PANZA DE BURRO
Título: Panza de Burro.
Autora: Andrea Abreu (Icod de los Vinos, Tenerife, 1995). Creció entre gatos y flores de bruja y, al cumplir los dieciocho, comenzó sus estudios de periodismo en la Universidad de la Laguna (ULL). Después de incontables cambios de residencia, se mudó a Madrid en verano de 2017, para cursar el Máster en Periodismo Cultural y Nuevas Tendencias de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC). Desde entonces, ha sido becaria, camarera y dependienta de una famosa tienda de lencería. Como periodista, ha escrito para la sección de Cultura del diario 20Minutos y para diferentes medios, como Tentaciones (El País), Oculta Lit, LOLA (BuzzFeed), Quimera o Vice. Sus textos literarios han sido incluidos en varias revistas digitales y en papel. También en antologías como Macaronesia, de La Galla Ciencia; Los muchachos ebrios, antología de la poesía jovencísima transoceánica, de La Tribu, o Piel fina. Poesía joven española (Maremagnum, 2019). Es autora del poemario Mujer sin párpados (Versátiles Editorial, 2017) y el fanzine Primavera que sangra (2017), un breve análisis poético sobre su relación con el dolor menstrual y que en 2020 apareció en la editorial Demipage. Ha participado en varios eventos literarios, como el festival cordobés de poesía Cosmopoética 2018 y es codirectora del Festival de Poesía Joven de Alcalá de Henares. El pasado 2019 fue galardonada con el accésit del XXXI Premio Ana María Matute de narrativa de mujeres. Panza de burro es su primera novela y uno de los mayores éxitos de crítica y público del pasado 2020. Hace unos días se incluyó su nombre en la famosa lista de GRANTA de los mejores autores menores de 35 años.
Editorial: Barrett
Idioma: español.
Sinopsis: es verano, principios de los 2000 y estamos en un pueblo del norte de Tenerife. Allí acompañaremos a la protagonista, a la que Isora se dirige como Shit, recorriendo las empinadas calles del lugar, siempre oscurecidas, alejadas de la imagen idílica que siempre hemos asociado al paisaje canario, bajo el amparo de un cielo siempre nublado. A medida que conocemos sus rincones y su gente, seremos testigos de como Shit inicia su particular viaje hacia el autodescubrimiento, iniciático, dejando atrás la adolescencia para abrazar todas aquellas sensaciones nuevas que comienza a experimentar. Todo ello a través de su mejor amiga Isora.
Su lectura me ha parecido: cálida, hermosa, ambigua, punzante, feroz, poética, con unas protagonistas inolvidables y que ya forman parte de la memoria colectiva de toda una generación, desmitificadora, en los márgenes, política, con un armazón lingüístico que ensalza la idiosincrasia (en este caso de lo canario) como pocas veces se ha hecho en la literatura de este país... Hace poco, mientras paseábamos por las calles de una semi desierta Valencia en el día de su más distinguido patrón, hablaba con mi pareja sobre aquellas novelas en las que el uso del lenguaje resultase determinante. Lo sé, existen otros temas más distendidos, más amenos, menos aburridos. Pero es lo que sucede cuando de pronto se te enciende la bombilla. Cuando estás en pleno proceso de documentación y redacción de la reseña de un libro - de los más importantes publicados el pasado año - y necesitas contrastar opiniones. Él, tras pensarlo y tras sacarle a colación, como ejemplo, el caso de Juan Rulfo en Pedro Páramo, me habló de nuestro clásico más importante. Y es que Cervantes en El Quijote quiso dejar bien claro la negativa impresión que a don Alfonso de Quijano le producía la forma de hablar de su más fiel escudero. Su lenguaje llano, desprovisto de florituras novelísticas, de esa epicidad que tanto caracteriza a su compañero de aventuras y anclado en la fonética del pueblo era siempre corregido con el antiguo Hidalgo. Sin duda, una de las primeras muestras, ya no solo de elitismo social, también de elitismo cultural que podemos apreciar en la literatura española y universal. De ahí otros nombres y novelas desfilaron por mi cabeza. Desde aquellas de tiempos decimonónicos en las que el lenguaje se empleaba para diferenciar clases sociales - desde Benito Pérez Galdós a Clarín, pasando por Emilia Pardo Bazán - a las escritas por autoras y autores latinoamericanos, los cuales, jamás han tenido reparos en plasmar el habla de sus lugares de origen para, a través de él, reflexionar entorno al amor, la venganza, la muerte, la vejez y todos los grandes temas que la literatura ha contribuido a universalizar. Aún recuerdo aquel impresionante descenso a los infiernos que supuso leer, durante el verano pandémico, Temporada de huracanes de Fernanda Melchor. El terror más perturbador cuando me acerqué a los cuentos de Mariana Enríquez. O el nudo en el estómago que me produjo Mandíbula de Mónica Ojeda. México, Argentina y Ecuador. Tres países, tres autoras, tres formas de atrapar al lector sin dejarse la impronta lingüística por el camino. Respecto a España, Miguel Delibes - uno de mis favoritos - supo trasladar al papel lo que suponía vivir en lo que hoy conocemos como España Vaciada en una época en la que ni tan siquiera esa cuestión estaba en los debates político-sociales. Aunque cierto es que durante muchas décadas - esa terrible y pesada losa llamada Franquismo - la diversidad estuvo mal vista o directamente prohibida, también a nivel de bilingüismo o dejes típicos de algunos territorios - aunque estos tuviesen como lengua principal el castellano - actualmente se vive una celebración de la riqueza del lenguaje. Sobre todo en el terreno del audiovisual. Hemos pasado de esconder los acentos en televisión a escuchar y alabar lo gallego, andaluz, catalán, murciano, euskera o canario por citar algunos ejemplos. Algo que, por supuesto, ha acabado trasladándose a la literatura, a la escrita por una generación muy concreta y en boga, la de los millenials, los cuales han sabido reivindicar - algunos con gran talento - la pluralidad lingüística y social con historias muy de ahora, del presente precario o del pasado, cuando no existía ni Twitter ni Instagram. Siendo ésta la última generación virgen tecnológicamente hablando. Y dentro de todas ellas, la de Andrea Abreu - nacida hace veintiséis años en Icod de los Vinos - sobresale con mayor esplendor. Panza de Burro: oda al lenguaje, a la inocencia salvaje y a ese mar de nubes que parece envolverlo todo.
Nacida en un taller de escritura creativa y escrita en un contexto de precariedad - Abreu tuvo que compaginar el sacar adelante la presente novela con un empleo como dependienta para una conocida marca de lencería - Panza de Burro se revela como un triunfo ante la adversidad, ante las zancadillas del capitalismo y, por supuesto, la visivilización del trabajo de escritora/or por y a pesar de las circunstancias. En esta historia de superación y lucha contra la adversidad, el libro en cuestión podría haber pasado perfectamente desapercibido, sin pena ni gloria, como le ocurre a la gran mayoría de los textos que se publican en este país. Triste pero cierto. Sin embargo, algo hizo que Panza de Burro se quedase, anclado, a las estanterías de las librerías de todo el país. A esa mesa de novedades por la que desfilan miles y miles de títulos. Y, en última instancia, a ese hueco en nuestra memoria, reservada única y exclusivamente a los mejores recuerdos literarios. Aquellos que no se borran tan fácilmente, ni siquiera con la mítica goma de borrar Milán. Ahí, entre best-sellers, long-sellers, libros de autoayuda, de cocina, erótica, policíaca, romántica, histórica, juvenil... La mayoría de ellos, como ya he dicho, de efímera trayectoria. Ahí está, inmóvil, como si tuviese reserva, un privilegio que solo pueden disfrutar las y los más grandes. Para después esfumarse, rápidamente, porque los lectores han corrido raudos y veloces a por él, atraídos por el boca a boca (sin duda, uno de los principales éxitos de la novela) y por la promesa de encontrar algo distinto a lo que han leído antes. Lo cogen, lo ojean, lo huelen incluso, hacen la cola, pagan y se van. Nada, ni los exabruptos de algunos fieles a la RAE, ni los comentarios paternalistas o machistas vertidos sobre su autora por su juventud, ni una pandemia mundial - su publicación se retrasó debido al confinamiento - han podido con el fenómeno Panza de Burro. En aquella ocasión, y en vista de aquellas reseñas aparecidas en tiempos de desescalada y paulatina apertura de comercios, el escepticismo no hizo su entrada triunfal, como habitualmente suele ocurrir. Quise leerlo, devorarlo, tenerlo entre mis manos durante los días o semanas que su lectura requiriese, comprobar que era cierto, que las críticas no exageraban, con la promesa de trasladarme a Canarias por unas horas. Me lo creí y llegó, de los primeros, junto a otras lecturas igualmente deseadas durante los meses que pasé (y pasamos) encerrada en mi casa. Y lo leí, con el calor de Agosto en pleno apogeo. Y me dejé llevar, fui echadita palante, tan sin miedo y me sumergí, placentera y llanamente, en el interior del volcán.
Además de su enorme difusión gracias a las recomendaciones boca-oreja, la grandeza de Panza de Burro reside en dos motivos muy concretos. El primero tiene que ver con el localismo y la importancia de el uso del lenguaje. Como ya he avanzado en la sinopsis, la novela está ambientada en verano y en un pueblo del Norte de Tenerife, presumiblemente (aunque no se mencione en ningún momento) en Icod de los Vinos, lugar del que Andrea Abreu hoy por hoy es su hija predilecta. Si bien es cierto que la historia juega a la ambigüedad narrativa - es decir, puedes tomar como verdaderos los hechos que se narran o por el contrario asumir que es todo producto de la imaginación de su autora, yo personalmente me mantengo en una posición intermedia - lo importante de todo esto es que Abreu nos presenta una Canarias diferente, alejada del imaginario peninsular, de los hoteles atestados de guiris, de las playas cada vez más estandarizadas a las demandas de los extranjeros. Aquí estamos en el norte de la isla, donde el cielo luce un manto de nubes grises, donde pocas veces penetra la luz del sol y las playas lucen una negra arena volcánica. Esto no es lo urbanita, sino una ruralidad peculiar, bañada por la calima, el polvo y el empedrado de sus calles. Y sí, la vegetación es exótica, pero contrasta con las gentes del lugar, con las perennes tradiciones y, sobre todo, su habla. Es en este punto, como ya dije en el primer párrafo, donde la novela gana en credibilidad, personalidad e intencionalidad política. En Panza de Burro el lenguaje es fundamental, así como la alteración del orden lógico - o lo que el español estandarizado entiende por lógico - de las frases para adaptarlas al habla y al vocabulario canario. Dejando bien claro desde el primer momento la importancia de preservar la lengua frente a cualquier maniobra de emborronamiento de la herencia cultural recibida. Un potente mensaje que cae como una bomba en un contexto de una cada vez más exacerbada reacción nacionalista tanto desde posicionamientos más progresistas como desde los más reaccionarios y contrarios a la diversidad lingüística existente en este país. Con sus distintos tratamientos - Abreu retrata a la perfección las diferencias entre el habla de las abuelas y el habla de las dos protagonistas - la novela irrumpe en este acalorado debate como un soplo de aire fresco, permitiendo al lector descubrir una Canarias autentica, más cercana a las cenizas del volcán y no tanto a la arena blanca de las playas masificadas de Santa Cruz de Tenerife. No obstante, esta novela se habría quedado en un mero ejercicio lingüístico más de no haber sido por la universalidad de su trama. La historia de amistad entre la protagonista (a la que conocemos como Shit) e Isora es el segundo motivo por el que su lectura cala hondo en el lector. Una amistad en tonalidades grisáceas, como las nubes que vuelan bajo (el propio fenómeno meteorológico característico del archipiélago que da nombre a la novela) en la que una sobresale por encima de la otra, donde una es más atrevida que otra, donde una imita a la otra. Shit e Isora pasean, juegan, chatean por el Messenger, se bañan en la playa y se masturban juntas. Autodescubrimiento precoz, nítido, ausente de tabúes, con el que me he sentido especialmente identificada y que pocas veces vemos correctamente representado en literatura. Amistad imperfecta, como la vida misma, pero grandiosa, a la altura de Lila y Lenú en la saga La amiga estupenda de Elena Ferrante o de Sofía Montalvo y María León en Nubosidad Variable de Carmen Martín-Gaite. Unión que conmueve, que engancha, que no puedes parar de observarlas en su cada vez más atenuada inocencia. Como remate final a esta reseña, y tras haberos convencido de que se puede hacer activismo a través del lenguaje, solo me queda animaros a que os adentréis en él, que no estamos ni ante una novela postureo ni un producto manufacturado - aunque en esta colección de Barrett la importancia de la editora, en este caso Sabina Urraca, ha sido crucial - sino frente a un texto del que espero que el tiempo juegue a su favor y acabemos hablando de él como hoy lo hacemos de Nada de Carmen Laforet o de El Camino de Miguel Delibes.
Panza de Burro: una historia de amistad, tardes de juegos bebiendo sevená, fisquitos de sol entre las nubes, confidencias, abuelas que hacen de madres, ceniza, volcán, autoaprendizaje, construcción de personalidades... Léanlo ¡shit!
Frases o párrafos favoritos:
"Le hubiese seguido al baño, a la boca del volcán, me hubiese asomado con ella hasta ver el fuego dormido, hasta sentir el fuego dormido del volcán dentro del cuerpo."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Editorial Barrett