponente.
    Una excelente reseña

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