SUS HIJOS DESPUÉS DE ELLOS
Título: Sus hijos después de ellos.
Autor: Nicolas Mathieu (Épinal, Francia, 1978). Después de estudiar historia y cinematografía se trasladó a París y en 2014 publicó su primera novela, Aux animaux la guerre, premio Erckmann-Chatrain, y colaboró en la adaptación para convertir su libro en una serie televisiva que emitió France 3. Su segunda novela, Sus hijos después de ellos, además de entusiasmar a la crítica, ha recibido el Premio Goncourt 2018 y otros muchos galardones, entre ellos el Premio Blù de la asociación Jean-Marc Roberts, el Feuille d´Or de la Spiess- Le Central a la segunda novela. En la actualidad, Nicolas Mathieu reside en Nancy.
Editorial: Adn (Alianza Novelas).
Idioma: francés.
Traductora: Amaya García Gallego.
Sinopsis: Agosto de 1992 en el oeste de Francia: un valle olvidado, unos altos hornos extinguidos, un lago y el calor canicular de la noche. Anthony tiene catorce años y, por puro aburrimiento, acaba robando, junto a su primo, una canoa para ir a curiosear a la famosa playa nudista de la orilla de enfrente. Allí lo que espera es el primer amor, el primer verano, el que marca todo lo que le sucederá después. Así se inicia el drama de la vida. Este libro es la novela de un valle, de una era y de la adolescencia; es el relato político de una juventud que tiene que encontrar su propio camino en un mundo agonizante. Cuatro veranos, cuatro momentos, desde Smells like a teen spirit al Mundial de fútbol de 1998, para relatar unas vidas que transcurren a toda velocidad en esa Francia intermedia, la de las ciudades medianas y las zonas residenciales, entre el aislamiento rural y el hormigón de los polígonos. La Francia de Johnny Hallyday, la de los pueblos que se divierten en las atracciones de feria y se enfrentan a concursos de televisión; la de los hombres que se consumen en el tajo y las mujeres enamoradas que se marchitan a los veinte años. Un país en la retaguardia de la globalización, atrapado entre la nostalgia y el declive, la decencia y la rabia.
Su lectura me ha parecido: entretenida, íntima, generacional, con constantes referencias a la cultura popular francesa, noventera hasta decir basta, veraniega, claustrofóbica en cierto modo, bella, desesperada... El verano, la estación más deseada y odiada a partes iguales. Unos por la libertad que para ellos representa la arena, una tumbona y el horizonte azul contemplado a través de unas oscuras gafas de sol. Otros por el horror materializado en camisas chorreantes de sudor, sombrillas que no protegen correctamente del sol o el simple hecho de matarte a trabajar mientras el resto se pega la vida padre. Los veranos tienden a recordarse, a evocarse, a reproducirse en bucle, como si de una canción del Spotify se tratase. Sobre todo aquellos que, de alguna manera, han marcado nuestra vida, algunos sustancialmente y otros para siempre. Cada veraneante estival es un mundo. Están los que se alquilan un apartamento en la costa y se pasan los quince días de la playa a la cama, o de la playa al chiringuito, o de la playa a la discoteca, o de la playa a la playa. Los que, hijos del éxodo rural, se pasan los días de vacaciones en la casa del abuelo o de la abuela que todavía conserva en el pueblo del que un día, hace muchos años, salió en busca de un futuro mejor. Pero también, no debemos olvidarnos, los hay que no tienen ni apartamento en la playa ni ningún familiar cercano con vivienda en la España rural y la ciudad, la jungla de asfalto, se convierte en su refugio hasta que la rueda comience a dar vueltas de nuevo amparados por una resignada virgen de agosto. En esta subjetiva clasificación también incluiremos, como no, a las y los privilegiados que consiguen viajar al extranjero una vez al año; algunos de los cuales, no sin cierta desidia, desprecian lo que el país que les ha visto nacer puede ofrecerles. Los veranos que hunden su ancla en nuestra memoria tienden a ser los mismos: el de la infancia (por ser de los primeros, aunque la nitidez de las vivencias no sea del todo fiable), el de la adolescencia (episodios concretos, idealizados hasta la exageración y de algún modo determinantes) y los de la edad adulta o madurez (cuando o bien estás harta/o de volver siempre al mismo lugar y te despides por un tiempo de él o bien se produce una inusitada reconciliación con lo que tanto repudiaste y ahora observas con ojos menos prejuiciosos). Y hablando de veranos, este ha sido especialmente memorable, no sólo por el hecho de que hayamos sacado a pasear la mascarilla (hasta en la playa) o que nuestras manos se hayan convertido en un muestrario de geles hidroalcohólicos. También por haber sido el verano de los redescubrimientos. De pronto esa calle del centro no es tan fea como parecía o ese sendero que conduce al pueblo de al lado es menos difícil de lo que recordábamos. Si hasta la Giralda, la Catedral de Santiago o la Muralla de Ávila nos vuelven a resultar hermosos. Como si el haber permanecido meses sin salir de casa hubiese alterado nuestra percepción y ahora se nos antoje todo nuevo, impactante, deslumbrante. Precisamente de calores aplastantes, de descubrimientos - y algún que otro redescubrimiento - y de las peculiaridades de cualquier idiosincrasia patria (en este caso la francesa) va la novela que hoy reseño para todas vosotras/os. Merecedora del Goncourt y perteneciente a una tendencia literaria en ascenso. Sus hijos después de los nuestros: adolescencia noventera y decadencia industrial de la Francia periférica.
Si hace unos años la nostalgia ochentera parecía invadirlo todo, sobre todo a nivel cinematográfico y seriéfilo. Algunos lo achacaron al arrollador éxito de la serie de Netflix Stranger Things - sobresaliente en su primera temporada, predecible en las dos siguientes - ya que en ella, además de Demogorgons y niñas con poderes telequinéticos (inolvidable Eleven), la ficción se revelaba como un brutal y bello homenaje a una década clave a nivel cultural, cuyos iconos han acabado imponiéndose, con todo el derecho del mundo, en los primeros puestos dentro de nuestro imaginario popular. Su visionado te hacía revisitar clásicos como Los Cazafantasmas, Los Goonies, Tiburón, la saga de Indiana Jones, Top Gun, Regreso al futuro, Terminator o La historia interminable. Así como volver a sumergirte en los acordes de los Village People, Bonny Tyler, The Police, Europe, Blondie, Madonna o Def Lepard. Otros por el contrario achacaron este revisionismo a que la mayoría de las películas citadas cumplían la friolera de veinticinco años - algo que cuesta de asimilar ya que su esencia sigue tan o más vigente que entonces - . Por el contrario, a menos que yo sepa, a nivel literario la fiebre de los 80 no tuvo tanta repercusión más allá de alguna novela ambientada en dicha época que pasó por el mercado editorial sin mucha gloria. Lo que sí sucedió en España en particular, y esto es importante reseñar, fue una revisión menos idílica de lo que significó la Movida Madrileña. Un movimiento socio-cultural imprescindible para entender las nuevas corrientes artístico-literarias que entraron como un torrente en nuestro país - algunas de ellas todavía prevalecen en campos como el cinematográfico, el musical o el de la creación literaria - y que llenaron el país de libertad y luz pero que, en su génesis, también se observan muchas sombras. Pues bien, si los 80 volvieron con fuerza, los 90 han irrumpido por una puerta todavía más grande. El estreno - cumpliendo la profecía que le hizo Laura Palmer al agente Cooper en la famosa Habitación Roja de que volverían a verse dentro de veinticinco años - de la tan ansiada como sorprendente tercera temporada de Twin Peaks en el año 2017 ya era un aviso de lo que estaba por llegar. Y aunque el amor en la Lombardía de los años ochenta entre Elio y Oliver en Call me by your name nos dejó mudos de asombro también aquel lejano 2017, los 90 estaban a punto de llamar al timbre. Esta vez sí que la literatura se atrevió a coger el guante, lo que ha provocado el surgimiento de nuevas voces (la mayoría mujeres) nacidas en dicha década o que la vivieron marcadas/os por el conflicto entre la tradición y la modernidad. Elisa Victoria, Sally Ronney, Andrea Abreu, Angelo Nestore, Marina L. Riudoms, Anna Pacheco, Luna Miguel, Emma Cline, Víctor Parkas... La lista es larguísima. Películas como Las niñas (2020) de la directora Pilar Palomero o Verónica (2018) de Paco Plaza, una nueva reivindicación del disco Nevermind de Nirvana, ese acercamiento intelectual a los iconos culturales de la época como la Ruta del Bakalao o que de cara al próximo invierno las camisas de leñador vuelvan a estar de moda (herederas del estilo desaliñado y grunge de Kurt Kobain) revelan esta nueva fiebre retro. Algo parecido sucede con Sus hijos después de ellos, novela en la que su autor ha pretendido mostrar al mundo, más allá de las fronteras físicas de su país, como era ser joven o adulto en los turbulentos 90. El resultado se revela fascinante y demasiado autóctono a partes iguales.
Sus hijos después de ellos atrapa desde el primer momento, haciendo las delicias de todas aquellas lectoras/es que sientan, como una servidora, especial debilidad por las novelas ambientadas en lo más caluroso del caluroso verano. Y más aún cuando de repente descubrimos que la acción trascurrirá a lo largo de cuatro estíos bien diferentes (1992, 1994, 1996 y 1998 respectivamente). Cuatro fechas que el autor no ha escogido al azar así por que sí, sino que, en su conjunto, pretenden englobar toda una época dentro de la historia de Francia. De este modo Mathieu va de lo colectivo a lo particular, hablando de acontecimientos trascendentes en el devenir del país - como el desmantelamiento de la industria - así como otros no tan importantes a simple vista pero que desde el punto de vista popular aún siguen rememorándose - como el Mundial de Futbol de 1998 donde Francia se alzó con la ansiada copa -. Todo ello como telón de fondo sobre el que se proyecta la historia de los personajes de esta novela. Ambientada en un valle del este cuyo nombre el autor se inventa para la ocasión, la novela arranca con toallas extendidas sobre la tierra, Ray-Bans falsas, porros, bocadillos de queso y el robo de una canoa por parte de Anthony y su primo para ir a la zona nudista con la única intención de ver chicas en toples. Todo ello con un halo de decadencia bajo el implacable sol dorando sus blanquecinas pieles. Su inicio no puede ser más perverso e interesante a partes iguales. Pillaje adolescente envuelto en una mediocridad - percibida tanto por los personajes como por el propio lector que se adentra en sus páginas - que no desaparecerá e irá in crescendo a medida que avancemos en su lectura. A partir de ahí iremos conociendo mejor a Anthony - hijo de una clase obrera a punto de extinguirse que emprende una huida hacia adelante tratando de escapar de un destino parecido al de su propio padre - a Step - hija de la burguesía provinciana con deseos de aspirar a algo mejor convertida en el intermitente amor de Anthony - y Hacine - hijo de la inmigración y de los márgenes de la sociedad, consigue aún así ascender a pesar de su azarosa caída en picado -. Entre motocicletas robadas, Música de Nirvana, coches de choques, drogas, barrios marginales, fábricas abandonadas y las primeras experiencias sexuales los jóvenes parecen transitar en un paisaje sociológico plagado de pesimismo. En donde los símbolos de la época - como la música de Johnny Hallyday - cobran un gran protagonismo. Fue sin duda en este punto en el que como lectora tal vez me sentí fuera de la historia. Si fuera francesa o conociese más a fondo su historia más reciente a nivel cultural y sobre todo televisivo tal vez hubiese disfrutado de otra forma la novela de Mathieu. El autor ha querido hacer una radiografía tan exacta de los 90 franceses que hay cosas que se me escapaban. Eso sí, me ha encantado saber que nuestros vecinos también enfrentaban a pueblos en un programa de televisión veraniego, como nuestro Grand Prix pero sin la vaquilla, claro está.
Leyendo esta historia de adolescentes rebeldes, de ciudades cuyo esplendor ha pasado a mejor vida, de padres que proyectan sus frustraciones y sueños sobre sus hijos (sí, en esta novela los progenitores juegan un papel clave), de vasos de tubo arrojados al suelo tras la borrachera y de tragedias personales; me he dado cuenta de que nuestra historia más reciente ha transitado por derroteros más o menos parecidos. Nosotros también sufrimos una traumática reconversión industrial, vivimos un año concreto de gloria - en nuestro caso el 92 - y algunos episodios que nos volvían de golpe y porrazo a una realidad que, por muchas exposiciones universales o juegos olímpicos que se celebrasen, seguía estando ahí. También, al igual que les sucede a los protagonistas del libro, los jóvenes de los 90 caminaban entre dos realidades, la de las generaciones anteriores (en particular la de los padres y sobre todo los abuelos) y la de un presente cuyo desenlace de preveía incierto pero prometedor. Por si fuera poco, aquella fue la última generación virgen de nuevas tecnologías. La última que jugaba a juegos de mesa, a las muñecas o al pilla pilla en lugar de entretenerse con una aplicación de la Tablet. La última que consiguió dejar volar su imaginación o entablar una conversación con amigas/os sin la necesidad de estar mirando cada dos por tres la pantalla de un teléfono móvil. En definitiva, la última capaz de sostener la mirada sin bajar la cabeza. A pesar de que el pesimismo fue la tónica de la década, lo cierto es que durante ese tiempo también nos sentimos un poco los reyes del mambo, los amos del mundo. Por fin parecía que se nos empezaba a tomar en serio, que la gente encontraba trabajo sin dificultad alguna, que podíamos dormir tranquilos, con la certeza de que nada malo nos sucedería. Visto con los ojos del 2020, del confinamiento, de las mascarillas, de los geles, de la distancia de seguridad, de las restricciones, del brutal paro. Con los ojos de un mundo percibido como apocalíptico (sobre todo desde los medios de comunicación) y en el que todo parece haber cambiado para peor, nos entra la risa floja, la carcajada más histriónica, peor que la del Joker. Esa que tanto miedo nos hizo sentir y que, sin a penas quererlo, se ha convertido en un recuerdo más de la antigua normalidad. Un trasto más en ese cajón que con tanto cariño guardamos en nuestra cabeza, esperando tiempos mejores. Mientras tanto, parafraseando a Humphrey Bogart en Casablanca, siempre nos quedarán aquellos veranos noventeros.
Sus hijos después de ellos: una historia de amor adolescente, huidas hacia adelante, robos, engaños, heridas sin cicatrizar, decadencia, periferia, pueblos de fiesta, lagos refrescantes, fiestas hasta el amanecer, inseguridades... Un Smells like a teen spirit en toda regla y a la francesa.
Frases o párrafos favoritos:
"El sol caía a plomo sobre las aguas del lago confiriéndoles la densidad del petróleo. De tanto en tanto, esa superficie de terciopelo se estremecía al pasar una carpa o un lucio. El chico sorbió. El aire estaba cargado con ese mismo olor a lodo y a tierra plúmbea por el sol. El mes de julio le había salpicado de pecas la espalda, ya ancha. No llevaba puesto a parte de un pantalón de fútbol viejo y un par de Ray-Ban falsas. Hacía un calor para morirse, pero eso no lo explicaba todo."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de AdN Novelas
No creo que llegara a disfrutar en esta ocasión con esta lectura. Y con tanto pendiente. Una excelente reseña, como siempre.
ResponderEliminarBesotes!!!
me ha gustado mucho esta reseña, casi parece mejor que el libro del que trata, que no me atrae demasiado. Esta vez dejo pasar la novela reseñada, pero recomiendo leer la reseña para contextualizar esa década de los 90 en la que crecí y en la que, sin ser consciente, experimenté la reconversión industrial de la que hablas, pues en mi ciudad era donde estaban los legendarios Altos Hornos del Mediterráneo que fueron desmantelados en aquella época, no sin contestación social. Creo que la derrota del movimiento sindical y el traumático cierre de una industria que arrojaba beneficios aun no se ha conseguido superar en mi pueblo, que parece arrastrar secuelas psicológicas.
ResponderEliminarExcelente esta reseña, aunque el libro no me atrae nada.
Tu reseña, estupenda como siempre. ¿La novela? No sé, creo que me gustará más tu propia reseña que leerla completa, pero voy a tomar nota para que el autor no se me olvide. ¡Hay tanto que leer!
ResponderEliminarUn saludo