miércoles, 28 de julio de 2021

RESEÑA: Agostino

 AGOSTINO


Título: Agostino. 

Autor: Alberto Moravia (1907-1990) nació en Roma con el nombre de Alberto Pincherle. Considerado uno de los más refinados novelistas del siglo XX, demostró un precoz y deslumbrante talento plasmado en una extensa producción literaria que incluye ensayos, piezas teatrales, artículos periodísticos y reportajes de viajes. Máximo exponente del existencialismo italiano, Moravia ha explorado con gran agudeza temas como la sexualidad y la alienación social en los libros convertidos en clásicos de la literatura universal, entre los cuales destacan Los indiferentes (su exordio literario, de 1929), El desprecio, El conformista, La campesina El aburrimiento. Muchas de sus novelas han sido adaptadas a la gran pantalla por directores de la talla de Godard o De Sica; de Agostino también existe una versión cinematográfica estrenada en 1962 bajo la dirección de Mauro Bolognini. 


Editorial: Altamarea. 

Idioma original: italiano. 

Traductora: Raquel Olcoz.

Sinopsis: Agostino es una historia de un despertar sexual, de la abrupta pérdida de la inocencia por parte de un atormentado adolescente de la burguesía romana; es el relato de su educación sentimental, que se consuma en el seno de una idílica relación madre-hijo en la que el amor materno es correspondido por un sentimiento ambivalente: una atracción a la vez ingenua e impura, etérea y carnal, que empieza a fermentar en Agostino el día en que su madre, conoce, durante unas vacaciones en la playa toscana, a un hombre con el que coquetea. Su inesperada aparición desata en Agostino una inquietud hasta entonces desconocida. El brusco descubrimiento de su madre es, también y antes que nada, una mujer convierte su inocente sentimiento de admiración y amor filial en una edípica pulsión erótica que turba al adolescente. Desorientado y resentido, en un orgulloso acto de rebelión, Agostino intenta liberarse del dulce yugo materno y se integra en una pandilla de gamberros que lo repele y lo atrae, y a la que se aferra con masoquista determinación para superar la crisis existencial que marcará su ingreso en la edad adulta. 

Su lectura me ha parecido: fascinante, retorcida, sutil, ligera, brillante, con una inspiración deliciosamente clásica, sórdida por momentos, tierna en su primera parte, obsesiva, veraniega en última instancia... Sófocles. El poeta, el dramaturgo, el político, el teórico y el sacerdote. Pero sobre todo, el maestro indiscutible de la tragedia clásica griega. Aquel que se enfrentó en más de treinta ocasiones a otros autores del olimpo dramático - legendaria fue su rivalidad con Eurípides - en las conocidas como Grandes Dionisias. Celebraciones en honor al dios Dionisio en las que los grandes dramaturgos del momento competían entre sí para alzarse con el honor de haber representado la mejor historia ante centenares de personas. Espectadores que, sentados en las hileras de piedra que conformaban el teatro - una de las mayores aportaciones de la Grecia clásica a la historia de la humanidad - y sin saberlo, estaban haciendo historia. Ante sus ojos desfilaron los textos que hoy consideramos capitales para entender, no solo la evolución de la literatura hasta nuestros días, también aquello que, como sociedad, hemos ido reproduciendo a lo largo de los siglos. Y es que no hay mejor escaparate de la condición humana, así como de las ideologías, tradiciones y demás recovecos oscuros del alma que aquello capaz de traducirse en una representación. Emoción a través de miradas, monólogos, cuerpos en movimiento y - en el caso que nos ocupa - enormes máscaras que evidenciaban el estado de ánimo del personaje en cuestión. Imprescindible herencia a la que, a pesar de la invasión de las nuevas tecnologías, nos resistimos a renunciar. De entre todas aquellas maravillosas propuestas dramáticas, una sobresale por encima de todas: Edipo Rey. La gran tragedia griega por excelencia, compuesta por diversos elementos y temas aún presentes en la literatura contemporánea. A saber los caprichos del destino - entre el libre albedrío y la fatalidad del error trágico - los riesgos del acceso al conocimiento - según que clase de conocimiento por supuesto - la importancia de los Dioses en la cotidianeidad - de hecho, se deja muchas veces en sus manos las decisiones más importantes de la trama - el control del estado, la ceguera como metáfora del arrepentimiento ante los crímenes cometidos, así como elemento irónico, ya que en la tragedia, Tiresias (a pesar de su ceguera) es el único personaje que sabe la que se le viene encima a Edipo. Y, como no, el incesto. En primer plano y sin ningún tipo de cortapisa. Entre madre e hijo. Sin saberlo, sin conocer su verdadero parentesco hasta la tremenda anagnórisis. Dicho tema, de los más importantes de la obra, serviría de inspiración al propio Freud para elaborar su famoso "Complejo de Edipo" donde argumentó que el primer despertar sexual se da durante la infancia hacia el progenitor de sexo opuesto. Freud se basó en Edipo Rey para demostrar que los deseos incestuosos están ligados a nuestra herencia humana más primitiva, y por tanto, susceptible de heredarse o de experimentar dichas pulsiones sexuales. Algo de lo que tomó buena nota el escritor italiano Alberto Moravia, protagonista de la reseña de hoy que, con su breve texto, demostró, no solo su maestría a la hora de actualizar clásicos de la literatura, también su perspicacia a la hora de enganchar al lector pese a que las imágenes que reproduce en su cabeza rezumen a erotismo y perversión. Agostino: la tragedia juvenil acechante entre sombrillas y cuerpos al sol. 


Agostino lo tiene todo para ser la novela perfecta de cualquier verano. Esa que por sus ligeras dimensiones - 115 páginas de nada - te llevarías a cualquier lugar (playa, pueblo, camping, apartamento...), que por la sinopsis encandila por su baño - nunca mejor dicho - de todos los tópicos de la estación más deseada por muchas/os y que incluso, gracias a ese maravilloso diseño de portada - con ese modelo de silla playera que dejaba marcas en la piel cada vez que te levantabas de ella y ese amarillo chillón de fondo - consigue transportarte a las playas italianas, a la sal en los labios y a los chapuzones mediterráneos. El título, Agostino, también juega en su favor, convirtiendo esta apuesta de Altamarea Ediciones (la editorial que nos está proveyendo de lo mejorcito del pasado y del presente de la literatura italiana, sin olvidarnos de su reciente incursión en lo nacional en un intento por dar voz a nuevas plumas del panorama literario español) en un acierto de cara a unos meses en los que el entretenimiento gana a sesudos planteamientos. Sin embargo, y a pesar de que el paisaje vacacional estrella está presente - con todos los tópicos, claro está, de mediados de siglo XX - Agostino se revela como una actualización, por la vía de lo narrativo, de la ya citada tragedia griega Edipo Rey. En una deriva, eso sí, más estilizada, pero igual de desasosegante e impactante. En ella, el joven protagonista (cuyo nombre da título a la novela) ve quebrado todo su naif e idílico mundo interior al enterarse de que su madre ha conocido a un hombre por el que empieza a sentirse sexualmente atraída. Lleno de rabia, al ver que la mujer que más ama en el mundo - en el sentido más perturbador de la palabra - decide romper con esa admiración que tanto le profesaba y rebelarse de la mejor forma que se le ocurre. Juntándose con malas compañías y uniéndose a una banda de chiquillos que solo buscan meterse en problemas, cada cual más gordo que el anterior. Alberto Moravia construye un relato en continuo descenso en lo que a formas se refiere - que no en calidad, por supuesto - pasando de un estilo limpio, inocente, en donde asistimos con cierto resquemor y ternura a la relación de Agostino con su madre, a un embrutecimiento verbal y físico sustituyendo los modales exquisitos por apodos pandilleros (acepta que le apoden "Pisa" por su lugar de nacimiento) y por una actitud chulesca ante el supuesto "abandono" físico y psicológico perpetrado por su, antaño, querida y adorada madre. En otras palabras, clasicismo revestido de oportuna contemporaneidad digna de ser analizada y reflexionada. Aunque la inclemencia de Lorenzo nos invite a no pensar y a tirarnos sobre la colorida toalla, Agostino persiste en nuestra memoria. 


Desde una tercera persona muy particular, la cual conoce todos los pormenores y pensamientos que a Agostino se le pasan por la cabeza, Moravia nos regala una narración plagada de rupturas, siendo la más importante la que evidencia el abismo existente entre hijo y madre - que no de madre e hijo - al rededor de la cual pivota toda la novela. Al igual, y esto es importante señalarlo, la descripción a través del tormento de un hijo desplazado, cuyo comportamiento edípico y fascinación casi erótica no le deja pensar más allá del "trauma" que crea en su mente, de aquella regla no escrita que asegura que las mujeres, cuando son madres, dejan automáticamente de serlo. Como ya he señalado, Agostino no es una novela que lo critique o que se posicione explícitamente a favor de las libertades femeninas, como tampoco es una novela feminista al uso, ni Moravia un aliado de dicha causa, Más bien se sugiere, subyace, por debajo, como un temblor, entre conversaciones materno filiales y pasajes cargados de gran belleza y sentido metafórico. No obstante, desde mi punto de vista, lo que hace Moravia en Agostino es simplemente un ejercicio de aproximación literaria a dicho supuesto para efectuar el mejor retrato de la ideología machista que envuelve el relato. Desde antes del nacimiento, a las mujeres ya se nos carga de estereotipos y de deberes que cumplir. Cuando somos niñas, estos aumentan, al igual que las prohibiciones o las recomendaciones de lo que debes o no hacer. Sin embargo, en esta imperfecta sociedad, en el momento en el que te viene la regla, automáticamente dejas de ser una niña y asciendes un peldaño más en la escalera patriarcal. Ya no eres una chiquilla, ahora, eres una mujer, aunque tengas doce años y todavía te guste correr tras una pelota en el parque o balancearte en los columpios con una sonrisa de oreja a oreja. Aunque, en el fondo, no entiendas lo que sucede o lo que significa ser una mujer. Después, cuando decides tener hijos, entonces ya no eres mujer, eres madre. Palabra que devora despiadadamente - como un tiburón a su presa - a todo lo demás. Y sí, eres madre, hasta la tumba, pero nada más. De ahí que antaño (y hoy en día) se sigue castigando o criticando a toda aquella madre que se escapa a las convenciones de su estatus. Como, por ejemplo, en el caso de ser madre soltera, viuda o divorciada - o incluso casada, lo mismo da - el iniciar una relación sentimental con otra persona, tener relaciones sexuales sin compromiso o simplemente sentirse atraída por alguien. Todo eso se muestra en Agostino de una forma sucia y psicológicamente hostil hasta desembocar en un clima tan insoportable como contradictorio a pesar del espíritu veraniego que la envuelve. Lo mejor, además de las incomodas escenas voyeurs, su final. Una dolorosa torta que - en su concepción de novela de iniciación que, a su vez, escapa a los tópicos de la misma - acaba por romper la burbuja de pureza y desparramar su contenido en un festín de cruda realidad. ¿Perfecta para el verano? Por supuesto. Ligereza y oscuridad aseguradas. Y los helados y cócteles que no falten. 

Agostino: una historia de perversión, erotismo, "abandono", rebeldía, celos, complejos de Edipo, transiciones, revelaciones traumáticas, violencia psicológica... La nouvell que te hará regresar, una y otra vez, a una de las épocas de mayor esplendor de la literatura italiana. 


Frases o párrafos favoritos: 

"Agostino se sentó bajo la sombrilla y esperó. Le parecía que la excursión de la madre se estaba prolongando más de lo normal. Y, olvidando que el joven del patín había llegado más tarde de lo habitual y que no había sido la ,madre la que quiso irse sola, sino que había sido él quien había querido desaparecer, se decía a sí mismo que, aquellos dos, seguro que habían aprovechado su ausencia para hacer esas cosas de las que le habían hablado los muchachos y Saro. Ante esta idea, no sentía ningún tipo de celos, sino más bien un nuevo y extraño escalofrío de complicidad, de que su madre actuara así con el joven, que se fuera con él cada día en patín y que, en esos momentos, lejos de miradas indiscretas, entre el cielo y el mar, se abandonara entre aquellos brazos. Era justo, y él ya perfectamente capaz de darse cuenta de ello. Entre estos pensamientos escrutaba el mar, y buscaba en él a los dos amantes."

¡Un saludo y feliz verano!

Cortesía de Altamarea Ediciones

miércoles, 21 de julio de 2021

RESEÑA: Bienvenidos a América.

 BIENVENIDOS A AMÉRICA


Título: Bienvenidos a América. 

Autora: Linda Boström Knausgard (Estocolmo, 1927) es poeta, novelista y productora de documentales para la radio sueca. Su primera novela, Helioskatastrofen, fue galardonada con el Premio Kandre en 2014. Bienvenidos a América, su segunda novela, se ha traducido a más de veinte idiomas y fue finalista del prestigioso Premio August y del Premio Literario Svenska Dagbladet en 2016. Su libro más reciente, de corte autobiográfico, es Oktoberbarn


Editorial: Gatopardo. 

Idioma: sueco. 

Traductora: Carmen Montes. 

Sinopsis: Ellen tiene once años y cree haber cometido un acto atroz: ha suplicado a Dios la muerte de su padre, un hombre alcohólico y atormentado. Ahora su deseo se ha cumplido y Ellen, sumida en la culpa, enmudece por por temor al poder de sus pensamientos. Su hermano adolescente se atrinchera en su habitación, escucha música a todo volumen y orina botellas vacías. Su madre, una de las actrices más famosas de Suecia, se empeña en aparentar una normalidad inexistente y repite con insistencia que forman una "familia de luz", pero su optimismo no logra disipar la tiniebla que amenaza con engullirlos a todos. 

Su lectura me ha parecido: dura, intensa, afilada, amarga, perturbadora, oscura, violenta, con una protagonista imborrable, un cóctel lleno de lágrimas... Es la misma historia de siempre. Él, pelo largo, canoso, de mirada azulada y limpia. Arrugas en su rostro, nariz alargada, cuidada barba. Se pone a escribir, a sabiendas de su talento para ello, con una ambiciosa idea en la cabeza: la de contar con pelos y señales su vida. Hasta el más ínfimo detalle, con una prosa lenta y meticulosa. Bajo el título Mi lucha - nada que ver, por supuesto, con el libro que todas y todos sabemos; aunque no le falta cierto grado de pretenciosísimo, había que decirlo - publicó sus dos primeros volúmenes, los cuales acabaron siendo un éxito rotundo en Noruega. Un país de a penas 5 millones de habitantes que, como bien nos han contado, son bastante conocidos por su pasión por la lectura. Algo extensible, por supuesto, a gran parte de la órbita escandinava. A esos dos siguió una tercera entrega, y otra, y otra. Así hasta un total de seis volúmenes en los que asistimos a los detalles más íntimos del escritor, incluyendo algunos que afectan a sus amistades y hasta su propia familia, trayendo consigo las críticas de familiares cercanos y algún que otro divorcio como consecuencia de una sobreexposición, en ocasiones, no consentida. Sin embargo, eso no impidió que dichos libros saltaran al mercado internacional e inundaran las casas de medio mundo. A día de hoy son pocos los que no tienen uno o varios ejemplares de su monumental saga en sus estanterías del salón - yo debo ser una rara avis - expuestos, en orden, o rigiéndose por las leyes del libre albedrío. Pero ahí están. Para ser vistos. Admirados. O en mi caso criticados. No me escondo, Karl Ove Knausgard me parece de los escritores más sobrevalorados del panorama literario actual. Aunque, eso sí, le debamos gran parte de las toneladas de ejemplares adscritos a la sobre explotada "Autoficción" que en los últimos años nos hemos comido con patatas. Unos con mejor entusiasmo que otros. Y es que, y en esto debo ser totalmente sincera, no todo el mundo sirve para esto, no todo el mundo sabe plasmar con artefactos literarios algo supuestamente 100% verdadero. Dicho esto, seguro que muchas y muchos de vosotros os estaréis preguntando a qué ha venido la parrafada sobre el afamado escritor noruego. La pista la encontramos, por supuesto, en esa frase inicial, en esa retórica patriarcal que no nos deja mirar más allá de la figura del gran escritor de éxito. Esa que nos impide atisbar el poder narrativo de una de sus parejas, Linda Boström, aquella que quedó ensombrecida ante el mastodonte literario, aquella que, un año después de alejarse de él, nos regalaría un texto - irónicamente con toques autobiográficos o disfrazado de ellos, no lo sabemos - impecable que, a pesar de la dureza de las imágenes que nos describe, merece la pena leer. Bienvenidos a América: el odio al padre, la violencia subyacente y la infancia como prisión. 


Reconozco que cuando lo empecé a leer tuve que meditarlo, dejarlo estar día sí día también, reposar cada párrafo que, como una bala, impactaba de lleno en la herida que se abrió hace unos años en mi estómago. Desde entonces, todo libro - especialmente si son novelas, aún no he conseguido averiguar el por qué - en el que los hijos odian, de forma extraordinariamente visceral y lacerante, a sus progenitores provoca que dicho corte se agrande unos centímetros más, haciendo inviable cualquier intento de aproximación a su lectura. Todavía me sorprendo de, hace unos años, haber salido indemne de un libro como El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (de Tatiana Tibuleac). Una historia en la que somos testigos del rencor que un adolescente herido le profiere a su madre enferma y a la que le queda poco tiempo de vida. Yo creo que fue la poesía, como lleva sucediendo desde que redescubrí los versos del poeta alicantino más importante que ha dado las letras españolas, de sus imágenes lo que acabó salvando a aquella lectura de la injustificada condena. De que ardiese en la imaginaria hoguera de las novelas que hacen daño. Algo parecido me sucedió con el texto que hoy tengo el placer de reseñar, en el que, aunque no exista belleza lírica por ningún lado - de hecho el retrato que propone es capaz de escocer la piel - sí que encontré episodios de abstracción y de contención narrativa que me hicieron alejarme, psicológicamente hablando, de los hechos que se estaban narrando en ella. Automáticamente coloqué un muro de contención, por si las palabras eran en realidad agujas fuera del costurero, pero al no recrearse en exceso en sobreexplotar el drama, éste acabó evaporándose, aunque esa inquina - en este caso hacia el padre - quiso que en más de alguna ocasión me afectase más de la cuenta. Salvando toda implicación que solamente compete al ámbito estrictamente privado, cabe ensalzar el trabajo de Boström a la hora de introducir al lector en un ambiente tan opresivo como desasosegante. En ese hogar antaño feliz pero ensombrecido por las adicciones, la muerte y el silencio. Sobre todo esto último. Convertido en el verdadero leitmotiv y aliciente de la novela. El silencio de una niña que, tras pedirle a Dios que matase a su padre, enmudece ante su fallecimiento - debido a su profundo alcoholismo - creyendo que han sido sus propias palabras las que lo han conducido, queriendo en este caso, a la tumba. Como veis, una lectura nada amable, no apta, por supuesto, para quienes se encuentren en momentos especialmente delicados emocionalmente. Aunque existan kamikazes que en ocasiones desoigan recomendaciones.


El silencio de Ellen - tremendísimo personaje el que ha construido Boström - desquicia a todos los que la rodean. Incluyendo a la madre, exitosa actriz de teatro, y a su hermano, encerrado en sí mismo, en su cuarto y en esas botellas que llena con su propia orina. Sin embargo, el torrente de pensamientos que asaltan a la propia Ellen es incesante, como una riada que arrasa todo lo que pilla por delante. Rabia y culpa se conjugan en el interior de su cabeza, pero también la hipersensibilidad, narrada desde dentro, desde un lugar que remueve al lector, sin adornos ni recursos excesivamente dramáticos, pero con el regusto devastador que éste provoca. Aunque sin duda, el mayor acierto de esta novela corta es, precisamente, la consecuencia que se desprende de la ausencia de voz por parte de la joven protagonista. Y es que la falta de comunicación no solo genera una poderosa reflexión entorno a los problemas que la sociedad contemporánea atraviesa en lo que a hermetismo y paulatino aislamiento social (enormemente favorecido por la apabullante revolución tecnológica) se refiere, también, desde un plano más doméstico, en lo que respecta a los roles establecidos dentro del hogar. El silencio, poderoso silencio, es capaz de destronar a la madre que parecía tenerlo todo bajo control o al hijo en plena catarsis psicológica. Destruyendo, por completo, la inquebrantable imagen de la familia perfecta, como se refiere la propia madre en un pasaje de la novela. La hipocresía, por supuesto, es otro de los grandes temas de la misma que, como si de un monstruo invisible se tratara, va devorando a cada uno de los personajes, a todos menos a Ellen que, con su tajante decisión de no pronunciar palabra alguna, rompe el pacto ancestral, la piedra angular que ha regido siempre sobre el ámbito privado, la sagrada regla de fingir normalidad, tranquilidad, o incluso felicidad, cuando, en realidad, ésta hace tiempo que se esfumó por la ventana. Hipocresía es aparentar en vez de lanzar un grito de socorro o de furia contra aquello o aquel que te obliga a representarla a diario. Aunque se parecería más a una alfombra, vieja, desteñida, esas que podrías encontrar perfectamente en cualquier tienda de antigüedades, bajo la que escondemos toda la mierda - perdonad el término, pero es que es así - hasta que de pronto, cuando queremos hacer limpieza, ésta nos devuelve un polvo difícil de quitar. Suspendido en el aire, viciando la casa, despertando reanimando problemas enquistados. De todo esto y mucho más va Bienvenidos a América - cuyo título hace referencia a una obra que Ellen ve - y que no deja de resultar la metáfora perfecta de como las esperanzas, en este caso de pertenecer a un hogar idílico, se truncan de forma desgarradora. América, cuna de la libertad y de las oportunidades que, como vemos a diario, acaban por volatilizarse entre dulcificadas retóricas de tierras prometidas, extrapolándose a realidades más frías, del norte de Europa donde los sueños, y los silencios, parecen más largos. 

Bienvenidos a América: una historia de culpabilidad, dolor, incomprensión, monólogos internos, incomunicaciones insalvables, cierto grado de perversidad... Linda Boström ha llegado, dispuestas a rompernos el corazón y el alma con sus extraordinarias novelas. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Hace ya tiempo que dejé de hablar. Todos se han acostumbrado. Mi madre, mi hermano...Mi padre está muerto, así que no sé que diría. Quizá que es herencia. En mi familia esa herencia causa estragos. Implacable. Con los descendientes directos. Tal vez yo llevaba dentro el silencio desde siempre."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Gatopardo Ediciones

martes, 13 de julio de 2021

RESEÑA: A la izquierda, donde el corazón.

 A LA IZQUIERDA, DONDE EL CORAZÓN


Título: A la izquierda, donde el corazón. 

Autor: Leonhard Frank (Wüzburg 1882-Múnich 1961) e origen humilde, llevó a cabo múltiples trabajos: mecánico, chófer, pintor de edificios, celador de hospital... Gracias a su talento para la pintura estudió bellas artes durante seis años en Múnich y en 1910 se instaló en Berlín. Humanista, pacifista y antifascista, llevado por la exaltación de la bohemia de Múnich y más tarde por la efervescencia intelectual y artística de Berlín, Frank creyó siempre en el poder transformador de la literatura. Durante la Primera Guerra Mundial se exilió a Suiza. Sus primeros trabajos literarios vieron la luz en este periodo. En 1918 volvió a Alemania, convencido ya de dedicar su vida a la escritura, que le proporcionaría premios tan prestigiosos como el Theodor Fontane o el Kleist. Su novela Karl y Anna obtuvo un gigantesco éxito internacional, se convertía en una obra de teatro representada en salas de todo el mundo e incluso Hollywood se inspiraría en ella para la película Desire Me. A pesar de esto, en 1933 se prohibieron y quemaron todos sus libros en Alemania. Se exilió entonces de nuevo: primero a Suiza, luego a Francia (donde fue hecho prisionero tres veces) y, más tarde, a Portugal y Estados Unidos. Tras diecisiete años de exilio, regresó a un país en ruinas, pero eso no impidió que siguiese escribiendo. Frank es también autor de la fundamental A la izquierda, donde está el corazón.


Editorial: Errata Naturae. 

Idioma: alemán. 

Traductora: Esther Cruz Santaella. 

Sinopsis: Michael Vierkant abandona muy pronto su lugar de origen, la pobreza de su familia, para perseguir un sueño: convertirse en artista. Autodidacta que considera los cafés su propia universidad, vivirá de lleno el nacimiento de un nuevo mundo en la bohemia de Múnich de principios de siglo XX, para luego arrojarse a los "locos años veinte" berlineses: cabarets, fiestas, conciertos, tertulias literarias... Pero a pesar de las luces y el brillo de la metrópolis, el ambiente político comienza a ser agónico, crepuscular. Esta novela autobiográfica en gran parte, nos sumerge en unas décadas excepcionales, revelándonos todo un mundo fascinante: desde los ardores belicistas que anunciaron la Primera Guerra Mundial hasta las promesas de felicidad del periodo de entreguerras, desde la crisis económica hasta el ascenso del nazismo. Sin olvidar el exilio ( todos los exilios de su protagonista), la Francia ocupada por los nazis, el trabajo de Vierkant en Hollywood como guionista...

Su lectura me ha parecido: realista, objetiva, alejada de los grandes relatos autobiográficos, honesta, entretenida, con cierto punto amargo, sencilla en su lenguaje, lúcida, serena, un acierto su recuperación... Es el patrón de siempre. El que se ajusta a las medidas de la escritora o escritor de meteórico ascenso. El que escribe hasta sangrar, el que se rompe la cabeza tratando de encontrar la metáfora adecuada para la escena mas crucial del libro, el que no descansa en su delirante obsesión con cada palabra, cada frase, cada capítulo. La perfección es su perdición, pero también su pasaporte hacia las estrellas, las de la literatura, coronadas con una aureola tan brillante que es capaz de cegar a quienes se atrevan a mirarlas directamente a los ojos. Como si todavía quedase un resquicio de humanidad, de ser corriente y moliente, en su chispeante iris. No hablamos, por supuesto, de aquellas carreras literarias regadas por el alcohol y otras sustancias más fuertes - ¿o tal vez sí? Nunca se sabe - más bien nos detenemos en aquellas y aquellos, cuya fama alcanzó altas cotas de popularidad, pero que, por una serie de circunstancias (en la mayoría de casos ajenas a la propia figura de la autora o autor en cuestión) han acabado en el más absoluto olvido hasta ahora. La rama de un árbol que cayó durante una tormenta eléctrica en la París de los años 30 fue la causante de la muerte de Ödön von Horváth. Privando a la humanidad entera del talento de un escritor cuyas obras - Un hijo de nuestro tiempo y Juventud sin dios, las dos únicas novelas traducidas al español - auguraban un futuro literario a la altura del todo poderoso Stefan Zweig. El machismo, por el contrario, fue la tumba de Unica Zürn. Escritora polifacética donde las haya, fue representante del movimiento poético anagmático, así como el espejo en el que se mirarían artistas como Salvador Dalí, André Breton o Marcel Duchamp entre otros. Su suicido en los años 70 a causa de la enfermedad mental que arrastraba desde hacía más de una década tampoco ayudaron a que su literatura - destacando, por supuesto, Primavera sombría - encontrara nicho de lectores en un tiempo en el que todo lo concerniente a la salud mental era reducido al peor de los tabúes. Por último, el escritor que hoy ocupa nuestro tiempo - Leonhard Frank - gozó de enorme fama en la Europa de entreguerras, codeándose con autores de la talla de Thomas Mann, Hermann Hesse o el ya citado Stefan Zweig. En otras palabras, la creme de la creme de la época. Sin embargo, fue el Nazismo lo que frenó casi en seco su carrera literaria, al incluir su nombre en la lista de autores prohibidos y siendo sus libros quemados públicamente en sendas hogueras de la barbarie. A pesar de todo, ya en el exilio, a Frank le dio tiempo a escribir uno de sus mejores trabajos que, junto con Karl y Anna, conforman un díptico imprescindible sobre el que observamos los trágicos y azarosos acontecimientos de la primera mitad del siglo XX. Pero para entonces su obra, así como su figura, ya se habían diluido en la memoria colectiva. Ya nadie sabía quien era Leonhard Frank. Tuvo que venir Errata Naturae para que, en España, supiéramos de su existencia. Y cuando por fin pudimos conocerlo, después de tanto tiempo, el idilio no pudo ser más intenso. A la izquierda, donde el corazón: literatura y vida en tiempos convulsos. 


Resulta enormemente complicado abordar la reseña de un libro de estas características, ya que una no sabe muy bien si lo que acaba de leer es o no cierto. Si de verdad su autor experimentó aquella anécdota en sus carnes o si, por el contrario, sucumbió a la ficción como una especie de punto de fuga a través del que liberar la pesada carga autobiográfica. Sea alter ego o él mismo, lo cierto es que, en lo que a su sinopsis se refiere resulta sencillo resumirla. La o el lector que se adentre en A la izquierda, donde el corazón - ojo a su precioso título - se topará con una historia dividida en dos grandes etapas, dos enormes actos tras el telón de la historia de la primera mitad del siglo XX. En el primero vemos como Michael Vierkant - o el propio Leonhard Frank al que no dejaremos de seguirle la pista - un joven de humilde origen y con talento para convertirse en un artista llega a Múnich durante las primeras décadas del nuevo siglo. Un tiempo en el que los valores tradicionales que marcaron el devenir de todo el XIX fueron dando paso a una modernidad sedienta de nuevos adeptos. Atraído por el carácter bohemio del ambiente artístico e intelectual de la ciudad, el pobre Michael se mueve con prudencia, tímidamente, inseguro, por los círculos en los que aspira a entrar como pintor. Sin embargo, y en una carambola del destino, su camino no estará en la pintura, sino en la literatura, terreno que acabará dominando hasta el punto de hacerse notar entre los integrantes de las élites culturales a las que tanto admira. Su nombre comienza a estar en boca de todos, como una joven promesa a la que, si bien le falta madurez y escribir su obra definitiva, merece la pena tener en cuenta en las tertulias. Liberándose, poco a poco, de su falta de confianza en sí mismo, Michael comenzará a frecuentar cafés, reuniones y fiestas. Empapándose del espíritu de los llamados "locos años veinte" y asentando un estilo literario realista de claro compromiso social. La tan ansiada obra maestra no tarda en llegar, y lo hace a finales de la festiva década - coincide en años con la publicación de Karl y Anna, la obra maestra del propio Frank, lo que nos hace pensar que hay más verdad que ficción en el presente texto - así como el reconocimiento de la crítica y el público. Sin embargo, como anticipa la propia y escueta biografía que la editorial proporciona del autor, el declive de Michael se iniciará con la llegada del Nazismo al poder en Alemania. Con su internamiento en un campo de concentración francés y con su huida de película, llevando consigo un manuscrito escondido entre su ropa, hacia Estados Unidos. Allí seguirá trabajando, como guionista, sin adaptarse del todo al carácter del país y en unas condiciones totalmente invisibles para alguien que tuvo la fama en sus manos. Tiempo después, Michael regresará a Alemania, a su querido país, con la esperanza de reencontrarse con lo que dejó atrás. Pero, desgraciadamente, este tremendo segundo acto finaliza con un desalentador descubrimiento, el de que el lugar que consideró su hogar ha cambiado tanto que resulta irreconocible a los ojos de quien se lo bebió con ansia durante sus años de mayor esplendor. 


A medio camino, como ya he comentado, entre la ficción más atrayente y el ejercicio puramente autobiográfico, Leonhard Frank va desgranando una vida desde una extraña pero conmovedora distancia. El uso de la tercera persona es sin duda el elemento más determinante a la hora de crear esa sensación de alejamiento a la vez que de proximidad. En otras palabras, aproximar al lector a la historia que te quiere contar sin que, por el camino, acabe dañado. Algo que, por supuesto, pasa con muchas autoras o autores que toman la valiente pero arriesgada decisión de contar su vida, o parte de ella, ya que los recuerdos, dependiendo de su carácter o la forma en la que se presenten en la memoria, pueden doler más o menos. No estamos ante una narración pormenorizada de su extenso anecdotario ni ante un texto anclado en la autoficción, tan en boga en los últimos años, de hecho, Frank no se expone tanto, guardándose para sí mismo - y que se ha acabado llevando a la tumba - aquellas cuestiones pendientes que, en la cabeza del lector, irrumpen como interrogantes o preguntas que jamás podrán tener respuesta. Dejando, por tanto, en manos de éste la interpretación de las mismas. Renegando de cualquier tipo de amargura, Frank opta por centrarse en la pureza del relato, sin recrearse en la tragedia de forma desmedida. Todo ello, claro está, tomándose unas licencias estilísticas realmente adecuadas para la composición de la novela, como ese mimo con el que cuenta ciertos episodios importantes que le pasan a Michael. Tales como las largas veladas en los cabarets o en las tertulias literarias, en las cuales, casi se puede oler el tabaco, escuchar el ritmo de los tacones de las bailarinas sobre el escenario, apreciar el sutil verter del coñac sobre las copas de aquellos intelectuales enfrascados en discusiones - algunas más trascendentes que otras - o incluso el tacto de las páginas que Michael llena de ideas para sus futuras novelas. Especialmente memorable es la construcción del momento en el que conoce a su mujer, el cual estuvo rondándome en la cabeza durante semanas. A la altura de su coetáneo Stefan Zweig en sus magistrales Veinticuatro horas en la vida de una mujer o Carta de una desconocida. Así mismo, el libro es un no parar en ese sentido, un autentico desfile de gente: personalidades, amigos, enemigos, amantes, personas con las que se cruza y jamás vuelve a saber de ellas... Imprimiendo mayor riqueza al libro. Su realismo objetivo - en el que el autor se especializó como el que más - le permite crear un discurso de gran profundidad, a pesar de su ambigüedad con los hechos, regalando a los lectores una autentica crónica de una época con grandes dosis de emoción y verdad literaria. Mi parte favorita, el final, cuando el autor se reencuentra con las ruinas de las calles por las que alguna vez transitó. Trauma sobre felicidad ya extinta. De ahí la importancia de este libro como augurio, no solo del final de una carrera literaria ensombrecida por las fauces del fascismo, también de una época. El crepúsculo de quienes vivieron antes de que el horror cercenara aquel pedacito de actividad bohemia e intelectual que palpitó en pleno corazón de Europa. 

A la izquierda, donde el corazón: una historia de recuerdos, tertulias, literatura, arte, noches eternas, oscuridad, guerra, exilio, soledad, reencuentro devastador... Literatura e historia, una vez más, dándose la mano. 

Frases o párrafos favoritos: 

"El escritor que no tiene detrás a su país cae en el abismo en la lista del respeto, como acciones de poco valor. Lo aceptó con serenidad y se retiró en sí mismo: estaba solo."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Errata Naturae

jueves, 1 de julio de 2021

RESEÑA: Muro fantasma.

 MURO FANTASMA


Título: Muro fantasma. 

Autora: Sarah Moss (Glasgow, 1975) creció en Manchester y estudió en la Universidad de Oxford. En la actualidad, trabaja como profesora de Escritura Creativa en la Universidad de Warwick. Es autora de seis novelas, entre ellas Tierra fría (Duomo, 2010), Night Walking (2011) o The Tidal Zone (2016). Muro fantasma fue escrogido como uno de los libros del año por The Times, The Guardian, The Times Literary Supplement, Financial Times, The Spectator y New Statesman. 


Editorial: Sexto Piso. 

Idioma: inglés. 

Traductora: Vanesa García Cazorla. 

Sinopsis: a lo largo de sus dieciséis años de vida, Silvie ha aprendido de su padre, aficionado a la historia de la Edad del Hierro, como vivían los antiguos britanos - qué tipo de túnicas vestían, qué raíces comestibles recolectaban, cómo encontraban agua potable - y también como morían algunas de sus mujeres y niñas: atadas de pies y manos, ahogadas en un pantano, víctimas de sacrificios rituales a manos de su propia tribu. La familia de Silvie participa en una "experiencia" organizada por un profesor de arqueología para sus estudiantes: recrear, en una acampada en los páramos del norte de Inglaterra, la vida de los britanos; adoptar sus costumbres y adaptarse a sus condiciones de vida, subsistiendo con lo que la naturaleza ofrece. A medida que pasan los días, Silvie se da cuenta de que el afán de su padre por imitar con mayor fidelidad el pasado pone en peligro el delicado equilibrio de la convivencia del grupo, y se pregunta con pavor qué estará dispuesto a sacrificar, en el nombre de la pureza cultural, ese hombre autoritario y temperamental que tan bien conoce. 

Su lectura me ha parecido: inquietante, perturbadora, extrema, asfixiante, crítica, breve, contundente en su pertinente reflexión, visual, perversa... La arqueología experimental, englobada dentro de las ciencias sociales, podríamos definirla como una ciencia auxiliar de la historia, y muy especialmente de la propia arqueología. Antaño fuera del plan educativo de la carrera de Historia, hoy día, integrada como una disciplina más a pesar de abarcar otras áreas del conocimiento como la biología, la economía, la agricultura, la medicina o la gastronomía entre otros muchos saberes. A través del empleo de diferentes técnicas o la propia implicación de la arqueóloga/o en la elaboración de toda clase de objetos u actividades de toda índole, la arqueología experimental trata de comprender las fases empleadas por nuestros antepasados a la hora de realizar sus actividades cotidianas. Desde elaborar cerámica durante la Grecia Clásica, hasta tallar puntas de flecha en la Prehistoria, pasando por la construcción de castillos medievales, el uso de la rueca durante la Edad Moderna o la propia navegación en tiempos de la Ruta de la Seda. Esta recreación del uso y modo de obtención de los materiales permite a los arqueólogos desechar ideas y modificar teorías una vez son comparados con el objeto original. De esta forma pueden estudiarse al mismo tiempo los métodos de fabricación, la procedencia de la materia prima y los usos que, una vez construidos, les daban. Los fines pueden ser didácticos (incluyendo la animación sociocultural en museos o yacimientos y lo puramente turístico), así como científicos. Porque, a diferencia de la arqueología clásica, en la que se limita a estudiar los hechos del pasado que dejaron una huella visible (vestigios, manuscritos, monumentos, testimonios...), la experimental recoge el saber etnográfico invisible más allá de la organización social (hablamos, por supuesto, del esfuerzo, el trabajo y la dureza de la vida de las mujeres y hombres del pasado). Pues bien, una vez soltado todo este rollo ¿os imagináis una situación límite con la arqueología experimental como telón de fondo? ¿A una persona que prefiere vivir como los habitantes de la Edad del Hierro antes que en su propio presente? ¿Alguien que arrastra su familia a convivir con un grupo de investigadores que se dedica, con aspiraciones intelectuales, a reproducir la cotidianeidad de aquellos antepasados hasta sus últimas consecuencias? Recalco lo de "últimas consecuencias" ya que, aunque en clave de ficción, la escritora escocesa Sarah Moss nos ha regalado a los lectores una historia con esta tan original como estremecedora premisa. Muro fantasma: un folk horror en tiempos del Brexit. 


Las polémicas declaraciones de un político de extrema derecha británico en las que instaba a la recuperación de ciertos valores medievales una vez saliese el Brexit adelante y la exposición Scotland´s People del National Museum de Escocia donde se exponían los cuerpos y objetos de quienes habitaron la frontera durante la Edad del Hierro fueron las dos principales fuentes de inspiración que Sarah Moss empleó para la escritura de Muro Fantasma. Una novela que, a pesar de estar ambientada en uno de los muchos campos de trabajo donde se lleva a cabo técnicas propias de la arqueología experimental, nos sumerge en el conocido como Folk Horror, un género tanto literario como cinematográfico cuya popularidad ha ido in crescendo a lo largo de los últimos años a la vez que asistíamos, atónitos, a una vertiginosa sucesión de acontecimientos de carácter ultraconservador. Una relación que, lejos de parecer casualidad, rima con los tiempos que corren. Años en los que hemos tratado de escapar - literal y figuradamente - al campo para huir de todos los males propios de las grandes urbes, confiando en que, entre árboles y pueblos de aspecto idílico, no hubiera racismo, paro, machismo, neonazis o explotación laboral entre otras muchas dolencias del sistema. Al tiempo que, como locos, muchos hacían las maletas para mudarse de la ciudad al campo (últimamente a causa del Coronavirus), las mentes de las y los novelistas se pusieron manos a la obra, al igual que muchas y muchos cineastas, quienes vieron en estas circunstancias el caldo de cultivo perfecto para, o bien a través de espinosas palabras o bien desde la imagen más terrorífica, hablarnos de nuestras inseguridades, miedos o, incluso, de los problemas de idealizar tanto nuestro pasado histórico. De ahí el título, en relación con el famoso Muro de Adriano que aparece en la novela, pero construido de cero, sin piedras, desde lo tergiversado. A pesar de que cada vez que me adentraba en Muro fantasma me imaginaba el rostro de Silvie, la protagonista, con el rostro de la actriz Florence Pugh - protagonista absoluta de Midsommar, una de mis películas de terror favoritas - y el grupo de arqueología experimental en algo parecido a la secta que aparece en la película, lo cierto es que una idea no dejaba de sobrevolar en mi cabeza a medida que avanzaba en su lectura. Aquella que confirmaba mis sospechas respecto al libro, y es que, además de ser una gran novela breve Sarah Moss quiso encerrar en aquel "idílico" paisaje de Northumbria una llamada de atención a quienes piensan que cualquier tiempo fue mejor o, directamente, se dedican a mutilar el pasado histórico en favor de sus intereses personales. Algo muy propio de los sistemas totalitarios del siglo XX y que en Muro fantasma lo hallamos personificado en el personaje de Bill, el padre de Silvie, conductor de autobuses de profesión y cuya pasión - aunque más bien obsesión - por la Edad del Hierro le lleva a construir su propia versión de dicho periodo adecuándolo a su retrógrado pensamiento y su hiriente machismo. Para Bill no existe otra verdad que la suya propia y el pasado, por supuesto, fue como él quiere que sea. Y quien lo cuestiona o no acata sus órdenes, aunque sea por un descuido, entonces el castigo a la "antigua usanza" es severo y totalmente desproporcionado. 


No hace falta ser una experta/o en la Edad del Hierro para entender lo que sucede en Muro fantasma. De hecho, a pesar de que su autora se ha documentado para su escritora y aunque haya soltado algunas cuestiones básicas sobre el tema, esto, en comparación con el verdadero corazón del libro, no deja de ser una forma de preparación. Una base sobre la que el lector repose y se sienta cómodo antes de sumergirlo en la vorágine y la locura que se desata en ese asentamiento ficticio. Su lectura es rápida, voraz, con capítulos largos que nos permiten no solo conocer a los personajes en profundidad - sobre todo el de Silvie, ya que junto a ella seremos testigos de lo que sucede - también reservar la suficiente fuerza mental para el siguiente impacto. Sin embargo, y a pesar de lo que pueda parecer, Muro fantasma no es una novela de terror al uso, de esas que te impide conciliar el sueño por las noches, como si sucedió, en mi caso, con Misery de Stephen King o Mandíbula de Mónica Ojeda. Más bien nos encontramos ante un texto inquietante, con una atmósfera abierta - no dejamos de estar en una pradera al aire libre - pero a su vez viciada y agobiante debido a la actitud de Bill y su impacto sobre su mujer e hija. Eso no quita que las situaciones que Moss describe en él no sean calificadas como terroríficas, sobre todo las que tienen lugar en su tramo final, contadas desde la contención pero sin dejar de lado la desesperación y la incredulidad de Silvie al ser consciente, con horror, de lo que su padre está dispuesto a hacer por seguir a raja tabla las costumbres de las sociedades de su tiempo. Aunque aquello suponga la quiebra del ya de por si débil equilibrio del grupo acampado y sobrepase el límite que separa lo racional de lo irracional en pleno siglo XXI. Porque una cosa es vestirse como ellos, comer como ellos, dormir como ellos, obtener alimento como ellos... Pero otra cosa muy distinta es escarmentar a quien no sea puro en su recreación histórica - la de Bill, por supuesto - con la muerte o la tortura ceremonial. De ahí que el primer capítulo, de los más breves, en el que se narra, precisamente, el fallecimiento de una mujer en un sacrificio ritual durante la Edad de Hierro, no en la actualidad, sirva como terrible anticipo de lo que está por llegar. A diferencia de otras novelas, en las que los personajes parecen vivir en una gran mentira, aquí Silvie sabe, aunque con matices, que todo es mentira. De hecho, será su ligera ignorancia sobre el periodo lo que le acarreará incontables problemas con su padre, incluyendo el más atroz de todos, así como el machismo al que Bill la somete. A ella y a su madre. Escudando dicho comportamiento en la supuesta sociedad patriarcal que imperaba en Edad del Hierro. Sin embargo, el segundo aspecto importante de la novela es precisamente ese, el no saber a ciencia cierta si se dio o no este tipo de desigualdad. De este modo, Sarah Moss nos invita a abandonar ideas preconcebidas respecto a estos primeros pobladores, a no dar todo por sentado solo porque, a lo largo de la historia, la mujer ha sido la relegada en lugar de la punta de lanza de la escena pública. A sostener, en definitiva, la hipótesis de que también pudieron ser ellas las que ostentaron el poder. En Muro fantasma, además de criticar el clima de apropiacionismo histórico derivado de la aprobación del Brexit, Moss aboga, de forma explícita, por la normalización de la perspectiva de género a la hora de conocer o investigar nuestro pasado, también en la prehistoria, disciplina no siempre querida - en mi caso estudiarla me produjo algún quebradero de cabeza - pero esencial para entender el origen de nuestras propias sociedades sedentarias. 

Muro fantasma: una historia de investigación histórica, tiranía paterno filial, experimentación, misoginia, locura, terroríficos rituales, abnegación, rebeldía... El terror rural ha llegado para quedarse, echar raíces y hacer felices a quienes desean empaparse de él. 

Frases o párrafos favoritos: 

"A lo largo del día, a medida que nos acercábamos a los confines de la ciudad, mi padre fue poniéndose de mejor humor, pese a que las praderas estuvieran surcadas por carreteras sobre pilotes que atravesaban el paisaje. Aquel primer día el Muro no era más que un mero foso, aunque al menos era un foso romano, eso sí, una manifestación física de la resistencia de los britanos que aún marcaba aquella tierra, y se veía que mi padre extraía fuerzas de ésta."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Sexto Piso