jueves, 30 de diciembre de 2021

RESEÑA: La muela.

 LA MUELA


Título: La muela. 

Autora: Rosario Villajos (Córdoba, 1978). Formada en Bellas Artes, ha trabajado en la industria musical, cinematográfica y artística. Ha publicado la novela Ramona (Mrs. Danvers, 2019) y la novela gráfica Face (Ponent, 2017). Gran parte de su obra tiene la marca de lo efímero, de lo que no podrá ser reciclado ni restaurado. Su última novela, La muela (Aristas Martínez, 2021) se ha convertido en un éxito de crítica y público.


Editorial: Aristas Martínez. 

Idioma: español. 

Sinopsis: Rebeca huye de su familia, del duelo no superado por la muerte de su padre y de una madre, casi ciega, que deja a cargo de su hermana. Ahora busca su lugar en Londres, donde sobrevive con un trabajo de cincuenta horas semanales en una sucia buhardilla compartida con ratones, a base de sopas de microondas, conversaciones imaginarias con David Attenborough y su hermana al otro lado del teléfono como único soporte. Sus nuevas amistades y futuras metas resultan tan efímeras como el empeño por comunicarse en otro idioma, y su soledad se vuelve tan profunda como el hueco donde estaba su muela.

Su lectura me ha parecido: contemporánea, ácida, perturbadora, intensa, destructora, cautivadora, triste, irónica, tremendamente divertida... Este año las mujeres me han dado muchas alegrías. Así, tal cual, como suena, y si hace falta con la boca bien abierta. Para alguien que se ha criado con referentes masculinos en esto del noble arte de la palabra escrita es toda una revolución. Y más si, repasando un poco la enorme lista de libros engullidos como si del Monstruo de las Galletas se hubiera adueñado de mi cuerpo y apetito, las mejores lecturas han sido firmadas por mujeres llamadas Bárbara, Maggie, Unica, Elisa, Marta, Emma, Anna o Bonnie entre otras muchas. Nadie dijo que fuera fácil, que ese camino de rosas que tanto nos prometieron no existía y que en su lugar se alzaba una empinada pista forestal por la que se deslizan toda clase de balones, ruedas, más piedras. Convirtiendo lo que supuestamente nos hemos ganado tras siglos de lucha feminista en una despiadada partida de balón-tiro. Por eso, cuando saltó la noticia de que eran tres señores los que se escondían tras el famoso pseudónimo de "Carmen Mola" - firmante del último y más polémico Premio Planeta de, por supuesto, toda su historia - se me abrieron las carnes. No me considero una persona especialmente interesada por estos asuntos (aunque he de confesar que donde esté un buen salseo literario que se quite cualquier serie turca de sobremesa) pero no debemos pasar por alto la estocada mortal que ha supuesto dicha decisión para uno de los premios que, ojo, en sus inicios nos descubrió a autoras tan importantes a día de hoy como Ana María Matute, Concha Alós o Soledad Puértolas. Aunque tampoco debería sorprendernos. Sin ir más lejos en Babelia - sí, ese suplemento cultural de El País en el que muchas personas depositan su eterna confianza a la hora de elegir la próxima lectura y que algunos toman como el santo patrón de lo que está de moda en literatura - hasta no hace mucho eran los hombres los que copaban la famosa lista. Esa en la que una serie de escritores y críticos eligen los mejores libros publicados a lo largo del año. Hecho que la pandemia, y quiero creer que el feminismo también, ha cambiado drásticamente, aunque todavía observamos como el porcentaje sigue siendo inferior. Así como la sonada ausencia de autoras españolas en dicho recopilatorio en su edición del presente año, el aciago 2021, al que muchos estamos deseando darle portazo. Pero bueno, quedémonos con lo bueno, con los las lecturas vibrantes, con aquellas escritoras que me han puesto el estómago del revés y la cabeza cerca de una picadora de carne. Con ellas, con las que solitas - sin necesidad de dos cabezas pensantes más - han conseguido alumbrar en un periodo al que llamaron, con demasiada prisa, el de la recuperación. Voces como la de Rosario, incluida en otra lista, la más personal, en mi salón de la memoria selectiva, en el cajoncito de las referentes. La muela: el amargo y cachondo hueco de la pérdida.
 

Londres abruma. Desde el momento en el que pones un pie en el aeropuerto de Stansted o en el de Heathrow. Desde esa regia mirada que Isabel II te echa mientras te diriges hacia no sé que terminal. Desde que te metes en el tube y descubres que las escaleras mecánicas parecen no tener fin y que bajan hasta el mismísimo centro de la tierra. Desde que, a la salida lde la estación de Waterloo, te topas con la primera placa dedicada a los caídos durante la Primera Guerra Mundial que trabajaron en dicho lugar (la primera de muchísimas, por cierto, y no todas dedicadas exclusivamente a dicha contienda). Desde que ves por vez primera el Big Ben - no es tan grande como parece pero sí ostentosamente dorado - el parlamento, Picadilly Circus, el Tower Bridge, la abadía de Westminster (el mayor cementerio de famosos en el que he estado en mi vida), todos los rascacielos del distrito financiero, ese barco de la armada aparcado en la orilla del Támesis - ignoro si seguirá allí - el propio Támesis (con sus molinillos y corrientes), el British Museum (si eres historiadora/or el síndrome de Stendhal es complicado de gestionar), los sucesivos mercadillos de Portobello (mi hermano y yo buscamos como locos la famosa puerta de Nothing Hill y las casitas de colores), Brick Lane o Camden Town (donde de verdad me agobié). Sin olvidarnos de los parques como Hyde Park y Richmond Park. Toda una experiencia si eres de los que, como yo, sabe apreciar la belleza anárquica de la naturaleza agreste mientras te imaginas que en cualquier momento pueden aparecer el señor Darcy (en cuanto a Orgullo y prejuicio soy de la generación Knightley-Macfayden, lo siento) y Elisabeth Bennet. Menos su reloj más universal, todo es grande, imponente, a lo bestia, en sintonía con la famosa flema británica, nostálgicos del imperio, convirtiendo en hormiguitas a sus habitantes y en pulguitas a quienes llegan por vez primera a la ciudad que tanto hemos visto a través de los libros de texto o del buscador de Google. Es en ese Londres, el abrumador e insaciable, capaz de sacar las fauces a pasear, en el que Rosario Villajos nos ha querido situar. Y esto es muy importante ya que la literatura, al contrario de lo que podemos encontrar en otros formatos más mayoritarios - esa romantización del exilio millennial y boomer del que muy a menudo hacen uso programas como Españoles por el mundo o Callejeros viajeros ha hecho más mal que bien - rezuma sinceridad y crudeza a la hora de retratar los viajes sin regreso, motivados por una supuesta mejora del nivel de vida en todos los aspectos (laboral, emocional, sentimental, social) y que, en ocasiones, no son sinónimo de cambios a mejor. Con todo, Londres me encantó, en serio. Conseguí acostumbrarme a su opulencia, días grises, los silencios en el vagón y sus largas distancias. Y eso que fue mi hermano, y no yo, el que se tiró dos años viviendo en una buhardilla muchísimo más adecentada que la de Rebeca en La muela, sin ratones, con el ruido de los aviones de fondo en un barrio residencial cercano al tramo más bello del Támesis. Con el Asda, un estadio de rugby y la casa donde Van Gogh vivió durante su estancia en el Gran Londres entre 1873 y 1874 cerca. Los estudios fueron la razón y aunque estoy convencida de que volvería a hacerlo, los momentos duros no se los quitó nadie, por mucha cultura underground empapada o cuadros de la National Gallery admirados. Algo de lo que bien sabe Rebeca en su Londres de chimeneas industriales en desuso y cabinas telefónicas que huelen a pis.
 

En La muela, Rosario Villajos nos narra con descaro, crudeza y, sobre todo, grandes dosis de sorna las peripecias de Rebeca. Una joven que decide mudarse a Londres con su pareja en un intento por cambiar de vida y de paso huir de su propia familia, así como de aquellas cuentas pendientes emocionales no superadas. Creyéndose todas las promesas más propias de un eslogan de Míster Wonderful que de la vida misma, se ve muy pronto de bruces con la realidad que parece devorarla a pasos agigantados hasta conducirla a la pérdida de la muela y su consecuente y particular naufragio. Sin duda, no es la caída de dicho molar lo que de verdad nos tiene que importar como lectores, sino el hueco que queda, la ausencia intolerable para unos, brillante metáfora de lo que arrastra la propia Rebeca a lo largo de la novela y en lo que podemos vernos casi todos identificados. La pérdida del arraigo, de lo conocido, de esa figura paterna irremplazable, de esas esperanzas de una carrera profesional de éxito, de ese bonito apartamento tantas veces construido en su imaginación, de esa vida junto al ser amado, de la dignidad, de la salud. Todo ello reflejado, a modo de epicentro, en ese pequeño vacío en la sonrisa de Rebeca. Lejos de conformarse con unas formas simplonas y excesivamente tradicionalistas, Rosario Villajos toma la decisión de añadirle una capa gruesa del mejor humor, negrísimo, irónico e hiriente en algunos casos. Memorables son, por ejemplo, los pasajes en los que se refiere a su hermana pequeña - a la cual apoda Gabino por su enorme parecido al actor Gabino Diego - en los que es imposible no contener la risa. Así como los momentos, que son muchos, en los que se burla literalmente de las miserias de la protagonista - incluyendo de su propia formación universitaria en la que había depositado toda su fe a la hora de entrar por la puerta grande en el mercado laboral - sus parodias sobre la infalibilidad de las apps de citas, sus ingeniosas reflexiones entorno a la maternidad (o más bien ante la imposibilidad de ejercerla), esas ratas que inundan su decadente buhardilla - no sé por qué me acordé del Dickens más accesible - las relaciones que establece con las compañeras de curro - y la consecuente e insalvable brecha cultural y generacional que se establece - sus propios y desastrosos intentos por comunicarse en un idioma que a penas domina... Por no hablar de esos pequeños y gloriosos momentos en el que la protagonista parece desdoblarse y replicarse a sí misma a través de otra Rebeca - no a lo Gollum, más bien a lo Pepito Grillo - que proyecta su mirada en el futuro. En una de esas se hace referencia muy brevemente a la pandemia del Covid-19 desde un tiempo, el de la novela, en el que a pesar de las miserias, todavía éramos felices. A vueltas de nuevo con la contemporaneidad, La muela no escatima en ingeniosos recursos para dotar a la narración de una mayor hilaridad como planos del metro de Londres, callejeros, conversaciones de WhatsApp, fotos pixeladas - no diremos de qué - esquemas, dibujos hechos por la propia autora y hasta una divertidísima fotonovela (sin duda, mi favorito). A pesar de su urgencia e intrahistoria - la novela, a pesar del revestimiento humorístico, no deja de narrar la amargura que sufre Rebeca - La muela se puede entender como una relectura de aquellos clásicos del XIX en los que la crítica social y el retrato de la pobreza era su razón de ser. He citado antes a Charles Dickens, pero también pensé en Los miserables de Víctor Hugo y en su descarnado retrato de quienes no tenían nada para llevarse a la boca. No hemos evolucionado mucho desde entonces, todavía hay quien, como Fantine, se ve obligado a prostituirse a cambio de dinero para la manutención de su hija. Sin embargo, como bien apunta Rosario Villajos, estos nuevos miserables, jóvenes criados bajo la premisa de prosperidad, hijos de la generación que vivió mejor que sus padres, sobrecualificados, con smartphone y cuenta de Instagram se ven igualmente aplastados por un capitalismo feroz que premia la insana competitividad frente a la igualdad de oportunidades. Contemporánea, sí, pero por desgracia hay cosas que nunca cambian. 

La muela: una historia de desorientación, precariedad, ratones, sueños hechos añicos, promesas que se desvanecen, quiebras, crueldades, inseguridad, situaciones con las que te ríes a carcajada limpia... Con humor, las "putadas" del neoliberalismo se llevan mejor. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Las uñas le parecen breves después de años mordiéndoselas, muestran una fina y constante medialuna negra. Los dientes, lo que queda de ellos, tienen el mismo tono marrón que los posos del té, solo que, en lugar de futuro, dejan ver en ellos perfectamente el pasado. Y luego está el olor; no es solo el sudor, sino la acidez de su PH mezclada con grandes cantidades de tabaco y, sobre todo, de marihuana. Hasta el semen te huele a marihuana, piensa Rebeca cuando el hombre le pasa el papel higiénico por la barriga. 

"A Hermana Menor solo la llaman por el nombre de sus pacientes. Los que la conocen de toda la vida la llaman Gabino a sus espaldas por su parecido con el actor Gabino Diego. Hermana Menor sabía que este era su mote durante la infancia, pero hoy por hoy no se imagina o no se para siquiera a pensar si alguien la sigue llamando así, a parte de Rebeca, claro, que sí lo hace abiertamente, aunque, desde que se arregló la boca, ya no es tan fea. De hecho, nunca lo ha sido. Tan solo era fea por odiosa comparación con su hermana en el pueblo donde vivían y donde se conocían todos. Allí Rebeca era como una Dulcinea del Toboso, la más bella del lugar; pero ahora vive en Londres donde hay gente mucho más guapa que ella y, además, le falta una muela."

¡Un saludo y feliz año nuevo!

Cortesía de Aristas Martínez  

lunes, 20 de diciembre de 2021

RESEÑA: Hija de sangre y otros relatos.

 HIJA DE SANGRE Y OTROS RELATOS


Título: Hija de sangre y otros relatos. 

Autora:  Octavia E. Butler (Pasadena, Estados Unidos, 1947 - Lake Forest Park, Estados Unidos, 2006). La apodada como "la gran dama de la ciencia ficción" vivió su infancia en un barrio interracial, siendo criada por su abuela y su madre y devorando cada revista sobre dicho género que caía en sus manos. Años más tarde ingresó en la California State University, la cual abandonó para comenzar a estudiar Escritura Creativa en la Universidad de los Ángeles llegando a recibir su título de profesora asociada en Artes en 1968 en el Pasadena Community College. Así mismo, también estudió en el Screenwriter´s Guild Open Door Program y en el Clarion Sciencie Writer´s Workshop, donde asistió a clase con el maestro de la ciencia ficción Harlan Ellison. Su primera historia, Crossover, fue publicada en la antología Clarion de 1971. Pattermaster, su primer a novela, fue el primer volumen de una serie de cinco entregas - Mind of my mind (1997), Survivor (1978), Wild Seed (1980) y Clay´s Ark (1984) -. Con la publicación de Parentesco en 1979, Butler logró mantenerse como escritora a tiempo completo y al fin el reconocimiento a su obra. Butler también es autora de la trilogía Xenogenesis, de La parábola del sembrador (1993) así como de una colección de cuentos cortos publicados bajo el título Hijo de sangre y otras historias (1995). Ha ganado algunos de los premios más prestigiosos que reconocen las obras de ciencia ficción, entre ellos el Premio Locus, el Premio Hugo, el Premio Nébula o el Premio Science Fiction Chronicle. 


Editorial: Consonni. 

Idioma original: inglés. 

Traductora: Arrate Hidalgo. 

Sinopsis: Esta colección de siete cuentos y dos ensayos, publicados y escritos entre los años sesenta y noventa, es una introducción perfecta para quienes descubren a Octavia Butler y un título imprescindible para los incondicionales. Traducida ahora por primera vez al español, fue en su día incluida en la lista anual de destacados del New York Times. Incluye dos de sus más aclamados relatos cortos Hija de sangre, relato ganador en 1984 de los prestigiosos premios literarios Hugo y Nébula, y Sonidos de habla, también ganador de un premio Hugo al año siguiente. Inéditos hasta su publicación en esta antología, se encuentran Amnistía y El libro de Martha. Cada texto viene acompañado de un epílogo de la misma autora y los ensayos consejos precisos sobre la escritura. En ellos, Butler relata sus vicisitudes como mujer negra y escritora en una época, en la que el género fantástico estaba dominado por hombres blancos. 

Su lectura me ha parecido: potente, enriquecedora, reflexiva, muy original, honesta, distópica, utópica, crítica, reivindicativa, tremendamente vigente... La ciencia ficción ha sido siempre uno de los géneros más populares de la historia de la literatura, al menos desde que en el siglo XIX una escritora inglesa de tan solo veinte años llamada Mary Shelley - maestra absoluta también del terror - lo inventase para la posteridad en una de las obras más importantes de todos los tiempos. Hablamos, por supuesto, de Frankenstein o el Moderno Prometeo. Género que, a pesar de haber aumentado las posibilidades creativas dentro del campo de la escritura, se vio sumido en un injusto ostracismo al que solo unos pocos valientes se atrevieron a asomarse. No obstante, con la irrupción del feminismo, el antirracismo o los movimientos por los derechos LGTBI y, muy especialmente, la merecidísima segunda vida de un libro como El cuento de la criada de la también grandísima, y varias veces candidata al Nobel, Margaret Atwood - llamado a convertirse en clásico de la literatura - han supuesto un antes y un después en la percepción social hacia el género. Si antes la ciencia ficción era automáticamente despreciada - sobre todo por las élites culturares del momento - y concebida como literatura menor, o más en concreto, un reducto para el goce y disfrute de unos pocos frikis, ahora es raro no toparse con alguien que hable de ella con mil y un halagos. Hasta el punto de convertirse en objeto de estudio y debate intelectual. Y es que el género está plagado de auténticos eruditos: George Orwell, Aldous Huxley, Philip K. Dick, Anthony Burgess, Ray Bradbury, Stanislaw Lem, Isaac Asimov, Richard Matheson... Pero también de eruditas: la ya citada Margaret Atwood, Ursula K. le Guin, Johanna Russ, Sheri S. Tepper, Elia Barceló, Analee Newitz, V. E. Schwab, Nnedi Okorafor, Laura Fernández... Si hasta Emilia Pardo Bazán hizo sus pinitos en el género con relatos como La cabeza a componer o su primera novela Pascual López: autobiografía de un estudiante de medicina. Al calor de este clima de cambio y reivindicación, en España muchas editoriales especializadas en el género han visto reforzada su posición - tales como Gigamesh o los sellos Minotauro o Fancy de Planeta o Penguin Random House respectivamente - pero también ha favorecido la irrupción de editoriales más pequeñas como Consonni, Pulpture, Crononauta, Tryskel, Aristas Martínez, Bunker, Nova (esta absorbida por Penguin), Shackleton entre otras. Así como la aparición de portales web relevantes como La nave invisible - en el que buscar visibilizar las autoras de género - o podcasts como Marea Nocturna o Escritoras de Urras. El cambio ha sido drástico, capaz de darle un vuelco a dos ideas erróneas. La primera, que la ciencia ficción es cosa de marginados y raritos (aunque paradójicamente, incluso cuando se denigraba, era uno de los géneros más populares). Y la segunda, a nivel de escritura, que la ciencia ficción es un terreno de hombres blancos y heterosexuales, estereotipo que Octavia Butler - de la que hemos hablado largo y tenido aquí - tumbó con su presencia y galardones en un momento en el que la lucha por los derechos sociales de la comunidad afroamericana atravesaba su momento más efervescente. Hija de sangre y otros relatos: el black lives matter de los 70 no está reñido con la ciencia ficción más trasgresora. 


En ocasiones la obra literaria y el contexto histórico que la ha visto nacer son completamente indisociables el uno del otro. Ocurre con La divina comedia, El Quijote, El segundo Sexo o incluso con Hamnet (cuya reseña publiqué la semana pasada). Algo que también sucede con Hija de sangre y otros relatos de Octavia Butler, cuya lectura es un constante diálogo con los Estados Unidos de mediados de siglo debido a que, en su mayoría, los textos fueron escritos al calor de las protestas, marchas y manifestaciones llevadas a cabo por la comunidad afroamericana exigiendo sus derechos en un país que los seguía discriminando sistemáticamente. Mientras la lucha seguía en la calle y a medida que iban alcanzando más conquistas sociales durante los 60, 70 y 80 del pasado siglo, una escritora Octavia Butler irrumpía en el panorama literario de su país con una serie de escritos que pusieron patas arriba el canon que se había seguido hasta ese momento, cambiando la historia de la literatura de ciencia ficción para siempre. En un mundo de hombres blancos, Butler supo, no sin haber peleado lo indecible, hacerse un hueco entre ellos ganando varios de los premios más prestigiosos del género tales como el Nébula o el Hugo entre otros muchos, convirtiéndose en la primera de muchas cosas. No solo su condición de mujer, también las de mujer negra y lesbiana, dotó a sus novelas, ensayos y relatos de una perspectiva nunca antes explorada en la ciencia ficción y que a la larga, resultaría crucial para las futuras generaciones de escritoras y escritores deseosos de explorar este campo de la literatura en pleno siglo XXI. Convirtiéndose, casi en el acto, en todo un referente atemporal. Reivindicada hasta la saciedad en los últimos años - no hay más que ver las reediciones de algunas de sus obras más importantes por parte de editoriales como Capitán Swing o Consonni entre otras - la obra de Butler respira vigencia. Ya no solo por sus alegatos antirracistas y el afrofeminismo tan cercano a las tesis de Angela Davis, también por lo que respecta al contexto social en el que actualmente nos movemos. En el que parecen haber resucitado, como si de una pesadilla se tratase, toda una clase de viejas ideologías intolerantes, xenófobas, homófobas y antifeministas que creíamos haber enterrado definitivamente bajo kilos de tierra. Algo que en Estados Unidos no ha dejado de sucederse, sobre todo desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, y la visibilidad que han adquirido las protestas contra la violencia policial y los crímenes racistas. De ahí que los relatos de Octavia Butler resulten más necesarios que nunca, arrojando crítica, inclusión y diversidad en un mundo que, de nuevo, parece que tiene que volver a pelear por unos derechos ganados en el pasado. 


Centrándonos en la lectura en cuestión, todas y todos conocíamos el talento de Butler para la novela, pero al menos una servidora desconocía el inmenso potencial que esconden sus narraciones más cortas. Y es que, como siempre he sostenido, una o un gran escritor se mide en su capacidad de síntesis, en ser capaz de condensar sus inquietudes y estilo en un cuento. O al menos atendiendo a lo que, desde la academia, se ha considerado como tal. Con su extensión, sus reglas, sus parámetros. Hija de sangre y otros relatos - antología que Consonni ha traducido y publicado por primera vez en nuestro país - resulta casi un ejemplo perfecto de como debería escribirse un relato de ciencia ficción, solo comparable con aquellos relatos que Ray Bradbury se sacaba de la manga para hacernos la vida más amena a la vez que aprendías un poco de ciencia y de las posibilidades de esta en clave de humor. A diferencia de, por ejemplo, Crónicas marcianas, Butler traza una serie de cuentos con un tono menos distendido, menos afable, planteando futuros donde los seres humanos hemos fracasado a todos los niveles. Convirtiéndonos en extranjeros dentro de planetas imaginados, esclavos de nuestros propios inventos ideológicos o sufriendo las más terribles consecuencias de nuestra propia ambición. Desde convertirnos en objeto de estudio por parte de unos alienígenas con aspecto de insectos en Hija de sangre - donde además se plantea la posibilidad del embarazo masculino - a sufrir enfermedades genéticas que nos conducen a la autodestrucción en La tarde, la mañana y la noche, pasando por esa inquietante sociedad que, por culpa de un virus, ha perdido la posibilidad para comunicarse a través del habla en Sonidos de habla - sin duda, mi relato favorito de la antología -. De hecho, ahondando un poco más en este cuento, Butler plantea una regresión hacia un primitivísimo violento que ha conseguido helarme la sangre. Obviamente como sociedad no estamos en esa situación pero asusta observar como la comunicación, o mejor dicho, la falta de ella, es un problema cada vez más preocupante, algo de lo que las nuevas tecnologías, y más en concretamente las redes sociales, tienen mucha culpa. Por otro lado, y no menos importante, la antología se completa con tres textos que se salen de la norma. El primero de ellos, el que lleva por título Al otro lado, nos introduce en la vida de una mujer que trabaja en empleos precarios en medio de una aplastante soledad mientras anhela el amor de un hombre encarcelado y convertirse en escritora. Durísimo relato por ese retrato de las relaciones tóxicas, pero también por esa desazón que provocan los sueños rotos. Un cuento que, a pesar de no tener toques cifi, golpea de la misma forma que el resto. A continuación, dos micro ensayos (Obsesión positiva y Furor Scribendi) en los que Butler nos cuenta los inicios de su amor por la literatura y la historia de sus numerosos rechazos editoriales, así como los consejos que ella misma nos da para convertirse en escritor, insistiendo muy especialmente en la perseverancia. A priori la inclusión de estos textos en medio de la antología puede resultar extraño, desconcertante, pero al ofrecer la mirada más humana de la autora que hay detrás de tan excepcionales relatos entiendes un poco mejor su escritura y los motivaciones personales que la llevaron a escribirlos. La antología se cierra, a modo de epifanía, con su cuento más optimista, El libro de Martha, de inspiración bíblica en el que una joven es elegida para encontrar la manera de que la humanidad no acabe exterminándose de puro egoísmo. Un cierre perfecto que contribuye, no solo a agrandar la leyenda de Octavia Butler, también a que el lector acabe metiendo sus ojos en otros de sus libros. Que son muchos y, afortunadamente, cada vez más accesibles. 

Hija de sangre y otros relatos: nueve historias de extinción, especulación científica, antirracismo, feminismo, condición humana, experimentos, virus, pandemias, pequeños huecos para la esperanza... Una antología que todo amante de la Ciencia Ficción debería tener en su estantería. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Supongo que es porque nos han vuelto a desplazar del centro del universo. A los seres humanos digo. A lo largo de la historia, en los mitos y hasta en la ciencia, nunca hemos dejado de colocarnos en el centro y nunca han dejado de desalojarnos."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Consonni

martes, 14 de diciembre de 2021

RESEÑA: Hamnet.

 HAMNET


Título: Hamnet. 

Autora: Maggie O´Farrell (Coleraine, Irlanda del Norte. 1972). Es autora de siete novelas: After You’d Gone (2000), My Lover’s Lover (2002), The Distance Between Us (2004, ganadora del premio Somerset Maugham), La extraña desaparición de Esme Lennox (2007), La primera mano que sostuvo la mía (2010; Libros del Asteroide, 2018), Instrucciones para una ola de calor (2013) y Tiene que ser aquí (2016; Libros del Asteroide 2017), y un libro de memorias, Sigo aquí (2017; Libros del Asteroide, 2019). Su última obra, Hamnet (2020; Libros del Asteroide 2021) ha supuesto su definitiva consagración al recibir el prestigioso Women´s Prize for Fiction, así como aparecer en las listas de los mejores libros del año 2020 del Washington Post y del The New York Times


Editorial: Libros del Asteroide. 

Idioma: inglés. 

Traductora: Concha Cardeñoso. 

Sinopsis: Agnes, una muchacha peculiar que parece no rendir cuentas a nadie y que es capaz de crear misteriosos remedios con sencillas combinaciones de plantas, es la comidilla de Stratford, un pequeño pueblo de Inglaterra. Cuando conoce a un joven preceptor de latín igual de extraordinario que ella, se da cuenta enseguida de que están llamados a formar una familia. Pero su matrimonio se verá puesto a prueba, primero por sus parientes y después por una inesperada desgracia. Partiendo de la historia familiar de Shakespeare, Maggie O´Farrell transita entre la ficción y la realidad para trazar una hipnótica recreación del suceso que inspiró una de las obras literarias más famosas de todos los tiempos. La autora, lejos de fijarse únicamente en los acontecimientos conocidos, reivindica con ternura las inolvidables figuras que habitan en los márgenes de la historia y ahonda en las pequeñas grandes cuestiones de cualquier existencia: la vida familiar, el afecto, el dolor y la pérdida. El resultado es una prodigiosa novela que ha cosechado un enorme éxito internacional y confirma a O´Farrell como una de las voces más brillantes de la literatura inglesa actual. 

Su lectura me ha parecido: inmensa, fascinante, conmovedora, dolorosa, oportunamente reivindicativa, con una prosa que parece acariciar cada palabra, coherente, abrumadora, la gran sorpresa del año... Como ya sabréis, sobre todo los que me seguís desde aquel día que tuve la genial idea de reorientar el contenido del presente blog hacia la crítica literaria, mi relación con le género histórico ha sido peculiar. De atiborrarme, como si no hubiera un mañana durante mi adolescencia, de novelas policíacas nórdicas lúdicas y con grandes dosis de lo que a día hoy se considera "salseo", pasé a una inagotable obsesión por la obra de Ken Follett, y en concreto por su obra más célebre: Los Pilares de la Tierra. Entendedme, estaba en Segundo de Bachillerato, absolutamente enamorada de la asignatura (que no del profesor, que era para darle de comer a parte) de Historia del Arte, especialmente de la arquitectura Gótica, cuyas características estudiaba con gran pasión. Con esta predisposición, normal que acabara rendida a Follett en el momento en el que dicho ladrillo cayó en mis manos. Fui, a juzgar por conversaciones a posteriori, de las pocas personas que se atrevió a leerse de pe a pa los pasajes más técnicos, en los que con un soporífero para unos, interesante para otros estilo describía la evolución en la construcción de la catedral del ficticio pueblo de Kingsbridge. Por supuesto, como ya he comentado en mil y un ocasiones, fue una novela de primeras veces. La primera vez que fui consciente de las costuras de una novela (las cuales quedarían superadas en el momento en el que leí Madame Bovary). La primera vez que leí una escena de una violación (ejemplo de cómo no debe escribirse una escena de estas características). Y, por supuesto, la primera vez que como lectora me enfrenté a pasajes de alto voltaje sexual de gran explicitud (ahí es donde de verdad se notaba que los personajes no eran del siglo XII sino del XXI). De ahí salté a su continuación que, salvo las partes en las que se hablaba de la Peste Bubónica, consideré totalmente prescindible. A su trilogía The Century (que a falta de una relectura, mi favorito sigue siendo el último). Así como cualquier otra novela que pudiera recordarme a esa novela ambientada durante el periodo de la Anarquía y la Guerra Civil que tanto me entusiasmó, obteniendo como resultado algunos tropezones mayúsculos como La catedral del mar o Mar de fuego. A mi juicio, copias baratas que trataron de imitar lo inimitable. Como cuando Stephenie Mayer se hizo de oro con la saga Crepúsculo y una horda de escritores comenzaron a publicar novelas juveniles protagonizadas por vampiros modernizados. Aunque, sinceramente, la avalancha que le siguió a Cincuenta sombras de Grey fue casi peor. Tan solo un año más tarde, los manuales de historia me absorbieron, hasta el punto de llegar a alejarme de la novela histórica - algunos de mis profesores nos intentaron convencer de que era un género menor al que no debíamos prestarle demasiada atención - y optar por aquellos clásicos que no me había animado a leer. Por aquel entonces mi opinión hacia el género cambió, me volví más crítica, exigente, selectiva. Ya no me valían esas tramas repetitivas o esos personajes sin alma. Me sentía completamente alejada de dichas formas, que no encontraba novelas dentro de lo histórico que respondiesen a una nuevas inquietudes o al menos que se alejasen del best-seller al uso. Pero entonces, inesperadamente, llegó Maggie O´Farrell - una autora a la que no había prestado demasiada atención tras haber leído su memoir Sigo aquí - con la novela que había esperando durante tantos años bajo el brazo. Dicho de otra forma, aquella que me devolviese la fe en la novela histórica y que, por el camino, acabó convirtiéndose en una de las mejores lecturas del año. Hamnet: la puesta en valor de las mujeres que habitaron en los márgenes de la historia. 


Sin duda, la publicación de Hamnet ha sido una de las mayores sorpresas de este año por dos motivos principalmente. El primero, por su autora, Maggie O´Farrell. La escritora norirlandesa ya había dado indicios de evolución a medida que su producción literaria se ampliaba con cautela. Sin saturar un mercado editorial atestado de novedades cada vez más volátiles, dejando espacio entre un libro y otro para, de pronto, tomar impulso con historias que, si bien las hemos leído en tantas otras novelas, prosperan gracias a su particular forma de escribir. Cercana, empática y capaz de captar las emociones más intrínsecas del ser humano, dotándolas de un virtuosismo cada vez más abrumador. La autora de La extraña desaparición de Esme Lenox, La primera mano que sostuvo la mía o de Tiene que ser aquí es uno de los grandes nombres de la ficción contemporánea actual. Por lo que, los hemos seguido más o menos de cerca su trayectoria a través de sus novelas, sabíamos que tarde o temprano firmaría esa obra que constataría su gran valía en el campo de las letras, ese libro que marcara un punto de inflexión y que, puestos a imaginar, abriría el famoso abanico de ideas a explorar por las y los autores de un futuro que ya es inmediato. Pero nadie, absolutamente nadie, ni siquiera una servidora, esperaba toparse con esa barbaridad llamada Hamnet. Ya no solo por lo que O´Farrell, en un ejercicio de renovación dentro de un campo literario, como es la novela histórica, que muchas y muchos ya dábamos por perdida, ha conseguido trasladar al papel. También por la enorme calidad literaria que desprende el texto. El salto, la evolución y la madurez literaria que ha alcanzado con Hamnet es epatante, abrumadora, digna de señalarse en cada reseña que se escriba sobre el presente libro. Porque sí, la historia es la que es, la podemos leer en la contraportada, pero la cuestión está no en la idea en sí, sino en la forma con la que ha decidido llevarla a cabo. Y, sobre todo, por la necesidad - o más bien deber - que la autora tenía respecto a los futuros lectores de la misma. Que no es otro que el de plantarnos una historia, no sabemos si del todo cierta o más bien nacida de su propia imaginación, pero que resulta enormemente plausible si tenemos en cuenta lo olvidada y silenciada que ha estado la voz de las mujeres en la historia. Es tanta la verdad que se desprende de ella, tanta cercanía y tal grado de documentación (el estudio de la época, hasta el más ínfimo detalle, sobre todo de la vida cotidiana que hay en esta novela) que parece recoger el testigo de las y los grandes escritores que se atrevieron a indagar en el pasado para narrar historias universales. Hamnet sería, sin exagerar, lo que a Umberto Eco El nombre de la rosa, solo que con un tono ligeramente más divulgativo y las gafas violetas bien ajustadas. Y conseguir, por si fuera poco, una accesibilidad inusitada, lo cual ha permitido que Hamnet llegase a un público más amplio, más allá de los forofos de lo histórico, más allá de reticencias, más allá de reductos eruditos o incluso de aquellos que todavía, a día de hoy, se niegan a leer historias escritas por mujeres. Ahí es donde radica el segundo aspecto sorpresivo, el haber sido capaz de aunar tres tipos de públicos: el especializado, el reacio y el generalista. 


Sería injusto definir Hamnet como una simple novela histórica por el hecho de estar ambientada en la Inglaterra del siglo XVI. Ya que, como ya he avanzado, el libro de O´Farrell transita con grandísima fluidez hacia otros géneros. De hecho, podríamos decir que éste, el contexto histórico, actúa como catalizador, como ese necesario centro a partir del cual desarrollar una trama que nos conducirá por caminos inusitados. Como ya desprende su sinopsis, el lector está ante uno de los personajes femeninos mejor construidos del 2021, el de Agnes. Una mujer inteligente, de arrolladora personalidad y con un don especial para la elaboración de remedios caseros gracias a su basto conocimiento en plantas y las propiedades de cada una de ellas. Esta curandera tiene el don de la premonición, de la anticipación, lo cual le acarrea muchas satisfacciones en su trabajo de sanar al prójimo pero también el rechazo y la envidia de los habitantes de Stratford, los cuales ven en ella poco menos que una bruja a la que, por otro lado, les conviene tener cerca para remediar sus enfermedades. Su vida dará un radical giro cuando conozca a un hombre. El lector sabrá poco de él - de hecho lo conocerá bajo como el "preceptor de latín" y no por su nombre - pero se enamoran apasionadamente, hasta el punto de llegar a casarse y a tener descendencia. No obstante, es en este punto donde la novela se volverá más oscura, triste, y magistral a medida que vas avanzando. Y es que no solo la muerte de Hamnet - uno de los hijos de la pareja a muy corta edad - condiciona la experiencia lectora, también el hecho de que nos esté contando la historia de uno de los grandes genios de la literatura universal, cuya identidad desconoceremos hasta bien avanzada la trama, desde una perspectiva inusitada e ignorada por los historiadores: lo doméstico. Desde esa casa, esa cocina, esas tareas, esos cuidados (en ese sentido, Hamnet es también una oda a ellos) esos hijos, esos suegros de oscuro cariz y, sobre todo, desde esos pensamientos que asaltan la cabeza de quien fue la esposa del que sería el dramaturgo más famoso del mundo. Shakespeare desde Agnes, desde su mirada cristalina, desde su peculiar forma de ver el mundo, la de una mujer adelantada a su tiempo que, sin embargo, no puede escapar a su destino en un entorno patriarcal, como tampoco al enorme dolor que acaecerá en dicho hogar. Muy pocas veces he sido testigo de una narración tan estremecedora y a la vez tan hermosa referida a un hecho tan traumático como es el duelo. Sus descripciones agitan, golpean, empapan ese tramo de una tangible humanidad. Especialmente memorables son las descripciones sinestésicas, en especial cuando se atreve a narrar lo inenarrable, como la textura de un cadáver. Capaz de trascender y convertir la novela de O´Farrell en un drama que escapa de la lágrima fácil para hacernos ser partícipes del mismo desde la conciencia de lo que está sucediendo y desde la más profunda reflexión al respecto. 

Al final, Hamnet no va sobre genios, excentricidades o aventuras en la capital - a la cual el "preceptor de latín" se traslada, sumiendo a Agnes en una punzante soledad - va sobre las aristas del dolor más devastador y universal, el de la pérdida de un hijo. Al final, como si de una epifanía se tratase, observamos como ese marido ausente - en eso, por desgracia, no hemos cambiado - expía su tristeza a través de la escritura, del teatro, de poner sobre las tablas su obra más famosa: Hamlet. Cierto es que la mayoría de estudios señalan la influencia de Ur-Hamlet de Thomas Kid - obra perdida y poco conocida - como la principal fuente de inspiración para la escritura de Hamlet. Sin embargo, en un acto de gran valentía, O´Farrell decide decantarse por la hipótesis más humana, estableciendo una relación directa entre el príncipe de Dinamarca y el hijo muerto. Probablemente el supuesto "plagio" tenga más consistencia que cualquier otra razón que implique exponer los sentimientos de un hombre triste, pero ¿no resulta más interesante observar la historia desde dicha perspectiva? Esa en la que el padre - figura aparentemente inquebrantable emocionalmente - se hunde y llora a través de diálogos y acotaciones. La novela de O´Farrell es una radiografía del duelo, sí, pero también de esa perspectiva de género tan necesaria tanto en los estudios historiográficos como en la propia creación literaria. Enseñanzas que ponen el foco sobre las ignoradas, vilipendiadas o ocultas. La misma que es capaz de hablarnos de William Shakespeare, sin necesidad de nombrarlo, bajo el prisma de quien lo amó, o de plantearnos hasta que punto lo que nos han contado es cierto. Porque sí, en cuanto buscas en internet compruebas que el verdadero nombre de la esposa del bardo de las letras inglesas es Anne Hataway, no Agnes. Pero,¿cuántos nombres de esposas/amantes de insignes escritores conocemos? O mejor aún, ¿cuántos nombres de mujeres anónimas cuya importancia es trascendental, a pesar de no salir en los libros de historia, se han perdido entre los pliegues de la misma? En última instancia, da igual, sea Agnes o Anne, el quid de la cuestión es el anonimato, como estigma, representado en el impersonal rostro de la mujer de la portada que, sin embargo, se atreve a mirar al lector. 

Hamnet: una historia de abatimiento, muerte, domesticidad, complejas relaciones familiares, crianza, amor maternal... Testimonio de un tiempo - el actual - llamado a convertirse en la punta de lanza de libros que aún están por escribirse. 

Frases o párrafos favoritos: 

"La crueldad y la devastación nos aguardan a la vuelta de cualquier esquina, dentro de un arcón, detrás de una puerta: saltan sobre una en cualquier momento, como un ladrón o un bandido. La cuestión es no bajar nunca la guardia. No creer nunca que se está a salvo. No dar nunca por hecho que el corazón de tus hijos late, que tus hijos beben leche, que respiran, que andan y hablan, sonríen, discuten y juegan. No olvidar ni un momento que pueden desaparecer, que te los pueden robar en un abrir y cerrar de ojos, que se los pueden llevar como leves villanos."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Libros del Asteroide


domingo, 5 de diciembre de 2021

RESEÑA: Somos luces abismales.

 SOMOS LUCES ABISMALES


Título: Somos luces abismales. 

Autora: Carolina Sanín (Bogotá, Colombia, 1973). Ha publicado las novelas Todo en otra parte (2005), Los niños (2014) y Tu cruz en el cielo desierto (2020), los ensayos Alfonso X, el Rey Sabio (2009) y El ojo de la casa (2019), los libros para niños Dalia (2010) y La gata sola (2018), las colecciones de relatos Ponqué y otros cuentos (2010) y Yosuyu (2013), y la crónica humorística Alto rendimiento (2017). Es doctora en Literatura Hispánica por la Universidad de Yale. Ha sido profesora universitaria y columnista en diferentes medios. 


Editorial: Blatt y Ríos. 

Idioma: español. 

Sinopsis: las historias de Somos luces abismales componen un todo brillante y conmovedor por los temas que encaran, por sus problemas, por las bellísimas simetrías que proponen. Carolina Sanín escribe en un idioma singular que es el suyo y el de Colombia, y lo vuelve familiar para nosotros. 

Su lectura me ha parecido: amena, extraña, poética, con la doble condición de reflexiva y autoreflexiva, cálida, híbrida... En ocasiones, y lo digo con toda la sinceridad del mundo, hay libros a los que una no sabe muy bien como enfrentarse. Unos por la dificultad que entraña su propia lectura, o más bien, la dificultad que una amplia mayoría ha visto en él y eso ya es un motivo lo suficientemente válido a nuestros ojos. Otros por su extensión, unas veces extraordinariamente voluminosa y otras por todo lo contrario, desconfiando hasta de aquellos que no rebasan las 100, como si eso fuera sinónimo de poca profundidad literaria. ¿Y qué me decís de los prejuicios? Sí, de esos a los que con muchísimo orgullo - nunca mejor dicho - nos aferramos, esos que nos impiden ver más allá de nuestros géneros de cabecera, despreciando de todo lo que no nos entre por los ojos, de aquellas páginas que nos devuelvan un supuesto cortocircuito intelectual. Yo he de confesar que, a pesar de tener una mente abierta, lo cierto es que a veces me he dejado llevar por ese radar, acertando la mayoría de las veces, pero otras tragándome, al cabo del tiempo, mis propias palabras. Pero también están los libros indescriptibles, los inclasificables, aquellos que en cualquier librería se definirían como "errantes", los que transitan de una sección a otra en función de la opinión de la o el librero de turno. Aquellos que no son novela, ni relatos, ni exactamente ensayo, ni siquiera crónicas o un libro de viajes al uso. Una peculiaridad esta la de la heterogeneidad que descoloca hasta al lector más perspicaz y formado. Eso mismo fue lo que me pasó con el libro del que hoy tengo el placer de hablaros, unas pequeñas cápsulas literarias a las que el lector se enfrenta con cierto desconcierto de buenas a primeras. Y eso que a mi los maridajes en estas lides siempre me han parecido un ejercicio de valentía digna de reconocimiento, sobre todo aquellos que no caen en lo ambicioso o en la malsana pedantería. Afortunadamente, no es el caso de Carolina Sanín, cuyo texto avanza, de un tema a otro, de una sensibilidad a otra, teniendo como única brújula un mapa y una brújula en la que a cada página superada, su autora apunta de nuevo y cada vez en una dirección diferente. Como un juego, sin más intención que el de caminar a su lado y discurrir a través de sus historias. Somos luces abismales: nuestra forma de habitar en un mundo cada vez más volátil.  


Lo que el lector se encuentra en Luces abismales no son relatos, tampoco textos de fuerte importan periodística, así como otros formatos que se les parezca. Más bien, y espero no equivocarme en mi atrevido juicio, nos hayamos ante textos que, desde la conciencia de como los seres humanos juzgamos nuestro entorno, consiguen que el lector reflexione a partir de ellos. Más allá de los tránsitos que pueden fácilmente venirnos a la cabeza - viajar sería el más común teniendo en cuenta la burbuja capitalista en la que llevamos siglos sumergidos - que también los hay (la autora nos transporta desde Ecuador a la India, pasando por Francia, Puerto Rico o España) también ahonda en otro tipo de "tránsitos", aquellos que implican un trayecto más intelectual que físico, o incluso aquellos en los que caminamos hacia lo inexorable, como puede ser la propia muerte. Todo ello con un poso autobiográfico importante que le sirve a la propia Sanín para meternos aún más en el contenido de su hibridez literaria. Por supuesto, en estas pequeñas crónicas - llenas de una delicadeza y un lirismo que ya parece ser marca de la casa de esta nueva hornada de autoras latinoamericanas que han ido apareciendo en los últimos años en el panorama literario internacional - también se habla del otro gran tema de cualquier texto de estas características: la desorientación. Una y otra vez aparece el esfuerzo, por parte de la autora pero también como exigencia al propio lector, de situarse para poder emprender la senda en perfectas condiciones. Aún así, a pesar de exigir insistentemente la búsqueda de esa brújula que apunte en la dirección correcta, la pérdida de rumbo está presente, sobre todo en una concepción de abandono y de desamparo en el que en ocasiones nos podemos encontrar al largo de nuestra vida. Si tuviera que quedarme con alguno de los "viajes" de Carolina Sanín nos describe, quizás me decantaría por el de "El pesebre" donde se nos cuenta, a modo de crónica espectral, el intento por parte de la autora de alcanzar a una amiga que acaba de morir. Algo que, para conseguirlo, decide revisitar el Hotel Salto al que fueron juntas cuando eran universitarias. Por otro lado, en su aproximación a los recuerdos de un viaje a Ecuador, Sanín retoma a esa amiga desaparecida para contarle minuciosamente, a modo de despedida, lo acontecido en aquellas tierras. En definitiva, valiéndose de una prosa tan ligera como acogedora y dándole una vuelta de tuerca a un género tan poco revisitado en la actualidad como son los libros de viajes - por citar el referente más claro, aunque sigo sin tenerlas todas conmigo - Carolina Sanín compone un altar de pasajes que de forma desigual (por supuesto, no todos los fragmentos son igual de destacables) nos introducen en las inquietudes y preocupaciones de una autora a la que todavía le queda mucho por contar. 

Luces abismales: una historia de trayectos, idas, venidas, estancias, miradas que se redirigen al trecho recorrido, ojos enfocados al futuro, ríos, montañas, ciudades, fauna, flora, huellas... Pasar de puntillas, sin hacer ruido, sin pararse a observar el paisaje, ese sí es el verdadero abismo. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Escribir es negro. Y escribir bien, mejor y más verdaderamente, es negro dentro de negro."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Blatt y Ríos

sábado, 27 de noviembre de 2021

RESEÑA: Tienes que mirar.

 TIENES QUE MIRAR


Título: Tienes que mirar. 

Autora: Anna Starobinets (Moscú, 1978). Es periodista en el magazín Russki Reporter, escritora de obras distópicas y metafísicas - también de libros infantiles -, y guionista de cine y televisión. Estudió en el Liceo Oriental y en la Universidad Estatal de Moscú. Tras graduarse, comenzó a trabajar en el Diario Vremya Novostei y a profundizar desde la escritura en la realidad local rusa. Con tan solo veintisiete años, publicó su primer libro Una edad difícil (2005); El vivo (2011), ganador del Utopiales European Prize en 2016 y de la distinción ucraniana International Assambly of Sci-fi "The Portal"; La glándula de Ícaro Catlantis (2015), un relato para niños, Libro del Año para The Observer en Reino Unido; la saga Beastly Crime Chronicles (2015, 2016); y Tienes que mirar (2017), novela autobiográfica en clave de no ficción que le valió ser finalista del Premio International Bestseller en 2018. En 2012 recibió el Premio Nocte y en 2018 el Premio de la Sociedad Europea de Ciencia Ficción. Actualmente vive en Moscú. 


Editorial: Impedimenta. 

Idioma original: ruso. 

Traductores: Viktoria Lefterova y Enrique Maldonado. 

Sinopsis: en 2012, la escritora Anna Starobinets, descubre, en una visita rutinaria al médico, que el niño que espera no vivirá. Lo que comienza siendo la crónica de una decisión familiar, acaba convirtiéndose en una historia de terror. ¿Qué hacer cuando el futuro se desmorona en la pantalla de un ecógrafo? Starobinets narra con una desgarradora humanidad el peregrinaje por las instituciones sanitarias de su país, su posterior viaje a Alemania y el duelo por el hijo perdido. Tienes que mirar es la radiografía íntima de un trauma silenciado, el testimonio de una mujer que se enfrenta sola a un sistema que no la tiene en cuenta, un descenso a las simas más profundas del dolor y a la vez un canto a la vida. Un revelador texto cuya publicación desencadenó una tormenta en su país al abordar el tabú del poder de las mujeres sobre su propio cuerpo, y las secuelas personales y familiares de la pérdida de un hijo. 

Su lectura me ha parecido: cruda, fría, desasosegante, trise (al borde de la lágrima), bestia, realista a más no poder, agobiante, terrorífica, a cuya lectura asistes con el corazón en un puño, un antes y un después en la literatura, impepinablemente necesaria... Hace unas semanas asistí a la presentación de la novela Leña menuda, escrita por la madrileña Marta Barrio y merecedora del Premio Tusquets de novela de este año. Un libro en el que el lector sigue la historia de una mujer embarazada que ve truncado su deseo de ser madre al detectarse en unas pruebas que el bebé padece una enfermedad incurable, grave, de la que difícilmente sobrevivirá una vez tenga lugar el parto. De ahí que la protagonista decida finalmente abortar, circunstancia que le sirve a la autora para retratar las dificultades para asumir la pérdida y el desmoronamiento de un proyecto de vida tan trascendente como es traer a un niño o niña al mundo. Por supuesto, el tema del aborto estuvo presente en prácticamente los 60 minutos que duró la presentación, algo que vino muy bien para generar debate y conocer opiniones al respecto. De entre todo lo que se dijo, hubo algo que me llamó especialmente la atención, y es que, como bien decía Barrio, a la hora de escribir su novela se encontró huérfana de literatura sobre el aborto, o más concretamente, sobre el después, sobre duro camino hacia la recuperación física y psicológica en el caso de que el embarazo fuese deseado. Se ha escrito sobre vientres abultados, sobre vidas creciendo en su interior, sobre crianza, depresión postparto y sobre mil y un modelos de maternidad - toda una avalancha en los últimos años - donde ésta comienza a abordarse desde una perspectiva más realista y desechando cualquier tipo de tabú. Respecto a los abortos sí, hay novelas que lo han abordado, desde el derecho - mujeres que no quieren tener un bebé y recurren a ello legalmente - desde la dificultad - bajo pena de cárcel, repudio o muerte - e incluso visibilizando la peligrosidad de algunas técnicas o la insalubridad de los espacios - las cuales también pueden conducir al fallecimiento -. Y cierto, a mi también se me vino a la cabeza la imagen de Mia Farrow embarazada en La semilla del Diablo, así como la reflexión que entorno a ello plantea Desirée de Fez en su maravilloso ensayo La reina del grito. Pero entonces, antes de que la novela de Barrio se alzase con tan importante galardón, llegó Anna Starobinets. Desde Rusia, sin amor (o al menos desde un prisma completamente afilado), con una prosa capaz de cortar la respiración y con una punzante orden convertida en uno de los mejores libros del año. Tienes que mirar: duelo, trauma, caída en picado y desamparo institucionalizado. 


Pocas veces la o el lector tiene el privilegio de toparse con un libro de estas características. Un libro inclasificable, a caballo entre la novela de miedo, el ensayo más glacial y la crónica periodística más incisiva que nos sitúa en el inicio de un larguísimo tobogán. De esos que te puedes encontrar fácilmente en los parques acuáticos. Un oscuro tubo al que te lanzas con toda la valentía del mundo, sin pensar en los sobresaltos, las vertiginosas curvas, los chutes de adrenalina, pero también en los gritos, el miedo o el desesperado deseo de que todo pase pronto. Y entonces llega, ¡chof! Sales disparado hacia la inmensidad de la piscina. Hacia un supuesto fondo que a penas consigues visualizar entre torpes brazadas. Solo tienes que nadar, rápido, hacia la superficie, siguiendo la luz que atraviesa el agua cristalina. Pero en lugar de eso te hundes, algo te empuja hacia el fondo, pierdes aire, fuerza, desciendes, gritas, pero nadie te escucha, te ahogas. Nadie te prepara para una lectura así, por muchos libros de Stephen King que te hayas leído, por muchas historias que te hayan contado sobre mujeres que abortan, incluso, por mucha información que creas tener al respecto. Nadie, absolutamente nadie, sale indemne de Tienes que mirar - y quien diga lo contrario, entonces ellos son los que, y nunca mejor dicho, se lo tienen que hacer mirar -. "Una cosa es inventar historias de miedo y otra muy distinta es convertirte en la protagonista de un cuento de terror", así de potente inicia Anna Starobinets - recordemos, una conocida periodista y novelista rusa especializada en literatura de género - su particular relato de horror. Un inicio que, de buenas a primeras, debería ponernos en alerta - incluso sin haber leído la sinopsis de la contraportada - y obligarnos a respirar hondo y agenciarnos un paquete de pañuelos por lo que pudiera pasar. Yo, inconsciente de mí, no lo hice, y el resultado fue de todo menos agradable. Por un lado no podía creer lo que mis ojos estaban leyendo al tiempo que - en el segundo capítulo ¡ojo! - sentí unas irreprimibles ganas de llorar. Con una prosa tan gélida como los inviernos en la Plaza Roja de Moscú, directa y sin apenas elementos amables - salvo esos cariñosos apelativos "Tejón" y "Tejoncita" que emplea para referirse a su marido y a su hija - Starobinets edifica un libro que va más allá de lo puramente testimonial a base de salvajes mordiscos al rededor de la muerte perinatal. O lo que es lo mismo, del fallecimiento del feto o del bebé desde de las primeras 28 semanas del embarazo hasta la primera de vida. Algo que condujo a la consumación de un aborto y al estanque negro en el que la propia Anna se sumergió, como si de la laguna Estigia se tratase, y del que estuvo a punto de no regresar. 


Tienes que mirar es una odisea. Un azaroso viaje entre clínicas, ginecólogos, ecografías, juicios morales, miradas inquisitivas, pruebas y más pruebas y frialdad a raudales en una humilde barquita de madera. A pesar de no adscribirse a los códigos canónicos del terror, podemos afirmar que el retrato que Anna Starobinets hace de la sanidad pública y privada - aquí no se salva ni dios - rusa de la era Putin es de todo menos amable. Y da miedo, mucho miedo. No es de extrañar que la polémica estallara tras su publicación en un país en el que la deshumanización parece institucionalizada en este ámbito. Las formulas preestablecidas (sin importar los deseos o situación económica de la mujer), la lentitud, la falta de empatía, el machismo más arcaico - del palo que en algunos hospitales las mujeres no pueden ir a las revisiones acompañadas de sus parejas - o las amenazas con ir al Hospital Urbano 36 - en el distrito de Sokolínaya Gorá y de dudosa reputación - a las madres que consideran "negligentes" por atreverse a opinar sobre la forma en la que querrían o no dar a luz... La lista es larguísima, como los otros testimonios que aparecen en el libro y que Starobinets recopiló mientras se daba de bruces contra un acantilado llamado Displasia renal multiquística bilateral. Tras una serie de lamentables incidentes y de visitas infructuosas a especialistas, Starobinets decide abortar en Alemania. Y de nuevo, vuelta a empezar, otra vicisitud, alargando aún más la triste burocracia del duelo. Cierto es que la situación no es la misma, que el trato mejora considerablemente si lo comparamos con todo lo que hemos leído sobre el submundo del sistema ruso. Y de hecho, a pesar de que estamos viendo como Anna está durante todo el libro partida, literalmente, conseguimos apartar las cortinas de la ventana para que la luz entre de lleno en la habitación de la desazón. Pero entonces, una vez tiene lugar el objetivo del viaje - el aborto - viene lo peor. Cuando el lector cree que ya está bien, que ya no puede soportar más sufrimiento entre capítulo y capítulo, acontece la que para mi es la parte más terrorífica del libro. La que te deja tocada y hundida durante semanas. La depresión más horrorosa que te puedas imaginar en toda su crudeza. Nunca como lectora, y mira que han pasado libros por mis manos, había leído una descripción tan sangrante, humana y sincera de lo que muchas personas en el mundo sufren, en esta ocasión, por la muerte de un hijo al que ni siquiera la protagonista ha conocido. Una mano invisible tira de ella, con fuerza, impidiéndole comer, sonreír o salir a la calle sin que sufra ataques de pánico ante la indiferencia del resto de viandantes que pasean por un parque. Estremece, hasta el tuétano, pensar que todas y todos nos podemos ver en esa situación. Aunque asusta más saber el tabú en el que sigue todavía envuelta la salud mental y todas sus ramificaciones. Ahí es donde de verdad, retomando las palabras con las que Satorbinets inicia este libro, el lector se siente imbuido en el verdadero relato de terror. De lo cotidiano, de lo familiar, de lo amable, de lo deseado... Nada escapa de tornarse el horror más absoluto. Al final, ese machacón "tienes que mirar", del que al principio Starobinets no quiere ni oír hablar, se presenta como el principio de sanación - sin olvidarnos del imprescindible papel de la familia - para emprender de nuevo el camino de la vida. Un título que, en su literalidad, esconde la clave de esta novela-testimonio. Observar para avanzar, despedirse, dejar marchar. Desconozco si Anna Starobinets regresará a la Ciencia Ficción o seguirá explorando nuevos horizontes narrativos, pero de lo que sí estoy segura es que estamos delante de un libro único. No solo por el tema sobre el que pivota, sino por sus implacables imágenes construidas a base de un estilo que no entiende de buenísimos, banalidades o autocensuras varias. Un texto que, de seguro, cambiará - ya lo está haciendo - la literatura social tal y como la entendemos a través del feminismo, la denuncia y, sobre todo, un salvaje realismo. 

Tienes que mirar: una historia de tristeza, dolor, incomprensión, soledad, depresión, oscuridad, duelo, crítica, llanto, cura... Una nueva forma de terror llama a la puerta, y se llama violencia obstétrico-ginecológica legitimada. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Me siento como una lombriz cortada en dos mitades con un trozo de cristal. Una mitad se retuerce, se humilla y suelta lágrimas y mocos porque quiere su ecografía. La otra a penas se mueve. Desprecia a la primera. Y le susurra: ¿es que no ves que ese tío es un cabrón?"

"Quisiera que alguien me tomara de la mano y me sacara de allí. Pero no hay nadie. Nunca vaya a sitios sola (…). Llévese a cualquiera que le ayude a encontrar la salida. No la salida definitiva, simplemente la salida del edificio."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Impedimenta

sábado, 20 de noviembre de 2021

RESEÑA: Jude el oscuro.

 JUDE EL OSCURO


Título: Jude el oscuro. 

Autor: Thomas Hardy (1840-1928) fue uno de los principales escritores de la Inglaterra victoriana. Sus novelas, entre las que destacan, aparte de Tess, El regreso del nativo, Dos en una torre o Los habitantes del Bosque entre otras, están llenas de fuerza y pasión, y suelen contraponer el medio rural con el urbano y al individuo con la sociedad que lo rodea. Jude el oscuro - publicada en 1895 - fue la última novela que escribió antes de morir. 


Editorial: Alianza Editorial. 

Idioma original: inglés. 

Traductor: Miguel Ángel Pérez Pérez. 

Sinopsis: Jude Fawley es un joven de origen campesino cuya principal aspiración es acceder a tener unos estudios, para lo cual no escatima en esfuerzos aun cuando se emplee en el oficio de cantero. La consecución de sus ilusiones, sin embargo, se verá afectada por sus relaciones, primero, con la desenvuelta Arabella Donn y, después, con su viva e inteligente prima Sue. Los impulsos y las decisiones de Jude irán complicando de forma creciente y trágica su trayectoria vital hasta un desastrado fin que rubricará, precisamente, la oscuridad de su existencia. 

Su lectura me ha parecido: trágica, pesimista, psicológicamente violenta, crítica con la sociedad de su tiempo, un clásico a reivindicar... Para mi, Thomas Hardy - no, no estoy hablando del talentoso actor británico al que casi no le hace falta hablar para expresar todo un mundo interior - es casa. Cimientos desde que, estando en cuarto de carrera, lo descubriera de pura casualidad con Tess la de los d´Urberville. Novela que puso patas arriba mi canon de lecturas, obligándome a prestar más atención a aquellas obras alejadas de los grandes nombres, o al menos de los que suelen copar tanto los libros de texto como las estanterías dedicadas a clásicos de la literatura se refiere. Hasta ese momento, Inglaterra la asociaba con Dickens, con Wilde, con Austen, las hermanas Brontë o con el todopoderoso Shakespeare. Y sí, admiro al hijo predilecto de Stratford Upon Avon - sobre todo cuando toca ponerse frente a las teclas en calidad de escritora - pero Hardy me descubrió una confrontación entre ser humano - o más bien mujer - y medios económicos-entorno-ruralidad-convenciones sociales-moralidad asfixiante que me pareció igual o más estimulante que la venganza en Hamlet o el peso de la familia en El Rey Lear. Su final (o parte de su desenlace para ser más justos) a los pies de Stonehenge aún sigue poniéndome los pelos de punta. Pilares después de adentrarme en Los habitantes del bosque. En una bellísima edición de Impedimenta donde lo colectivo se tornaba particular en las vidas de aquellos habitantes de Little Hintock, en especial la de la joven y refinada Grace Melbury, quien representa a la perfección el rol que tenían las mujeres en esa época, como moneda de cambio para los intereses económicos de su padre sin tener en cuenta los deseos de su propia hija. También, para más inri, es una de las novelas donde mejor se evidencian los prejuicios de la burguesía adinerada respecto a los habitantes del campo, del bosque, ese al que los lugareños parecen haber abrazado en todas sus facetas, por muy inclementes que sean en ocasiones. Y finalmente paredes tras dejarme llevar con Dos en una torre. Una de las historias de amor más interesantes y claramente avanzadas - la protagonista le saca diez años a su amado - al encorsetamiento de la sociedad del momento. Si bien es cierto que en cuanto a estilo tal vez peque un poco de liviano y en ocasiones rozando lo cursi, una servidora la disfrutó enormemente. No todo van a ser lecturas profundas y trascendentales. Ahora, con la novela que hoy estoy a punto de reseñar, obtengo por fin ese tejado, el necesario resguardo para mis inquietudes intelectuales y alacena de aquellos libros que han anidado emocionalmente en mi estómago. Libros como los de Hardy, inquebrantables, sorprendentemente feministas - aunque con matices, era un señor que escribió a finales del XIX - a los que seguiré profesando un cariño especial. Jude el oscuro: matrimonios infelices y aspiraciones truncadas. 


Jude Fawley - nuestro protagonista y al que seguiremos a lo largo de la gruesa novela - es un joven de origen campestre que ha crecido en un ambiente claramente disfuncional. Sufriendo hambre, miseria y el rechazo de la sociedad. Sin embargo, persigue un sueño, a todas luces quimérico en aquella época, la de viajar a Christminster para estudiar para convertirse en un hombre erudito. Algo que trata de alcanzar con el dinero que gana trabajando como picapedrero en una cantera. Aunque sus deseos y educación autodidacta, así como su empeño en lograr su mayor ambición, parecen ir encaminadas a conseguirlo, entonces se cruzará un inesperado contratiempo. El de un matrimonio de conveniencia con una mujer llamada Arabella a la que no ama y le hace perder la esperanza en alcanzar el propósito por el que ha estado peleando tanto. Al cabo de un tiempo, cuando ha conseguido al menos estudiar teología - y no la carrera de letras que tanto le hubiera gustado - irrumpe en su vida Sue, su prima, una mujer extraordinariamente avanzada a su época atrapada - al igual que Jude - en un matrimonio sin amor. Esta relación primero de amistad y luego de amor desencadenará una serie de prejuicios a la pareja, más allá de la consanguineidad evidente y manifiesta. Dicho esto, la propia trama ya nos está anticipando algunos de los temas que más han aparecido a lo largo de la producción literaria de Thomas Hardy. Huelga decir que esta es la última novela que escribió, no por fallecimiento sino por el clima adverso que ésta generó. Fue tal el odio y la condena por parte de los sectores más conservadores de la época - hasta el punto de que un obispo inglés llegó a quemar un ejemplar públicamente instando a sus feligreses a que hicieran lo mismo - que Hardy tomó la decisión de no escribir más novelas y centrarse en la poesía. No sabemos qué habría surgido en la mente de Hardy de no haber sido por este desagradable incidente pero, y aunque como amante de su obra me hubiera gustado que continuase explorando nuevas historias en el terreno narrativo, pero lo cierto es que como epitafio literario Jude el oscuro es uno de sus mejores libros. Acrecentando su visceralidad - aún más que en Tess la de los d´Urberville - y poniendo en primer plano aquello que más le preocupaba. 



Además de su contundente defensa a una educación igualitaria independientemente del entorno socio-económico del que provengas - en consonancia con la revolución educativa del momento - Jude el oscuro se revela como una sucesión de episodios de gran dureza que culminan con la denuncia a una injusticia tan mayúscula como lo eran los matrimonios de conveniencia. Esas burbujas de apariencias que escondían más desazón que felicidad. Por no hablar de que, una vez más, Hardy se pone en la piel de las mujeres - en especial de la de Sue - para mostrarnos, una vez más, cuan de injusto era el patriarcado en la Inglaterra del siglo XIX. Todas y todos sabemos que, en realidad, nuestro Hardy comulgaba más con valores más tradicionales, resultando a cualquier lente violeta un falso aliado del feminismo. Y cierto es, pero no debemos perdernos la oportunidad de dejar escapar esta novela. Aunque sea por esa defensa de la convivencia en pareja fuera del matrimonio, por ver a estos dos amantes luchar contra las fuerzas vivas y enfurecidas del lugar, por empaparnos de un personaje - el de Jude - con el que es complicado no empatizar. Teniendo en cuenta su humilde origen y el sobreesfuerzo que se le exige para progresar en la vida simplemente por no haber nacido entre algodones. Algo con lo que, de una manera u otra, acabamos irremediablemente identificándonos. O al menos aquellos que encadenan un trabajo precario tras otro sin una recompensa y conformándose con una ligera palmadita en la espalda. Sutiles palmadas esas, al son de las piedras que caen en la cantera donde trabaja nuestro protagonista, o al de las copas de vino chocándose en un inocente brindis, sin pensar en ese lavaplatos escondido tras comandas y el estrés por no llegar a fin de mes. 

Jude el oscuro: una historia de amor, represión, sueños, esfuerzos en vano, asfixia, condena social, pobreza... El sello Hardy presente en cada una de sus páginas. 

Frases o párrafos favoritos: 

"¡Qué no dirá la gente de los tiempos venideros cuando se parea considerar las bárbaras costumbres y supersticiones de estos tiempos que nos ha tocado la desdicha de vivir". 

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Alianza Editorial