martes, 29 de septiembre de 2020

RESEÑA: Desierto sonoro.

DESIERTO SONORO


Título: Desierto sonoro. 

Autora: Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983), es autora de las novelas Los ingrávidos (2011) y La historia de mis dientes (2013) y de los ensayos Papeles falsos (2010) y Los niños perdidos (2016), todos ellos publicados en Sexto Piso. Ha colaborado, entre otros, en medios como The New York Times, Granta, The Guardian o El País. Sus obras, traducidas a más de veinte lenguas, han sido galardonadas dos veces con el Los Angeles Times Book Prize y con el American Book Award, y en dos ocasiones fueron finalistas del National Book Critics Circle Award. En la actualidad, reside en Nueva York.


Editorial: Sexto Piso. 

Idioma: inglés. 

Traductores: Daniel Saldaña París y Valeria Luiselli 

Sinopsis: Un matrimonio en crisis viaja en coche con sus dos hijos pequeños desde Nueva York hasta Arizona. Ambos son documentalistas y cada uno se concentra en un proyecto propio: él está tras los rastros de la última banda apache en rendirse al poder militar estadounidense; ella busca documentar la diáspora de niños que llegan a la frontera sur del país en busca de asilo. Mientras el coche familiar atraviesa el vasto territorio norteamericano, los dos niños, sentados en el asiento trasero confunden las noticias de la crisis migratoria con el genocidio de los pueblos originarios de Norteamérica. En su imaginación, estas historias se entremezclan, dando lugar a una aventura que es la historia de una familia, un país y un continente. 

Su lectura me ha parecido: extensa, aguda en su aproximación a los conflictos, emotiva, paisajística, sensorial, magnética, fotográfica, documentada, una gran metáfora... La primera, y por el momento única vez, que fui a Asturias tenía doce o trece años, no lo recuerdo bien. Salimos prontísimo de mi pueblo, situado en plena Sierra de Albarracín, con la intención de estar en Gijón por la tarde, a ser posible, antes de que se nos hiciera de noche en plena carretera. De los primeros kilómetros de viaje sólo me acuerdo de algún que otro pueblo coronado con su ruinoso castillo medieval y de la polilla que mi hermano casi se tragó por llevar la ventanilla demasiado baja. Actualmente sigue enfadándose cada vez que sale el tema, pero es que sigue siendo memorable. A continuación me vienen imágenes de eternos campos de trigo dorándose bajo el sol. Campos de Castilla sucediéndose, uno tras otro, y otro, y otro. Parecían no acabarse. Entre medio Burgos y su catedral observada, no sin admiración, desde la dolorosa lejanía del tráfico. Y más trigo, y más amarillo, y más pueblos que parecían sacados de una película de Almodóvar. Hasta que, de pronto, un túnel. Una oscuridad intermitente y amenizada con pequeños destellos de luz cada vez que atravesábamos el corazón de una nueva montaña. Estábamos buceando bajo la Cordillera Cantábrica y yo pensando que la bordearíamos, que vería impresionantes acantilados. En fin, mi gozo en un pozo. Recuerdo que el último tramo un negro prolongado hizo que por un momento me temiese lo peor, que nuestro destino estaría al final de dicho túnel, sin posibilidad de deleitarme con nada más que no fuera asfalto o edificios de siete plantas. Por fortuna, una explosión verdosa irrumpió ante nuestro más inocente asombro. Sabíamos que el norte era verde, verde intenso, verde humedad, ese que no abunda tanto por el Mediterráneo y que con gusto me llevaría un cachito para mi tierra. Huelga decir que, además de las montañas totalmente pobladas, lo primero que vimos fue una vaca - muy estereotipado lo sé, pero es que sucedió de verdad así - y un inclemente cielo grisáceo, incapaz de dejar pasar el mínimo rayo de sol. Gijón, Oviedo, Cudillero... Cada una a su estilo pero impregnadas de la herencia pesquera y minera que tanto ha caracterizado la zona. No así en Santander - otro de mis largos viajes, aunque aquella vez fue en tren - con mansiones de estilo neovictoriano salpicadas a lo largo del paseo marítimo de la Playa del Sardinero y lugar de veraneo por excelencia de la clase adinerada en la España de principios de siglo XX, incluyendo la propia familia real (algún día hablaré de mi experiencia durmiendo una semana en el Palacio de la Magdalena). O en Almería, una pequeña ciudad en medio de un mítico secarral - aún sigo soñando con visitar los estudios de las películas del Espagueti Western - y pueblos cercados por auténticos océanos de plástico. Con todo esto pretendo que seáis conscientes de la diversidad geográfica, ambiental y los diferentes derroteros históricos por los que han transitado las distintas zonas que conforman España en concreto; haciendo del país un lugar de fuertes contrastes. Lo mismo sucede en Francia, Japón, Italia, Marruecos o el mismo Estados Unidos por citar varios ejemplos. De hecho, si me lo permitís, nos quedaremos un rato en este último, nos subiremos al coche, llenaremos el depósito y emprenderemos un intenso viaje a través de uno de sus paisajes más cinematográficos para adentrarnos en dos de las heridas - tanto personales como históricas - más sangrantes de su corta existencia. Desierto sonoro: un road trip literario, un drama familiar y los conflictos más acuciantes con Monument Valley como telón de fondo. 


La idea para la presente novela le vino a Valeria Luiselli, una de las escritoras mejicanas más leídas y respetadas a nivel internacional, tras escribir en el año 2016 Los niños perdidos. Hasta la fecha, su ensayo más importante. En él, Luiselli recoge y reflexiona sobre las voces y las experiencias de los miles de niños que cada año cruzan la frontera entre México y Estados Unidos con el promesa de un futuro mejor, alejados de la violencia y la pobreza de su lugar de origen. Las circunstancias que envolvieron la escritura de dicho texto fueron, además, las más idóneas, ya que la propia Luiselli se encontraba en aquellos momentos esperando su correspondiente Green Card (nombre con el que se conoce al documento necesario para poder trabajar en EEUU) a la vez que se estaba produciendo un importante incremento de este tipo de inmigración y con las elecciones que darían como ganador a Donald Trump caldeando el ambiente. No es de extrañar que, con dicho panorama, Luiselli haya acabado dando forma a un texto que, a pesar de moverse dentro del terreno ficcional, se eleva como un documento casi arqueológico de la época actual. Puede parecer una exageración el hecho de haber empleado las palabras "documento" y "arqueológico" en la misma frase, pero creedme cuando os digo que, en esta ocasión, estamos ante uno de esos libros inolvidables desde el punto de vista literario y trascendentales desde su aspecto multitemático, así como su aproximación al campo documental. Partiendo de la base de un road trip - o road book si queréis - Luiselli nos sienta al lado de una familia de cuatro miembros (un un padre, una madre y un hijo y una hija) que se embarcan en la odisea - porque así es como el lector lo percibe) de viajar desde Nueva York hasta Arizona. Desde el cosmopolitismo y los infinitos rascacielos a la aridez del desierto y las postales fordianas. Desde la intelectualidad cultural a la hostilidad de la última frontera. Ya sólo por eso, por ese pedazo viajazo que se pega la familia en cuestión, ya merece la pena adentrarse en Desierto sonoro. Son tan bellas las descripciones, tan perceptibles los sonidos, tan vivos los colores, tan abrasador ese calor que cae con toda su furia sobre el capó del coche, tan luminosos los letreros yankees, tan desoladora esa casa de madera en medio de la nada, tan oxidados esos convoys de mercancías abandonados desde ni se sabe cuando, tan mítico, tan irreal, tan impactante, tan destructivo, tan sinestésico, tan hermoso a pesar de todo. ¿Alguien se ha preguntado aluna vez a que suena el desierto? ¿Y una megalópolis como Nueva York? ¿Qué puntos en común podemos encontrar? ¿Qué diferencias insalvables existen entre ambos mundos? Y lo más importante, ¿Pueden ilustrarnos sobre la forma en la que dichos sonidos se han transmitido y nuestra forma de interpretarlos a lo largo de la historia? La respuesta es afirmativa y nos la da, por supuesto, la misma Valeria Luiselli. 


Además de esta reflexión entorno a la transmisión del relato - que como historiadora he aplaudido con entusiasmo - Desierto sonoro transita entre dos aguas especialmente agitadas. La primera de ellas tiene que ver con los dos motivos por los que dicha familia emprende el viaje. Tanto el padre como la madre son dos prestigiosos documentalistas y cada uno de ellos persigue su propia hazaña dentro de dicho campo. Él, obsesionado con las tribus de los nativos americanos y su terrible sino en las reservas tras las Guerras Indias, se traslada a Arizona para documentarse e inventariar toda clase de fuentes sobre los últimos apaches libres y Gerónimo. Ella, por el contrario, ansía con viajar un poco más abajo, hasta la mismísima frontera, para encontrarse con las hijas de una conocida que han migrado solas desde un país latinoamericano para encontrarse con su madre. No es casualidad la elección de estos temas dignos de investigación documentalística, ya que representan dos puntos negros dentro de la historia de los Estados Unidos. El uno por las pretensiones imperialistas por parte de los colonos tornadas en un autentico genocidio contra los nativos americanos y que precisamente por su lejanía en el tiempo está en peligro de caer en el olvido. Aún conociendo la existencia de pequeños grupos reunidos en las reservas - lugares de la vergüenza, tristeza y alcohol -  que no cejan en su empeño por reivindicar su identidad, sus costumbres y su legitimidad. Al fin y al cabo ellos ya estaban allí muchos siglos antes de que el hombre y la mujer blanca pisasen por primera vez suelo norteamericano. El otro, por desgracia, sigue más vivo que nunca. No hay más que poner la televisión o hacer un pequeño ejercicio de memoria para evocar las escalofriantes imágenes de padres separados de sus hijos en los centros de internamiento de la frontera. Por no hablar de la promesa estrella de aquella campaña electoral de 2016 por parte del actual presidente de los Estados Unidos de levantar un muro con México, de hormigón esta vez, más alto, más robusto, imposible de escalar. ¿Nos suena verdad? Con todo esto Valeria Luiselli no sólo pretende hacer un mapa histórico de la historia más reciente del país que finalmente la acogió como periodista y escritora de renombre - situando el estado de Arizona como paradigma de las heridas no cicatrizadas y las surgidas en los últimos años - también sacarle los colores a una nación anclada en un anacrónico imperialismo al cual es incapaz de renunciar. Por otro lado, el otro mar en el que la autora se siente más cómoda tiene que ver con el drama familiar, los problemas de los progenitores - al borde de la ruptura - que intentan ocultar y aparentar normalidad ante sus hijos. Unos niños que, como buenos niños, no hacen más que preguntar y confundir las historias de sus padres, las historias de los nativos americanos con las de los niños que cruzan la frontera, creando ellos mismos, a la poste, su propio relato. Resulta tierno y divertido observar la confusión de los pequeños, así como la confección de una diáspora inventada que acabarán buscando por su cuenta. Desde el primer momento sabemos que la cosa no está bien, que ese matrimonio está condenado a su desintegración, pero la conjunción de historias y circunstancias hacen que el lector dude de que la ruptura pueda o no producirse. De lo íntimo a lo visible. De lo privado a lo público. De lo anecdótico a lo trascendental. De lo particular a lo inabarcable. Así nos lleva Luiselli, de la mano, a través de cajas, recuerdos, fotografías, documentos, rollos de película, guiones, maletas llenas de ropa... Objetos que conforman la identidad de los protagonistas al tiempo que los reduce a un pequeño grano de arena en medio del desierto. Un lugar mágico, cargado de mitología. Antaño, hogar de tribus apaches. Ahora, lugar de peregrinación para los amantes del western y principal escenario de la vergüenza perpetrada contra el inmigrante que sólo desea prosperar en la supuesta tierra de la libertad. Leyendo la presente novela una no sólo aprende a desmitificar a uno de los países más poderosos del globo, también a apreciarlo en toda su dimensión, con sus virtudes y sus sombras, en ocasiones, más alargadas si cabe. 

Desierto sonoro: una historia de quiebros, injusticias históricas, olvido, memoria, tragedias familiares, relatos inventados, sonidos, olores, colores, texturas, sabores... Un viaje imposible de olvidar. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Nuestras madres nos enseñan a hablar y el mundo nos enseña a callar."

"Tal vez diría que documentar es cuando se suma cosa y luz, luz menos cosa, fotografía tras fotografía; o cuando se agrega sonido, más silencio, menos sonido, menos silencio. Lo que se tiene al final, son todos los momentos que no forman parte de la experiencia real."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Sexto Piso

miércoles, 23 de septiembre de 2020

RESEÑA: Sus hijos después de ellos.

 SUS HIJOS DESPUÉS DE ELLOS


Título: Sus hijos después de ellos. 

Autor: Nicolas Mathieu (Épinal, Francia, 1978). Después de estudiar historia y cinematografía se trasladó a París y en 2014 publicó su primera novela, Aux animaux la guerre, premio Erckmann-Chatrain, y colaboró en la adaptación para convertir su libro en una serie televisiva que emitió France 3. Su segunda novela, Sus hijos después de ellos, además de entusiasmar a la crítica, ha recibido el Premio Goncourt 2018 y otros muchos galardones, entre ellos el Premio Blù de la asociación Jean-Marc Roberts, el Feuille d´Or de la Spiess- Le Central a la segunda novela. En la actualidad, Nicolas Mathieu reside en Nancy. 


Editorial: Adn (Alianza Novelas). 

Idioma: francés. 

Traductora: Amaya García Gallego. 

Sinopsis: Agosto de 1992 en el oeste de Francia: un valle olvidado, unos altos hornos extinguidos, un lago y el calor canicular de la noche. Anthony tiene catorce años y, por puro aburrimiento, acaba robando, junto a su primo, una canoa para ir a curiosear a la famosa playa nudista de la orilla de enfrente. Allí lo que espera es el primer amor, el primer verano, el que marca todo lo que le sucederá después. Así se inicia el drama de la vida. Este libro es la novela de un valle, de una era y de la adolescencia; es el relato político de una juventud que tiene que encontrar su propio camino en un mundo agonizante. Cuatro veranos, cuatro momentos, desde Smells like a teen spirit al Mundial de fútbol de 1998, para relatar unas vidas que transcurren a toda velocidad en esa Francia intermedia, la de las ciudades medianas y las zonas residenciales, entre el aislamiento rural y el hormigón de los polígonos. La Francia de Johnny Hallyday, la de los pueblos que se divierten en las atracciones de feria y se enfrentan a concursos de televisión; la de los hombres que se consumen en el tajo y las mujeres enamoradas que se marchitan a los veinte años. Un país en la retaguardia de la globalización, atrapado entre la nostalgia y el declive, la decencia y la rabia. 

Su lectura me ha parecido: entretenida, íntima, generacional, con constantes referencias a la cultura popular francesa, noventera hasta decir basta, veraniega, claustrofóbica en cierto modo, bella, desesperada... El verano, la estación más deseada y odiada a partes iguales. Unos por la libertad que para ellos representa la arena, una tumbona y el horizonte azul contemplado a través de unas oscuras gafas de sol. Otros por el horror materializado en camisas chorreantes de sudor, sombrillas que no protegen correctamente del sol o el simple hecho de matarte a trabajar mientras el resto se pega la vida padre. Los veranos tienden a recordarse, a evocarse, a reproducirse en bucle, como si de una canción del Spotify se tratase. Sobre todo aquellos que, de alguna manera, han marcado nuestra vida, algunos sustancialmente y otros para siempre. Cada veraneante estival es un mundo. Están los que se alquilan un apartamento en la costa y se pasan los quince días de la playa a la cama, o de la playa al chiringuito, o de la playa a la discoteca, o de la playa a la playa. Los que, hijos del éxodo rural, se pasan los días de vacaciones en la casa del abuelo o de la abuela que todavía conserva en el pueblo del que un día, hace muchos años, salió en busca de un futuro mejor. Pero también, no debemos olvidarnos, los hay que no tienen ni apartamento en la playa ni ningún familiar cercano con vivienda en la España rural y la ciudad, la jungla de asfalto, se convierte en su refugio hasta que la rueda comience a dar vueltas de nuevo amparados por una resignada virgen de agosto. En esta subjetiva clasificación también incluiremos, como no, a las y los privilegiados que consiguen viajar al extranjero una vez al año; algunos de los cuales, no sin cierta desidia, desprecian lo que el país que les ha visto nacer puede ofrecerles. Los veranos que hunden su ancla en nuestra memoria tienden a ser los mismos: el de la infancia (por ser de los primeros, aunque la nitidez de las vivencias no sea del todo fiable), el de la adolescencia (episodios concretos, idealizados hasta la exageración y de algún modo determinantes) y los de la edad adulta o madurez (cuando o bien estás harta/o de volver siempre al mismo lugar y te despides por un tiempo de él o bien se produce una inusitada reconciliación con lo que tanto repudiaste y ahora observas con ojos menos prejuiciosos). Y hablando de veranos, este ha sido especialmente memorable, no sólo por el hecho de que hayamos sacado a pasear la mascarilla (hasta en la playa) o que nuestras manos se hayan convertido en un muestrario de geles hidroalcohólicos. También por haber sido el verano de los redescubrimientos. De pronto esa calle del centro no es tan fea como parecía o ese sendero que conduce al pueblo de al lado es menos difícil de lo que recordábamos. Si hasta la Giralda, la Catedral de Santiago o la Muralla de Ávila nos vuelven a resultar hermosos. Como si el haber permanecido meses sin salir de casa hubiese alterado nuestra percepción y ahora se nos antoje todo nuevo, impactante, deslumbrante. Precisamente de calores aplastantes, de descubrimientos - y algún que otro redescubrimiento - y de las peculiaridades de cualquier idiosincrasia patria (en este caso la francesa) va la novela que hoy reseño para todas vosotras/os. Merecedora del Goncourt y perteneciente a una tendencia literaria en ascenso. Sus hijos después de los nuestros: adolescencia noventera y decadencia industrial de la Francia periférica. 


Si hace unos años la nostalgia ochentera parecía invadirlo todo, sobre todo a nivel cinematográfico y seriéfilo. Algunos lo achacaron al arrollador éxito de la serie de Netflix Stranger Things - sobresaliente en su primera temporada, predecible en las dos siguientes - ya que en ella, además de Demogorgons y niñas con poderes telequinéticos (inolvidable Eleven), la ficción se revelaba como un brutal y bello homenaje a una década clave a nivel cultural, cuyos iconos han acabado imponiéndose, con todo el derecho del mundo, en los primeros puestos dentro de nuestro imaginario popular. Su visionado te hacía revisitar clásicos como Los Cazafantasmas, Los Goonies, Tiburón, la saga de Indiana Jones, Top Gun, Regreso al futuro, Terminator o La historia interminable. Así como volver a sumergirte en los acordes de los Village People, Bonny Tyler, The Police, Europe, Blondie, Madonna o Def Lepard. Otros por el contrario achacaron este revisionismo a que la mayoría de las películas citadas cumplían la friolera de veinticinco años - algo que cuesta de asimilar ya que su esencia sigue tan o más vigente que entonces - . Por el contrario, a menos que yo sepa, a nivel literario la fiebre de los 80 no tuvo tanta repercusión más allá de alguna novela ambientada en dicha época que pasó por el mercado editorial sin mucha gloria. Lo que sí sucedió en España en particular, y esto es importante reseñar, fue una revisión menos idílica de lo que significó la Movida Madrileña. Un movimiento socio-cultural imprescindible para entender las nuevas corrientes artístico-literarias que entraron como un torrente en nuestro país - algunas de ellas todavía prevalecen en campos como el cinematográfico, el musical o el de la creación literaria - y que llenaron el país de libertad y luz pero que, en su génesis, también se observan muchas sombras. Pues bien, si los 80 volvieron con fuerza, los 90 han irrumpido por una puerta todavía más grande. El estreno - cumpliendo la profecía que le hizo Laura Palmer al agente Cooper en la famosa Habitación Roja de que volverían a verse dentro de veinticinco años - de la tan ansiada como sorprendente tercera temporada de Twin Peaks en el año 2017 ya era un aviso de lo que estaba por llegar. Y aunque el amor en la Lombardía de los años ochenta entre Elio y Oliver en Call me by your name nos dejó mudos de asombro también aquel lejano 2017, los 90 estaban a punto de llamar al timbre. Esta vez sí que la literatura se atrevió a coger el guante, lo que ha provocado el surgimiento de nuevas voces (la mayoría mujeres) nacidas en dicha década o que la vivieron marcadas/os por el conflicto entre la tradición y la modernidad. Elisa Victoria, Sally Ronney, Andrea Abreu, Angelo Nestore, Marina L. Riudoms, Anna Pacheco, Luna Miguel, Emma Cline, Víctor Parkas... La lista es larguísima. Películas como Las niñas (2020) de la directora Pilar Palomero o Verónica (2018) de Paco Plaza, una nueva reivindicación del disco Nevermind de Nirvana, ese acercamiento intelectual a los iconos culturales de la época como la Ruta del Bakalao o que de cara al próximo invierno las camisas de leñador vuelvan a estar de moda (herederas del estilo desaliñado y grunge de Kurt Kobain) revelan esta nueva fiebre retro. Algo parecido sucede con Sus hijos después de ellos, novela en la que su autor ha pretendido mostrar al mundo, más allá de las fronteras físicas de su país, como era ser joven o adulto en los turbulentos 90. El resultado se revela fascinante y demasiado autóctono a partes iguales. 


Sus hijos después de ellos atrapa desde el primer momento, haciendo las delicias de todas aquellas lectoras/es que sientan, como una servidora, especial debilidad por las novelas ambientadas en lo más caluroso del caluroso verano. Y más aún cuando de repente descubrimos que la acción trascurrirá a lo largo de cuatro estíos bien diferentes (1992, 1994, 1996 y 1998 respectivamente). Cuatro fechas que el autor no ha escogido al azar así por que sí, sino que, en su conjunto, pretenden englobar toda una época dentro de la historia de Francia. De este modo Mathieu va de lo colectivo a lo particular, hablando de acontecimientos trascendentes en el devenir del país - como el desmantelamiento de la industria - así como otros no tan importantes a simple vista pero que desde el punto de vista popular aún siguen rememorándose - como el Mundial de Futbol de 1998 donde Francia se alzó con la ansiada copa -. Todo ello como telón de fondo sobre el que se proyecta la historia de los personajes de esta novela. Ambientada en un valle del este cuyo nombre el autor se inventa para la ocasión, la novela arranca con toallas extendidas sobre la tierra, Ray-Bans falsas, porros, bocadillos de queso y el robo de una canoa por parte de Anthony y su primo para ir a la zona nudista con la única intención de ver chicas en toples. Todo ello con un halo de decadencia bajo el implacable sol dorando sus blanquecinas pieles. Su inicio no puede ser más perverso e interesante a partes iguales. Pillaje adolescente envuelto en una mediocridad - percibida tanto por los personajes como por el propio lector que se adentra en sus páginas - que no desaparecerá e irá in crescendo a medida que avancemos en su lectura. A partir de ahí iremos conociendo mejor a Anthony - hijo de una clase obrera a punto de extinguirse que emprende una huida hacia adelante tratando de escapar de un destino parecido al de su propio padre - a Step - hija de la burguesía provinciana con deseos de aspirar a algo mejor convertida en el intermitente amor de Anthony - y Hacine - hijo de la inmigración y de los márgenes de la sociedad, consigue aún así ascender a pesar de su azarosa caída en picado -. Entre motocicletas robadas, Música de Nirvana, coches de choques, drogas, barrios marginales, fábricas abandonadas y las primeras experiencias sexuales los jóvenes parecen transitar en un paisaje sociológico plagado de pesimismo. En donde los símbolos de la época - como la música de Johnny Hallyday - cobran un gran protagonismo. Fue sin duda en este punto en el que como lectora tal vez me sentí fuera de la historia. Si fuera francesa o conociese más a fondo su historia más reciente a nivel cultural y sobre todo televisivo tal vez hubiese disfrutado de otra forma la novela de Mathieu. El autor ha querido hacer una radiografía tan exacta de los 90 franceses que hay cosas que se me escapaban. Eso sí, me ha encantado saber que nuestros vecinos también enfrentaban a pueblos en un programa de televisión veraniego, como nuestro Grand Prix pero sin la vaquilla, claro está. 


Leyendo esta historia de adolescentes rebeldes, de ciudades cuyo esplendor ha pasado a mejor vida, de padres que proyectan sus frustraciones y sueños sobre sus hijos (sí, en esta novela los progenitores juegan un papel clave), de vasos de tubo arrojados al suelo tras la borrachera y de tragedias personales; me he dado cuenta de que nuestra historia más reciente ha transitado por derroteros más o menos parecidos. Nosotros también sufrimos una traumática reconversión industrial, vivimos un año concreto de gloria - en nuestro caso el 92 - y algunos episodios que nos volvían de golpe y porrazo a una realidad que, por muchas exposiciones universales o juegos olímpicos que se celebrasen, seguía estando ahí. También, al igual que les sucede a los protagonistas del libro, los jóvenes de los 90 caminaban entre dos realidades, la de las generaciones anteriores (en particular la de los padres y sobre todo los abuelos) y la de un presente cuyo desenlace de preveía incierto pero prometedor. Por si fuera poco, aquella fue la última generación virgen de nuevas tecnologías. La última que jugaba a juegos de mesa, a las muñecas o al pilla pilla en lugar de entretenerse con una aplicación de la Tablet. La última que consiguió dejar volar su imaginación o entablar una conversación con amigas/os sin la necesidad de estar mirando cada dos por tres la pantalla de un teléfono móvil. En definitiva, la última capaz de sostener la mirada sin bajar la cabeza. A pesar de que el pesimismo fue la tónica de la década, lo cierto es que durante ese tiempo también nos sentimos un poco los reyes del mambo, los amos del mundo. Por fin parecía que se nos empezaba a tomar en serio, que la gente encontraba trabajo sin dificultad alguna, que podíamos dormir tranquilos, con la certeza de que nada malo nos sucedería. Visto con los ojos del 2020, del confinamiento, de las mascarillas, de los geles, de la distancia de seguridad, de las restricciones, del brutal paro. Con los ojos de un mundo percibido como apocalíptico (sobre todo desde los medios de comunicación) y en el que todo parece haber cambiado para peor, nos entra la risa floja, la carcajada más histriónica, peor que la del Joker. Esa que tanto miedo nos hizo sentir y que, sin a penas quererlo, se ha convertido en un recuerdo más de la antigua normalidad. Un trasto más en ese cajón que con tanto cariño guardamos en nuestra cabeza, esperando tiempos mejores. Mientras tanto, parafraseando a Humphrey Bogart en Casablanca, siempre nos quedarán aquellos veranos noventeros. 

Sus hijos después de ellos: una historia de amor adolescente, huidas hacia adelante, robos, engaños, heridas sin cicatrizar, decadencia, periferia, pueblos de fiesta, lagos refrescantes, fiestas hasta el amanecer, inseguridades... Un Smells like a teen spirit en toda regla y a la francesa. 

Frases o párrafos favoritos: 

"El sol caía a plomo sobre las aguas del lago confiriéndoles la densidad del petróleo. De tanto en tanto, esa superficie de terciopelo se estremecía al pasar una carpa o un lucio. El chico sorbió. El aire estaba cargado con ese mismo olor a lodo y a tierra plúmbea por el sol. El mes de julio le había salpicado de pecas la espalda, ya ancha. No llevaba puesto a parte de un pantalón de fútbol viejo y un par de Ray-Ban falsas. Hacía un calor para morirse, pero eso no lo explicaba todo."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de AdN Novelas

sábado, 19 de septiembre de 2020

RESEÑA: Mandíbula.

MANDÍBULA


Título: Mandíbula. 

Autora: Mónica Ojeda (Guayaquil, Ecuador, 1988). Máster en Creación Literaria y en Teoría y Crítica de la Cultura, dio clases de Literatura en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil. Actualmente vive en Madrid, donde cursa un Doctorado en Humanidades sobre literatura pornoerótica. Ha publicado las novelas Nefando (Candaya, 2016) que tuvo una espectacular recepción crítica y La desfiguración de Silvia (Premio Alba de Narrativa 2014). En 2017 publicó el relato Caninos y otro de sus cuentos fue antologado en Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos (Candaya 2013). Con El ciclo de las piedras, su primer libro de poemas, obtuvo el Premio Nacional de Poesía Desembarco en 2015. Forma parte de la prestigiosa lista de Bogotá 39-2017 que recoge a los 39 escritores latinoamericanos con más talento y proyección de la década. Mandíbula (Candaya 2019) y el poemario Historia de la leche (Candaya 2020) son sus últimas publicaciones. 


Editorial: Candaya. 

Idioma: castellano. 

Sinopsis: Una adolescente fanática del horror y de los creepypastas despierta maniatada en una cabaña en medio del bosque. Su secuestradora no es una desconocida, sino su nueva profesora de Lengua y Literatura, una mujer joven a quien ella y sus amigas han atormentado durante meses en un colegio de élite del Opus Dei. Pero pronto los motivos de ese secuestro se revelarán mucho más oscuros que el bullying a una maestra: un perturbador amor juvenil, una traición inesperada y algunos ritos secretos e iniciáticos inspirados en esas historias virales y terroríficas gestadas en Internet. 

Su lectura me ha parecido: exuberante, poética, terrorífica, cruel, apabullante, con influencias literarias especialmente acertadas, una prosa en estado de gracia, extremadamente violenta... Acababa de salir de la librería en la que trabajaba - y sigo trabajando - cuando decidí, por fin, iniciar la lectura del presente libro. Junto a la cartera, el bonobús, la botella de agua, el móvil y algunos tickets con la tinta borrada la novela de Mónica Ojeda compartió trayecto y espera en el almacén. A la hora de almorzar no dudé y me lo llevé al horno donde normalmente la empanadilla y el café caliente suelen levantarme un poco el ánimo de cara a una nueva tanda de jubilados curiosos, señoras que piden libros que jamás tendremos y estudiantes que arramblan con las estanterías de psicología, autoayuda y política. Era una fría mañana de febrero, así que el café debía estar oloroso, calentito, y la empanadilla rellena de morcilla, cebolla y membrillo. Un capricho invernal, que queréis que os diga. Esperé mi comanda sentada en un taburete, con el hielo impactado sobre mis mejillas. Ojalá hubiese cerrado la puerta, pero al ser un horno, el dueño estaba en su derecho a dejarla de par en par, por si aparecían nuevos clientes a los que colocar una tarta de calabaza casera. Recuerdo la foto de rigor, para el Instagram, en plena era del postureo millenial. No me juzguéis, los que me conocéis sabéis que yo no hago nada sin contenido, sin una labor de documentación y de reflexión previas, sin un toque de ingenio que, a las doce del medio día, había entrado en una pequeña crisis creativa. En esas estaba cuando, tras haber dejado atrás unas pocas páginas, casi me atraganto con el hojaldre de la empanadilla. Una frase, ahí, situada de esa forma, explícita, apabullante y bella al mismo tiempo, terrible en el buen sentido, impactante. Era tan fuerte a nivel descriptivo y gráfico lo que estaba leyendo que por un momento dudé en si continuar engullendo aquella suculenta mezcla, o por el contrario, dejar a medias mi idolatrado aperitivo de media mañana. ¿A qué se debía aquel repentino dolor de barriga? ¿Acaso había conseguido aquella autora con su forma de narrar que el membrillo se me hiciese bola y anudar con fuerza mis dos intestinos? Anonadada me hallaba. Perpleja. En estado de shock. Durante el resto de la jornada en la librería no dejé de pensar en ello, en las sensaciones que me había provocado y en que estaba deseando que cayera la noche para ver con qué artificio literario me sorprendía. Pero sobre todo, si mis piernas temblarían de nuevo ante lo poderoso de sus palabras. Hoy, varios meses después y una vez reposada, me adentro en la oscuridad, en los relatos ultraviolentos de internet y en la cabaña gore para hablaros de Mandíbula: el cruce perfecto entre H. P. Lovecraft, Stephen King, Slenderman y José María Escrivá de Balaguer.


Para entender un poco mejor la razón de ser de Mandíbula - titulazo al canto por cierto - debemos tener en cuenta, o al menos conocer un poco, dos aspectos fundamentales. El primero de ellos tiene que ver con el contexto, y es que la verdad sea dicha. No se puede entender el éxito de Mónica Ojeda - recordemos, escritora y académica ecuatoriana - sin mencionar, aunque sea brevemente, el esplendor de las letras latinoamericanas actual. Caracterizado por ese brillante acercamiento a tradiciones literarias hasta entonces poco vistas o en algunos casos inexistentes en esa parte del globo, anclarlas al territorio en cuestión y por estar capitaneado, fundamentalmente, por una serie de autoras (muchas de ellas conocidas a nivel internacional) que han conseguido elevar sus preocupaciones, así como las de sus respectivos países de origen, al panorama literario mundial. De hecho, en algunos círculos intelectuales ya se está empezando a hablar de un nuevo Boom de la literatura latinoamericana comparable en talento y en ventas al que todas y todos conocemos acaecido a mediados del siglo XX. Con la gran diferencia de que esta vez son ellas las que están empuñando la pluma. Con todo esto, no debemos olvidarnos de las pioneras, las que durante la primera generación de autores que traspasaron fronteras con sus novelas - Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Octavio Paz, Bioy Casares, Mario Vargas Llosa y compañía - estuvieron injustamente a la sombra de sus compañeros de profesión. Gabriela Mistral, Rosario Ferré, Mavel Moreno, Pita Amor, Eunice Odio y sobre todo Elena Garro - cuyo caso es especialmente sangrante - asentaron las bases y han servido de inspiración a esta nueva generación de autoras que, como un manantial, beben de su influencia así como de su constante reivindicación y rescate del ostracismo. Son muchas, muchísimas por fortuna, pero dadas las características de la presente reseña y el género que va a protagonizar, enumeraré solamente las autoras adscritas al terror o al misterio pertenecientes a este nuevo Boom. La cabeza más visible, como no podía ser de otra manera, sigue siendo la argentina Mariana Enríquez - cuyos relatos de miedo y su primera novela de reciente publicación han conquistado a lectores del otro lado del charco - pero no debemos pasar por alto a escritoras como Jacinta Escudos (El Salvador), Fernanda Melchor (México), Ariana Harwicz (Agentina), Guadalupe Nettel (México), Samantha Schebwlin (Argenina) o la propia Mónica Ojeda; cuya proyección literaria acabo de descubrir y me encantaría seguir aprendiendo de su técnica, de su poética, pero sobre todo, de su ultraviolenta aproximación al terror. 

 
El segundo de ellos nos lo da la trama y una de sus múltiples fuentes de inspiración. Además de esa aproximación a lo sobrenatural desde una cosmogonía propia - heredera, como no, de H.P. Lovecraft - y de ese interesante cambio de roles - en Mandíbula el bullying lo ejercen las alumnas contra la maestra novata - lo que realmente destacaría en el apartado de influencias es su insólito acercamiento a los Creepypastas. Como muchas y muchos de vosotros seguramente no sabréis de lo que estoy hablando, ahí va una pequeña explicación y breve historia de este subgénero del terror. Los Creepypastas son historias cortas de miedo recogidas y compartidas en Internet en blogs, foros o videos de Youtube. Su principal intención es asustar al lector con historias en las que los límites que separan la realidad de la ficción rezuman una inquietante ambigüedad. Sus tramas normalmente parten de leyendas urbanas, aunque también recurren a imágenes de películas, videojuegos o videos supuestamente malditos. En otras palabras, los Creepypastas vendrían a ser los fanfictioners - tan populares en la literatura juvenil - pero de terror. Se cree que su origen está en la década de los 90, cuando los correos en cadena volvieron a los foros de Internet, convirtiéndose en el caldo de cultivo para toda una oleada de escritoras y escritores anónimos (aunque en los últimos tiempos se ha comenzado a reivindicar la autoría y por consiguiente la sucesión de demandas de plagio) irrumpieran con sus cuentos sobre rituales, anécdotas personales muy chungas y, por supuesto, las ya mencionadas leyendas urbanas. Aunque éstas últimas son las más populares - hasta el punto de configurar un género en si mismo - también se popularizaron los Episodios perdidos - en los que se hablaba de copias extraviadas de programas de televisión siempre por oscuros motivos - Videos ocultos - la historia que jamás te han contado de X video viral - o Juegos Malditos - el retorcimiento sanguinolento de los más famosos de nuestra infancia o, en el caso de los videojuegos, contar la historia terrorífica de cierto personaje descartado de la saga -. Sin duda, los Creepypastas más famosos son Jeff the Killer - un adolescente, traumatizado por una agresión perpetrada por tres adolescentes, acaba perdiendo la cordura y asesinando a puñaladas a todo aquel que se cruza en su camino - y sobre todo Slenderman - un ser con una entidad sobrenatural, alto, sin rostro, con las extremidades tentaculares, vestido como un hombre de negocios, capaz de hipnotizar y conseguir que sus víctimas obedezcan sus órdenes, por muy inmorales que sean -. De hecho, fue este segundo personaje el que acabó protagonizando alguna que otra película (la última estrenada en 2018) además de sonadas polémicas en los medios de comunicación estadounidenses al producirse un crimen donde las asesinas - de 12 años ¡ojo! - aseguraron actuar en nombre de Slenderman, que este los había poseído y que les había obligado a cometer dicha atrocidad contra una compañera de clase. En definitiva, clasicismo a la hora de plantear las tramas - ambigua en sus límites ficcionales y extremadamente sangrienta en su forma - pero revolución a la hora de darlas a conocer aprovechando todas las oportunidades que Internet ofrece. De ahí un mayor éxito, sobre todo entre la gente joven, dentro de portales específicos, donde los fans se congregan virtualmente para no perderse una nueva entrega de su Creepypasta favorito. Cuesta creerlo pero lo cierto es que, a pesar del fanatismo que despiertan, es un subgénero (por llamarlo de alguna forma) bastante machacado, sobre todo por las élites de la literatura de terror, de ahí la sorpresa mayúscula. Que de pronto una novela como Mandíbula, en la que sus protagonistas son fans absolutas de este formato - se llega a citar algunos de los más importantes - haya tenido el respaldo de la crítica no deja de evidenciar un notable cambio. ¿Saltarán los Creepypastas de las pantallas al papel en un futuro no tan lejano? ¿De lo viral a lo best seller? ¿Cómo lo verán sus fans? ¿Morirá con la letra impresa o por el contrario cogerá mayor popularidad? El tiempo lo dirá. 


La historia tiene un punto de partida muy sencillo. Clara, una joven profesora marcada por una compleja y traumática relación maternofilial, comienza a trabajar en un colegio elitista del Opus Dei en el que un grupo de alumnas empiezan a ejercer un terrorífico acoso contra ella. Tiempo después de abandonar el instituto ante el incesante ensañamiento, Clara decide secuestrar a Fernanda (la más temeraria) y dar rienda suelta a su sed de venganza, poder, violencia desmedida y psicopatías varias. Esto último como consecuencia de lo vivido en el pasado, cuyo relato trasciende más allá de la acción y que bien merecería una reflexión más larga al respecto. Desde el minuto uno, Mónica Ojeda ya te da las pistas suficientes como para que desconfíes de Clara. Disfrazada bajo una aparente fragilidad y un vestuario anticuado - un inquietante esfuerzo en parecerse a ella o transformarse en ella, muy a lo Norman Bates en Psicosis pero sin la personalidad múltiple - se esconde un personaje dolido, oscuro, que despierta hasta lástima en el lector. Pero a medida que va avanzando el relato te aseguro que desearías no toparte con una mujer así en tu vida. A su lado, Fernanda - en su rabiosa insolencia adolescente - y Analisse - otra de las jóvenes, superdotada y con una inusitada creatividad - parecen querubines en un cuadro de Rafael. Al tiempo que asistimos a la salvaje tortura en una cabaña perdida en el bosque, diversos flashbacks nos trasladarán al Colegio Bilingüe Delta, al espeluznante bullying y a las reuniones de las chicas en un edificio abandonado para rendir culto al Dios Blanco de la Edad Blanca en un rito sadomasoquista que explora la violencia magmática de la adolescencia  y que no deja de ser todo un homenaje a los citados Creepypastas. Es ahí donde entroncamos con Lovecraft y con los relatos de Internet mientras que, en la acción acaecida en el presente, nos sumergimos en un un estilo más cercano al Carrie de Stephen King. Su variedad de registros es soberbia, al igual que su poesía que, a pesar de ser testigo de imágenes completamente inenarrables, Ojeda abre una obertura, un pequeño circulo de luz sobre la asfixia de la sábana, entre las cuerdas rodeando las muñecas o reflejada en la sangre de las heridas. Ante esto último permitidme una advertencia, si sois aprensivas/os, vuestro umbral del dolor es bajo o si os ponéis límites a la hora de leer según que cosas, mi recomendación es que os entrenéis antes de adentraros en Mandíbula. Sé que cada lector es un mundo, que puede que lo leáis y os quedéis igual o que flipéis a lo bestia - aunque con pausas para poder descansar la cabeza de tanto horror - pero ahí queda. Espero no haberos asustado. Dicho esto, sólo me queda señalar, además de la brutal crítica que Ojeda hace del sistema educativo de su país y de ese homenaje explícito a lo más exploit de la literatura de terror, dejarme apuntar esa oportuna lectura acerca del poder de los hombres ausentes. De esas figuras masculinas que, a pesar de no existir o tener un papel minoritario (un profesor de teología, un psicoanalista mudo...), no dudan en imponer su mirada moral sobre cualquier aspecto de la vida. El ejemplo más paradigmático es, en el caso de esta novela, el de Escrivá de Balaguer. Fundador del Opus fallecido en el año 1975 que, sin embargo, está presente en cada estampita, en cada sermón, en cada misa, en cada retrato del instituto, observando a la par que imponiendo su extremista visión de la iglesia católica. Ante ello, las mujeres de este texto se revuelven bajo unos postulados reaccionarios y machistas con sutileza, bajo una fingida contención que acaba explotando en la violencia más absoluta. En otras palabras: ante la asfixia, puñetazo limpio. 

Mandíbula: una historia de horror, bullying, madres estrictas, hijas reprimidas, adolescentes perturbadoras, elitismo, golpes, gritos, dolor, cuentos de miedo en blogs... Valiente apuesta. Léanla. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Todas las voces eran norias de cadáveres en su cabeza."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Editorial Candaya

martes, 15 de septiembre de 2020

RESEÑA: La entrometida.

 LA ENTROMETIDA


Título: La entrometida. 

Autora: Muriel Spark (Edimburgo, 1918) de padre judío y madre anglicana, como muchas mujeres artistas, tardó en encontrar su voz en medio de una vida de dificultades. Se casó muy joven y siguió a su marido hasta África donde trabajó como profesora. Poco tiempo después, en 1944, se embarcó en un transporte de tropas y volvió a Londres, dejando atrás Rodesia (la actual Zimbabue) a su marido y a su hijo. En Londres desempeñó diversos oficios; el más sorprendente, el de colaboradora en una oficina de contraespionaje del Ministerio de Asuntos Exteriores. Su labor allí era difundir noticias falsas para confundir a los alemanes. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial se consagra a la escritura, atravesando duros periodos de los cuales encontramos eco en varias de sus novelas, que nos hablan de un tiempo de juventud en el cual la escritora llegó a pasar hambre. En principio escribe poesía y crítica literaria. Después algunas piezas teatrales para la radio, la biografía de varias figuras literarias del siglo XIX como Emily Brönte o Mary Shelley, y más de una veintena de novelas. Muriel escribía a mano, sin apenas correcciones y por un solo lado, en cuadernos especiales de espiral importados de su Escocia natal. Tras la publicación y éxito de sus primeras novelas, se traslada a Estados Unidos para escapar del medio literario británico que sentía que la oprimía. En 1979 abandona Nueva York con destino Italia. Allí vivirá hasta su muerte, en abril de 2006, en un pequeño pueblo de la Toscana, dejando una novela inacabada. Recibió premios y distinciones, entre ellos, el título de dama del Imperio Británico en 1993 y el Premio David Cohen de Literatura Británica por el conjunto de su obra, en 1997, reconociendo así a la más brillante de las escritoras de postguerra de Gran Bretaña. 




Editorial: Blackie Books. 

Idioma: Inglés. 

Traductora: Lucrecia M. de Sáenz. 

Sinopsis: Fleur Talbot debe sobrevivir en el increíblemente clasista y machista Londres de después de la Segunda Guerra Mundial. Y ella no quiere solo sobrevivir; quiere vivir y quiere hacerlo a su manera. Ingresa en la Asociación Autobiográfica, un club donde un esnob le encarga reescribir los libros de memorias de un grupo de millonarios excéntricos. En paralelo a este trabajo, donde ella intuye un peligroso fraude, consuela a la esposa de su amante, un tipo gris que, a su vez, se liará con un poeta. Todos piensan que es una entrometida pero nada más lejos de la realidad. Ella solo quiere escribir su primera novela. Cada vez le es más difícil diferenciar ficción y realidad. Le hablan de llevar una vida más convencional, de casarse, pero ella no le gustan ni las novelas ni las vidas demasiado normales. 

Su lectura me ha parecido: corta, sencilla, muy bien escrita, repleta de giros, con tintes autobiográficos, con una protagonista inolvidable, entretenida, divertida... Durante el confinamiento, como crítica literaria y por supuesto como lectora, no podía evitar sentir cierto desasosiego, una pequeña pero insistente punzada en el estómago cada vez que, desde el gobierno, alargaban más y mas nuestro tiempo confinados en colmenas de hormigón. Ante una falta absoluta de creatividad por mi parte - cometí el error de pensar que aquella situación resultaría beneficiosa de cara a fortalecer mi habito de escritura en los arduos terrenos de la ficción - me volqué en la redacción de reseñas, en los directos temáticos (gracias a los cuales acabé perdiendo un poco la vergüenza a hablar sola ante la pantalla de un móvil) y a fin de cuentas en amenizar aún más si cabe la larga espera. No sé si lo conseguí, yo quiero pensar que sí y que, al menos, conseguí que unos pocos se leyeran algunas de las muchas recomendaciones que lanzaba desde un comedor atestado de libros. Mientras eso sucedía, observaba con verdadera preocupación la terrible pausa a la que se había visto obligado - no sin razón - el sector editorial de este país. Cese de actividad en imprentas, catálogos interrumpidos, libros publicados a principios de marzo olvidados tras la persiana de las librerías, cancelación de presentaciones, retrasos, distribuidoras sin a penas actividad, ferias del libro atrasadas o directamente suspendidas, novedades movidas al mes de septiembre... Un terremoto de enormes proporciones dentro de un ámbito ya de por si delicado, siempre en la cuerda floja. Lejos de achantarse, el sector se vio obligado a potenciar el teletrabajo, digitalizar a la velocidad del rayo sus catálogos y a ofrecer otras vías de promoción y fomento de la lectura a través de las redes sociales o plataformas como You Tube, Skype o Zoom. Todo con tal de no ver su nombre escrito en la lista de empresas engullidas por la crisis del Coronavirus. Aún así, y a pesar de estar dejándose la piel por sobrevivir, una servidora tendía a ser más pesimista. Que la cosa iba a durar más tiempo de lo que en realidad fue, que hasta bien entrado el otoño no pisaría una librería, si hasta llegué a pensar que el verano nos lo íbamos a pasar del balcón a la cama con el ventilador azotando las gotas de sudor. Afortunadamente esto no sucedió - aunque de las mascarillas en la playa no conseguimos librarnos - y la rueda comenzó, lenta y cautelosa, a funcionar de nuevo. La novela que hoy tengo el placer de reseñar pertenece a esa primera remesa de libros que llegó a mi buzón unas cuantas semanas después de aquel primer paseo por placer, de ese deseado caminar de una hora, cerca de mi casa y en el que el sol se deshacía en generosidad. Un libro que, hace unos meses era imposible su venta en las librerías y que ahora, en pleno septiembre, se nos revela como una de las lecturas más adecuadas para el mes en el que nos encontramos. La entrometida: la gran anécdota hecha novela. 


Para quienes seáis completamente ajenos a este libro y sobre todo a su autora, ahí va un poco de contextualización histórica. Reino Unido a finales de la Segunda Guerra Mundial era un país en la ruina, situación materializada no sólo en la destrucción evidente a ojos de todo el mundo por culpa de los incesantes bombardeos sobre su capital y otras ciudades de mayor o menor importancia, también a efectos económicos y sociales el país atravesaba una de sus épocas de mayor penuria. Hasta la década de los 60 con la implantación del Estado de Bienestar - una serie de medidas que introdujeron, entre otras cosas, la sanidad y la educación pública por primera vez en dicho país - Reino Unido vivió uno de sus momentos más delicados, hasta el punto de provocar en la población (sin duda influidos por los efectos adversos de la crisis posbélica) un cambio de mentalidad que tardó casi una década en producirse con la llegada de los Laboristas al poder al final de los aciagos 50. Fue precisamente este clima de reconstrucción, miseria, paro y dificultades el que vio nacer a toda una generación de escritoras - sí, en femenino - que, desde sus distintos estilos y géneros predilectos, capitanearon una forma de escribir más atrevida, directa, revolucionaria y audaz. Todo ello partiendo del clasicismo marca de la casa, de las grandes referentes femeninas de la literatura británica, de mujeres protagonistas con una interesante evolución y de abrumadoras críticas al mundo surgido tras el cataclismo de la contienda. Cada una optó por la que le resultaba más sangrante: el machismo, la falta de oportunidades laborales, la hipocresía de la Genrty, las contradicciones de la clase media, el hambre, el clasismo, los fantasmas de la guerra o el resurgimiento de lo peor del alma humana cuando algo se altera o todo vuelve a derrumbarse. A esta generación pertenecieron escritoras como Penelope Fizgerald - recordemos, la autora de La librería - Barbara Comyns - cuyo libro Los que cambiaron y los que murieron está teniendo una segunda vida gracias a la pandemia del Covid-19 - Elizabeth Taylor - no, no es la actriz, es la autora de Un alma cándida y de unas cuantas novelas más - Barbara Pym - cuya obra está recuperando de forma impecable la editorial Gatopardo - o la propia Muriel Spark, que como habréis podido comprobar, es la escritora de la que hablaremos largo y tendido a través de La entrometida


Imposible hablar de La entrometida sin dedicar unas cuantas líneas a Fleur Talbot, la absoluta protagonista de esta novela y de algún modo el propio alter ego de Muriel Spark. Insisto en referirme a ella en esos términos ya que existen muchas similitudes entre la personalidad y la biografía de la propia autora, sobre todo de su etapa de penurias económicas - la cual coincidió con el despegue de su carrera como escritora - y Fleur Talbot. Esta irónica (ahí el homenaje a Jane Austen está muy presente) y carismática joven encuentra trabajo en un lugar muy peculiar, desempeñando funciones aún más peculiares. En la conocida como Asociación Autobiográfica, dirigida por un puñado de snobs, Fleur se dedica a reescribir y a corregir los libros de memorias de un grupo de millonarios totalmente excéntricos al tiempo que persigue su propio sueño. Que no es otro que el de llegar algún día a publicar la novela que con tanta pasión y trabajo está escribiendo. A partir de ahí, los problemas se suceden, así como sus desavenencias y acercamientos al resto de personajes. Todo ello a través de la mirada de Fleur, la cual, como lectora, me ha enamorado, porque discurre por los cauces habituales, con sus opiniones, sus cambios de idea, sus peculiares reflexiones - esa comparación que establece entre dos personajes femeninos ficticios con una rosa debido al difícil carácter de ambas resulta entre simplona y cómica pero coherente en respecto a la personalidad de Fleur - y su extraordinario pragmatismo. Porque así es Talbot, si algo no le gusta lo dice, si hay una piedra en el camino la esquiva, si su amante se vuelve un obstáculo en su camino hacia su preciado objetivo lo deja. Ella sueña con ser escritora, vivir de ello y no está dispuesta ni a renunciar ni a conformarse con poco. Su ambición es empática, al menos con el lector, algo que no consigue con el resto de personajes secundarios, los cuales no dejan de cuestionarse su verdadera valía. Llama la atención el poco dibujo literario que Spark realiza sobre los sujetos que pivotan al rededor de Fleur, logrando de forma intencionada una presencia más diluida y caracteres más sumisos. Sin embargo, permitidme destacar a Sir Quentin - el jefe de Fleur, henchido de envidia ante el talento de su empleada - Lady Edwina - la madre de Quentin, vista como una loca a ojos de todos menos por Fleur - y Dottie - amiga de Fleur, esposa del hombre con quien se acuesta que, a su vez, la engaña con un poeta -. ¿Menudo lío no? Con este pequeño entramado de odios, inesperadas alianzas y desengaños amorosos, esta novela va a hacer las delicias de las y los amantes del salseo de época.  


Sin duda, una de las mayores virtudes de esta novela, demás de su inspiradora protagonista, la encontramos en la doble vía temporal que Muriel Spark introduce a través de un estilo plagado de breves pero potentes descripciones. Dos épocas muy diferenciadas - la de 1949, cuando Fleur Talbot entra a trabajar en la Asociación Autobiográfica y la del presente, cuando Talbot ya es una escritora de enorme éxito - que confluyen, a través de un ejercicio narrativo de ir hacia adelante o hacia atrás a través de los recuerdos, en lo que podríamos llamar el gran relato de lo anecdótico. En otras palabras, como un pequeño acontecimiento en la vida ficticia de Talbot puede llegar a ser determinante para su futuro, en este caso como autora superventas. Algo que, por supuesto, sucede en la vida real. La de veces que un momento a nuestro juicio transitorio o carente de importancia cimienta nuestro propio devenir profesional o personal. Si antes hemos dicho que las escritoras británicas de esta generación - englobada a finales de los 40, toda la década de los 50 y los primeros 60 - denunciaron algunas de las injusticias más acuciantes de su tiempo, Muriel Spark, lejos de quedarse atrás, abrió con La entrometida el melón del machismo en una época en la que, tras la Segunda Guerra Mundial y, a pesar de las exigencias de cambio, todavía pervivían ciertas creencias, comportamientos y estereotipos relacionados con la incorporación de la mujer al mercado laboral. Bajo este paraguas, Spark se adentra en una cuestión más específica, como son las dificultades que entrañaba para una chica joven trabajar en el mundo editorial del Londres de los años 40. Una circunstancia que, si nos atenemos a la biografía de la autora, fue difícil, plagada de obstáculos - algunos de ellos propiciados por sus compañeros masculinos - burlas y toda una serie de menosprecios para dejarle claro que el mundo de los libros no era el lugar indicado para una señorita. En lugar de achantarse, Muriel Spark escribió La entrometida que, en su génesis, presenta una crítica brutal al mundo de la edición londinense, incidiendo especialmente en el hecho de como, desde sus diferentes departamentos, se trata a las mujeres. De hecho, el título viene muy al pelo ya que, en el trabajo de Fleur Talbot, en cuanto ofrece una opinión discordante o no oculta sus inconformismo a la hora de optar a algo más, enseguida todos creen que es una entrometida, granjeándose la animadversión de muchos compañeros. Por desgracia, poco ha cambiado la situación, y aunque el número de mujeres que trabajan en el mundo del libro ha aumentado en los últimos años, todavía encontramos hombres en su mayoría ocupando los sillones de las editoriales más importantes o engrosando un mayor porcentaje en la dirección de distribuidoras, en los puestos de poder o en la configuración de jurados en lo que a premios literarios se refiere. Sin olvidarnos de la abismal diferencia entre ganadores y ganadoras de dichos galardones, en la que los primeros todavía siguen estando a la cabeza cuando deberíamos perseguir una igualdad real, también en lo premiable. Con todo esto y a pesar de que es una lectura para nada complicada y que se lee en un "tris", las pullas que Spark lanza desde cada una de sus páginas no tiene desperdicio alguno. Dejando muy claro desde el minuto uno que las entrometidas en realidad son de fiar, mucho más que las señoras plegadas y orgullosas de seguir reproduciendo roles patriarcales. Esas que a menudo podemos encontrar en ciertos partidos políticos cuya puerta de entrada se sitúa a la derecha, a la extrema derecha. 

La entrometida: una historia de sueños, perseverancia, trabajo, odios, machismo, sororidad femenina, triángulos cómicos, jefes déspotas, lores estúpidos... Una novela que, aunque sea para pasar un buen rato, deberíais leer. 

La entrometida: 

Frases o párrafos favoritos: 

"Cuando alguien dice que en la vida no sucede nada, yo le creo. En cambio, debe comprenderse que al artista le sucede todo."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Blackie Books

jueves, 10 de septiembre de 2020

RESEÑA: Sobre los huesos de los muertos.

 SOBRE LOS HUESOS DE LOS MUERTOS


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Título: Sobre los huesos de los muertos. 

Autora: Olga Tokarczuk (Sulechów, Polonia, 1966) una de las mejores y más celebradas escritoras polacas actuales, ha recibido múltiples premios, como el Brueckepreis, el Nike (el más prestigioso de los que se conceden en su país), la Medalla de Plata Gloria Artis y el premio de la Ministra de Cultura y Patrimonio Nacional a su excelencia literaria. En una trayectoria ascendente culminada con la concesión del Premio Nobel de Literatura 2018. Autora de ocho novelas y tres libros de relatos. Entre sus textos más importantes encontramos Los errantes (2008), Un lugar llamado antaño (1996), La muñeca y la perla (2000), Relatos bizarros (2018) o Sobre los huesos de los muertos (2009).



Editorial: Siruela. 

Idioma: polaco. 

Traductor: Abel Murcia. 

Sinopsis: Janina Duszejko es una ingeniera de caminos retirada que enseña inglés en la escuela rural de Kotlina Klodzka, una región montañosa de suroeste de Polonia. Cuando la rutina del pueblo se ve sacudida por una serie de asesinatos que tienen como víctimas a varios cazadores furtivos, Janina, apasionada de la astrología, defensora a ultranza de los animales y obsesionada por la obra del poeta William Blake, intentará resolver por su cuenta los misteriosos crímenes. Bajo la forma de una novela policíaca y con un original subtexto ecologista, Tokarzuk retrata soberbiamente la sociedad local, cuestionando sin ambages tanto la falta de respeto por la naturaleza como el radicalismo ambientalista, en una de las obras más poderosas y originales de la literatura europea actual. 

Su lectura me ha parecido: interesante, descompensada en lo narrativo, repleta de mensajes trascendentes, con un impecable cuerpo de thriller policial, ecologista, con una narradora soberbia, variopinta... Leer a una o un premio nobel abruma, impone, hasta el punto sentir cierta presión. Y no es para menos. De cara a la sociedad, y a los círculos de lectores con cierto nivel cultural e intelectual, que la varita mágica del jurado del famoso galardón sueco rocíe a cierta figura del ámbito literario con su polvo mágico la convierte, casi de inmediato, en un ídolo, en una suerte de santa o santo dentro de un retablo al que ir a rezar. A partir de ese momento, todo el mundo se arrodilla y no duda en rendirle pleitesía, por los siglos de los siglos amén. Algunas de las más icónicas figuras del santoral llevan años siendo veneradas, por lo que resulta hasta lógico la falta de detractores - por los motivos que sean - u opiniones discordantes dentro del respeto y la crítica. Es como si ser Premio Nobel de Literatura llevase aparejado calificativos del estilo "el mejor escritor del mundo", "la mejor escritora de todos los tiempos", "la pluma más bella de la historia" o "imposible que no te guste". Pobre, entonces, de la o del que se manifieste en contra de alguno de estos ilustres personajes. Las airadas reacciones a dicha tropelía no se hacen de esperar, y os lo digo por experiencia. 


Actualmente, sin ir más lejos, estoy adentrándome en uno de los libros más importantes y amados de la literatura universal como es Cien años de soledad, escrita en el año 1967 por el escritor colombiano Gabriel García Márquez, uno de los más indiscutibles premios nobeles de literatura. Querido y ensalzado por millones de lectores al rededor del mundo, mi experiencia con él ha transitado entre los extremos. De lecturas más irregulares como Del amor y otros demonios - al que con el tiempo acabé cogiendo algo de cariño - y maravillas narrativas como El amor en los tiempos del cólera - para mi, de momento, su mejor novela -. Ahora que por fin me he dignado a leer su obra magna, siento cierta presión en cada página, en cada capítulo. Es un texto tan icónico, tan celebrado, tan trascendente a nivel historia "la literatura en castellano", tan recomendado por generaciones de lectores, tan citado, tan influente en la pluma de otras y otros escritores que ya me fastidiaría que no me acabase de gustar. Porque las personas somos así, ya seamos eclécticos o monolíticos a la hora de construir nuestro panteón de divinidades del mundo de los libros, no tienen porque gustarnos todos y cada uno de las o los galardonados con el Premio Nobel en su categoría más famosa y mediática. De todas formas no os asustéis que, aunque estoy teniendo algunos problemas para quedarme con todos los nombres de la novela de Gabo - son muchos y para colmo casi todos se llaman igual - la cosa de momento va bien. Mirando cada dos por tres los esquemas elaborados por el puño y letra de mi madre hace unos cuantos años, pero bien. Dicho esto, esta "chapa" respecto al mayor premio de las letras, gratuita a todas luces, me viene bien para introduciros en la reseña de una novela cuya autora ha sido una de sus más recientes merecedoras. Olga Tokarczuk - nacida en Polonia en el año 1966 - fue junto a Peter Handke - peor recibido por los fanáticos del premio si lo comparamos con Tokarczuk - los protagonistas de aquella atípica ceremonia. Aquella tradicional rueda de prensa en la que, por primera vez en la historia, se anunciaban dos ganadores, todo ello debido al escandalo de abuso sexual acaecido entre los miembros del jurado en la edición maldita del 2018, de ahí que quedase desierto. Justicia o un intento por lavar la cara de una prestigiosa institución, lo cierto es que quise conocer a Tokarczuk, su universo literario y esa aproximación a la, para mi entonces desconocida, Polonia rural. El resultado de este acercamiento habla por si solo, en los siguientes párrafos y un poco, a modo de spoiler, en mi sincera introducción. Sobre los huesos de los muertos: un thriller policial, un mensaje ecologista y una compleja narradora. 


Antes de que del boom Tokarczuk aterrizase en nuestro país, hasta el momento sólo se habían traducido dos novelas de la autora al español: Un lugar llamado antaño - la que es considerada su obra más importante, recientemente reeditada por Anagrama - y Sobre los huesos de los muertos - escrita en 2009 y editada por Siruela en el año 2016 -. Un fenómeno muy similar al que acaeció en el 2015 cuando la periodista y escritora bielorrusa Svetlana Aleksiévich fue merecedora del premio, momento en el que sólo su Voces de Chernóbil había llegado a nuestras librerías, y todo sea dicho, de forma muy discreta. En este caso no estamos en el terreno de la crónica periodística de alto voltaje de la que Aleksiévich es una gran experta, sino que con Tokarczuk nos adentramos directamente en un ambiente más ortodoxo, como es la novela, pero que si nos atenemos a la mezcla de géneros descubrimos el talento de su autora para innovar dentro de lo trillado, de lo repetido, de lo manoseado por cientos y cientos de plumas a lo largo de la historia. Parece existir un consenso entre la crítica al respecto, ya que son muchos los que han usado casi las mismas palabras para referirse a Sobre los huesos de los muertos: "una original historia policial con un trasfondo ecologista". Definición que en parte subscribo letra a letra, pues condensa en definitiva lo que la autora polaca ha querido contarnos y lanzarnos, como un dardo, al cerebro. Pero hay que bucear, pues hablar de la novela de Tokarczuk es ir más allá de las frases lapidarias, al menos en el caso que nos ocupa. Sobre los huesos de los muertos, tal y como nos revela la sinopsis, nos presenta a Janina Duszejko, una ingeniera de caminos retirada que ejerce como profesora de inglés en un pequeño pueblo de Kotlina Klodzka - situado en una región montañosa con un grave problema de despoblación -. A pesar de sus evidentes problemas de salud, Janina conserva la inquietud y el empuje necesarios para inmiscuirse en la investigación de unos crímenes que están azotando la región. Cazadores furtivos asesinados, todos ellos con antecedentes de violencia contra animales, mismo modus operandi por parte del supuesto asesino... Todo esto provocará que el extravagante carácter de ésta se desate revelándonos una de las narradoras más ambiguas de la literatura. De ideas peculiares, Janina no es un personaje que pueda caer bien al lector, lo cual no deja de ser un riesgo por parte de la autora. Sin embargo, resulta fascinante el modo en el que Tokarczuk te mete en la mente de esta mujer, una señora de pocos amigos, cuyos métodos de enseñanza son muy suyos, que en su tiempo libre se dedica a redactar cartas astrales y a traducir poemas de William Blake. Maniática, retorcida, algo intransigente, siempre se sale con la suya, lo que lleva a mucha gente del lugar a tildarla de loca, pero que, en realidad, no deja de ser un lúcido reflejo de la complejidades de todo ser humano. A medio camino entre la seguridad que podemos desprender con nuestros argumentos y el desconcierto que estos puedan provocar en algunas personas. En realidad, reformulando un poco la definición citada anteriormente, podríamos hablar de Sobre los huesos de los muertos - impresionante título por cierto - como la historia de Janina Duszejko con un trasfondo policial. Porque a fin de cuentas llega un punto que los crímenes quedan como algo muy secundario en comparación al protagonismo que Tokarczuk le da a su imperfecta heroína. Y es tal vez este el punto problemático que veo y que ha acabado por decantar mi crítica hacia una posición menos favorable a pesar de sus múltiples virtudes, ya que encuentro una falta de equilibrios al respecto. No es que la historia de Janina sobresalga sutilmente, es que directamente acaba devorando a la otra trama, y eso no deja de resultarme un poco peyorativo de cara al conjunto de la novela. Ahora bien, que vivan las y los narradores poco fiables, sobre todo si se trazan con mano maestra. 



Si algo debemos destacar, a pesar de su tremenda descompensación y ese excesivo estiramiento en lo que a la trama se refiere, es la autenticidad que desprende el personaje de Janine Duszejko y la potencia con la que sus opiniones e interpretaciones del mundo que la rodea nos llegan a nosotros como lectores. Unas ideas que la propia Janine defiende con fuerza, a pesar de los desencuentros, los chismorreos o los motes que se granjea en la pequeña comunidad. Janine interpreta todo lo que la rodea a través de los movimientos astrales, lo cual no deja de ser ciertamente paradójico (una ingeniera de caminos que cree en la falibilidad de la alineación de los planetas o en el zodiaco) y que sin duda potencia la singularidad del personaje. Ella, profunda amante de la naturaleza, rechaza el dominio que el ser humano ejerce sobre la naturaleza, y es en los astros donde encuentra los argumentos que refuerzan su creencia en la ignorancia de las personas en cuanto a la creación del universo y su funcionamiento, y en última instancia, de la vida. Lo cual les incapacitaría de esa autoridad para regirlo a su antojo y capricho. Sus tesis sostienen el peso del ecologismo en esta novela, aunque sea a partir de la lectura de cartas astrales, aún conociendo las peculiaridades de Janine, aún a riesgo de tildarla de "hippy" o "tarada". Y es que más allá del mensaje ecologista, a todas luces necesario, que se contrapone de forma inteligente a las aficiones de los cazadores que acaban asesinados, creo que la mirada y la intención de Olga Tokarczuk observa un infinito más retorcido, planteando una serie de preguntas. ¿De verdad estamos ante un simple thriller policial? Para nada, de hecho, todas y todos los amantes del policiaco al estilo Lorenzo Silva, Dolores Redondo o Juan Gómez Jurado - dicho de otra forma, lectores en general poco exigentes - Tokarczuk les va a parecer pesada y hasta aburrida. Es lo que tiene el bajar a las profundidades y no quedarse en la superficie y en las tramas facilonas. ¿Estamos ante una novela ecologista? Pues sí y no, creo que es más que un texto que enfatiza pero en el que me da la sensación de que la autora, muy acertada en ese sentido, parece situarse en un punto intermedio. Sembrando un poco de duda sobre el discurso de Janine - sin duda, el aspecto más notable de la novela - y alejándonos de los planteamientos salvajes de los cazadores. Al final el lector, por lo menos en mi caso, acaba renegando de los cazadores y abrazando escéptico algunos de los planteamientos de Janine. Tan coherentes como inviables en su radicalidad. Y por último, y la más importante, ¿es Sobre los huesos de los muertos acaso una novela sobre los límites de la locura o las ideas preconcebidas de una sociedad que rechaza al diferente? A mi juicio creo que por ahí van los tiros, aunque el mensaje ecologista lo impregne todo y el thriller quede más o menos desdibujado. Creo que al construir un personaje como Janine Tokarczuk nos sacude y nos saca de nuestra zona de confort obligándonos a seguir los pasos de una mujer a la que reprocharíamos algunas de sus pasiones - sobre todo lo que concierne a lo esotérico - pero que no deja de ser una especie de faro en un lugar donde las apariencias lo son todo. De ahí que aplauda la valentía de su autora en visibilizar la imperfección de los personajes femeninos en la literatura desde una radicalidad digna de todo elogio. No es la primera, tampoco la única, pero sí la siguiente, y tras ella muchas más. Lo importante es abrir la veda. 

Sobre los huesos de los muertos: una historia de ermitaños, aislamiento, investigaciones criminales, pasión por la naturaleza, astrología, poesía, invisibilidad, ambigüedades... Una novela que me invita, aunque con ciertas reservas, a seguir descubriendo a su autora y su peculiar visión de la Polonia rural. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Crecí en una época maravillosa que por desgracia ya es historia. Una época en la que había una gran disposición a los cambios y existía una capacidad de concebir visiones revolucionarias. Hoy ya nadie tiene el valor de imaginar nada nuevo. Se habla sin cesar de cómo son las cosas y se retoman ideas antiguas. La realidad ha envejecido, se ha anquilosado porque está sometida a las mismas leyes que todo organismo viviente: también envejece. Sus más minúsculos componentes, los significados, sufren el mismo tipo de apoptosis que las células del cuerpo. La apoptosis es la muerte natural provocada por el cansancio y el agotamiento de la materia. En griego, la palabra significa "caída de pétalos". Al mundo se le han caído los pétalos.

Pero pronto debe llegar algo nuevo. Siempre ha sido así, ¿no es divertida la paradoja."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Siruela