Presentación

"Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora." Proverbio hindú

"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca." Jorge Luis Borges (1899-1986) Escritor argentino.

"Los libros son, entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la esperanza les impiden decirme lo que debo hacer." Alfonso V el Magnánimo (1394-1458) Rey de Aragón.

En este blog encontraréis reseñas, relatos, además de otras secciones de opinión, crítica, entrevistas, cine, artículos... Espero que os guste al igual de todo lo que vaya subiendo.

jueves, 23 de junio de 2022

RESEÑA: La intimidad.

 LA INTIMIDAD


Título: La intimidad. 

Autora: Rosa Moncayo (Palma de Mallorca, 1993) publicó su primera novela con tan solo veintitrés años. Dog café, que así se titulaba, publicada por Expediciones Polares en 2017, recibió excelentes opiniones de crítica y público que auparon a la escritora como una de las más firmes promesas de su generación en el nuevo boom de literatura por medios como El País o Playground Magazine. Antes de eso, Rosa Moncayo había estudiado Administración de Empresas en la Universidad Carlos III y le concedieron una beca para estudiar en Corea del Sur. La intimidad (2020) es su segunda novela. 


Editorial: Barrett. 

Idioma: español. 

Sinopsis: Una joven pareja en plena espiral de drogas, obsesiones y autodestrucción decide dejar la ciudad y mudarse a una casa de campo para escapar del círculo social tóxico que la rodea. Una novela en la que Rosa Moncayo describe con crudeza poética la intimidad de una relación al borde del colapso. 

Su lectura me ha parecido: lírica, delicada, cruda, alejada de cualquier tipo de sentimentalismo, sosegada, punzante, sensorial, que va más allá de ser una novela millennial... Hay libros que requieren tiempo, calma, dejarse embriagar por sus reflexiones durante días, semanas, meses si hace falta. Novelas que una vez empiezas nunca sabes en qué momento las conseguirás acabar o si acabarán siendo abandonadas en ese estante de la infamia. Textos rápidos, agiles, sí, pero que merecen toda nuestra atención, de todo puede extraerse oro, incluso de aquellos pasajes que en su momento desechaste porque no acaban de cuadrarte en la realidad tangible y emocional que te rodeaba por aquel entonces. Páginas que sobresalen, entre una mediocridad manifiesta, pero que el mercado editorial te insta a saltarlas o leerlas en vertical porque hay libros más nuevos cuya lectura no puede esperar. Palabras que se instalan en tu cerebro, activando ese botón de la creatividad que creías adormecido entre tanta producción libresca a la que hemos convenido a llamar "fast book". Literatura que, en última instancia, acaba injustamente olvidada por culpa de la masificación, el modelo de producción, de promoción, las redes sociales y la fragilidad de la popularidad. Con la novela que hoy tengo el placer de reseñar me ha pasado precisamente eso. No es que la dejara de leer, de hecho me la bebí de un tirón . No es que carezca de talento, que lo tiene en su poética forma de narrar el desmembramiento sentimental. No es que la haya dejado "morir" en favor de otras lecturas más llamativas, puede que en esto un poco sí, Panza de burro de Andrea Abreu - soy de las que les gustó y mucho - tal vez eclipsó el otro gran lanzamiento de Barrett, que no es otro que la presente historia de la que me dispongo a hablaros. Y sí, la dejé en esa balda, leída, durante bastante tiempo, esperando ser digerida y procesada por una servidora hasta que, al fin, decido meterle mano en sus tripas para convenceros de que leáis a Rosa Moncayo. Autora de mi edad, del 93, cuya trayectoria profesional dista mucho de la mía propia a la que decidí darle una oportunidad cuando el mundo parecía derrumbarse tras los cristales de nuestras casas, o jaulas de oro, como queráis llamarlo. A lo que muchos llaman el estante de la infamia, yo lo llamo el estante del reposo sano. Y es que en ocasiones no estamos preparados para hablar de una lectura en concreto. Algo que se percibe extraño o anómalo en la era de la impresión, de la reacción y no de la pausa, de la interiorización o de la reflexión madurada. Que sirva esta reseña como recomendación y autocrítica (yo misma me veo a veces devorada por las novedades y la rapidez de este mundo interconectado). Si con ella consigo que acudáis a vuestra biblioteca privada y cojáis ese libro cuya "vida" parece haberse agotado ante los ojos de todo el mundo, ya me daría por satisfecha. La intimidad: las rupturas amorosas nunca fueron fáciles, tampoco para nuestra generación líquida. 


En un tiempo en el que nuestro propio hogar se convirtió en nuestro mundo o en nuestra peor pesadilla, Rosa Moncayo ya habló de ello un mes antes del confinamiento, de las miradas furtivas entre vecinos que jamás habías visto asomados al balcón, de las numerosas bombas de relojería que se escondían tras los muros de los edificios. En esas casas convertidas, de la noche a la mañana, en búnkeres contra una enfermedad todavía desconocida. Moncayo ya exploró todo eso pero llevándoselo a dos terrenos bien diferenciados que comprenden contenido y forma. Por un lado, la autora mallorquina nos habla del dolor que traviesa el pecho de quien observa como la relación que ha tratado de mantener a flote durante años se va a pique sin que nadie sea capaz de remediarlo. Ni siquiera con un cambio de aires - anticipándose a toda la ornada de novelas sobre el mundo rural que vendrían tras la pandemia - o el abandono de ciertos círculos tóxicos que les impiden (aunque deberíamos hablar mejor en singular) arreglar lo que ya parece no tener solución. La centrifugadora en la que parece haber entrado la existencia de Gaspar y la narradora-protagonista (adicta a las drogas duras) parece sumirlos en una espiral en la que es imposible pensar y dejar la mente lo más despejada posible. Como un cielo raso. Sin que las ruidosas azoteas de los edificios perturbe la limpieza cromática del paisaje. En La intimidad somos testigos de dos viajes bien diferenciados. El de la joven protagonista por abandonar el consumo de estupefacientes, el cual deja atrás con una sorprendente facilidad, y el de una muchacha fiestera y cosmopolita al de una mujer atapada en un aburrido pueblo. De oficinista de palo, a una más dentro de un paisaje de Andrew Wyeth en el que, a pesar de las incomodidades propias de la vida en el campo, consigue observar el dolor desde una mirada más clara, pero no por ello exenta de su pequeña dosis de crueldad. Somos así de masoquistas a veces. Este relato a ratos lírico - el talento de Moncayo en estas lides es interesante - a ratos tan exagerado como terrenal - abundan las metáforas y las hipérboles - nos pone frente al espejo de las emociones humanas, del monstruo de las galletas llamado Capitalismo voraz y de la más primitiva de las libertades, la que, según la autora, insta a "portarnos mal" o a dejar de hacer aquello para lo que estamos predestinados para reencontrarnos con nuestro verdadero ser. En palabras de Moncayo: "entrar tarde y, a pesar de todo, poder salir pronto". La intimidad en la presente novela no es el tacto, la soledad o la introspección, también el aislamiento - al cual tuvimos que acostumbrarnos hace unos pocos años - que termina por sentenciar aquello que no acaba de morir. Ya sea una relación de pareja - como es el caso - de amistad, familiar, profesional, contigo misma/o. Un tsunami claustrofóbico en plena sierra que desemboca en una huida, la tuya propia, antes de que a la otra parte implicada se le ocurra hacerlo antes. Punzantes capítulos - algunos más sobresalientes que otros - que se complementan, como no podía ser de otra manera, con una playlist que lleva más allá la experiencia literaria y que ya empleó, por ejemplo, Marina L. Ruidoms para su memorable Había una fiesta. Millenial en su forma, universal en su profundo fondo, consiguiendo de esta lectura una de las novelas más lúcidas de los últimos años. Al menos si nos atenemos a esas ventanas aislantes socialmente que cada una y uno nos hemos construido inconscientemente por culpa de un confinamiento del que se hablará largo y tendido en los libros de historia de las próximas décadas. 

La intimidad: una historia de escapatorias, encierros, incomunicación, nubosidad lisérgica, agujas en forma de poesía, ruralidad, vorágine urbanita.... Cuando el amor agoniza y no se le deja morir como es debido. 

Frases o párrafos favoritos: 

"La intimidad era esa casa temporal que nos acogió. No sé permanecer. No sé quedarme. La intimidad era ver cómo sufrías y no hacer nada por impedirlo; saber que no mereces a nadie mejor que yo, tener la certeza de que ni siquiera ibas a salir a buscarlo."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Barrett

sábado, 11 de junio de 2022

RESEÑA: Memorias de una beatnik.

 MEMORIAS DE UNA BEATNIK


Título: Memorias de una beatnik.

Autora: Diane di Prima (Nueva York, 1934 - San Francisco, 2020) fue una poeta, teórica, profesora y activista desbordante. Escribió más de una treintena de libros de poesía y prosa, entre ellos títulos hoy míticos como sus Revolutionary Letters (1971) o Loba (1978). Nieta de un inmigrante italiano anarquista cercano a Emma Goldman, Di Prima abandonó pronto la universidad, en la que había trabado amistad con la poeta Aurde Lorde, para instalarse en Manhattan, epicentro de la contracultura y el movimiento Beat en los años cincuenta, decidida a convertirse en poeta. Allí entró en contacto con Frank O´Hara, Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti o Merce Cunningham y su escritura, tan revolucionaria como su vida sexual, se consolidó como una voz fundamental de la generación Beat. Di Prima decidió convertirse, además, en madre soltera, rompiendo con muchos tabús de la época. Editó la revista The Floating Bear, junto a Leroi Jones (Amri Baraka) y fundó la editorial The Poets Press. Todo esto queda recogido en su obra posterior, titulada Recollections of My Life as a Woman: The New York Years (2001). A finales de los sesenta se instaló en San Francisco. Tuvo cinco hijos de distintas parejas y su vida fue una constante búsqueda espiritual. Vivió en California hasta su muerte en 2020. 


Editorial: Las Afueras. 

Idioma: inglés. 

Traductor: Luis Rubio Paredes. 

Sinopsis: Publicada en 1969, Memorias de una beatnik es una reivindicación del placer, la libertad y la experimentación, que brilla de forma singular dentro de la obra de la poeta estadounidense Diane di Prima. Lejos de ser unas memorias en un sentido escrito, Di Prima se inspira en los vibrantes años de su vida en Nueva York, en la década de los cincuenta, durante la emergencia del movimiento Beat, y los lleva hacia una ficción erótica, salvaje y divertida. Desde el inicio, donde la protagonista se despierta tras su primera noche con un desconocido, hasta el final - cuando se une a una orgía en compañía de Allen Ginsberg y Jack Kerouac -, la historia de Di Prima es la de una mujer joven e independiente que explora el mundo que le rodea a través del sexo con hombres y mujeres, la amistad, la literatura, el jazz y las drogas. Una atrevida y excepcional novela de crecimiento y formación tanto sentimental como artística. 

Su lectura me ha parecido: poética, extraña, con dos partes algo desiguales, pornográficamente sensual en ocasiones, fresca, interesante, bohemia, explícita, sincera, exenta de tabúes, con cierto peligro de descontextualización si no se persiste en su lectura... Cuando lees tu primer libro de lo que vino a llamarse la Generación Beat el apetito sigue estando ahí, rugiendo tu estómago, insaciable. Muchas personas, o al menos a las que he tenido el honor de preguntar, cuentan haberse iniciado en la literatura de este grupo de intelectuales de vidas tan alternativas como fascinantes con el mismo libro: En el camino de Jack Kerouac. Lectura que, una servidora, devoró compulsivamente, como si de un trozo de pizza cuatro quesos con extra de mozzarella se tratara, durante un verano en el pueblo. Siendo una adolescente a la que, aunque le preocupase encajar, no quería abandonar la excitante euforia de los libros recién descubiertos. Aunque lleven décadas publicados, más de cincuenta reimpresiones, su autor esté criando malvas en el Edson Cementery y la novela en cuestión fuese un préstamo bibliotecario - de hecho, algún día lo adquiriré ya que considero un libro importante para una fanática de la literatura estadounidense -. Recuerdo el ímpetu con el que dejaba una tras otra las páginas de aquel ejemplar de bolsillo anaranjado, de las polvorientas imágenes que pronto poblaron mi imaginación y, sobre todo, de las ganas de subrayar aquellos párrafos que, a mi juicio, consideré los más bellos del mundo. Lo sé, todavía estaba en mi etapa estudiantil, así que lo de escribir en los libros lo llevaba bien, no como ahora. Todavía sostengo la teoría de que a las y los autores de la Generación Beat hay que leerlos siendo joven. Pero no en cualquier etapa de la lozanía corpórea. Sino en aquella en la que aún nos creemos rebeldes por el hecho de empalmar la noche con el día, emborracharnos o tener nuestras primeros coqueteos con el tabaco o el sexo. No cuando la precariedad, la desazón y el hartazgo nos han consumido por dentro, parcial o plenamente, como esa rama de olivo pasto de las llamas en un incendio veraniego. Ahí, cuando los ojos siguen aún brillantes, ahí es cuando hay que leer a las y los Beat. Sí, señores, las hubo, y muchas. Lo que pasa es que Kerouac, con su azarosa biografía - material del que decidió nutrirse para su breve producción literaria - y su belleza desgarbada y apolínea se acabó convirtiendo en el icono por excelencia de la Generación Beat. Y tras él, otros, como Allen Ginsberg o William Burroughts. Aunque a mi parecer, en ese desordenado panteón debería estar Diane di Prima, ya no solo por haber sido coetánea, editora clave - sin ella muchos de los colegas de promoción literaria no se habrían dado a conocer - también por poseer un don narrativo inmenso, a la altura del señor Kerouac y de tantos autores adscritos al movimiento. De hecho, y a pesar del peligro que tienen esta suerte de memorias - ya explicaré el porqué - en manos de un lector contagiado de esta sociedad cada vez más unidimensional, lo cierto es que ha cambiado mi opinión hacia Kerouac. ¿Lo seguiré leyendo? Por supuesto. ¿Me atreveré con Burroughts? El almuerzo desnudo está entre mis próximos objetivos lectores. Pero ahora mis ojos y mis sentidos estarán más puestos en ellas, en las olvidadas, en las poetas, en las que también se bebieron, fumaron y follaron el East Village. En las que, como Diane Di Prima, nos hacen desear esa verdadera y talentosa rebeldía. Memorias de una beatnik: de la necesidad económica a la trascendencia de la voz de una mujer en plena búsqueda de la creatividad, la exploración y el placer. 


Maurice Giordias - principal cabeza visible de la mítica editorial Olympia Press - quiso otro hit. Algo que pudiese enganchar al lector desde la polémica del momento: el sexo. Poco importaba lo enrevesado de la trama o la profundidad psicológica de los personajes. De hecho no era extraño verle adquirir novelas de simplones planteamientos para que, previa contratación de sus servicios, la o el escritor de turno salpicase de coitos - explícitos a ser posible - las páginas de dicho manuscrito. Por eso, tras quedar fascinado por las gráficas y poéticas descripciones de una de sus escritoras fantasma (la propia Diane di Prima) y sabedor de su implicación en la Generación Beat, decidió encargarle la escritura de sus propias memorias a cambio de que trufase el texto de erotismo pornográfico. Di Prima necesitaba el dinero, así que aceptó el encargo. No solo le permitía seguir pagando sus facturas sino que además se aseguraba ver su nombre unido a la historia de Olympia Press. Editorial que, gracias a Girodias, alcanzó su máxima popularidad editando Lolita de Vladimir Nabokov - el escándalo literario de la época - y apostando por un autor llamado Henry Miller. Ese hit que tanto persiguió Girodias, quien confiaba revalidar el impacto que tuvo la historia de Humbert Humbert en los lectores de medio mundo, no fue el esperado. Y eso que apremió a Di Prima para que incluyese más y más capítulos de alta carga sexual. Mientras la protagonista se lo pasara en grande teniendo mil y un experiencias orgásmicas, el resto no importaba, ni siquiera ese otro relato paralelo, el de una mujer joven en el Manhattan de los años 50-60 viviendo la vida bohemia mientras se nutre de literatura, jazz y conversaciones hasta las tantas. Menos mal que Di Prima dejó hueco para todo aquello, perdiendo la posibilidad de convertirse en un best seller pero ganando en credibilidad, y lo que es más importante, interés artístico e histórico. Sin duda las exigencias de un editor demasiado ambicioso a la par que morboso son las causantes de que, hasta más o menos la mitad del libro, las y los lectores más exigentes abandonen su lectura. Aunque si bien es cierto que son las escenas de sexo mejor descritas, desprejuiciadas y más exuberantes que he leído en mucho tiempo, éstas acaban por tornarse algo monótonas, incluso en lo que a estilo se refiere, repitiendo una y otra vez la misma estructura, a pesar de las peculiaridades, diversidad y su riqueza en cuanto a educación sexual se refiere. Una vez dejadas atrás las primeras cien páginas, incluyendo la decepcionante orgía que tiene con Allen Ginsberg y Jack Kerouac (situada en el trayecto final de la novela y en la que, por salvar algo, tenemos un momento glorioso en el que la autora se deshace de todo tipo de tabúes para hablar de la menstruación) la o el lector por fin se encuentra ante el verdadero corazón del texto, ese retrato de la Generación Beat a través de los ojos de una de sus protagonistas lo cual, teniendo en cuenta la falocrática perspectiva con la que siempre se han abordado los estudios de dicho movimiento literario, es siempre una buena noticia. Diane di Prima deslumbra, no solo por su sensibilidad lírica - su producción poética es increíble, al menos la poca que hay traducida al español - también por su forma de afrontar la vida, sus valores, su visión de lo que para ella significa familia (la que se elige y la que se cimenta sin la necesidad de un contrato matrimonial de por medio), la maternidad que ella misma quiso y ejerció (cinco hijos de cuatro hombres diferentes), su sexualidad (que bien abordada está la bisexualidad) y sus opiniones sobre otros temas no menos importantes como los métodos anticonceptivos, la política del momento, las relaciones humanas, la creación literaria, la precariedad, la vida nómada o el amor. Aunque más bien podríamos hablar de poliamor, dejando en evidencia, una vez más, a toda una generación que parece haber descubierto América gracias a las redes sociales y a Zygmunt Buman. Que vamos de modernas y modernos sin ser conscientes de que algunas personas que ahora mismo tienen la edad de tus abuelos se lo pasaron en grande fuera de los límites de la monogamia. Que el amor líquido y el punk ya estaba inventado, bien lo supo Diane Di Prima, quien falleció en el aciago 2020 sin que nadie la llorase como es debido, como a tantas otras mujeres de la Generación Beat que se han ido sin pena ni gloria. Indignante silencio que abrasa estómagos, conciencias y almas. Por fortuna existen personas que han decidido, al fin, poner en valor esos legados ocultos en sendas antologías poéticas y reeditando libros como el que he tenido el placer de reseñar. Textos que perforan y descolocan por su actualidad, a pesar de estar escritos a mediados de siglo XX. Palabras que van dirigidas a rellenar ese conocimiento incompleto para ser conscientes de que, sin mujeres como Diane di Prima, muchas de nosotras no estaríamos aquí. Para agradecer, a pesar de no ser ni la mitad de modernas de lo que fue ella en su momento, su simple existencia, su actitud ante la vida y, sobre todo, su férrea decisión de proteger su libertad - dejemos de banalizar el término ¡por dios! - en todos los aspectos. 

Memorias de una Beatnik: una historia de experimentación, sexo, cariño, relaciones sociales que van y vienen, literatura, fotografía, independencia, feminismo, creación, familia, pobreza económica, felicidad, abatimiento... Agradecimiento eterno a Diane Di Prima y a todas las pioneras de la escritura, aunque el olvido haya pisoteado sus nombres. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Estaba demasiado excitada para preocuparme del guiso. Lo dejé en manos de Beatrice y sin siquiera darle las gracias a Bradley por la puerta con su nuevo libro. Anduve unas cuantas manzanas hasta el muelle de la calle Sesenta y me senté frente al río Hudson para leer y asimilar lo que estaba ocurriendo. No se me iban de la cabeza las palabras "abriendo nuevos caminos". Sabía que el tal Allen Ginsberg, quien quiera que fuese, nos había abierto nuevos caminos a todos nosotros por el mero hecho de publicar aquello. Todavía no sabía lo que significaba, ni hasta dónde nos llevaría.

El poema también me produjo cierta pesadumbre. Se suponía que, si había una persona como Allen, tenía que haber más aparte de mis colegas, otros que también escribían lo que oían, escribían como hablaban, que vivían ocultos y marginados, escondiéndose aquí y allá, y que ahora, de repente, estaban a punto de hablar en voz alta. Tenía la impresión de que Allen solo era, solo podía ser, la vanguardia de algo mucho más grande (…) No muchos los escucharían, pero ellos por fin podían escucharse los unos a los otros. Estaba a punto de encontrar a mis hermanos y hermanas."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Las Afueras

viernes, 27 de mayo de 2022

RESEÑA: Azucre.

 AZUCRE


Título: Azucre. 

Autora: Bibiana Candia (A Coruña, 1977) es escritora. Ha publicado los poemarios La rueda del hámster y Las trapecistas no tenemos novio, el libro de relatos El pie de Kafka y el artefacto narrativo Fe de erratas. Colabora de manera regular con Jot Down, Letras Libres y The Objective. Azucre es su primera novela y ha sido merecedora del Nollegiu de novela y del Premio de las Librerías de Navarra como uno de los mejores libros de 2021. 




Editorial: Pepitas de Calabazas. 

Idioma: español. 

Sinopsis: Galicia 1853. El invierno más lluvioso de la historia ha destrozado las cosechas y una epidemia de cólera empieza a hacer estragos entre la población. Orestes, el Tísico, el Rañeta y Trasdelrío, el Comido, Tomás el de Coruña y muchos otros rapaces que anhelan un futuro mejor para ellos y sus familias deciden deciden abandonar sus hogares y partir rumbo a Cuba para ganarse la vida en las plantaciones de caña de azúcar. Pero ese viaje les tiene reservado un calvario que sus cándidas mentes jamás habrían sido capaces de imaginar. Azucre es el relato novelado de la auténtica historia de mil setecientos jóvenes que viajaron a Cuba para trabajar y terminaron vendidos como esclavos por obra de Urbano Feijóo de Sotomayor, un gallego afincado en la isla que, aprovechando la situación de necesidad de sus compatriotas, promovió una campaña de colonización blanca y sustitución de la mano de obra llevada desde África. 

Su lectura me ha parecido: interesante, atípica, condensada, construida a base de impactos, muy visual, lírica, potente, pesadillesca en sus mejores momentos, plural en sus voces narrativas, epopéyica... Mi primer contacto con la historia - disciplina intelectual con la que algunas/os en este país tienen una relación más que problemática - fue, como a muchas y muchos de los que nos apasiona, a través de aquellos primeros ejemplares de la Muy Historia que cada mes devoraba como si de un bocadillo de atún con queso se tratara. Recuerdo el primero, dedicado a los (y las) malos malísimos de la historia. Ejemplar que aún, a día de hoy, guardo como oro en paño - no como aquel dedicado a la historia de la piratería que, misteriosamente, desapareció un verano en el pueblo - y que supuso entonces todo un shock para mi inquieta mente abierta a toda clase de información y aprendizajes. A lo que unos veían como una chorrada o una pérdida de tiempo, yo lo encontraba fascinante, entretenido y una buena forma de pasar el rato cuando el tedio aplanaba los días. Aquel primer contacto me llevó por senderos amazónicos, por una selva llena de criaturas - las y los susodichos personajes malvados del pasado - cuya fascinación se instaló en mi de inmediato. Fue en esas páginas donde descubrí figuras como las de Erzsébet Báthory - "La Condesa Sangrienta" para el común de los mortales - Josef Menguele, Calígula, Irma Grese, Mao Tse Tung, Guy de Rais, Iósif Stalin, Nerón, Pol Pot, Jorge Videla, Adolf Hitler, Leopoldo I de Bélgica y un larguísimo etcétera compuesto por dictadores, generales, reyes, lugartenientes fanáticos, médicos de dudosa ética, aristócratas, empresarios, matrimonios aparentemente "ideales" y anónimos que de pronto se revelan como el "carnicero de" o la "asesina de". Estoy convencida de que ahí empezó mi interés por leer sobre el mal, tratando de buscar la respuesta al porqué de dichos actos a todas luces totalmente condenables, de ahí mi fascinación por esos personajes - en el terreno de la ficción pero que bien podrían haber existido en la vida real - tan amorales y cuyo acercamiento supone un enorme desafío para la o el lector. Por eso cuando me topé, gracias a Bibiana Candia, con Urbano Feijóo de Sotomayor algo en mi cabeza hizo "clic", reconectándome directamente con aquellas perversas figuras que tanto me habían impresionado de adolescente. A pesar de que su presencia es más figurada que física, como esa inquietante mano que mece la cuna (o la política), lo cierto es que bien podría formar parte de una nueva lista, más patria, cercana, en la que figure como uno de los culpables de condenar a la esclavitud a casi 1.500 gallegos tras prometerles una vida mejor en la próspera Cuba de mediados de siglo XIX. Azucre: la terrorífica travesía hacia un aciago y vil destino. 


Algo se mueve dentro del terreno de la novela histórica cuando textos como los de Dacia Maraini - veterana escritora italiana que consiguió plasmar las emociones de un mundo, por aquel entonces, con las cicatrices del confinamiento a través de una trama epistolar ambientada en la Sicilia del siglo XVIII - o de Maggie O´Farrell - cuyo Hamnet es una magistral carta de amor y reivindicación a aquellas mujeres que se han perdido entre los pliegues de la historia - tienen una repercusión tan positiva. El género está cambiando, evolucionando, sin olvidar la épica o el clasicismo formal en algunos casos, pero con un ojo puesto en el mundo que envuelve la escritura de estas piezas literarias. Prueba de ello es precisamente la primera novela - tras un intenso camino dentro del terreno de la lírica - de la escritora gallega Bibiana Candia y su Azucre. Un libro que, en comparación con los best sellers históricos al uso los cuales, por otro lado, siguen copando las listas de los más vendidos, destaca precisamente por esa notable diferenciación. Lejos queda Azucre de, por ejemplo, aquellas novelas que se mueven en la horquilla de las quinientas y mil páginas que nos siguen entregando una serie de autores cada dos o tres años. De hecho, además de su breve extensión, la novela de Candia sorprende desde la primera página, cuando la lectora o el lector se se adentra en ella descubre una presentación más sencilla, espaciada y con capítulos que, en ocasiones, no llegan a llenar la página entera. Aunque más que capítulos, habría que hablar más bien de impresiones, flashes visuales sobre los que su autora se apoya para tejer lo que quiere contar. Del mismo modo, el lirismo del que se enriquece - fruto de, como ya he comentado, sus inicios en la poesía - dista mucho de esos textos tan extensos como farragosos que a veces inundan la mesa de novedades de histórica. No por contenido (que nunca está de más) sino por no saber encauzarlos para resultar, ya no digo digeribles, al menos llamativos para el público. Más que una novela histórica al uso, Azucre resulta una rara avis dentro del género, ya que se mueve en dos terrenos, hasta ahora, muy diferentes. Por un lado, el rigor que exige cualquier libro que se aproxime a un hecho concreto del pasado y, por otro, el estilo que bien podría emplearse para elaborar prosa poética, así como un formato que destila profesionalidad y delicadeza. En cuanto a ese acontecimiento histórico que se narra en Azucre, lo cierto es que es la segunda y gran baza con la que juega ya que, al tratarse de un episodio relativamente desconocido - o al menos para una gran parte de las y los lectores - el reclamo es aún mayor. Gracias a esa poesía y una contención narrativa inusual, Candia sabe ahondar en la coralidad del relato para meternos de lleno en un viaje tan esperanzador - los rapaces lo emprenden motivados por alcanzar una vida mejor - como terrible - tanto en las condiciones de las naves donde viajan, como en su desolador destino una vez pisan tierras cubanas -. Mezclando lo mítico con lo terrenal, las leyendas con la aspereza, los amuletos con las cañas de azúcar o la humedad de los tablones de madera en constante contacto con el agua marina, Candia nos habla de estos antepasados gallegos a los que un político-empresario engañó vilmente en favor de unas ideas racistas. Pero también parece estar refiriéndose a aquellos otros jóvenes, los del siglo XXI, que cruzan el Mediterráneo en condiciones pésimas si no los ha engullido el mar, depositando su cuerpo en el extenso camposanto de algas, peces y tumbas arenosas. Cuesta comprender como, a pesar de la distancia histórica, todavía existen injusticias que, lejos de ponerles fin, se repiten una y otra vez ante nuestros ojos, los cuales han acabado asumiendo, casi sin darnos cuenta, pestilentes discursos de elitismo cultural eurocentristas. De esta tangible realidad nos habla Candia, aunque la trama transcurra a mediados en 1853, justo lo que, a mi juicio, debería hacer toda buena novela histórica que se precie. Por muy voluminosa o alternativa que sea. Tender puentes entre pasado y presente para hablarnos de como la capa del poder pervierte a quien la lleva puesta, así como de los que son expulsados o no son dignos de la protección que ofrece su aterciopelado manto. 

Azucre: una historia de deseos, compañerismo, peligrosidad, fe, paganismo, crueldad, fascinación, dureza, esclavitud, silencio... Al rescate de aquellos hechos vergonzosos de nuestro pasado a golpe de imagen y poesía. 

Frases o párrafos favoritos: 

"La locomotora es una bestia dormida que resopla, grande como seis bueyes, brillante y cubierta de humo como una olla puesta al fuego. La impresión de La Habana aún no se ha desprendido de los rostros y ya están frente a un monstruo de hierro que jadea como un toro manso. Al hombre de la compañía, que de este lado viste de blanco impecable y tiene aspecto de alimentarse regularmente, lo acompañan dos mulatos jóvenes que no hablan, pero caminan justo detrás de él. Por edad podrían ser los rapaces; sin embargo, se miran como sabiendo bien si son de la misma especie. Los guían como un rebaño manso. Vamos, muchachos, no se me queden atrás, que el ferrocarril les espera, aún tienen por delante un camino de varias leguas hasta que lleguen a sus destinos.
    Desde La Habana hasta los ingenios, el camino de hierro ahorra tiempo, carros y animales de carga. Nunca más llegamos, no era suficiente cruzar el océano, aún no llegamos. Nos han dado la bienvenida, pero aún no es aquí; aún hay que entrar más en la tierra, más lejos aún. ¿Seguirá existiendo el mundo que dejamos atrás? Nunca más llegaremos."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Pepitas de Calabaza

sábado, 7 de mayo de 2022

RESEÑA: Ayer

 AYER


Título: Ayer. 

Autora: Agota Kristof ((Csikvánd, Hungría, 1935 - Neuchâtel, Suiza, 2011). Por motivos políticos tuvo que exiliarse de su país para, en 1956, instalarse en Suiza. Tras cinco años trabajando en una fábrica de relojes, Kristof decidió aprender francés, lengua en la que escribió en 1986 su primera novela, El gran cuaderno, primera pieza de la trilogía protagonizada por Claus y Lucas, a la que seguirían La prueba (1988) y La tercera mentira (1992). Ha escrito otras obras de teatro y de narrativa, entre las que se encuentra el relato autobiográfico La analfabeta (2004), en el que Kristof recoge una breve parte de su intensa vida. Sin embargo, la trilogía de Claus y Lucas se sigue considerando su obra maestra, por la que recibió importantes galardones como el Alberto Moravia en Italia, el Gottfried Keller y el Friedrich Schiller en Suiza y el premio austriaco de Literatura Europea.


Editorial: Libros del Asteroide. 

Idioma: francés. 

Traductor: Ana Herrera. 

Sinopsis: Sándor Lester, exiliado en una fría ciudad europea, lleva una vida solitaria y monótona. Inmerso en una rutina alienante en la fábrica de relojes en la que trabaja, pasa sus ratos libres escribiendo, frecuentando a gente en su misma situación o en compañía de Yolande, una mujer a la que no ama. Un día conoce a Line, una nueva empleada de la fábrica que procede del mismo país. Aunque está casada y tiene una hija de corta edad, Sándor se enamorará de la recién llegada y entre los dos surgirá un vínculo tan íntimo y esencial como doloroso y destructivo. 

Su lectura me ha parecido: breve, precisa, desasosegante, sin artificios, al hueso, tristísima, lírica, tosca, sombría, melancólica, impactante... La primera vez que leí a Agota Kristof me adentraba en la milla de oro de mi ciudad. Amparada en el nombre de un poético autor, sus portales no eran de otro mundo, ni sus balcones, ni siquiera los seguratas-porteros que las custodiaban. No como sus tiendas de decoración minimalista y letreros tan estilosos como relevadores en cuanto a su caché o valor de mercado. Esas cuyos escaparates parecen gritarte lo mucho que molan, lo caras que son y que jamás podrás si quiera poner un pie en ellas. Cruzar la barrera que separa a quienes frecuentan los alrededores del Mercado de Colón y los que nos tiramos a las rebajas de cualquiera de las tiendas que riegan la calle Colón pertenecientes al imperio Inditex. Emma Stone o Alicia Vikander te saludan, pretenden calar entre el populacho, venderte la idea de que, aunque no te puedas permitir un bolso de Louis Vuitton o una escultura de Lladró, siempre quedará la ilusión, el deseo, la fascinación por aquello que jamás podrás poseer. Una frialdad calculada escondida tras los ojos verdes de la primera y los almendra de la segunda. Entre clase y clase de un curso del paro que estaba realizando en unas oficinas situadas al principio de aquella calle y tras una rápida pero embelesada contemplación a la explosión de Rococó que representa el Palacio del Marqués de Dos Aguas, se me ocurrió empezar la lectura que llevaba tiempo postergando, sin saber muy bien porqué. Quedé tan atrapada por aquellas primeras descripciones de los horrores más perturbadores, terroríficos y escatológicos incluso de la guerra que estaba teniendo lugar en las páginas y en la película que estaba construyendo en mi imaginación que casi llego tarde a la explicación sobre el la comunicación en Facebook. Recuerdo que durante las horas que sucedieron a aquella lectura no pude pensar en otra cosa que no fuese en esa abuela rolliza, malvada y guarra - de no lavarse en un mes, entiéndase - y en lo mucho que, a pesar de detestarla a rabiar, me estaba fascinado como personaje. En mi memoria resurgió Annie Wilkies, protagonista de Misery, psicópata de la página en blanco, sádica pesadilla nocturna a la que mi yo adolescente había aupado al Olimpo de la creación literaria. Flechazos que, tanto en un caso como en el otro, he conseguido mantener intactos y firmes, defendiéndolos hasta la saciedad allá por donde voy. Continué en los días posteriores, la pasión fue en aumento, a pesar de haber dejado atrás esa burrada llamada El gran cuaderno. Cada una de las tres entregas de la trilogía me despertaba sentimientos bien diferentes, pero todos convergentes en la figura de su autora, de quien los había plasmado sobre el papel, de una mujer llamada Agota Kristof que, para mi sorpresa, escribió aquello en una lengua que no era la suya, sino en una que le vino de improviso, sin desearlo y a la que se tuvo que acostumbrar si quería prosperar allí donde la habían acogido en calidad de refugiada política. Entonces pensé que el descubrirla frente a uno de los edificios más bellos de la ciudad resultaba irónico, ahora siento que Agota se ha convertido en una autora de mi canon personal, tan imprescindible como rica en su forma de aproximarse a lo molesto, visceral, crudo. En otras palabras, aquello que no queremos ver. Luego amplías, lees otros títulos, te empapas de ellos sabiendo que, aunque no estén a la altura de la obra cumbre, Agota jamás defrauda. Ayer: el dolor del exilio, del pasado y de la creatividad ahogada en el trabajo mecánico. 


La desolación que una siente una vez pone punto y final a la lectura de esta pequeña novela debería ser una advertencia, sobre todo si la o el lector que se aventura a adentrarse en ella lo hace desde un ímpetu descontrolado. De todas formas, no hay nada mejor que iniciarse en la prosa de Agota que por este pequeño y amargo bombón de licor. Tan amargo que una servidora se estremece con tan solo recordarlo. Y es que la historia de Sándor Lester - magnífica elección del nombre en un claro homenaje al también expatriado Sándor Marai - actúa como vehículo narrativo así como catalizador de todas las emociones que su autora decide transmitir a través de él. Sosteniendo todo el peso de una trama que, a pesar de su aparente sencillez, esconde matices dignos de mención. Sándor es uno de los personajes más tristes de la literatura, al menos de la literatura a la que una ha accedido por el momento. Un rostro compungido, ausente, que se deja llevar por la inercia de un trabajo mecanizado y tremendamente alienante - esa gris fábrica de relojes - atormentado por un pasado que trata de dejar atrás y cuya única vida social fuera del trabajo la componen Yolande - una mujer con la que se acuesta pero no ama - y los exiliados del bar que, como el propio Sándor, no consiguen adaptarse al país que, por diversas circunstancias, han tenido que huir. Un hombre de imperturbable rostro, a lo Buster Keaton sin gracia, con frustrados sueños de grandeza literaria, ya sea por su falta de disciplina o por su falta de talento, ahí el lector es el que debe opinar. Imágenes que compone en su cabeza, sobre el papel o en la cárcel de tinta negra de la que jamás logran salir. La llegada de Line, una mujer casada y madre de una hija procedente del lugar en el que nació Sándor, pondrá patas arriba la anodina existencia del protagonista. Introduciendo a la o el lector en un juego literario en el que la ambigüedad jugará un papel fundamental. Una relación platónica en la que nos moveremos entre la cruda realidad y los deseos del propio protagonista, creando una tensa incertidumbre entre lo que es real y no, entre lo que está pasando y lo a Sándor le gustaría que pasase. Lo poético y onírico, a su vez, se cuelan en la narración de Kristof, otorgando al relato un toque más extraño y bello en una trama ya de por si oscura, convirtiéndose en el contrapunto necesario para sostenerla. Su parquedad narrativa - frases cortas, desnudas, carentes retórica banal, capaces de helar la sangre - así como ese toque siempre autobiográfico - la autora también trabajó en una fábrica de relojes - contribuyen, por otro lado, a ensombrecer más la narración. Y es que aunque ese punto lírico se cuele entre diálogos y descripciones, es importante mantener el sello de identidad, esa marcada personalidad que siempre ha caracterizado a Kristof tanto en su vertiente más larga - Klaus y Lucas - como en su faceta más sintética - Ayer -. Y aunque posea ciertos giros que te cambian de golpe y porrazo la percepción que tienes (y sientes) hacia los personajes, lo cierto que para una servidora esta nouvelle no se puede ni siquiera comparar con aquella magnífica trilogía que tanto me marcó, de hecho, por muy bien escrita que esté, no está ni siquiera a su altura. Sin embargo, esta lectura no solo me ha hecho admirarla más, también explorar otros campos temáticos al rededor de los que articular una trama, tales como la alienación que provoca el trabajo mecanizado - y su consecuente sometimiento psicológico - además del naufragio de las ideas literarias, de esos pequeños rayos de esperanza en unas circunstancias en las que ni el propio contexto ni el propio protagonista que las alumbra tienen cabida. Agota se condensa, se encoge, se atenúa; pero incluso achicándose escribe las mejores historias. Aunque tras su lectura te entren ganas de meterte en la cama, taparte con una manta y derramar alguna lágrima, como Sándor, en la más absoluta soledad. 

Ayer: una historia de decepciones, huida, asfixia, lírica lóbrega, frialdad, abatimiento, autoengaño, perturbación, destierro... La perfecta entrada al universo literario de Agota Kristof. 

Frases o párrafos favoritos: 

"En la cabeza todo se desarrolla con dificultad. Pero, en cuanto se escribe, los pensamientos se transforman, se deforman y todo se vuelve falso. A causa de las palabras."

"El tiempo se desgarra. ¿Dónde encontrar los descampados de la infancia? ¿Los soles elípticos paralizados en el espacio negro? ¿Dónde encontrar el camino volcado hacia el vacío? Las estaciones han perdido su significado. Mañana, ayer, ¿qué significan esas palabras? Solo existe el presente. En un momento dado, nieva. En otro, llueve. Luego hace sol, viento. Todo eso es ahora. No ha sido, no será. Es. Siempre. Todo a la vez. Ya que las cosas viven en mí y no en el tiempo. Y en mí, todo es presente."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Libros del Asteroide

viernes, 29 de abril de 2022

RESEÑA: Jávea.

 JÁVEA


Título: Jávea. 

Autor: Alberto Torres Blandina ( Valencia, 1976) es profesor de literatura y de creación literaria. Ha publicado tres novelas Cosas que nunca ocurrirían en Tokio (Premio Internacional Las Dos Orillas 2007, Premio de la Médiathèque Bussy Saint-Georges a la mejor novela extranjera publicada en Francia en 2010, finalista del premio de la juventud Jean Monnet 2011), Niños rociando un gato con gasolina (finalista del Premio Café-Gijón 2008), Mapa desplegable del laberinto (2010), y la trilogía Con el frío (2015), Contra los lobos (2016) y Después de nunca (2019). También es autor del libro de poemas Los cementerios vacíos (2019) y de la novela infantil El aprendiz de héroe (2009). Su obra ha sido traducida al francés, alemán, italiano, portugués, griego y hebreo. En 2019 obtuvo la Beca de Residencia de escritores de Toji Cultural Foundation en Corea del Sur. Coordina el colectivo literario Hotel Postmoderno, con los que ha publicado varias novelas y espectáculos literarios como el Letring Catch. 


Editorial: Candaya. 

Idioma: español. 

Sinopsis: "Cada vez estoy más convencido de que las novelas que parecen novelas son incapaces de llegar a ningún lugar interesante", dice el narrador de este singular libro, que es ante todo un ejercicio de memoria sin concesiones transitando por diferentes tiempos: una adolescencia aturdida por el aburrimiento y la ensoñación de lo que siempre está más allá, una juventud que navega entre el inconformismo y la necesidad de escapar de uno mismo, un mundo adulto donde los deseos alcanzados se parecen demasiado a su propia parodia. Jávea rescata la historia de una familia sacudida por la enfermedad, la muerte y la repetición, pero es también una disección implacable de esta opulenta Europa donde la brecha social entre ricos y pobres se ensancha, paradójicamente, cada vez más: las fronteras invisibles creadas por el dinero, el trabajo como forma de control, los lemas motivacionales alentando una meritocracia castradora, el triunfo personal medido por el tamaño del televisor, las drogas, el sexo y la religión como válvulas de escape, la desorientación, el rencor, la frustración, el suicidio...

Su lectura me ha parecido: sencilla, frenética, atrayente, feroz, humilde, versátil, enormemente crítica a la ingenuidad con la que muchas veces se percibe la meritocracia, con un narrador tan valiente como solvente, irónica, aguda, deconstructiva... Hacía calor cuando llegué a aquella urbanización de adosados colocados en fila, en formación, como si fueran a pasar revista, todos iguales, de teja roja y pared blanda. Tendría unos once o doce años cuando fui invitada por una amiga a pasar el día en el chalet que sus padres tenían en Náquera ¿o era Bétera? Poco importa. Éramos unas siete niñas, desenvueltas, nerviosas, correteando por la calle, a la sombra de aquella casa con jardín delantero. Recuerdo comer dentro, esos macarrones de tomate con queso gratinado, la tarta de chocolate que le sucedió y de la que no probé bocado (mis papilas gustativas seguían rechazando el dulce en todas sus formas y colores), las velas que mi amiga sopló con timidez, el aplauso de después, el juego de las tinieblas que casi le costó una bronca a la anfitriona (alguien se había cargado la cortina del baño y la barra que la sujetaba pensando que la bañera era el mejor sitio donde esconderse), la amiga que apareció a última hora, los bolis de Jordi Lavanda, la coreografía del festival de fin de curso (la cual hacía unos días que habíamos empezado a ensayar) y mi reticencia a sonreír demasiado por miedo a que se burlaran de mis brackets. Pedacitos de nostalgia de aquella primera década de los 2000 que viví en una nube de inocencia, felicidad, despreocupación y que solo abandonaba cuando había examen de matemáticas. Esa era mi gran cruz y no el paro, la incertidumbre, la falta de dinero, de oportunidades, de seguridad, de fe en una humanidad cada vez más idiotizada. No obstante, el azul pitufo de aquella piscina comunitaria es lo primero que acude a mi memoria cada vez que vuelvo a aquel lugar. Probablemente, la última fiesta de cumpleaños antes de cruzar la insalvable frontera de la adolescencia, cuando la jovialidad y la facilidad con la que se cimentan nuevas amistades resultaba todavía pasmosa. Ese azul, adornado con geometrías marinas desgastadas por el uso y el cloro en el que deseaba sumergirme, bucear y hacer el muerto, como la protagonista de Libertad en su versión fílmica, como me había enseñado mi madre en nuestras excursiones al Perelló o a la Malvarrosa. Pero lo quería para mi, todos los días, sobre mi piel. Deseaba que aquel añil fuera lo primero que mis ojos vieran nada más despertarme por las mañanas y lo último antes de sucumbir a la siesta veraniega. Fue entonces cuando comencé a preguntarme por qué mi amiga podía zambullirse en aquella cristalina piscina mientras yo me tenía que contentar con pasar Agosto entero en el pueblo de mi abuela. Y mira que me lo pasaba bien pero, la piscina del camping más cercano costaba dinero, había que subir una cuesta infernal, el fondo era gris y podías morir de hipotermia si permanecías mucho rato dentro de ella. "Ojalá vivir en un chalet" pensé "ojalá tener esa piscina en lugar de un solar donde tender la ropa", "ojalá ver la tele desde ese sofá y no desde una cama de colchón duro y cabecero de principios de siglo XX", o mejor aún, "ojalá convencer a los abuelos para que le compraran el solar a mi tía abuela y después construir la tan deseada piscina". Aquel chalet en Náquera o Bétera fue mi particular "Jávea". Por aquel entonces no tenía ni amiga ni novio con casa en la playa, por lo que aquel paraíso unifamiliar fue mi primer encontronazo con aquello a lo que comúnmente llamamos "envidia". Anhelo de poseer lo que otros, con más dinero, disfrutan unos meses al año o toda la vida. Aquello que no tienes y por lo que suspiras en la retaguardia del silencio. Sueños infantiles frustrados que se convierten en esa primera bofetada de realidad cuyo eco sigue escociendo décadas después. Jávea: la lúcida y resentida mirada sobre el capitalismo en el que, lo siento, estamos atrapados. 


Difícil es enfrentarse a la reseña de un texto que te ha despertado tantas sensaciones y levantado tantas ampollas. Sobre todo si tenemos en cuenta el ensalzamiento de un tipo de novela estándar, bien cerradita y justita de polémicas. Quien se adentre en Jávea debe saber que, además de no toparse en ningún momento con las aguas que bañan el "paraíso" situado entre Denia y Benitaxell, el viaje literario al que nos invita Alberto Torres Blandina es inclemente, tempestuoso, con su particular Moby Dick, tan terrorífico como lo es el capitalismo en su vertiente más despiadada, elitista e hipócrita. Muchos han tratado de ver en Jávea una suerte de autoficción con rasgos tan peculiares que la hacen destacar entre el millar de libros que ha alumbrado dicho género en los últimos años cuando, en realidad, podríamos hablar directamente de unas memorias en las que su autor ha tomado la decisión de desnudarse ante los lectores, con todo lo que ello conlleva, pero con la intención de no salir indemne, en lo que al proceso de escritura se refiere. Tal vez, el hecho de haber publicado una autobiografía (con sus pequeños toques de ficción allí donde la memoria no alcanza a observar con claridad) con cuarenta y cuatro años resulte, cuanto menos, reprochable, un ejemplo de narcisismo, dirían algunos, propio de ciertas autoras/es que que parecen más tweetstars que cronistas con los pies en el suelo. Sin embargo, lo que Blandina nos ha regalado a los lectores ha sido la maestría, tanto temática como estilística, de un escritor que, basándose en su propia experiencia, aprovecha para reflexionar - no sin mala leche - algunos de los temas que pivotan al rededor su propia literatura: el poder del dinero y la infelicidad del ser humano a pesar de tener a su disposición todos los medios para poder dejar de serlo. 


Como ya he comentado, aquí Jávea no aparece como tal más allá de esa construcción que ese Alberto niño se monta en su cabeza, la de un chaval que quiere pasar los veranos en un chalet en dicho municipio en lugar de quedarse en Sagunto, su pueblo, con la misma gente, en la calle de siempre. La geografía urbana de esta localidad próxima a Valencia y con el paisaje del castillo en lo alto, el barrio del Raval en las faldas, las ocres rocas del Palancia a un lado y los restos de la Gerencia y los Altos Hornos en el horizonte como telón de fondo, Blandina nos teje una infancia donde cabe todo, incluso los trapos sucios de una familia de perdedores - de la guerra civil y del sistema - de trabajadores, humilde, en donde la sombra de la enfermedad mental y los reproches de una madre al hijo narrador (con injerencias y correcciones dignas de ser mencionadas en cualquier clase de escritura creativa) sobrevuelan un monólogo que, sin tregua, te avasalla en su continua sucesión de anécdotas - algunas tan extremas que a veces dudas de la veracidad de las mismas - cavilaciones y etapas quemadas o que, de algún modo, no llegan a cerrarse nunca. Seguidamente el lector será testigo de su paso por la universidad, esos curros para podérsela permitir - esa cadena de montaje como metáfora del trabajo alienado y con el que el protagonista se desprende de muchos prejuicios - esos otros trabajos en el extranjero, su condición de viajero empedernido, su amistad con otros escritores de la escena local - desde un retrato pulp muy desenfadado y costumbrista - su compleja relación con la creación literaria, así como divagaciones varias propias de un discurso que se plasma sin tregua (y sin capítulos, dicho ya de paso) sobre el papel. Dentro de este retrato crudo, a veces deformado, deconstruido y plagado de unos ricos claroscuros - la vida misma, por si no había quedado lo suficientemente claro - sobresale el gran tema principal, o mejor aún, los diferentes subapartados de los que deriva la madre y razón de ser del libro: el dinero. Poderoso caballero y elemento fundamental a la hora de crear esa invisible pero abismal línea que separa el privilegio de quien, o bien no tiene nada, o bien tiene que currárselo mucho para llegar a aspirar a algo parecido a ese amigo, conocido o ser que aparece por la tele sin ocultar su privilegiada posición. Por supuesto, no hablamos de ostentación (que los hay) pero sí de la hipocresía de cierta juventud que, aún siendo ideológicamente de izquierdas, disfruta de su rebeldía sabiéndose seguro, protegido y, en el caso de que la caída sea estrepitosa, sabiendo que un buen colchón económico llamado "padres ricos" lo salvará del abismo. El problema no está en la cuna, el linaje o la suerte de haber nacido en una familia con el suficiente dinero como para permitirse un chalet en Jávea. La cuestión sobre la que deberíamos estar debatiendo, y que considero que Torres Blandina lo hace a la perfección, es acerca de ese deporte nacional e internacional (ambas modalidades son aceptadas) que es juzgar trabajos o comportamientos que no forman parte del relato fílmico de su día a día. Pues hay gente que se extraña, o encuentra inconcebible, que tengas que ponerte a trabajar para pagar una carrera universitaria, que no hayas encontrado trabajo a la primera, que no quedes con tus amigas a cenar porque, directamente, no te lo puedes permitir en esos momentos, que dejes pasar la posibilidad de ir de viaje al extranjero porque - ¡oh, sorpresa! - tienes que pagar el alquiler o que estudies como una burra una oposición porque es la única forma de encontrar algo estable y que te pueda sacar del club de los que viven con el agua al cuello. ¿Asco de ricos? No. Asco de clasismo, falsedad - o filtros, ¿qué más da? - y de esta sociedad incapaz de hacer autocrítica. Aquí no estigmatizamos a nadie, faltaría más, pero a aquellos que, leyendo estas líneas, se han sentido interpelados, mi consejo es que lean a Torres Blandina. No os lo recetará vuestro médico de cabecera pero, os aseguro que es una una cura de humildad en toda regla y para toda la vida. 

Jávea: una historia de rabia, familia, escape, creación, experiencias, crítica, orgullo de clase, aturdimiento, desahogo... La metáfora de lo materialmente inalcanzable, a no ser que tengas pasta o te dejes tu cuerpo y salud mental sobre esa "Dama de Hierro" que, según dicen, dignifica y al que socialmente hemos convenido a llamar "trabajo". 

Frases o párrafos favoritos: 

"Los pobres no se arriesgan a emprender. Los pobres no se arriesgan a perder."

"Ya mis dieciocho años soy un pedante que se cree superior a todos sus compañeros de trabajo. Esos hombres que, como pueden, rompiéndose la espalda doce horas diarias porque tal vez no tuvieron la oportunidad de estudiar, pagan los estudios de sus hijos. Como mi padre. Como mi madre. Se sacrifican haciendo traviesas o cribando naranja para que sus hijos puedan convertirse en pedantes que los miren por encima del hombro."

Frases o párrafos favoritos: 

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Candaya