DOS EN UNA TORRE
Título: Dos en una torre.
Autor: Thomas Hardy (1840-1928) fue uno de los principales escritores de la Inglaterra victoriana. Sus novelas, entre las que destacan, aparte de Tess, El regreso del nativo, Jude el Oscuro o Los habitantes del Bosque entre otras, están llenas de fuerza y pasión, y suelen contraponer el medio rural con el urbano y al individuo con la sociedad que lo rodea. Dos en una torre es una de las novelas menos conocidas del autor pero no por ello de las más interesantes.
- Ah, pues miles... cientos de miles -dijo en tono ausente.
-No. Sólo hay unas tres mil. ¿Y cuántas cree que podemos ver con la ayuda de un telescopio potente?
- No me atrevo a dar una cifra.
-Veinte millones. De manera que, para lo que fuesen hechas las estrellas, desde luego no fue para alegrarnos la vista. Pasa lo mismo con todo lo demás: Nada se hizo para el hombre."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Alianza Editorial
Editorial: Alianza Editorial.
Idioma: inglés.
Traductor: Miguel Ángel Pérez Pérez.
Sinopsis: Lady Constantine se aburre en su finca del suroeste de Inglaterra por la ausencia de su marido, hasta que un día, en una torre de la heredad, conoce a Swithin St Cleeve, diez años más joven que ella, de posición social inferior, muy atractivo y estudiante de astronomía. Esa torre se convertirá en el centro de su romance secreto, pero enseguida el mundo exterior empezará a interponerse entre ellos. "Dos en una torre" es una arrebatadora novela de Thomas Hardy en la que las constantes de su obra (la estrechez moral de la sociedad, la desigualdad entre los sexos, la rebeldía femenina y su derecho a elegir) vuelven a estar presentes y la inmensidad del universo que Swithin recorre con su telescopio contrasta con la pequeñez y mezquindad de la vida en la tierra. (Fuente: Alianza Editorial).
Su lectura me ha parecido:
Densa, compleja, con un halo pesimista, con un poso infinitamente reflexivo, siempre pegado a los debates de su época entorno a los problemas sociales... La primera vez que cayó una novela de Thomas Hardy entre mis manos fue por un motivo muy concreto relacionado con lo académico. Aquella aproximación a la lectura de Tess la de los d´Urberville - cuyo recuerdo aún regresa de vez en cuando a mi cabeza - no sólo me proporcionó unas de las mejores semanas dentro de mi experiencia lectora, sino que con él aprendí sobre un tema tan complejo y tan fascinante como es el de la visión patriarcal de la mujer durante la Inglaterra victoriana (periodo que, por cierto, abarca todo el siglo XIX). El libro de Thomas Hardy consiguió en su momento lo que pocas lecturas lograrían posteriormente: aunar mi pasión por la historia de género y abrirme las puertas de un campo de investigación poco ortodoxo dentro de la historia como es el conocimiento del pasado a través de los textos puramente literarios. Tess la de los d´Urberville me demostró como la ficción puede revelarnos cuestiones relacionadas con el contexto - en este caso el de la Inglaterra agraria de la época -, con la propia ideología de la autora o autor en cuestión así como las distintas corrientes de pensamiento imperantes, introducirnos en el ámbito más privado - ese al que en ocasiones cuesta tanto acceder desde otro tipo de fuentes - y todo ello para ofrecer tanto al historiador como al docente una herramienta más a la hora de enfrascarse en una investigación o preparar las clases de cualquier colegio e instituto. Como habéis podido comprobar, la literatura y la historia casan perfectamente, y aunque si bien es cierto que parece que Thomas Hardy no predicaba con el ejemplo - según algunas biografías y novelas de ficción - acabó revelándose como una voz que, desde su privilegiada posición de hombre-blanco-heterosexual, "criticó" - ya veremos el por qué de las comillas - el machismo al que eran sometidas las mujeres. Con ese recuerdo regresé a su prosa a través del libro que hoy tengo el placer de reseñaros que, aunque no alcance la calidad de Tess, lo cierto es que encontramos algunas de las claves de su mundo y su estilo narrativo. Dos en una torre: firmamentos y constelaciones para explicar la hipocresía, los prejuicios y las desigualdades sociales de la Inglaterra victoriana.
Pongámonos en contexto. La era Victoriana, por decirlo de alguna forma, parió o dio lugar a toda una generación de autoras y autores cuyas creaciones literarias, en su mayoría, han conseguido no sólo prevalecer en el tiempo, sino que además han logrado ingresar en el olimpo de la literatura universal, y por tanto, impregnadas de un halo divino e inquebrantable. Tal vez los más conocidos, por supuesto, sean en primer lugar las hermanas Brontë - ¡como olvidarlas! Para bien o para mal claro está, pues por un lado asentaron las bases de la literatura romántica por excelencia pero por el otro algunas de sus obras no consiguieron atraparme lo suficiente - y en segundo lugar Charles Dickens - sí, ese señor que escribió muchas más cosas además de Canción de Navidad o Oliver Twist y cuya literatura hay que cogerla con mucha, mucha, mucha paciencia -. Pero no fueron los únicos, ya que el XIX británico dio lugar al surgimiento de uno de los géneros más consumidos por los lectores (incluso del siglo XXI) de la mano de un Arthur Conan Doyle en estado de gracia, a la aparición de uno de los cuentos más famosos de la historia escrito por Lewis Carroll y cuya protagonista a día de hoy y gracias a Disney se ha reinventado convirtiéndose un icono pop, a la irrupción de un personaje tan icónico como desdichado llamado Dorian Gray (parido de la revolucionaria imaginación de Oscar Wilde), a la popularidad del vampiro como criatura del mal gracias a Bram Stocker, al perfeccionamiento de la novela de aventuras (y de piratas) con Robert Louis Stevenson a la cabeza, al nacimiento de la novela histórica tal y como hoy la conocemos impulsada por Walter Scott, a la aparición de numerosas revistas que contribuyeron a acostumbrar a sus suscriptores a una lectura de novelas por entregas (con la ansiedad que eso conllevaba)... Además de haber comprobado como de escondidas estaban las mujeres escritoras en esta época - algo que se debe señalar siempre - lo que esta claro es que Inglaterra vivió su edad de plata entre teorías de la evolución, el imperialismo, el ferrocarril y un paisaje fabril en el fondo. Y en ese contexto encontramos a un autor llamado Thomas Hardy que, aunque no es tan famoso como sus coetáneos, ha conseguido, poco a poco, hacerse un hueco y llegar a nuestras mesitas de noche gracias a sus historias donde el pesimismo y lo social están tatuados en cada una de sus novelas.
Centrándonos en la reseña en cuestión, comenzaremos diciendo que (además de resultar un poco pesada de leer) Dos en una torre es una obra perteneciente a esa etapa de transición que podemos apreciar en la producción literaria de Hardy. De sus primeras novelas en las que lo romántico y los elementos bucólicos están más presentes a libros, escritos en la década de los 90 del siglo XIX, en donde la crítica social se agudiza así como la oscuridad de sus tramas. Ejemplos de la primera etapa, por ejemplo, sería Lejos del mundanal ruido, y de la segunda Jude el oscuro o la ya mencionada anteriormente Tess la de los d´Urberville. En ese sentido, Dos en una torre comprendería cronológicamente su periodo de desarrollo y maduración, dicho de otra forma, de transición a lo que estaba por venir. Como bien reza su contraportada, la novela de Hardy narra la historia de Viviette Constantine, una mujer adinerada que, cansada de sostener la promesa que le hizo a su marido (el cual parece que nunca volverá de su viaje a África) y decide salir del cascarón de soledad en el que había permanecido durante todo este tiempo, aunque siempre sintiéndose culpable por ello. Es entonces cuando repara en la conocida como "Aguja de Rings-Hill" una hermosa torre que, lejos de estar abandonada, es el lugar de refugio intelectual de Swithin St Cleeve, un joven inteligente y ambicioso que cada noche observa desde la torre y con su telescopio las estrellas. Al conocerse, Viviette siente enorme curiosidad por la astronomía, hasta el punto de hacer todo lo posible para que Swithin continúe con sus estudios para que consiga ser astrónomo real, la cual parece ser su única pasión en el mundo. Pronto esta relación estudiante-mecenas se torna en algo más, sobre todo por parte de Viviette, quien cree que se está enamorando del aspirante a astrónomo. Con esta trama, a priori demasiado previsible y cursi, Hardy construye una narración encima un robusto pilar que posteriormente apreciaremos en sus novelas más oscuras: la escenificación de dos mundos totalmente opuestos. Por un lado, el de ese marido ausente - que representa no sólo el pasado, peso de la tradición, el poder de las promesas y en definitiva de lo terrenal y correcto - y por otro el de Swithin - siempre pegado a las estrellas, a las constelaciones, a la ambición, al ilimitado conocimiento y por tanto a lo imaginado e inmaterial -. Y en medio de ambos está Viviette, la cual se debate entre lo que se espera de ella como mujer casada y sus ansias de libertad viviendo nuevas experiencias. Ahí nos topamos con el Hardy un pelín crítico con los convencionalismos sociales, y digo un pelín porque en comparación con otras de sus novelas ésta es ligeramente más edulcorada. Pero lejos de quedarse ahí, el autor británico añade otras pertinentes reflexiones entorno a la mezquindad humana, la falta de privacidad de las personas, la ausencia de independencia femenina o las dificultades de ascender socialmente. Además, ¿no se respira cierto negativismo? ¿Cómo si los propios mecanismos sociales fuesen capaces de arruinarle la vida a una persona para toda la vida? Así es Thomas Hardy, dramático hasta la médula, pero también uno de los pocos que supo captar los problemas de índole social de la Inglaterra victoriana para posteriormente plasmarlos sobre el papel.
Thomas Hardy y el feminismo. El feminismo y Thomas Hardy. Un nombre y un movimiento (con una gran base de teoría política, filosófica, económica, cultural y social detrás) unidos por muchos críticos, académicos y lectores de todo el mundo. Una unión a la que una servidora, personalmente, le chirría un poco. Ya me sucedió lo mismo cuando me adentré en Jane Eyre - pues no entendí que veían de feminista en ella - o en Cumbres Borrascosas - novela que contiene uno de los personajes literarios más tóxicos de la literatura universal - o en la producción literaria de Jane Austen - algo que descubrí con el paso del tiempo y una vez leídas casi todas sus obras -. Al cabo del tiempo entendí que sí, es posible que la vida de estas tres autoras no se correspondía con la de las mujeres de su tiempo, algo que por supuesto se puede tomar como modelo e inspiración para las futuras generaciones. En eso sí fueron unas pioneras. No obstante, sus novelas distan bastante de considerarse precursoras dentro del movimiento feminista, a pesar de que se nos presenten a sus protagonistas independientes ideológicamente y en algunos casos económicamente. Sus destinos siempre estarán, de una forma u otra, unidos al patriarcado materializado en un hombre con ilustre apellido. Hombres cuyos caracteres y comportamientos, si habéis leído las referidas novelas, son terriblemente machistas. Pero estamos hablando de novelas de principios del siglo XIX, Thomas Hardy escribió más bien a finales de dicha era. Sin embargo, si algo nos demostró Hardy a los lectores que no hace falta tener a hombres ruines - aunque en sus novelas abundan - para condenar socialmente el comportamiento poco ortodoxo de la protagonista. No hay más que recordar el bárbaro castigo que sufre Tess - protagonista de Tess la de los d´Urberville - por quedarse embarazada - fruto de una violación recordemos - antes del matrimonio. Como posteriormente es repudiada por Angel cuando ésta le confiesa su "impureza" y como, en uno de esos finales tan épicos como odiosos, Tess es finalmente condenada por haber tratado de aspirar a la independencia.
La férrea y atrasada sociedad victoriana es la que hunde a Tess y la que condiciona a la protagonista de Dos en una torre (preocupada por el qué dirán respecto a su romance con un joven al que ella le dobla en edad y posición social). Algo que a Hardy se le da muy bien reflejar, cual fatalista griego en la época industrial, pero que no deja de caer en la moralina de siempre, la que reza ese mantra que hemos oído hasta la saciedad, ese que dice que como hagas X cosa (que como mujer está mal visto, prohibido, condenado o fuera de tu alcance) lo pagarás muy caro. Hay quien ha intentado ver en esto una crítica a la desigualdad del sexo femenino frente al masculino en una época, recordemos, en la que los movimientos sufragistas estaban empezando a tomar impulso en Reino Unido. Sin embargo, es posible que el tono pesimista y moralizante de Hardy de lugar a otras interpretaciones menos amables y alejadas de esa etiqueta de "aliado" del movimiento feminista de la época. Al fin y al cabo, Hardy era un hombre de su tiempo, muy de su tiempo. Tanto que se cuido mucho de relegar a su segunda esposa Florence Dugdale - novelista también - a la condición de secretaria personal. ¿Hipocresía entonces? Sí y mucha. Aún así hay que leer a Hardy, no sólo porque fue un gran escritor, también para poder criticar con más fundamento esa teoría tan peculiar y contradictoria en si misma llamada feminismo liberal. Dos en una torre: una historia de amor, libertades reprimidas, búsqueda, estrellas, observación, prejuicios sociales... Una novela que demuestra que el cielo no tiene límites, salvo que seas mujer en pleno siglo XIX.
Frases o párrafos favoritos:
"Él le preguntó por la cantidad de estrellas que creía que eran visibles en ese momento. [...]
un autor muy interesante, aunque creo que esta no es su mejor novela. Me gusta mucho tu pequeño estudio sobre el papel de la mujer en la producción literaria de Hardy, yo tampoco creo que pueda ser considerado feminista, más bien lo calificaría de liberal consecuente, pero liberalismo y feminismo no son la misma cosa en el siglo XIX, es más, puede que hasta sean cosas opuestas, como bien trata de explicar Carol Pateman.
ResponderEliminarUna reseña fascinante sobre un complejo autor, que debería ser leído del modo en que nos propones: teniendo en cuneta su contexto histórico e ideológico, pues con él gana en profundidad.