martes, 29 de septiembre de 2020

RESEÑA: Desierto sonoro.

DESIERTO SONORO


Título: Desierto sonoro. 

Autora: Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983), es autora de las novelas Los ingrávidos (2011) y La historia de mis dientes (2013) y de los ensayos Papeles falsos (2010) y Los niños perdidos (2016), todos ellos publicados en Sexto Piso. Ha colaborado, entre otros, en medios como The New York Times, Granta, The Guardian o El País. Sus obras, traducidas a más de veinte lenguas, han sido galardonadas dos veces con el Los Angeles Times Book Prize y con el American Book Award, y en dos ocasiones fueron finalistas del National Book Critics Circle Award. En la actualidad, reside en Nueva York.


Editorial: Sexto Piso. 

Idioma: inglés. 

Traductores: Daniel Saldaña París y Valeria Luiselli 

Sinopsis: Un matrimonio en crisis viaja en coche con sus dos hijos pequeños desde Nueva York hasta Arizona. Ambos son documentalistas y cada uno se concentra en un proyecto propio: él está tras los rastros de la última banda apache en rendirse al poder militar estadounidense; ella busca documentar la diáspora de niños que llegan a la frontera sur del país en busca de asilo. Mientras el coche familiar atraviesa el vasto territorio norteamericano, los dos niños, sentados en el asiento trasero confunden las noticias de la crisis migratoria con el genocidio de los pueblos originarios de Norteamérica. En su imaginación, estas historias se entremezclan, dando lugar a una aventura que es la historia de una familia, un país y un continente. 

Su lectura me ha parecido: extensa, aguda en su aproximación a los conflictos, emotiva, paisajística, sensorial, magnética, fotográfica, documentada, una gran metáfora... La primera, y por el momento única vez, que fui a Asturias tenía doce o trece años, no lo recuerdo bien. Salimos prontísimo de mi pueblo, situado en plena Sierra de Albarracín, con la intención de estar en Gijón por la tarde, a ser posible, antes de que se nos hiciera de noche en plena carretera. De los primeros kilómetros de viaje sólo me acuerdo de algún que otro pueblo coronado con su ruinoso castillo medieval y de la polilla que mi hermano casi se tragó por llevar la ventanilla demasiado baja. Actualmente sigue enfadándose cada vez que sale el tema, pero es que sigue siendo memorable. A continuación me vienen imágenes de eternos campos de trigo dorándose bajo el sol. Campos de Castilla sucediéndose, uno tras otro, y otro, y otro. Parecían no acabarse. Entre medio Burgos y su catedral observada, no sin admiración, desde la dolorosa lejanía del tráfico. Y más trigo, y más amarillo, y más pueblos que parecían sacados de una película de Almodóvar. Hasta que, de pronto, un túnel. Una oscuridad intermitente y amenizada con pequeños destellos de luz cada vez que atravesábamos el corazón de una nueva montaña. Estábamos buceando bajo la Cordillera Cantábrica y yo pensando que la bordearíamos, que vería impresionantes acantilados. En fin, mi gozo en un pozo. Recuerdo que el último tramo un negro prolongado hizo que por un momento me temiese lo peor, que nuestro destino estaría al final de dicho túnel, sin posibilidad de deleitarme con nada más que no fuera asfalto o edificios de siete plantas. Por fortuna, una explosión verdosa irrumpió ante nuestro más inocente asombro. Sabíamos que el norte era verde, verde intenso, verde humedad, ese que no abunda tanto por el Mediterráneo y que con gusto me llevaría un cachito para mi tierra. Huelga decir que, además de las montañas totalmente pobladas, lo primero que vimos fue una vaca - muy estereotipado lo sé, pero es que sucedió de verdad así - y un inclemente cielo grisáceo, incapaz de dejar pasar el mínimo rayo de sol. Gijón, Oviedo, Cudillero... Cada una a su estilo pero impregnadas de la herencia pesquera y minera que tanto ha caracterizado la zona. No así en Santander - otro de mis largos viajes, aunque aquella vez fue en tren - con mansiones de estilo neovictoriano salpicadas a lo largo del paseo marítimo de la Playa del Sardinero y lugar de veraneo por excelencia de la clase adinerada en la España de principios de siglo XX, incluyendo la propia familia real (algún día hablaré de mi experiencia durmiendo una semana en el Palacio de la Magdalena). O en Almería, una pequeña ciudad en medio de un mítico secarral - aún sigo soñando con visitar los estudios de las películas del Espagueti Western - y pueblos cercados por auténticos océanos de plástico. Con todo esto pretendo que seáis conscientes de la diversidad geográfica, ambiental y los diferentes derroteros históricos por los que han transitado las distintas zonas que conforman España en concreto; haciendo del país un lugar de fuertes contrastes. Lo mismo sucede en Francia, Japón, Italia, Marruecos o el mismo Estados Unidos por citar varios ejemplos. De hecho, si me lo permitís, nos quedaremos un rato en este último, nos subiremos al coche, llenaremos el depósito y emprenderemos un intenso viaje a través de uno de sus paisajes más cinematográficos para adentrarnos en dos de las heridas - tanto personales como históricas - más sangrantes de su corta existencia. Desierto sonoro: un road trip literario, un drama familiar y los conflictos más acuciantes con Monument Valley como telón de fondo. 


La idea para la presente novela le vino a Valeria Luiselli, una de las escritoras mejicanas más leídas y respetadas a nivel internacional, tras escribir en el año 2016 Los niños perdidos. Hasta la fecha, su ensayo más importante. En él, Luiselli recoge y reflexiona sobre las voces y las experiencias de los miles de niños que cada año cruzan la frontera entre México y Estados Unidos con el promesa de un futuro mejor, alejados de la violencia y la pobreza de su lugar de origen. Las circunstancias que envolvieron la escritura de dicho texto fueron, además, las más idóneas, ya que la propia Luiselli se encontraba en aquellos momentos esperando su correspondiente Green Card (nombre con el que se conoce al documento necesario para poder trabajar en EEUU) a la vez que se estaba produciendo un importante incremento de este tipo de inmigración y con las elecciones que darían como ganador a Donald Trump caldeando el ambiente. No es de extrañar que, con dicho panorama, Luiselli haya acabado dando forma a un texto que, a pesar de moverse dentro del terreno ficcional, se eleva como un documento casi arqueológico de la época actual. Puede parecer una exageración el hecho de haber empleado las palabras "documento" y "arqueológico" en la misma frase, pero creedme cuando os digo que, en esta ocasión, estamos ante uno de esos libros inolvidables desde el punto de vista literario y trascendentales desde su aspecto multitemático, así como su aproximación al campo documental. Partiendo de la base de un road trip - o road book si queréis - Luiselli nos sienta al lado de una familia de cuatro miembros (un un padre, una madre y un hijo y una hija) que se embarcan en la odisea - porque así es como el lector lo percibe) de viajar desde Nueva York hasta Arizona. Desde el cosmopolitismo y los infinitos rascacielos a la aridez del desierto y las postales fordianas. Desde la intelectualidad cultural a la hostilidad de la última frontera. Ya sólo por eso, por ese pedazo viajazo que se pega la familia en cuestión, ya merece la pena adentrarse en Desierto sonoro. Son tan bellas las descripciones, tan perceptibles los sonidos, tan vivos los colores, tan abrasador ese calor que cae con toda su furia sobre el capó del coche, tan luminosos los letreros yankees, tan desoladora esa casa de madera en medio de la nada, tan oxidados esos convoys de mercancías abandonados desde ni se sabe cuando, tan mítico, tan irreal, tan impactante, tan destructivo, tan sinestésico, tan hermoso a pesar de todo. ¿Alguien se ha preguntado aluna vez a que suena el desierto? ¿Y una megalópolis como Nueva York? ¿Qué puntos en común podemos encontrar? ¿Qué diferencias insalvables existen entre ambos mundos? Y lo más importante, ¿Pueden ilustrarnos sobre la forma en la que dichos sonidos se han transmitido y nuestra forma de interpretarlos a lo largo de la historia? La respuesta es afirmativa y nos la da, por supuesto, la misma Valeria Luiselli. 


Además de esta reflexión entorno a la transmisión del relato - que como historiadora he aplaudido con entusiasmo - Desierto sonoro transita entre dos aguas especialmente agitadas. La primera de ellas tiene que ver con los dos motivos por los que dicha familia emprende el viaje. Tanto el padre como la madre son dos prestigiosos documentalistas y cada uno de ellos persigue su propia hazaña dentro de dicho campo. Él, obsesionado con las tribus de los nativos americanos y su terrible sino en las reservas tras las Guerras Indias, se traslada a Arizona para documentarse e inventariar toda clase de fuentes sobre los últimos apaches libres y Gerónimo. Ella, por el contrario, ansía con viajar un poco más abajo, hasta la mismísima frontera, para encontrarse con las hijas de una conocida que han migrado solas desde un país latinoamericano para encontrarse con su madre. No es casualidad la elección de estos temas dignos de investigación documentalística, ya que representan dos puntos negros dentro de la historia de los Estados Unidos. El uno por las pretensiones imperialistas por parte de los colonos tornadas en un autentico genocidio contra los nativos americanos y que precisamente por su lejanía en el tiempo está en peligro de caer en el olvido. Aún conociendo la existencia de pequeños grupos reunidos en las reservas - lugares de la vergüenza, tristeza y alcohol -  que no cejan en su empeño por reivindicar su identidad, sus costumbres y su legitimidad. Al fin y al cabo ellos ya estaban allí muchos siglos antes de que el hombre y la mujer blanca pisasen por primera vez suelo norteamericano. El otro, por desgracia, sigue más vivo que nunca. No hay más que poner la televisión o hacer un pequeño ejercicio de memoria para evocar las escalofriantes imágenes de padres separados de sus hijos en los centros de internamiento de la frontera. Por no hablar de la promesa estrella de aquella campaña electoral de 2016 por parte del actual presidente de los Estados Unidos de levantar un muro con México, de hormigón esta vez, más alto, más robusto, imposible de escalar. ¿Nos suena verdad? Con todo esto Valeria Luiselli no sólo pretende hacer un mapa histórico de la historia más reciente del país que finalmente la acogió como periodista y escritora de renombre - situando el estado de Arizona como paradigma de las heridas no cicatrizadas y las surgidas en los últimos años - también sacarle los colores a una nación anclada en un anacrónico imperialismo al cual es incapaz de renunciar. Por otro lado, el otro mar en el que la autora se siente más cómoda tiene que ver con el drama familiar, los problemas de los progenitores - al borde de la ruptura - que intentan ocultar y aparentar normalidad ante sus hijos. Unos niños que, como buenos niños, no hacen más que preguntar y confundir las historias de sus padres, las historias de los nativos americanos con las de los niños que cruzan la frontera, creando ellos mismos, a la poste, su propio relato. Resulta tierno y divertido observar la confusión de los pequeños, así como la confección de una diáspora inventada que acabarán buscando por su cuenta. Desde el primer momento sabemos que la cosa no está bien, que ese matrimonio está condenado a su desintegración, pero la conjunción de historias y circunstancias hacen que el lector dude de que la ruptura pueda o no producirse. De lo íntimo a lo visible. De lo privado a lo público. De lo anecdótico a lo trascendental. De lo particular a lo inabarcable. Así nos lleva Luiselli, de la mano, a través de cajas, recuerdos, fotografías, documentos, rollos de película, guiones, maletas llenas de ropa... Objetos que conforman la identidad de los protagonistas al tiempo que los reduce a un pequeño grano de arena en medio del desierto. Un lugar mágico, cargado de mitología. Antaño, hogar de tribus apaches. Ahora, lugar de peregrinación para los amantes del western y principal escenario de la vergüenza perpetrada contra el inmigrante que sólo desea prosperar en la supuesta tierra de la libertad. Leyendo la presente novela una no sólo aprende a desmitificar a uno de los países más poderosos del globo, también a apreciarlo en toda su dimensión, con sus virtudes y sus sombras, en ocasiones, más alargadas si cabe. 

Desierto sonoro: una historia de quiebros, injusticias históricas, olvido, memoria, tragedias familiares, relatos inventados, sonidos, olores, colores, texturas, sabores... Un viaje imposible de olvidar. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Nuestras madres nos enseñan a hablar y el mundo nos enseña a callar."

"Tal vez diría que documentar es cuando se suma cosa y luz, luz menos cosa, fotografía tras fotografía; o cuando se agrega sonido, más silencio, menos sonido, menos silencio. Lo que se tiene al final, son todos los momentos que no forman parte de la experiencia real."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Sexto Piso

2 comentarios:

  1. No lo conocía, gracias por la reseña. Un beso

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  2. nuevamente he de admitir que no conocía la novela que reseñas. Parece interesante lo que cuenta. Me la apunto.
    Una reseña muy interesante. Me he sentido muy identificado con tu viaje al norte de España. Yo tuve una experiencia similar la primera vez que visité aquellas tierras.
    Una reseña estupenda

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