miércoles, 21 de julio de 2021

RESEÑA: Bienvenidos a América.

 BIENVENIDOS A AMÉRICA


Título: Bienvenidos a América. 

Autora: Linda Boström Knausgard (Estocolmo, 1927) es poeta, novelista y productora de documentales para la radio sueca. Su primera novela, Helioskatastrofen, fue galardonada con el Premio Kandre en 2014. Bienvenidos a América, su segunda novela, se ha traducido a más de veinte idiomas y fue finalista del prestigioso Premio August y del Premio Literario Svenska Dagbladet en 2016. Su libro más reciente, de corte autobiográfico, es Oktoberbarn


Editorial: Gatopardo. 

Idioma: sueco. 

Traductora: Carmen Montes. 

Sinopsis: Ellen tiene once años y cree haber cometido un acto atroz: ha suplicado a Dios la muerte de su padre, un hombre alcohólico y atormentado. Ahora su deseo se ha cumplido y Ellen, sumida en la culpa, enmudece por por temor al poder de sus pensamientos. Su hermano adolescente se atrinchera en su habitación, escucha música a todo volumen y orina botellas vacías. Su madre, una de las actrices más famosas de Suecia, se empeña en aparentar una normalidad inexistente y repite con insistencia que forman una "familia de luz", pero su optimismo no logra disipar la tiniebla que amenaza con engullirlos a todos. 

Su lectura me ha parecido: dura, intensa, afilada, amarga, perturbadora, oscura, violenta, con una protagonista imborrable, un cóctel lleno de lágrimas... Es la misma historia de siempre. Él, pelo largo, canoso, de mirada azulada y limpia. Arrugas en su rostro, nariz alargada, cuidada barba. Se pone a escribir, a sabiendas de su talento para ello, con una ambiciosa idea en la cabeza: la de contar con pelos y señales su vida. Hasta el más ínfimo detalle, con una prosa lenta y meticulosa. Bajo el título Mi lucha - nada que ver, por supuesto, con el libro que todas y todos sabemos; aunque no le falta cierto grado de pretenciosísimo, había que decirlo - publicó sus dos primeros volúmenes, los cuales acabaron siendo un éxito rotundo en Noruega. Un país de a penas 5 millones de habitantes que, como bien nos han contado, son bastante conocidos por su pasión por la lectura. Algo extensible, por supuesto, a gran parte de la órbita escandinava. A esos dos siguió una tercera entrega, y otra, y otra. Así hasta un total de seis volúmenes en los que asistimos a los detalles más íntimos del escritor, incluyendo algunos que afectan a sus amistades y hasta su propia familia, trayendo consigo las críticas de familiares cercanos y algún que otro divorcio como consecuencia de una sobreexposición, en ocasiones, no consentida. Sin embargo, eso no impidió que dichos libros saltaran al mercado internacional e inundaran las casas de medio mundo. A día de hoy son pocos los que no tienen uno o varios ejemplares de su monumental saga en sus estanterías del salón - yo debo ser una rara avis - expuestos, en orden, o rigiéndose por las leyes del libre albedrío. Pero ahí están. Para ser vistos. Admirados. O en mi caso criticados. No me escondo, Karl Ove Knausgard me parece de los escritores más sobrevalorados del panorama literario actual. Aunque, eso sí, le debamos gran parte de las toneladas de ejemplares adscritos a la sobre explotada "Autoficción" que en los últimos años nos hemos comido con patatas. Unos con mejor entusiasmo que otros. Y es que, y en esto debo ser totalmente sincera, no todo el mundo sirve para esto, no todo el mundo sabe plasmar con artefactos literarios algo supuestamente 100% verdadero. Dicho esto, seguro que muchas y muchos de vosotros os estaréis preguntando a qué ha venido la parrafada sobre el afamado escritor noruego. La pista la encontramos, por supuesto, en esa frase inicial, en esa retórica patriarcal que no nos deja mirar más allá de la figura del gran escritor de éxito. Esa que nos impide atisbar el poder narrativo de una de sus parejas, Linda Boström, aquella que quedó ensombrecida ante el mastodonte literario, aquella que, un año después de alejarse de él, nos regalaría un texto - irónicamente con toques autobiográficos o disfrazado de ellos, no lo sabemos - impecable que, a pesar de la dureza de las imágenes que nos describe, merece la pena leer. Bienvenidos a América: el odio al padre, la violencia subyacente y la infancia como prisión. 


Reconozco que cuando lo empecé a leer tuve que meditarlo, dejarlo estar día sí día también, reposar cada párrafo que, como una bala, impactaba de lleno en la herida que se abrió hace unos años en mi estómago. Desde entonces, todo libro - especialmente si son novelas, aún no he conseguido averiguar el por qué - en el que los hijos odian, de forma extraordinariamente visceral y lacerante, a sus progenitores provoca que dicho corte se agrande unos centímetros más, haciendo inviable cualquier intento de aproximación a su lectura. Todavía me sorprendo de, hace unos años, haber salido indemne de un libro como El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (de Tatiana Tibuleac). Una historia en la que somos testigos del rencor que un adolescente herido le profiere a su madre enferma y a la que le queda poco tiempo de vida. Yo creo que fue la poesía, como lleva sucediendo desde que redescubrí los versos del poeta alicantino más importante que ha dado las letras españolas, de sus imágenes lo que acabó salvando a aquella lectura de la injustificada condena. De que ardiese en la imaginaria hoguera de las novelas que hacen daño. Algo parecido me sucedió con el texto que hoy tengo el placer de reseñar, en el que, aunque no exista belleza lírica por ningún lado - de hecho el retrato que propone es capaz de escocer la piel - sí que encontré episodios de abstracción y de contención narrativa que me hicieron alejarme, psicológicamente hablando, de los hechos que se estaban narrando en ella. Automáticamente coloqué un muro de contención, por si las palabras eran en realidad agujas fuera del costurero, pero al no recrearse en exceso en sobreexplotar el drama, éste acabó evaporándose, aunque esa inquina - en este caso hacia el padre - quiso que en más de alguna ocasión me afectase más de la cuenta. Salvando toda implicación que solamente compete al ámbito estrictamente privado, cabe ensalzar el trabajo de Boström a la hora de introducir al lector en un ambiente tan opresivo como desasosegante. En ese hogar antaño feliz pero ensombrecido por las adicciones, la muerte y el silencio. Sobre todo esto último. Convertido en el verdadero leitmotiv y aliciente de la novela. El silencio de una niña que, tras pedirle a Dios que matase a su padre, enmudece ante su fallecimiento - debido a su profundo alcoholismo - creyendo que han sido sus propias palabras las que lo han conducido, queriendo en este caso, a la tumba. Como veis, una lectura nada amable, no apta, por supuesto, para quienes se encuentren en momentos especialmente delicados emocionalmente. Aunque existan kamikazes que en ocasiones desoigan recomendaciones.


El silencio de Ellen - tremendísimo personaje el que ha construido Boström - desquicia a todos los que la rodean. Incluyendo a la madre, exitosa actriz de teatro, y a su hermano, encerrado en sí mismo, en su cuarto y en esas botellas que llena con su propia orina. Sin embargo, el torrente de pensamientos que asaltan a la propia Ellen es incesante, como una riada que arrasa todo lo que pilla por delante. Rabia y culpa se conjugan en el interior de su cabeza, pero también la hipersensibilidad, narrada desde dentro, desde un lugar que remueve al lector, sin adornos ni recursos excesivamente dramáticos, pero con el regusto devastador que éste provoca. Aunque sin duda, el mayor acierto de esta novela corta es, precisamente, la consecuencia que se desprende de la ausencia de voz por parte de la joven protagonista. Y es que la falta de comunicación no solo genera una poderosa reflexión entorno a los problemas que la sociedad contemporánea atraviesa en lo que a hermetismo y paulatino aislamiento social (enormemente favorecido por la apabullante revolución tecnológica) se refiere, también, desde un plano más doméstico, en lo que respecta a los roles establecidos dentro del hogar. El silencio, poderoso silencio, es capaz de destronar a la madre que parecía tenerlo todo bajo control o al hijo en plena catarsis psicológica. Destruyendo, por completo, la inquebrantable imagen de la familia perfecta, como se refiere la propia madre en un pasaje de la novela. La hipocresía, por supuesto, es otro de los grandes temas de la misma que, como si de un monstruo invisible se tratara, va devorando a cada uno de los personajes, a todos menos a Ellen que, con su tajante decisión de no pronunciar palabra alguna, rompe el pacto ancestral, la piedra angular que ha regido siempre sobre el ámbito privado, la sagrada regla de fingir normalidad, tranquilidad, o incluso felicidad, cuando, en realidad, ésta hace tiempo que se esfumó por la ventana. Hipocresía es aparentar en vez de lanzar un grito de socorro o de furia contra aquello o aquel que te obliga a representarla a diario. Aunque se parecería más a una alfombra, vieja, desteñida, esas que podrías encontrar perfectamente en cualquier tienda de antigüedades, bajo la que escondemos toda la mierda - perdonad el término, pero es que es así - hasta que de pronto, cuando queremos hacer limpieza, ésta nos devuelve un polvo difícil de quitar. Suspendido en el aire, viciando la casa, despertando reanimando problemas enquistados. De todo esto y mucho más va Bienvenidos a América - cuyo título hace referencia a una obra que Ellen ve - y que no deja de resultar la metáfora perfecta de como las esperanzas, en este caso de pertenecer a un hogar idílico, se truncan de forma desgarradora. América, cuna de la libertad y de las oportunidades que, como vemos a diario, acaban por volatilizarse entre dulcificadas retóricas de tierras prometidas, extrapolándose a realidades más frías, del norte de Europa donde los sueños, y los silencios, parecen más largos. 

Bienvenidos a América: una historia de culpabilidad, dolor, incomprensión, monólogos internos, incomunicaciones insalvables, cierto grado de perversidad... Linda Boström ha llegado, dispuestas a rompernos el corazón y el alma con sus extraordinarias novelas. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Hace ya tiempo que dejé de hablar. Todos se han acostumbrado. Mi madre, mi hermano...Mi padre está muerto, así que no sé que diría. Quizá que es herencia. En mi familia esa herencia causa estragos. Implacable. Con los descendientes directos. Tal vez yo llevaba dentro el silencio desde siempre."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Gatopardo Ediciones

4 comentarios:

  1. Una reseña muy interesante, aunque en este caso no me atrae la novela que en ella nos cuentas.
    Una reseña excelente aunque la novela, como comento, no me dice nada.

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  2. No me sonaba de nada. Y por todo lo que cuentas, es una novela muy pero que muy tentadora. Tomo buena nota.
    Besotes!!!

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  3. La estoy leyendo y me está gustando por lo bien escrita que esta aunque sea dura,la propia vida a veces lo es. También me he leído los cinco primeros libros de la saga de Karl Ove Knausgard y solo me queda pendiente el último que se titula Fin. No se porqué pero me atrae todo le que se refiere a la cultura nórdica.

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