EL PALACIO DE HIELO
Título: El palacio de hielo.
Autor: Tarjei Vesaas (1897-1970) nació y creció a la orilla del lago Vinjevatn, en Noruega, rodeado de una idílica y solitaria naturaleza que influyó en toda su obra literaria. De carácter muy sensible, quedó marcado para siempre por la destrucción de la que fue testigo durante la Primer Guerra Mundial y la culpabilidad que sentía por haber decidido en su momento no hacerse cargo de la granja familiar. Entre sus estudios y el servicio militar encontró tiempo para seguir escribiendo novelas, poesía y teatro, y finalmente, en 1923, consiguió publicar Hijos de humanos, que le abrió definitivamente las puertas de su carrera literaria. Fue tres veces candidato al Nobel de Literatura y hoy es considerado uno de los mejores escritores noruegos del siglo XX. La literatura de Vesaas, con una aparente sencillez, rebosa simbolismo y poesía y conjuga a la perfección el paisaje noruego con la psicología de sus personajes. Es autor de novelas como El palacio de hielo (1963), Los pájaros (1957) y Los vientos (1953).
Editorial: Trotalibros.
Idioma original: noruego.
Traductoras: Kristi Baggethun y Mª Asunción Lorenzo.
Sinopsis: esta es la historia de dos niñas de once años que, aunque son muy diferentes, sienten una conexión muy especial desde el primer momento. Esta es la historia de una promesa y de un palacio de hielo con laberintos pasillos, inmensas salas y bosques encantados en su interior. Esa es la historia de Unn, que se adentra sola en el palacio de hielo y desaparece, y de Siss, que busca contra el tiempo y el olvido.
Su lectura me ha parecido: envolvente, sutil, potente, con tintes mágicos, pausada pero no por ello aburrida, lírica, sobrecogedora... A veces tengo un sueño recurrente. Me veo a mi, quieta, abrigada hasta las cejas y en medio de un bosque nevado. El frío me paraliza. Muevo los dedos de las manos para que la sangre siga circulando, ya que en ese primer golpe de irrealidad, creo estar petrificada. El paisaje me es familiar. Siempre pienso que es el monte que rodea el pueblo de mi infancia, aquel por el que corrí y perturbé con gritos de júbilo mientras rodaba ladera abajo o al tiempo que las palmas de mis manos, enfundadas en unos llamativos guantes rojos, acariciaban el hielo convertido en un amorfo muñeco de nieve. Pero bien podría ser otro lugar, más lejano, Islandia tal vez. No es descabellado pensar que mis deseos viajeros se cuelen en mi subconsciente, como señal de que necesito salir de mi ciudad de sol y playa que, aunque la adoro, una siente que debe abandonarla al menos por unos días, semanas, meses si el dinero no fuera un problema. Comienza a nevar, los copos se posan en mis pestañas, creando una cortina de hielo entre molesta y hermosa. No estoy de foto, ni mucho menos, de hecho estoy deseando huir de allí. Adoro el frío, pero en mi recurrente ensoñación éste se convierte en mil agujas clavándose en mi blanca piel forrada de capas y más capas. Algo se mueve al fondo, no sé muy bien lo que puede ser, nunca he visto animales salvajes rondar entre los pinos de mi niñez, aunque las historias que se cuentan de generación en generación afirman todo lo contrario. Camino, por fin, en dirección hacia aquello misterioso, huidizo. Timidez embriagadora con aroma a tierra mojada que me empuja a averiguar su forma, esencia, carácter. Avanzo, temerosa, pero firme en mi inquietud. Me pierdo, el silbido del viento es relajante y las copas de los árboles, llenas, arden en deseos por descargar el exceso de nieve acumulada. Me fundo. No me importa. Creo estar a salvo, tranquila, como no lo he estado en mucho tiempo. Ya puede venir la ventisca del siglo y enterrarme bajo toneladas de pálido albor que a mi no me sacan de ese lugar, ni de ese letargo devenido en placer, aunque lo pesadillesco me agarrase con fuerza de los tobillos al principio de esta increíble historia. Lo confieso, las catedrales de hielo - o lo que es lo mismo, las novelas ambientadas en la estación más odiada - me han regalado grandes momentos lectores. Y es que son la ambientación perfecta, tanto si lo que pretendes es construir un relato costumbrista impregnado de gran amabilidad, como si lo que te calienta el alma es retorcer géneros para contar una historia de terror puro. O todo a la vez, ganando en empatía y complejidad narrativa. No, no estamos ante una novela que se caracterice precisamente por darte sustos de muerte, tampoco frente a una en la que lo enternecedor decaiga en cursilería melodramática. Aquí, el frío, viene por la ambientación, el carácter de sus habitantes y, sobre todo, por su peculiar geografía emocional encarnada en dos niñas que, sin duda, harán las delicias de toda aquella lectora o lector que sepa leer más allá de la sinopsis oficial. El palacio de hielo: la no tan gélida naturaleza del duelo.
Desde la Noruega más misteriosa, rural y evocadora Tarjei Vesaas - recordemos, tres veces candidato al Nobel de Literatura y todo un referente en las letras escandinavas - nos trajo una historia de lo más interesante a nivel argumental y estilístico. La de dos niñas - Unn y Siss - que, sobre sus pequeños hombros, su autor descarga toda la trama y la emoción que ésta acumula en esas 198 páginas. De hecho son ellas, sus diferentes caracteres - una más popular y la otra más retraída - y el suceso que marca sus todavía cortas vidas son prácticamente la razón de ser de una obra, insisto, tan especial como los paisajes en los que Vesaas es capaz de introducirnos. Y es que la naturaleza, así como los cambios climatológicos que acompañan a las cuatro estaciones y sus consecuentes impactos sobre la misma, no solo vehiculan el devenir de los acontecimientos, también acompañan a la perfección las emociones que experimentan tanto los personajes como el propio lector al acercarse a ellas. En El palacio de hielo abundan las descripciones de dicho ecosistema cambiante, de ese lago cercano al pueblo - helado al principio de la novela que pronto amanecerá con una enorme capa de nieve, anunciando la llegada del crudo invierno - y, por supuesto, de esa cascada congelada y llena de estalactitas a la que el autor bautiza como el "palacio de hielo" (el otro gran personaje del libro) que, como si de una casa encantada gótica se tratase, hace las veces de morada del horror, así como de cofre donde guardar los secretos más inconfesables. La Premio Nobel de Literatura Doris Lessing se refirió precisamente a ese sigilo en su correspondiente reseña que escribió para The Independent en 1993, impresión para nada descabellada teniendo en cuenta la relación que ambas protagonistas establecen bajo los carámbanos de hielo. De unos comienzos algo accidentados en los que se establece una pequeña relación de poder en cuanto a la asunción de papeles (la líder y la sumisa) que puede recordarnos a las inmortales Lenú y Lila que tan bien Elena Ferrante retrató en La amiga estupenda, pasamos a algo más sutil, interesante y adulto como es la tristeza ante la pérdida. Porque, si algo es El palacio de hielo es una oda al duelo y al torrente de emociones que éste provoca, incluyendo ese pedregoso acantilado que hay que escalar hasta llegar a la cima de la recuperación, o de la aceptación, o del "convivir con ello". En este caso, para más fascinación, la poesía parece poseer la pluma de Vesaas, abordándolo desde la más pura de las elegancias, sin provocar la lágrima fácil, pero sí una sensación de amor por esa amistad y por Siss, sobre todo por Siss. La que permanece, la que espera, la que no ha desaparecido en el "palacio de hielo", la que no busca medio pueblo, la que, en última instancia, echa de menos a aquella tímida niña de once años llamada Unn por la que había comenzado a sentir atracción. Sin recrearse en lo morboso, Vesaas nos regala un relato atmosférico, cargado de afecto, ternura, ciertos toques de misterio y un halo de irrealidad constante - a veces parece que derive en una especie de cuento e hadas - que, aupado por una arquitectura agreste, unas protagonistas construidas desde el mimo más enternecedor y un palacio soñado para que, en la mente de cada lectora o lector, adquiera las formas que dicte su personal y desbordante imaginación. Y es que la literatura, en toda su grandeza, está no solo para trasladarnos a lugares inauditos, también para cultivar aquellos huertos que creíamos sembrados de conocimiento.
El palacio de hielo: una historia de amor, amistad, vivencias traumáticas, caminos sombríos, nieve, paso del tiempo, heridas que sanan, infancia, aprendizaje... Larga vida a Tarjei Vesaas y a Trotalibros Editorial que, en tiempos de crisis y shocks mediáticos, consigue apaciguar nuestras volátiles curvas emocionales cargadas de sobreinformación, tragedias y demás sorpresas con clásicos a reivindicar.
Frases o párrafos favoritos:
"La oscuridad a los lados del camino. No tiene ni forma ni nombre, pero el que anda por ahí nota que aparece, que le persigue y le hace sentir arroyos corriendo corriéndole por la espalda."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Trotalibros Editorial
Muchas gracias por la reseña!
ResponderEliminarConocía de oídas al autor por la gran importancia que tiene por sus nominaciones al nobel, pero a pesar de ello y de esta magnifica reseña, creo que no me atrae,
ResponderEliminarUna muy buena reseña, no obstante.
La labor de Trotalibros rescatando estos clásicos está siendo buenísima. Y desde luego tu reseña me deja con muchas ganas de acercarme a éste.
ResponderEliminarBesotes!!!
Hola Jimena!!
ResponderEliminarInteresante, me lo apunto. Gracias por la recomendación y reseña.
Besos💋💋💋