jueves, 26 de septiembre de 2019

RESEÑA: II Premio Ripley. Relatos de ciencia ficción y terror.

II PREMIO RIPLEY

Título: II Premio Ripley.

Autoras:Beatriz Esteban (primer premio), Ana Roux (segundo premio), Lorena Arce, Almijara Barbero, Arantxa Rochet, Yaiza Carrasco, Asun Blanco Cobelo, Marina Tena, Patricia Macías, Eva García Guerrero, Olga Tenorio, Amparo Montejano. (Fuente: Triskel Ediciones).

Editorial: Triskel Ediciones.

Idioma: español.

Sinopsis: Dicen que un grito de terror no puede ser escuchado en mitad del espacio plagado de estrellas. Pero, en cambio, puede ser descrito. Este volumen está repleto de descripciones de lo que sólo se podría considerar como imposible: familias que adoptan niños por tiempo limitado, guionistas en Marte que deciden nuestro destino, viajes espaciales donde el origen y el destino quedan desdibujados para siempre, monstruos con cara de víctima de nuestros abusos diarios... Y convendría estar atentos, porque también dicen que la ciencia ficción y el terror tienen una cualidad que los diferencia de otros géneros literarios: lo imaginado, con frecuencia, suele hacerse realidad. (Fuente: Triskel Ediciones).

Su lectura me ha parecido:

   Amena, variada, mejor de lo que me esperaba, sorprendente, poderosamente reflexiva, muy pegada a la actualidad desde la originalidad de sus respectivos géneros, reivindicativa, con futuro... De todas y todos es bien sabido que las mujeres estamos muy presentes en la industria del libro. Desde las que con sus plumas o teclados de ordenador paren las historias que servirán de tema de conversación durante meses hasta las que lo hacen posible gracias al arduo trabajo de edición, traducción, maquetación, corrección, diseño, promoción o distribución entre otras muchos ámbitos del sector editorial. Por no hablar de las que venden dichas historias a la lectora o lector más entusiasta, las que desde un mostrador los prestan con un tiempo limitado, así como las que lupa en una mano y bibliografía en otra tratan de sacarles partido redactando sendas críticas literarias. Y sin olvidarnos, por supuesto, de la cantidad de lectoras que hay en todo el mundo, superando en número a los hombres en lo que a hábitos de lectura o pertenencia-asistencia a eventos relacionados con su promoción. Los estudios lo avalan, somos más mujeres que hombres trabajando en o para, directa o indirectamente para el bello y duro mundo del libro tal y como hoy lo entendemos. Sin embargo, sorprende y mucho toparnos con una realidad que aún escapa de nuestro entendimiento. Desde su creación en el año 1901 hasta el año 2017, el Premio Nobel de literatura sólo lo han ganado 14 mujeres frente a 100 hombres. El Cervantes - sin duda el premio más importante en lengua castellana - ha premiado a 4 mujeres y a un total de 38 hombres. Y el Planeta - tan reputado en el pasado y tan denostado en el presente - sólo agrega a su larga historia el nombre de 17 mujeres. Estos no son los únicos, pero si ejemplos más que suficientes de la tremenda brecha que existe entre escritoras y escritores, algo que, por supuesto, se extiende a los géneros literarios, siendo algunos de ellos copados en la mayoría por hombres. Por eso es importante la convocatoria de certámenes literarios - bastante habituales en los últimos años - en los que se potencie el talento femenino, algo que ayuda a que su presencia en ciertos géneros y subgéneros sea más notoria. Uno de ellos, el Premio Ripley, aunque en actual proceso de evolución y redefinición, busca premiar los mejores relatos de autoras españolas dentro de géneros como el terror o la ciencia ficción, géneros que, por desgracia, siguen siendo todavía muy masculinos desde el punto de vista de la creación literaria. Hoy me dispongo a reseñar su segunda entrega, y aunque sé que con retraso - ya que el volumen de la tercera edición está a punto de salir a la venta - nunca es tarde para hablar de distopías, viajes espaciales, terribles monstruos o perturbadoras familias entre otras criaturas. II Premio Ripley: en España la literatura de género tiene nombre de mujer.

   Nada más abrir el libro nos topamos con las palabras de una pionera, por no decir de una de las más grandes y aclamadas escritoras de terror de nuestro país. Pilar Pedraza es una eminencia en el género, además de una bellísima persona - os lo digo yo que tuve el privilegio de charlar un rato con ella sobre historia del arte y sobre su relato incluido en la última antología de la editorial Amor de Madre - pero más allá de lo subjetivo de aquel encuentro, lo importante es destacar su oportuno prólogo. En él, esta escritora toledana de nacimiento y valenciana de adopción expone brevemente las principales características que componen la base de la literatura de género actual en relación con el contexto que nos rodea y señalando las líneas de inspiración y temáticas que abordan los relatos de la presente antología. A grandes rasgos, y coincidiendo plenamente con el análisis de Pedraza, tanto el relato ganador, como el finalista, así como el resto de textos seleccionados tienen una serie de denominadores comunes. Historias de astronautas más trasgresoras y alejadas de los referentes clásicos. Distopías de carácter transhumanístico - con un claro guiño a El Cuento de la Criada de Margaret Atwood - en las que se señalan los peligros del hipercapitalismo en su vertiente más perversa. Cuentos protagonizados por robots que sirven para concienciar sobre la pérdida de la individualidad y la esclavitud - desarrollando incluso una perspectiva de género al rededor del placer y su consiguiente objetivización -. Siguiendo en esta línea, también se aborda el conocimiento del cuerpo femenino en un intento por liberarse de la censura y la abyección. La nostalgia hacia un pasado aparentemente feliz pero que en realidad no deja de ser una traición más de nuestro subconsciente. Viajes superónicos de carácter exótico capaces de romper las reglas espacio temporales. Y por último un canibalismo de inspiración fantástica que, harto de los zombis, anima al lector a imaginar la posibilidad de llevarse a la boca nuevos alimentos de lo más gourmets.

   De este modo, a continuación, el lector se abre paso entre una variedad que, como acabamos de señalar, denota talento e ingenio por parte de sus autoras. Niña caduca - relato ganador del certamen y escrito por la valenciana Beatriz Eseban - se revela como el más cercano al género distópico de inspiración atwoodiana además de provocar cierta angustia con su reflexión entorno a los limites de un hipotético capitalismo tecnificado, de un futuro en el que los niños no nacen, se fabrican. Seguidamente nos adentramos en Buen viaje - finalista y escrito por la salamantina Ana Roux - protagonizado por una anciana a las puertas de la muerte a la que todavía le queda un gran deseo por cumplir. Sin duda el más lacrimógeno de la antología. A continuación nos sumergimos en el resto de relatos que, aunque no hayan conseguido alzarse con los principales galardones, merecen con creces formar parte de este volumen.


   El primero de ellos, Genlisea, escrito por Lorena Arce, es de los más oníricos y atrevidos en lo que a la ficción climática se refiere con una protagonista memorable y viaje espacial incluido. Seguidamente nos moriremos de la risa con la raruna y original propuesta de Almijara Barbero en Los guionistas. ¿Os imagináis que nuestras vidas fuesen el guion de una película o una serie de televisión, incluyendo las de personalidades tan importantes como la de la familia real? Un aspirante a guionista trata de construir el destino de Leonor de Gorbón y Potriz. ¿Le comprarán la idea? Y lo más importante ¿se la compraríamos nosotros como lectores? Ya te digo que después de leerla mi sí es rotundo. La rabia del siguiente relato - titulado Denominados y escrito por Arantxa Rochet - nos aplastará con esta historia en la que su autora se imagina un futuro en donde el agua, por desgracia, está al alcance de muy pocos. Escalofriante y satisfactorio en cuanto a su resolución. Sangre oscura - cuya autoría corresponde a Yaiza Carrasco - es el que más me ha gustado de toda la antología, ya que desde el terror más gore aprovecha para hablarnos de la regla. Porque se acabó eso de no mencionarla, de referirse a ella con eufemismos, de esconderla, de invisibilizarla. En el presente texto es la principal protagonista, ella y Aitana, quien a través de su regla asistiremos a una narración in creccendo y a uno de los giros en la trama más radicales. Asun Blanco Cobelo firma Ese preciso instante, tal vez el relato más clásico en cuanto a su trama - protagonizada por una astronauta en busca de ondas gravitacionales para alterar el espacio tiempo . y que demuestra, al mismo tiempo, como lo poético no está reñido con la ciencia ficción.

   Y tras este viaje espacial cambiamos radicalmente de género de la mano de María Tena Tena y su Raíces, donde pone los pelos de punta con una historia protagonizada por una familia, una antigua casa de campo y una tierra constantemente amamantada por los secretos y las oscuras costumbres de sus miembros. Terror en estado puro. La cosificación del cuerpo femenino protagoniza mi segundo relato favorito de la antología - Explorando el futuro de Patricia Macías - que desde la perspectiva de un informe policial se nos desgrana los entresijos del Proyecto Cuerpos. Es mejor que lo leáis, ya que en este caso, si os cuento más, perdería todo el sentido. La segunda persona inunda Cuaderno de campo - de Eva García Guerrero - en el que un accidente de tráfico desencadenará una escalofriante revelación en un relato en el que el terror y la ciencia ficción forman la mezcla perfecta. El worldbuilding del penúltimo relato - Trascendencia de Olga Tenorio - se construye al rededor de un cuento cuya trama hemos leído muchas veces - y más los aficionados a la literatura de género - pero que sin embargo destaca por la personalidad de su protagonista y lo impactante de su final. Y por último, Amparo Montejano nos regala con El monstruo de las galletas el relato más original en cuanto a estilo - extraordinariamente azucarado - y del que estoy segura que los lectores no saldrán indemnes.


   Esta claro que la ciencia ficción predomina sobre el terror, también en la presente antología (ocho frente a cuatro), algo que no deja de provocarme algunas preguntas relacionadas con la dificultad creativa. ¿Es más fácil escribir sobre, por ejemplo, viajes espaciales que, de nuevo otro ejemplo, sobre los miedos que inundan irracionalmente al ser humano? Creo que yo misma con la formulación de este interrogante me acabo de contestar, aunque también subrayo la dificultad de ambos géneros - por experiencia desde el campo de la escritura -. La que escribe estas líneas no se puede mostrar objetiva ante la existencia de este premio, dado que para la siguiente entrega traté de escribir un relato sin demasiado éxito y porque desde que leí 1984 me siento en deuda con la literatura de género. Ya no sólo por el hecho de que uno de mis sueños literarios es el de llegar a escribir una distopía - para lo cual aún me quedan años de práctica y maduración como autora - y saberme mover en el terror como pez en el agua - algo que aún sigo trabajando -, también porque gracias a ella he podido apreciar los problemas del mundo en el que vivo desde una perspectiva más reivindicativa si cabe. El imaginar futuros aterradores u excesivamente utópicos, viajes espaciales a otras dimensiones, civilizaciones de alienígenas con las que puedes perfectamente sentirte identificada/do, historias familiares con más secretos que verdades, las consecuencias de tener el rostro del terror delante de nuestras narices...¿No son entonces los perfectos canales de denuncia de los males de nuestra sociedad? ¿Acaso no denuncian lo mismo que una novela más realista? Y si es así, entonces ¿por qué todavía siguen despreciándose por una gran parte de la crítica y algunos lectores? Afortunadamente tenemos que agradecer - a modo de excepción - el hecho de que actualmente se hayan puesto de moda. Por lo que no debemos desaprovechar la oportunidad de abrazar esta realidad y potenciar estas historias entre un público más generalista. Sacarlas del ostracismo para que todas y todos puedan disfrutarlas y quien sabe si cultivar las próximas generaciones de escritoras/es de terror y ciencia ficción.

II Premio Ripley: doce historias de miedo, de aventuras espaciales, de ética aplicada a las tecnologías, de sistemas políticos inmorales... Doce relatos que demuestran que al Premio Ripley aún le queda mucho futuro por delante.

Frases o párrafos favoritos: 

"Pasar tiempo con mis versiones robóticas me entristecía, sentía como si las estuviese enviando a la boca del lobo."


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Triskel Ediciones

jueves, 19 de septiembre de 2019

RESEÑA: El bosque.

EL BOSQUE

Título: El bosque.

Autora: Nell Leyshon (Glastonbury, Inglaterra, 1962) es novelista y dramaturga. Estudió Arte y trabajó como productora en televisión antes de dedicarse a la escritura tras el nacimiento de su segundo hijo. Fue galardonada con el Premio Evening Standard Theatre por su obra teatral Comfort Me with Apples. Bedlam fue la primera obra escrita por una mujer representada en el Shakespeare´s Globe Theatre. Su primera novela, Black Dirt (2004), fue candidata al Orange Prize y finalista del Commonwealth Book Prize. En 2008 publicó Devotion. En 2013, El color de la leche fue un éxito tanto de crítica como de ventas, llegando a ser elegido como el Libro del Año por el Gremio de Libreros de Madrid, y el Show de Gary, publicado en 2016, también de éxito inmediato. El bosque es su último libro publicado.  


Editorial: Sexto Piso.

Idioma: inglés.

Traductora: Inga Pellisa.

Sinopsis: en una Varsovia ocupada por el ejército alemán, el pequeño Pawel –imaginativo, curioso e impresionable– crece protegido en el ambiente familiar de su hogar, rodeado de mujeres: su abuela materna, su tía Joanna y, sobre todo, su madre Zofia, una mujer dividida entre el amor a su hijo y el pesar por la pérdida de independencia que la maternidad le impone, alejándola de su chelo, de sus añoradas lecturas y, en definitiva, de su yo más íntimo. Para Pawel, ese hogar es su mundo, y está a punto de perderlo. Una noche, su padre, miembro de la resistencia, lleva a casa a un piloto británico herido de gravedad, lo que desencadena una serie de acontecimientos que obligarán a madre e hijo a huir y esconderse en el bosque.Décadas después, Pawel y Zofia viven en Inglaterra. Él, sin embargo,  es incapaz de dejar atrás el recuerdo de aquel bosque, en el que durante meses él y su madre sobrevivieron refugiados en un establo. Lejos de lo que le era familiar y en medio de la naturaleza –en ese limbo lleno de calma, belleza y misterio–, por primera vez el niño huidizo y temeroso se atrevió a explorar el mundo que lo rodeaba. El bosque representará para siempre una bisagra entre sus dos existencias, en Polonia e Inglaterra. Una nueva vida que sería casi perfecta si no fuera por los secretos que, al salir a la luz, abren una brecha que lo separa de Zofia. (Fuente: Editorial).

Su lectura me ha parecido: 

   Profunda, sutil, enormemente reflexiva, amena al mismo tiempo, original en cuanto a su punto de vista, por momentos desgarradora, necesaria, capaz de mantener al lector en vilo hablando de asuntos que bien merecen una honda reflexión, toda una sorpresa... Los que me conocen saben que soy una persona de costumbres en lo que a lecturas se refiere. De hecho - al contrario de mucha gente - me encanta llevarme de vacaciones o a viajes improvisados libros que tengan algo que ver con el lugar que voy a visitar. No siempre es así, pero si se me presenta la ocasión, lo meto inmediatamente en la maleta. Eso mismo hice este mismo verano, marcado por el regreso al pueblo. Sí, ese lugar al que me siento especialmente unida desde que tengo uso de razón. Esas calles empedradas por las que he corrido como una loca cuando jugaba a la pelota con mi hermano. Esas interminables tardes que las vecinas aprovechaban para sacar las sillas a la calle y conversar durante horas. Esas sonoras campanadas procedentes de la imponente iglesia la cual, siendo una niña, me parecía más un castillo. Pero sobre todo esa fragancia, esas praderas, esas montañas, esas fuentes, esos refugios, ese misterioso río de piedra, esas flores, esos pinos, ese bosque... En definitiva, esa proximidad tan maravillosa a la naturaleza me llena el espíritu, la inspiración y de paso también los pulmones de una pureza imposible de hallar entre asfalto, edificios y atascos mañaneros. Fue durante una de aquellas tardes cuando, tras una buena comilona campestre y tras haber posado la mirada en algún punto del frondoso bosque, me decidí a abrir la presente novela por la primera página. No sin antes felicitarme por la sabia decisión que había tomado hacía unas semanas respecto a aquella lectura. ¿Qué mejor forma de adentrarme en sus capítulos que hacerlo en el escenario más apropiado? Sentada en una vieja silla, ligeramente inclinada, con el perfume a  hojas secas pegado a mi nariz, con el estómago lleno y bajo una cúpula de árboles en ligero movimiento. Como acabáis de comprobar, los animales de costumbres existen - e aquí un ejemplo - como también los libros que, sin a penas preveerlo, te dejan con el estómago encogido, con infinidad de preguntas en el tintero y con las ganas de más. En este caso, de más novelas de Nell Leyshon. El bosque: las aristas de la maternidad en tiempos de guerra.

   A diferencia de algunos lectores - los cuales devoraron El color de la leche como si de un una hamburguesa o una porción de pizza se tratase - en mi caso esta ha sido mi primera vez con Leyshon. Y sinceramente, creo que ha sido la mejor forma de conocer tanto su estilo narrativo como sus preocupaciones como autora. Es cierto que El color de la leche supuso hace unos años un boom dentro del panorama literario internacional, éxito que en España se vivió especialmente de forma más intensa. No en vano le nombran el Libro del Año - importante reconocimiento que otorga el Gremio de Libreros de Madrid a las obras extranjeras traducidas y publicadas en nuestro país - a cualquiera. Algo que, como cabe de esperar, acaba traduciéndose en un extraordinario incremento de ventas y en popularidad. Desde siempre, ante estas situaciones, me he mostrado bastante escéptica. Y todo ello a pesar de no dudar ni un segundo en el criterio de quienes componen estas asociaciones. Sin embargo, eso no me inspiraba confianza, ya que muchas veces mi impresión final acababa siendo la contraria. No se si El color de la leche - novela que convirtió a Nell Leyshon en una autora británica muy querida y apreciada por los lectores a nivel mundial - estaría a la altura de esas expectativas que personalmente, y de forma inconsciente, me autogenero. De lo que sí estoy segura es de que, y gracias a la lectura de El bosque, no tardaré en darle una oportunidad. La personalidad de su autora bien lo merece, así como los temas que brotan entre capítulo y capítulo. Deseosos de que algún intrépido lector los recolecte y los use para exprimir todas sus propiedades, que son muchas.


  Para empezar diremos que El bosque narra una doble historia perfectamente estructurada en tres partes: la de Pawel (un niño imaginativo, tierno y extraordinariamente curioso) y la de Zofia (su frustrada pero abnegada madre) partiendo del contexto de la Varsovia ocupada por el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial y deteniéndose en su periodo de supervivencia en un bosque y en su vida en Inglaterra tras haber escapado del horror de la guerra. Lejos de tratarse de una novela más sobre el nazismo o el famoso y trágico conflicto bélico que provocaron - que también - lo que hace único el texto de Leyshon es, no sólo esa interesante vuelta de tuerca a las voces de los narradores (desde un narrador omnisciente tremendamente inmiscuido en la trama), también por poner la lupa sobre determinados temas tan contemporáneos como actuales y que, en una trama de estas características, no dejan de resultar singulares. Para empezar, el lector que se adentra en El bosque - en este caso literalmente - se topa con un matriarcado formado por tres mujeres completamente diferentes entre si. Madre, abuela y tía a las que - además de sus lazos de sangre - las une una cuestión de supervivencia y de responsabilidad sobre Pawel. De las tres sobresale Zofia - sin duda el personaje más complejo e interesante de la novela -, una mujer llena de contradicciones entre las que destaca las relacionadas con la maternidad. Zofia se siente superada ante el hecho de ser madre, hasta el punto de que ella misma distingue dos "Zofias": la de antes de dar a luz a Pawel - independiente, dedicada a su chelo, a sus adoradas lecturas y con una habitación en el que poder desarrollar sus talentos - y la posterior al parto - con la carga mental y emocional que supone ver como el cuidado de su hijo le come espacio y la aleja de su yo más íntimo -. Una percepción perfectamente licita que, sin embargo, tanto en su época como a día de hoy, sigue condenándose con dureza. Ser madre no es sinónimo de debilidad y mucho menos de arrepentimiento. De lo contrario se considera egoísmo o de ser mala madre cuando en realidad esas dudas existen, esa nostalgia por la vida anterior, esa pérdida material e inmaterial que en muchos casos llena más que la propia maternidad. Aún así Zofia acepta como puede su rol de madre en tiempos convulsos y con la constante ausencia de su marido Michael, más preocupado por ayudar la resistencia clandestina que por ejercer una paternidad más responsable. De nuevo, la balanza queda completamente desigual.

   De esa casa habitada por mujeres - en la que Pawel pierde la inocencia a una edad demasiado temprana - madre e hijo acaban huyendo al bosque sin mirar atrás para huir de la invasión militar. Durante una temporada vivirán en un establo, en donde se debatirán entre las infinitas posibilidades que la naturaleza puede ofrecerles de cara a la supervivencia y la hostilidad de un medio en el que ambos se sienten extraños y unos intrusos. Es en ese punto en el que Leyshon saca la artillería pesada y hace un despliegue de un sorprendente lirismo. Donde antes había lágrimas, tristeza e impotencia; ahora hay abstracción, solidaridad, un intento de dignificación. La magia de un entorno tradicionalmente de cuento frente a la cruda realidad de quienes han escapado del horror y han abandonado la civilización porque no les ha quedado más remedio. Es también en el bosque donde tiene lugar el pulso narrativo más intenso, donde los diálogos cortan la respiración, donde los abusos velados por parte de Michael sientan como puñetazos en el estómago, donde el "no" no existe como respuesta, donde paradójicamente la opresión se hace fuerte cuanto más ancho es el terreno... En definitiva, donde el patriarcado se hace más fuerte amparado por la guerra y con el silencio - ese que Zofia trata de quebrar sin éxito - que ha sometido a la mitad de la humanidad desde el principio de los tiempos. Pero lejos de acabar ahí, llegamos a una tercera parte dominada por el recuerdo - es aquí donde un Pawel ya adulto realiza un viaje al interior de sus vivencias y aprende poco a poco a convivir con ellas - la existencia en un país que no es el suyo - Inglaterra - y a esos pequeños "dramas" familiares que resultan sorprendentemente insalvables. El bosque marca las vidas de Zofia y Pawel para siempre, sin embargo, y a pesar de estar a prueba de - nunca mejor dicho - bombas, hay cuestiones que una vida curtida en miedos y experiencias traumáticas son imposibles de comprender, de ser entendidas, apoyadas, reconocidas. En otras palabras que la supervivencia te hace fuerte, pero no por ello mejor persona o saber aceptar.

   Por último, debemos señalar lo que es una evidencia y que entronca directamente con la principal virtud de esta novela. La abuela, la tía Johanna y la propia Zofia son las distintas caras de una misma realidad, la de las mujeres que les tocó vivir el infierno que supuso la guerra en Varsovia, la de unas circunstancias excepcionales que alteraron su forma de vivir y que - en el caso de Zofia - coincide además con el desencanto y sus luchas internas respecto a la maternidad. La conexión en este último aspecto y las tesis que Woolf defendió a principios de siglo XX en su famoso ensayo Una habitación propia son más que evidentes. Y eso Leyshon lo sabe. Por eso no es casualidad esa referencia tan explícita, como tampoco lo es la publicación de esta novela en concreto en los tiempos que corren, en un año marcado por una corriente feminista en auge que - aunque en proceso de consolidación y concreción de sus preocupaciones - se avecina imparable en terrenos como el literario, el social, el político o el económico entre otros muchos. Si algo demuestra Nell Leyshon en esta novela es que hasta en la ambientación más trillada - como es la Segunda Guerra Mundial - caben todo tipo de temas. O lo que es lo mismo, en un contexto bélico se puede hablar de sororidad femenina, de maternidades imperfectas, de abusos patriarcales o los encorsetados roles de género. Parafraseando a Leyshon en una de las frases más memorables de el libro: los seres humanos tienden a olvidar las lecciones del pasado. No hagamos lo mismo en el presente. Recordemos, pero sin olvidarnos de que las mujeres también estuvieron ahí, soportando los embistes y las adversidades, sobreviviendo entre machismo y muerte.

El bosque: una historia de superación, guerra, terror, huida, desigualdad, quiebra del modelo de madre perfecta, convivencia con el recuerdo... Una novela para leer, releer y recomendar hasta la saciedad.

Frases o párrafos favoritos: 

"Éste es el problema de vivir demasiado: el bucle incesante de la estupidez. Cómo ignoran los seres humanos las lecciones de la historia."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Sexto Piso

sábado, 14 de septiembre de 2019

RESEÑA: Sigo aquí.

SIGO AQUÍ

Título: Sigo aquí.

Autora: Maggie O´Farrell (Coleraine, Irlanda del Norte. 1972). Es autora de siete novelas: After You’d Gone (2000), My Lover’s Lover (2002), The Distance Between Us (2004, ganadora del premio Somerset Maugham), La extraña desaparición de Esme Lennox (2007), La primera mano que sostuvo la mía (2010; Libros del Asteroide, 2018), Instrucciones para una ola de calor (2013) y Tiene que ser aquí (2016; Libros del Asteroide 2017), y un libro de memorias, Sigo aquí (2017; Libros del Asteroide, 2019). (Fuente: Editorial).


Editorial: Libros del Asteroide.

Idioma: inglés.

Traductora: Concha Cardeñoso.

Sinopsis: un parto se complica más allá de lo razonable; a una niña le diagnostican una enfermedad incurable que la tiene encamada durante más de un año; una adolescente es agredida por un extraño mientras pasea por el campo; el avión en el que una joven viaja a Asia se precipita al vacío; una mujer se salva por los pelos de ser atropellada. Estos son algunos de los episodios –sucedidos en distintos momentos de su vida y en diversos países– que Maggie O’Farrell recoge en este particularísimo libro autobiográfico. Diecisiete roces con la muerte, como los llama su autora, que pudieron terminar en desastre, diecisiete momentos clave de su vida que revelan una manera de ser y estar en el mundo. Sigo aquí es un libro sincero que huyendo de lo sentimental anima al lector a interrogarse sobre las cosas que verdaderamente cuentan, a reflexionar sobre la fragilidad de nuestra existencia y a celebrar la belleza y el milagro de la vida. (Fuente: Editorial).

Su lectura me ha parecido:

   Fresca, amena, inquietante, autobiográfica, personal, incómoda, envolvente, sobrevolando lo inverosímil, contundente en su alegato final... El cine, como la literatura, ha conseguido traspasar la pantalla para colarse en la cultura popular y acabar formando parte de nuestra idiosincrasia como sociedad contemporánea. Tanto es así, que gracias a él hemos sido capaces de enfrentarnos, al menos desde el plano audiovisual, a toda clase de muertes. Desde las más icónicas como la de Titanic - sí, James Cameron. Di Caprio también cabía en la tabla - o la de Marion Crane (Janet Leigh) a manos del trastornado Norman Bates (Anthony Perkins) - ¿o era en realidad la sra. Bates? - en la siempre escalofriante Psicosis. Hasta las más atroces, como las del psicópata Fred Krueger en el mítico slasher Pesadilla en Elm Street - con la que por cierto tuve pesadillas durante algunos meses -, la de John Hurt (dando vida al oficial Gilbert Crane) atravesado por un bebé alienígena en la primera entrega de Alien en octavo pasajero o la de William Wallace de un hachazo tras ser previamente torturado en la controvertida Braveheart. Pasando por algunas más generacionales, como la muerte de Mufasa en El Rey León - que traumatizó a las niñas y niños de la década de los 90 - , la de Snape en la última entrega de la saga de Harry Potter - todos leímos los libros, sabíamos que ocurriría, pero aún así dolió - o la de Gandalf en El Señor de los anillos - que aunque resucitó, ese "¡no puedes pasar!" ha pasado a la historia del cine -. Y por algunas tan inesperadas como absurdas, como la que llenó de sangre el interior de un coche por culpa de un descuido de Vincent Vega en Pulp Fiction o la de Brad Pitt en ¿Conoces a Joe Balck? - ¿de verdad no había forma más tonta de morir -. Si me pongo a repasar en mi memoria, se me vienen a la cabeza algunos títulos más, con escenas dignas de mención. No obstante, la reflexión que yo saco de todo esto es que la ficción, en algunos casos, va por delante de la vida real en lo que a desmontar tabúes se refiere. Pues la verdad sea dicha, podemos presenciar el fallecimiento del protagonista de la película al mismo tiempo no querer enfrentarnos a ella o simplemente hablar de la muerte cuando, y está demostrado, es una de las mayores preocupaciones del ser humano. En el libro que hoy tengo el placer de reseñar pretende, entre otros muchas cosas, desmontar esos incómodos silencios hablando  de su extraordinaria volatilidad. Pues, a veces, esas ocasiones en las que estuvimos o creímos estar a punto de morir, se graban a fuego en nuestra retina. Sigo aquí: cuando la muerte acecha detrás de cada esquina.



   Conceptualmente, Sigo aquí se presenta como un breve volumen de relatos - cuya extensión es bastante desigual - en el que su autora (la cada vez más pujante Maggie O´Farrell) nos confiesa sus diecisiete roces con el filo de la guadaña. O lo que es lo mismo, las diecisiete veces en las que casi pierde la vida. Y recalco lo de confesión porque, más allá del estilo empleado - del cual hablaremos más adelante - considero que O´Farrell más que narrarnos una serie de historias lo que hace es confiárnoslas, al oído, o durante una reunión al rededor de la chimenea, como si de pronto dejaran de ser un secreto y ahora perteneciesen a nosotros como lectores. Una suerte, por tanto, de relato colectivo. Este desahogo personal, tan visceral como sincero, no busca aportar las claves para superar dichos episodios, sino preguntarnos sobre las cosas que verdaderamente importan, a las cuales muchas veces no le damos la importancia que merecen y que sólo sabemos apreciar en el momento en el que ves tu vida pasar en un segundo ante tus ojos. La diferencia entre la literatura de autoayuda y la literatura a secas - sea del género que sea - está precisamente en esa pequeña distinción, en que mientras los primeros pretenden dar respuestas, los segundos crean los interrogantes. Y por eso Sigo aquí, a pesar de sus leves coqueteos con lo inverosímil, podría definirse como un libro de relatos con tintes autobiográficos. Por el simple hecho de que, al finalizar su lectura, son más las reflexiones que las dudas aclaradas las que sobrevuelan nuestra cabeza.

   En lo que a su estilo se refiere, nos topamos con una prosa directa, franca, capaz de atrapar al lector para que éste acabe empatizando con la propia autora. Hay tanta verdad en muchos de sus relatos que hasta, por medio de un extraordinario manejo del lenguaje, podemos sentir todos los tipos de dolor que se manifiestan a lo largo de sus 266 páginas. Por no hablar de que es muy difícil no identificarse con algunos de ellos. ¿Quién no tiene miedo a volar? ¿Quién no ha sentido alguna vez que alguien le seguía? ¿Quién no ha pensado en que se caería de aquella montaña rusa? ¿Quién no se ha aferrado con fuerza al cinturón de seguridad por miedo a sufrir un accidente? ¿Y qué me decís de las enfermedades? ¿Cuántas veces la frase "de esta no salgo" ha sobrevolado nuestra cabeza sin necesidad de se hipocondríaca/o? El asociar cada cuento con una parte del cuerpo al inicio de cada cuento - un acierto total - es un aviso, tan explícito como contundente, de que lo que estamos a punto de leer desgarra, impacta, asfixia o abruma. Nunca el dolor tuvo tantas manifestaciones. Sin embargo, no todos los relatos llegan igual de creíbles al lector, no porque dudemos como lectores de la veracidad de dichas experiencias, sino porque la propia autora comete el error de no dotarles de la necesaria intensidad que requieren. Por fortuna, en el interior de Sigo aquí existe un último relato-capítulo - no sé en que términos referirme a él - titulado "Hija (hoy en día)" en el que nos habla, desde la madurez, de la profundidad de la tristeza y del estrés por los peligros potenciales de la muerte. Y sobre todo, de como éstos, acaban por afectar a la descendencia. Si vives una experiencia cercana a la muerte y tienes hijos, lo lógico es que no quieras que ellos pasen por lo mismo que tú. Así que qué mejor forma de que eso no suceda que evitarlo a toda costa. No obstante, tal y como refleja esta redonda e incontestable conclusión, a la larga, los pequeños quedan coartados en libertad precisamente por esos miedos que desde pequeños los progenitores les inculcan. Incluso en los que el género - en función de si eres niña o niño - acaba influyendo de alguna manera. La valentía de estos relatos plantea contradicciones tan intrínsecas en el ser humano que son muy difíciles de arrancar de cuajo, pero también recalca (cual canto a la vida) la satisfacción de estar presentes, de tocarnos, de hablar, de pensar, de correr, de parpadear incluso. En definitiva, de la irracional - y muy influenciada por la tradición católica - felicidad de seguir aquí.

Sigo aquí: una historia de angustias, peligros, paranoias, miedos infundados, miedos racionales, debates universales... Todos tenemos miedo a morir, admitámoslo y verbalicémoslo de una vez.  

Frases o párrafos favoritos:

"A veces la única manera de avanzar, de superar algo, es tomárselo a la ligera."

Un saludo y a seguir leyendo.

Cortesía de Libros del Asteroide

martes, 10 de septiembre de 2019

RESEÑA: Fruitlands. Una experiencia trascendental.

FRUITLANDS
UNA EXPERIENCIA TRASCENDENTAL

Título: Fruitlands. Una experiencia trascendental.

Autora: Louisa May Alcott (Germantown, Pensilvania, 29 de noviembre de 1832 - Boston, 6 de marzo de 1888) fue educada en el campo junto con sus hermanas, bajo la influencia de su padre, el filósofo Amos Bronson Alcott, y varios amigos de este, como Ralph Waldo Emerson, Nathaniel Hawthorne y Henry David Thoreau, de cuyo pensamiento se empapó desde la infancia. Debido a la pobreza de su familia, empezó a trabajar muy joven, ya fuera como maestra, costurera, institutriz o criada; también buscó compensación económica con su literatura: por ejemplo, a los dieciséis años escribió una serie de relatos para Ellen Emerson, que en 1854 serían publicados bajo el título Flower Fables. En 1860 empezó a escribir, bajo pseudónimo, para la revista Atlantic Monthly, y, durante la guerra de Secesión, entre 1862 y 1863, fue enfermera en el Hospital de la Unión en Georgetown, donde contrajo la fiebre tifoidea, algo que afectó a su salud el resto de su vida. Las cartas en que refería sus experiencias como enfermera, publicadas bajo el título Hospital Sketches (1863), la lanzaron a la fama. Su primera novela, Moods, se publicó al año siguiente, y en 1865 se marchó a Europa, para volver dos años después y asumir la dirección de una revista para niños, Merry’s Museum. Pero el verdadero éxito le llegó con la publicación de la novela autobiográfica Mujercitas (1868), una obra que escribió por encargo de su editor y en la que se aprecia uno de los temas más importantes de Alcott: la educación de las mujeres durante la juventud. Más tarde escribiría Una muchacha anticuada (1870), Hombrecitos (1871), Ocho primos (1875), Rosa en flor (1876) y Los chicos de Jo (1886), también inspiradas en sus experiencias como educadora. En otra línea más adulta, produjo una serie de novelas y ensayos de gran valor publicadas bajo pseudónimo, como Fruitlands (1873; Impedimenta, 2019) o Un Mefistófeles moderno (1887). Durante toda su vida, Alcott fue una entregada defensora de los derechos de la mujer, abogando en sus ensayos por el derecho al voto, y también apoyando la causa abolicionista. Pasó sus últimos años de vida en Boston, Massachusetts, donde murió en 1888, días después del fallecimiento de su padre. (Fuente: Editorial).


Editorial: Impedimenta.

Idioma: inglés.

Traductora: Consuelo Rubio Alcover.

Sinopsis: Massachusetts, finales de 1840. Los Lamb acaban de llegar por fin a su edén particular: una comuna que profesa la filosofía de los trascendentalistas (la de Thoreau y Emerson). Allí, planean vivir apartados del resto de la sociedad, alimentándose de la tierra y siguiendo los principios de la belleza, la virtud, la justicia y el amor, en su búsqueda de una existencia perfectamente armonizada con su entorno y las demás criaturas de Dios. Todo parece sencillo y amigable en ese bosque lleno de intelectuales bienintencionados, pero quizá necesiten algo más que filosofía para sobrevivir: ¿cómo harán frente al crudo invierno de Nueva Inglaterra? ¿Acaso saben algo sobre el mundo del pastoreo y la agricultura? ¿Qué ocurrirá cuando lleguen las primeras tormentas? (Fuente: Editorial).

Su lectura me ha parecido:

   Interesante, amena, irónica, tierna, entrañable, claramente autobiográfica, toda una sorpresa... Que triste resulta, en ocasiones, lo mal que están planteadas algunas asignaturas durante una etapa tan importante como la ESO desde el punto de vista más práctico, ese que sólo depende única y exclusivamente de quien tome las riendas del temario, de quien, desde su voz de docente, tiene el poder de remover conciencias o despertar en las alumnas/os una necesaria sed de conocimientos. Si alguien me hubiese advertido de lo que sucedería en segundo, cuando el profesor que teníamos en Sociales - interesante palabra para englobar materias como geografía, historia e historia del arte - inexplicablemente pasó por alto todo el tema de la Edad Moderna. Ni los Reyes Católicos, ni el descubrimiento de América, ni la dinastía de los Austrias, ni el Conde Duque de Olivares, ni Lutero, ni la Reforma, ni la Contrarreforma, ni el Luteranismo, ni el Calvinismo, ni el Anglicanismo, ni los Tudor, ni Richelieu, ni los Medecci, ni Luis XIV, ni la Guerra de los Treinta años, ni las Provincias Unidas,  ni el Imperio Germánico, ni la confección de las monarquías absolutistas, ni el auge de la burguesía de las ciudades, ni la revolución científica, ni el renacimiento, ni el barroco, ni el humanismo... A la larga, aquella falta de conocimiento se asemejó a una especie de agujero negro, un hueco en blanco que no sabíamos como rellenar para entender las características de la era contemporánea, igual de apasionante, larga y compleja. Que suerte la mía, por otro lado, haber tirado de un aprendizaje autodidacta para poder engarzar una realidad histórica con la otra. Lo mismo me sucedió con la historia de género, esa gran olvidada en los institutos y que tanto cuesta introducir en la universidad, esa imprescindible perspectiva que debería estar presente en todos los ámbitos educativos, absolutamente todos. Porque si estudiamos que las españolas pudieron votar por primera vez en las elecciones de 1933, lo lógico también sería explicar el proceso y la lucha que llevó conseguirlo. Las figuras históricas de mujeres se erigen y caminan, a paso firme, decidido. Algunas de ellas, son capaces de transformarlo todo, romper esquemas, incluso alterar la visión que tenía al respecto. Louisa May Alcott es sin duda una más, pero desde hace un tiempo, también es la responsable de que en mi estantería abunden más títulos suyos, más ensayos, más cuentos de terror... Porque para mi Alcott era sinónimo de Mujercitas, sin ser consciente de la impresionante biblioteca que, pluma en mano, ha conseguido regalarnos al mundo. Y de entre todos ellos, un ejemplar único y de obligado conocimiento como lo es Fruitlands: la crónica de un fracaso anunciado, pero también de un aprendizaje vital.

   Antes de adentrarnos en la reseña propiamente dicha, es importante situarnos tanto cronológicamente como espacialmente. Así como entender, muy brevemente, las claves del filosóficas que Louisa May Alcott aborda en este breve ensayo. Para empezar, tal y como versa la sinopsis de la presente edición, Fruitlands fue una comuna fundada en 1840 en el estado de Massachusetts (EEUU) inspirada en las ideas de Henry David Thoreau y muy especialmente de Ralph Waldo Emerson siguiendo los principios de belleza, virtud, justicia y amor; además de la máxima de aprovechar los recursos que la naturaleza ofrece para poder sobrevivir. Esta pequeña sociedad - cuyos valores parecen anticipar los del movimiento Hippie de mediados de los 60 del siglo XX - no se puede entender sin el contexto histórico que la rodea, coincidiendo con la aparición y boom de los falansterios o las sociedades utópicas de efímero éxito (especialmente abundantes en Francia e Inglaterra), con la transformación de las ciudades a causa de la Revolución Industrial (y con la consiguiente aparición de la conciencia de clase y el movimiento obrero), con la irrupción del Segundo Gran Despertar en Estados Unidos (cuyo éxito auspició la aparición de, entre otros, los Mormones, los Adventistas o los Discípulos de Cristo) y muy especialmente con la difusión y posterior interpretación del trascendentalismo. Partiendo del fundamento trascendental planteado un siglo antes por el filosofo alemán Immanuel Kant - los elementos no son cognoscibles en sí mismos, sino a través de una estructura cultural, temporal u espacial que dicho objeto proyecta sobre el mundo - los trascendentalistas americanos utilizaron ese principio para argumentar en diversas publicaciones la verdadera independencia del individuo a través de la intuición y la observación directa de las leyes de la naturaleza. En otras palabras, que el contacto con los elementos más primigenios de nuestro planeta  (plantas, tierra, montañas, ríos...) proporcionará al ser humano el acercamiento a lo puro, a la verdadera fuente de vida; la cual, como no, era identificada como Dios. Sendos libros plasmaron, con notables variaciones, estas ideas. El Walden de Thoreau es probablemente el más importante e influyente, dado que en lo que llevamos de siglo no ha parado de reivindicarse y servir de inspiración para la causa ecologista. También lo fue en su momento - aunque menos conocido en la actualidad - Ensayo sobre la Natualeza de Emerson, el cual traemos a colación dado que Fruitlands no hubiese tenido razón de ser sin las tesis definidas en dicho texto. Tesis que tanto a Emerson como Amos Bronson Alcott (padre de la futura autora de Mujercitas) unieron, dando como resultado una relación de amistad y admiración mutua.

   En lo que al brevísimo - por desgracia - ensayo se refiere, comenzaremos diciendo que sorprende la ligereza de su lectura. Hasta el punto de que en ocasiones casi te olvidas de que estás dentro de un texto escrito a mediados del siglo XIX, lo cual, desde un punto de vista siempre subjetivo, puede generar debate y diversas opiniones. En ese sentido, también cabe señalar las principales particularidades del presente libro, que no son otras que su extraordinaria versatilidad y la posibilidad de que el lector se aproxime a él desde la óptica que más le interese en ese preciso momento. De ahí que recomiende, encarecidamente, una segunda o una tercera lectura. No por la dificultad de comprender su contenido - la cual en esta ocasión es inexistente - sino para poder tener una percepción más amplia de lo que Louisa May Alcott nos quiere decir, o más bien describir. Para empezar, y en primer lugar, Fruitlands se puede leer desde una óptica puramente filosófica, dado que desde la primera página la autora ya te está poniendo en la tesitura de exponerte, de la forma más sencilla posible, los principales pilares ideológicos de la comuna en la que la autora vivió con su familia cuando tenía diez años de edad en el año 1847. En aquel bosque de intelectuales americanos - apartados de los males de la civilización y subsistiendo de los recursos que la naturaleza podía proporcionarles - todo parecía sencillo y amigable, hasta que llega el invierno, las primeras lluvias, la manifiesta inexperiencia en el terreno del cuidado del campo y las paradojas respecto a los bienes de consumo básicos. En otras palabras, que comienzan a aflorar - y nunca mejor dicho - las contradicciones por las que toda sociedad utópica acaba fracasando estrepitosamente. Unas contradicciones que provocaron división, enfrentamiento, enemistades y la pronta disolución de la comuna en menos de siete meses de vida. En Fruitlands, Alcott defiende, de hecho no se entendería su producción literaria sin las ideas de Thoreau y Emerson - a quienes por cierto tuvo como mentores y amigos - pero también evidencia la realidad, la imposibilidad, al menos por el momento, de llevar a cabo dichas ideas a término. En segundo lugar, el lector podrá disfrutar de este libro desde una mirada más estilística, dado que, como la autora ha mostrado en más de una ocasión, es capaz de defenderse y moverse como pez en el agua en varios campos de la creación literaria. Desde el ensayo más puro - con recursos particularmente novelísticos - hasta la ficción más encomiable (dado el grado de empatía y ternura que despiertan sus personajes que, aunque bajo nombres ficticios, sabemos que responden a los de sus propios padres y hermanos), pasado por un manejo interesante del formato "diario" que le sirve a la autora para narrar su corta experiencia trascendentalista en Fruitlands.

   En último lugar - y a mi juicio lo más importante - Fruitlands es un texto histórico en su naturaleza así como en su concepción. Histórico a dos niveles: respecto a su contenido y en relación con el estudio de una época determinada del pasado. Hay críticas que definen a Fruitlands como un compendio de documentos - ensayísticos, ficticios, visuales, personales... - agrupados bajo una clara intención, la de dar a conocer la existencia de las comunas claramente precursoras del ecologismo y la lucha medioambiental. Algo que, todo sea dicho, en los tiempos que corren no viene mal. Sin embargo, yo añadiría algo más, ya que no podemos pasar por alto el increíble valor que tiene su publicación para el campo de la historia. Para empezar, como he comentado antes, en su interior encontramos varios elementos de gran interés. En primer término, un texto claramente autobiográfico que - aunque emplee características propias de la ficción como recurso narrativo - nos ilustra sobre las diferentes corrientes de pensamiento, la cotidianeidad de las familias de la época, las claves de su supervivencia bajo los códigos trascendentalistas, el propio contexto histórico, la opinión acerca de algunos de los grandes personajes que dieron lugar a este experimento social,  así como, y esto es hilar muy fino, la propia personalidad de la autora. Seguidamente, un breve diario, fundamental para entender lo que sucedía desde la óptica de la propia autora, que recordemos, por aquel entonces tenía diez años, y en el que podemos apreciar todos los aspectos anteriormente nombrados desde una perspectiva más personal e íntima, lo cual no deja de generar interés en quien esté sobre todo interesado en indagar en las profundidades de la sociedad norteamericana de mediados de siglo XIX. Y por último, dos documentos históricos impresionantes: una selección de las cartas que intercambiaron Amos Emerson Alcott y Charles Lane - fundadores e integrantes de la comuna - que recogen sus disertaciones filosóficas sobre Fruitlands y un plano donde podemos apreciar los terrenos en los que se situó geográficamente el proyecto fruto de un puñado de filósofos más preocupados por las ideas que por las cuestiones prácticas. Todo ello confluye, ordenadamente, en armonía bajo un título y una clara intención, la de proveer al lector del conocimiento de un problema histórico a penas conocido y que en los últimos parece experimentar un claro auge; y por supuesto, la de descubrirnos, una vez más, la cara menos conocida de Louisa May Alcott. Una autora talentosa, inteligente, feminista y convencida de la capacidad de la educación para remover conciencias que quiso mostrarnos, a través del presente texto, el origen de su pensamiento, de sus inquietudes, de su forma de mirar el mundo y plasmarlo sobre el papel.

  Fruitlands: una historia de experiencias, buenas intenciones, intelectualidad, enfrentamientos ideológicos, contacto con la naturaleza, problemas, paradojas, fracaso, aprendizaje... La experiencia trascendental - y germinal - de Louisa May Alcott.


Frases o párrafos favoritos:

    "-¿A qué parte del trabajo se siente más predispuesto usted? —preguntó la Hermana Hope, con un destello divertido en sus sagaces ojos.  
    - Esperaré a que me sea revelado. Ser por encima de hacer, esa es la gran meta a alcanzar, y a ella llegaremos profesando una voluntad resignada, nunca entregándonos a la actividad caprichosa, pues esta última es un obstáculo para todo crecimiento divino —respondió el Hermano Timon.  
   - Eso pensaba yo. —La señora Lamb soltó un suspiro bien audible."  

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Impedimenta

miércoles, 4 de septiembre de 2019

RESEÑA: Las vírgenes suicidas.

LAS VÍRGENES SUICIDAS

Título: Las vírgenes suicidas.

Autor: Jeffrey Eugenides (Detroit, 1960) estudió en las universidades de Brown y Stanford. Es autor de tres aclamadas novelas: Las vírgenes suicidas (1994) - llevada al cine por Sofia Coppola convirtiéndose con el paso del tiempo en un film de culto - Middlesex (2003) - que obtuvo el Pulitzer 2003 y fue considerada una de las mejores novelas de las últimas décadas -  y La trama nupcial (20013). También es autor del libro de relatos Denuncia inmediata (2018). (Fuente: Editorial).

Editorial: Anagrama.

Idioma: inglés.

Traductora: Roser Berdagué.

Sinopsis: Es verano en la América de la década de 1970 y las cinco hermanas Lis­bon se quitan la vida ante la atónita mirada de sus vecinos. Veinticinco años después, Jonathan, el enamorado amigo de una de ellas, recuerda el impacto que produjeron aquellas muertes. Las chicas vivían enclaustradas en casa, sometidas a la férrea custodia de unos padres extremadamente estrictos. Sus figuras deambulaban por las habitaciones y sus sombras proyectadas en las ventanas las hacían deseables a quienes se asomaban a ellas. Todavía hoy, tantos años después, aquellas lolitas fascinan a unos hombres que siguen preguntándose qué ocurrió. (Fuente: Editorial).

Su lectura me ha parecido:

   Asfixiante, interesante, con un narrador poco común, sencilla en cuanto a su premisa, una bomba en lo que a su desarrollo se refiere, tragicómica (desde el más absoluto respeto y la exquisita sensibilidad), una aterradora visión del American Way of Life, una oda al recuerdo, pertinente hoy y siempre... Hace exactamente un año estaba tumbada en una cama. Afuera el calor era insoportable, dentro buscaba una distracción, la que fuera. Con tal de que me hiciese más soportables los dolores menstruales me daba por satisfecha. Así que en vez de leer - cosa que hubiese hecho igualmente - decidí planear una sesión de cine mañanero. ¿Quién me iba a decir que, un año después, y casualmente sobrellevando los últimos días de regla, estaría sentada frente a un ordenador escribiendo la crítica del libro que Sofía Coppola decidió convertir en una obra maestra? ¿La novela que Euguenides escribió a finales del pasado siglo, que la hija del gran Francis Coppola decidió tomarla como base para su debut cinematográfico y que, en definitiva, se convirtió en la película que marcó aquel verano de 2018? Ese título que, sin a penas darme cuenta, acabó por convertirse en uno de mis imprescindibles y casi una obsesión en lo que a referentes literarios se refiere. Porque todo sea dicho, pocas son las veces (y por desgracia cada año que pasa disminuye considerablemente) que el lector asiste a un acontecimiento de estas características. Si Austerlitz de W. G. Sebald contribuyó al futuro desarrollo de lo que hoy consideramos el modelo de novela contemporánea de nuestro siglo - el XXI - Jeffrey Eugenides le dio una necesaria vuelta de tuerca al subgénero (dentro de las temáticas, claro está) más denostado por la crítica y a la vez más fascinante desde el punto de vista de la creación literaria: la adolescencia. Este es el aliciente pero también la excusa para adentrarse en una de las novelas más interesantes e influyentes de los últimos tiempos, un libro como La vírgenes suicidas: ¡Que difícil es ser una niña de trece años!

   Existen cientos y cientos de textos que, a lo largo de los últimos tiempos, han abordado el que sin duda es el tema estrella dentro de la literatura contemporánea, y en especial de la estadounidense. Un tema que no es otro que la desmitificación del sistema social americano. Desde las distopías más clásicas, pasando por la novela más realista y sin olvidarnos del género ensayístico - entre otros muchos - ninguno de ellos se ha podido resistir a la tentación de meter el dedo en la llaga. Con fuerza, con rabia, con ensañamiento. El conocido como American Way of Life avivaba y sigue avivando la imaginación de muchas escritoras/es nacidos o inmigrantes en un país lleno de historia así como de contradicciones. Y no es para menos. Si recordamos el famosísimo texto de Betty Freidan - La mística de la feminidad - comprobaremos como los Estados Unidos posteriores a la Segunda Guerra Mundial estaban lejos de ser la sociedad idílica que tanto nos mostraba la publicidad o el cine. Tras esa apariencia de matrimonios perfectos, hijos perfectos, coches perfectos o casas con jardín perfectas se escondía insatisfacción, monotonía, depresión, hipocresía, un férreo control moral, unos roles de género extremadamente marcados y en definitiva, una mentira. La construcción de un falso arquetipo de felicidad a caballo entre la modernidad y los valores tradicionales. Entre los electrodomésticos de última generación y las metas vitales de las mujeres de la época fijadas en el matrimonio y la maternidad. Si algo nos enseñó el personaje de Don Draper en Mad Men - además de algunas y muy sabias lecciones de publicidad - es a que detrás de una resplandeciente sonrisa de ejecutivo se escondía un insatisfecho crónico. Un hombre que - al igual que su ex mujer Betty - experimenta las consecuencias del lado más oscuro del capitalismo más doméstico. Aunque claro, como siempre, éstas no son las mismas para Don en comparación con las de Betty, perfecto modelo de esa mística de la feminidad que tanto criticó Friedan en su libro. En lo que respecta a la novela de Eugenides la trama así como la crítica al sistema no tiene lugar ni en los años 50 ni en la década de los 60, sino en los 70. Una cronología no tan alejada de las anteriores y por tanto heredera de gran parte de los aspectos ya comentados anteriormente, pero ávida de cambio, rebeldía y libertad. Justo lo que exigen desde su pequeña y silenciosa revolución las hermanas Lisbon, absolutas protagonistas de esta historia que los lectores han acabado por convertir en autenticas iconos de la cultura pop.


   Las vírgenes suicidas no puede tener una premisa más sencilla, de hecho a estas alturas no es ningún spoiler decir que la historia arranca con el suicidio de la última de las hermanas Lisbon y que a continuación se nos revela la voluntaria muerte del resto de las hijas del clan familiar. No obstante, y a pesar de lo que ya sabemos, la novela discurre por dos ríos complementarios entre sí. El primero, el de su interesante y poco habitual narración. Un punto de vista colectivo - el de los vecinos que presenciaron atónitos dicho acontecimiento - y que a la vez se focaliza en el personaje de Jonathan - amigo y secretamente enamorado de una de las hermanas - a cuyo relato asistimos con gran fascinación desde la primera hoja. Y el segundo, la propia historia de las Lisbon, claro está, desde esa peculiar perspectiva, desde la mirada los que, estupefactos, no dan crédito a lo sucedido y  la de quienes, desde la distancia, creyeron conocerlas. No obstante, y e ahí la magia de esta novela, todos los testigos - indirectos como acabamos de comprobar - coinciden en algo esencial: en la falta de respuestas. ¿Qué pasó en aquella casa? ¿Qué les llevó a tomar la decisión de acabar con sus vidas? ¿Cuál sería su último pensamiento? ¿Temblarían? ¿Tuvieron algún momento de flaqueza?... Lejos de dejarse llevar por el melodrama o el morbo que habitualmente provocan este tipo de sucesos, Eugenides consigue alejarse de todo ello empleando una sensibilidad y un respeto hacia lo que está contando absolutamente envidiable. El humor negro se cuela de vez en cuando entre capítulo y capítulo, así como esa extraordinaria profundización en lo incomprensible, en aquello que no podemos responder, en aquello que, aún a día de hoy, escapa de nuestro entendimiento. Desmontar tabúes que giran alrededor de la sexualidad, la familia o el propio acto del suicidio para hacernos, ya no sólo partícipes, también integrantes de ese "nosotros", espectadores de ese colectivismo que debate, filosofa o critica acerca del suicidio de las Lisbon. Otro aspecto a tener en cuenta de Las vírgenes suicidas es precisamente el recurso que usa para dar vida a las desdichadas Cecilia, Lux, Mary, Bonnie y Therese Lisbon. Dotándolas de una personalidad rebelde y de peso dentro de un entorno familiar claramente claustrofóbico y extremadamente estricto - a pesar de ofrecer una imagen de armonía y ejemplaridad de cara a la galería - y al mismo tiempo adquirir un aspecto etéreo, bastante idealizado y fantasmagórico. Al fin y al cabo, para la comunidad, las Lisbon ya no están, son un mero recuerdo del pasado que, cual espíritu en busca de redención, nunca desaparecerá y seguirá vagando en la memoria de todas y todos los que supieron de la tragedia. Por último, en lo que al apartado crítico se refiere, cabe alabar la capacidad de Eugenides para crear espacios agobiantes, opresivos y tremendamente perturbadores dentro de la propia lógica de la historia y, por supuesto, de la gran crítica al sistema. Como hemos dicho antes, detrás de una aparente familia modélica, la sombra de su silueta puede ser alargada y muy oscura.

   Pero Cecilia, Lux, Mary, Bonnie y Therese son algo más que ese imborrable recuerdo, ese suceso morboso o esos eternos y bellos fantasmas. Las hermanas Lisbon, para empezar, eran adolescentes. Simple y llanamente. Chicas de edades comprendidas entre los 13 y los 17 años con los problemas, deseos, ambiciones, opiniones y preocupaciones típicas de su edad, a corde con su tiempo cronológico pero que, sin embargo, nunca fueron escuchadas y liberadas de su particular jaula dorada. Si repasamos un poco la historia de la literatura nos damos cuenta que la adolescencia es uno de los grandes temas. Explorado por infinidad de autoras y autores desde perspectivas y estilos muy amplios, muchos de estos adolescentes han acabado formando parte del imaginario colectivo, siendo el irreverente y polémico Holden Caulfield de El guardián entre el centeno de Salinger el adolescente más famoso de la literatura universal. A pesar de ello, y lecturas como Había una fiesta de Marina L. Ruidoms me lo ha demostrado, a penas existe una representación o abordaje de dicha etapa vital desde la perspectiva femenina. Y la poca que hay está influida por una visión estereotipada y simplista procedente de unos canones patriarcales que la sociedad ha acabado por asimilar y darlos por buenos. Es como si sólo los chicos de 14 años, por poner un ejemplo, mereciesen ser los protagonistas de novelas, cuentos o sagas enteras cuando el universo de las adolescentes es igual de rico e interesante. En el momento en el que Las vírgenes suicidas se publicó a penas habían libros en los que existiese dicha representación. Uno de ellos - la periférica e inquietante novela de Joan Lindsay Picnic en Hanging Rock - abrió la veda a principios de siglo XX al retratar y ahondar en la pisque de un grupo de chicas jóvenes de la época y que posteriormente se llevaría con gran éxito al cine. Dentro del mundo audiovisual, también había poco donde elegir. Películas como El club de los cinco o La chica de rosa de John Hughes fueron importantes, pero sin embargo diluidas en un mar de producciones de temática juvenil plagadas de testosterona y personajes femeninos poco interesantes. Con la llegada de Las vírgenes suicidas - y su impresionante aproximación a la adolescencia de las hermanas Lisbon en plenos años 70 - una ola de autoras como Emma Cline, Tao Lin o Gemma Lienas sacudió el panorama editorial con historias protagonizadas por chicas de 15 años que, lejos de parecerse a las animadoras u empollonas tan populares de las películas norteamericanas, demostraban su valía desprendiéndose de prejuicios sociales, intelectuales o sexuales.

   Cuesta creer como generaciones y generaciones de chicas han crecido sin el acceso a referentes femeninos, como también es dramático observar la imposibilidad de verse identificadas en personajes literarios de su edad. En jóvenes que, desde el papel, tuviesen sus mismos pensamientos, razonamientos, dilemas y hablasen con total libertad sobre temas todavía tabúes en lo que al sexo femenino se refiere como por ejemplo el despertar sexual o la menstruación. Que importante es visibilizarlo, contarlo, narrarlo, recordarlo. Si alguien hubiese escuchado, si alguien hubiese empatizado, si alguien hubiese comprendido a las hermanas Lisbon, probablemente estarían vivas y no sumidas en una eterna adolescencia, sepultada bajo capas y capas de tierra del camposanto. Las vírgenes suicidas: una historia de reflexión, incomprensión, adolescencia, dificultades, asfixia social, fanatismos, recuerdos imborrables, memoria colectiva, subjetividades... Una novela sobre la inadmisibilidad del suicidio, pero también una necesaria aproximación al relato de esa compañera de pupitre a la que durante el instituto no conocimos en todas sus facetas.

Frases o párrafos favoritos:

"Nunca llegamos a entender por qué a las chicas les preocupaba tanto hacerse mayores ni por qué se sentían obligadas a dedicarse cumplidos, pero a veces, cuando uno de nosotros había leído en voz alta alguna parte del diario, debíamos reprimir la necesidad de echarnos los unos en brazos de los otros o de decirnos que estábamos guapísimos. Supimos de esa cárcel que es ser chica, de los impulsos y los sueños que genera y por qué acaban sabiendo qué colores combinan y cuáles no. Supimos que las chicas eran  gemelas nuestras, que todos existíamos en el espacio como animales con idéntica piel y que si ellas lo sabían todo de nosotros, nosotros en cambio no podíamos sacar nada en claro de ellas. Supimos, finalmente, que las hermanas Lisbon eran en realidad mujeres disfrazadas de niñas, que sabían del amor incluso de la muerte y que nuestra función se reducía simplemente a emitir una especie de ruido que parecía fascinarlas”.

¡Un saludo y a seguir leyendo!