viernes, 29 de abril de 2022

RESEÑA: Jávea.

 JÁVEA


Título: Jávea. 

Autor: Alberto Torres Blandina ( Valencia, 1976) es profesor de literatura y de creación literaria. Ha publicado tres novelas Cosas que nunca ocurrirían en Tokio (Premio Internacional Las Dos Orillas 2007, Premio de la Médiathèque Bussy Saint-Georges a la mejor novela extranjera publicada en Francia en 2010, finalista del premio de la juventud Jean Monnet 2011), Niños rociando un gato con gasolina (finalista del Premio Café-Gijón 2008), Mapa desplegable del laberinto (2010), y la trilogía Con el frío (2015), Contra los lobos (2016) y Después de nunca (2019). También es autor del libro de poemas Los cementerios vacíos (2019) y de la novela infantil El aprendiz de héroe (2009). Su obra ha sido traducida al francés, alemán, italiano, portugués, griego y hebreo. En 2019 obtuvo la Beca de Residencia de escritores de Toji Cultural Foundation en Corea del Sur. Coordina el colectivo literario Hotel Postmoderno, con los que ha publicado varias novelas y espectáculos literarios como el Letring Catch. 


Editorial: Candaya. 

Idioma: español. 

Sinopsis: "Cada vez estoy más convencido de que las novelas que parecen novelas son incapaces de llegar a ningún lugar interesante", dice el narrador de este singular libro, que es ante todo un ejercicio de memoria sin concesiones transitando por diferentes tiempos: una adolescencia aturdida por el aburrimiento y la ensoñación de lo que siempre está más allá, una juventud que navega entre el inconformismo y la necesidad de escapar de uno mismo, un mundo adulto donde los deseos alcanzados se parecen demasiado a su propia parodia. Jávea rescata la historia de una familia sacudida por la enfermedad, la muerte y la repetición, pero es también una disección implacable de esta opulenta Europa donde la brecha social entre ricos y pobres se ensancha, paradójicamente, cada vez más: las fronteras invisibles creadas por el dinero, el trabajo como forma de control, los lemas motivacionales alentando una meritocracia castradora, el triunfo personal medido por el tamaño del televisor, las drogas, el sexo y la religión como válvulas de escape, la desorientación, el rencor, la frustración, el suicidio...

Su lectura me ha parecido: sencilla, frenética, atrayente, feroz, humilde, versátil, enormemente crítica a la ingenuidad con la que muchas veces se percibe la meritocracia, con un narrador tan valiente como solvente, irónica, aguda, deconstructiva... Hacía calor cuando llegué a aquella urbanización de adosados colocados en fila, en formación, como si fueran a pasar revista, todos iguales, de teja roja y pared blanda. Tendría unos once o doce años cuando fui invitada por una amiga a pasar el día en el chalet que sus padres tenían en Náquera ¿o era Bétera? Poco importa. Éramos unas siete niñas, desenvueltas, nerviosas, correteando por la calle, a la sombra de aquella casa con jardín delantero. Recuerdo comer dentro, esos macarrones de tomate con queso gratinado, la tarta de chocolate que le sucedió y de la que no probé bocado (mis papilas gustativas seguían rechazando el dulce en todas sus formas y colores), las velas que mi amiga sopló con timidez, el aplauso de después, el juego de las tinieblas que casi le costó una bronca a la anfitriona (alguien se había cargado la cortina del baño y la barra que la sujetaba pensando que la bañera era el mejor sitio donde esconderse), la amiga que apareció a última hora, los bolis de Jordi Lavanda, la coreografía del festival de fin de curso (la cual hacía unos días que habíamos empezado a ensayar) y mi reticencia a sonreír demasiado por miedo a que se burlaran de mis brackets. Pedacitos de nostalgia de aquella primera década de los 2000 que viví en una nube de inocencia, felicidad, despreocupación y que solo abandonaba cuando había examen de matemáticas. Esa era mi gran cruz y no el paro, la incertidumbre, la falta de dinero, de oportunidades, de seguridad, de fe en una humanidad cada vez más idiotizada. No obstante, el azul pitufo de aquella piscina comunitaria es lo primero que acude a mi memoria cada vez que vuelvo a aquel lugar. Probablemente, la última fiesta de cumpleaños antes de cruzar la insalvable frontera de la adolescencia, cuando la jovialidad y la facilidad con la que se cimentan nuevas amistades resultaba todavía pasmosa. Ese azul, adornado con geometrías marinas desgastadas por el uso y el cloro en el que deseaba sumergirme, bucear y hacer el muerto, como la protagonista de Libertad en su versión fílmica, como me había enseñado mi madre en nuestras excursiones al Perelló o a la Malvarrosa. Pero lo quería para mi, todos los días, sobre mi piel. Deseaba que aquel añil fuera lo primero que mis ojos vieran nada más despertarme por las mañanas y lo último antes de sucumbir a la siesta veraniega. Fue entonces cuando comencé a preguntarme por qué mi amiga podía zambullirse en aquella cristalina piscina mientras yo me tenía que contentar con pasar Agosto entero en el pueblo de mi abuela. Y mira que me lo pasaba bien pero, la piscina del camping más cercano costaba dinero, había que subir una cuesta infernal, el fondo era gris y podías morir de hipotermia si permanecías mucho rato dentro de ella. "Ojalá vivir en un chalet" pensé "ojalá tener esa piscina en lugar de un solar donde tender la ropa", "ojalá ver la tele desde ese sofá y no desde una cama de colchón duro y cabecero de principios de siglo XX", o mejor aún, "ojalá convencer a los abuelos para que le compraran el solar a mi tía abuela y después construir la tan deseada piscina". Aquel chalet en Náquera o Bétera fue mi particular "Jávea". Por aquel entonces no tenía ni amiga ni novio con casa en la playa, por lo que aquel paraíso unifamiliar fue mi primer encontronazo con aquello a lo que comúnmente llamamos "envidia". Anhelo de poseer lo que otros, con más dinero, disfrutan unos meses al año o toda la vida. Aquello que no tienes y por lo que suspiras en la retaguardia del silencio. Sueños infantiles frustrados que se convierten en esa primera bofetada de realidad cuyo eco sigue escociendo décadas después. Jávea: la lúcida y resentida mirada sobre el capitalismo en el que, lo siento, estamos atrapados. 


Difícil es enfrentarse a la reseña de un texto que te ha despertado tantas sensaciones y levantado tantas ampollas. Sobre todo si tenemos en cuenta el ensalzamiento de un tipo de novela estándar, bien cerradita y justita de polémicas. Quien se adentre en Jávea debe saber que, además de no toparse en ningún momento con las aguas que bañan el "paraíso" situado entre Denia y Benitaxell, el viaje literario al que nos invita Alberto Torres Blandina es inclemente, tempestuoso, con su particular Moby Dick, tan terrorífico como lo es el capitalismo en su vertiente más despiadada, elitista e hipócrita. Muchos han tratado de ver en Jávea una suerte de autoficción con rasgos tan peculiares que la hacen destacar entre el millar de libros que ha alumbrado dicho género en los últimos años cuando, en realidad, podríamos hablar directamente de unas memorias en las que su autor ha tomado la decisión de desnudarse ante los lectores, con todo lo que ello conlleva, pero con la intención de no salir indemne, en lo que al proceso de escritura se refiere. Tal vez, el hecho de haber publicado una autobiografía (con sus pequeños toques de ficción allí donde la memoria no alcanza a observar con claridad) con cuarenta y cuatro años resulte, cuanto menos, reprochable, un ejemplo de narcisismo, dirían algunos, propio de ciertas autoras/es que que parecen más tweetstars que cronistas con los pies en el suelo. Sin embargo, lo que Blandina nos ha regalado a los lectores ha sido la maestría, tanto temática como estilística, de un escritor que, basándose en su propia experiencia, aprovecha para reflexionar - no sin mala leche - algunos de los temas que pivotan al rededor su propia literatura: el poder del dinero y la infelicidad del ser humano a pesar de tener a su disposición todos los medios para poder dejar de serlo. 


Como ya he comentado, aquí Jávea no aparece como tal más allá de esa construcción que ese Alberto niño se monta en su cabeza, la de un chaval que quiere pasar los veranos en un chalet en dicho municipio en lugar de quedarse en Sagunto, su pueblo, con la misma gente, en la calle de siempre. La geografía urbana de esta localidad próxima a Valencia y con el paisaje del castillo en lo alto, el barrio del Raval en las faldas, las ocres rocas del Palancia a un lado y los restos de la Gerencia y los Altos Hornos en el horizonte como telón de fondo, Blandina nos teje una infancia donde cabe todo, incluso los trapos sucios de una familia de perdedores - de la guerra civil y del sistema - de trabajadores, humilde, en donde la sombra de la enfermedad mental y los reproches de una madre al hijo narrador (con injerencias y correcciones dignas de ser mencionadas en cualquier clase de escritura creativa) sobrevuelan un monólogo que, sin tregua, te avasalla en su continua sucesión de anécdotas - algunas tan extremas que a veces dudas de la veracidad de las mismas - cavilaciones y etapas quemadas o que, de algún modo, no llegan a cerrarse nunca. Seguidamente el lector será testigo de su paso por la universidad, esos curros para podérsela permitir - esa cadena de montaje como metáfora del trabajo alienado y con el que el protagonista se desprende de muchos prejuicios - esos otros trabajos en el extranjero, su condición de viajero empedernido, su amistad con otros escritores de la escena local - desde un retrato pulp muy desenfadado y costumbrista - su compleja relación con la creación literaria, así como divagaciones varias propias de un discurso que se plasma sin tregua (y sin capítulos, dicho ya de paso) sobre el papel. Dentro de este retrato crudo, a veces deformado, deconstruido y plagado de unos ricos claroscuros - la vida misma, por si no había quedado lo suficientemente claro - sobresale el gran tema principal, o mejor aún, los diferentes subapartados de los que deriva la madre y razón de ser del libro: el dinero. Poderoso caballero y elemento fundamental a la hora de crear esa invisible pero abismal línea que separa el privilegio de quien, o bien no tiene nada, o bien tiene que currárselo mucho para llegar a aspirar a algo parecido a ese amigo, conocido o ser que aparece por la tele sin ocultar su privilegiada posición. Por supuesto, no hablamos de ostentación (que los hay) pero sí de la hipocresía de cierta juventud que, aún siendo ideológicamente de izquierdas, disfruta de su rebeldía sabiéndose seguro, protegido y, en el caso de que la caída sea estrepitosa, sabiendo que un buen colchón económico llamado "padres ricos" lo salvará del abismo. El problema no está en la cuna, el linaje o la suerte de haber nacido en una familia con el suficiente dinero como para permitirse un chalet en Jávea. La cuestión sobre la que deberíamos estar debatiendo, y que considero que Torres Blandina lo hace a la perfección, es acerca de ese deporte nacional e internacional (ambas modalidades son aceptadas) que es juzgar trabajos o comportamientos que no forman parte del relato fílmico de su día a día. Pues hay gente que se extraña, o encuentra inconcebible, que tengas que ponerte a trabajar para pagar una carrera universitaria, que no hayas encontrado trabajo a la primera, que no quedes con tus amigas a cenar porque, directamente, no te lo puedes permitir en esos momentos, que dejes pasar la posibilidad de ir de viaje al extranjero porque - ¡oh, sorpresa! - tienes que pagar el alquiler o que estudies como una burra una oposición porque es la única forma de encontrar algo estable y que te pueda sacar del club de los que viven con el agua al cuello. ¿Asco de ricos? No. Asco de clasismo, falsedad - o filtros, ¿qué más da? - y de esta sociedad incapaz de hacer autocrítica. Aquí no estigmatizamos a nadie, faltaría más, pero a aquellos que, leyendo estas líneas, se han sentido interpelados, mi consejo es que lean a Torres Blandina. No os lo recetará vuestro médico de cabecera pero, os aseguro que es una una cura de humildad en toda regla y para toda la vida. 

Jávea: una historia de rabia, familia, escape, creación, experiencias, crítica, orgullo de clase, aturdimiento, desahogo... La metáfora de lo materialmente inalcanzable, a no ser que tengas pasta o te dejes tu cuerpo y salud mental sobre esa "Dama de Hierro" que, según dicen, dignifica y al que socialmente hemos convenido a llamar "trabajo". 

Frases o párrafos favoritos: 

"Los pobres no se arriesgan a emprender. Los pobres no se arriesgan a perder."

"Ya mis dieciocho años soy un pedante que se cree superior a todos sus compañeros de trabajo. Esos hombres que, como pueden, rompiéndose la espalda doce horas diarias porque tal vez no tuvieron la oportunidad de estudiar, pagan los estudios de sus hijos. Como mi padre. Como mi madre. Se sacrifican haciendo traviesas o cribando naranja para que sus hijos puedan convertirse en pedantes que los miren por encima del hombro."

Frases o párrafos favoritos: 

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Candaya

miércoles, 13 de abril de 2022

RESEÑA: Como cambia el mar.

 COMO CAMBIA EL MAR


Título: Como cambia el mar. 

Autora: Elizabeth Jane Howard (Londres 1923 - Suffolk 2014) escribió quince novelas que recibieron una extraordinaria acogida del público y crítica. Los cinco volúmenes de Crónica de los Cazalet, convertidos ya en un hito inexcusable dentro de las letras inglesas, fueron adaptados con gran éxito a la radio y la televisión por la BBC. La publicación del primer volumen de la saga, Los años ligeros, puso la piedra de toque de lo que se convertiría en un inmediato clásico contemporáneo y en la novela-río más importante escrita en Gran Bretaña desde Una danza para la música del tiempo, de Anthony Powell. En el año 2002, su autora fue nombrada Comandante de la Orden del Imperio Británico. 


Editorial: Siruela. 

Idioma original: inglés. 

Traductora: Raquel G. Rojas. 

Sinopsis: Catorce años después de su muerte, el recuerdo de su hija Sarah persigue aún al famoso dramaturgo Emmanuel Joyce y a su esposa Lillian. Acompañados siempre por Jimmy - el devoto representante de Emmanuel -, el matrimonio viaja continuamente de ciudad en ciudad, recurriendo a distintas estrategias para sobrellevar la pérdida: él seduce a todas sus secretarias y ella coloca las fotos de su hija en el tocador de cada nuevo hotel en el que se alojan. Hasta que, la víspera de su partida a Nueva York para seleccionar el reparto de su próximo montaje, un incidente con la última conquista del dramaturgo les obliga a encontrar de inmediato una sustituta. Cuando Alberta Young, hija de un clérigo de Dorset, llega a la entrevista con un ejemplar de Middlemarch bajo el brazo, las vidas de todos ellos no volverán a ser las mismas nunca más. 

Su lectura me ha parecido: ágil, ligera, elegante, hermosa en sus descripciones atmosféricas, con una capacidad de enganche marca de la casa, seductora, amable a pesar del sufrimiento de sus personajes, capaz de pasar del glamour a lo mundano sin mucho esfuerzo, con toques muy a lo F. Scott Fitzgerald... Hace unas semanas, para alegría de muchas y muchos, que los fans de las películas-novelas inglesas de época en las que se narran problemas de ricos en contraposición a los problemas de los que los cepillan, visten y alimentan en ese submundo dentro de enormes mansiones victorianas podemos disfrutar de Downton Abbey de nuevo. Ya sea con puntualidad, nunca mejor dicho, inglesa - sobre las 16:00h en TVE - o en diferido para quienes, como una servidora, no tenemos tiempo de descansar a esas horas frente al televisor en su correspondiente página web o canal gratuito de streaming. Y mira que un tiempo a esa parte accedo a dichos productos literarios y audiovisuales con cierto recelo, ya que cada vez me escama más esa imagen de los marqueses-condes-duques-nuevos ricos provistos de una excesiva amabilidad y gentileza que dista mucho de lo que en realidad sucedía en aquellas épocas históricas. No obstante, hay algo en ellas que siempre me acaba embaucando, sin llegar a convencer, pero sí a querer seguir la pista de la lady en sus infructuosos intentos por encontrar un buen marido, de ese criado mal encarado con oscuras intenciones o de esa doncella enamorada del ayuda de cámara que le saca como veinte años (algo que sinceramente, comentario random, no llegaré a entender). Y ese algo tiene que ver con un guion muy bien pensado, escrito e interpretado frente a las cámaras. Un texto que, a pesar de revestirlo de clase y rigor histórico, no está muy lejos de los melodramas de sobremesa que muchos nos hemos comido con patatas fritas. Adorándolos pegados al televisor si son medianamente decentes, usándolos como ruido ambiental mientras hacemos otras tareas si lo que nos narran no tiene sentido alguno o durmiéndolos si la cosa ya no se sostiene. Algunos de ellos los recomiendo encarecidamente para coger el sueño si quieres echarte una siesta. Como dirían las generaciones que nos antecedieron: mano de santo. Con esta resaca de tacitas, recibimientos multitudinarios al pie de la abadía  y líneas de guion que jamás pronunciarías en la vida real afronto la reseña de la presente novela. Escrita por un autora que, gracias a Las crónicas de los Cazalet - la madre de lo que Julian Fellowes llevó a la televisión británica allá por el 2010 - consiguió que me renganchara a un tipo de ficción que, a pesar de que lo extremadamente perturbador sea lo que bombeé mi sangre, también tengo hueco para una buena dosis de cortesía al más puro estilo british. Así que, bienvenido sea, aunque con notables diferencias al universo cazaletiano. Como cambia el mar: secretos, apariencias y tragedias familiares entre el champagne neoyorquino y el turquesa de la costa griega. 


Aunque yo me esperaba encontrarme aquel resquicio del estilo que hizo tan grande a la saga de Los Cazalet, lo cierto es que una servidora se sorprendió al toparse con algo más complejo, más maduro, más interesante a nivel de forma. La propia trama ya nos avanza el gran cambio: un dramaturgo mujeriego, una esposa que no supera la muerte de su hija, el drama que sobrevuela cada escena, una secretaria amable, un atormentado escritor, una glamurosa ciudad de los rascacielos, el paraíso mediterráneo a las faldas de los templos clásicos... Si bien es cierto que ese punto donde convergen el entretenimiento literario con el "salseo" está presente - si no no estaríamos hablando de Elizabeth Jane Howard - la verdadera sorpresa se hace patente desde dos aspectos fundamentales y que, como ya he comentado, la propia sinopsis nos sirve como preludio de esta gran ópera narrativa. Por un lado, tenemos la parte estilística con la que la autora ha venido a jugar con el lector, mostrando el gran potencial del que es poseedora, para envidia sana de quienes queremos dedicarnos al noble arte de la escritura. Alternando, no solo narradores, también los formatos a través de los cuales articulan su discurso y, en definitiva, su propio punto de vista de la historia. Mientras Lillian (la esposa) y Jimmy (el fiel ayudante) adoptan una íntima primera persona, Alberta (la secretaria) lo hace a través de larguísimas y detalladas cartas. Muy al contrario que Emmanuel (el marido) cuyas acciones, pensamientos y sentimientos se nos muestran desde un distante narrador omnisciente. Esto no solo eleva las expectativas en cuanto a experiencia lectora, sino que además aporta personalidad y profundidad a los personajes. Gracias a ello, podemos situarnos en la trama, así como ante las distintas psicologías que muestran cada uno de los personajes. Y al rededor de todos ellos: el trauma. La muerte de Sarah, esa hija cuya dolorosa ausencia que ha puesto patas arriba el matrimonio entre Emmanuel y Lillian, poniendo en evidencia la disparidad de opciones a la hora de asumir el duelo o enfrentarse a la terrible realidad que los azota, como las espumosas olas del Mar Egeo. Si Emmanuel apacigua la tristeza coleccionando amantes mientras prepara su próximo estreno teatral, Lillian no se despega de su recuerdo, llevando consigo fotos de Sarah allá donde van, pensando que dicha acción apaciguará su desazón. Este clima, por supuesto, acaba afectando tanto a Alberta - el ser de luz de la novela - y a Jimmy - cuya lealtad con Emmanuel se tornará crítica. Además de este armazón narrativo que le otorga una dimensión más amplia y profunda, el otro gran aspecto que varía respecto a lo que ya conocemos de la autora es precisamente ese cambio de escenarios. Abandonamos Brighton para meternos de lleno en lado más acaudalado y cosmopolita de la ciudad de Nueva York, así como en la belleza terrenal de un lugar como Hidra - donde encontramos la ambientación más ensoñadora y cálida - sin olvidarnos de un Londres que dista del descrito en la saga de Los Cazalet. Howard abre escenarios, amplía horizontes, hasta coquetear con lo mejor de Francis Scott Fitzgerald, especialmente cuando dejaba de lado la inclemencia de la gran urbe y se refugiaba en el sofocante Mediterráneo. Y es que la novela de Howard no hace sino recordarme a aquel matrimonio protagonista de Suave es la noche. Novela en la que, las noches de la Riviera Francesa amparan una crisis matrimonial agravada por desencuentros y la enfermedad. Cambia la Costa Azul por esa Grecia de columnas jónicas y pueblos de paredes de cal y obtienes como resultado una revisión pertinente de un clásico a reivindicar. No sé si la insaciable inquietud lectora me regalará un nuevo encuentro con una autora a la que le tengo que agradecer largas tardes de entretenimiento puro. Ojalá nuestros caminos se vuelvan a cruzar, aunque sea de forma breve. El mundo necesita historias que, a pesar de ahondar en la pérdida y en la desintegración matrimonial, nos regalen momentos de calma, sosiego y adicción a la palabra escrita. 

Como cambia el mar: una historia de tensiones, paisajes de ensueño, crisis creativas, pérdida, duelo, luz, desencuentros, inflexión, perspectivas... Elizabeth Jane Howard, más allá de los muros de Home Place, es una autentica delicia. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Estamos en Atenas, el aire es blanco y polvoriento, todas las carreteras parecen atestadas, hay edificios que se están construyendo, y el tráfico va o bien a toda velocidad o con una lentitud desesperante (...) El aire parece una cortina caliente que me cae sobre la cara, y me pregunto por qué quería venir aquí y cuando podremos dejar este sórdido caldo de calor, asfalto deslumbrante y cenizas de la Antigüedad, todo mezclado sin ningún criterio y cocido a fuego lento con nubes de polvo."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Ediciones Siruela

sábado, 2 de abril de 2022

RESEÑA: Érase otra vez. Cuentos de hadas contemporáneos.

 ÉRASE OTRA VEZ

CUENTOS DE HADAS CONTEMPORÁNEOS


Título: Érase otra vez. Cuentos de hadas contemporáneos. 

Autora: Ana Llurba (Córdoba, Argentina, 1980). Ha publicado Este es el momento exacto en el que el tiempo empieza a correr (I Premio de poesía joven Antonio Colinas, 2015), La puerta del cielo (2018, novela), Constelaciones familiares (2020, cuentos) y Hemoderivadas (2022, novela). Licenciada en Letras Modernas por la UNC, Argentina, ha cursado el máster en la Teoría literaria y otro en Edición por la Universidad Autónoma de Barcelona. Actualmente trabaja en el sector editorial, escribe para varios medios, coordina talleres de lectura y escritura, y vive enfrente de una estación de servicio en un barrio algo desangelado al noreste de Berlín. 


Editorial: WunderKammer. 

Idioma: español. 

Sinopsis: Pocas expresiones tienen el poder performativo de "Érase una vez...". Como una invocación mágica, esta frase inaugural nos invita a adentrarnos a los horizontes narrativos tan arquetípicos y previsibles, de los cuentos de hadas. Huérfanas maltratadas por madrastras y hermanastras. Princesas narcolépticas abusadas por sus príncipes. Seres anfibios que renuncian a sus dones naturales por amor. Hadas celosas que castigan con sus hechizos a reinos enteros. Princesas acosadas sexualmente por sus propios padres. Niñas que mueren de frío, mutiladas o devoradas por elegir el "camino equivocado". Estos son algunos de los temas de las versiones originales de los cuentos clásicos que han sido revisados a lo largo del siglo XX. En este ensayo, Ana Llurba traza un itinerario por las relecturas que se han realizado en la literatura, el arte y el cine, para abrir nuevas expectativas y proyecciones de futuro; algo más que finales alternativos para viejos comienzos. 

Su lectura me ha parecido: ameno, sencillo, crítico, con un palpable carácter divulgativo, reflexivo, bibliográficamente sólido - aunque con estos chaiers es inevitable pedir un poquito más - feminista, abierto en cuanto a sus horizontes intelectuales... No sé si lo he contado alguna vez - y si no es así, ojo, estamos ante la mayor primicia de este espacio de debate y opinión - pero el "nick name" o "pseudónimo blogger" que adopté durante una buena parte de mis inicios en este inestable, precario y noble terreno que es la crítica literaria se lo debo única y exclusivamente a Andrés Barba. Autor madrileño nacido en 1975 y que tiene en su haber novelas como Las manos pequeñas - de lo más deliciosamente perturbador que he leído en mucho tiempo - o República luminosa - al que le quiero hincar el ojo más pronto que tarde - ya me cautivó muchísimo antes de la existencia de este espacio. De hecho, se podría decir que sin ese personaje que inventó en aquel maravilloso cuento infantil titulado Historia de nadas, probablemente habría tirado por otros más convencionales, menos llamativos, más recurrentes tal vez. Pero no tan originales y con esa rima como lo es "Jimena de la Almena". Parece mentira pero, en su momento, fue uno de aquellos personajes de cuento con el que no esperabas toparte en un formato así. Una princesa, eso estaba claro, a la que, a pesar de encontrarnos en un rol bastante cuestionable en un primer momento - pasivo y a la espera de ese príncipe azul que la rescatara de la almena en la que vivía recluida - se nos revela como una niña que no quiere ser ni princesa ni llegar a reinar en algún momento. A ella lo que de verdad le pirraba era el futbol, jugar a la pelota, correr, meter un gol y celebrarlo como toca: recorriendo el campo de banda a banda en una nube de jolgorio. Cierto es que, aunque los estereotipos de amor romántico tóxicos se mantenían, no podía parar de pensar en el futbol como elemento disruptivo y a la vez de una interesante modernidad que tan bien acoplaba a la historia. De nuevo, valores y contravalores. Tenemos por un lado la perpetuidad del mito del caballero andante cuya única misión es liberar de las garras - en este caso de las de unos padres excesivamente estrictos - a su amada, al tiempo que aportamos un gesto que hoy podríamos definir como feminista al otorgar a la coprotagonista de unos gustos, hasta ahora, relacionados con un ámbito extraordinariamente masculinizado. Como veis, y aunque no pueda evitar en sonreír cada vez que recuerdo las imágenes y sensaciones que me provocó la lectura de dicho cuento en mi transición a la adolescencia, hasta en los relatos más contemporáneos o cercanos a nuestro tiempo - quiero pensar que más inclusivo, antirracista, antifascista y feminista - contienen trazas que nos obligan como lectores a replantearnos la sociedad en la que vivimos y, sobre todo, qué mensajes se han ido inculcando generación tras generación a través de inocentes niñas que caminan por el bosque, cestita en mano o de mujeres que solo se despiertan con el roce de los labios del hijo pródigo, aka el príncipe azul de turno. Érase otra vez: una nueva, y más terrorífica, vuelta de tuerca a los cuentos que te contaban cuando eras pequeña/o. 


A pesar de que, lo he comentado en más de una ocasión, la colección cahiers que con tanto mimo y criterio edita la editorial WunderKammer - si no la conocéis ya estás tardando en googlear y alucinar con su catálogo - busca iniciarnos más que instruirnos. Lo cierto es que con este cahier en particular (al que le siguieron otros igual de sugestivos como el de Esther Peñas y Juan Vico) una servidora ha visto recompensado su fanatismo lector en lo que a las revisitaciones realistas, sugestivas y con ese toque perturbador de los relatos de hadas infantiles se refiere. Ana Llurba - editora, redactora y autora de novelas que coquetean con lo fantástico y que Aristas Martínez ha editado para nuestro goce y disfrute - no ha sido ni la primera ni la única. De hecho, si hay una autora a la que debemos pleitesía y que merece ser nombrada en este preciso instante esa es Angela Carter quien, mucho antes de que Llurba y tantas otras escritoras reflexionaran o adaptaran cuentos clásicos a la más rabiosa de las actualidades, ya estremeció con su volumen de relatos La cámara sangrienta. En él, la autora inglesa revitalizó cuentos como La bella y la bestia, El gato con botas o La reina de las nieves otorgándoles una estética gótica y un mensaje más feministas tomando como inspiración el psicoanálisis y la obra del Marqués de Sade. Aunque tanto Angela Carter como otras diosas del Olimpo de la literatura de terror - la coetánea Shirley Jackson y otras más recientes de la talla de Mariana Enríquez, Giovanna Rivero o Carmen María Machado - aparezcan citadas en el presente ensayo, particularmente me ha interesado más el tema principal al rededor del que Llurba articula el breve ensayo. Y es que, como bien señala: a pesar de que estas historias mágicas y plagadas de fantasía provienen en su origen de fuentes anónimas, la versión que nos ha llegado a nuestros días ha sido la reescrita por una pluma masculina. Si recordamos las palabras de Virginia Woolf en las que opinaba aquello de que "tras un anónimo siempre se escondía el nombre de una mujer" contrasta enormemente con lo que autores como los famosos hermanos Grimm los cuales, en palabras de Angela Carter pretendieron establecer una cultura unitaria para el pueblo alemán a través de una reescritura de aquellos cuentos, muy influenciados por su formación como anticuarios medievalistas y por una misoginia estructural. Llurba rastrea aquellos primeras actualizaciones - en las que por supuesto la mujer sale siempre mal parada - el cambio cultural que se produce al irrumpir el concepto de "infancia" y su deriva literaria y cinematográfica posterior. Prestando enorme atención tanto a aquellas destrucciones interesadas del relato - ejemplificadas en el caso de la factoría Disney y en la consecuente edulcoración de dichos textos que distaban mucho de los entretenimientos versallescos de la época de Perrault - así como a las nuevas perspectivas que, como consecuencia de la cuarta ola feminista, han acabado por inundar nuestro imaginario popular. Desde la moderna bella durmiente de Ottessa Moshfegh en Mi año de descanso y relajación a las sirenas nada angelicales y hartas de ser explotadas sexualmente en un club de alterne de la película The Lure de la cineasta Angineszka Smocynska, pasando por esa caperucita roja sometida por una jauría de lobos - y lobas, no se nos olvide - bajo el paraguas de una distopía llamada Gilead que tan bien contó Margaret Atwood en los años 80 y que ha encontrado su hueco en la cultura pop del siglo XXI. Como ya he esgrimido, aunque los cahiers funcionen como productos literarios para abrir boca, Ana Llurba no solo me ha hecho salivar, sino que además a reafirmado mi interés por lo truculento, lo sórdido, lo desestabilizador. También en el ámbito más intelectual. Abriendo mentes y posibilidades para nuevas interpretaciones y futuras relecturas más allá de las que ahora mismo están teniendo lugar. Así que basta de elitismos absurdos. Que la literatura, hasta ahora, aparentemente más infantilizada - a conciencia - también nos puede enseñar historia, sociología, psicología. Que los cuentos nunca fueron amables. Que hasta hace cuatro días (hasta finales del siglo XIX concretamente) los hijos se tenían para suceder, ascender o trabajar.. Que la "infancia", como la "maternidad", no existía y, por tanto, era un mundo más peligroso, hostil, violento. Y más si eras una niña perdida en medio de un bosque, obligada a desempeñar trabajos adultos (incluso aquellos más sórdidos) o con un matrimonio acordado desde la cuna. Que no, que los padres no eran tan cariñosos, ni las madres tan amorosas. No, Disney no existía en la Edad Media, y la vida era más terrorífica. Aunque visto lo visto, en algunas cosas tampoco hemos cambiado mucho. 

Érase otra vez: un ensayo sobre arte, cine, literatura, vampiros, brujas, sirenas, princesas insumisas, barbas azules, terror, perversas moralejas, nuevos horizontes... Un libro que se atreve a mirar al pasado y al presente a través de la reescritura de su cultura literaria. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Érase otra vez, no para volver a contar lo mismo, sino para atisbar nuevos horizontes y nuevas mitologías más inclusivas y, ojalá, más emancipadoras."

Frases o párrafos favoritos: 

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de WunderKammer