lunes, 28 de octubre de 2019

RESEÑA: Los años rotos.

LOS AÑOS ROTOS

Título: Los años rotos.

Autora: Dacia Maraini (1936) es una de las grandes voces femeninas de la literatura italiana contemporánea. Nacida en Fiesole (Florencia), se trasladó con toda su familia y tan solo dos años de edad a Japón, donde, tras la alianza del país nipón con las fuerzas de Mussolini, vivió la experiencia del campo de concentración.Una vez regresada a Italia, se estableció antes en Sicilia y luego en Roma, donde ligó muy pronto su vida a la literatura y comenzó a publicar sus primeras novelas y obras teatrales. Los años rotos (1963), Isolina (1980), La larga vida de Marianna Ucrìa (1990) y El tren de la última noche (2008) son algunas de sus novelas más importantes. Ganadora de los premios Campiello (1990) y Strega (1999), muchas de sus obras se consideran fundamentales en la historia del feminismo italiano y europeo, y han sido adaptadas al cine y traducidas a numerosas lenguas. (Fuente: Editorial).


Editorial: Altamarea.

Idioma: italiano.

Traductora: Raquel Olcoz.

Sinopsis: Enrica tiene diecisiete años y sobrevive pasivamente en una cotidianidad mediocre y asfixiante. En su casa, como ajenos a su presencia, coexisten un padre abstraído en la construcción de invendibles jaulas para pájaros y una madre desengañada que se consume en una rutina anodina y frustrante. Sumida en esta condición de crónico desamparo, Enrica se ve obligada a hacer frente sola a los cambios de una existencia desconcertante sin más armas que su desidia. Indolente y resignada, se deja arrastrar por la inercia de la vida y deambula a tientas entre el amor y el sexo buscando en ellos un refugio y una forma de definirse. En este paisaje de desoladora aridez emocional, que se refleja en la sórdida atmósfera de la periferia proletaria de la Roma de principios de los años sesenta, se lleva a cabo la educación sentimental de una adolescente aturdida por una descarga continua de sensaciones sin sentimientos que lucha instintivamente para encontrar su propia identidad de mujer. Un bellísimo retrato que destaca por la fuerza narrativa y la inmediata sencillez realista que acomuna a los mejores personajes femeninos creados por Dacia Maraini.(Fuente: Editorial).

Su lectura me ha parecido:

   Directa, cruda, plagada de brillantes diálogos, sin medias tintas, envolvente, adictiva, un retrato de su tiempo, una reflexión tras otra... Cuando leí La amiga estupenda de la ya no tan enigmática Elena Ferrante - primera entrega de la saga Dos amigas - me quedé con la sensación de que estaba ante un libro que, lejos de parecerse al típico best seller escrito la autora o autor italiano de turno, trata de homenajear, en todos sus aspectos, a una de las tradiciones más fascinantes dentro de la literatura italiana: la de la novela intimista de la postguerra y los años sesenta escrita por autoras patrias. En ella, sus protagonistas - Elena y Lila - sobreviven desde bien pequeñas a la brutalidad cotidiana de un barrio a las afueras del Nápoles de mediados de siglo. Un barrio en el que todos se conocen, en el que el escrutinio social está a la orden del día, en donde el machismo más salvaje hace acto de presencia día sí día también, en donde existe una férrea jerarquía imposible de quebrantar, donde unas normas no escritas rigen las vidas de sus habitantes y lo más importante, un lugar del que es complicado escapar, y menos siendo mujer. De esta época, de la Italia de los 60, se me vienen dos fotogramas bien definidos a la mente. La primera, la de Anita Ekberg dándose un sensual baño en la Fontana de Trevi mientras un embobado Marcello Mastroianni no deja de observarla embelesado en La Dolce Vita de Federico Fellini Y la segunda - una de mis favoritas - la de Audrey Hepburn y Gregory Peck dando un divertido paseo en Vespa de la mano del director William Wyler y su Vacaciones en Roma. Evidentemente se trata de dos hitos con mayúsculas del cine clásico, sin embargo, muchas y muchos tenemos en la cabeza esa imagen. La del esplendor de Cinecittà, la del glamour y el lujo de sus villas, la de Sofía Loren,  la de los helados en la escalinata de la Plaza de España... En definitiva, la de esa Roma henchida y más bella que nunca cuando la realidad era otra, más próxima al Nápoles que Elena Ferrante describió, porque en Roma también había extrarradio, fábricas, pequeños negocios familiares, miseria humana y sentimiento de comunidad. Un mundo que dista de lo que los integrantes de la gran edad de oro del cine italiano - en algunos casos - quisieron mostrar. En Ferrante, como no, hay mucho de Elsa Morante, de mi admirada Natalia Ginzburg y estoy convencida de que Dacia Maraini, autora del libro que hoy tengo el placer de reseñar, también fue una de las principales influencias. Los años rotos: hombres y mujeres, mujeres y hombres; y ambos desnudos frente al espejo.


   Sin duda, Los años rotos ha sido una de las sorpresas de este año tanto a nivel literario como personal. Desde el plano más íntimo, he de confesaros que lo he devorado, que duró días en mis manos y que por si fuera poco, la historia, valga la redundancia, casi me devora también. Me tuvo tan obsesionada durante aquel breve espacio de tiempo que desde entonces he ido informándome de los libros que se habían traducido de Dacia Maraini al castellano, con la mala suerte de toparme con el temor que toda y todo lector siente en algún momento de su vida. Ese en el que descubres que la obra de esa o ese autor que acabas de descubrir y que te ha acabado apasionando hasta límites insospechados, o bien no está traducida o bien, simplemente, hace mucho que una editorial no se pone las pilas en una posible reedición. Este último, por desgracia, fue el caso de Dacia Maraini. Sin embargo, y a juzgar por la buena acogida que está teniendo la joven editorial Altamarea - especializada en traducir y sacar a la luz todas esas pequeñas y grandes joyas de la literatura italiana contemporánea - es probable que los fans, los existentes y los nuevos, en los próximos años tengamos libros de Maraini para rato. Desde el plano puramente literario, deciros que Los años rotos es a grandes rasgos una novela de iniciación con protagonista femenina, muy en la línea por ejemplo de Nada de Carmen Laforet. De hecho, hay muchos elementos que entroncan esta novela de tradición italiana con la con este clásico de la postguerra española, aunque sin duda el más importante es el trato y la forma con la que ambas autoras se aproximan a los problemas y dilemas de su protagonista. Si en Nada es Andrea, en Los años rotos es Enrica y su mirada, y sus decisiones, y su visión del entorno que le ha tocado vivir. El lector se encuentra en un barrio obrero de la periferia de la Roma de los años 60 en donde Enrica, de origen humilde, se mueve entre sus clases de mecanografía - un oficio al que sí puede aspirar debido a su baja extracción social - la realidad de un entorno familiar desalentador y el descubrimiento de su propia identidad a través de experiencias sexuales no del todo satisfactorias y el contexto que acompaña a esta historia. La narración de Enrica entra con dureza, sin sentimentalismo alguno y directa a lo que se nos está describiendo. Especialmente impactante es su inicio, el momento en el que se nos presenta a Enrica y a su amigo en el enésimo encuentro sexual que tienen. Todo normal hasta que descubrimos que él tiene novia y el trato servilista de dicha relación plagada de ordenes y exigencias por parte de él. En tan sólo un capitulo, Maraini ya nos ha dejado helados y con la sensación de que ya nada puede ir a mejor.

   A continuación descubrimos como, al volver al hogar, Enrica se encuentra con un padre dedicado a construir jaulas - sin duda la gran metáfora de la novela - más que por trabajo como vía de escape y de desatención de las tareas domésticas y una madre arisca, prematuramente envejecida y a la que Enrica le es imposible asociar con otra cosa que no sea realizando tareas de la casa. La frustración de su madre, unido a la consciente despreocupación de su padre la sumen en una especie de desamparo y desilusión perpetua. No es de extrañar que Enrica aproveche cualquier circunstancia para salir a la calle, alejarse de sus padres y lanzarse en brazos de cualquiera que le prometa un refugio seguro y reconfortante - amigas, amantes, estudios -. Sin embargo, eso nunca es suficiente y acaba resignándose a que no puede aspirar a algo mejor. En su mundo, es difícil ascender socialmente, por lo que muchos encuentran el consuelo en empleos precarios, mal pagados y caracterizados por una irritante monotonía. Trabajos en los que por su puesto, en el caso de las mujeres, no se les enseñaba a creer en ellas mismas ni se les mostraba su valía. Uno de los mayores terrores de Enrica es acabar como su madre, el ejemplo perfecto de la otra cara de la moneda, la de esas mujeres que son engullidas por el patriarcado en el momento en el que se establecen en el hogar, dando por sentado que son ellas y sólo ellas las que deben ocuparse del hogar y de los ciudados. Ante esta situación, Enrica acabará luchando, a pesar de las adversidades, contra el sistema, las conveniencias sociales y el destino que le espera como mujer y proletaria. Los tiempos la acompañan, ya que los cambios hacia una sociedad más igualitaria y los ecos de la "nueva mujer" resuenan en prensa, en las conversaciones, en los libros... No obstante, Enrica tendrá la ardua tarea de definirse y buscar su propia identidad entre los dos modelos de mujer que siguen perviviendo: el de la mujer abnegada que renuncia a sus sueños para formar una familia (su madre) o el de la mujer de éxito pero eternamente condenada por haber antepuesto su independencia a todo lo demás (la señora Bardengo). Enrica, al igual que otras tantas heroínas de la literatura social, se siente en un primer momento desamparada, pero poco a poco será consciente de que los primeros pasos importan, que el conocerse a sí misma - en lo bueno y en lo malo - es una de las mejores formas de generar conciencia de género y que las jaulas, por muy claustrofóbicas que sean, hay que romperlas para a continuación alzar el vuelo en pos de la tan ansiada libertad.


   Pero si por algo destaca Los años rotos es por la impecable radiografía y el estudio de las identidades y modelos, tanto femeninos como masculinos, que aparecen a lo largo de sus 242 páginas. En cuanto a éstas primeras, la propia Maraini insiste mucho dejar muy claro al lector la idea del cuerpo femenino como ente cambiante a lo largo del tiempo y de las circunstancias. La adolescencia, el despertar sexual, los juegos del amor, el embarazo, el aborto, la maternidad, el cansancio, la enfermedad... Todo eso hace mella en el cuerpo de la mujer, concebido en esta novela no sólo una especie de mapa vital, también como un símbolo del malestar social y de los abusos que el propio patriarcado ha ejercido sobre él. No importa la edad, el dinero o el país en el que naces, ya que a todas y cada una de nosotras se nos inculca el pudor respecto al cuerpo, generando un tabú que deja, como consecuencia, sin las herramientas suficientes para que las mujeres puedan realizarse tanto en él ámbito profesional como el personal. Parece que la sociedad no es consciente de ello, pero cuando una mujer consiente relaciones sexuales en condiciones desiguales; cuando una mujer es explotada laboralmente, cuando una mujer deja de lado su plenitud física en pos de un embarazo, alumbramiento y correspondiente crianza; cuando una mujer se preocupa excesivamente por mantenerse eternamente joven; cuando una mujer decide abortar y lo hace a escondidas y sin que nadie lo sepa... En todas esas situaciones el cuerpo sufre, pero sistemáticamente es invisibilizado, ocultado, negado... En cuanto a ellos, regresando a la presente novela, son muchos los nombres que aparecen. Cesare, Carlo, Giulio, Francesco, el padre de Enrica... Todos ellos se mueven en unos parámetros claramente influenciados por la extracción social a la que pertenecen: el cabeza de familia que por culpa de una frustración personal y profesional no sabe canalizar la presión del hogar , la hipocresía del prometido pero con amantes, el "buen chico" que se convierte en bestia cuando no es correspondido sentimentalmente, la superficialidad de quien lo tiene todo y el misógino que esconde sus verdaderos secretos bajo la alfombra. No son más felices que las mujeres, pero para Maraini tienen ciertos privilegios, lo cual no es sinónimo de saberlos usar en el momento preciso o que no sufran algunas desigualdades entre ellos. También llevan el ritmo y compás de las relaciones - tanto profesionales como personales - y por supuesto dan por hecho ciertos aspectos supuestamente intrínsecos a su género - tales como llevar la iniciativa, hablar más alto, tener más autoridad... - . Y frente a ellos está Enrica que, a modo de espejo, los observa detenidamente, a cierta distancia y sin hacer ruido. Aprende de ellas, aprende de ellos. Es consciente de las cosas que los unen, las que los separan, las que agrietan más la brecha y las que por el contrario contribuyen a cicatrizar cualquier herida. A ellas las comprende, a ellos les marca los límites. Todo ello, como hemos dicho, frente al espejo, a cuyo reflejo deberían acostumbrarse tanto mujeres como hombres. Porque arreglarse frente a él está muy bien, es útil, pero lo es más el hecho de detenerse, clavar los ojos en el cristal y autoanalizarse. Tal vez entonces, los roles de género comenzarán a diluirse, a mezclarse con el agua, para acabar desapareciendo por el estrecho agujero de la pila.  

Los años rotos: una historia de superación, conciencia feminista, machismo, dominación, escapatoria, mujeres, hombres, diferencia de clases, desigualdad, cotidianeidad...Una novela que nos redescubre a una autora a la que nunca debimos perder la pista.

Frases o párrafos favoritos:

“Mientras encendía el gas, apretó los labios resecos, como de vieja, y me pareció verme a mí misma en su lugar, con un hombre sentado en el sitio de papá y una cocina idéntica a esta, con los mismos olores y los mismos gestos. Me sentí consternada”.

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Altamarea

miércoles, 23 de octubre de 2019

RESEÑA: Historia de España contada a las niñas.

HISTORIA DE ESPAÑA CONTADA A LAS NIÑAS

Título: Historia de España contada a las niñas.

Autora: María Bastarós (Zaragoza, 1987). Gestora cultural, historiadora del arte, conferenciante, escritora y fanzinera. Creadora de la plataforma cultural feminista QuiénCoñoEs, ha colaborado con medios como Diagonal o Tentaciones, centros como el CAAM de Las Palmas, el Muvim valenciano o la galería madrileña Nunca Nadie Nada No, y comisariado exposiciones como Muerte a los grandes relatos o Apropiacionismo, disidencia y sabotaje en la Sala Juana Francés de Zaragoza. Es coautora de Inclusive Love (Thyssen Bornemisza), primera visita guiada LGTBIQ a nivel nacional, y promotora de eventos literarios como Aullido, anti-jam poética. También es coautora del libro Herstory (Lumen) y editora de los fanzines Brochetas de cosas emocionantes y Napalm Springs (Ediciones Motocobra). (Fuente: Editorial). Su primera novela, Historia de España contada a las niñas, ha sido merecedora del Puchi Award 2018, el Premio Cálamo "Otra Mirada 2018" y el Premio de la Crítica Valenciana 2019.


Editorial: Fulgencio Pimentel.

Idioma: español.

Sinopsis: A caballo entre la crónica periodística, el panfleto, el drama campesino y la literatura de quiosco, Historia de España contada a las niñas se apropia de eventos y lugares de nuestra historia reciente y nos los devuelve en la forma de un rompecabezas corrosivo, polifónico y vibrante. Secuestros, Rohypnol, matriarcados, galeristas desnortados, comunidades online de adolescentes anoréxicas y apariciones ovni dan forma a una novela coral hecha de retazos, un relato despiadado que, pese a todo, destila un constante deseo de redención. (Fuente: Editorial).

Su lectura me ha parecido:

   Fresca, contemporánea, rabiosamente actual, gamberra, sin pelos en la lengua, irónica, feminista, bizarra y sin embargo poética, lúcida y loca al mismo tiempo, dolorosa... Hace unas semanas, mientras daba uno de mis habituales paseos vespertinos, sentí la necesidad de parar en seco y quedarme un rato contemplando el sol ocultándose tras los edificios, los mismos que me han visto crecer y los que, desde su privilegiada altura, han sido testigos privilegiados de los cambios y de la revolución urbanística del lugar. Donde antes había huerta, ahora se levantan fincas de más de diez plantas. Donde antes los tomates crecían gracias a una humilde acequia, ahora pequeños huertos urbanos en medio de un parque de reciente inauguración pretenden homenajear ese pasado agrícola. Donde antes era un placer recorrer aquellos campos montada en bicicleta, ahora dichos caminos han sido sustituidos por aceras y solitarios aparcamientos en medio de descuidados descampados. Y por supuesto, donde antes estaba el Pozo de San José - edificado en los años 40 del pasado siglo - , ahora un campo de futbol ocupa su lugar. Así es mi barrio, el lugar en el que todavía vivo, en la periferia de una de las ciudades más importantes de España, un lugar olvidado durante décadas por parte de una administración más preocupada por los grandes eventos que por sus propios ciudadanos y que en los últimos años está viendo como su fisionomía está cambiando a una velocidad a la que los habitantes del lugar están poco acostumbrados. Sin embargo, durante aquel paseo, me di cuenta de que aquel barrio en el que siempre convivieron la tradición - ese resquicio de huerta tan típico de mi tierra - y edificios de los años 70 y 80 tenía su encanto. A pesar de su reciente transformación y a pesar de que, hace unos años, me parecía un lugar de lo más deprimente tanto estéticamente como socialmente. Hoy lo admiro en su desnudez, en su simpleza, en su idiosincrasia. Desde ese descampado en el que todavía brota alguna lechuga y apoyada en la pared de algún portal, lienzo de las representaciones artísticas más sinceras. Nunca antes los grafitis me parecieron tan hermosos. Es curioso como la belleza puede residir en los lugares menos comunes. Ya sea en pedanías aisladas a las afueras de las grandes urbes, en el seco paisaje que enmarca una carretera secundaria, en un polígono industrial al amanecer, en el interior de un antro con las luces de neón acariciando la piel de los frenéticos danzantes, en un pueblo fantasma perdido en la inmensidad de la España profunda o en los restaurantes de la costa alicantina que, anclados en la época del boom turístico de los años 60, se resisten a renovar su decoración y a retirar sus toldos comidos por el salitre. Esta particular geografía tan denostada por algunos puristas y cierta parte de la sociedad, sirve como escenario de las numerosas historias que  se narran en esta novela de título tan sugerente y llamativo. Historia de España contada a las niñas: larga vida al punk, al collage narrativo y a la nueva generación de autoras españolas.


   La primera vez que tuve noticias de Historia de España contada a las niñas pensé lo que muchas personas en su momento: "¡Que bien! ¡Por fin un libro que habla de la historia de nuestro país en clave de género y de modo didáctico para las futuras generaciones de niñas españolas!". La mandíbula se me desencajó - por perplejidad y por vergüenza - al comprobar, un tiempo después, lo equivocada que estaba al respecto. ¿Quién iba a imaginar que ese supuesto libro que englobaba una reivindicación feminista fuese, en realidad, uno de las novelas más desconcertantes, fascinantes y locas que he leído en años? Para empezar a hablar de este texto es absolutamente imprescindible empezar por su apartado estético y por lo que el lector encontrará a modo de preámbulo antes de sumergirse en la historia que su autora nos quiere contar. En primer lugar, su portada no puede ser más llamativa, con esas letras en mayúscula - que parece que te griten el título del libro - de color fucsia chillón (el más potente que había de toda la paleta), sobre una fotografía nocturna bastante perturbadora en la que vemos a dos chicos trasportando - y agarrado con rudimentarias cuerdas - sobre el techo de un coche rojo lo que parece un animal muerto. Si esto no es suficiente para convencernos de que no estamos ante un libro de historia que compraríamos a nuestras hijas, sobrinas o alumnas  yo ya no sé que pensar. Adentrándonos, a continuación en la contraportada, comprobamos como el tono nocturno de la instantánea escogida sigue predominando, a pesar vislumbrarse los primeros picos de sol tras una noche de fiesta. Pero la protagonista en esta ocasión es una chica joven, con los ojos entornados y piruleta en mano. ¿Estamos ante una reinterpretación del mito de Lolita? ¿O será algo muy distinto? El misterio sigue predominando, nos corroe, ya que la sinopsis tampoco nos revela mucho. Entonces ¿de qué diantres va esta novela? Intentamos desentrañar el misterio abriendo el libro por las primeras páginas cuando - ¡sorpresa! - nos topamos con una maravillosa anomalía, y es que Historia de España contada a las niñas incluye unas fotos preciosas de un pueblo nevado - que más tarde descubriremos que se trata de Beratón -  de lo que parece la entrada de la típica cafetería norteamericana de las películas, de un zorro sorprendido ante el flash de la cámara en medio de la oscuridad, de una chica que emerge de la naturaleza y de las sombras tras una larga noche de trabajo u ocio, de un bosque bastante tenebroso y de lo que, de nuevo, parece el pueblo de la primera instantánea pero desde otra perspectiva y con otra luz. Esto tampoco nos aclara nada, pero ya empieza a picarnos la curiosidad, así que vamos directos a la página de las citas (esa a la que muy pocos lectores presta atención pero que en la mayoría de casos nos ofrece las claves para entender la novela). Y es aquí, en este apartado, donde María Bastarós nos deja noqueados con dos extractos cuya relación entre sí no tiene, aparentemente, nada que ver. El primero de ellos, las terroríficas líneas de un sainete lírico de 1880, y el segundo, el estribillo de Brillo una conocida canción de Rosalía y J. Balvin que algunas gentes de mi generación hemos tarareado sin darnos cuenta. Estilo decimonónico y cultura millenial juntos en una misma página ¿hay algo más extraño y a la vez más cargado de mensaje de cara a la lectura del presente libro? Las buenas novelas no necesitan de impresionantes portadas para que sean un éxito, otra cosa es, como en este caso en cuestión, cuando la parte meramente estética actúa como un elemento más de la trama, a modo de performance, para abrochar el cinturón del lector y arrancar el coche que lo llevará a emprender el viaje literario de su vida ¡Y dios, que viaje!


   A partir de ese momento, las historias que sucederán ante nuestros ojos parecerán inconexas, que nada tienen que ver una con la otra. Seguramente los más puristas se tirarán de los pelos y exclamarán cosas como: "¡Nos han vendido la moto!" "¡Estafa editorial!". Paciencia, eso es justo lo que aconsejo, paciencia y sosiego, pues de nada sirve enervarse a la primera de cambio. A mi también me pasó, reconozco que me quedé bastante perpleja y que por ello me costó un poco pillarle el truco a este libro. Pero en esta vida hay que enfrentarse a nuevos retos y ser más abiertos en lo que a convenciones literarias se refiere. Hay que ciudarlas, sí, pero también mejorarlas, darles un empujón, una patada, airearlas un poco, para que respiren aire fresco de vez en cuando. En cuanto entiendes esto, ya no hay nada que te frene, ni siquiera la lectura de la ópera prima de una joven autora proveniente de la gestión cultural y el mundo del fanzine - tan en boga en los últimos años gracias al movimiento feminista - que consigue, con su debut literario, dejarnos con la boca abierta. Como si de un collage se tratara, superponiendo imágenes, personajes, textos, descripciones, paisajes y recuerdos; Bastarós nos expone, como si de una obra de arte se tratara, una cantidad enorme de historias las cuales acaban conectándose unas con otras para sorpresa del lector. Ya que, como he comentado al principio de este párrafo, éste no concibe esas conexiones a la primera de cambio sino que lo va descubriendo a medida que avanza en la lectura. Este trabajo entraña su dificultad, pues no es sencillo construir toda esta estructura coral tan bárbara y menos aún llevarla hasta el final sin dejar ningún cabo suelto. El talento de María Bastarós reside en el perfecto dominio de este ejercicio estructural - del cual sale indemne - pero también en entender la contemporaneidad, la actualidad, los comportamientos de la sociedad que la protagoniza y su funcionamiento. Se le ha criticado mucho la poca profundidad de la autora al abordar algunos temas de gran interés reduciéndolos a explicaciones que parecen sacadas de revistas, series o noticias en televisión. Y sí, puede que en eso esté de acuerdo, pero si lo miramos desde otra óptica, menos estricta, me parece muy inteligente haber optado por ese camino, ya que actualmente las personas consumimos dichos medios de comunicación y de ocio, y como tales, hay veces que les otorgamos más credibilidad que a las que proceden de otro tipo de fuentes más fiables. De este modo, Bastarós no hace sino describir una realidad, por desgracia, cada vez más imperante.

  En Historia de España contada a las niñas se cuentan, precisamente, muchas historias, acontecidas en escenarios inimaginables, con un trasfondo de realidad y otro tanto de delirante ficción.  Westerns rurales, un pueblo soriano - Beratón - en donde se establece un matriarcado (sin duda la historia más interesante), una cementera abandonada, el puticlub de extrarradio al que acuden políticos corruptos, un toro de Osborne - irónicamente - decapitado, un decadente bar de carretera, un lugar - Robledo de Chavela - de la sierra madrileña famoso por su base de seguimiento de satélites de la NASA, la jet set de Altea o sofisticadas galerías de arte. Ecos de sucesos ya pertenecientes a la memoria colectiva de este país como el de la violación de la Manada - de ahí su narración a través del WhatsApp - , el asesinato de las niñas de Alcasser, así como caso del el monstruo de Amstetten - que aunque no aconteciese en España, su impacto mediático fue brutal -. Aquelarres feministas inverosímiles, ovnis, teorías de la conspiración, partidos de izquierdas que siguen siendo machistas, capitalismo salvaje, fiestas populares donde todo está permitido, drogas, raves, homeopatía... Personajes memorables como Miguel - arrancando de las influencias de la comunidad de mujeres que gobiernan Beratón - o Miranda y Valeria - dos adolescentes que han crecido sin la presencia de hombres pero que al mismo tiempo no pueden evitar caer en las garras patriarcado -. Todas ellas relacionadas entre sí y atravesadas por las contradicciones, el género, el trauma y sobretodo los diversos modos de supervivencia. Se podría decir que la novela de María Bastarós habla de lo que no aparece, precisamente, en los libros de texto, de esa otra historia de España que tanto les gusta explotar morbosamente a través de los medios de comunicación pero que al mismo tiempo, paradójicamente, se censura, se ignora o se censura sin piedad. Esa otra historia de la violencia, de la violencia contra las mujeres, las mujeres españolas, a golpe de ironía, de rabia, de batería y de un estilo que, más que sumergirte, busca dar una bofetada y mantenerte despierto, alerta, atento al próximo asalto.


  Ayer a medio día el mundo literario comía con la noticia de que Cristina Morales había ganado el Premio Nacional de Narrativa gracias a su célebre novela Lectura fácil (que también resultó merecedora del Premio Herralde de Novela 2018). Un texto difícil en cuanto a su construcción, destructivo, radical, arriesgado, rabiosamente feminista, reflexivo, actual, políticamente incorrecto y de una originalidad pasmosa. Su autora, nacida en la década de los 80, es una de las componentes - por no decir su cabeza más visible - de la nueva generación de autoras que está empezando, desde sus respectivos ámbitos geográficos, laborales y creativos, a trasformar y revolucionar el panorama literario de este país con historias más pegadas a la calle, a las personas, a los artificios culturales del momento, a las nuevas corrientes de pensamiento y por supuesto, a las principales luchas sociales como el feminismo, el ecologismo o las del colectivo LGTBI+. Hay quienes las critican, quienes ven en ellas un mero producto al servicio del capitalismo, quienes se quejan de su escritura, de su estilo, de su arrogancia, de su posición privilegiada, por publicar en editoriales comerciales cuando deberían hacerlo en un sello independiente y a la inversa también, de no ser políticamente correctas - las y los mismos que las tachan de poco elegantes por incluir muchos tacos son, en ocasiones, las o los mismos que alaban las novelas de Bukowski - de pretender ir de escritoras cuando en realidad sus obras no están a la altura del canon, el maldito canon. Vivimos en un país donde nunca vas a gustar a todo el mundo, eso es así, y menos si eres una joven escritora, entonces los palos lloverán con más intensidad y desde todos los ángulos. Pero parte de la crítica, los lectores más jóvenes - millenials y no tan millenials - y los pocos premios literarios de calidad que aún conservamos en este país hablan por si solos. Sin ir más lejos, María Bastarós acaba de alzarse con el Premio de la Crítica Valenciana precisamente por esta novela, una novela en la que lo correcto y lo tradicional literariamente hablando brillan por su ausencia. Las cosas, cambian, evolucionan, y creo que ya es hora de empezar a escuchar a estas escritoras, pues a lo mejor ellas entienden mejor a la juventud de este país, a esas mujeres que están protagonizando la revolución feminista o simplemente sus principales preocupaciones respecto a los temas de más candente actualidad.

   Historia de España contada a las niñas: una historia de muchas historias, de secuestros, de creencias surrealistas, de sanaciones, de inverosimilitudes, de terror patriarcal, de despoblamiento, de paradojas, de matriarcados... La historia que debieron contarnos hace muchos años.

Frases o párrafos favoritos:

"Piensa en lo hermoso que puede ser el mundo, más allá de madrigueras y exilios voluntarios."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Fulgencio Pimentel

sábado, 19 de octubre de 2019

RESEÑA: Cómo acabar con la escritura de las mujeres

CÓMO ACABAR CON LA ESCRITURA DE LAS MUJERES

Título: Cómo acabar con la escritura de las mujeres.

Autora: Johanna Russ (Nueva York, 1937 - Tucson, 2011) fue una académica y feminista radical estadounidense. Es la autora de varias obras de ciencia ficción, fantasía y crírica literaria feminista como Cómo acabar con la escritura de las mujeres. Su obra más célebre es El Hombre Hembra, una novela que combina la sátira con la ficción utópica. Ganadora de los premios Hugo y Nébula, fue también profesora de inglés en la Universidad de Washington.


Editorial: Dos Bigotes.

Idioma: inglés.

Traductora: Gloria Fortún.

Sinopsis: en Cómo acabar con la escritura de las mujeres, la galardonada novelista y ensayista Johanna Russ expone las estrategias sutiles, y no tan sutiles, que la sociedad usa para ignorar, condenar o menospreciar a las mujeres que producen literatura. Publicada originalmente en 1983 y nunca traducida al español, esta obra, tan relevante hoy como entonces, ha motivado a generaciones de lectores con una poderosa crítica feminista. Con tono sarcástico e irreverente, Russ examina las fuerzas que sistemáticamente impiden a un amplio reconocimiento del trabajo de las mujeres.

Su lectura me ha parecido:

   Acertada, irónica, subversiva, crítica a rabiar, estupendamente documentada, con una mirada inminentemente intelectual, imprescindible, obligatorio, absolutamente necesario ahora y siempre... Escribo, y por tanto, me considero escritora. Esa es una verdad como una catedral de grande. Una realidad que vivo en mis carnes cada vez que me siento frente al ordenador o cuando me toca documentarme sobre un tema en concreto del que, con gusto, me gustaría hablaros en cada reseña, artículo o relato. Escribo desde bien pequeña, aún conservo algunas hojas donde garabateé mis primeros cuentos y por supuesto aquella primera obrita de teatro concebida para ser representada delante de familiares varios. Escribo también desde la adolescencia, desde aquella mente despierta en medio de una clase en la que me costaba horrores ser comprendida y valorada por mi gran pasión. Escribo, y por eso muchos de esos trabajos que supuestamente había que hacer en grupo acababan en mis manos a pesar de mi indignación y mis intentos por hacerles entrar en razón. Escribo, y gracias a eso conseguí canalizar el impacto que supuso descubrir temas como el Holocausto a través de uno de mis primeros relatos, el cual resultó ganador de un concurso que, a pesar de no ser muy importante, me hizo sentirme en una nube. Escribo, y por eso conozco lo que se siente ante la derrota, ante la certeza de siempre o casi siempre va a haber alguien mejor que tú y que hay que aceptarla sí o sí. Escribo porque una vez alguien me dijo que valía para esto y desde entonces he ido mejorando día tras día. Escribo porque con ello me desahogo y proyecto sobre el papel cuestiones que particularmente me preocupan. Escribo para darle voz a esos personajes que han carecido de ella durante tanto tiempo. Escribo, y por eso quiero aprender, para arrojarme a terrenos literarios en los que siempre he soñado moverme como pez en el agua. Escribo, porque una de mis mayores ilusiones es llegar a publicar y dedicarme, si es posible, a este noble oficio. Escribo, a pesar de la invisibilidad que eso conlleva. Escribo, aunque a veces me cueste y en ocasiones me obligue a hacerlo. Escribo sin ganas, medio dormida, enfadada, decepcionada; pero escribo. Escribo y abandono textos a medio terminar. Escribo, aunque lleve un tiempo en una terrible barrena creativa. Escribo cuando puedo, cuando me dejan, cuando lo necesito. Escribo hasta con interrupciones. Escribo a sabiendas de que dicha tarea implica quedarse tardes enteras encerrada entre cuatro paredes y con la música a un volumen razonable saliendo de mis voluminosos cascos. Escribo y no me pagan por ello, al menos por el momento. Escribo a cambio de visibilidad. Escribo porque tengo historias que contar. Escribo y eso me hace feliz. Entonces ¿por qué a mis veintisiete años aún me cuesta decir en público que soy escritora? ¿Por qué me autoboicoteo de esa manera? ¿Por qué lo oculto, como si de un secreto se tratase? El poco o nulo reconocimiento social, así como el desconocimiento del trabajo que hay detrás son algunos de los motivos. Pero también existe un componente de género que, como bien apunta Joanna Russ en el presente ensayo, no ha permitido a las mujeres brillar en el momento que les correspondía dentro del terreno de la literatura. Y es que va a ser cierto eso de que las  autoexigencias o la autoinvisibilización son en parte culpa del patriarcado. Cómo acabar con la escritura de las mujeres: el libro que todas las autoras estábamos esperando.


   Han tenido que pasar treintaicinco años (sí, habéis leído bien) para que el ensayo de la académica y novelista Johanna Russ se tradujese al español. Treintaicinco años en los que hemos visto nacer, desarrollarse, morir o frustrarse la carrera de muchas autoras alrededor del mundo. Un intervalo de tiempo demasiado largo si tenemos en cuenta todo lo que ha sucedido en medio y de los progresos que ha hecho la sociedad en estas lides - y no solo en el campo de la creación literaria -. Sin embargo, el mensaje de Cómo acabar con la escritura de las mujeres (entiéndase la ironía de su propio título) resulta a día de hoy tan actual y tan vigente como lo fue en su momento, en los años ochenta, década en la que las mujeres creadoras estaban todavía más invisibilizadas. Con un tono extremadamente crítico e irónico - magistral y oportuno - Russ va desgranando poco a poco los mecanismos sociales, económicos y culturales tramados para menospreciar las obras literarias escritas por mujeres. Intercalando ejemplos protagonizados por conocidas autoras del pasado - a saber Charlotte Brontë, Virginia Woolf, George Elliot o Sylvia Plath entre otras - así como de escritoras coetáneas a la autora y muy especialmente dedicadas a la escritura de novela de género - como la pionera y ya fallecida Úrsula K. Leguin - Johanna Russ muestra una herramienta analítica basándose en una serie de realidades categóricas las cuales no serían posibles sin la existencia de una heterodoxia heteropatriarcal de supremacía blanca. Estas categorías se agrupan, según Russ, en una serie de excusas usadas durante siglos y que por desgracia, a día de hoy, de vez en cuando aún seguimos escuchando:

- La negación de la autoría ("No lo escribió ella. Pero si resulta evidente que lo hizo..."): seguramente por hobby, diversión, pasar el rato, acabar con el aburrimiento... Pero nunca por inquietudes intelectuales o por ambiciones literarias."

- La prohibición ("Lo escribió ella, pero no debería haberlo hecho..."): seguramente por haber hablado de política, sexo, feminismo o porque su estilo literario es demasiado masculino y eso no puede ser.

- La censura ("Lo escribió ella, pero mira que cosas escribió..."): seguramente escribió alguna escena que transcurre en un dormitorio conyugal, en la cocina, habló de su propia familia o simplemente las mujeres son las protagonistas de la historia.

- El menosprecio ("Lo escribió ella, pero no es una artista de verdad y no resulta autentico arte.."): seguramente porque se trate de un thriller, un romance, un libro infantil, una novela de ciencia ficción, de fantasía o de terror. Géneros tradicionalmente denostados por la crítica o en los tres últimos casos muy masculinizados.

- La duda ("Lo escribió ella, pero alguien la ayudó..."): algún familiar, amigo, pareja o simplemente el "lado masculino" de la autora.

- La anomalía ("Lo escribió ella, pero es una anomalía): en este caso se reconoce la autoría, pero se destaca el carácter excepcional de la misma, como una rareza, algo que no ocurre mucho y que por tanto se da por hecho que nunca más va a ocurrir. En otras palabras, que la mujer en cuestión no volverá a empuñar una pluma.

   Johanna Russ demuestra con esta estructura que más allá de los prejuicios de género, estos "peros" implican a corto y largo plazo otra serie de consecuencias. Disuasión, falta de tiempo para dedicarse a la escritura, dificultad para acceder a la documentación y a formación que les permita desarrollar su talento, aislamiento social, acoso sexual y por supuesto las discusiones entorno al carácter y belleza física de la autora como motivos de éxito editorial. Todos ellos son factores clave para para acabar apartando a las mujeres de la escritura, y aún peor, que ellas mismas se convenzan de que no sirven para ello y acaben abandonando. En este punto, y una vez finalizada la lectura de este imprescindible ensayo de Russ, cabría realizar un estudio sociológico al respecto. Averiguar si todavía existen escritoras que aún a día de hoy han tenido que escuchar estos comentarios. Saber su porcentaje y determinar si la tesis de Cómo acabar con la escritura de las mujeres es cierta, aunque sinceramente dudo que ande desencaminada. Y por supuesto, conocer hasta que punto se ha interiorizado en el interior de las mujeres la imposibilidad de dedicarse en cuerpo y alma a la escritura - ya no de un género en concreto, que eso es otro cantar - sino simplemente del acto de ejercerla y de tratar de sus palabras lleguen a las y los lectores.

   En un último apunte, Russ señala una certeza inquebrantable y la cual se ha demostrado a lo largo de los años, esa que dice que el modo de entender la literatura no está incompleto, más bien distorsionado. Ya que, por un lado, no podemos negar la presencia de autoras a lo largo de la historia, otra cosa reside en como nos han llegado éstas y sus obras a nuestro presente - totalmente manoseadas por una crítica machista - y por otro lado, la imposibilidad, gracias a esas reseñas manipuladas o a la terrible labor de ocultación, de que las lectoras acaben empatizando con las obras escritas por autoras y acaben encontrando consuelo en textos donde los personajes femeninos son un compendio de estereotipos, roles imposibles de quebrantar y destinos altamente previsibles y en beneficio de la sociedad patriarcal. Como escritora no puedo dejar de pensar en lo que habría sucedido si hubiese leído este ensayo antes, con quince años - edad a la que experimenté mayor efervescencia creativa - una edad en la que anteponía la escritura a otras cuestiones. No sé cual habría sido mi sino, pero de lo que estoy segura es que habría ganado, por lo menos, más confianza en mi misma. Si algo me ha enseñado el libro de Russ (además de a amar aún más mi profesión, a pesar de las piedras en el camino que eso conlleva) es a que debemos hacer piña. estar juntas, apoyarnos entre nosotras, crear redes de sororidad entre autoras y denunciar inmediatamente lo que esté mal dentro de este ámbito. Porque la unión hace la fuerza, y porque está demostrado que - aún habiendo alcanzado muchos derechos y haber roto algún techo de cristal - ensayos académicos feministas como el de Johanna Russ siguen siendo igual de necesarios. Porque en tiempos en los que las mujeres superamos a los hombres en matriculaciones en estudios superiores, todavía se nos cierran muchas puertas. Que no nos quiten nuestros sueños, aspiraciones, inquietudes... En definitiva, que no acaben con nosotras y por supuesto con nuestra mirada en la creación literaria con excusas - y perdonen la palabrota - de mierda.

Frases o párrafos favoritos:

"El truco reside en hacer que la libertad solo sea nominal y después (...) desarrollar diferentes estrategias para ignorar, condenar o minusvalorar las obras artísticas resultantes."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Dos Bigotes

martes, 15 de octubre de 2019

RESEÑA: La sirena y la señora Hancock.

LA SIRENA Y LA SEÑORA HANCOCK

Título: La sirena y la señora Hancock.

Autora: Imogen Hermes Gowar nació en Londres. Estudió Arqueología, Antropología e Historia del Arte y empezó a trabajar en diversos museos. En 2013 obtuvo una beca de The Malcom Bradbury Memorial Trust para estudiar un máster de Escritura Creativa en la Universidad de East Anglia. La sirena y la señora Hancock, traducida a siete idiomas, es su primera novela y uno de los debuts más sonados de los últimos años. (Fuente: Editorial).


Editorial: Siruela.

Idioma: inglés.

Traductor: Carlos Jiménez Arribas.

Sinopsis: Londres, septiembre de 1785. Uno de los capitanes del armador Jonah Hancock llama con urgencia a su puerta en mitad de la noche para comunicarle la increíble noticia de que ha vendido su barco a cambio de algo absolutamente excepcional: el cuerpo disecado de una pequeña sirena. El rumor se propaga como la pólvora, desde los astilleros y los burdeles hasta los cafés y los salones nobiliarios; todo el mundo quiere ver la recién descubierta maravilla. El encuentro del señor Hancock con Angelica Neal, la cortesana más deseable y cotizada de la ciudad, marcará el nuevo rumbo de sus vidas. ¿Dónde los llevará su ambición en una época de improbables ascensos sociales? ¿Y podrán escapar al poder de aniquilación que, según dicen, posee la mítica criatura marina? (Fuente: Editorial).

Su lectura me ha parecido: 

   Inmersiva, sensorial, deslumbrante en cuanto  su ambientación, con un estilo literario bastante denso, demasiado extensa para lo que se cuenta, donde los personajes están muy bien perfilados, elegante, bien documentado... Ya es la segunda lectura en lo que llevamos de mes, y por consiguiente, la segunda reseña en la que, esta vez sí, me toca hablar de una tendencia que he ido observando en la literatura actual, sobre todo en la que llega a nuestras librerías desde el extranjero, y más concretamente desde el ámbito anglosajón. De todas y todos es bien conocido que el género histórico es uno de los que más público atrae. Hordas de seguidores se postran ante los escaparates a la espera de que esa o ese autor, experto en trasladar al lector a X época de la historia, con mejor o menor talento narrativo, escriba de una vez su última novela. Este, a diferencia de otros, se mantiene y sorprendentemente sobrevive al azote de las modas gracias a una continua renovación generacional y la fidelidad de su público. No obstante, una nueva corriente está empezando a surgir con fuerza, dejando claro, por un lado, la versatilidad del género, y por otro, que las mujeres han venido para quedarse. En primer lugar, hablamos de desmontar la rigidez por la que en muchos casos se ha caracterizado la novela histórica y experimentar con otros géneros tan dispares como el terror o la fantasía. Todo ello sin perder de vista la ambientación histórica y la propia verosimilitud de la trama. En segundo lugar, como no podía ser de otra forma, nos referimos a ellas, tanto a autoras como a las protagonistas de sus novelas que, lejos del esquema patriarcal, vienen rompiendo estereotipos de género a través de heroínas capaces de decidir sobre su destino e incluso cambiar la historia. Sin duda, una bocanada de aire fresco en un género que necesitaba urgentemente abrirse a los nuevos tiempos. Circe, de la estadounidense Madeline Miller es el ejemplo perfecto de fusión entre historia - mitológica - y fantasía además de ofrecer una revisión bastante necesaria de la figura de la hechicera más famosa de la Odisea. Pero no es la única, porque hoy, desde tierras británicas, reseñamos otro ejemplo más de esta nueva deriva en donde, esta vez, nos trasladamos al Londres de finales de siglo XVIII. La sirena y la señora Hancock: un armador, una cortesana y una sirena cuyo misterioso magnetismo cambiará sus vidas.


   No consigo recordar exactamente el lugar en el que vi por primera vez un ejemplar de la novela de Imogen Hermes Gowar, sin embargo, de lo que si me acuerdo es de las circunstancias que envolvieron a aquel repentino interés por esta novela. Cansada de tanto realismo y superada por una mala racha de lecturas, decidí saltar al vacío, salir de la zona de confort en la que me había aposentado durante tanto tiempo y apostar por una historia y sobre todo por una autora primeriza. Porque eso sí, esta es la primera novela de la autora - y arqueóloga - británica. El resultado de esta aventura es que salí indemne - literariamente hablando - de una lectura que, aunque imperfecta, si que me ha parecido interesante en algunos aspectos. La sirena y la señora Hancock nos sumerge en el ajetreado y húmedo Londres de finales de siglo XVIII. Una ciudad a las puertas de sufrir las consecuencias de la revolución que estaba teniendo lugar al otro lado del Canal de la Mancha. Una urbe sobrepoblada donde los astilleros, los bajos fondos y las mansiones de alto copete conviven con la imposibilidad de ascenso social. Una capital donde, a pesar de los avances científicos y tecnológicos que están empezando a producirse - no olvidemos, estamos en la era preindustrial todavía - conviven con las más variopintas supersticiones. Una metrópolis, en definitiva, georgiana y al mismo tiempo sacada de cualquier novela satírica de Tackeray. En este aspecto, y dado su formación como historiadora, Imogen Hermes Gowar no duda en sacar la artillería pesada - documentación y más documentación - para presentarnos un retrato de la época lo más verosímil posible. Y la verdad es que lo consigue. No sólo a nivel formal, sino también en los pequeños detalles, prestando especial atención a los objetos, telas, mobiliario y demás utensilios que cargan de veracidad a la historia. Dado que la autora es una gran experta en estas lides - llegando a trabajar incluso en el Museo Británico - no esperaba menos. Sin embargo, Hermes Gowar comete un pequeño error al tratar de trasladar esto de la ambientación histórica al propia narración de la novela. Es sorprendente toparse con una obra en la que se emule el lenguaje de la época o el estilo de las grandes obras literarias de ese tiempo, de ahí la comparación con la célebre Moll Flanders de Daniel Defoe, cuna del género picaresco británico. No obstante esa sobrecarga más que enaltecer entorpece y dificulta a veces el ritmo de su lectura. Aún así, para quienes estén más acostumbrados a los clásicos de la literatura del siglo XVIII, La sirena y la señora Hancock os resultará una delicia en ese sentido.

   Dejando a un lado la excelente ambientación - en la que el lector deambula o bien por La Calle de la Cerveza o por el contrario por La Calle de la Ginebra que tan bien satirizó William Hogart en sus conocidos gravados - y centrándonos más en la trama, diremos un par de cosas. En primer lugar, quien espere una historia en donde la misteriosa sirena de la que se habla en la sinopsis sea la absoluta protagonista está muy equivocada/o. De hecho, otro de los grandes errores de la novela es precisamente ese, el no haber sabido aprovechar mejor la presencia de ésta, reduciéndola a una mera anécdota donde lo importante, parece ser, el desarrollo de los dos personajes protagonistas a partir de ese acontecimiento. Y sí, eso último está muy logrado, pero podría haber tenido más peso en la trama. En segundo lugar, Imogen Hermes Gowar hace un gran trabajo perfilando las características de todos y cada uno de sus personajes. Empezando por la generosidad y el carácter bonachón y manipulable del armador Jonah Hancock y finalizando con la astucia y picardía de la cortesana Angelica Neal. Sin olvidarnos de unos secundarios de lujo como Sukie - la inteligente sobrina del señor Hancock - la señora Chappel - dueña del burdel más famoso de la ciudad - o George Rockingham - un teniente no tan bueno como aparenta ser -. Todos ellos verán sus vidas alteradas por el descubrimiento de la momia de la misteriosa sirena, la cual desde el primer momento es exhibida y requerida por todos, independientemente de su clase y condición. La sirena atrae a curiosos y eso se traduce en ganancias y quien sabe si a largo plazo la posibilidad de ascender en la rígida jerarquía social de la época, por lo que no son pocos los pretendientes en este juego de poder. Algo que, unido a la misteriosa leyenda que envuelve a dicho ser mitológico, la hace cuanto menos atractiva. En tiempos de picaresca, libertinaje y excesos - no tan alejados de la Francia prerevolucinaria - la presencia de una criatura mágica parece aumentar la locura y el desenfreno con su ligero canto. Los placeres más terrenales se contraponen a la razón, viviendo su particular ocaso antes de que todo cambie y se abra paso un acontecimiento que cambiaría la historia para siempre. Dicho esto, cabría preguntarnos cómo afectará la sirena, metáfora perfecta del contexto al que hacemos constante alusión, a las vidas de los personajes de la presente novela. Las respuestas, como siempre, nos las proporcionará su correspondiente lectura.


   Las sirenas son criaturas marinas de carácter mitológico pertenecientes al ámbito de las leyendas y el folclore. Del griego antiguo "Sireinhn" - las que atan y desatan - y del semítico "Sir" - canto - tienen su origen en la antigüedad clásica, época en la que se les representaba como un hibrido entre mujeres (cabeza y torso) y pájaro (alas y garras) siendo Ligeia, Molpe, Radne o Teles algunas de las más famosas. El primer texto en el que se hace mención a las sirenas es, como no podía ser de otra manera, en la Odisea de Homero, las cuales protagonizan la escena más memorable del libro, esa en la que hacen uso de su engatusador canto para matar a los tripulantes mientras Ulises permanece atado al palo del mástil para de esta forma sobrevivir a su magnético poder de persuasión. Otro de los grandes autores griegos, Hesíodo, se atrevió a imaginarse su hogar, en la isla de Antemoesa, donde aguardaban la llegada de barcos, al contrario que el romano Virgilio, quien las situó en unas islas rocosas, la perfecta trampa mortal para los marineros. Ya en el siglo VI, cuando el cristianismo se antepuso a cualquier otra religión politeísta, las sirenas cambiaron significativamente de apariencia adoptando una más pisciforme (hermosas mujeres con cola de pez en lugar de piernas que habitaban en las profundidades del océano y que no dudaban en cantar para hacer naufragar a las naves que se topaban con ellas). A esta nueva imaginería también contribuyeron las corrientes intelectuales del momento. Sin ir más lejos, en la Vulgata de Jerónimo, se utiliza la palabra "sirena" como símbolo de las tentaciones del mundo. Desde entonces y hasta nuestros días, la interpretación de estos seres mitad mujer mitad pez ha ido marcada por esta influencia medievalista y claramente patriarcal. Mujer y peligro. Mujer y monstruosidad. Mujer y engaño. Mujer y persuasión. O para que nos quede más claro: mujer bella y atractiva que en el fondo aguarda su verdadera identidad, la de una criatura despiadada, fea y capaz de matar a los hombres. ¿No os resulta familiar esta asociación? ¿Cuántas veces se nos ha dicho que calladitas estamos más guapas? ¿Y a cuántas nos han espetado eso de que cuando nos enfadamos nos ponemos feas? ¿Somos acaso sirenas? ¿Unas sirenas cuya interpretación intelectual es claramente machista? ¿Unas sirenas incapaces de razonar? ¿Unas sirenas reducidas a la bipolaridad y a una irracional tendencia destructiva hacia a los hombres?... Veis como todo tiene su origen, su germen, por qué. Ni la anecdótica sirena de la presente novela se libra, al igual que algunas de las mujeres que la protagonizan, condenadas a una construcción social que, afortunadamente y con empeño, algunas tratan de destruir y abrirse paso con decisión y sin necesidad de entonar canto alguno.

   La sirena y la señora Hancock: una historia de ambición, poder, magia, aventura, amores aparentemente inverosímiles, ascensos sociales, superación... La sirena como metáfora perfecta del ocaso de una era, un tiempo que ya nunca volverá.


Frases o párrafos favoritos:

"Los tratas como si fueran en centro del universo y enseguida se lo creen. Menuda vida de cuento viven estos hombres, si no han sentido nunca la necesidad de mirar bajo la superficie de las cosas."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Siruela

miércoles, 9 de octubre de 2019

Reseña: Chica de campo.

CHICA DE CAMPO
MEMORIAS

Título: Chica de campo. Memorias. 

Autora: Edna O´Brien (Tuamgraney, Irlanda, 1930) es una de las voces más prestigiosas de la narrativa en lengua inglesa de nuestro tiempo, aclamada tanto por la crítica como por los más prestigiosos autores contemporáneos. O´Brien siempre sintió la necesidad de escribir; sin embargo en 1950 terminó sus estudios de Farmacia, que había comenzado obligada por su familia. Su carrera literaria arrancó con Las chicas de campo (1960), que le proporcionó fama mundial tanto por su calidad literaria como por reivindicar la independencia de las mujeres en un ambiente hostil. La chica de ojos verdes y Chicas felizmente casadas que pueden leerse sin conocer el libro anterior, amplían las aventuras de las dos protagonistas de quella primera novela. Considerada la grande dame de las letras irlandesas, desde la publicación de esa primera obra, Edna O´Brien ha creado un corpus literario único, con novelas como Un lugar pagano y Las sillitas rojas. (Fuente: Editorial).


Editorial: Errata Naturae. 

Idioma: inglés. 

Traductora: Regina López Muñoz. 

Sinopsis: toda la lucidez y la audacia de Edna O´Brien están presentes en sus deslumbrantes memorias. Esta "chica de campo" - nacida en 1930 en las profundidades de la Irlanda rural - dibuja ante nosotros el retrato de una mujer libre, de una creadora ferozmente apegada a su independencia. La primera novela de Edna O´Brien, Las chicas de campo, se publicó en 1960 y escandalizó tanto a la gente de su pueblo que el libro fue quemado en público en la plaza mayor. Hay en estas páginas mucho de acción y de reflexión, y una personalidad singularísima: conventos de monjas, fugas, divorcios, maternidad... Incluso locas fiestas en el Londres de lo años sesenta y encuentros con gigantes de Hollywood. Y también de manera central, amor. Mucho amor: feliz en alguna ocasión y, sobre todo, no correspondido. Chica de campo nos lleva a los prados irlandeses a Jackie Onassis, de los brazos de Robert Mitchum a Hillary Clintos, de sus pasos por Nueva York nevado a sus extraños encuentros en Paría con Samuel Beckett o Margueritte Duras, pasando por un sinfín de personajes míticos. Una narración embriagadora, mucho más apasionante que cualquier novela. (Fuente: Editorial).

Su lectura me ha parecido:

   Interesante, absorbente, cargada de pasión, de superación, de honestidad, de amor por el oficio, apasionante... La escritora irlandesa Edna O´Brien llegó a mi vida como un torbellino. Reconozco que me pilló desprevenida, tanto que, al desconocer tanto su figura como su producción literaria en su totalidad, la sacudida no pudo ser más fuerte. En el primero de sus libros que leí - Las sillitas rojas - O´Brien me tendió la mano con una amabilidad pasmosa. Yo me dejé llevar y cogida fuertemente de su brazo nos vimos arrastradas por la fuerza del aire. En dicho remolino conseguí distinguir a una autora de una fuerza narrativa muy singular, con una personalidad propia y capaz de provocar reflexiones tan importantes como atemporales. Una vez finalicé aquel primer viaje, y a pesar de que posteriormente me enteré de que aquella no era su mejor obra - de lo cual estoy en parte de acuerdo - quise seguir descubriéndola. En esas estaba cuando, unos años más tarde, un segundo y más potente tornado irrumpió ante mis ojos. Su nombre, esta vez, era Un lugar pagano. Recuerdo la impaciencia con la que agarré su mano. Estaba deseando conocer una versión distinta de O´Brien, esa que los más puristas de la obra de la autora irlandesa consideran como la verdadera esencia de O´Brien, esa anclada a la tierra, al pueblo, a la hostil infancia protagonizada por prados verdes y una familia no del todo comprensiva. En definitiva, a ese retrato tan embaucador como desalentador de la Irlanda de principios de siglo XX. Su asfixiante microcosmos me recordó una vez más que, algunas las autoras y autores, toman prestados de su selectiva memoria recuerdos, vivencias, emociones, sensaciones experimentadas en el pasado para después plasmarlas sobre las blancas hojas de papel o expresarlas por boca de esa o ese protagonista ficticio. Edna O´Brien llegó a mi vida como un torbellino, como un huracán capaz de poner patas arriba mi biblioteca personal para hacerse un hueco al lado, nada mas y nada menos, que de Joyce Carol Oates, sin duda otra de las grandes. Hace tiempo que no regreso a ella - en concreto desde que leí la presente autobiografía que hoy tengo el placer de reseñar - y ni siquiera he sido capaz de acercarme a famosísima trilogía Las chicas de campo. He necesitado mi tiempo, mis jornadas de reflexión, de  mis tardes para ordenar pensamientos y redactar estas líneas concienzudamente. ¿Vértigo? Bastante, pero por Edna y su torbellino merece la pena. Chica de campo: la humildad y el respeto hacia su profesión y hacia sus propios recuerdos.


   Tal y como Edna relata en su autobiografía, nació en la profunda Irlanda, y como tal, estaba destinada a ser una chica de aldea. De esas que permanece anclada a las raíces de la tradición, preocupada por el qué dirán y que moriría en el mismo lugar que la vio nacer. Para O´Brien, Tuamgraney se convirtió en el cerrado microcosmos que la marcó de por vida y que posteriormente, aún habiendo abandonado definitivamente su país de origen, la siguió acompañando tanto literariamente como personalmente. Las novelas de O´Brien no podrían entenderse sin esa infancia rural marcada por un padre terco - y con constantes recaídas en el alcohol - una madre con la que encontraba cierta tranquilidad ante la intermitente ausencia de la figura paterna - y una férrea educación religiosa de la que siempre quiso escapar. Violencia silenciada, tardes monótonas, paseos por el campo y la imposición patriarcal de unos estudios - los de farmacia - para los que O´Brien no estaba destinada. Ese fue el caldo de cultivo de su gran debut literario en los años 60 - Las chicas de campo - el cual ella misma confiesa escribió en tan sólo tres semanas. Esta proeza no sólo supuso su peculiar salto de altura dentro del mundo de las letras irlandesas, también que los habitantes de Tuamgraney quemaran ejemplares de Las chicas de campo en la plaza mayor. En otras palabras, su inesperado éxito propició halagos y la cólera de su comunidad.

   Sin embargo, antes de comenzar su carrera literaria, la figura de Ernest Gébler - su marido - fue una especie de punto de inflexión en su vida. Divorciado, con un hijo, la familia de Edna O´Brien no lo veía con buenos ojos, aún así se casaron, se mudaron a Inglaterra y tuvieron dos hijos. El matrimonio duró tan sólo diez años, diez años marcados por la maternidad, el deterioro de la idea del "amor romántico" y los celos de su marido por su inesperado éxito profesional. En sus memorias, O´Brien relata su complicado proceso de divorcio, los problemas con la custodia de los hijos y sus reflexiones entorno a lo que dicha traumática experiencia le aportó a nivel literario - reflejado décadas después, por ejemplo, en Las sillitas rojas - como personal al despertar en ella la necesidad de abordar en sus obras la experiencia femenina entorno a temas como la amistad, el amor, la desigualdad  de género o la crianza de los hijos. Memorables fueron también, por otro lado, sus fiestas enmarcadas en el Londres de los años 60. Su residencia en la capital británica se convirtió en un hervidero de ideas gracias a la presencia de lo más granado de la élite cultural del momento. Unas fiestas en las que, como no, la propia O´Brien se dio de bruces con la hipocresía, las puñaladas por la espalda entre escritores y el consumo de LSD. Sin embargo, no todo fueron desgracias en la vida social e intelectual de la autora irlandesa. En Chica de campo ahonda en algunas de sus amistades mas duraderas, como la que mantuvo con el fallecido escritor norteamericano Philip Roth - cuya relación destilaba respeto y admiración mutua - en anécdotas la mar de curiosas - como la vez que compartió mesa con Jack Nicholson y Hillary Clinton - y en sus encuentros fugaces con personalidades de la talla de Paul McCartney, Jane Fonda, Marlon Brando o Judy Garland. Lejos de darse aires de superioridad, O´Brien trata de desmitificar el glamour para otorgarle la naturalidad que se merece. Porque por muy estrellas que sean, al fin y al cabo, son personas, de carne y hueso y con las que podemos tener en común infinidad de hobbies y opiniones.


   A todas y a todos nos cuesta ser sinceros con nosotros mismos y auto evaluarnos desde la sinceridad más descarnada. Esta frase que parece sacada de cualquier charla sobre empleabilidad - lo cual es cierto - o de alguna conferencia-tertulia automotivacional tan en boga en los tiempos que corren. Pero, la verdad es que es completamente cierto, y más cuando lo trasportamos del ámbito psicológico al literario. Uno de los ejemplos más claros lo encontramos en la literatura de terror. ¿Por qué hay tan poca? ¿Por qué no es un género de masas? ¿Por qué está tan desprestigiado por el público más generalista? ¿Por qué no tiene el mismo prestigio que por ejemplo la novela histórica? ¿Por qué existe una baja tasa de escritoras/es que se dedica de pleno a desarrollar su carrera literaria entorno al terror? La respuesta parece compleja, pero en realidad no lo es, ya que sólo tenemos que observar lo mucho que nos cuesta admitir nuestras debilidades, fobias o miedos. Las buenas novelas y relatos de terror, por mucho que algunas y algunos digan lo contrario, se escriben desde las entrañas y desde los pequeños o grandes temores que la autora o autor en cuestión posee en su interior. Cuanto más verdadero, más sincero, más real es ese miedo, más verosímil y mayor capacidad de empatía se conseguirá por parte del lector. Lo mismo sucede con otro de los géneros más interesantes y al mismo tiempo más infravalorados del mercado editorial: las autobiografías. Si una biografía ya resulta de por si interesante - aunque en los últimos tiempos ha proliferado, por desgracia, una infame corriente en busca del morbo o los detalles menos importantes  de dichos textos - una autobiografía lo es todavía mas, ya que es el propio escritor (en este caso escritora) la que se desnuda personal, emocionalmente y profesionalmente ante el lector. Cosa que no siempre es cómoda y que, como sucede con la literatura de terror, resulta una tarea compleja. No todo el mundo es capaz de contar su vida en un puñado de páginas, y menos cuando eso implica hablar de los aspectos que te han hecho llegar hasta el punto vital en el que te encuentras, aspectos que, en algunas ocasiones, forman parte de traumas o episodios de los que se ha tratado de huir u olvidar por el motivo que sea. De ahí que las autobiografías posean un carácter emocional bastante catártico que, de cara a la investigación más intelectual, también pueden resultar de gran utilidad. La autobiografía es el espejo, más o menos sincero, de ese ídolo al que tanto amamos, de esa personalidad que nos atrae por cualquier circunstancia, de ese personaje detestable en muchos aspectos pero que, sin embargo, no podemos despegar los ojos de las hojas en las que plasma sus anécdotas. Todo eso y más es una autobiografía, que en el caso de Edna O´Brien - una de las autoras irlandesas más importantes a nivel internacional - nos regala con una pasmosa honestidad un pedazo de si misma. El resto de piezas debemos buscarlas entre Irlanda, Inglaterra y en los corazones de algunos de los que la conocieron y siguen siendo sus compañeros de tertulias u confesiones más allá de lo puramente literario. Dicho esto, y a pocas horas de que se conceda el doble Premio Nobel de Literatura - además de Margaret Atwood o Joyce Carol Oates - no estaría mal que Irlanda recibiese, gracias a O´Brien un reconocimiento literario tan prestigioso. Desde 1995 ninguna autora o autor irlandés se ha alzado con dicho galardón. Puestos a soñar, ¿por qué no un Nobel para Edna O´Brien?

  Chica de campo: una autobiografía sincera, verdadera, rural, cosmopolita, muy pegada a la realidad, con un principio, un nudo y un desenlace todavía abierto... Un libro en el que queda muy claro que Edna O´Brien siempre será una "chica de campo."

Frases o párrafos favoritos:

"Aquel día de agosto de mi septuagésimo octavo año de vida me senté para empezar las memorias que me había jurado no escribir jamás."

"Como escritora se me consideraba lasciva e irracional, con una gama de temas estrecha y obsesiva, una mera mezcolanza de tópicos destinada a los extranjeros. Según las críticas, no era capaz de poner ninguna experiencia en perspectiva; la misma historia se repetía hasta la saciedad. Una periodista inglesa, de evidente ascendencia irlandesa, juzgaba mi prosa de "asfixiante", y, con la sensibilidad de una chismosa provinciana, afirmó que había hecho bien en irme de Irlanda."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Errata Naturae

sábado, 5 de octubre de 2019

Reseña: Circe.

CIRCE


Título: Circe.

Autora: Madeline Miller (Boston, Massachusetts, 1978) estudió en la universidad de Brown, donde se licenció en filología clásica. Desde hace diez años enseña latín, griego, y la obra de Shakespeare a estudiantes de Bachillerato. También ha estudiado dramaturgia en la Escuela de Arte Dramático de Yale, centrándose en la adaptación de textos clásicos. Actualmente vive en Filadelfia (Pensilvania). Su primera novela es La canción de Aquiles. Con Circe, su segunda obra, entró en la lista de libros más vendidos del New York Times nada más ser publicada y ganó el Premio Goodreads 2018 a mejor novela de fantasía. 


Editorial: AdN Novelas. 

Idioma: inglés. 

Traductor: Celia Recarey Redondo.

Sinopsis: en el palacio de Helios, dios del sol y el más poderoso de los titanes, nace una niña. Pero Circe es una niña rara: carece de los poderes de su padre y de la agresiva capacidad de seducción de su madre. Cuando acude al mundo de los mortales en busca de compañía, descubre que sí posee un poder, el poder de la brujería, con el que puede transformar a sus rivales en monstruos y amenazar a los mismísimos dioses. Temeroso, Zeus la destierra a una isla desierta, donde Circe perfecciona sus oscuras artes, doma bestias salvajes y se va topando con numerosas figuras célebres de la mitología griega: desde el Minotauro a Dédalo y su desventurado hijo Ícaro, la asesina Medea y, por supuesto, el astuto Odiseo. Pero también acecha el peligro, y Circe, sin saberlo, la ira tanto de los humanos como de los dioses, por lo que acaba teniendo que enfrentarse con uno de los olímpicos más importantes y vengativos. Para proteger aquello que ama, Circe deberá hacer acopio de todas sus fuerzas y decidir, de una vez por todas, si pertenece al mundo en el que ha nacido o al mundo mortal que ha llegado a amar.

Su lectura me ha parecido: 

   Densa, irregular, más bibliográfica que novelística, estupendamente documentada, con abrumadores toques feministas, demasiado ambiciosa tal vez... Uno de los libros que me hizo amar la historia - además de el Diario de Anna Frank y Los pilares de la tierra - fue un breve volumen sobre mitología. Recuerdo que por aquel entonces - a una edad a la que normalmente se repudiaba eso de leer - era uno de mis imprescindibles, tanto que hasta lo usaba para la realización de algunos trabajos del colegio y el instituto. Plagado de imágenes, dibujos y anexos explicativos, aquel tesoro me permitió conocer esas historias sobre titanes destructores, valkirias cabalgando a lomos de majestuosos caballos, héroes que se movían como peces en el agua entre el mundo de los dioses y el de los mortales, asombrosas trasformaciones de humanos en animales u plantas o legendarias epopeyas con su correspondiente moraleja. En un momento en el que debería haber pasado de los libros aprendí, sin ser consciente, los mitos más importantes, sobre los cuales, se asientan gran parte de las sociedades actuales. Porque sí, la tecnología ha invadido nuestras vidas, pero os aseguro que estamos rodeados y supeditados a la influencia de ciertos relatos irracionales que hemos acabado dando por buenos. Pero regresando a aquella imagen a la que suelo acudir en momentos de oscuridad y de pesimismo, lo que de verdad me interesaba por aquel entonces era el cuento, porque sí, la historia de como París acabó entregándole la manzana dorada a Helena de Troya me pareció fascinante. A ojos de una niña todo es más impresionable. Sin embargo, con el tiempo - y por supuesto con más formación y un espíritu crítico más desarrollado - fui consciente ya no sólo de la influencia de estas historias en la sociedad de su momento (la cual se ha extendido por supuesto a la actualidad), también de la sangrante misoginia imperante en dichos relatos. Por eso, cuando tuve noticias de la publicación de la novela de Madeline Miller - precedida de un aluvión de halagos procedentes del otro lado del charco - en España, traté de hacerme con un ejemplar lo más pronto que pude. Estaba muy emocionada, estaba convencida de que me iba a sumergir en la reinterpretación desde una perspectiva de género de uno de los personajes mitológicos menos conocidos y a la vez más importantes. Sin embargo, y a pesar de que la idea de leerlo durante unas vacaciones de Semana Santa en Tarragona me pareció perfecta, me topé con una lectura de contrastes y alguna que otra decepción. Circe: la puesta en valor de la hechicera más despiadada de la Odisea.



   Desde una narración en primera persona y sin perder nunca de vista la versión de la protagonista, la novela nos narra la historia de Circe - sin duda, uno de los personajes más infames de la mitología clásica - hija de Helios (titán y personificación del Sol) y la oceánide Perseis. Desde bien pequeña no parece destacar demasiado, ni siquiera ha heredado los poderes de sus progenitores. Sin embargo, eso cambia en el momento en el que su verdadero don se revela - el de la brujería - un don que atemoriza al propio Zeus que decide expulsarla del Olimpo y desterrarla a la isla desierta de Eea. Allí perfeccionará su poder al mismo tiempo que llegan a sus dominios algunos de los héroes o divinidades más importantes, siendo la fortuita irrupción de Odiseo - Ulises para que nos entendamos - la que marcará un antes y un después en su vida. Ante esta bárbara sinopsis de lo que no hay que calificar a Madeline Miller es de ser una cobarde, todo lo contrario, habría que felicitarla por haberse atrevido a escribir y a poner en valor a Circe. Castigada por la misoginia tan presente en las leyendas mitológicas y posteriormente reducida a una mera hechicera que convertía a los humanos en cerdos - justo lo que hizo con parte de la tripulación de Odiseo tras un fastuoso banquete -. Pero Circe era mucho más y eso en la presente novela queda más que demostrado. No obstante, lejos de ser un libro perfecto, Circe presenta algunos aspectos que han acabado por declinar la balanza hacia una posición no tan enaltecedora y halagadora. En primer lugar, al tratarse de una historia donde la mitología está tan presente, una espera toparse con una historia donde lo trepidante esté a la orden del día. Sin embargo, esto no es así, dado que la autora ha optado más por una narración más sosegada y más pegada a la bibliografía que por una mas cercana al género de aventuras. Por mi parte - y aunque como historiadora agradezco ese esfuerzo por parte de la autora - creo que se ha perdido la oportunidad de hacer un bonito homenaje a esas historias y a ese estilo tan propio de las leyendas mitológicas. En segundo lugar no existe una regularidad en Circe, hasta podría definirse como una novela de extremos - o te entusiasma o te aburre - por suerte en mi caso me he quedado en una posición intermedia que, eso sí, no me ha resultado para nada cómoda. De escenas donde se podía extraer algo de interés pasamos, en pocas páginas, a otras que se convierten en una mera sucesión de personajes (el Minotauro, Dédalo e Ícaro, Medea y el propio Odiseo). Siguiendo con esto último, me impresionó ver como el episodio cumbre de la historia de Circe - ese tan famoso y memorable que aparece en La Odisea - quedaba bastante desaprovechado. Esta claro que la intención de la autora es otra, pero podría haberle dado más juego a ese encuentro entre ambos personajes. ¿Obra irregular? ¿Novela fallida? ¿O tal vez demasiado ambiciosa? Sí y no al mismo tiempo. Lo que si que podríamos decir, para terminar con este apartado, es que, por un lado, Circe se sale con la suya tirando de documentación, el amplio conocimiento de la autora respecto al tema y la mirada feminista con la que ha decidido construir a su protagonista. Pero por otro lado, tengo la sensación de que le ha faltado más consistencia, un ritmo más estable y posiblemente - por parte de su autora - replantearse mejor la historia. Aún así estoy convencida de que estamos ante una escritora con una arrolladora personalidad literaria en proceso de desarrollo y de la que en un futuro esperaremos grandes cosas.



Circe no es una reinterpretación del mito - y quien lo siga pensando está muy equivocada/o - sino, como he comentado en el primer párrafo, una necesaria puesta en valor. Si antes hemos destacado los aspectos a mejorar, ahora es el turno de reivindicar las virtudes de esta novela, entre las cuales se encuentra precisamente esa mirada violeta que sobrevuela todo el relato. En Circe nos topamos con muchísimo machismo, con sangrante misoginia y con escenas en las que se discrimina a la mujer inmediatamente. Hay quien se sorprende de la poca sororidad existente entre las deidades femeninas, algo que no fue en mi caso, dado que conocía la mayoría de los mitos griegos y sabía lo que me iba a encontrar. Los hechos, inventados o no, son los que son y es muy difícil poder cambiarlos de golpe y porrazo. Sin embargo, lo que como autoras y autores podemos hacer es cambiar la percepción con la que se accede a esos relatos, en otras palabras, la mirada con la que los leemos. Una mirada más crítica, más curiosa, más abierta y por supuesto más feminista. Si lo ponemos en práctica es posible que dentro de un tiempo consigamos cambiar la versión del relato, el cual seguirá siempre ahí, pero al que se le añadirá una interpretación diferente. La mitología griega está plagada de mujeres sometidas al control patriarcal. Desde Pandora, a la que la curiosidad la llevó a ser considerada por los hombres como la culpable de los males y enfermedades que azotan el mundo de los mortales, hasta Helena de Troya, cuya "vanidad" inició la guerra de Troya, pasando por las distintas amantes de Zeus a las cuales raptó y violó usando sus poderes para transformarse por ejemplo en animales. Por eso y sin perder de vista la importancia que aún siguen teniendo los mitos en la actualidad - los cuales han ido evolucionando con el paso de los siglos - debemos, desde la educación, incentivar a las nuevas generaciones a que no vean las cosas como blancas o negras, sino a que sepan apreciar los contrastes y los distintos matices en esos relatos que, inconscientemente, todos hemos dado por válidos. Sin espíritu crítico las sociedades no avanzan, y sin una perspectiva de género la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres tampoco. No se trata de censurar - eso nunca - sino de hacer ver lo injusta que ha sido la historia y entender la oportunidad que todas y todos tenemos para conseguir cambiar las cosas. Los relatos están ahí, son los que son, pero admitir que a Europa la violó Zeus transformado en toro o que Circe - como demuestra Madeline Miller - era algo más que una hechicera perversa ya son grandes logros. Circe: una historia de dioses, mortales, dilemas, poderes, desigualdades, magia... La novela que nos acompañará, a juzgar por las últimas noticias procedentes de HBO, durante mucho tiempo.

Frases o párrafos favoritos: 

"En pocos días mi vida había dado un vuelco. De nuevo me había convertido en una niña, esperando que mi padre condujera su carro, mientras mi madre pasaba el día en holganza en las riberas de Océano. Me echaba en los salones vacíos, con la garganta arañada por la soledad, y, cuando no podía soportarla más, huía a los días con Eetes en mi playa desierta. Allí encontraba las piedras que habían tocado los dedos de mi hermano. Caminaba por las arenas que habían hollado sus pies. Era evidente que no podía quedarse: era un hijo divino de Helios, brillante y esplendoroso, con voz propia, listo y con esperanzas de llegar a ser rey. ¿Y yo?"

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de AdN Novelas